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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..950cffd --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #63767 (https://www.gutenberg.org/ebooks/63767) diff --git a/old/63767-0.txt b/old/63767-0.txt deleted file mode 100644 index 78a09fc..0000000 --- a/old/63767-0.txt +++ /dev/null @@ -1,12749 +0,0 @@ -The Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles - -Tomo 2, by Lucio Mansilla - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Una excursión a los indios ranqueles - Tomo 2 - -Author: Lucio Mansilla - -Release Date: November 14, 2020 [EBook #63767] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia, Sanly Bowitts, Santiago and -the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - - - - - - - - NOTAS DEL TRANSCRIPTOR - -Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó", -"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido -respetado. - -El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de seguir las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese -entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios -Académicos de la Real Academia Española. - -Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que -el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que -un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión -pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado. -En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las -mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE. - -Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos. - -El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, -ha sido trasladado al principio por el Transcriptor. - - - * * * * * - - BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN» - - - LUCIO V. MANSILLA - - UNA EXCURSIÓN - - Á LOS - - INDIOS RANQUELES - - OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL - GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875) - - TOMO II - - [Illustración] - - BUENOS AIRES - 1909 - - - Imp. y estereotipia de LA NACIÓN .--Buenos Aires - - - - - ÍNDICE - - - Cap. Pág. - - I. Visita del cacique Ramón.--Un almuerzo y una - conferencia en el toldo de Mariano Rosas.--Mi - futura ahijada.--Ideas de Mariano Rosas sobre - el gobierno de los indios comparado con el de - los cristianos.--Reflexiones al caso.--Explico - lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.--El - pueblo comprenderá siempre mejor - lo que es la vara de la ley, que la ley 5 - - II. Camargo y José de visita en los momentos de - recogerme.--Me llevaban una música.--_Horresco - referens._--Fisonomía de Camargo.--Zalamerías - de José.--Por qué lo respetan los indios á - Camargo.--Vida de Camargo contada por él - mismo.--Por qué produce esta tierra tipos como - el de Camargo 13 - - III. Noche de hielo.--Dónde es realmente triste la - vida.--Preparativos para la misa.--Resuena - por primera vez en el desierto el _Confiteor Deo - Omnipotenti_.--Recuerdo de mi madre.--Trabajos - de Mariano Rosas, preparando los ánimos - para la junta.--Como y duermo.--Conferencia - diplomática.--El archivo de Mariano Rosas.--En - Leubucó reciben la «Tribuna».--Imperturbabilidad - de Mariano Rosas.--Mi comadre Carmen - en el fogón 21 - - IV. Creencias de los indios.--Son uniteístas y - antropomorfistas.--_Gualicho._--Respeto por los - muertos.--Plata enterrada.--¿Será cierto que - la civilización corrompe?--Crueldad de Bargas, - bandido cordobés.--Triste condición de los cautivos - entre los indios.--Heroicidad de algunas - mujeres.--Unas con otras.--Modos de vender.-- Eufonía - de la lengua araucana.--¿La carne de - yegua puede ser un antídoto para la tisis? 31 - - V. Preparativos para la marcha á las tierras de - Baigorrita.--Camargo debía acompañarme.--Motivos - de mi excursión á Quenque.--Coliqueo.--Recuerdo - odioso de él.--Unos y otros se han - valido de los indios en las guerras civiles.--En - lo que consistía mi diplomacia.--En viaje rumbo - al Sud.--Confidencia de un espía.--El espionaje - en Leubucó.--Poitaua.--El algarrobo.--Pasión - de los indios por el tabaco.--Cómo hacen - sus pipas.--Pitralauquen.--Baño y comida.--Mi - lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral 43 - - VI. Una noche eterna.--Aspecto del campo al amanecer - después de la helada.--En marcha.--Encuentro - con indios.--Me habían descubierto de - muy lejos.--Medios que emplean los indios para - conocer á la distancia si un objeto se mueve - ó no.--La carda.--Un monte.--Gente de Baigorrita sale - á encontrarnos.--Baigorrita.--Su toldo.--Conferencia - y regalos.--Las _botas_ de mis - manos.--Carneada.--Una cara patibularia 53 - - VII. Qué es la vida.--Reflexiones.--Los perros de los - indios.--Recuerdos que deben tener de mi - magnificencia.--Un intérprete.--Cambio de - _razones_.--_Sans façon._--_Yapaí_ y - _yapaí_.--Detalles.--En Santiago y Córdoba los pobres - hacen lo mismo que los indios.--Fingimiento.--Otra - vez la cara patibularia.--Averiguaciones.--Una navaja - de barba mal empleada 63 - - VIII. Dos desconocidos.--El cuarterón.--El mayor - Colchao y su hijo.--Una cautiva explica - quién era Colchao y refiere su historia.--Provocaciones - de Caiomuta.--_Gualicho_ redondo.--Contradicciones - del cuarterón.--Juan de Dios - San Martín.--Dudas sobre la fidelidad conyugal.--Picando - tabaco.--Retrato de Baigorrita.--Un - espía de Calfucurá 73 - - IX. Cansancio.--Puesta del sol.--Un fogón de dos - filas.--Mis caballos no estaban seguros.--Aviso - de Baigorrita.--Los indios viven robándose - unos á otros.--La justicia.--Los pobres son como - los caballos _patrios_.--Cena y sueño.--Intentan - robarme mis caballos.--Cantan los gallos.--Visión.--El - mate.--Un cañonazo 87 - - X. Baigorrita se levanta al amanecer y se - baña.--Saludos.--En el toldo de mi futuro compadre.--El - primer bautismo en Quenque.--Deberes - recíprocos del padrino y del ahijado.--Nociones - de los indios sobre Dios.--Promesas de mi - compadre sobre mi ahijado.--Me hablan de una - cosa y contesto otra.--Lucio Victorio Mansilla - sería algún día un gran cacique.--Pensamientos - locos.--Visita al toldo de Caniupán.--Usos - y costumbres ranquelinas.--Un fumador sempiterno 97 - - XI. El cuarterón cuenta su historia.--Recuerdo de Julián - Murga.--Los niños de hoy.--Diálogo con el - cuarterón.--Insultos.--Nuestros juicios son - siempre imperfectos.--Un recuerdo de la _Imitación de - Cristo_.--Dudas filosóficas.--Última mirada al - fogón.--El cuarterón me da lástima.--Alarma.--Caiomuta - ebrio, quiere matarme.--Un reptil humano 107 - - XII. Medio dormido.--Un palote humano.--Un - baño de aguardiente.--Los perros son más leales - que los hombres.--Preparativos.--El comercio - entre los indios.--Dar y pedir con _vuelta_.--Peligros - á que me expuso mi pera.--En - marcha para Añacué.--Una águila mirando al - Norte, buena señal 117 - - XIII. Mi compadre Baigorrita me pide caballos - prestados.--El que entre lobos anda á aullar - aprende.--Aves de la Pampa.--En un monte.--Perdido.--Las - tinieblas.--Fantasmas de la - imaginación.--¿Somos felices?--Disertación - sobre el derecho.--El miedo.--Hallo camino.--Me - incorporo á mis compañeros.--Clarines y - cornetas 127 - - XIV. Mariano Rosas y su gente.--¡Qué valiente - animal es el caballo!--Un parlamento de noche.--Respeto - por los ancianos.--Reflexiones.--La - humanidad es buena.--Si así no fuese estaría - perturbado el equilibrio social.--El arrepentimiento - es infalible.--Lo dejo á mi compadre Baigorrita - y me retiro.--Un recién llegado.--Chañilao.--Su - retrato 135 - - XV. Quién es Chañilao.--Su historia.--El carácter - es un defecto para las medianías.--Diferencia - entre el gaucho y el paisano.--El primero - no es nada, el segundo es siempre federal.--¿Tenemos - pueblo propiamente hablando?--Sentimientos - de un maestro de posta cordobés - cuando estalló la guerra con el Paraguay.--Chañilao - y yo.--Frescas.--Intrigas.--Una china 145 - - - XVI. Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado - á los de Leubucó.--Censura pública.--Nubes - diplomáticas.--Camargo conocía bien á - los indios.--Confío en él.--Camilo y Chañilao - no se entienden.--En marcha para la junta - grande.--Quieren que salude á quien no debo.--Me - niego á ello.--Ceden saludos.--Empieza la - conversación.--Discurso inaugural.--Entusiasmo - que produce Mariano Rosas.--El debate.--Un - tonto no será nunca un héroe 155 - - XVII. Repito la lectura de los artículos del tratado - de paz.--Los indios piden más qué comer.--Mi - elocuencia.--Mímica.--Dificultades.--El - recuerdo de un sermón de Viernes Santo me - salva.--El representante de la _Liberté_ en Bruselas - y yo.--Cargos mutuos.--Argumentos etnográficos.--Recursos - oratorios.--En el banco - de los acusados.--Interpelaciones _ad hominem_.--El - traidor calla.--Redoblo mi energía é impongo - con ella.--Se establece la calma.--Apéndice.--Once - mortales horas en el suelo 165 - - XVIII. Revelación.--Más había sido el ruido que - las nueces.--Nuevas presentaciones.--El último - abrazo y el último adiós de mi compadre Baigorrita.--Otra - vez adiós.--Mariano Rosas después - de la junta.--¡Qué dulce es la vida lejos - del ruido y de los artificios de la civilización!--Los - enanos nos dan la medida de los gigantes y - los bárbaros la medida de la civilización.--Una - mujer azotada.--No era posible dormir tranquilo - en Leubucó 183 - - XIX. La paz estaba definitivamente hecha.--El - doctor Macías.--Gotas maravillosas.--Padre é - hijo indios.--Lo pido á Macías.--Visita á Epumer 193 - - XX. Fama de Epumer.--Me esperaban en su - toldo.--Recepción.--Indias y cristianas.--Pasteles - y carbonada entre los indios.--Amabilidades.--Celo - apostólico del padre Marcos.--Puchero - de yegua.--Insisto en sacar á Macías.--Negativas.--Un - indio teólogo.--Un espectro vivo 203 - - - XXI. Intrigas contra Macías.--Envidia de los - cristianos.--Preparativos para el bautismo.--Animación - de Leubucó.--Aspavientos de las - madres.--Sentimiento que las dominaba.--El - mal de este mundo es materia de religión.--Mi - ahijada, la hija de Mariano Rosas.--De gala, con - botas de potro de cuero de gato, y vestido de - brocado.--Invencible curiosidad.--No puedo explicar - lo que sentí.--Una cristalización en el - cerebro.--Regalos recíprocos.--Pobre humanidad 213 - - XXII. Se acerca la hora de partida.--Desaliento - de Macías.--El negro del acordeón y un envoltorio.--Era - un queso.--Calixto Oyarzábal anuncia - que hay baile.--Baile de los indios y de las - chinas.--En un detalle encuentro á los indios - menos civilizados que nosotros 223 - - XXIII. Solo en el fogón.--¿Qué habría pensado yo - si hubiera tenido menos de treinta años?--Con - las mujeres es mejor no estar uno solo.--El crimen - es hijo de las tinieblas.--El silencio es un - síntoma alarmante en la mujer.--Visitas inesperadas.--Yo - no sueño sino disparates.--Los filósofos - antiguos han escrito muchas necedades 231 - - XXIV. La loca de Séneca.--El sueño Cesáreo se - me había convertido en substancia.--Salida - inesperada de Mariano Rosas.--Un bárbaro pretende - que un hombre civilizado sea su instrumento.--Confianza - en Dios.--El hijo del comandante - Araya.--Dios es grande.--Una seña misteriosa 239 - - XXV. Astucia y resolución de Camilo Arias.--Última - tentativa para sacar á Macías.--Un indio entre - dos cristianos.--_Confitemini Domino._--Frialdad - á la salida.--La palabra amigo en Leubucó - y en otras partes.--El camino de Carrilobo.--_Horrible, - most horrible!_--Todavía el negro - del acordeón.--Felicidad pasajera de Macías 247 - - XXVI. Á orillas de un monte.--Un barómetro humano.--En - marcha con antorchas.--Ecos extraños.--Conjeturas.--Un - chañar convertido en - lámpara.--Aparición de Macías.--Inspiración - del gaucho.--Alrededores del toldo de Villarreal.--Una - cena.--Cumplo mi palabra 257 - - XXVII. Con quién vivía mi comadre Carmen.--Una - despedida igual á todas.--Yo habría hecho igual á - todas las mujeres.--Grupo asqueroso.--¡Adiós!--Una - faja pampa.--Arrepentimiento.--Trepando - un médano.--Desparramo.--Perdidos.--El - Brasil puede alguna vez salvar á los - Argentinos.--Llegamos al toldo de Ramón 267 - - XXVIII. El sueño no tiene amo.--El toldo de Ramón - nada dejaba que desear.--Una fragua primitiva.--Diálogo - entre la civilización y la barbarie.--Tengo - que humillarme.--Se presenta - Ramón.--Doña Fermina Zárate.--Una lección - de filosofía práctica.--Petrona Jofré y los cordones - de Nuestro Padre San Francisco.--Veinte - yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes - por una mujer.--Rasgo generoso de Crisóstomo.--El - hombre ni es un ángel ni una bestia 277 - - XXIX. La familia del cacique Ramón.--Spañol.--Una - invasión.--Despacho al capitán Rivadavia.--Cuestión - de amor propio.--Buen sentido de - un indio.--En Carrilobo soplaba mejor viento - que en Leubucó.--Suenan los cencerros.--Atíncar - (véase bórax).--El hombre civilizado nunca - acaba de aprender.--Me despido.--Cómo doman - los bárbaros.--¡Últimos hurrahs! 287 - - XXX. Á la vista de la Verde.--Murmuraciones.--Defecto - de lectores y de caminantes.--Dos cuentos - al caso.--Reglas para viajar en la Pampa.--La - monotonía es capaz de hacer dormir al mejor - amigo.--Dos polvos.--Suerte de Brasil.--Reproche - de los franciscanos.--¿Tendrán alma los perros?--Un - obstáculo 297 - - XXXI. Otra vez en la Verde.--Últimos ofrecimientos - de Mariano Rosas.--Más ó menos todo el mundo es como - Leubucó.--Augurios de la - Naturaleza.--Presentimientos.--Resuelvo separarme de mis - compañeros.--Impresiones.--¡Adiós!--Un - fantasma.--Laguna del Bagual.--Encuentro - nocturno.--Un cielo al revés.--_Agustinillo._--Miseria - del hombre 307 - - Epílogo 321 - - - - - UNA EXCURSIÓN - Á LOS INDIOS RANQUELES - - - - - I - - -Visita del cacique Ramón.--Un almuerzo y una conferencia en el toldo -de Mariano Rosas.--Mi futura ahijada.--Ideas de Mariano Rosas sobre el -gobierno de los indios comparado con el de los cristianos.--Reflexiones -al caso.--Explico lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.--El -pueblo comprenderá siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la -ley. - -Al día siguiente recibí la visita del cacique Ramón, que llegó con una -numerosa comitiva. - -Charlamos duro y parejo, como se dice en la tierra; bebimos sendos -tragos á la usanza araucana, y quedamos apalabrados para vernos en la -raya de las tierras de Baigorrita, el día de la junta, que no tardaría -en tener lugar. - -Bustos, el mestizo que tan buena voluntad me manifestó en Alliancó, -venía con él. - -Le di algo de lo poco que me había quedado, y al cacique le regalé mi -revólver de veinte tiros, enseñándole el modo de servirse de él, cómo -se armaba y desarmaba. No pareció muy contento del arma. Es linda, me -dijo; pero aquí no nos sirven las cosas así, porque cuando se nos -acaban las balas no tenemos de dónde sacarlas. - -Le prometí surtirlo de ellas, si teníamos la fortuna de observar fiel y -estrictamente la paz celebrada. - -Me contestó que por su parte no omitiría esfuerzo en ese sentido, -apelando al testimonio de Bustos para probarme que él era muy amigo de -los cristianos. En la Carlota tengo parientes; mi madre era de allí, me -repitió varias veces, agregando siempre: ¡cómo no he de querer á los -cristianos si tengo su sangre! - -Después que se marchó, mandé ver con el capitán Rivadavia si Mariano -Rosas estaba en disposición de que habláramos de nuestro asunto,--el -tratado de paz. - -Mi viaje tenía por objeto orillar ciertas dificultades que surgían de -la forma en que había sido aceptado. - -Me contestó que estaba á mis órdenes, que fuera á su toldo cuando -gustara. - -No le hice esperar. - -Entré en el toldo. - -El hombre almorzaba rodeado de sus hijos y mujeres. - -Se pusieron de pie todos, me saludaron atenta y respetuosamente, y -antes de que hubiera tenido tiempo de acomodarme en el asiento que -me designaron, me pusieron por delante un gran plato de madera con -mazamorra de leche muy bien hecha. - -Me preguntaron si me gustaba así ó con azúcar. - -Contesté que del último modo, y volando la trajeron en una bolsita de -tela pampa. - -No había almorzado aún. Comí, pues, el plato de mazamorra sin -ceremonias. - -Me ofrecieron más y acepté. - -Mis aires francos, mis posturas primitivas, mis bromas con los -indiecitos y las chinas le hacían el mejor efecto al cacique. - ---Usted ha de dispensar, hermano, me decía á cada momento. - -Cuando le miraba fijamente, bajaba la cara, y cuando creía que yo no le -veía, me miraba de hito en hito. - -Hablamos de una porción de cosas insignificantes, mientras duró la -mazamorra, que á eso sólo se redujo el almuerzo. - -Meses antes, por cartas me había invitado para que nos hiciéramos -compadres. - -Me presentó á mi futura ahijada. - -Era una chinita como de siete años, hija de cristiana. - -Más predominaba en ella el tipo español que el araucano. - -La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña. - -Por fin, entramos á hablar de las paces, como se dice allí. - -Mariano fué quien tomó la palabra. - ---Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y tengo lo bastante -para mi familia cuidándolo. Algunos no la han querido; pero les he -hecho entender que nos conviene. Si me he tardado tanto en aceptar -lo que usted me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades que -consultar. - -En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. - -Allí manda el que manda y todos obedecen. - -Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los -capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son -iguales. - -Como se ve, para Mariano Rosas nosotros vivimos en plena dictadura y -los indios en plena democracia. - -No creí necesario corregir sus ideas. - -Por otra parte me hubiera visto un tanto atado para demostrarle -y probarle que el Gobierno, la autoridad, el poder, la fuerza -disciplinada y organizada no son omnipotentes en nuestra turbulenta -república. - -Aquí donde todos los días declamamos sobre la necesidad de prestigiar, -robustecer y rodear al poder, siendo así que el hecho histórico -persistente, enseña á todos los que tienen ojos y quieren ver, que la -mayor parte de nuestras desgracias provienen del abuso de autoridad. - -Recién vamos adquiriendo conciencia de nuestra personalidad; recién -va encarnándose en las muchedumbres, cuya aspiración ardiente es -conquistar y afianzar la libertad racional sobre los inamovibles -quicios de la eterna justicia; recién vamos convenciéndonos de que lo -que se llama soberanía popular es el ejercicio y la práctica del santo -derecho; recién vamos entendiendo que el pueblo es todo, y que así como -nadie puede reivindicar el honroso título de caballero si deja que se -juegue con su dignidad personal, así también la entidad colectiva no -puede enorgullecerse de sus conquistas morales, de sus progresos, de su -civilización, si dócil y sumisa, irresoluta y cobarde se deja uncir al -carro del poder para arrastrarlo según su capricho. - -Por más entendido que fuera Mariano Rosas, ¿á qué había de perder -tiempo en disertaciones políticas con él? - -Como yo era en aquellos momentos un embajador (sic), y como siendo uno -embajador debe tomar las cosas á lo serio, después de algunas palabras -encomiando su conducta entré á explicar que el tratado de paz debiendo -ser sometido á la aprobación del Congreso, no podía ser puesto en -ejercicio inmediatamente. - -Me valí para que el indio comprendiera lo que es Poder Ejecutivo, -Parlamento, Presupuesto y otras hierbas, de figuras de retórica -campesinas. Y sea que estuve inspirado, cosa que no me suele -suceder,--no recuerdo haberlo estado más que una vez, cuando renuncié -á estudiar la guitarra, convencido de la depresión frenológica que -puede notarse observando en mi cráneo el órgano de los tonos,--y sea -que estuve inspirado, decía, el hecho es de que Mariano Rosas se -edificó. - -Me convencieron de ello sus bostezos. - -Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala de mis talentos -oratorios, de mis conocimientos en la ciencia del derecho -constitucional, de las seducciones que el hombre civilizado cree -siempre tener para el bárbaro. - -Me resolví, pues, á hacerle esta interpelación: - ---¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho? - ---¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el tratado por el -Presidente, que es el que manda, nos costará mucho hacerles entender á -los otros indios eso que usted me ha estado explicando. - ---Haremos--continuó,--una junta grande, y en ella entre usted y yo, -diremos lo que hay. - ---Mientras tanto, hermano, cuente conmigo para ayudarlo en todo. - ---Yo cuento con usted, porque veo que si no quisiera á los indios no -habría venido á esta tierra. - -Le contesté, como era de esperarse, asegurándole que el Presidente -de la República era un hombre muy bueno; que se había envejecido -trabajando para que se educaran todos los niños chicos de mi tierra; -que no les había de abandonar á su ignorancia; que por carácter y -por tendencias era hombre manso, que no amaba á la guerra; y que por -otra parte, la Constitución le mandaba al Congreso _conservar el -tratado pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al -catolicismo_; que el Congreso le había de dar al Presidente toda la -plata que necesitase para esas cosas, y que como eran muy amigos no se -habían de pelear si pensaban de distinto modo, porque los dos juntos -gobernaban el país. - ---Y dígame, hermano--me preguntó;--¿cómo se llama el Presidente? - ---Domingo F. Sarmiento. - ---¿Y es amigo suyo? - ---Muy amigo. - ---Y si dejan de ser amigos, ¿cómo andarán las paces con nosotros que ha -hecho usted? - ---Pero bien, no más, hermano, porque yo no puedo pelearme con el -Presidente, aunque me castigue. Yo no soy más que un triste coronel, y -mi obligación es obedecer. - -El Presidente tiene mucho poder, él manda todo el ejército. Además, -si yo me voy, vendrá otro jefe, y ese jefe tendrá que hacer lo que le -mande el general Arredondo, que es de quien dependo yo. - ---¿Arredondo es amigo del Presidente? - ---Muy amigo. - ---¿Más amigo que usted? - ---Eso no le puedo decir, hermano, porque, como usted sabe, la amistad -no se mide, se prueba. - ---Y dígame, hermano, ¿cómo se llama la Constitución? - -Aquí se me quemaron los libros. Y, sin embargo, si el Presidente podía -llamarse D. F. Sarmiento, ¿por qué para aquel bárbaro, la Constitución, -no se había de llamar de algún otro modo también? - -Me vi en figurillas. - ---La Constitución, hermano... La Constitución... se llama así no más, -pues, Constitución. - ---¿Entonces, no tiene nombre? - ---Ése es el nombre. - ---¿Entonces no tiene más que un nombre, y el Presidente tiene dos? - ---Sí. - ---¿Y es buena ó mala la Constitución? - ---Hermano, los unos dicen que sí, y los otros dicen que no. - ---¿Y usted es amigo de la Constitución? - ---Muy amigo, por supuesto. - ---¿Y Arredondo? - ---También. - ---¿Y cuál de los dos es más amigo de la Constitución? - ---Los dos somos muy amigos de ella. - ---¿Y el Congreso, cómo se llama? - ---El Congreso... el Congreso... se llama Congreso. - ---¿Entonces no tiene más que un solo nombre, lo mismo que la otra? - ---Uno sólo, sí. - ---¿Y es bueno ó es malo el Congreso? - ---(¡Hum!) - -Confieso que esta pregunta me dejó perplejo. Pero había que contestar. -Hice mis cálculos para responder en conciencia, y cuando iba á hacerlo, -dos perros que andaban por allí se echaron sobre un hueso y armaron una -singuizarra infernal, interrumpiendo el diálogo. - -Mariano se levantó para espantarlos gritando «¡fuera! ¡fuera!» - -Yo aproveché la coyuntura para retirarme. - -Entré en mi rancho, me senté en la cama, apoyé los codos en los muslos, -la cara en las manos y me quedé por largo rato sumido en profunda -meditación. - -«He perdido el tiempo, me decía, con los ecos del espíritu. No es tan -fácil explicar lo que es una Constitución, lo que es un Congreso.» - -Mariano Rosas había entendido perfectamente lo que es un presidente, -primero, porque tenía otro nombre, porque se llamaba Domingo lo mismo -que habría podido llamarse Bartolo; segundo, porque mandaba el ejército. - -Por consiguiente, resulta de mi estudio sobre las entendederas de un -indio, que el pueblo comprenderá siempre mejor lo que es la vara de la -ley, que la ley. - -Los símbolos impresionan más la imaginación de las multitudes, que las -alegorías. - -De ahí, que en todas las partes del mundo donde hay una Constitución y -un Congreso, le teman más al Presidente. - -Algunas horas después volví á verme con Mariano. - -Viéndole festivo, aproveché sus buenas disposiciones y le pedí permiso -para decir una misa, al día siguiente, manifestándole el vehemente -deseo de oirla que tenían muchos de los cristianos cautivos y -refugiados en Tierra Adentro. - -Llevéles la buena nueva á mis franciscanos, y, como verdaderos -apóstoles de Jesucristo, la recibieron con júbilo. - -Resolvimos decirla, si el tiempo estaba bueno, si no había viento ó -tierra, en campo raso, apoyando el altar sagrado en el viejo tronco de -un chañar inmenso, cuyos gajos corpulentos le servirían de bóveda. - -Mañana estaremos de misa. - - - - - II - - Camargo y José de visita en los momentos de recogerme.--Me llevaban - una música.--_Horresco referens._--Fisonomía de Camargo.--Zalamerías - de José.--Por qué lo respetan los indios á Camargo.--Vida de Camargo - contada por él mismo.--Por qué produce esta tierra tipos como el de - Camargo. - - -Arreglaba mi cama para recogerme, después de haber cenado y convenido -con los franciscanos que la misa se diría al día siguiente, de ocho á -nueve, cuando una visita inesperada se presentó en mi rancho. - -Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces de Mariano -Rosas, llamado José, nativo de Mendoza, casado entre los indios, cuyos -hábitos y costumbres ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar sea -cristiano. Es hombre que tiene algo, porque, como se dice allí, ha -_trabajado_ bien, y en quien depositan la mayor confianza, tanta cuanta -depositarían en un capitanejo. - -José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza al desierto. - -Los indios, que conocen el corazón humano lo mismo que cualquier hijo -de vecino, lo saben perfectamente bien. - -Le miran, pues, como á uno de ellos. - -Ambos venían con los instrumentos del placer en la mano,--con una -botella de aguardiente. - -Les ofrecí asiento, y haciendo grandísimos esfuerzos para disimular su -estado, lo aceptaron, invitándome á saborear con ellos el alcohólico -brevaje, usando, por supuesto, de la fórmula consagrada. - -Tuve que aceptar el _yapaí_. - -Pero como estábamos solos, entre puros nosotros como dicen los -paisanos, me creí eximido de ser tan deferente como en otras ocasiones. - -No lo llevaron á mal. - -Mis fueros de coronel, por una parte, por otra la comunidad de religión -y de origen, circunstancia que en todas las situaciones de la vida -establece fácilmente cierta cordialidad entre los hombres, ponían á mis -huéspedes en el caso de no abusar de mi hospitalidad. - -Además, ellos se consideraban honrados de ser admitidos á horas -incompetentes en mi rancho; les bastaba fraternizar conmigo y beber -solos con mi permiso. - -Me lo pidieron con toda la picardía gauchesca, diciéndome: - ---Dispénsenos, mi Coronel, si no estamos muy buenos; queremos acabar -esta botellita aquí, en su rancho; si le parece mal, si le incomodamos, -nos retiraremos. - ---Estén á gusto--les contesté,--yo no soy hombre etiquetero. - ---Ya lo sabemos--contestaron á dúo,--por eso hemos venido. - -Y esto diciendo, José, que era muy zalamero, que había sido muy -obsequiado por mí en el Río 4.º, me abrazaba, diciéndole á Camargo: - ---Éste es mi padre--y mirándome significativamente:--Ya sabe, mi -Coronel, quién es José. - -Quedo enterado, decía yo para mis adentros, sabiendo mejor que él á lo -que me debía atener. - -Declaraciones de beodos son lo mismo que promesas de mujer. - -¡Necio de aquél que se chupa el dedo! - -Necio de aquél que al entregarle su corazón, sus esperanzas y sus -ilusiones, olvida el dicho de Ninón de Lenclos: - -_Tout passe, tout casse, tout lasse._ - -Ser amable no es pecado. - -Al contrario, es un deber cuya práctica nos hace simpáticos á los ojos -del mundo. - -Yo era, pues, tan amable con mis visitas, como el tiempo y el lugar lo -permitían. - -Todos los días le doy gracias á Dios por haberme concedido bastante -flexibilidad de carácter para encontrarme á gusto, alegre y contento, -lo mismo en los suntuosos salones del rico, que en el desmantelado -rancho del pobre paisano; lo mismo cuando me siento en elásticas -poltronas, que cuando me acomodo alrededor del flamante fogón del -humilde y paciente soldado. - -Las botellas, que no tenían la magia de ser inagotables, _espichaban_ -ya: José estaba completamente en las viñas del Señor. - -Camargo, más fuerte, se mantenía en completa posesión de sus sentidos. - ---¿Sabe, mi Coronel, que le traemos una música? Con su permiso. - ---Muchas gracias, hombre, ¿para qué se han incomodado? - -Camargo se levantó, apoyándose en los horcones del rancho, se -asomó á la puerta, dijo algo, volvió á sentarse y acto continuo se -presentó--_horresco referens_,--el negro del acordeón. - ---¡Uff!--hice,--eso no, Camargo--le dije.--Denme todas las músicas que -quieran. Pero con el acordeón, no, no. Estoy harto de la facha de ese -demonio. - -Y dirigiéndome al negro, proseguí en estos términos: - ---¡Vete! ¡vete! - -El negro no me obedeció. - -Como pegado al suelo describía con su cuerpo curvas á derecha é -izquierda, adelante y atrás. - -Estaba ebrio como una cabra. - ---¡Vete! ¡vete! lejos de aquí, volví á decir. - -Y Camargo, viendo que el negro me revolvía la bilis, se levantó, y -tomándole de un brazo le enseñó el portante. - -Libre de aquella bestia, verdaderamente negra, resollé dando un -resoplido como cuando en día canicular, jadeantes de fatiga, nos -tendemos á nuestras anchas sobre cómodo sofá, habiendo escapado á las -garras de alguno de esos _soleros_ cuya vida es contar sus pleitos ó -sus cuitas con la autoridad. - -José se había quedado dormido. - -Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente cayó en una -especie de letargo. - -Examiné su fisonomía. - -Es lo que se llama un gaucho lindo. - -Tiene una larga melena negra, gruesa como cerda, unos grandes ojos, -rasgados, brillantes y vivos, como los de un caballo brioso; unas -cejas y unas pestañas largas, sedosas y pobladas; una gran nariz algo -aguileña; una boca un tanto deprimida, y el labio inferior bastante -grueso. - -Es blanco como un hombre de raza fina, tiene algunos hoyos en la cara y -poca barba. - -Es alto, delgado y musculoso. - -Su frente achatada y espaciosa, sus pómulos saltados, su barba aguda, -sus anchas espaldas, su pecho en forma de bóveda y sus manos siempre -húmedas y descarnadas, revelan la audacia, el vigor, la rigidez -susceptible de rayar en la crueldad. - -Camargo es uno de esos hombres por cuyo lado no se pasa, yendo uno -solo, sin sentir algo parecido al temor de una agresión. - -Los indios le respetan, porque ellos respetan todo lo que es fuerte y -varonil, al que desprecia la vida. - -Y Camargo se cura poco de ella. - -Pruébanlo bien las cicatrices de cuchilladas que tiene en las manos, -su existencia agitada, turbulenta, azarosa, que se consume entre el -aguardiente y las reyertas de incesantes saturnales, entre el estrépito -de los malones y de las montoneras, como que hoy está entre los indios, -mañana en los llanos de la Rioja con Elizondo y Guayama, volviendo -después de la derrota á su guarida de Tierra Adentro, sobre el lomo del -veloz é indómito potro. - -Este gaucho, seame permitido decirlo, reivindica en los casos heroicos -el honor de los cristianos. Cuando le place, lo mismo cara á cara que -por detrás, cuerpo á cuerpo, que entre varios, apostrofa á los indios -de «bárbaros». Yo le oí decir muchas veces á voz en cuello: - -«Á mí, que no me anden con vueltas éstos, porque yo los conozco bien, y -al que le acomode una puñalada se la ha de ir á curar al otro mundo.» - -Después que examiné detenidamente aquel tipo de férrea estructura, en -el que los caracteres semíticos de la persistencia estaban estampados, -le dirigí la palabra, sacándole del silencio indeliberado en que había -caído. - ---¿Cómo te hallas aquí?--le pregunté. - -Habla con mucha vivacidad, pero esta vez, contra su costumbre habitual, -en lugar de contestarme, dió un suspiro, y se envolvió en las nieblas -de sus recuerdos dolorosos. - ---Vamos, hombre--le dije,--cuéntame tu vida. - ---Señor--me contestó.--Mi vida es corta y no tiene nada de particular. -No soy mal hombre, pero he sido muy desgraciado. - -Yo soy de San Luis; de allá por Renca; mis padres han sido gente -honrada y de posibles. Me querían mucho y me dieron buena educación. - -Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiquito era medio -soberbio. Cuando me hice hombrecito, se me figuraba que nadie podía ser -más que yo. Cuando oía decir que había un gaucho guapo, lo buscaba á -ver si me decía algo. - -Me gustaba ser militar, y soñaba con ser general. No había hecho mal á -nadie, aunque tenía bastante mala cabeza. - -Siempre andaba en parrandas, jugadas y peleas; pero nadie dirá que le -pegué de atrás. - -Me enamoré de la hija del comandante N... La muchacha me quería. Yo -era joven, pues aquí donde me ve no tengo más que veinticuatro años -(parecía tener treinta y dos). - -Á más de eso como mis padres tenían alguna platita, yo andaba siempre -aviao. El comandante N... sabía mis amores con su hija, no le gustaban. -Un día me atropelló en las carreras, y vino á darme una pechada; yo le -enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con flete y todo. Era muy -fantástico y no me lo perdonó. - -Desde esa vez, decía siempre que me había de matar. Yo estaba en -guardia. Me achacaron varias cosas, nada me probaron. Hubo una bulla de -revolución. - -Me fueron á _prender_. Eran cuatro de la partida. ¡Qué me habían de -tomar! Sabía bien que me iba en la parada el número uno. Hice un -desparramo y me fuí á los montoneros. - -Le interrumpí preguntándole: - ---¿Y qué opinión tenías? - ---¿Opinión? Yo no tenía más opinión que ser hombre alegre y divertirme. -Las carreras y las mujeres eran toda mi opinión. - ---¿Y qué hiciste con la montonera? - ---Hicimos el diablo. Anduve una porción de tiempo con el Chacho, que -era un bárbaro. Después que lo mataron anduve á monte. Cuando vino don -Juan Saa, con otros nos juntamos á su gente. Nos derrotó en San Ignacio -el general Arredondo, me vine con los indios de Baigorrita para acá. - ---¿Y después de eso, qué has hecho, qué vida has llevado? - ---Me fuí para San Luis, de oculto, traje mi mujer, mis hijos y algunos -parientes, y aquí están todos. - ---¿Y has andado en las invasiones con los indios? - ---En algunas, señor. - ---¿Y es cierto que tú has tenido la culpa de que los indios matasen una -porción de cristianos? - ---Es falso. - -He estado en las casas de algunos pícaros, pero me he opuesto á que los -degüellen. ¡Ah si no hubiera sido por mí! Habría unos cuantos diantres -menos en este mundo. - -Por aquí íbamos de nuestro coloquio cuando el negro del acordeón -preludió una tocata, del lado de afuera. - -Camargo se levantó, salió, y por ciertos vocablos con que rellenaba -su intimación de que se alejara, calculé que el desgraciado Orfeo de -Leubucó no era tratado como los artistas pretenden generalmente que se -les trate, aunque sean malos. - -Música y negro se fueron á otra parte. Camargo volvió, y, sin entrar, -me dijo de la puerta del rancho: Buenas noches, mi Coronel, y dispense. - -Era hora de pensar en dormir. Mis ayudantes Lemlenyi, Rodríguez, -Ozarowski y los dos benditos franciscanos que habían asistido á la -visita y confidencias de Camargo, bostezaban á todo trapo. - -Desperté á José, llamé dos asistentes, y le hice llevar á un toldo -vecino. - -Y en tanto me aprestaba para pasar una noche toledana, porque soplaba -viento muy fresco, y la tierra entraba al toldo como en su casa, por -cuanto resquicio tenía, meditaba sobre esas existencias argentinas, -sobre esos tipos crudos medio primitivos, que tanto abundan en nuestro -país, que se sacrifican ó mueren por una opinión prestada. Porque -nos sobran instituciones y leyes y nos falta la eterna justicia, la -justicia que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el hogar del -desvalido que la mansión suntuosa del rico potentado. - -Bajo estas impresiones tuve un sueño--yo soy tan soñador,--_I had a -dream, which was not all a dream._ - -¡Soñaba!... - -¡Si en este país hay quien ahorque á un hombre que tiene diez millones -de pesos! - - - - - III - - Noche de hielo.--Donde es realmente triste la vida.--Preparativos - para la misma.--Resuena por primera vez en el desierto el _Confiteor - Deo Omnipotenti_.--Recuerdo de mi madre.--Trabajos de Mariano Rosas, - preparando los ánimos para la junta.--Como y duermo.--Conferencia - diplomática.--El archivo de Mariano Rosas.--En Leubucó reciben la - «Tribuna».--Imperturbabilidad de Mariano Rosas.--Mi comadre Carmen en - el fogón. - - -La noche fué de hielo, larga y fastidiosa. - -La arena entraba en el rancho por todas partes, como zarandeada. - -Cuando la luz del día alumbró el cuadro que formaban mis oficiales y -los frailes, acostados en el suelo, y yo, sobre mi tantas veces mentada -cama, miré por una abertura que á guisa de respiradero había formado -con las cobijas. - -Mis compañeros habían desaparecido, cubiertos por una capa amarillenta, -que presentaba el aspecto sinuoso de un medanito, cuya superficie se -movía apenas al compás del resuello de los que yacían bajo su leve -peso, durmiendo tranquilos el sueño de la vida. - -¡Qué pensamiento tirano podía preocuparlos en aquellas alturas! - -La existencia no es realmente triste, agitada y difícil sino en los -grandes centros de población; allí donde todas las necesidades que -excitan las pasiones nos condenan sin apelación á la dura ley del -trabajo, verdadera rueda de Ixión, que, mal de nuestro grado, tenemos -que mover, hasta que llegando al instante supremo tantas veces ansiado -como temido, les damos un eterno adiós á las eternas vanidades, que -eternamente nos corroen, nos subyugan y nos dominan, gastando los -resortes de acero de las almas mejor templadas. - -Sacudimos la pereza, la enervante y dulce pereza, de la que lo mismo -se goza cuando los miembros están fatigados, reclinándose en el frío -y duro umbral de una puerta de calle, que en elástica y confortable -otomana cubierta de terciopelo. - -Una vez en pie, nos pusimos en movimiento. - -Los franciscanos sacaron afuera el baúl que contenía los ornamentos -sagrados, preparándolos en seguida para la ceremonia de la misa. - -Yo, después de bañarme en el jagüel, y de un ligero desayuno de mate -con yerba y café, fuí á examinar el sitio donde debía hacerse el altar, -si el viento calmaba. - -El cielo estaba límpido, el sol brillaba espléndido. - -Las horas se deslizaron sin sentir, arreglando lo que se necesitaba. - -Se avisó á los cristianos circunvecinos, y viendo que no era posible -celebrar los oficios divinos en campo raso, como yo lo deseaba, se -buscó un rancho. - -Todos estábamos muy contrariados. - -El mismo sentimiento nos dominaba. - -Como verdaderos creyentes, reconocíamos que á la inmensa majestad -de Dios le cuadraba adorarla bajo las vastas cúpulas azuladas del -firmamento, ó bajo las bóvedas macizas de las soberbias basílicas, -cuyas torres audaces empinándose á grandes alturas parecen querer -tocar las nubes, y hacer llegar al cielo los cánticos sagrados. - -Allí donde el hombre eleva su espíritu al Ser Supremo, debe procurarse -que la grandeza del espectáculo le inspire recogimiento. - -La mística plegaria es más ferviente cuando la imaginación sufre las -influencias poéticas del mundo exterior. - -El viento no cesaba. - -Tuvimos que resignarnos á recurrir al rancho de un sargento de la gente -de Ayala. - -Le asearon lo mejor posible, y en un momento los franciscanos -improvisaron el altar. - -Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres, y ocupando sus puestos. - -Los pobres se habían vestido con la mejor ropita que tenían. Hincados, -sentados ó de pie, esperaban con respetuoso silencio la aparición de -los sacerdotes. - -Miré el reloj, marcaba las nueve.--Es la hora, Padres, les dije, y me -dirigí con ellos, acompañado de mis oficiales, á la capilla. - -No podía ser más modesta. - -Me consolé, recordando que aquél cuyo sacrificio íbamos á honrar había -nacido en un establo, durmiendo en pajas. - -Con ponchos y mantas los franciscanos habían tapizado el suelo y las -paredes del rancho. - -El viento no incomodaba, las velas ardían iluminando un crucifijo de -madera, en el que se destacaba, salpicada de sangre, la demacrada y -tétrica faz de Cristo; el altar brillaba cubierto de encajes y de -brocado pintado de doradas flores, resaltando en él la reluciente -custodia y las vinajeras plateadas. - -Todo estaba muy bonito, incitaba á rezar. - -El padre Marcos debía oficiar, ayudándole el padre Moisés y yo, aunque -de mi latín de sacristía no me habían quedado sino recuerdos confusos y -vagos. - -Pero mi deber era dar el ejemplo en todo. - -Lo revestimos al padre Marcos, y los oficios empezaron. - -Grupos de indios curiosos nos acechaban. - -Reinaba un profundo silencio. - -La metálica campanilla vibró, invitando á hacer acto de contricción por -la sangre del Redentor. - -Era la primera vez que en aquellas soledades, que entre aquellos -bárbaros, resonaban los ecos del humilde _Confiteor Deo Omnipotenti_. - -Los cristianos oraban con intensa devoción. - -Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitía darle el flanco al -altar. - -Entre ellos había varios indios. - -En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento ó de dolor; en -otras vagaba por su fisonomía algo parecido á un destello de esperanza. - -Todos parecían estar íntimamente satisfechos de haberse reconciliado -con Dios, elevando su espíritu á él en presencia de la cruz y del altar. - -Mientras duraron los oficios sagrados, yo pensé constantemente en mi -madre. - -Recordaba los martirios infantiles por que me había hecho pasar, -llevándome todos los domingos á la iglesia de San Juan, para que -ayudara á misa bajo su vigilante mirada: - ---¡Pobre mi madre!--me decía,--¡qué lejos estás! - -Rogaba á Dios por ella y por todos los que amaba; y le daba gracias por -esos martirios, porque debido á ellos me era permitido experimentar el -placer de prestigiar á la religión entre los infieles, tomando parte -en la celebración de la augusta ceremonia que allí nos congregaba. - -Después que se acabó todo, que los padres repartieron sus bendiciones, -se deshizo el altar, se arrancaron los ponchos y mantas, y la capilla -volvió á quedar convertida en lo que era, en un miserable rancho. - -Se guardaron los ornamentos, se puso el baúl en mi rancho, y en seguida -nos fuimos con los franciscanos á darle las gracias á Mariano Rosas. - -Estaba lleno de visitas y almorzaban. Cada cual tenía delante de sí un -plato de abundante puchero con choclos y zapallo. - -El cacique nos recibió como siempre, cortésmente, se puso de pie, -nos dió la mano, hizo que nos sentáramos y nos presentó á todos los -circunstantes. - -Estaba ocupado en algo muy grave. - -Preparaba los ánimos para la gran junta que debía tener lugar, para -que se vea que entre los indios, lo mismo que entre los cristianos, el -éxito de los negocios de Estado es siempre dudoso, si no se recurre á -la tarea de la persuasión previa. - -Los franciscanos se retiraron y me dejaron solo. - -Mariano Rosas hablaba unas veces en general, otras en particular; su -palabra es fácil, calculada é insinuante; generalmente sus discursos -eran templados, pero á veces se exaltaba levantando la voz, fijando su -mirada en el indio á quien le contestaba, y accionando con los brazos, -contra costumbre. - -Me trajeron de comer y comí. - -La conferencia iba larga. - -Me retiré, pues, conviniendo en que más tarde fijaríamos el día de la -junta. - -Yo quería saberlo con alguna anticipación, porque me proponía pasar -hasta las tierras de Baigorrita. - -Dormí una buena siesta. - -El capitán Rivadavia me hizo interrumpirla. - -Mariano Rosas se había quedado solo, estaba en la enramada y me -invitaba á pasar á ella. - -Acudí á su llamado. - -Entrábamos en materia cuando el negro del acordeón haciendo cabriolas y -dándole duro á su instrumento, salió del toldo. - -Aquel diablo me hacía el efecto de un _gettatore_. - -Pero allí no había más remedio que aguantarle. - -Ya he dicho que el dueño de casa gozaba inmensamente con él. - -Mientras el negro estuvo ahí, fué excusado hablar de cosas serias. - -El Cacique no estaba sino para bromas. - -Me hizo una larga serie de preguntas, referentes todas á Buenos Aires y -á la familia de Rosas. Sus recuerdos eran indelebles. - -Me parecía que su objeto se reducía á cerciorarse de si efectivamente -yo era sobrino del Dictador, cuyo retrato me pidió diciéndome que era -el único que no tenía en su colección. - -Y efectivamente así era. - -Díjole al negro que trajera los retratos. - -Entró éste al toldo y volvió con una cajita de cartón muy sucia, en la -que había una porción de fotografías, la de Urquiza, la de Mitre, la -de Juan Saa, la del general Pedernera, la de Juan Pablo López, la de -Varela, el caudillo catamarqueño, y otras. - -Devolvióle al negro la cajita para que la pusiera _en su lugar_. - -El favorito la llevó, y felizmente se quedó en el toldo. - -Entramos en materia. - -Todo estaba arreglado con los notables del desierto. - -La junta se haría á los cuatro días porque había que hacer citaciones. - -No habría novedad. - -Yo expondría en ella los objetos de mi viaje, y Mariano me apoyaría en -todo. - -Sólo había un punto dudoso. - -¿Por qué insistía yo tanto en comprar la _posesión_ de la tierra? - -Mariano me dijo: - ---Ya sabe, hermano, que los indios son muy desconfiados. - ---Ya lo sé; pero del actual Presidente de la República, con cuya -autorización he hecho estas paces, no deben ustedes desconfiar, le -contesté. - ---¿Usted me asegura que es buen hombre?--me preguntó. - ---Sí, hermano, se lo aseguro--repuse. - ---¿Y para qué quieren tanta tierra cuando al Sur del Río 5.º, entre -Langheló y Melincué, entre Aucaló y el Chañar, hay tantos campos -despoblados? - -Le expliqué que para la seguridad de la frontera y para el buen -resultado del tratado de paz, era conveniente que á retaguardia de la -línea hubiera por lo menos quince leguas de desierto, y á vanguardia -otras tantas en las que los indios renunciasen á establecerse y á hacer -boleadas cuando les diera la gana sin pasaporte. - -Me arguyó que la tierra era de ellos. - -Le expliqué que la tierra no era sino de los que la hacían productiva; -que el gobierno les compraba, no el derecho á ella, sino la posesión -reconociendo que en alguna parte habían de vivir. - -Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros tiempos los indios -habían vivido entre el Río 4.º y el Río 5.º, y que todos esos campos -eran de ellos. - -Le expliqué que el hecho de vivir ó haber vivido en un lugar no -constituía dominio sobre él. - -Me arguyó que si yo fuera á establecerme entre los indios, el pedazo de -tierra que ocupara sería mío. - -Le contesté que si podía venderlo á quien me diera la gana. - -No le gustó la pregunta, porque era embarazosa la contestación, y -disimulando mal su contrariedad, me dijo: - ---¿Mire, hermano, por qué no me habla la verdad? - ---Le he dicho á usted la verdad--le contesté. - ---Ahora va á ver, hermano. - -Y esto diciendo, se levantó, entró en el toldo y volvió trayendo un -cajón de pino, con tapa corrediza. - -Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas de zaraza con jareta. - -Era su archivo. - -Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, periódicos. - -Él conocía cada papel perfectamente. - -Podía apuntar con el dedo al párrafo que quería referirse. - -Revolvió su archivo, tomó una bolsita, descorrió la jareta y sacó -de ella un impreso muy doblado y arrugado, revelando que había sido -manoseado muchas veces. - -Era «La Tribuna» de Buenos Aires. - -En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril -interoceánico. - -Me lo indicó, diciéndome: - ---Lea, hermano. - -Conocía el artículo y le dije: - ---Ya sé, hermano, de lo que trata. - ---¿Y entonces por qué no es franco? - ---¿Cómo franco? - ---Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar las tierras para que -pase por el Cuero un ferrocarril. - -Aquí me vi sumamente embarazado. - -Hubiera previsto todo, menos argumento como el que se me acababa de -hacer. - ---Hermano--le dije,--eso no se ha de hacer nunca, y si se hace, ¿qué -daño le resultará á los indios de eso? - ---¿Qué daño, hermano? - ---Sí, ¿qué daño? - ---Que después que hagan el ferrocarril, dirán los cristianos que -necesitan más campos al Sud, y querrán echarnos de aquí, y tendremos -que irnos al Sud de Río Negro, á tierras ajenas, porque entre esos -campos y el Río Colorado ó el Río Negro no hay buenos lugares para -vivir. - -Doblando el diario y dándoselo, le contesté: - ---Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan honradamente la -paz. - ---No, hermano, si los cristianos dicen que es mejor acabar con nosotros. - ---Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes merecen nuestra -protección, que no hay inconveniente en que sigan viviendo donde viven, -si cumplen sus compromisos. - -El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así! y me dijo: Hermano, -en usted yo tengo confianza, ya se lo he dicho, arregle las cosas como -quiera. - -No le contesté, le eché una mirada escrutadora, y nada descubrí, su -fisonomía tenía la expresión habitual. Mariano Rosas, como todos los -hombres acostumbrados al mando, tiene un gran dominio sobre sí mismo. - -Es excusado querer leer en su cara la sinceridad ó la falsía de -sus palabras, dice lo que quiere; lo que siente, lo reserva en los -repliegues de su corazón. - -Se puso á acomodar su archivo, y lo que estuvo en orden, cerró el -cajón, y llamó diciendo: ¡negro, negro! - -Me estremecí. - -Tomé un pretexto para no verle la cara, y me despedí. - -La hora de comer se acercaba. En el fogón había gordos asados -extendidos ya sobre brasas. Despedían un tufo incitante y no era cosa -de dejar que se chamuscaran. - ---Á comer, caballeros--grité. - -Se hizo la rueda y empezó la comilona. - -Mi comadre Carmen andaba por allí. Le ofrecí asiento, sentóse, y nos -entretuvo un largo rato contándonos su vida y enterándonos de algunas -particularidades de los usos y costumbres ranquelinas. - -Á Mariano Rosas le llegaron vespertinas visitas, que pasaron la noche -con él, entregadas á los placeres de la charla y del vino. - - - - - IV - - Creencias de los indios.--Son uniteístas y - antropomorfistas.--_Gualicho._--Respeto por los muertos.--Plata - enterrada.--¿Será cierto que la civilización corrompe?--Crueldad de - Bargas, bandido cordobés.--Triste condición de los cautivos entre los - indios.--Heroicidad de algunas mujeres.--Unas con otras.--Modos de - vender.--Eufonía de la lengua araucana.--¿La carne de yegua puede ser - un antídoto para la tisis? - - -Mi comadre Carmen vivía en Carrilobo, cerca del toldo de Villarreal, el -casado con su hermana, y había venido á visitarme trayéndome mi ahijada. - -Escuchándola pasamos un rato muy entretenido. Habla con facilidad el -castellano y posee bastante caudal de expresiones para manifestar sus -sentimientos é ideas y hacerse entender. - -Sobre las creencias de los indios me dió las siguientes nociones: - -No se congregan jamás para adorar á Dios, le adoran á solas, -ocultándose en los bosques. - -No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la universalidad de -los seres vivientes. - -Por manera que no son idólatras, ni panteístas. - -Son uniteístas y antropomorfistas. - -Dios--_Cuchauentrú_, el hombre grande, ó _chachao_, el Padre de -todos,--tiene la forma humana y está en todas partes; es invisible é -indivisible; es inmensamente bueno y hay que quererle. - -Á quien hay que temerle es al diablo,--_Gualicho_. - -Este caballero, á quien nosotros pintamos con cola y cuernos, desnudo -y echando fuego por la boca, no tiene para ellos forma alguna. -_Gualicho_, es indivisible é invisible y está en todas partes, lo mismo -que _Cuchauentrú_. Otro, mientras el uno no piensa en hacerle mal á -nadie, el otro anda siempre pensando en el mal del prójimo. - -_Gualicho_ ocasiona los malones desgraciados, las invasiones de -cristianos, las enfermedades y la muerte, todas las pestes y -calamidades que afligen á la humanidad. - -_Gualicho_ está en la laguna cuyas aguas son malsanas, en la fruta y -en la yerba venenosa; en la punta de la lanza que mata; en el cañón de -la pistola que intimida; en las tinieblas de la noche pavorosa; en el -reloj que indica las horas; en la aguja de marear que marca el Norte; -en una palabra; en todo lo que es incomprensible y misterioso. - -Con _Gualicho_ hay que andar bien; _Gualicho_ se mete en todo, en el -vientre y da dolores de barriga; en la cabeza y la hace doler; en las -piernas y produce la parálisis; en los ojos y deja ciego; en los oídos -y deja sordo; en la lengua y hace enmudecer. - -_Gualicho_, es en extremo ambicioso. Conviene hacerle el gusto en todo. -Es menester sacrificar de tiempo en tiempo yeguas, caballos, vacas, -cabras y ovejas; por lo menos una vez cada año, una vez cada doce -lunas, que es como los indios computan el tiempo. - -_Gualicho_ es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas: -se les introduce quién sabe por dónde y en dónde y las maleficia. - -¡Ay de aquélla que está _engualichada_! - -La matan. - -Es la manera de conjurar el espíritu maligno. - -Las pobres viejas sufren extraordinariamente por esta causa. - -Cuando no están sentenciadas, andan por sentenciarlas. - -Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se enferme un -indio, ó se muera un caballo; la vieja tiene la culpa, le ha hecho -daño. _Gualicho_ no se irá de la casa hasta que la infeliz no muera. - -Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio -que tiene dominio sobre la vieja la inmola á la sordina. - -En cuanto á los muertos, tienen por ellos el más profundo respeto. Una -sepultura es lo más sagrado. No hay herejía comparable al hecho de -desenterrar un cadáver. - -Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos, creen en la -metempsícosis, que el alma abandona la carne después de la muerte, -transmigrando en un tiempo más ó menos largo á otros países y dándole -vida á otros cuerpos racionales ó irracionales. - -Los ricos resucitan generalmente al Sur del Río Negro, y de allí han de -volver, aunque no hay memoria de que hasta ahora haya vuelto ninguno. - -Por esta razón los entierran junto con el mejor caballo y las prendas -de plata más valiosas que tuvieron; y alrededor de la sepultura les -sacrifican caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas, según la riqueza -que dejan, ó la que poseen sus deudos ó amigos. - -El caballo y las prendas enterradas son para que tengan en qué andar en -la tierra ésa, donde deben resucitar; los demás animales son para que -tengan qué comer durante el viaje de ida y vuelta. - -Las mujeres también resucitan, no se crea que no. - -Pretenden algunos que han vivido mucho tiempo entre los indios, que -á consecuencia de estas costumbres debe haber mucha plata labrada -enterrada en el Desierto. Por mi parte, creo que los cristianos, que -ni le tienen tanto miedo á _Gualicho_, ni son pitagóricos, se han -encargado de desenterrarla. - -Lo cierto es, que según las noticias que mi comadre me daba, las honras -fúnebres no se hacen con tanta pompa como antes. - -Queriendo explicar el por qué del hecho, decía: «Yo no sé si será -porque los cristianos han solido registrar las sepulturas ó porque -ahora la plata vale más». - -Yo me inclino á creer que las dos causas combinadas van haciendo que -los entierros sean menos lujosos. - -En efecto, los indios tienen ahora muchas necesidades, les gusta mucho -beber, tomar mate dulce, fumar, vestirse con ropa fina; y fácilmente -se comprende que muriendo un deudo querido honren su memoria con -sacrificios de caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas y que la plata -se la guarden. - -Mi comadre aseguró que, mientras no hubo cristianos entre los indios, -no hubo ejemplo de que se violaran las tumbas sagradas. - -¿Será cierto que la civilización es corruptora? - -Á pesar de lo dicho los indios no son sanguinarios ni feroces; prueba -de ello es que jamás sacrifican á los manes de sus muertos víctimas -humanas. - -Matan á las viejas, es cierto; pero lo hacen porque las creen poseídas -de Satanás. Y al fin del cuento, no es tanto lo que se pierde, dirán -algunos. - -Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora que consignar: que -ciertos cristianos refugiados entre los indios son peores que ellos. - -Conozco uno que queriendo sobresalir por su ferocidad, tuvo la -barbarie de hacer un sacrificio humano en holocausto á un miembro de su -familia. - -Referiré el hecho. - -Bargas, es un bandido cordobés, vive en Tierra Adentro, no sé por qué -crímenes, está casado con varias mujeres y su vida es la de un indio, -por no decir peor. - -Murió uno de sus hijos. Pues bien, este malvado, fingiendo que -participaba de la preocupación vulgar, de la creencia que hace enterrar -al muerto con su caballo de predilección, para que en la tierra donde -resucite tenga en qué andar, le inmoló á su hijo un cautivito de ocho -años, enterrándole vivo con él, para que tuviese quien le sirviera de -peón. - -Por lo que dejo relatado, se ve que los cautivos son considerados entre -los indios como cosas. - -Calcúlese cuál será su condición. - -La más triste y desgraciada. - -Lo mismo es el adulto que el adolescente, el niño que la niña, el -blanco que el negro; todos son iguales los primeros tiempos, hasta que -inspirando confianza plena se hacen querer. - -Con rarísimas excepciones, los primeros tiempos que pasan entre los -bárbaros son una verdadera _via crucis_ de mortificaciones y dolores. - -Deben lavar, cocinar, cortar leña en el bosque con las manos, hacer -corrales, domar los potros, cuidar los ganados y servir de instrumento -para los placeres brutales de la concupiscencia. - -¡Ay de los que se resisten! - -Los matan á azotes ó á balazos. - -La humildad y la resignación es el único recurso que les queda. - -Y, sin embargo, yo he conocido mujeres heroicas, que se negaron á -dejarse envilecer, cuyo cuerpo prefirió el martirio á entregarse de -buena voluntad. - -Á una de ellas la habían cubierto de cicatrices; pero no había cedido á -los furores eróticos de su señor. - -Esta pobre me decía, contándome su vida con un candor angelical: «Había -jurado no entregarme sino á un indio que me gustara, y no encontraba -ninguno». - -Era de San Luis, tengo su nombre apuntado en el Río 4.º. No lo recuerdo -ahora. La pobre no está ya entre los indios. Tuve la fortuna de -rescatarla y la mandé á su tierra. - -En aquellos mundos de barbarie pasan dramas terribles. - -Cuantas más cautivas hay en un toldo, más frecuentes son las escenas -que despiertan y desencadenan las pasiones, que empequeñecen y degradan -á la humanidad. - -Las cautivas nuevas, viejas ó jóvenes, feas ó bonitas tienen que -sufrir, no sólo las asechanzas de los indios, sino, lo que es peor aún, -el odio y las intrigas de las cautivas que les han precedido, el odio y -las intrigas de las mujeres del dueño de casa, el odio y las intrigas -de las chinas sirvientas y agregadas. - -Los celos y la envidia, todo cuanto hiela y enardece el corazón á la -vez se conjura contra las desgraciadas. - -Mientras dura el temor de que la recién llegada conquiste el amor ó el -favor del indio, la persecución no cesa. - -Las mujeres son siempre implacables con las mujeres. - -Frecuentemente sucede que los indios, condoliéndose de las cautivas -nuevas, las protegen contra las antiguas y las chinas. Pero esto no se -hace sin empeorar su situación, á no ser que las tomen por concubinas. - -Una cautiva á quien yo le averiguaba su vida, preguntándole cómo le -iba, me contestó: - ---«Antes, cuando el indio me quería, me iba muy mal, porque las demás -mujeres y las chinas me mortificaban mucho, en el monte me agarraban -entre todas y me pegaban. Ahora que ya el indio no me quiere, me va muy -bien, todas son muy amigas mías». - -Estas palabras sencillas resumen toda la existencia de una cautiva. - -Agregaré que cuando el indio se cansa, ó tiene necesidad, ó se le -antoja, la vende ó la regala á quien quiere. - -Sucediendo esto, la cautiva entra en un nuevo período de sufrimientos, -hasta que el tiempo ó la muerte ponen término á sus males. - -Poco antes de salir de Leubucó, conocí por casualidad un cristiano que -hacía diligencias por comprarle á un indio una cautiva, nada más que -por hacerle á ésta un servicio, por humanidad. - -La desdichada decía: «El indio es muy bueno y me venderá si no me han -de llevar á _otra parte_. Pero las chinas son _malazas_. - -Á propósito de llevar á otra parte, esto requiere una explicación. - -Hay dos modos de vender: el uno consiste en cambiar simplemente de -dueño, el otro en la redención. El último es el más caro. - -Ya comprenderás, Santiago amigo, que todo lo que dejo dicho en esta -carta no me lo contó mi comadre Carmen. Una parte se lo debo á ella, el -resto á otros y á mis propias observaciones. - -Lo que sigue, sí, se lo debo á ella exclusivamente. - -La noche estaba templada y clara, incitaba á conversar y se podía leer -sin más luz que la de las estrellas. - -Aprovechándola tomé una lección de lengua araucana. - -Entonces vine á saber lo que querían decir ciertas palabras, cuyo -significado buscaba hacía tiempo, como indios _picunches_, _puelches_ y -_pehuenches_. - -_Ché_ es un vocablo que significa, según el lugar que tiene en la -dicción, _yo_, _hombre_ ó _habitante_. - -Los cuatro vientos cardinales se denominan: Norte, _puel_; Sur, -_cuerró_; Este, _picú_; Oeste, _muluto_. - -Así, pues, _Picunche_[1] quiere decir habitante del Este, que es como -se denominan los indios que viven en cierta parte de la cordillera; -_Puelche_, habitante del Norte; _Pehuenche_, siguiendo la misma regla, -significa habitante de los pinos, que es como se denominan los indios -que viven entre los pinares que crecen colosales en los valles de la -falda occidental de la Cordillera de los Andes. - -Para dar una idea de la eufonía de esta lengua, que se asimila, -alterándolas ligeramente, todas las palabras de otras, verbigracia, -llamándole _waca_ á la vaca, y _cauallo_ al caballo, enumeraré algunas -palabras que me enseñó mi comadre, y que copio de mi vademécum.[2] - -Yo--_enchê_, tú ó vos--_eimí_, nosotros--_inchin_, vieja--_cucé_, -joven--_elchá_, linda--_comê_, fea--_uedá_, madre--_nuqué_, hijo -de padre--_bôtom_, hijo de madre--_píñem_, grande--_uchaima_, -chico--_pichicai_, mucho--_entren_, poco--_pichin_, blanco--_lieu_, -negro--_currü_, cielo--_neno_, sol--_anti_, luna--_quién_, -tierra--_truquen_, mujer--_curré_, hombre--_uentru_, sí--_maí_, -así es--_pipi_, (modismo muy usual), no--_müe_, agua--_có_, -fuego--_quítral_, viento--_cürrüf_, frío--_utré_, calor del -sol--_comote anti_, calor sin sol--_comotearreün_, pronto--_matu_, -despacio--_ñochi_, sueño--_umau_, amigo--_weni_, hermano--_peñi_, -pasto--_cachu_, ceniza--_entruequen_, sal--_chadileubú_ (de -aquí, Río Salado se dice _chadileubú_), monte--_mamil_, -árbol--_quiñemamil_ (_quiñe_ quiere decir _uno_), cara--_angé_, -ojos--_ñé_, boca--_ün_, orejas--_pilun_, nariz--_iu_, mano--_cui_, -brazo--_lipan_, barba--_payun_, pecho--_rucú_, piernas--_chaan_, -pies--_mamon_, dedo--_changil_, frente--_tol_, pelo--_loncó_, (de aquí -_loncotear_--tirarse del pelo), pescuezo--_pel_, cortar--_catril_, -bailar--_pürrum_, morir--_lai_, se murió--_lai-pi_, risa--_aien_, -rabia--_yarquen_. - -Poco más sé de la lengua araucana, no porque no haya tenido tiempo de -profundizar mis estudios, sino por las dificultades con que tropezaba á -cada paso, cuando hacía una pregunta para aclarar alguna duda. - -No pude saber nada respecto á la conjugación de los verbos. - -Lo mismo digo de los géneros. - -Por ejemplo, vieja es _cucé_, viejo--_butá_, y, sin embargo, en ciertos -adjetivos, como _overo_, la terminación es la que indica el género. - -La lengua es muy elíptica. Así, por ejemplo, yegua overa manca, se -dice: _overa manca_, simplemente, y caballo overo manco--_overo manco_. -En los dos casos se suprime el sustantivo, porque los adjetivos, _overa -manca_ ú _overo manco_ no pueden calificar sino un caballo ó una yegua, -y deben sobreentenderse. - -Para que comprendas las dificultades con que tenía que luchar para -salvar ciertas dudas, bastará repetir lo que decía mi comadre cuando la -apuraban demasiado: «Yo no sé bien la lengua, se necesita vivir mucho -para aprenderla; aquí no cualquiera la sabe». - -Terminada la lección de araucano, le pedí á mi maestra--que aunque -tenía hijos no era casada ni viuda,--me contara su vida; y como la cosa -más sencilla del mundo nos refirió sus aventuras con cierto mancebo -padre de mi ahijada. - -Es una página verde que en cualquier parte pasaría por una seducción. -Entre los indios es un accidente de la vida que no significa nada. - -La especie humana está sujeta á la ley de la reproducción. Nada de -extraño tiene que siendo la mujer libre se entregue á quien le place, y -que de la noche á la mañana resulte con hijos. - -No es más que una dificultad para casarse; porque generalmente nadie -quiere cargar con hijos ajenos, aun cuando provengan de matrimonio -legítimo. - -Para concluir ésta, y á propósito de mujeres que resultan con hijos de -la noche á la mañana, ¡qué curiosa es la farmacopea de los indios! - -Toda ella se reduce á hierbas astringentes y purgantes, y agua fría. - -Lo último es un remedio por excelencia. - -¿Pare una china? Pues en el acto, ella y el fruto de sus entrañas se -meten en una laguna, sea invierno ó verano. - -Una palabra más, antes de que me retire del fogón, en que estoy, y me -meta en la cama. - -Es una observación ajena que puede interesarle al mundo médico. - -Mi condiscípulo el Dr. D. Jorge Macías, que ha pasado dos años entre -los Ranqueles, y que entre ellos estaría á no ser por mí, pretende que -allí no hay _tísicos_, y lo atribuye al alimento de la carne de _yegua_. - -Si la observación fuese exacta y la causa la consignada, de hoy en -adelante podríamos exclamar: no más tísicos. - -No me atrevo á decir si la cosa merece la pena de ser averiguada, -aunque recuerdo que no hace mucho tiempo más de un galeno se reía -cuando las curanderas recetaban _buche de avestruz_. - - - NOTAS: - -[1] La _n_ se agrega, porque es más agradable al oído decir _picunche_ -que _picuche_. - -[2] Las palabras que tienen acento circunflejo son _nasales_ y las que -tienen diéresis _guturales_. - - - - - V - - Preparativos para la marcha á las tierras de Baigorrita.--Camargo - debía acompañarme.--Motivos de mi excursión á - Quenque.--Coliqueo.--Recuerdo odioso de él.--Unos y otros se han - valido de los indios en las guerras civiles.--En lo que consistía mi - diplomacia.--En viaje rumbo al sud.--Confidencia de un espía.--El - espionaje en Leubucó.--Poitaua.--El algarrobo.--Pasión de los - indios por el tabaco.--Cómo hacen sus pipas.--Pitralauquen.--Baño y - comida.--Mi lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral. - - -Al día siguiente, me levanté con el sol, y me ocupé en los preparativos -de la marcha para las tierras de Baigorrita. - -Le anticipé un chasque, de acuerdo con Mariano Rosas, y á las dos de la -tarde mandé arrimar las tropillas. - -Se ensilló en un momento. Hacía días que no andábamos á caballo y todos -estaban con ganas de sacudir la pereza. - -Camargo debía acompañarme. Su misión consistía en observarme de cerca, -á ver qué conversaba con Baigorrita. Mi hermano Mariano, á pesar de sus -protestas de adhesión y simpatía, abrigaba desconfianzas. Mi viaje lo -preocupaba. No comprendía que debiendo verlo á Baigorrita en la junta -que se celebraría á los cuatro días, me incomodase en ir hasta sus -tolderías. - -La idea de una intriga para hacerlo reñir con su aliado trabajaba su -imaginación. - -Por eso iba Camargo conmigo, con la orden terminante de asistir á todos -mis parlamentos y entrevistas y el encargo de no separarse un momento -de mi lado por nada ni para nada. - -Debía ser mi sombra. - -Mi excursión á Quenque, tenía sin embargo, la explicación más -plausible. Baigorrita me había convidado hacía algunos meses para que -nos hiciéramos compadres. Iba, pues, con los franciscanos á bautizar -mi futuro ahijado, y, al mismo tiempo, á conocer más el desierto, -penetrando hasta donde es muy raro hallar quien haya llegado en las -condiciones mías, es decir, en cumplimiento de un deber militar. - -Verdad es que las desconfianzas de Mariano tenían también su razón de -ser. No una vez, sino varias, diferentes administraciones, por medio de -sus agentes fronterizos, han intentado sembrar la discordia entre él y -Baigorrita, entre estos dos y el cacique Ramón. - -El ejemplo y el recuerdo de lo que sucedió con la tribu de Coliqueo no -se borra de la memoria de los indios. - -La tribu de éste formaba parte de la Confederación de que antes he -hablado; cuando los sucesos de Cepeda, combatió contra las armas de -Buenos Aires, y cuando Pavón hizo al revés, combatió contra las armas -de Urquiza. - -Coliqueo es para ellos el tipo más acabado de la perfidia y de la mala -fe. Mariano Rosas me decía en una de nuestras conversaciones: «Dios no -lo ha de ayudar nunca, porque traicionó á sus hermanos.» - -Efectivamente, Coliqueo no solamente se alzó con su tribu, sino -que peleó é hizo correr sangre, para venirse á Junín junto con el -regimiento 7.º de caballería de línea, que guarnecía la frontera de -Córdoba; se pasó al ejército del general Mitre, que se organizaba en -Rojas, meses antes de la batalla de Pavón. - -Con estos antecedentes y tantos otros que podría citar, para que se vea -que nuestra civilización no tiene el derecho de ser tan rígida y severa -con los salvajes, puesto que no una vez sino varias, hoy los unos, -mañana los otros, todos alternativamente hemos armado su brazo para -que nos ayudaran á exterminarnos en reyertas fratricidas, como sucedió -en Monte Caseros, Cepeda y Pavón; con estos antecedentes, decía, se -comprenden y explican fácilmente las precauciones y temores de Mariano -Rosas. - -Así fué que al notificarme que Camargo me acompañaría, me felicité de -ello y le di las gracias. - -Me había propuesto hacer consistir mi diplomacia en ser franco y -veraz. Me parecía un deber de conciencia y una regla imprescindible de -conducta, en mi calidad de cristiano, nombre que debía procurar á toda -costa dejar bien puesto. De consiguiente, nada tenía que temer de la -fiscalización de mi astuto agregado. - -Eran las dos y media de la tarde cuando nos movimos de Leubucó, alegres -y contentos, felices y esperanzados, lo mismo que al salir del Fuerte -Sarmiento. - -¡Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por la Pampa, que yo -no he cruzado nunca sus vastas llanuras, sin sentir palpitar mi corazón -gozoso! - -Mentiría si dijese que al oir retemblar la tierra bajo los cascos de -mi caballo, he echado alguna vez de menos el ruido tumultuoso de las -ciudades, donde la existencia se consume en medio de tan variados -placeres. - -Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, -su sublime y poética soledad á estas calles encajonadas, á este -hormiguero de gente atareada, á estos horizontes circunscriptos que -no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar -la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando -serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno. - -Hacía un día hermoso. - -Íbamos despacio. Las cabalgaduras habían sufrido bastante, extrañando -la temperatura, el pasto y el agua; debía pensar no tanto en la vuelta -á Leubucó, como en la vuelta á mi frontera. - -Por otra parte, llevaba una mula aparejada, con lo poco que me había -quedado para Baigorrita, y la jornada sería corta. - -Saliendo de Leubucó, rumbo al Sud, se entra en un arenal pesado, se -cruzan algunos pequeños médanos y á poco andar se entra en el monte. -Á la salida de éste se encuentra la primera aguada, una lagunita con -jagüeles, bordada de espadañas y de riente vegetación en sus orillas. -El terreno es bajo y húmedo. Son como dos leguas de camino que fatigan -los caballos como cuatro. - -Descansamos un rato. Nadie nos apuraba. Allí me hizo Camargo su primer -conferencia. Como hombre de mundo, estaba convencido de mi buena fe y -comprendía que no siendo honroso el papel que debía hacer á mi lado, -convenía ponerme en autos para que me explicase su actitud, de la que -no podía prescindir, porque á su vez él debía ser espiado por alguien, -aunque no pudiera decir por quién. - -El espionaje recíproco está á la orden del día en la corte de Leubucó. - -Varias veces, hablando allí con personas allegadas á Mariano Rosas, -sobre asuntos que no eran graves, pero que podían prestarse á -conjeturas y malas interpretaciones, me dijeron aquéllas: «Hable -despacio, señor, mire que ése que está ahí nos escucha.» - -¿Quién era? - -Unas veces, un cristiano sucio y rotoso, que andaba por allí haciéndose -el distraído; otras, un indio pobre, insignificante al parecer, que -acurrucado se calentaba al sol, y á quien yo le había dirigido la -palabra, sin obtener una contestación, no obstante que comprendía y -hablaba bien el castellano. - -De esta práctica odiosa nacen mil chismes é intriguillas, que -mantienen á todos peleados, fraternizando ostensiblemente, y odiándose -cordialmente en realidad. - -Mediante ella, Mariano sabe cuanto pasa á su alrededor y lejos de él. - -Esas numerosas visitas que recibe cotidianamente, muchas de las cuales -vienen juntas del mismo toldo y lugar, son sus agentes secretos; espían -á los demás y se espían entre sí. - -El cristiano ó el indio más cuitado en apariencia, es su confidente, -conoce sus secretos. - -De ahí venían en parte la influencia, los fueros y el favor de que -disfrutaba el negro del acordeón. No en vano experimentaba yo hacia él -una repulsión instintiva. - -Refrescadas las cabalgaduras, siguió la marcha. - -El terreno se iba doblando gradualmente, cruzábamos una sucesión de -medanitos, que se encumbraban por grados, divisábamos una ceja de -monte, y en lontananza, hacia el Sudoeste, las alturas de Poitaua, que -quiere decir: _Lugar desde donde se divisa_, ó atalaya. - -Las brisas frescas de la tarde comenzaban á sentirse, galopamos un rato -y entramos en el monte. - -Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últimos abundaban más. -Es el árbol más útil que tienen los indios. Su leña es excelente para -el fuego, arde como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece los -caballos como ningún pienso, les da fuerzas y bríos admirables; sirve -para elaborar la espumante y soporífera chicha, para hacer _patai_ -pisándola sola, y pisándola con maíz tostado, una comida agradable y -nutritiva. - -Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba, y en sus -marchas las chupan, lo mismo que los coyas del Perú mascan la coca. Es -un alimento, y un entretenimiento que reemplaza el cigarro. - -Á propósito de cigarro, aprovecharé este momento, Santiago amigo, para -decirte que los indios aman tanto el tabaco como el aguardiente. - -Prefieren el negro del Brasil á cualquier otro. Los pampas Azuleros -hacen este comercio, y los chilenos les llevan con el nombre de tabaco, -una planta que no he podido conocer, que he fumado, y me ha hecho el -mismo efecto del opio, es fortísima. - -Todos los indios saben fumar, lo mismo que saben beber; pasaría por -persona mal educada quien no supiera hacerlo. - -Fuman el tabaco de tres modos: en forma de cigarro puro, en forma de -cigarrillo y en pipa. - -Este último modo es el que les gusta más. - -No hay indio que no tenga su cachimbito. - -Ellos mismos los hacen, y con bastante ingenio. - -Buscan un pedazo de madera blanca como de una cuarta de largo y una -pulgada de diámetro; le dan primero la forma de un paralelepípedo, en -seguida le hacen una punta cilíndrica, luego un taladro y en uno de los -lados un agujerito en el que colocan un dedal, con otro agujerito que -coincide con el taladro. - -El que quiera hacer una pipa á lo indio, ya tiene la instrucción. - -Recomiendo esta clase de pipas á los aficionados al tabaco fuerte; en -ellas, como que pronto las pasa la resina, casi todos los tabacos son -iguales. - -Los indios no fuman habitualmente sino de noche, antes de acostarse. - -Cargan su pipa, se echan de barriga, se la ponen en la boca, le -colocan una brasa de fuego en el recipiente y dan una fumada con toda -su fuerza, tragando todo el humo; en seguida otra, otra, otra del -mismo modo. Á la cuarta fumada, les viene una especie de convulsión -nauseabunda, se les cae la pipa de la boca y se quedan profundamente -dormidos. - -Salíamos del monte, descendiendo por un plano ligeramente inclinado -hacia una cañada. Allí íbamos á parar, haciendo noche al borde de una -lagunita llamada _Pitralauquen_, lo que quiere decir _laguna de los -flamencos_. Trae su nombre de que en aquel paraje hay siempre muchos de -estos pájaros. - -El sol se ponía tras de las alturas de Poitaua, y sus arreboles teñían -las nubes del lejano horizonte, cuando hacíamos alto y echábamos pie á -tierra. - -La lagunita que tiene como cien metros de diámetro, y forma circular, -estaba llena de agua. Centenares de rosados flamencos, de blancos -cisnes y gansos, de pardos patos y gallaretas, se deslizaban mansamente -sobre la líquida superficie. - -Los indios no tienen costumbre de matar las aves acuáticas, así es que -no se inquietaron por nuestra aproximación. - -Acampamos cerca de unos chañarcitos, se acomodaron bien las tropillas, -organizando la ronda, no fueran á darnos malón, se buscó leña y no -tardó en alegrar el cuadro un hermosísimo fogón. - -Los franciscanos se habían molido un poco. - -Su pensamiento dominante era descansar; en tanto hacían un buen asado. -Como verdaderos veteranos se echaron, pues, sobre las blandas pajas. -Mis ayudantes y yo nos dimos un baño, turbando la quietud de las -aves, que se dispersaron volando en todas direcciones, y cuyos nidos -saqueamos inhumanamente haciendo un acopio de huevos. - -Salimos del agua, junto con las primeras estrellas; nos vestimos de -prisa, porque hacía fresco, y ganando el fogón, que á una vara de -distancia quemaba, en un momento dejamos de tiritar. - -Al rato comíamos, y Mora, mi lenguaraz, nos entretenía contándonos sus -aventuras. Ya he dicho quién era en una de mis primeras cartas, y si no -estoy trascordado, ofrecí contar su vida. - -Mora es un hombrecito como hay muchos, de regular estatura. Un -observador vulgar le creería tonto; se pierde de vista. Es gaucho -como pocos, astuto, resuelto y rumbeador. No hay ejemplo de que se -haya perdido por los campos. En las noches más tenebrosas él marcha -rectamente adonde quiere. Cuando vacila se apea, arranca un puñado de -pasto, lo prueba y sabe dónde está. Conoce los vientos por el olor. -Tiene una retentiva admirable y el órgano frenológico en que reside -la memoria de las localidades muy desarrollado. Cara y lugar que -vió una vez no las olvida jamás. Sólo estudiando con mucha atención -su fisonomía se descubre que tiene sangre de indio en las venas. Su -padre era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito con aquél á -las tolderías de los Ranqueles, formando parte de una caravana de -comerciantes, se enamoró de una china, se enredó con ella, le gustó la -vida y se quedó agregado á la tribu de Ramón. En Chile su padre había -sido lenguaraz de un jefe fronterizo, peón y pulpero. Vivía entre los -cristianos. Mora es industrioso y trabajador, tiene hijos, quiere mucho -á su mujer, posee algo y saldría del desierto si pudiese arrear con -cuanto tiene. Pero ¿cómo? Es empresa difícil, imposible. Mora ha estado -á mi servicio unos cuantos meses, sirviéndome con decisión y fidelidad. -Tiene buenos sentimientos, ideas muy racionales, conoce que la vida -civilizada es mejor que la del desierto; pero ya lo he dicho, está -vinculado á él hasta la muerte, por el amor, la familia y la propiedad. -Habla el castellano á la chilena, perfectamente, disminuyendo lo mismo -los sustantivos, que los adjetivos y los adverbios. _Nunquita_, me ha -sucedido perderme por _allicito_ yendo solito, es como él dirá. El -araucano lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes -que he visto. Ser lenguaraz, es un arte difícil; porque los indios -carecen de los equivalentes de ciertas expresiones nuestras. El -lenguaraz no puede traducir literalmente, tiene que hacerlo libremente, -y para hacerlo como es debido ha de ser muy penetrante. Por ejemplo, -esta frase: Si usted tiene conciencia debe tener honor, no puede -ser vertida literalmente; porque las ideas morales que implican -_conciencia_ y _honor_ no las tienen los indios. Un buen lenguaraz, -según me ha explicado Mora, diría: Si usted tiene corazón, ha da tener -palabra, ó si usted es bueno no me ha de engañar. Por supuesto que -Mora, no obstante la pintura favorable que de él he hecho, no es nene -que se retrae de ir á los _malones_. Al contrario, va en la punta, y -por eso tiene con qué vivir. En unas tierras se trabaja de un modo y en -otras de otro, como él me dijo, haciéndole yo cargos de que un hombre -blanco, hijo de cristianos, bautizado en los Ángeles, que podía ganar -su vida honradamente, llevara la existencia de un salteador. - -Cuando Mora dejó la palabra, habiendo dicho poco más ó menos lo que -queda consignado en el párrafo anterior terminábamos de comer. - -Estaba helando. - -Hicimos las camas alrededor del fogón, dándole los pies, puse los -frailes á mi lado--los cuidaba como á las niñas de mis ojos,--y traté -de dormir. - -La Creación estaba en calma, el silencio del desierto no era -interrumpido sino por uno que otro relincho de los caballos, ó por el -graznido de las aves de la laguna. - -La luna se levantaba, coronando de luces el firmamento, tachonado de -mustias estrellas. - - - - - VI - - Una noche eterna.--Aspecto del campo al amanecer después de la - helada.--En marcha.--Encuentro con indios.--Me habían descubierto - de muy lejos.--Medios que emplean los indios para conocer á la - distancia si un objeto se mueve ó no.--La carda.--Un monte.--Gente de - Baigorrita sale á encontrarnos.--Baigorrita.--Su toldo.--Conferencia y - regalos.--Las _botas_ de mis manos.--Carneada.--Una cara patibularia. - - -Hizo tanto frío, que ni teniendo lumbre toda la noche pude conciliar el -sueño. Me di cien vueltas en la cama. - -¡Qué envidia me daba oir roncar á los soldados lejos del fogón, hechos -una bola como el mataco! - -Ni la helada, ni el viento, ni la lluvia, ni el polvo les incomoda á -ellos. - -Este mundo se vuelve puras compensaciones. Yo tenía abundantes cobijas, -quien atizara el fuego toda la noche, y no podía dormir. - -Ellos apenas tenían con qué taparse, y dormían como unos santos varones. - -La noche me parecía eterna. - ---En cuanto quiso aclarar, me levanté, puse á todo el mundo en -movimiento, hice dar vueltas las tropillas para que los animales -entraran en calor, hasta que llegara la hora conveniente de bajarlos -á la laguna, que es cuando el sol pica un poco; mandé agrandar el -fogón, se calentó agua, se pusieron unos churrascos, tomamos mate y nos -desayunamos. - -El campo presentaba el aspecto brillante de una superficie plateada; -había helado mucho, la escarcha tenía, en los lugares donde la tierra -estaba más húmeda, cuatro líneas de espesor. - -Junto con el sol sopló el cierzo pampeano y comenzó á levantarse la -niebla en todas direcciones. - -La helada iba desapareciendo gradualmente, los rayos solares, -abriéndose paso al través del velo acuoso que pretendía interceptarlos. - -El calórico, causa y efecto de todo cuanto constituye el planeta en que -vivimos, disipaba el fenómeno que él mismo había originado. - -Eran las ocho de la mañana, y el horizonte y el cielo estaban ya -completamente despejados. - -Bebieron los caballos, ensillamos, montamos y rumbeando al Sud, tomamos -el camino de Quenque, dejando á la izquierda el que conducía á las -tolderías de Calfucurá. - -Galopamos un rato, hasta que los animales sudaron, subiendo siempre por -un terreno arenoso, salpicado de arbustos; descendimos después entrando -en una zona más accidentada, y, al rato, descubrimos hacia el Oriente -los primeros toldos de la tribu de Baigorrita y algún ganado vacuno y -yeguarizo. - -Hice alto para no alarmar á los vigilantes y desconfiados moradores de -aquellas comarcas, que veloces como el viento no tardaron en ponerse á -tiro de fusil de nosotros para reconocernos. - -Destaqué sobre ellos á Mora, les habló, y al punto estuvieron junto con -él á mi lado, saludándome y dándome la bienvenida. - -Nada sabían de mi visita á Baigorrita. - -Pero sabiendo que me hallaba días antes en Leubucó, habían calculado -que era yo el que llegaba, afirmándolos en sus conjeturas el aire de mi -marcha y el orden en que la efectuaba. - -Me habían descubierto desde que se levantaron los primeros polvos -en Pitralauquen. La mirada de los indios es como la de los gauchos. -Descubren á inmensas distancias, sin equivocarse jamás, los objetos, -distinguiendo perfectamente si el polvo que asoma lo levantan animales -alzados ó jinetes que corren. - -Cuando vacilan, dudando de si el objeto se mueve ó no, recurren á un -medio muy sencillo para salir de dudas. Toman el cuchillo por el cabo, -lo colocan perpendicularmente en la nariz y dirigen la visual por el -filo que sirve de punto de mira; y es claro que si el objeto se desvía -de él no está inmóvil, debe ser un árbol, un arbusto, una espadaña, una -carda, cuyas proporciones crecen siempre en el espacio por los efectos -caprichosos de la luz. - -Á propósito de _carda_, no vayas á creer, Santiago amigo, que me -refiero al _cardo_, que no existe en la Pampa, propiamente hablando. - -La carda se le parece algo, es más bien una especie de cactus, crece -hasta tres varas y produce unas bellotas verdes y granulentas, como la -fruta mora, en las que, cuando están secas, se encuentra un gusanillo -que es la crisálida del tábano. - -La carda es un gran recurso en el campo. Su leña no es fuerte, pero -arde admirablemente. Es como yesca, y las bellotas cuando se queman, -forman unos globulitos preciosos que parecen fuegos artificiales y -distraen en sumo grado la imaginación. - -Alrededor de un fogón de carda puede uno quedarse dos horas enteras -entretenido, viendo al fuego devorar sin saciarse con pasmosa -rapidez cuanta leña se le echa, brillar y desaparecer las bellotas -incandescentes como juegos diamantinos. - -La carda tiene otra virtud recóndita. - -Cuando el caminante fatigado de cansancio y apurado por la sed, -encuentra una carda frondosa, se detiene al pie de ella, como el árabe -en el fresco oasis. Arranca el tallo, y en el alvéolo que quede entre -las hojas, encuentra siempre gotas de agua cristalina, fresca y pura, -que son el rocío de la noche guarecido allí contra los inclementes -rayos del sol. - -Conversé un momento con los recién llegados, y después que los avié con -yerba, azúcar, tabaco y papel, seguí la marcha, cortando ellos para sus -toldos. - -Galopamos un rato y llegamos á un monte bastante tupido y abundante en -árboles seculares. Las quemazones habían hecho estragos en aquellos -gigantes de la vegetación. Algunos estaban carbonizados desde el tronco -hasta la copa, y al menor empuje perdían su quicio y caían deshechos en -mil pedazos. - -Encontré buen pasto y resolví descansar allí un buen rato. Aunque no lo -hubiera resuelto habría tenido que hacer alto largo tiempo. - -Una mula espantadiza se asustó del ruido de un calderón medio quemado, -que se vino al suelo por arrancar un gajo para hacer fuego y calentar -agua, disparó é hizo disparar las tropillas. - -El tiempo que se tardó en repuntarlas bastó para tomar algunos mates. - -Mudamos, y estando á medio camino de Quenque, y siendo temprano, seguí -la marcha por entre el bosque, tardando como una hora en salir de él. - -Caímos á un bajo, cruzamos un salitral y avistamos al mismo tiempo en -las cuchillas de unos médanos lejanos, unos polvos que venían hacia -nosotros. - -Poco tardamos en encontrarnos. - -Era gente de Baigorrita que salía á recibirme. - -Hicimos alto, destacamos nuestros respectivos parlamentarios, cambiamos -muchas _razones_, y formando un solo grupo nos lanzamos al gran galope. - -Otros polvos que se alzaron en la misma dirección de los anteriores, -anunciaron que Baigorrita venía ya. - -Yo no podía olvidar que conmigo venían los franciscanos y que me había -comprometido á que volvieran á su convento sanos y salvos. Veía por -momentos el instante en que daban una rodada y se rompían el bautismo. -Recogí la rienda á mi caballo, acorté el galope y seguimos al trote. - -Baigorrita se acercaba como con unos cincuenta jinetes. Estábamos á la -altura de la casa del capitanejo Caniupán, amigo ranquelino que había -conocido en la frontera; indio manso y caballero, de los pocos que no -piden cuanto sus ojos ven. - -Baigorrita no anduvo con las ceremonias imponentes de Ramón, ni con -los preámbulos fastidiosos de Mariano Rosas. En cuanto nos pusimos á -distancia de podernos ver las caras, hicimos alto. - -Se destacó solo, y yo también. - -Picamos al mismo tiempo nuestros caballos, y sin más ni más, nos dimos -un apretón de manos y un abrazo, como si fuera la milésima vez que nos -veíamos. - -El grupo que venía y el que iba se confundieron en uno solo. - -Galopábamos y conversábamos con Baigorrita, sirviéndole á él de -lenguaraz, Juan de Dios San Martín, un chilenito, de quien hablaré en -oportunidad, y á mí, Mora. - -Baigorrita no habla en castellano, lo entiende apenas. - -En media hora más de camino estuvimos en su toldo. - -Allí nos esperaba alguna gente reunida. - -Todos me saludaron, lo mismo que á mi gente, con respeto y cariño. - -El toldo de Baigorrita no tenía nada de particular. Era más chico que -el de Mariano Rosas, y estaba desmantelado. - -Entramos en él. Mi compadre no brillaba por el aseo de su casa. En su -toldo había de cuanto Dios crió, muchos ratones, chinches, pulgas y -algo peor. - -Á cada rato sorprendía yo en mi ropa algún animalito imprudente que, -hambriento, buscaba sangre que chupar. Para un soldado esto no es -novedad. Los tomaba y con todo disimulo los pulverizaba. - -Tuvimos una conferencia larga y pesada. Mi compadre me presentó á sus -principales capitanejos y á varios indios viejos, importantes por la -experiencia de sus consejos. - -Les regalé sobre tablas algunas bagatelas. Á mi compadre le di mi -revólver de seis tiros, unas camisas de crimea, calzoncillos y medias. -Á mi ahijado, dos cóndores de oro. - -Los franciscanos y mis ayudantes hicieron también sus regalitos. -La recepción había sido tan sencilla y cordial, que todos habían -simpatizado con aquella indiada. - -Después que los saludos y presentaciones oficiales pasaron, vino la -conversación salpicada de dichos y agudezas. - -Un indio, que por lo menos tendría sesenta años, muy jovial y chistoso, -grande amigo de Pichún, el finado padre de Baigorrita, muy querido y -respetado de éste, viendo mis manos cubiertas con algo de que él no -tenía idea, me preguntó en buen castellano: - ---¿Qué es eso, ché? - -Eran mis gruesos guantes de castor, prenda que yo estimaba mucho, -porque tengo la debilidad de cuidarme demasiado quizá las manos. - -Me vi embarazado momentáneamente para contestar. - ---Si decía guantes, me iba á entender tanto como si dijera matraca. - -Rumiando la respuesta, le contesté. - ---Son las botas de las manos. - -Los ojos del indio brillaron como si hubiera hecho un descubrimiento, y -agregó: - ---Cosa linda, _güena_. - -Y esto diciendo, me agarró las dos manos con las suyas. - -Retiré una, desabroché el guante y ayudándole á tirar me lo saqué. - -El indio se lo puso en el acto. - -Hice lo mismo con el otro y se lo di. - -También se lo puso, tenía las manos más chicas que yo, así es que -le hacían el efecto de un par de manoplas, de ésas que suelen verse -colgadas en las vidrieras de las armerías. - -El indio parecía un mono. Abría los dedos y se miraba las manos -encantado. - -Le dejé gozar un rato, y cuando me pareció que había estado bastante -tiempo en posesión de mis guantes, se los pedí para ponérmelos. - ---Eso no dando--me contestó. - -La jugada no estaba en mis libros. Perder mis guantes equivalía á -estropearme las manos, sin remisión. - ---Te los compro--le dije, viendo que cerraba los puños como para -asegurar mejor su presa. - -Hizo un movimiento negativo con la cabeza. - -Metí la mano al bolsillo, saqué una libra esterlina y se la ofrecí, -creyendo picar su codicia. - -Tomóla; pero no me dió los guantes. - ---Dame las botas de las manos--le dije. - ---Eso no vendiendo--me contestó, llevando á la Junta como cristiano. - ---Entonces dando la libra esterlina--le dije. - ---Yo indio pobre, vos cristiano rico--repuso. - -Y junto con la contestación se guardó la libra, dejándome con un palmo -de narices. - -Todos los circunstantes festejaron con risotadas espontáneas la treta -del indio. - -Mi compadre Baigorrita, me dijo: Viejo diablo, ¿eh? - -Tuve que amoldarme á las circunstancias y que declararme neófito en -materia de escamoteos. - -Las visitas se fueron retirando poco á poco. - -Yo estaba cansado, y por ciertas razones tenía necesidad de mudarme la -ropa. - -Salí sin ceremonia del toldo. - -Había mucha gente afuera, charlando alegremente con los de mi comitiva, -al mismo tiempo que le daban un avance á una parva de algarroba. Había -dos cosechas para el invierno. - -Tenía hambre. - -Llamé á Juan de Dios San Martín, el chilenito, y lo mismo que si -hubiera estado en la estancia del amigo más íntimo, le dije: Dile á mi -compadre que me haga carnear una res para la gente. - -Se fué, y al punto volvió diciéndome que ya la traían. - -Con efecto, un rato después, dos indios traían una vaca enlazada. - -La carnearon las chinas, entregándole la mayor parte á mi gente. - -El fogón estaba pronto ya. - -No queriendo pernoctar en el toldo de mi compadre, acampé al raso. - -La tarde se acercaba. - -Las chinas recogían el ganado manso, arreándolo á pie, seguidas de -muchos perros tan grandes como flacos, que llamaban la atención. - -Las cabras y las ovejas venían mezcladas. - -Llegaron á la puerta de los corrales; los perros separaron las -especies, y las chinas las majadas, encerrando cada una de ellas en su -respectivo corralito. - -La operación se hizo con la misma facilidad con que un niño separaría de -una canastilla llena de cuentas negras y blancas las que quisiera. - -Cuando alguna cabra ú oveja se quedaba en la majada que no le -correspondía, los perros la volvían al redil. - -Me avisaron que el asado estaba pronto. Acabé de mudarme, y ocupé mi -puesto en la rueda del fogón. - -Al sentarme, vi cruzar una cara patibularia. - -Parecía un indio. - -¿Quién era? - - - - - VII - - Qué es la vida.--Reflexiones.--Los perros de los - indios.--Recuerdos que deben tener de mi magnificencia.--Un - intérprete.--Cambio de _razones_.--_Sans façon._--_Yapaí_ y - _yapaí_.--Detalles.--En Santiago y Córdoba los pobres hacen - lo mismo que los indios.--Fingimiento.--Otra vez la cara - patibularia.--Averiguaciones.--Una navaja de barba mal empleada. - - -La vida se pasa sin sentir. - -Como dice la sentencia árabe, no es más que el camino de la muerte. - -Cuando menos lo esperamos, nos sorprende el invierno y recién como la -cigarra imprevisora, nos apercibimos de que hemos pasado el verano -cantando, sin pensar en nada. - -Nuestros cabellos, con los que jugueteaba ebúrnea y afilada mano se han -puesto canos. Nadie los toca ya. - -Nuestros ojos han perdido su brillo magnético. Nadie los mira. - -Nuestra tez tersa y sonrosada, se ha vuelto amarillento y seco -pergamino. Nadie repara en ella. - -En el corazón apenas arde una llama moribunda semejante al pálido -resplandor de una lámpara sepulcral. Pero ¡ay! ¿Quién se inflama en el -tibio calor suyo? - -De esperanza en esperanza, de ilusión en ilusión, de desengaño en -desengaño, de decepción en decepción, de caída en caída, de percance -en percance, de desvarío en desvarío, rodamos fatalmente y llegamos al -borde de la tumba, cayendo en su misteriosa obscuridad para cesar de -sufrir, ó sufrir más. - -Hemos aspirado, no hemos hecho nada por nosotros ni por la humanidad, y -hemos consumido una existencia robusta, exuberante, con cuya savia se -han alimentado quién sabe cuántos parásitos afortunados, exclamando mil -veces: _En vain, hélas! en vain!_ - -Y por todo consuelo, nos contentamos con darle al mundo y á sus pompas -vanas un adiós irónico, escribiendo en forma de epigrama póstumo un -epitafio: - - _Ci-gît Piron, qui ne fut rien - Pas même académicien._ - -Si la vida se pasa así, de cualquier modo, con más razón se pasa -cualquier noche. - -La primera que dormí en Quenque, al raso, cerca del toldo de mi -compadre Baigorrita, pertenece á ese género. Creo que ni recuerdos tuve. - -De ella sólo puedo decir que dormí. - -Mi fatigado cuerpo no sintió ni el aire de la noche, ni la dureza -del suelo, ni la famélica inquietud de los perros, que devoraban -los rezagos y huesos de nuestro fogón, haciendo crujir sus afilados -dientes, hasta romperlos y chupar el escondido tuétano. - -Los indios no les dan de comer á sus perros, y, sin embargo, tienen -muchos; en cada toldo tienen una jauría. - -Los pobres viven de los bichos del campo que cazan, ó como los -avestruces, pescando moscas al vuelo. - -El hambre les hace adquirir una destreza increíble. Mosca que zumba por -sus narices va á parar á su estómago. - -Los tratan con la mayor dureza; el que no está lleno de chichones tiene -alguna cicatriz agusanada. - -Es lo que sacan cuando se acercan á algún fogón ó cuando al carnear una -res se arriman tímidamente á ella para chupar siquiera la sangre que -riega el suelo. - -Las chinas son las que tienen alguna compasión de ellos. Son sus -compañeros inseparables. Van al monte y al agua con ellas; con ellas -recogen el ganado; y al lado de ellas duermen. - -Á los indios no los siguen jamás. - -En mi fogón se dieron una panzada que debe haber hecho época entre -ellos. - -En esta hora deben estar cantando con himnos caninos, y en el mismo -bronco lenguaje con que ladran á la luna, por no decir adoran, la -generosidad y espléndida magnificencia de unas gentes extrañas, que -anduvieron por allí, con caras desconocidas, vistiendo trajes que no -habían visto jamás y hablando un idioma ininteligible, aunque agradable -á su oído. - -Amaneció. - -Nos dimos los buenos días con los franciscanos, nos levantamos, tomamos -mate y nos preparamos para recibir visitas que no tardaron en llegar. - -Mi compadre Baigorrita se había bañado muy temprano, y descalzo y con -los calzoncillos arrollados sobre la rodilla y las mangas de la camisa -arremangadas, atusaba un caballo que estaba en el palenque. - -Me acerqué á él, le saludé, y sin interrumpir su faena me contestó con -una sonrisa afable, haciéndome decir con Juan de Dios San Martín que -andaba por ahí: «Que estuviera á gusto, que aquella era mi casa». - -Le contesté dándole las gracias. - -Y, pegando el último tijeretazo, me invitó á pasar á su toldo. - -Acepté, y entramos en él. - -Tres fogones ardían. - -Alrededor de ellos las chinas y las cautivas preparaban el almuerzo, -que consistía en puchero y asado. - -Nos sentamos quedando mi compadre enfrente de mí. - -Empezaron á entrar visitas, se colocaron en dos filas y la charla no se -hizo esperar. - -Eran todas personas de importancia. - -No siendo Juan de Dios San Martín bastante buen lenguaraz, mandaron -llamar otro cristiano, hombre de la entera confianza de Baigorrita. - -Era necesario que todos los circunstantes se enterasen perfectamente -bien de mis _razones_. - -Vino Juancito, que así se llamaba el perito, y se colocó entre mi -compadre y yo, dando la espalda á la entrada del toldo. - -Era un zambo motoso, de siete pies de alto, gordo como un pavo cebado. - -Su traje consistía en un simple chiripá de jerga pampa. - -En su fisonomía estaban grabados con caracteres inequívocos los -instintos animales más groseros. Todas sus facciones eran deformes, y á -la manera de los indios, se había arrancado con pinzas los pelos de la -cara, pintado los pómulos y los labios. Su mirada era chispeante, pero -no revelaba ferocidad. - -Le dije mis primeras _razones_, intentó traducirlas. No pudo, sus oídos -no habían jamás escuchado un lenguaje tan culto como el mío. Y eso que -yo me esforzaba siempre en expresarme con toda sencillez. No entendía -jota. - -Al transmitirle á mi compadre Baigorrita mis razones, Camargo y Juan de -Dios San Martín, le decían: - ---El Coronel no ha dicho eso. - -Las visitas, impacientadas, gruñían contra el zambo. Él, avergonzado -y turbado de su imbecilidad, sudaba la gota gorda. Su cara y su pelo -traspiraban como si estuviera en un baño ruso, despidiendo un olor -grasiento peculiar que volteaba. - -Cuando su confusión llegó hasta el punto de sellarle los labios, -cayó en una especie de furor concentrado. Levantóse de improviso, y -diciendo: «Me voy, ya no sirvo», se marchó. - -Nadie hizo la menor observación. - -La conversación continuó, haciendo de intérpretes los otros lenguaraces. - -Las mujeres de mi compadre, las chinas y cautivas se pusieron en -movimiento, y el almuerzo vino. - -Á cada cual le tocó, lo mismo que en el toldo de Mariano Rosas, un -enorme plato de madera con carne cocida, caldo, zapallos y choclos. - -Yo, ya estaba en mi centro. - -Comí _sans façón_. - -Tomaba las posturas que me cuadraban mejor, y calculando que lo que -iba á hacer produciría buen efecto en el dueño de la casa y en los -convidados, me quité las botas y las medias, saqué el puñal que llevaba -á la cintura y me puse á cortar las uñas de los pies, ni más ni menos -que si hubiera estado solo en mi cuarto, haciendo la policía matutina. - -Mi compadre y los convidados estaban encantados. Aquel coronel -cristiano parecía un indio. ¿Qué más podían ellos desear? Yo iba á -ellos. Me les asimilaba. Era la conquista de la barbarie sobre la -civilización. El _Lucius Victorius, imperator_, del sueño que tuve -en Leubucó la noche en que Mariano Rosas me hizo beber un cuerno de -aguardiente, estaba allí transfigurado. - -Cuando acabé la operación de cortarme las uñas de los pies, me limpié -las de las manos, y para completar la comedia me escarbé los dientes -con el puñal. - -Trajeron el asado, agua y trapos. En lugar de hacer uso del cuchillo de -la casa, hice uso del mío. - -El indio del día antes, se presentó á la sazón con mis guantes, se me -sentó al lado y le dió por jugar con mi pera, insistiendo en que la -había de trenzar, porque era linda, según él decía. Le dejé hacer su -gusto. - -Terminado el almuerzo, trajeron unas cuantas botellas de aguardiente y -entre _yapaí_ y _yapaí_ las apuramos. - -Mi ahijado, á quien el día antes había acariciado, se acercó á mí. Le -hice un cariño. Una cautiva le habló en la lengua, y el chiquilín juntó -las manos, y todo ruborizado me dijo: «bendición». - ---«Dios te haga un buen cristiano, ahijado»--le contesté; y echándole -los brazos le senté en mis piernas. - -El chiquilín se quedó como en misa, saqué el reloj y se lo puse al oído -para que oyera el tic-tac de la rueda: siguió inmóvil. Guardé el reloj, -y viendo que por sobre su cabecita caminaban ciertos animalitos de mil -pies, me puse á expulgarlo. - -Comprendo, Santiago amigo, que estos detalles son poco filosóficos é -instructivos; pero, hijo mío, ya que no puedo cantar las glorias de mi -espada, permíteme describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre los -Ranqueles. - -El pulcro y respetable público tendrá la bondad de ser indulgente, á no -ser que prefiera, lo que no suele ser raro, la mentira á la verdad. - -_Rien n'est beau que le vrai._ - -Tomo el dicho por los cabellos y continúo. - -Mi ahijado estaba acostumbrado á la operación. - -Los indios se la hacen unos á otros, al rayar el sol, con un apéndice -que dejo á tu perspicacia adivinar. - -De gustos no hay nada escrito. - -Una ostra cruda es para algunos el bocado más sabroso. Vitelio se -comía, para abrir el apetito, cuarenta docenas de una sentada. - -Algunos buscan el queso hediondo, y prefieren _el que camina_. - -Mientras tanto, otros no pueden pasar ni lo uno ni lo otro. - -No nos admiremos de las costumbres de los indios. - -He de repetir hasta el cansancio, que nuestra civilización no tiene el -derecho de ser tan orgullosa. - -En Santiago del Estero, donde lengua y costumbres tienen un sabor -primitivo, los pobres hacen lo mismo que los indios. - -El que quiera verlo, no tiene más que tomar la mensajería del Norte y -dar un paseo por aquella provincia argentina. - -Y en la sierra de Córdoba hacen igual cosa. Está más cerca y la -excursión sería más pintoresca. - -Mi ahijado se quedó dormido. - -Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le dejé quieto. - -Las visitas se fueron retirando. - -Algunas se echaron, quedándose dormidas. - -Yo, siguiendo mi plan de _hacerme interesante_, las imité. ¡Qué había -de dormir! Era imposible. Cuerpos extraños al mío, me tenían en una -agitación indescriptible. - -Me quedé no obstante en el toldo haciendo que dormía. - -Ronqué. - -Mi compadre impuso silencio. Debía mirarme con placer. - -De repente llamé con voz trémula y débil á Rufino Pereyra. - -No contestó; no podía oírme. Lo calculaba. - -Entonces, fingiendo un enojo terrible, me incorporé súbito y grité con -todas mis fuerzas: - ---¡Rufino! ¡Rufino! - -Rufino contestó de lejos: - ---Voy, señor; y entró volando en el toldo. - ---¿Por qué no venías? - ---No había oído. - -Le apostrofé. - -Mi compadre fumaba tranquilamente su pipa, rodeado de sus tres hijos -menores dormidos. - -Me miró como diciendo para sus adentros: Este hombre, es un hombre. - -Mis contrastes le seducían. La dulzura, la aspereza, la calma y la -irascibilidad hablan muy alto á la imaginación de un salvaje. - ---Tráeme mi navaja de barba--le dije á Rufino. - -Salió. - ---Compadre--continué, dirigiéndome á mi huésped,--le voy á hacer un -regalo; veo que usted se afeita. - -No contestó, porque no entendía. Los lenguaraces se habían retirado. -Llamó á Juan de Dios San Martín. Entró éste y junto con él Rufino, -trayendo la navaja y el asentador, que tenía cuatro faces, una con -piedra. - -Tomélo, y haciéndole ver á mi compadre cómo se asentaba la navaja, le -di ambas cosas. - -Las tomó, y viendo primero si se adaptaban al bolsillo de su tirador, -las colocó en seguida en él. - -Salí del toldo. Me mudé la ropa, después que Carmen me ayudó á eliminar -los intrusos que se habían guarecido en mis cabellos; di un paseo -porque tenía necesidad de respirar el aire libre y puro del campo, -haciendo fuego con el revólver sobre algunos caranchos y teruteros; y -al rato volví al fogón para acabar de disipar con café los efectos del -aguardiente. - -De regreso de la caminata, pasé por detrás del toldo de mi compadre -y volví á ver la _cara patibularia_ del día antes, apoyada con aire -sombrío en la costanera del ranchito que servía de cocina, y que -sobresalía media vara. - -Junto con ella estaba otra juvenil, de aspecto extraño y marcadamente -de cristiano. - -La curiosidad me acercó á ellos. - -Les dirigí la palabra, callaron. - ---¿No entienden?--les dije, con cierta acritud.--Me contestaron en -lengua de indio. - -Comprendí que no querían hablar conmigo. - -El hecho acabó de despertar mi curiosidad. - -No pude decir por qué, pero lo cierto es que la primera cara me -alarmaba. - -Seguí mi camino con el intento de averiguar quiénes eran aquellos -desconocidos. - -Entré en el toldo de mi compadre. - -Estaba solo con sus hijos, en la misma postura en que le había dejado -hacía un rato, y picaba tabaco. - -¿Con qué? - -Nada menos que con la navaja de barba que le acababa de regalar. - -El asentador le servía de punto de apoyo. - ---Bien empleado me está--dije para mi coleto,--por haber gastado -pólvora en chimangos. - -Mi compadre se sonrió complacido y con una cara como unas pascuas, y -mirándose en la superficie tersa y lustrosa de la navaja, me dijo: - ---Lindo. - ---Es verdad--le contesté, murmurando:--no te degollarás con ella; y -agregando al mismo tiempo que hacía el ademán de afeitarme: mejor es -para esto. - -Me entendió, y repuso: - ---Cuchillo. - -Quería decirme que el cuchillo era más aparente para afeitarse. - -Llamó á Juan de Dios San Martín. - -Mientras éste venía, salí del toldo para contarles á mis ayudantes y á -los franciscanos qué suerte había corrido la navaja de Rodgers. - - - - - VIII - - Dos desconocidos.--El cuarterón.--El mayor Colchao y su - hijo.--Una cautiva explica quién era Colchao y refiere - su historia.--Provocaciones de Caiomuta.--_Gualicho_ - redondo.--Contradicciones del cuarterón.--Juan de Dios San - Martín.--Dudas sobre la fidelidad conyugal.--Picando tabaco.--Retrato - de Baigorrita.--Un espía de Calfucurá. - - -En el fogón no había nadie. - -Todos estaban detrás de la cocina, porque en ese sitio no daba el sol. - -Buscaba á quien contarle el uso que mi compadre hacía de mi rica navaja -de barba. - -Fuí pues, en busca de mis compañeros de peregrinación. - -Hablaban con los dos desconocidos. - -Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome dentro, y les conté el -caso, riéndome á carcajadas. - -Unos cuantos, ¡qué bárbaro! se oyeron al mismo tiempo. - -Después de un instante de hilaridad, pregunté, ¿qué hombres son ésos -con quienes hablaban ustedes? - ---No sabemos--contestaron unos. - ---Tratábamos de averiguarlo--dijeron los franciscanos. - ---Vamos á ver--repuse. - -Me dirigí á ellos. Todos me siguieron. - ---¿Cómo te llamas?--le pregunté al primero que había visto. - -Era un cuarterón tostado por el sol, como de cuarenta años. - -Tenía una cara que daba miedo, grandes ojos negros, redondos, sin -brillo, nariz aplastada, por cuyas ventanas salían algunos pelos, boca -grande, en la que vagaba una sonrisa sardónica, dejando entrever dos -filas de dientes enormes, separados, como los del cocodrilo, todo ello -encerrado dentro de un óvalo que empezaba con una frente estrecha, -erizada de cabellos duros y parados como las espinas del puerco espín, -y terminaba con una barba aguda ligeramente retorcida para arriba. - -Estaba gordo y no tenía una sola arruga en el cutis. Llevaba un aro -de oro en la oreja izquierda, y la barba y el bigote se las había -arrancado con pinzas, á lo indio, de manera que en los poros irritados, -se había infiltrado el polvo más tenue, dándole con la transpiración á -su antipática facha, el mismo aspecto que hubiera tenido si la hubiesen -escarificado con finísimas agujas y tinta china. - -Vestía ropa andrajosa. No llevaba calzado, y en sus pies encallecidos -resaltaban unas grandes uñas incrustadas como conchas fósiles en -calcárea roca. - -No me contestó. Pero fijó su mirada vaga en mí. - -Volví á interrogarle. - -Siguió callado, bajó la vista, la fijó en tierra, é hizo un ademán con -los hombros, hundiendo el pescuezo en ellos, como quien dice: no sé, -¿qué le importa á usted? - ---Tú has de ser algún bellaco--le dije. - -No contestó. - -Entonces, dirigiéndome al más joven: - ---¿Y tú quién eres?--le pregunté. - -Parecía un cuadrumano. Era un mono vestido de gaucho. También estaba -afeitado á lo indio, y su ropa era nueva y de buena calidad. Tendría -dieciocho años. - ---Soy hijo del mayor Colchao--me contestó. - ---¿Hijo del mayor Colchao?--repuse, con extrañeza. - -Una cautiva que se había llegado á nosotros, me dijo: - ---Es mi marido. - ---¿Tu marido? - ---Sí, señor. - ---¿Cómo es eso? - ---El cacique me ha casado con él. - -Me refirió entonces, que era de San Luis, que durante algún tiempo -había vivido con un indio muy malo. Que éste había muerto á -consecuencia de heridas recibidas en la última invasión que llevaron -los Ranqueles al Río 5.º cuando los derroté en los Pozos Covados, cerca -de Santa Catalina; y que no habiendo dejado herederos, Baigorrita la -había recogido y se la había dado al mayor Colchao, montonero de la -gente del Chacho, refugiado en Tierra Adentro. Agregó que Colchao era -muy bueno y que ahora era feliz. - ---Vea, señor--me decía,--cómo me castigaba el indio. Y mostraba los -brazos y el seno cubiertos de moretones empedernidos y de cicatrices. -Así, añadía con mezclada expresión de candor y crueldad, yo rogaba á -Dios que el indio echara por la herida cuanto comiese. Porque tenía un -balazo en el pescuezo y por ahí se le salía todo, envuelto con el humor -y... - -Me dió asco aquella desdichada, cuyos ojos eran hermosísimos. Tenía una -lubricidad incitante en la fisonomía. Era esbelta y graciosa. - -Á fin de que no continuara el repugnante relato de las agonías de su -opresor, y queriendo saber quién era ese mayor Colchao, la interrumpí, -preguntándole: - ---¿Y quién es Colchao? - ---Ese hombre que habrá visto, señor, aquí, el que traía enlazada la res -que le carneamos. - -Yo lo había tomado por un indio. - -Era un hombre insignificante. Mi compadre tenía mucha confianza en él. -Hacía de capataz suyo. - ---¿Y este muchacho, dices que es hijo de Colchao?--volví á preguntarle. - ---Sí, señor--repitió. - ---Y, ¿dónde vives tú?--le preguntó á aquél. - ---En la toldería del capitanejo Estanislao. - ---¿Cerca de aquí? - ---No, señor. - ---¿Qué distancia hay? - ---Un día de camino (son treinta leguas en lenguaje convencional de los -indios). - ---¿Y á ese hombre le conoces?--le pregunté, señalándole al cuarterón. - ---Sí, señor. - ---¿Desde cuándo? - ---Hace tres días. - ---¿Tres días no más? - ---Sí señor. - ---¿Cómo así? - ---Lo he conocido en el campo, viniendo para acá. - ---¿De dónde venías? - ---Del toldo de Estanislao. - ---¿En qué rumbo queda? - ---Aquí (señalando al Sudoeste). - ---¿En qué venía? - ---Á caballo. - ---¿Con cuántos caballos? - ---En el montado. - ---¿Y de dónde venía? - ---De lo de Calfucurá. - ---¿Qué, por ahí va el camino? - ---Por ahí. - ---¿Y cuántos días de camino hay del toldo de Estanislao al de Calfucurá? - ---Dos días y medio. - ---¿Y habla castellano ese hombre? - ---Sí, señor. - -Aquí interrumpí el diálogo con el hijo de Colchao, y dirigiéndome al -otro, le dije: - ---¿Conque te estabas haciendo el zonzo? - -No contestó. - ---Habla, imbécil--le dije. - ---Tengo vergüenza--me contestó. - ---Has de ser algún bandido--repuse, y dándole las espaldas, les dije en -voz baja á mis ayudantes:--averígüenle la vida. - -Iba á retirarme, pero se me ocurrió una pregunta esencial. Se la hice. - ---¿De dónde eres? - ---De Patagones. - ---¡Ah!--dijo mi ayudante Rodríguez,--á mí me has dicho hace un rato que -chileno. - ---Y á mí, no recuerdo quién, que de Bahía Blanca. - ---Sí, ha de ser algún pícaro--les contesté. - -Y esto diciendo me dirigí al toldo de mi compadre. - -Estaba como le había dejado, en la misma postura, seguía picando tabaco -con la navaja y hablaba con Juan de Dios San Martín. - -Me senté, y le hice preguntar por el lenguaraz quién era el desconocido. - -Me contestó que no sabía, que lo había visto; pero que había creído que -era de mi gente. - -Juan de Dios San Martín dijo que él no había reparado en semejante -hombre. - -Le observé á mi compadre que cómo había podido tomar por hombre mío un -rotoso como ése. - -Se encogió de hombros, y le ordenó á San Martín que averiguase quién -era, de dónde venía, qué quería. - -San Martín salió. - -Yo me eché en el suelo, como en un mullido sofá. - -Mi compadre siguió imperturbable picando su tabaco. - -Estuvimos en silencio, mientras San Martín indagó lo que queríamos -saber. - -Juan de Dios San Martín era el lenguaraz de mi compadre, su secretario, -su amigo, sirviente y confidente. Varias veces como representante suyo -estuvo en el Río 4.º. - -Es un _roto_ chileno, vivo como un rayo, taimado y melifluo; que -sabe tirar y aflojar cuando conviene. Tiene treinta años y sabe leer -y escribir perfectamente bien. Tenía varios libros, entre ellos un -tratado de geografía. - -Como su cara hay muchas. No tiene nada de notable. Es blanco y de -sangre pura. Según él, está entre los indios para rescatar algunos -parientes mendocinos. Será ó no verdad. Yo sólo sé que estando en el -Río 4.º entre varias cautivas, que me mandó Mariano Rosas, que entregué -al padre Burela, venía una de unos diecisiete años, que se decía prima -suya y que le estaba muy agradecida. - -Pretendía también San Martín estar muy enamorado de una chiquilla de -catorce años, _que había sido ya_ querida de mi compadre, quien se la -había vendido. Y decía que saldría de los indios cuando se le acabara -de pagar. La chiquilla andaba por allí, era bonita y muy inocentona -al parecer. Lo mismo que estaba con San Martín hubiera estado con -otro. Era mendocina y vestía exactamente como una india. Su donosura -contrastaba en extremo con su desaseo. Reía y jugaba con todos mis -ayudantes con infantil desenfado, y _su dueño_ no se curaba de ello. El -derecho de vida ó muerte que tenía sobre la pobre le inspiraba sin duda -esa confianza. La institución es bárbara, nadie lo pondrá en duda. Pero -hay que reconocer que entre los indios no _se mata_ por celos. Algo más; -hay que reconocer que los casos de infidelidad son rarísimos allí. - -Mientras llega San Martín con las noticias que ha ido á traer, se me -ocurre preguntar: - -La virtud de la fidelidad conyugal, que no puede ser convencional -sino que debe tener por base un sentimiento, el amor, ¿dónde está más -segura, entre los ranqueles ó entre los cristianos? - -Me guardo bien de contestar. - -Prefiero esperar á San Martín, llamando tu atención, Santiago amigo, -sobre los tipos que se refugian entre los indios. Calcula si ellos -conocerán bien á los cristianos, sus ideas, sus tendencias, sus -proyectos futuros, teniendo á su lado secretarios lenguaraces, amigos -íntimos por el estilo del que te acabo de bosquejar. - -Aquel mundo es realmente digno de estudio. Lo tenemos encima, golpeando -diariamente nuestras puertas, como los enemigos de Roma, en sus horas -aciagas, ¿y qué sabemos de él? - -Que nos roban. - -Es bastante; pero no es una noticia nueva para el país. Tanto valiera -decirle: hay guerra civil en Entre Ríos. La conciencia pública lo sabe, -no lo ve, pero lo siente. Ella pregunta otra cosa. ¿Cuál es el remedio -que costando menos sangre puede conciliar el _hecho con el derecho_? ¿Y -por qué pregunta eso? Porque mientras para todo le presentéis el filo -de una espada, la clemencia humana estará en su derecho de exclamar -_¡fratricidas!_ - -San Martín volvió, diciendo que el desconocido venía de las tolderías -de Calfucurá. - -Mi compadre no manifestó extrañeza alguna. - ---¿Y cómo es--le pregunté,--que ustedes no se fijan en los que vienen y -están una porción de días comiendo en sus casas? - ---Aquí viene el que quiere, compadre--me contestó. - ---¿Y si vienen á espiar? - ---¿Y qué van á espiar? - ---Pero lo que ustedes hacen. - ---Nosotros hacemos toda la vida lo mismo. - -Le hice una seña á San Martín, salí del toldo y me siguió. - -Mi compadre continuó picando su tabaco, le quedaba aún un rollo -tucumano. - -San Martín me había servido con lealtad en otras ocasiones. Le encargué -que tomara más informes sobre el desconocido, y se marchó. - -Al separarse de mí, el padre Marcos vino á decirme que aquél me pedía -una camisa y unos calzoncillos, hierba, tabaco y papel. - -Todo se me había concluido. Pero donde hay soldados no faltan jamás -corazones desprendidos y generosos. - -Llamé un asistente y le dije que me buscara entre sus compañeros una -camisa y unos calzoncillos, y todo lo demás que pedía el desconocido. - -Hizo una junta: á éste pidió una cosa, á aquél otra, al uno yerba, al -otro azúcar, tabaco y papel y volvió al punto con la contribución. - -Le di todo al padre Marcos, y el buen franciscano se fué muy contento, -llevándoselo todo á su protegido. - -Me senté á descansar en un diván que con caronas y ponchos me -improvisaron los soldados. - -Dormitaba, cuando oí un tropel de caballos y una voz de indio que con -acento de embriaguez preguntaba: - ---¿Dónde está ese coronel Mansilla? - -Hablaba con los que estaban detrás de la cocina. - ---Ahí--le contestaron. - -Un jinete indio se me presentó, pisándome casi con las patas del -caballo. - -Le reconocí en el acto: era Caiomuta, y viendo que estaba ebrio le miré -con afectado desprecio y no le dije nada. - ---Vos, coronel Mansilla--gritó el bárbaro, clavándole ferozmente las -espuelas al caballo, _rayándolo_ y levantando una nube de polvo que me -envolvió. - -Creí que iba á atropellarme. - -Callé, me puse en pie y en ademán de defenderme. - ---Vos, coronel Mansilla--volvió á gritarme. - ---Sí--le contesté secamente. - ---¡Ahhhh!--hizo. - -Permanecí en silencio, y como se retirara unos cuantos pasos, avancé -sobre él, cubriendo mi frente con el fogón que presentaba el obstáculo -de unos grandes montones de leña. - ---¿Vos amigo indio?--me dijo. - ---Sí--le contesté, y avancé para darle la mano. - -Me rechazó, diciendo: - ---Yo dando mano, amigo no más. - ---Yo soy tu amigo. - ---¿Por qué entonces midiendo tierra, _gualicho redondo_? - -_Gualicho redondo_ era mi aguja de marcar óptica, de la que me había -servido infinidad de veces, en la travesía del Río 5.º á Leubucó. - ---Eso no es para medir tierra--le contesté. - ---Vos engañando--repuso. - ---Yo no miento. - ---¿Y entonces qué haciendo _gualicho redondo_? - ---Era para saber el rumbo, dónde quedaba el Norte. - ---¿Y para qué haciendo eso, teniendo camino y baqueano? - ---Porque cuando ando por los campos me gusta saber derecho adónde voy. - ---_¡Winca! ¡winca!_--murmuró. Y en voz alta y volviendo á rayar el -caballo, en círculos concéntricos para lucir la rienda del animal y su -destreza, gritó: ¡engañando! - -Llegaron varios indios, hablaron á un mismo tiempo y rodeándome me -dijeron: - ---Dando camisa. - ---No tengo--contesté secamente. - -Caiomuta, con ojos mal intencionados me echó encima el caballo, -balanceándose sobre él con dificultad, y me dijo: - ---Vos rico, dando, pues, pobres indios. - ---Yo no doy nada á quien no es mi amigo--le contesté, frunciendo el -ceño y apostrofándole de bárbaro. - -Recogió el caballo como para atropellarme. Me retiré. Llegaron mis -ayudantes y asistentes y me rodearon. - ---¡Winca! ¡winca!--bramó el indio. - -Juan de Dios San Martín se presentó en ese momento y me dijo, que -decía Baigorrita que no le hicieran caso á su hermano, que me fuera -á su toldo. Y de su cuenta agregó: Ese indio, señor, tiene muy malas -entrañas. - -Me pareció desdoroso abandonar el campo. - -Le contesté á mi compadre que no tuviese cuidado. - -Caiomuta se echó al coleto un trago, como un chorro, de una limeta de -aguardiente que llevaba en la mano derecha, y picando el caballo y -vociferando insultos contra Baigorrita, á quien tachaba de ladrón, y -diciéndoles á los otros que le siguieran, se lanzó á toda brida por -unos arenales donde parecía imposible que el caballo corriera. - -Queriendo evitar un segundo diálogo, me dirigí al toldo de mi compadre; -pero viendo al padre Marcos con el desconocido, hice un rodeo y me -acerqué á ellos. - ---¿Y al fin de dónde eres?--le pregunté:--¿de Chile, de Patagones ó de -Bahía Blanca? - -No me contestó. - ---¿Conque tienes lengua para pedir y no la tienes para -contestar?--agregué. - ---Yo no he pedido nada--contestó por primera vez con acento porteño. - ---Lo que yo debía hacer era quitarte por soberbio lo que te he dado--le -dije. - ---Ahí está--murmuró con desprecio. - -Me retiré. Aquel hombre me alteraba la sangre, y entré en el toldo de -mi compadre. - -Seguía picando tabaco. - -Me hizo señas de que tomara asiento. - -Me senté. - -Trajeron puchero. - -Comí. - -Á mi compadre le sirvieron un riñón de cordero, caliente, crudo y un -bofe de vaca fiambre, aliñado con cebolla y sal. - -Me ofreció un bocado. - -Acepté. - -El riñón era incomible, hedía como álcali volátil; pero lo mastiqué -procurando no hacer gestos y lo tragué. - -El bofe era pasable; pero prefiero no volver á probarlo más en mi vida. - -Como no había lenguaraz no hablábamos sino una que otra palabra. - -Aproveché el tiempo para observar la fisonomía de aquel _picador de -tabaco_ imperturbable, especie de patriarca. - -Manuel Baigorría, alias Baigorrita, tiene treinta y dos años. - -Se llama así porque su padrino de bautismo fué el gaucho puntano de -ese nombre, que en tiempos del cacique Pichum, de quien era muy amigo, -vivió en Tierra Adentro. Su madre fué una señora cautiva del Morro. -Allí vivía no ha mucho con su familia, rescatada, no puedo decir en qué -época. Baigorrita tiene la talla mediana, predominando en su fisonomía -el tipo español. Sus ojos son negros, grandes, redondos y brillantes; -su nariz respingada y abierta; su boca regular; sus labios gruesos; su -barba corta y ancha. Tiene una cabellera larga, negra y lacia, y una -frente espaciosa, que no carece de nobleza. Su mirada es dulce, bravía -algunas veces. En este conjunto sobresalen los instintos carnales y -cierta inclinación á las emociones fuertes, envuelto todo en las brumas -de una melancolía genial. - -Con otro tipo mi compadre sería un árabe. - -Es muy aficionado á las mujeres, jugador y pobre; tiene reputación de -valiente, de manso y prestigio militar entre sus indios. - -Sus costumbres son sencillas, no es lujoso ni en los arreos de su -caballo. - -Me habló varias veces con ternura de la madre, manifestándome el deseo -de ir al Morro á visitar sus parientes. - -Caiomuta es su hermano menor por parte de padre. Son enemigos. -Caiomuta es rico, ladrón como Caco, borracho como Baco y malo como -Satanás. Insolente, violento, audaz, aborrecido de la generalidad. -Pero es fuerte, porque tiene un circulito de desalmados que le siguen -ciegamente, ayudándole á perpetrar todas sus maldades. - -Concluía el estudio de los rasgos fisonómicos de mi compadre, cuando se -presentó San Martín. - -Cambió algunas palabras en lengua araucana con aquél, y diciéndome en -un aparte que tenía algo que comunicarme, se retiró. - ---Hasta luego--le dije á Baigorrita, que sin dejar de picar su tabaco, -me contestó: _¡adió!_ (los indios, como los negros, no pronuncian -generalmente las eses finales), y fuí á ver qué me quería San Martín. - -En cuanto me acerqué á él, me dijo: - ---Señor, el hombre es un espía de Calfucurá. - ---¿Y tras de qué anda? - ---Viene á ver qué hace usted aquí. Allí temen que usted mueva estas -indiadas contra aquéllas. - ---¿Y se lo has dicho á Baigorrita ahora lo que hablaste con él? - ---No, señor. - ---Avísaselo, pues. - -San Martín obedeció. - -Yo me quedé pensando en la cautelosa previsión de Calfucurá, el gran -político y guerrero de la Pampa, tan temido por su poder como por su -sabiduría. - -La noticia de mi arribo á las tolderías de los ranqueles, le había sido -transmitida por Mariano Rosas, junto con una consulta, en su calidad de -aliado por simpatía de raza. - -Su contestación había sido que la paz convenía, que no vacilase en -sellarla y cumplirla. - -Al mismo tiempo había enviado un emisario secreto. - -¿Hombres de Estados cultos habrían procedido de otra manera? - -¿La diplomacia moderna es más sincera y menos desconfiada? - -Tú, que vives en Europa, donde nacieron y gobernaron Richelieu, -Mazarino, Walpole, Alberoni, Talleyrand y Maeternich, en Europa, que -nos da la norma en todo, lo dirás. - - - - - IX - - Cansancio.--Puesta del sol.--Un fogón de dos filas.--Mis caballos no - estaban seguros.--Aviso de Baigorrita.--Los indios viven robándose - unos á otros.--La justicia.--Los pobres son como los caballos - _patrios_.--Cena y sueño.--Intentan robarme mis caballos.--Cantan los - gallos.--Visión.--El mate.--Un cañonazo. - - -El día había sido fecundo en impresiones. La tarde, esa hora dulce -y melancólica, avanzaba. El fuego solar no quemaba ya. La brisa -vespertina soplaba fresca, batiendo la grama frondosa, el verde y -florido trébol, el oloroso poleo, y arrancándole sus perfumes suaves y -balsámicos á los campos, saturaba la atmósfera al pasar con aromáticas -exhalaciones. Los ganados se retiraban pausadamente al aprisco. - -Mi cuerpo tenía necesidad de reposo. Mi estómago pedía un asadito á la -criolla. Teníamos una carne gorda, que sólo mirarla abría el apetito. - -Mandé hacer un buen fogón, con asientos para todos. Proclamé -cariñosamente á los asistentes, para que trajeran leña gruesa de chañar -y carda. - -Había una enramada llena de cueros viejos, de trebejos inútiles, de -guascas y chala de maíz. Le eché el ojo, la mandé limpiar, y me dispuse -á cenar como un príncipe, y á pasar una noche de perlas. - -Mis pensamientos eran plácidos, como los del niño que alegre corre y -juguetea, en tarde primaveral, por las avenidas acordonadas de arrayán -del verde y pintado pensil. - -Las penas andaban huidas, también ellas son veleidosas. - -Á veces suelo echarlas de menos. - -El sol hundió su frente radiosa tras de las alturas de Quenque, -augurando el limpio horizonte y el cielo despejado de nubes un nuevo -hermoso día; las estrellas comenzaron á centellear tímidamente en el -firmamento; las sombras nocturnas fueron envolviendo poco á poco en -tinieblas el vasto y dilatado panorama del desierto, y cuando la noche -extendió completamente su imponente sudario, el fogón ardía, rechinando -al quemarse los gruesos troncos de amarillento caldén, chisporroteando -alegre la endeble carda, como si festejara el poder del elemento -destructor. - -La rueda se había hecho sin orden en dos filas. Detrás de cada -franciscano y de cada oficial había un asistente. El chusco Calixto -Olazábal, atizaba el fuego, reparaba el asado, tomaba mate y soltaba -dicharachos sin pararle la lengua un minuto. - -Á no haber estado allí los frailes, hubiera podido decirse que parecía -un Vulcano jocoso entre las llamas, rodeado de condenados; porque -aquéllas, flameando al viento, chamuscaban su barba, siendo motivo de -que hiciera toda clase de piruetas y gesticulaciones, lo que provocando -la risa de los circunstantes completaba el cuadro. - -Los ojos se me iban viendo el apetitoso asado. - -Pensaba en el pincel y en la paleta de Rembrandt, cuando una voz -conocida dijo detrás de mí, con acento respetuoso: - ---¡Buenas noches, señores! - -Era Juan de Dios San Martín. - ---Buenas noches; siéntese, amigo, si gusta--le contesté. - ---Gracias, señor--repuso;--no puedo ahora. Vengo á decirle, que dice -Baigorrita que los caballos están mal donde los tiene: que ha sabido -que andan unos indios ladrones por darle el golpe, y que sería mejor -los encerrase en el corral. - -No pude resolverme de pronto á contestarle que estaba bueno, porque los -animales tenían necesidad de alimentarse bien. Pero entre que sufrieran -más y perderlos, el partido no era dudoso. - -Después de un instante de reflexión, contesté: - ---Dile á mi compadre que si hay peligro los haré encerrar. - ---Es mejor--contestó San Martín. - ---Pues bien--repuse,--que los encierren. - -Y esto diciendo, le ordené al mayor Lemlenyi le hiciera prevenir á -Camilo Arias que los caballos no dormirían á ronda abierta, sino en el -corral. - -San Martín se fué y volvió diciéndome: - ---Dice Baigorrita que el corral tiene un portillo, que es preciso -taparlo con ramas y que pongan una guardia. - -Mandé dar las órdenes correspondientes, y como Calixto gritara en ese -momento, ¡ya está! invité nuevamente al mensajero de mi compadre á que -se sentara. - -Aceptó, ocupó un puesto en la rueda, le entramos al asado, como se dice -en la tierra, y mientras lo hacíamos desaparecer, se pusieron algunos -choclos al rescoldo, para tener postre. - -Una jauría de perros hambrientos había formado á nuestro alrededor -una tercera fila. Viendo que no los trataban como los indios, nos -empujaban, y á más de uno le sucedió le arrebataran la tira de carne -que llevaba á la boca. La confianza de aquellos convidados de piedra -de cuatro patas llegó á ser tan impertinente, que para que nos dejaran -comer en paz hubo que tratarlos á la baqueta. - ---Pero hombre--le dije á San Martín,--aquí no respetan nada. ¿Será -posible que se atrevan á robarme mis caballos hasta del corral de -Baigorrita? - ---Qué, señor, si son muy ladrones estos indios; el otro día, no más, se -le han perdido sus caballos á Baigorrita, lo tienen á pie--me contestó. - ---¿Y qué ha hecho? - ---Los andan campeando. - ---¿Entonces aquí viven robándose los unos á los otros? - ---Así no más viven, ya es vicio el que tienen. - ---¿Y qué hacen con lo que roban? - ---Unas veces se lo comen, otras se lo juegan, otras lo llevan y lo -cambalachean en lo de Mariano ó en lo de Ramón, ó se van á lo de -Calfucurá, ó se mandan cambiar á Chile. - ---¿Y se castiga á los ladrones? - ---Algunas veces, señor. - ---¿Pero cuando á un indio le roban, qué hacen? - ---Según y conforme, señor. Unas veces le pone la queja al cacique, -otras él mismo busca al ladrón y le quita á la fuerza lo que le han -robado. - -Le hice algunas preguntas más, y de sus contestaciones saqué en -conclusión que la justicia se administraba de dos modos: por medio de -la autoridad del cacique y por medio de la fuerza del mismo damnificado. - -El primer modo es menos usual. - -1.º. Porque mientras el cacique manda averiguar quiénes son los -ladrones, se descubre el hecho y se prueba se pasa mucho tiempo; 2.º, -porque los agentes de que se vale se dejan seducir por los ladrones; -3.º, porque este procedimiento no le reporta ningún beneficio al juez. - -El segundo modo es el que se practica con más generalidad. - -Le roban á un indio una tropilla de yeguas, por ejemplo. - -Es Fulano, dice por adivinación, ó porque lo sabe. Cuenta el número de -hombres de armas de llevar que tiene en su casa, recluta á sus amigos, -se arman todos, le pegan un malón al ladrón, y le quitan el robo y -cuanto más pueden. - -Generalmente no hay lucha, porque los que van á vindicar la justicia -son más numerosos que los que acaudilla el ladrón. Contra la fuerza -toda la resistencia es inútil, máxime si no se tiene razón. - -Hecho esto, se le da cuenta al cacique, y de lo que á título de -indemnización se ha quitado se le hace parte. Este hecho hace inútil -todo reclamo ante él. Es perder tiempo. - -El indio que vaya á decirle: Yo le robé á Fulano diez yeguas. Me las ha -quitado anoche, y cincuenta más, recibirá esta contestación: - ---¿Para qué robaste, pues? Róbale vos otra vez, y quítale lo que te ha -robado. - -Cuando llegaba á esta parte de mis investigaciones sobre la justicia -pampa, le pregunté á San Martín: - ---¿Y cuando le roban á un indio pobre, que tiene poca familia y pocos -amigos, y el ladrón es más fuerte que él, qué hace? - ---Nada--me respondió. - ---¿Cómo nada? - ---Señor, si aquí es lo mismo que entre los cristianos; los pobres -siempre se embroman. - -Calixto Olazábal metió su cuchara, y quemándose los dedos y la boca -con una tira de asado revolcado en la ceniza, dijo: - ---Y así no más es, pues. Yo entré una vez en una revolución con don -Olazábal. Después que las bullas pasaron á él lo hicieron Juez en el -Río 4.º, y á mí me echaron de veterano en el 7 de caballería de línea. -¡Eh! como á él no le faltaban macuquinos, la sacó bien. - ---Tú eres un entrometido y un bárbaro--le dije. - ---Así será, mi Coronel; pero yo creo que tengo razón,--repuso. - ---¿Qué sabes tú, hombre? - ---Mi Coronel, si los pobres son como los caballos patrios, todo el -mundo les da. - -La contestación, ó mejor dicho la comparación, les pareció muy buena á -los circunstantes y todos la festejaron. - -Efectivamente no hay nada comparable á la desgraciada condición de lo -que en nuestro lenguaje argentino se llama un _caballo patrio_. - -Empecemos porque le falta una oreja, lo que, desfigurándole, le da el -mismo antipático aspecto que tendría cualquier conocido sin narices. -Está siempre flaco, y si no está flaco, tiene una matadura en la -cruz ó en el lomo; es manco ó bicocho; es rengo ó lunanco; es rabón -ó tiene una porra enorme en la cola; está mal tusado, y si tiene la -crin larga hay en ella un abrojal; cuando no es tuerto tiene una -nube; no tiene buen trote ni buen galope, ni tranco, ni sobrepaso. Y -sin embargo, todo el que le encuentra le monta. Y no hay ejemplo de -que un patrio haya podido decir al morir: á mí no me sobaron jamás. -Todo el que alguna vez lo montó le dió duro hasta postrarlo. ¡Ah! si -los patrios que á millares yacen sepultados por los campos formando -sus osamentas una especie de fauna postdiluviana se levantaran como -espectros de sus tumbas ignoradas y hablasen ¡qué no contarían! ¡Qué -ideas no suministrarían para la defensa y seguridad de las fronteras! -¡Pobres patrios! ¿Quién no les echó la culpa de algo? ¡Cuántas batallas -perdidas por ellos desde el año 20 hasta la guerra del Paraguay, -cuántas campañas prolongadas como la actual de Entre Ríos! ¡Cuántas -reputaciones vindicadas á sus costillas por no haber vivido en tiempos -de Esopo! Los tiempos hacen todo. Está visto. ¡Pobres patrios! Sólo -ellos han callado. Resignados han sufrido, sufren y sufrirán su suerte -impía. ¡Pobres patrios! Desde el día en que los hubo, ¿quién no ha -murmurado y gritado contra la patria? Todo el mundo menos ellos. - -_Such is life!_ - -¡Así es la vida! Los que no deben quejarse se quejan. - -Los choclos se cocieron y los comimos; se acabó la cena, siguió un rato -más la conversación y luego cada cual pensó en hacer su cama. - -La mía estaba deliciosa; con cueros le habían hecho cortinas á la -enramada; el airecito fresco de la noche no podía incomodarme. Me -acosté. - -Después que los asistentes acomodaron las camas de los franciscanos y -de los oficiales, se posesionaron del fogón y churrasquearon bien. - -Yo me dormí arrullado por su charla, y por la bulla del toldo de mi -compadre, que junto con unos cuantos amigos íntimos y sus chinas, -saboreaba en el mayor orden el aguardiente que yo le había llevado. - -Varias veces me desperté sobrecogido, creyendo ver al negro del -acordeón y oir su voz. - -Estaba profundamente dormido, cuando San Martín, acercándose á mi -cabecera, me despertó diciéndome: - ---¡Mi Coronel! - -Temiendo que mi compadre quisiera hacerme las de Mariano Rosas, no -contesté. - ---¡Mi Coronel! ¡mi Coronel!--repitió San Martín. - ---No contesté. - -Acercóse entonces á la cama de uno de mis oficiales, y le dijo: - ---El Coronel está muy dormido, no oye, vengo á decirle que acaban de -correr á unos ladrones que andaban por robarle los caballos y que es -bueno que mande más gente al corral. - -Viendo que no había riesgo en darme por despierto, llamé y ordené que -cuatro asistentes fueran á reforzar la ronda del corral. Y llamándolo á -San Martín, le pregunté qué hacía mi compadre. - ---Se está divirtiendo--me contestó. - ---Bueno--le dije:--que no me vayan á incomodar llamándome. - ---No hay cuidado, señor, Baigorrita me ha encargado que repare no lo -incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por -eso ha empezado á beber de noche. - -Respiré. Me acomodé en la cama, me di unas cuantas vueltas, porque algo -había que no permitía conciliar el sueño con facilidad, y por fin me -volví á quedar dormido. - -El cuerpo se acostumbra á todo. Dormí sin interrupción unas cuantas -horas seguidas. - -La vida se pasa sin sentir, ya lo he dicho. Pero ni todos los días, ni -todas las noches son iguales. Si lo fuesen, el peor de los suplicios -sería vivir. Felizmente en la existencia humana hay contrastes. - -Imaginaos un hombre que no hace más que divertirse--ó á quien todo le -sabe bien,--que no sabe lo que es una contrariedad; y decidme, lector -sesudo, que acabáis quizá de estar maldiciendo vuestra estrella, si -os cambiaríais por él. ¡Ah! el que tiene hambre no sabe lo que es un -opulento enfermo del estómago. Con razón un magnate inglés, á quien -en los momentos de sentarse en su opípara mesa se le presentó un -desconocido pidiéndole una limosna y diciéndole que era tan desgraciado -que se moría de hambre contestó: Vete de mí, tienes hambre y dices que -eres desgraciado. - -El desgraciado soy yo, que rodeado de manjares no puedo pasar ninguno; -el que no me hace daño me empalaga. - -Por eso las mujeres de más talento, las que más interesan, son las que -renovándose más, se prodigan menos. - -Quería decir que la segunda noche de Quenque, no había sido como la -primera. - -En cuanto cantaron los gallos me desperté, llamé á Carmen y le pedí -mate. - -Mientras hacía fuego, calentaba agua y lo cebaba, pasé revista de -impresiones nocturnas. Había tenido un sueño, un sueño extravagante, -como son todos los sueños, por más que hayan dicho y escrito sobre el -particular los grandes soñadores como Simonide, Sevano, el sucesor de -Pertinax, la madre de París, Alejandro, Amílcar y César. - -De una novela de Carlos Juliet, de una fiesta veneciana dada á -Luigi Metello, de mi almuerzo en el toldo de Baigorrita y otras -reminiscencias, mi imaginación había hecho un verdadero _imbroglio_. - -Había asistido á una cena. Los manjares eran todos de carne humana; -los convidados eran cristianos disfrazados de indios y la escena -pasaba á la vez en Quenque y en casa de Héctor Varela. El anfitrión -era una mujer, Concordia, la hija de Júpiter y de Temis, y alrededor -de ella estaban los principales hombres argentinos. Cada cual -tenía una vincha pampa y en ella se leía un mote. Mitre--_Tout ou -rien._ Rawson--_Frères unis et libres._ Quintana--_Sempre Diritto._ -Alsina--_Remember!_ Argerich--_Liberté._ Gutiérrez José María--_Odi -et amo._ Avellaneda--_¿Dormir? Rêver?_ Varela Mariano--_Honni soit -qui mal y pense?_ Vélez Sarsfield--_De l'or!_ Gorostiaga--_Assez._ -Elizalde--_jamais, toujours_. Gainza--_Veni, vidi, vinci._ López -Jordán--_Muriamur._ Sarmiento--_Lasciate ogni speranza._ - -Había muchos otros convidados, veía aún como entre sueños sus caras, -mas no podía recordar quiénes eran. - -¡Algunos comían, los más rechazaban la carne humana con asco y con -horror! - -Una gran orquesta de instrumentos, que parecían de viento, como -trompetas de papel de diario tocaban un aire militar y un coro como el -que produciría el eco del pueblo agrupado en la plaza pública, cantaba: - - «There is no hope for nations! Search the page - Of many thousand years--the daily scene; - The flow and ebb of each recurring age. - The everlasting to be which hath been, - Hath taught us nought or little.» - -Lo que traducido en prosa quiere decir: - -No hay ya esperanza para las naciones. Recorred las páginas de los -siglos. ¿Qué nos han enseñado sus vicisitudes periódicas, el flujo y el -reflujo de las edades y esa eterna repetición de los acontecimientos? -Nada ó muy poco. - -Carmen llegó con el mate y me sacó de la meditación retrospectiva en -que estaba. - -En ese momento se oyó un cañonazo. - -Era una descarga eléctrica, un trueno seco. - -El fenómeno es frecuente en la Pampa. - - - - - X - - Baigorrita se levanta al amanecer y se baña.--Saludos.--En el toldo - de mi futuro compadre.--El primer bautismo en Quenque.--Deberes - recíprocos del padrino y del ahijado.--Nociones de los indios sobre - Dios.--Promesas de mi compadre sobre mi ahijado.--Me hablan de una - cosa y contesto otra.--Lucio Victoriano Mansilla, sería algún día un - gran cacique.--Pensamientos locos.--Visita al toldo de Caniupán.--Usos - y costumbres ranquelinas.--Un fumador sempiterno. - - -Baigorrita se levantó muy temprano, se fué á la laguna y se bañó, para -corregir los excesos de la noche. Sus huéspedes y las chinas hicieron -lo mismo, regresando todos frescos y acicalados, con los labios y las -mejillas pintadas y lunarcitos postizos en los pómulos. - -Las chinas asearon el toldo, recogieron leña, hicieron fuego, carnearon -una res y se pusieron á cocinar el almuerzo. - -Baigorrita y sus amigos, ensillaron los caballos que estaban en el -palenque, montaron en ellos, y durante media hora los varearon, -haciéndolos correr el tiro de una legua por el campo más quebrado y -escabroso. - -Mi compadre regresó solo, soltó su caballo, ensilló otro, entró en su -toldo, se sentó, armó cigarros y se puso á fumar. - -Juan de Dios San Martín vino de parte de él á preguntarme cómo había -pasado la noche, y si no se habían perdido algunos caballos. - -Le contesté que había dormido muy bien, que no había ninguna novedad y -que así que almorzara iría á hacerle una visita. - -Llevó San Martín el mensaje y volvió diciéndome, que mi compadre se -alegraba mucho de que hubiera pasado la noche á gusto; que me invitaba -á ir á su toldo; que iban á llegar visitas nuevas y quería que me -conocieran: que allí almorzaría, si no tenía algo mejor que comer que -lo suyo. - -Hablaba con San Martín, cuando se presentó un indio con otro mensaje de -Caniupán y un regalo. Me mandaba saludar, vivía de allí legua y media, -y me enviaba una bola de pataí, pisada con maíz tostado, grande como -una bala de cañón de á cuarenta y ocho. - -Traté al mensajero como lo merecía, con todo cariño. Le hice algunos -regalitos, sacando contribuciones á los oficiales y soldados; le -agradecí á Caniupán su atención y le envié una camisa de Crimea -que llevaba exprofeso para él, azúcar, tabaco, hierba y papel, -prometiéndole visita para la tarde. - -En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba tranquilamente -rodeado de sus hijos: no se movió, me insinuó un asiento con la sonrisa -más dulce y amable, y apenas me había acomodado en él, le dijo á mi -ahijado: padrino, bendición. - -El indiecito vino hacia mí con cierta timidez; le atraje del todo -echándole los brazos, le cogí las manecitas que había unido, -obedeciendo al mandato de su padre, le acaricié y le senté á mi lado, -contestándole á su bendición padrino, Dios lo haga bueno, ahijado. - -La madre, que hablaba español, le preguntó desde el fogón ¿cómo te -llamas? - -No contestó. Le repitió la pregunta en lengua araucana y respondió -mirándome con recelo: Lucio Mansilla. - -Mi compadre se sonrió complacido. La madre, las chinas y cautivas que -cocinaban festejaron mucho la respuesta. Una de las más ladinas dijo: -coronel Mansilla, chico. - -Mi compadre llamó á San Martín. - -San Martín me dijo: - ---Dice Baigorrita, que cuándo se hace el bautismo. - ---Dile que cuando quiera, que ahora mismo, si le parece, antes que -entren visitas. - -Contestó que bueno. - -Llamé al padre Marcos, y el franciscano no se hizo esperar. - -En cuanto entró, mi compadre le hizo decir con San Martín, que si le -hace el favor de bautizarle su hijo. - ---Con mucho placer--contestó el padre. - -Salió, volvió con fray Moisés Álvarez, se revistieron, nos hincamos, -rezamos el Padre Nuestro, haciendo coro los cautivos que lo sabían y mi -ahijado fué bautizado con el nombre de Lucio Victorio. - -Terminada la ceremonia, Baigorrita les dió las gracias á los -franciscanos y les invitó á sentarse á almorzar. - -Hizo una seña y nos sirvieron. Había puchero de dos clases, de carne -de vaca y de yegua; asado ídem. Yo comí carne de yegua, mi compadre lo -mismo, los frailes de vaca. - -Mientras almorzábamos, llegaron visitas. Á todos se les obsequió como -á nosotros; los unos eran conocidos del día antes, los otros recién -llegados. Baigorrita me presentó á todos sucesivamente. Hubo abrazos -y apretones de mano hasta el fastidio, las preguntas y respuestas de -siempre. - -Mi compadre explicó lo que significaba entre los indios darle al -ahijado el nombre y apellido del padrino. - -Era ponerlo bajo su patrocinio para toda la vida; pasar del dominio -del padre al del padrino; obligarse á quererle siempre, á respetarle -en todo, á seguir sus consejos, á no poder en ningún tiempo combatir -contra él, so pena de provocar la cólera del cielo. - -El padrino se obliga por su parte á mirar al ahijado como hijo propio, -á educarlo, socorrerlo, aconsejarlo y encaminarlo por la senda del -bien, so pena de ser maldecido por Dios. - -Eran dos seres que se identificaban por un voto solemne. - -Con este motivo me habló del gaucho puntano Manuel Baigorria, -manifestando el deseo de que se le diera permiso para que le hiciera -una visita. - -Le dije que una vez hecha la paz, no había inconveniente en que tuviera -ese gusto, si Mariano Rosas lo permitía. - -Le agregué que Baigorria no era buen hombre, que había sido mal -cristiano y mal indio, que á unos y á otros los había traicionado. - -Me contestó que no desconocía mis razones. Pero que al fin era su -padrino, que llevaba su nombre y que él no podía dejar de quererle. - -Le dije que sus sentimientos le honraban; porque probaban su lealtad, y -que le honraban tanto más cuanto que convenía en que su padrino había -sido infiel á sus compromisos y á su palabra. - -Varios de los visitantes aprobaron mis observaciones. - -Los franciscanos á su turno explicaron con mansedumbre, claridad y -sencillez lo que significaba el bautismo. - -Dijeron que el que se bautizaba entraba en gracia de Dios. - -Que Dios era eterno, inmenso, misericordioso; que tenía un poder -infinito, que hacía cosas grandes que los hombres no podían comprender; -que su voluntad era que todos se amaran como hermanos, que no mataran, -que no robaran, que no mintieran; que los que se casaran lo hicieran -con una sola mujer; que los que tuvieran hijos los educaran y enseñaran -á vivir del trabajo; que para ser buen cristiano era necesario tener -presente siempre esas cosas. - -San Martín tradujo _las razones_ de los franciscanos, y todos los -presentes las escucharon con suma atención. - -Mi compadre prometió educar á su hijo en la ley de los cristianos, que -no se casaría con varias mujeres, ni con dos, que lo enseñaría á vivir -de su trabajo. - -Entraron más visitas. Tuvimos una larga conferencia y expliqué el -Tratado de paz celebrado con Mariano Rosas. - -Todo el que quería me dirigía una pregunta. Baigorrita me hacía decir -con San Martín que tuviera paciencia, y Camargo me aconsejaba que no -dejara de contestar. - -Cuando la interpelación era intermitente, Camargo me zumbaba al oído: -diga, señor, cuántas yeguas se dan por el Tratado. - ---Pero hombre--le observaba yo,--¿qué tiene que ver la pregunta con -eso? Nada, señor, conteste lo que yo le digo; yo le diré después cómo -son éstos. Era una comedia. Me hablaban de pitos y contestaba flautas. -Y el resultado de cada diálogo era siempre el mismo: Bueno, lo que haga -Baigorrita está bien hecho. Mi compadre agachaba la cabeza en señal de -asentimiento; y Camargo me decía entre dientes, como hombre que sabía -el terreno que pisaba: No ve, señor, si lo que quieren es hacerle creer -á Baigorrita que ellos también saben hablar. - -No menos de cuatro horas duró la broma aquélla. Pero á poco fueron -desapareciendo los grandes dignatarios de la tribu. Por fin nos -quedamos _tête à tête_ con mi compadre. Me dijo entonces que todo -el Tratado le parecía bueno. Pero que deseaba saber quién le iba á -entregar á él su parte. Le contesté que Mariano Rosas era quien debía -hacerlo; que tanto él como Ramón lo habían apoderado para tratar. -Convino en ello, y terminamos pidiéndome dejara bien arreglado con -Mariano, que á su tribu le tocaba la mitad de todo lo que el Gobierno -iba á entregar, lo que prometí hacer. - -Mi ahijado, el futuro cacique Lucio Victorio Mansilla, no se movió de -mi lado mientras duró la conferencia. Viéndolo cabecear le acomodé la -cabecita en el respaldo de mi asiento y se quedó dormido. Era hora de -siesta. Me acosté sin decirle una palabra á mi compadre y dormí hasta -que el desasosiego me despertó. Mi cuerpo hervía. - -Me levanté, salí del toldo y lo dejé á mi compadre fumando y haciéndose -expulgar por una de sus chinas. - -Cambié de ropa, y en tanto que me vestía pensaba que el plan soñado -de hacerme proclamar emperador de los Ranqueles bien valía la pena de -aquellos sacrificios. - -Murmuré: _Lucius Victorius, imperator_. Me pareció sonoro. Pero la -onomancia me dijo: ¡loco! Me miré la palma de la mano, consulté sus -rayas, y la quiromancia me dijo, dos veces ¡loco! ¡Vi cruzar una -bandada de loros, observé su vuelo, y la ornitomancia me dijo, tres -veces ¡¡¡loco!!! - -La visión de la patria cruzó entre una nube de fuego por mi mente en -ese instante, y viéndola tan bella me ruboricé de mis pensamientos y de -no haber hecho hasta ahora nada grande, útil, ni bueno por ella. - -Mandé ensillar un caballo, y me fuí á visitar á Caniupán. - -Galopé media hora y llegué á su toldo. - -Iba á echar pie á tierra, San Martín que me acompañaba, me dijo: -todavía no, señor, la costumbre es otra. - -Salió un indio del toldo, y haciendo callar los perros que habían sido -los heraldos de nuestra aproximación dijo: - ---¡Buenas tardes, hermanos! - ---Buenas tardes--contestó San Martín. - ---¿No quieren apearse?--añadió. - ---Vamos á hacerlo--repuso San Martín. - -Y dirigiéndose á mí: ahora es tiempo, señor, apéese, me dijo. - -Quise avanzar y me detuvo. - -El indio dijo: - ---Pase adelante. - ---Vamos, señor--me dijo San Martín contestando. - ---Ya vamos. - -Quise manear mi caballo y San Martín me dijo: todavía no. - ---¿Por qué no atan los caballos?--dijo el indio. - ---Vamos á hacerlo--contestó San Martín. - -Y dirigiéndose á mí, me dijo: atemos, señor, los caballos y entremos. - -Los atamos y entramos en el toldo. - -Caniupán estaba sentado, se levantó, nos recibió con gran agasajo y nos -hizo sentar. - ---¿Viene á quedarse? - ---No, vengo por un rato--le contesté. - -San Martín me explicó la pregunta. Si hubiera dicho que sí, en el acto -habrían mandado desensillar mi caballo, las chinas ó cautivas habrían -hecho un lío del apero y lo habrían guardado como cosa sagrada. - -Al toldo de un indio se acerca el que quiere. Pero no puede apearse del -caballo, ni entrar en él sin que primero se lo ofrezcan. Una vez hecho -el ofrecimiento, la hospitalidad dura una hora, un día, un mes, un -año, toda la vida. Lo que entra al toldo es cuidado escrupulosamente. -Nada se pierde. Sería una deshonra para la casa. Sólo de los caballos -no responden. Sea conocido ó desconocido el huésped, se lo previenen, -diciéndole: aquí ni lo de uno está seguro. Y es la verdad. - -El indio no rehusa jamás hospitalidad al pasajero. Sea rico ó pobre, -el que llame á su toldo es admitido. Si en lugar de ser ave de paso se -queda en la casa, el dueño de ella no exige en cambio del techo y de -los alimentos que da,--tampoco da otra cosa,--sino que en saliendo á -malón le acompañen. - -El toldo de Caniupán estaba perfectamente construido y aseado. Sus -mujeres, sus chinas y cautivas, limpias. Cocinaron con una rapidez -increíble un cordero, haciendo puchero y asado, y me dieron de comer. - -El indio hizo los honores de su casa con una naturalidad y una gracia -encantadoras. Me habría quedado allí de buena gana un par de días. -Los cueros de carnero de los asientos y camas, las mantas y ponchos -parecían recién lavados, no tenían una mancha, ni tierra ni abrojos. - -Me presentó todas sus mujeres, que eran tres, sus hijos, que eran -cuatro y varios parientes, excepto la suegra, que vivía con él; pero -con la que según la costumbre no podía verse, porque, como me parece -haberte dicho antes, los indios creen que todas las suegras tienen -_gualicho_, y el modo de estar bien con ellas es no verlas ni oirlas. - -Pasé un rato muy entretenido, comí un buen asado de cordero, excelente -pataí de postre, bebí un trago de aguardiente, y al caer la tardecita -me despedí y me volví al toldo de Baigorrita. - -Á mi compadre lo encontré como lo había dejado, sentado y fumando. - -Unas chinas de los alrededores me esperaban de visita. Iban á dormir -conmigo, es decir, á pasar la noche cerca de mi fogón, como lo hizo -Villarreal con su familia cuando me tenían detenido á la orilla de la -lagunita de Calcumuleu. Es una costumbre de la tierra. - -Camargo no estaba. Unos indios amigos lo habían llevado á un baile esa -tarde. Se había ido con mi permiso, sin pedírmelo. - -Cuando pregunté por él me dijeron que había encargado me avisaran, que -con mi permiso se había ido á divertir. Era un verdadero mensaje de -gaucho. - -Mandé cebar mate y obsequié á mis visitas como correspondía. Eran -cuatro, se habían puesto muy currutacas y las encabezaba una llamada -María Jesús Rodríguez, que hablaba el castellano como yo. - -Su nombre derivaba del de su madrina. No era cristiana. Se me olvidaba -decir que entre los indios, el compadrazgo se establece sin necesidad -de bautismo. - -Pero dejemos á las visitas y vamos al fogón. El cuarterón conversa con -mis ayudantes, oigo que dice que conoce á Julián Murga, y esto pica mi -curiosidad. - - - - - XI - - El cuarterón cuenta su historia.--Recuerdo de Julián Murga.--Los - niños de hoy.--Diálogo con el cuarterón.--Insultos.--Nuestros - juicios son siempre imperfectos.--Un recuerdo de la _Imitación de - Cristo_.--Dudas filosóficas.--Última mirada al fogón.--El cuarterón - me da lástima.--Alarma.--Caiomuta ebrio, quiere matarme.--Un reptil - humano. - - -Me acerqué al fogón sin que me vieran, y permanecí de pie para no -interrumpir al cuarterón. - -Las llamas iluminaban el cuadro, destacándose en él la horrible y -deforme cara del espía de Calfucurá. - -Contaba su historia. - -No había conocido padres. Era natural de Buenos Aires, y había sido -soldado del coronel Bárcena, de repugnante y sangrienta memoria. Sus -campañas eran muchas y había presenciado y sido ejecutor de inauditas -crueldades. - -El pronunciamiento de Urquiza contra Rosas le tomó en la Banda -Oriental, militando en las filas de Oribe. De allí vino incorporado -á la División de Aquino, ese tipo noble, caballeresco y valiente que -sucumbió á mano de una soldadesca fanática y desenfrenada. - -Estuvo en Caseros, en el sitio de Buenos Aires y en el Azul con el -general Rivas. De allí desertó. Vivió errante algún tiempo haciendo -fechorías, mató á uno de una puñalada en una pulpería, ganó los -indios, anduvo por Patagones comerciando, en calidad de Picunche, y -allí conoció al coronel Murga. - -Yo me he criado con Julián, le quiero mucho; los recuerdos de nuestra -infancia no se borrarán jamás de mi imaginación; en nuestro barrio, -el de San Juan, había, como en todos, un caudillo, él era el nuestro. -Los pulperos, los zapateros, los tenderos y las viejas nos temblaban. -Éramos el azote de los negros que vendían pasteles, de los lecheros y -panaderos. - -Teníamos nuestro arsenal de piedras para ellos; y una colección de -apodos que todavía sobreviven. Perseguíamos á muerte los gatos y los -perros del vecino. Pescábamos por los fondos sus gallinas. - -No dejábamos llamador en su lugar, zócalo recién pintado, pared recién -blanqueada, vidrio sano que no rayáramos ó rompiéramos. - -Los locos nos aborrecían, los vigilantes y los serenos preferían estar -de amigos con la cuadrilla. Nos disfrazábamos y asustábamos á las -viejas, prefiriendo á nuestras tías. - -Los criados de todas las casas conocidas nos abominaban y las -sirvientas nos toleraban. Julián prometía desde chiquito. Era audaz, -inventivo, estratégico. Diablura que á él se le ocurría era siempre -heroica. Una vez se le ocurrió tirarse de una azotea y lo hizo, se -rompió una pierna; otra que incendiáramos una pulpería lanzando en ella -un gato bañado en alquitrán y espíritu de vino al que le pegamos fuego, -y armamos un alboroto de marca mayor. Teníamos la ciudad dividida en -secciones. Un día le tocaba á una, otro á otra. Esta noche le robábamos -á Chandery la bota que tenía de muestra y á una paragüería el paraguas, -y por la mañana, Chandery anunciaba paraguas y la paragüería botas. - -Aquellos compañeros auguraban ya lo que serían más adelante algunos de -la infantil decuria. ¡Cuántas traiciones y debilidades no denunciaron -nuestros planes! ¡Cuántas cobardías no los hicieron fracasar! ¡Hasta -espías había entre nosotros pagados por el celo maternal! ¡Ah! ¡los -niños, los niños! Los niños de hoy han de ser los hombres del porvenir. - -Tomad nota de sus buenas y malas cualidades, de sus arranques de -cólera, de sus ímpetus generosos. Porque más tarde ó más temprano, -ellos serán comerciantes, sacerdotes, coroneles, generales, -presidentes, dictadores. El fondo de la humanidad persiste hasta la -tumba. El barro del Océano nada lo remueve. - -Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches, se pusieron todos -de pie, menos el cuarterón, me hicieron lugar y me senté. - -El espía había referido su vida con una ingenuidad y un cinismo que -revelaban á todas luces cuán familiarizado estaba con el crimen. Robar, -matar ó morir habían sido lo mismo para él. - ---¿Conque conoces al coronel Murga?--le pregunté. - ---Sí, le conozco--me contestó. - -Pero no cambió de postura, ni se movió siquiera. Conocía el terreno; -sabía que allí éramos todos iguales, que podía ser desatento y hasta -irrespetuoso. - ---¿Y qué cara tiene? - -Me describió la fisonomía de Julián, su estatura. - ---¿Dónde le has conocido? - ---En Patagones. - -Me explicó á su modo dónde quedaba. - ---¿Y cómo has ido á Patagones? - ---Por el camino. - ---¿Por qué camino? - ---Por el que sale de lo de Calfucurá. - ---¿Y cuántos ríos pasaste? - ---Dos. - ---¿Cuáles? - ---El Colorado y el Negro. - ---¿Sabes leer? - ---No. - ---¿Cómo te llamas? - ---Uchaimañé (ojos grandes). - ---Te pregunto tu nombre de cristiano. - ---Se me ha olvidado. - ---¿Se te ha olvidado?... - ---Sí. - ---¿Quieres irte conmigo? - ---¿Para qué? - ---Para no llevar la vida miserable que llevas. - ---¿Me harán soldado? - -No le contesté. - -El prosiguió: aquí no se vive tan mal, tengo libertad, hago lo que -quiero, no falta que comer. - ---Eres un bandido--le dije;--me levanté, abandoné el fogón y me apresté -á dormir. - -La tertulia se deshizo, el cuarterón se quedó como una salamandra al -lado del fuego. Los perros le rodearon lanzándose famélicos sobre los -restos de la cena. Refunfuñaban, se mordían, se quitaban la presa unos -á los otros. - -El espía permanecía inmóvil entre ellos. Tomó un hueso disputado y se -lo dió á uno de los más flacos acariciándole. - -Noté aquello y me abismé en reflexiones morales sobre el carácter de la -humanidad. - -El hombre que no había tenido una palabra, un gesto de atención para -mí, que se había mostrado hasta soberbio en medio de su desnudez, tenía -un acto de generosidad y un movimiento de compasión para un hambriento -y ese hambriento era un perro. - -Yo le había creído peor de lo que era. - -Así son todos nuestros juicios, imperfectos como nuestra propia -naturaleza. - -Cuando no fallan porque consideramos á los demás inferiores á nosotros -mismos, fallan porque no los hemos examinado con detención. Y cuando no -fallan por alguna de esas dos razones, fallan porque faltos de caridad, -no tenemos presente las palabras de la _Imitación de Cristo_: - -«Si tuvieses algo bueno, piensa que son mejores los otros.» - -¿Quién era aquel hombre? Un desconocido. ¿Qué vida había llevado? La -de un aventurero. ¿Cuál había sido su teatro, qué espectáculos había -presenciado? Los campos de batalla, la matanza y el robo. ¿Qué nociones -del bien y del mal tenía? Ninguna. ¿Qué instintos? ¿Era intrínsecamente -malo? ¿Era susceptible de compadecerse del hambre ó de la sed de uno de -sus semejantes? No es permitido dudarlo después de haberle visto, entre -las tinieblas, sentado cerca del moribundo fogón, sin más testigos -que sus pensamientos, apiadarse de un perro, que por su flacura y su -debilidad parecía condenado á presenciar con avidez el nocturno festín -de sus compañeros. - -¿Sería yo mejor que ese hombre, me pregunté, si no supiera quién me -había dado el ser; si no me hubieran educado, dirigido, aconsejado; si -mi vida hubiera sido obscura, fugitiva; si me hubiera refugiado entre -los bárbaros y hubiera adoptado sus costumbres y sus leyes y me hubiera -cambiado el nombre, embruteciéndome hasta olvidar el que primitivamente -tuviera? - -Si jamás hubiera vivido en sociedad, aprendiendo desde que tuve uso de -razón á confundir mi interés particular con el interés general, que es -la base de nuestra moral, ¿sería yo mejor que ese hombre? me pregunté -por segunda vez. - -Si no fuera el miedo del castigo, que unas veces es la reprobación -y otras los suplicios de la ley, ¿sería yo mejor que ese hombre? me -pregunté por tercera vez. - -No me atreví á contestarme. Nada me ha parecido más audaz que Juan -Jacobo Rousseau, exclamando: «Yo, sólo yo conozco mi corazón y á los -hombres. No soy como los demás que he visto, y me atrevo á decir que no -me parezco á ninguno de los que existen. Si no valgo más que ellos, no -soy como ellos. Si la Naturaleza ha hecho bien ó mal en romper el molde -en que me fundió, no puede saberse sino leyéndome.» - -Eché la última mirada al fogón. - -El cuarterón atizaba el fuego maquinalmente con una mano, y con la -otra acariciaba al perro flaco, que apoyado sobre las patas traseras -dobladas y sujetando con las delanteras estiradas un zoquete, en el -que clavaba los dientes hasta hacer crujir el hueso, miraba á derecha -é izquierda con inquietud, como temiendo que le arrebataran su presa. -Una llama vacilante iluminaba con cambiantes de claro-obscuro la cara -patibularia. Me dió lástima y no me pareció tan fea. - -Hacía fresco. - -Me acerqué á él y le pregunté: - ---¿No tienes frío? - ---Un poco--me contestó,--mirándome con fijeza por primera vez, al -mismo tiempo que le aplicaba una fuerte palmada á su protegido, que al -aproximarme gruñó, mostrando los colmillos. - -Una calma completa reinaba en derredor; todos dormían, oyéndose sólo la -respiración cadenciosa de mi gente. - -La luna rompía en ese momento un negro celaje, y eclipsando la luz -de las últimas brasas del fogón, iluminaba con sus tímidos fulgores -aquella escena silenciosa, en que la civilización y la barbarie se -confundían, durmiendo en paz al lado del hediondo y desmantelado toldo -del cacique Baigorrita, todos los que me acompañaban, oficiales, -frailes y soldados. - -Cuidando de no pisarle á alguno la cabeza, el cuerpo ó los pies, busqué -el sitio donde habían acomodado mi montura. Estaba á la cabecera de mi -cama. Saqué de ella un poncho calamaco, volví al fogón y se lo di al -espía de Calfucurá, cuyos grasientos pies lamía el hambriento perro, -diciéndole: - ---Toma, tápate. - ---Gracias--me contestó tomándolo. - -Iba á sentarme para seguir interrogándolo, aprovechando la quietud que -reinaba, cuando oí el galope de varios caballos y gritos de: - ---¿Dónde está ese coronel Mansilla? - -El espía se puso de pie. Tenía un gran cuchillo medio atravesado por -delante. Le miré. Su cara revelaba curiosidad, pero no mala intención. - ---¿Qué gritos son ésos?--le pregunté. - ---Parecen borrachos--me contestó. - ---Á ver; fíjate--le dije. - -Paró la oreja, los gritos seguían aproximándose. Yo no percibía bien lo -que decían. Ya no resonaba en el silencio de la noche mi nombre, sino -ecos araucanos. - ---¿Qué dicen?--le pregunté,--pareciéndome oir una voz conocida. - ---Es Camargo--me contestó. - ---¿Camargo? - ---Sí, viene con unos indios borrachos, ya llegan. - -En efecto, sujetaron los caballos é hicieron alto detrás del toldo de -Baigorrita, presentándoseme acto continuo Camargo. - ---¡Mi Coronel--me dijo,--echándome el tufo, acuéstese, acuéstese pronto! - ---¿Por qué, hombre? - ---¡Acuéstese, señor, acuéstese! - ---¿Pero por qué? - ---Caiomuta viene muy borracho. - -Y esto diciendo, me tomó del brazo y me empujó hacia la enramada en que -estaba mi cama. - ---Acuéstese, señor--dijo el espía también. - -Me acosté volando. - -Caiomuta había entrado en el toldo de su hermano y le había despertado. - -Hablaban con calor, en su lengua. Yo nada comprendía. Estaba tranquilo; -pero receloso. - -De repente un hombre tropezó en mis piernas y se cayó encima de mí. - ---¡Eh!--grité. - ---Dispense, señor--me dijo Camargo, reconociendo mi voz. - ---¿Qué haces, hombre? - ---Cállese, señor--me contestó en voz baja. - -Y arrastrándose en cuatro pies, le vi acercarse al toldo de Baigorrita, -quedando bastante cerca de mi cama para poder conversar sin alzar la -voz. - ---¡Qué indio tan pícaro!--me dijo. - ---¿Qué hay? - ---Le dice á Baigorrita, que lo quiere matar á usted. - ---¿Y mi compadre qué dice? - ---Le ha dado una trompada y le ha dicho que se atreva. - -En ese momento, Baigorrita gritó: ¡San Martín! - -Camargo se reía, apretándose la barriga y me decía: - ---¡Ah! ¡indio malo! no se puede levantar de la trompada que le ha dado -el hermano. - -Toma, por pícaro. ¿Sabe, señor, que me han robado los estribos? -¡Ladrones! les he tirado todo y me he venido en pelo, ni las riendas he -traído, le he echado al pingo un medio bozal. - ---¡San Martín! ¡San Martín!--gritaba Baigorrita. - -Vino San Martín, entró en el toldo y mi compadre habló con él, -repitiendo mi nombre varias veces. - ---Dícele--dice Camargo,--que lo cuide á usted, que no hagan ruido y que -si Caiomuta quiere hacer barullo, que lo maten. - -Caiomuta, ebrio como estaba, no podía levantarse del sitio en que lo -había tendido el membrudo brazo de su hermano mayor. - -Camargo se arrastró como un reptil, saliendo de donde estaba, y -acostándose á los pies de mi cama me pidió mil disculpas por haber -venido alegre; me contó el robo que le habían hecho otra vez; me dijo -que los indios eran unos pícaros, que él los conocía bien; que por eso -no les andaba con chicas; que Caiomuta era quien le había hecho robar -los estribos de plata; que para saberlo había tenido que asustarlo á un -indio; que le había ofrecido matarlo si no le confesaba la verdad, y -que, de miedo, no sólo le había contado todo, sino que le había dado un -chifle de aguardiente que tenía muy guardado hacía tiempo; que al día -siguiente habían de parecer los estribos, que si no parecían se había -de volver en pelo á lo de Mariano y lo había de avergonzar á Caiomuta; -que á una visita no se le robaban las prendas. - -Yo no podía pegar los ojos. Oía rugir á Caiomuta y estaba alerta. - -San Martín se allegó á mi cama y me miró de cerca. - ---¿Qué hay?--le dije. - ---Nada, señor, duerma no más, no hay cuidado--me contestó. - ---Gracias--repuse. - -Me dió las buenas noches y se marchó, entrando en el toldo de -Baigorrita. - -Á ese tiempo, el otro indio que había venido con Caiomuta, y que al -apearse del caballo, se había caído, permaneciendo un rato tirado en el -suelo, se levantó y preguntó: - ---¿Dónde está ese Camargo? - -Nadie le contestó. - ---Ese Camargo mucho asesino--dijo. - -Nadie le contestó. - ---¡Mucho asesino!--gritó. - -Camargo se despertó, le echó un terno y el indio no replicó. - -Así estuvieron más de una hora. - -Yo, al fin me quedé dormido. - -De improviso me desperté sobresaltado. - -Una cosa, blanda, húmeda y tibia pesaba sobre mi cara. - - - - - XII - - Medio dormido.--Un palote humano.--Un baño de aguardiente.--Los perros - son más leales que los hombres.--Preparativos.--El comercio entre - los indios.--Dar y pedir con _vuelta_.--Peligros á que me expuso mi - pera.--En marcha para Añacué.--Una águila mirando al Norte, buena - señal. - - -La luna había terminado su evolución, las estrellas brillaban apenas al -través de cenicientos nubarrones, reinaba una obscuridad caótica. - -Abrí los ojos, no vi nada. - -Me apretaban fuertemente, quitándome la respiración; una substancia -glutinosa, fétida, corría como copioso sudor por mi cara; una mole me -oprimía el pecho, palpitaba y confundía sus latidos con los míos; otro -peso gravitaba sobre mi vientre y algo, como brazos, aleteaba. - -El sobresalto, el cansancio, el sueño reparador interrumpido, las -tinieblas me ofuscaban. - -Oía como un gruñido y sentía como si diese vuelta por encima de mi -estirada humanidad, un inmenso palote de amasar. - -No podía sacar los brazos de abajo de las cobijas, porque las sujetaban -de ambos lados; hice un esfuerzo y conseguí sacar uno. - -Tanteando con cierto inexplicable temor, á la manera que entre las -sombras de la noche penetramos en un cuarto cuyos muebles no sabemos -en qué disposición están colocados, toqué una cosa como la cara de un -hombre de barba fuerte, que se había afeitado hace tres días. Me hizo -el efecto de una vejiga de piel de lija. - -Conseguí sacar el otro brazo, y siguiendo la exploración, lo llevé á la -altura del primero; toqué una cosa como la crin de un animal. Luego, -tanteando con las dos manos á la vez, hallé otra cosa redonda, que no -me quedó la menor duda era una cabeza humana. Un líquido aguardentoso, -cayendo sobre mi cara como el último chorro de una pipa al salir por -ancho bitoque, me ahogó. - -Llamé á Camargo angustiosamente. No me oyó. Creí morirme. No sabía lo -que embargaba mis sentidos. Pegué un empujón con entrambas manos á -lo que me parecía una cabeza; formé con mis rodillas un triángulo y -dándole un fuerte empellón al peso que las oprimía, eché á rodar un -bulto pesado, que gritó, peñi (hermano). - -Me puse de pie, como D. Quijote en la escena con Maritornes, y vi un -cuerpo revolcándose á mi lado. Volví á llamar á Camargo, con todos mis -pulmones; se levantó rápido, se acercó á mi cama y oyendo que le decía, -qué es eso, señalándole el bulto, se agachó, miró, echóse á reir y -exclamó: Es el indio borracho. - -Comprendí lo que había pasado; su interlocutor de un rato antes, al -cruzar por mi enramada había tropezado, se había caído y con la tranca -no había podido levantarse; había posado su cara sobre la mía y me -había bañado con sus babas y sus erupciones alcohólicas. - -Tuve que llamar á Carmen, que lavarme y mudar de ropa. - -El crepúsculo empezaba. Mandé hacer fuego, calentar agua, y fuí á -sentarme en el fogón. - -El cuarterón y el perro estaban allí; dormían. - -La madrugada me sorprendió tomando mate. Mi compadre se levantó cuando -las últimas estrellas desaparecían. Llamó á San Martín, le dió sus -órdenes, y un momento después Caiomuta salía de su toldo en brazos de -cuatro indios como un cuerpo muerto. - -Le enhorquetaron sobre su caballo, le dieron á éste un rebencazo y el -animal tomó el camino de la querencia, llevándose á su dueño y señor. - -Mi compadre vino en seguida al fogón, y saludándome, se sentó á mi -lado. Preguntóme si había dormido bien. Le contesté que sí; le di un -mate y un cigarro, tomó ambas cosas, no habló más y se marchó. - -Varias veces, mientras permaneció á mi lado, clavó sus ojos en el -cuarterón con indiferencia. - -Despertóse éste, me dió los buenos días y se levantó. - ---Siéntate no más--le dije, pasándole un mate. - -Obedeció y lo tomó. - -Nuevos parroquianos llegaron en ese momento. - -Al tomar asiento, mi ayudante Rodríguez viendo al cuarterón allí, le -dijo: - ---¿Conque sabías escribir? - -El hombre no contestó. - -El alférez Ozarowski, dijo: - ---Si no sabe; ha querido hacer creer que sabía; lo que estuvo -escribiendo eran unas rayas, y contó que la tarde antes le habían -visto con un lápiz y aire misterioso detrás de la cocina hacer como -que tomaba nota de lo que se conversaba. Pero que todo había sido una -pantomima. - -El espía de Calfucurá era un tipo. - -Oyendo que se ocupaban de él, se marchó; el perro le siguió. - -Había encontrado un hombre que parecía indio, que hablaba una lengua -que conocía y se había adherido á él por gratitud. - -Los perros son más leales que los hombres; los hombres más generosos -que los perros. El mundo está bien así, mientras no se presente otro -planeta mejor adonde emigrar. Pero la raza humana tiene, sin embargo, -mucho que aprender de la canina y viceversa. - -Me acordé de que ese día era el prefijado para la gran junta. Llamé á -San Martín y le hice preguntar á mi compadre á qué hora marcharíamos. -Me contestó que cuando ladeara el sol. - -Di mis órdenes, se pasó la mañana en preparativos para la marcha, y -cuando todo estuvo dispuesto me fuí al toldo de Baigorrita, entrando en -él como en mi casa. - -Yo observaba movimiento en su gente y tenía curiosidad de saber en qué -consistía. - -La hora se acercaba. - -Mi compadre me vió entrar sin salir de su apatía habitual. Había vuelto -á la faena de picar tabaco con la navaja de Rodgers. - -En la cara me conoció que alguna curiosidad me llevaba. - -Llamó á San Martín. - -Vino éste, y le hice preguntar que si todavía no era hora de ensillar. - -Me contestó que teníamos bastante tiempo aún; que de allí á _Añancué_, -línea divisoria de sus tierras, no había más que dos galopes; que ya -había mandado traer sus caballos y buscar una res, para que mi gente -carneara antes de partir; pero que la res tardaría un rato largo en -llegar, porque estaba lejos. - ---¿Y qué, mi compadre no tiene vacas gordas aquí?--le pregunté á San -Martín. - ---No, señor, si está muy pobre--me contestó. - ---¿Muy pobre? - ---Sí, señor. - ---¿Y cuánto vale una vaca? - ---No tiene precio. - ---¿Cómo no tiene precio? - -Cuando es para comercio, depende de la abundancia; cuando es para comer -no vale nada; la comida no se vende aquí, se le pide al que tiene más. - ---De modo que los que hoy tienen mucho, pronto se quedarán sin tener -qué dar. - ---No, señor; porque lo que se da _tiene vuelta_. - ---¿Qué es eso de vuelta? - ---Señor, es que aquí el que da una vaca, una yegua, una cabra ó una -oveja para comer, la cobra después; el que la recibe, algún día ha de -tener. - ---Y si á un indio rico le piden veinte indios pobres á la vez, ¿qué -hace? - ---Á los veinte les da _con vuelta_ y poco á poco se va cobrando. - ---Y si mueren los veinte, ¿quién le paga? - ---La familia. - ---¿Y si no tienen familia? - ---Los amigos. - ---¿Y si no tienen amigos? - ---No pueden dejar de tener. - ---Pero todos los hombres no tienen amigos que paguen por ellos. - ---Aquí sí; no ve, señor, que en cada toldo hay _allegados_, que viven -de lo que agencia el dueño. - ---¿Y si se les antoja no pagar? - ---No sucede nunca. - ---Puede suceder, sin embargo. - ---Podría suceder, sí, señor, pero si sucediese, el día que á ellos les -faltase nadie les daría. - ---¿Cada indio tendrá una cuenta muy larga de lo que debe y le deben? - ---Todo el día hablan de lo que han recibido y dado con vuelta. - ---¿Y no se olvidan? - ---Un indio no se olvida jamás de lo que da ni de lo que le ofrecen. - ---¿Me has dicho que cuando una vaca era para comercio tenía precio? - ---Sí, señor. - ---¿Explícame eso? - ---Señor, comercio es, que el que tiene le haga un cambio al que tiene. - ---¿Entonces si un indio tiene un par de estribos de plata y no tiene -qué comer, y quiere cambiar los estribos por una vaca, los cambia? - ---No se usa; le darán la vaca _con vuelta_ y él dará los estribos _con -vuelta_ también. - ---¿Y si un indio tiene un par de espuelas de plata y las quiere cambiar -por un par de estribos? - ---Las cambia, _con vuelta_ ó _sin vuelta_, según el trato. - ---¿Y con los indios chilenos, cómo hacen el comercio, lo mismo? - ---No, señor; con los chilenos el comercio lo hacen como los cristianos, -á no ser que sean parientes. - ---¿Y con los indios de Calfucurá y con los Pampas? - ---Lo mismo, señor. - ---¿Y hay pleitos aquí? - ---No faltan, señor. - ---¿Y cuando dos indios tienen una diferencia, quién los arregla? - ---Nombran jueces. - ---¿Y si alguno no se conforma? - ---Tiene que conformarse. - -Estos bárbaros, dije para mis adentros, han establecido la ley del -Evangelio, hoy por ti, mañana por mí, sin incurrir en las utopías del -socialismo; la solidaridad, el valor en cambio para transacciones; el -crédito para las necesidades imperiosas de la vida y el jurado civil; -entre ellos se necesitan especies para las permutas, crédito para comer. - -Es lo contrario de lo que sucede entre los cristianos. El que tiene -hambre no come si no tiene con qué. Está visto que las instituciones -humanas son el resultado de las necesidades y de las costumbres, y que -la gran sabiduría de los legisladores consiste en no perderlo de vista -al modelar las leyes. Los que á cada rato nos presentan el cartabón de -otras naciones cuya raza, cuya religión, cuyas tradiciones difieren de -las nuestras, deberían tomar notas de estas observaciones. - -Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los -guantes de castor se presentó. Venía algo _achumado_. - -En cuanto me vió me dijo una cuchufleta. Sentóse á mi lado y me pidió -el pañuelo de seda que llevaba al cuello. Me negué á dárselo, porque su -desaparición importaba _una señal_. Pero insistió é insistió y no tuve -más recurso que ceder. Era una prenda insignificante y quién sabe qué -se imaginaba mi compadre si no lo daba. De la suspicacia de un indio -hay que esperarlo todo. - -Gran contento experimentó el indio al recibir el pañuelo y en el acto -se lo puso como yo lo usaba, calándose encima el sombrero. - -Siguió jaraneando, siendo mi larga pera objeto de los mayores elogios -y admiración. Grande, linda, me decía, pasando por ella sus puercas -manos. Quería levantarme y no me dejaba. Estaba cargoso como cuatro. Y -no me era dado manifestarle que me atosigaba con sus monadas, porque á -mi compadre le hacían suma gracia. Además, yo sabía todo el cariño y -respeto que tenía por él. - -Me abrazaba, me besaba, se quedaba mirándome, y gozoso exclamaba: ¡Ese -coronel Mansilla toro! Era el mayor cumplimiento que podía dirigirme. -Ya lo he dicho, ser _toro_ es ser todo un hombre. - -No sabiendo qué más hacerme, se le ocurrió _trenzarme la pera_. - -Era la otra seña convenida con Camilo si algún peligro me amenazaba. -¿Cómo dejarlo satisfacer su capricho? - -Se aferró á él con tanta tenacidad, que me preocupó seriamente. - -Y no era para menos, Santiago amigo, si tienes presente la composición -de lugar hecha con Camilo, para el caso de que los indios no quisieran -dejarme salir de entre ellos. - -Que me hubiera pedido y sacado el pañuelo, se explicaba. Á cualquier -indio podía habérsele ocurrido pedírmelo. Me había puesto en ese caso. -Pero que después de haber dado el pañuelo me quisiera trenzar la barba, -era inexplicable, extraordinario. - -No hay previsión que alcance ciertas cosas; con razón dice Napoleón, -que en la guerra dos tercios deben concedérsele al cálculo y uno á la -casualidad. - -No podía ocurrírseme la idea de una traición, porque los _muchachos_ de -Camilo eran todos hombres muy seguros. Han conversado entre ellos sobre -lo convenido, algún espía los ha oído, me decía, y me tienden un lazo; -quieren ver qué hago. - -El indio no declinaba de su empeño. Á Roma por todo, exclamé -interiormente, y me dejé trenzar la barba, tomando la precaución de -darle la espalda á la entrada del toldo, no fuera á pasar Camilo, viera -la señal y se largara para la Villa de Mercedes, llevándole un parte -falso al general Arredondo. - -Estaba en ascuas; los caballos debían llegar de un momento á otro y con -ellos Camilo, quién según la consigna no me veía hacía días. - -Darle aviso de lo que acontecía era imposible. El indio no me dejaba -salir del toldo. Un hombre _achumado_ es más pesado y fastidioso que -una mujer enamorada celosa. - -La res que había mandado pedir mi compadre llegó, y me sacó de apuros. -Preguntáronle si la carneaban, contestó que sí, y me hizo decir: que -cuando gustara podía mandar ensillar. - -Me levanté, y destrenzándome la malhadada pera, salí del toldo, á pesar -de los repetidos, «no se vaya, amigo», del indio. - -Tres trompas tocaron llamada, y algunos momentos después comenzaron á -llegar grupos de jinetes, montando buenos caballos y vistiendo trajes -de gala. Uno de ellos tenía uniforme completo de teniente coronel y la -pata en el suelo. - -Mi gente estaba pronta. Arrimaron las tropillas y ensillamos. - -Me despedí tiernamente de mi ahijado. ¡Extraños fenómenos de la -simpatía, el chiquilín lagrimeó! - -Montamos y partimos al gran galope en dispersión. - -El cuarterón iba con nosotros y el perro del toldo de Baigorrita le -seguía. - -Por el camino se incorporaron varios grupos de indios, y cuando -llegábamos á las alturas de Poitaua era la tarde ya. - -Sujeté para esperar á los franciscanos que se habían quedado atrás, y -mi compadre también. - -Sobre la copa de un algarrobo estaba un águila, mirando al Norte. - -Baigorrita me hizo decir con San Martín, que era buena seña, que el -águila nos indicaba el rumbo. - -Si hubiese estado mirando al Sud, _todos_ los indios se habrían vuelto. - -Es el ave sagrada de ellos y tienen esa preocupación. - -Los franciscanos llegaron y seguimos la marcha al trote; iba á reirme -de la superstición del águila, diciéndoles lo que me había hecho notar -mi compadre. Pero me acordé de que yo no como donde hay trece, ni mato -arañas por la noche. - -Hay un mundo en el que todos los hombres son iguales; es el mundo -de las preocupaciones. El más sensato es un bárbaro. Decidme si no, -lector, ¿por qué aborrecéis á don fulano? - - - - - XIII - - Mi compadre Baigorrita me pide caballos prestados.--El que - entre lobos anda á aullar aprende.--Aves de la Pampa.--En un - monte.--Perdido.--Las tinieblas.--Fantasmas de la imaginación.--¿Somos - felices?--Disertación sobre el derecho.--El miedo.--Hallo - camino.--Me incorporo á mis compañeros.--Clarines y cornetas. - - -En _Pitralauquen_, volvimos á hacer alto; los flamencos atornasolados -saludaron nuestra llegada, batiendo con estrépito sus sonrosadas alas, -y en ondas caprichosas se perdieron por el éter incoloro. - -Mi compadre y sus indios allegados iban tan mal montados, que me pidió -por favor le prestara algunos caballos para llegar á la raya. - -Ordené que se los dieran, y diciéndole á San Martín: parece increíble -que Baigorrita no tenga más caballos, me contestó: si anoche casi lo -han dejado á pie. - -Descansamos un rato y seguimos la marcha. - -Al tiempo de subir á caballo, le robé al indio de los guantes un naco -de tabaco que llevaba atado á los tientos. - -El que entre lobos anda á aullar aprende. - -Se lo dije á mi compadre y se rió mucho, festejando la ocurrencia y la -burla que le harían los demás cuando supieran que se había dejado robar -por mí. - -Galopábamos á toda brida. - -Éramos como doscientos y ocupábamos media legua, por el desorden en que -los indios marchan. - -El sol se ponía con un esplendor imponente; sus rayos como dardos -de fuego despejaban los celajes que intentaban ocultarlo á nuestras -miradas y refractándose sobre las nubes del opuesto hemisferio, teñían -el cielo con colores vivaces. - -Las aves acuáticas, en numerosas bandadas, hendían los aires con raudo -vuelo y graznando se retiraban á las lagunas donde anidaban sus huevos. - -Es increíble la cantidad de cisnes, blancos como la nieve, de cuello -flexible y aterciopelado; de gansos manchados, de rojo pico; de patos -reales, de plumas azules como el lapislázuli; de negras bandurrias, -de corvo pico; de pardos chorlos, de frágiles patitas; de austeras -becacinas de grises alas que alegran la Pampa. En cualquier laguna hay -millares. - -¡Cómo gozaría allí un cazador! - -Imaginaos que en la «Ramada» los soldados recogieron un día ocho mil -huevos, después de haber recogido toda la semana grandes cantidades. - -¡Cuánto echaba yo de menos mi escopeta! - -Entramos en el monte. Anocheció y seguimos al galope. El polvo y la -obscuridad envolvían en tinieblas profundas los árboles que, como -fantasmas se alzaban de improviso al acercarnos á ellos; no nos veíamos -á corta distancia; nos llevábamos por delante unos á los otros; mi -caballo era superior, yo iba á la cabeza, perdí la senda y me extravié. - -Sujeté, hice alto, puse atento el oído en dirección al rumbo que me -pareció traerían los que me precedían, nada oí. - -¿Qué peligro corría? - -Ninguno en realidad. - -Un tigre no podía hacerme nada. El caballo me habría librado de él. -Nuestros tigres, el jaguar argentino, no atacan como el tigre de -Bengala, sino cuando los buscan. Por otra parte, el monte había sufrido -los estragos de la quemazón y el tigre vive entre los pajonales. - -¿Qué me imponía entonces? - -Las tinieblas de la noche. - -Las sombras tienen para mí un no sé qué de solemne. En la obscuridad, -cuando estoy solo, me siento anonadado. Me domino; pero tiemblo. - -La noche y los perros son mis dos grandes pesadillas. Yo amo la luz -y á los hombres, aunque he hecho más locuras por las mujeres. No -puedo decir lo que me aterra cuando estoy solo en un cuarto obscuro, -cuando voy por la calle en tenebrosas horas, cuando cruzo el monte -umbrío; como no puedo decir lo que sentía cuando trepaba las laderas -resbaladizas de la gran cordillera de los Andes, sobre el seguro lomo -de cautelosa mula. - -Pero siento algo de pavoroso, que no está en los sentidos, que está en -la imaginación; en esa región poética, mística, fantástica, ardiente, -fría, límpida, nebulosa, transparente, opaca, luminosa, sombría, -risueña, triste, que es todo y no es nada, que es como los rayos del -sol y su penumbra, que cría y destruye, que forja sus propias cadenas -y las rompe,--que se engendra á sí misma y se devora, que hoy entona -tiernas endechas al dolor, que mañana pulsa el plectro aurífero y canta -la alegría, que hoy ama la libertad y mañana se inclina sumisa ante la -oprobiosa tiranía. - -¡Ah! ¡si pudiéramos darnos cuenta de todo lo que sentimos! - -¡Si nuestra impotente naturaleza pudiera tocar los lindes vedados que -separan lo finito de lo infinito! ¡Si pudiéramos penetrar en los -abismos del mundo psicológico, como alcanzamos con el telescopio á las -más remotas estrellas! - -¡Si pudiéramos descomponer los rayos de la mirada del hombre, como el -espectro solar descompone los rayos del gran luminar! Si pudiéramos -sondar el corazón, como los bajíos tempestuosos del mar. - -¿Seríamos más felices? - -¡Más felices!... - -¿Somos acaso felices? - -Si constantemente hablamos de la felicidad, es porque tenemos idea de -ella. - -Definidme, pues, lo que es. - -Quiero saberlo, necesito saberlo, debo saberlo, es mi derecho. - -Sí, yo tengo derecho á ser feliz, como tengo derecho á ser libre. Y -tengo derecho á ser libre, porque he nacido libre. - -¿Qué es la libertad? - -¿No es el poder de obrar, ó de no obrar, no es la facultad de elegir; -no es el ejercicio de mi voluntad consciente, reflexiva, deliberada, -calculada, espere daño ó bien? - -¡Os atrevéis á tacharme la definición! - -¿Qué me vais á decir? - -Que no es jurídica: ¿por qué la libertad _es el poder de hacer lo que -no daña á otro_? - -Os advierto que no hablo como un legista, sino como un filósofo, y os -admito la diferencia. - -Convenido; la libertad es eso, mi derecho corriendo en línea paralela -con el vuestro una abstracción susceptible de asumir una fórmula -gráfica. - ---Á mi derecho: - ---Á vuestro derecho: - -Luego un derecho que se sobrepone á otro no es derecho, es abuso ó -tiranía. - -Yo tengo el derecho de hablar, vos también. Si os impongo silencio y no -callo, os oprimo. Yo tengo el derecho de trabajar para mí, vos también. -Si os hago mi esclavo, os tiranizo. - -Estamos acordes. - -Pues bien. Insisto en ello. Yo tengo el derecho de ser feliz. Lo -reconozco, me contestáis; no me opongo á ello, no tengo cómo oponerme; -lo intentaría en vano. - -Es mentira, puesto que mi felicidad consiste en que me devolváis el -amor de la mujer que me habéis robado. - -No depende de mí. En todo caso dependerá de ella. - -Pero es que si ella volviese á mí, no volvería como antes era; para que -lo fuera, hubiera debido permanecer inmaculada y la habéis corrompido. - -Suponiendo que yo pueda ser responsable de vuestra felicidad, os -prevengo que hacéis un sofisma cuando la comparáis con el derecho. - -No os entiendo. - -Quiero decir que el derecho regla las relaciones naturales de la -humanidad; que si la libertad es un derecho, la felicidad no lo es. - -¿Y por qué no ha de ser un derecho aquello que más necesito? - -Tanto valiera que me dijerais que respirar no es mi derecho, siendo así -que tengo el derecho de vivir y que si no respiro muero. - -Es que el sofisma consiste en que hacéis de un accidente una necesidad; -de una cosa contingente una cosa absoluta; de una cosa que está en -nuestras manos, una cosa que depende de los demás. - -¿Pero mi libertad, mi derecho están en ese mismo caso? - -No, porque vuestra libertad y vuestro derecho están garantidos por la -libertad y el derecho ajenos. _Alteri non feceris quod tibi fieri non -vis._ No hagas á los demás, lo que no quieres que te hagan á ti mismo. -_Alteri feceris quod tibi fieri velis._ Haz á lo demás lo que quieres -que te hagan á ti mismo. Estos dos aforismos encierran todos los -deberes del hombre para con sus semejantes y con la familia. - -No protesto contra estos principios, arguyo sólo, que si mi felicidad -no daña á los demás, tengo el derecho de exigir ser feliz. - -¿Á quién? - ---¿Á quién?... - ---¿Sí, á quién? - -Contestadme. - -Os he pedido que me defináis la felicidad. - -¿Que os defina la felicidad? - -Si la felicidad no es absoluta, es relativa. No es como el bien y el -mal, como lo bueno y lo malo. Es objetiva y substantiva. Depende de las -circunstancias, del carácter, de las aspiraciones, de accidentes sin -fin. - -Os entiendo. - -Queréis decirme, que un fraile de la Trapa, vicioso, descreído, puede -vivir más tranquilamente en su retiro que yo, creyente y sano, en el -bullicio de la sociedad. - -Precisamente. - -Entonces ¿qué recurso nos queda á los que rodamos fatalmente en ese -torbellino? - -Tomarlo como viene, resignarse. - -La conformidad puede convenirle á un esclavo. - -¿Y creéis haber dicho algo? - -Si no lo creyese, no hubiera hablado. - -Os prevengo, sin embargo, que sois esclavo de vuestras pasiones. - -¿Y qué me queréis decir? - -Quería recordaros, que Dios es inescrutable, que el hecho de no poder -definir satisfactoriamente una cosa en abstracto, no prueba que la cosa -deje de existir; en una palabra, que habéis sido insensatos al exclamar -con desaliento: ¿somos acaso felices? - -De consiguiente, porque no pueda definir lo que experimenté cuando me -vi perdido en el monte, no por eso dejará de creerse que fué miedo. - -¿Cuánto duró? Pocos instantes. Quizá si hubiera durado más, lo hubiera -podido definir. - -Me hallaba perplejo, sin saber qué hacer, mi caballo caminaba en la -dirección que quería, yo estaba desorientado y todo era igual, lo mismo -un rumbo que otro. - -Así había vagado un breve instante á la ventura, cuando sentí un -tropel, cerca, muy cerca de mí. La emoción, sin duda, no me había -permitido oirlo antes. - -Hay situaciones en que, según las disposiciones del espíritu, el -zumbido de una mosca, el susurro de una hoja parecen una tempestad; y -otras en que no se oye ni el estampido del cañón. Yo he visto en el -campo de batalla hombres asustados, poseídos de terror pánico, huir -hacia el enemigo, que no reconocían á quien les hablaba, ni oían lo que -se les decía. - -Dando vueltas había caído al camino. Me incorporé á un grupo que pasaba -al galope y seguí. Salimos á un descampado. Algunas estrellas brillaban -entre nubes errantes, que, á impulsos de un vientecito que se había -levantado, corrían de Naciente á Poniente, presagiando que al salir la -luna tendríamos luz. - -Volvimos á entrar en la espesura; caímos á unos barrancos con lagunas -salitrosas, que parecían espejos de bruñida plata; subimos á la falda -de los médanos, y al llegar á la cumbre de uno de ellos, la errante -reina de los cielos asomó su blanca faz, y clavándola en la inmóvil -superficie de las lagunas, hizo brotar de su seno diamantinas luces. - -Oyéronse toques de clarín. Jamás el bélico instrumento resonó en mis -oídos con más solemnidad. Me hizo el efecto de la trompeta del arcángel -el día del juicio final. Sus vibraciones se alcanzaban tremulantes unas -á otras, recorriendo las ondulaciones del vacío. - -Los cornetas de Baigorrita contestaron. - -Estábamos en la raya. - -Hicimos alto. Llegó un parlamento, habló y habló; le contestaron razón -por razón; lo despacharon; volvió otro y otro, se hizo lo mismo y á las -cansadas llegó un hijo de Mariano Rosas, invitándonos á avanzar. - -Marchamos y llegamos, pasando por una gran playa, que es donde los -indios, después de sus grandes juntas, juegan á la _chueca_. - - - - - XIV - - Mariano Rosas y su gente.--¡Qué valiente animal es el caballo!--Un - parlamento de noche.--Respeto por los ancianos.--Reflexiones.--La - humanidad es buena.--Si así no fuese estaría perturbado el equilibrio - social.--El arrepentimiento es infalible.--Lo dejo á mi compadre - Baigorrita y me retiro.--Un recién llegado.--Chañilao.--Su retrato. - - -Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una colina escarpada; -trepábamos dificultosamente á la cima, los caballos se hundían hasta -los ijares en la esponjosa arena; cada paso les costaba un triunfo, -caían y se enderezaban; temblaban, se esforzaban ardorosos y volvían -á caer; la espuela y el rebenque los empujaba, por decirlo así; -endurecían los miembros, recogían las patas delanteras, y sacándolas al -mismo tiempo, se arrastraban, y desencajaban poco á poco las traseras; -sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y subían ¡á veces teníamos -que apearnos, que tirarlos de la rienda y animarlos, accionando con los -brazos, gritando ¡aaaah! - -¡Qué potente y valiente animal es el caballo! - -Llegamos á la cumbre de la colina. - -Bajo dos coposos algarrobos, había sentado sus reales el Cacique -general de las tribus ranquelinas. - -Parlamentaba solemnemente con los capitanejos é indios circunvecinos y -lejanos que sucesivamente llegaban al lugar de la cita. - -Á todos los recibía con la misma consideración; á todos les hacía -las mismas preguntas; á todos los conocía por sus nombres, sabía de -dónde venían, cómo se llamaban sus abuelos, sus padres, sus mujeres, -sus hijos; y á todos les explicaba el motivo de la junta, que al día -siguiente se celebraría. Y todos contestaban lo mismo, y después de -contestar se sentaban en hilera dándoles la derecha á los capitanejos -más caracterizados y á los viejos. Entre éstos fué objeto de las -mayores atenciones un tal Estanislao. Venía de muy lejos, de la raya de -las tierras de Baigorrita con Calfucurá. - -Tendría como sesenta años; era alto pero estaba encorvado bajo el peso -de la edad; sus largos cabellos canos cayendo en lacias crenchas sobre -sus hombros, le daban á su rugosa cara, tostada por el sol, un aspecto -simpático de veneración. - -Su traje era el de un paisano. - -Poncho y chiripá de tela pampa, camisa de crimea, calzoncillos con -fleco, botas de potro cerradas en la punta. No llevaba sombrero. Una -ancha vincha azul y blanca adornaba su frente. - -Para bajarse del caballo tuvo necesidad de que dos indios robustos le -prestaran ayuda. - -Una vez en tierra le colocaron un par de muletas hechas de tosca madera -de chañar. Apoyado en ellas, y abriéndole paso todo el mundo, avanzó -sobre Mariano Rosas. Púsose éste de pie y le recibió con marcadas -muestras de cariño, echándole los brazos y estrechándolo con efusión. - -Los capitanejos é indios de importancia que ocupaban los asientos -preferentes se corrieron á la derecha, cediéndole el primer puesto, en -el que se colocó. Aquel homenaje respetuoso en medio del desierto, á -la luz de las estrellas, tributado por los bárbaros, me hizo comprender -que el respeto hacia los que nos han precedido en la difícil y -escabrosa carrera de la vida es innato al corazón humano. - -Yo tengo la peor idea de los que no se inclinan reverentes ante la -ancianidad. - -Cuando me encuentro con algún viejo, conocido ó desconocido, -instintivamente le cedo el paso. - -Cualquiera que sea la condición del hombre, sea su porte distinguido -ó no, vista el rico paño de la opulencia, ó los sucios harapos del -mendigo, una cabeza helada por el invierno de la vida, me infunde -siempre religioso respeto. - -¡Quién sabe, me digo, al verle pasar, cuántas injusticias no han herido -ese corazón! - -¡Quién sabe cuántos dolores no han desgarrado su alma! - -¡Quién sabe de cuántos desdenes no es víctima, después de haber -sacrificado los más caros intereses en aras de la patria y de la -amistad! - -¡Quién sabe cuántos infortunios indecibles no han anticipado su vejez! - -¡Quién sabe si habiéndose hecho la ilusión de ver en el último tercio -de la vida, amenizado el hogar con los afanes de la tierna esposa, y de -los hijos, no es un desterrado de la familia por sus liviandades ó por -la fatalidad! - -¡Quién sabe si esa existencia trémula, enfermiza, que se apaga, que -no destella ya sino moribundos rayos, como el sol de brumoso día al -ponerse, no necesita un poco de consideración social para disfrutar de -un soplo más de vida! - -¡Los niños y los viejos son como los polos del mundo! opuestos, pero -iguales. - -En los unos hay el candor prístino, en los otros hay la inofensiva -debilidad. - - ............................«Last scene of all, - That ends this strange eventful history - Is second childishness, and more oblivious, - Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.» - -Los unos merecen nuestra atención y nuestro amparo, porque vienen; los -otros nuestra lástima y nuestro sostén porque se van. - -Como la luz del día, bella al nacer, bella al morir, así son ellos. -El alfa y el omega de la humanidad se encierra en estas dos palabras: -_nacer y morir_. - -Nacer es elevarse, sentir, aspirar; morir, es hundirse en el abismo del -tiempo. La vida y la muerte son dos instantes solemnísimos. - -Pensad en el placer de ver venir al mundo un hijo, placer inefable, -inmenso, y veréis que sólo es comparable á la amarga pesadumbre de -ver al objeto querido que nos dió el ser darle á esta vida fugaz y -transitoria un eterno adiós. ¡Los niños! ¡Ah! ¡los niños son una cifra! - -¡Cuántas esperanzas para la madre, para el padre, para la familia -no encierra el recién nacido! ¡Ellos labrarán algún día la soñada -felicidad de todos! Gratas esperanzas mecen su cuna. Hasta el egoísmo -se afana por ellos sin darse cuenta de sus recelos. Si muriera, -¡cuántas ilusiones desvanecidas! - -¡El tiempo pasa, la vejez llega! Todos han desaparecido. Sólo el objeto -de tantos anhelos y cuidados sobrevive, y solo, solo en el mundo, su -pecho encierra impenetrables arcanos. - -¡Cuántas historias lúgubres no sabe! - -¡Sus ojos no lloran ya, su corazón está frío, helado! Pero palpita -aún. El mundo de los recuerdos es su suplicio. ¡Si pudiera olvidar! -¿Olvidar? ¡No! Debe arrastrar la pesada cadena de sus decepciones, ó de -sus remordimientos. - -¡Ah! ¡los viejos! No desdeñéis esas existencias retrospectivas, que -adustas ó risueñas, ocultan en insondables profundidades terribles -misterios de amor y de odio, de constancia y versatilidad, de nobleza y -ambición, de generosidad y cálculo frío y meditado. - -Si ellos os abrieran su pecho, leeríais allí severas lecciones para -conformar vuestras acciones; para no incurrir en las mismas faltas y -errores que ellos cometieron. - -Callan, porque son discretos; porque la discreción es la última y la -más difícil de las virtudes que aprendemos. - -¡Ah! ¡Si los viejos hablaran! - -¡Si en lugar de contarnos sus grandezas, sus glorias, sus triunfos -juveniles, nos contaran sus miserias! ¡Cuánto desaliento no nos -infundirían! - -Su silencio es la postrer prueba de amor que nos dan. Ellos son -como las páginas de un libro atroz. Si hablan con su experiencia, -desencantan, confunden, anonadan. - -No os empeñéis en leerlas. - -Amad y respetad á los viejos, no porque hayan sido buenos, sino porque -deben haber sufrido. - -El dolor es fecundo y purifica. - -No les creáis cuando haciendo esfuerzos levantan erguida la cerviz, -diciendo con orgullo insolente como J. J. Rousseau: ¿cuál de vosotros -ha sido mejor que yo? - -Van haciendo su papel en la comedia de la vida. - -Todos han sido iguales en un sentido. En otro tribunal que no está en -este mundo habrá quien les arranque con mano segura el antifaz. - -Allí será en vano disimular. Mientras tanto, inclinaos ante sus canas. - -¡Quién sabe si cuando lleguéis como ellos al último término de la -jornada no habéis incurrido en sus mismas debilidades! - -La vida es así. Lo que no se hace por amor debe hacerse por caridad; lo -que no se hace por caridad, debe hacerse por reflexión. - -Trabajados por opuestos sentimientos y pasiones, caminamos vacilantes, -pretendiendo que tenemos confianza en nosotros mismos, y es mentira: -todo lo esperamos de los demás. - -En las tribulaciones pasamos revista de los que nos pueden ayudar, y -dudando ocurrimos á ellos. Y el último de los castigos, es que nos -sirvan los que menos obligación de servirnos tienen. Sí, es el último -castigo de los hombres sin fe. - -Viven quejándose de la humanidad, y ella está siempre presente ahí -para socorrerlos en todo, con su bolsa, su sangre, y su vida. La misma -blasfemia se escapa siempre de sus labios; haz bien y espera mal. - -¡Qué ingratos somos! - -La mano que ayer recibió nuestra limosna generosa, mañana nos -desconocerá, quizá. ¡Pero cuántos hijos pródigos no se cruzarán por -nuestro camino! - -El equilibrio social estaría perturbado si las cosas pasaran de otra -manera. Y Dios que ha echado á rodar los mundos en los espacios sin -fin, para que giren eternamente sin chocarse jamás, ha querido que la -ley consoladora de la solidaridad nunca sufra tampoco perturbación -alguna. - -En buena hora; no esperéis el bien de aquél que recibió vuestros -favores. Esperadlo, sin embargo, de los desconocidos. - -Maldeciréis vuestra estrella, renegaréis de la vida en las amargas -horas, y al encontraros cara á cara con la muerte tendréis que -reconocer que los hombres no han sido tan malos. - -No hay quien á las puertas de la eternidad maldiga á sus hermanos. -Sea justicia ó pavor, cuando el cuadrante del tiempo marca el minuto -solemne entre el ser y no ser, todos se arrepienten del mal que -hicieron ó del bien que dejaron de hacer. - -¡Los viejos! ¡los viejos! no les neguéis, os lo vuelvo á repetir, ni el -paso, ni la mirada, ni el saludo. - -¡Cuesta tan poco complacer á los que con un pie en el último escalón de -este mundo y otro en el dintel de las puertas de la eternidad esperan -sin rencor ni odio el instante fatal! - -Estanislao tuvo un largo diálogo con Mariano Rosas. En seguida le llegó -su turno á Baigorrita y demás capitanejos é indios de importancia que -les acompañaban. - -Yo saludé al cacique particularmente, me senté al lado de mi compadre, -y como el ceremonial no rezaba conmigo, me llamé á sosiego. El -galope había excitado mi estómago, despertando el apetito. Traté de -abandonar el campo, pero Baigorrita, que se fastidiaba mucho de aquella -inacabable letanía de dimes y diretes, me dijo que no me fuera, que le -esperara, que acamparíamos juntos. - -Di mis órdenes, mandé que los caballos los rondaran lejos, en lugar -seguro, que hicieran campamento allí cerca, en un montecito muy tupido, -y que nos esperaran con buen fuego, puchero y asado. - -Mientras mi compadre se desocupaba, no faltó quien me obsequiara con -mate; Hilarión me pasó una torta riquísima hecha al rescoldo, y á -hurtadillas, lo mismo que un niño mimado y goloso delante de las -visitas, me la manduqué. - -No hay quien no conserve algún recuerdo imperecedero de ciertas escenas -de la vida; éste, de una cena espléndida en el Club del Progreso; -aquél, de otra en el Plata; el uno, de un almuerzo campestre; el otro, -de un _lunch_ á bordo. Yo no puedo olvidar la torta cocida entre las -cenizas que me regaló Hilarión con disimulo, diciéndome: «Para usted -la tenía, Coronel.» La mirada perspicaz de Mariano Rosas se apercibió -de ello, y calculando que tenía hambre me hizo pasar un par de palomas -asadas, diciéndome el conductor, que las había hecho cazar para mí. -Efectivamente, el doctor Macías fué quien cumplió la orden. Al día -siguiente lo supe. ¡Pobre Macías! Ya tendré ocasión de ocuparme de él. -¡Qué pena me daba verle! No habíamos sido nunca amigos. Pero conservaba -por él ese afecto de escuela que muchas veces vincula más á los -corazones que la sangre misma. ¡Cuántas veces al través del tiempo, lo -mismo en el seno de la patria que en extranjera playa, sean cuales sean -las borrascas que hayan azotado el bajel de nuestra fortuna, el título -de condiscípulo suele ser un talismán! - -Viendo que la charla no cesaba y que amenazaba continuar hasta media -noche, según el número de personajes que aún no habían cambiado sus -saludos; viendo también que el negro del acordeón andaba por allí y -que se preparaba á darnos una serenata, le hice una indicación á mi -compadre. - -Me contestó que no podía retirarse todavía; que me fuera, que más tarde -iría él. - -Mariano Rosas estaba en lo más fuerte del entrevero; lucía su -remarcable retentiva y hacía gala de sus habilidades oratorias. Le -hice una seña, como diciéndole, me voy, me contestó con otra, como -diciéndome, hace bien, esto no es con usted; me levanté, me abrí paso -por entre una espesa muralla de chusma que escuchaba el parlamento, -llamé á mi asistente, me acercó el caballo, puse pie en el estribo -y me disponía á montar, cuando unos _acordes destemplados_ hirieron -mis oídos, de atrás. ¡Era el negro del acordeón! Al mismo tiempo que -volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un -fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista -estaba _achumado_. - -Llegué al montecito donde me esperaba mi gente; el fogón ardía -resplandeciente lo mismo que una hoguera de la inquisición; daba -ganas de saltarlo, como los muchachos saltan las fogatas de viruta y -alquitrán en el día de San Juan. Hay tentaciones irresistibles. Piqué -mi valiente caballo, pasé por encima del fuego é hice un desparramo. -Y como ni el asado, ni el puchero, ni la caldera cayeron, todos -aplaudieron de corazón. - -Contento de mi triunfo eché pie á tierra, con más agilidad que otras -veces, ocupé mi puesto en la rueda y empecé á _pegarle_ al mate. - -Mi compadre no venía, cenamos; ordené que le guardaran algo, y antes de -recogerme mandé ver dónde y cómo estaban los caballos. - -Más de veinte formábamos el círculo del fogón. Hablábamos quién sabe -de qué; de repente oyóse un tropel de caballos. Es Baigorrita, dijeron -unos. Los jinetes sujetaron casi encima de nosotros, y una voz firme, -varonil, desconocida para mí, dijo: ¡Buenas noches! - ---Es Chañilao--dijeron unos. - ---Buenas noches--dijeron otros. - ---Eche pie á tierra, si gusta--dije yo, fingiendo que no había reparado -en el recién llegado. Pero á la vislumbre del fogón había visto -perfectamente bien su cara. - -Chañilao se apeó, y hablando en lengua araucana y haciendo sonar unas -enormes espuelas, se acercó á mí y con aire indiferente se sentó á mi -lado. - -No me moví. - -Nadie excepto los indios lo conocía. - -Era un hombre alto, delgado, de facciones prominentes y acentuadas, -de tez blanca, poco quemada; de largos cabellos castaños, tirando al -rubio; de ojos azules, vivos, penetrantes; de ancha frente, cortada á -pico; de nariz recta como la de un antiguo heleno; de boca pequeña, -cuyos labios apenas resaltaban; de barba aguda, retorcida para arriba, -en la que se veía un hoyo; lampiño, de modales fáciles; vestido como un -gaucho rico; llevaba un sombrero de paja de Guayaquil, fino; espuelas -de plata, y un largo facón de lo mismo atravesado en la cintura; -rebenque con virolas de oro, y su gran cigarro de hoja en la boca. - -Sin cuidarse de mí, habló con varios indios ostentando un aire y un -tono marcadísimos de superioridad. - -Me parecía estudiado. - -Les hice una seña á mis ayudantes con el dedo, para que no dijeran -quién era yo. - -Le hice pasar un mate y al recibirlo preguntó: - ---¿Dónde está el amigo Camilo Arias? - -Mi compadre Baigorrita se hacía sentir en ese momento. - - - - - XV - - Quién es Chañilao.--Su historia.--El carácter es un defecto para - las medianías.--Diferencia entre el gaucho y el paisano.--El - primero no es nada, el segundo es siempre federal.--¿Tenemos - pueblo propiamente hablando?--Sentimientos de un maestro de posta - cordobés cuando estalló la guerra con el Paraguay.--Chañilao y - yo.--Frescas.--Intrigas.--Una china. - - -Chañilao es el célebre gaucho cordobés Manuel Alfonso, antiguo morador -de la frontera de Río 4.º. - -Vive entre los indios hace años. - -No hay un baqueano más experto, ni más valiente que él. Tiene la carta -topográfica de las provincias fronterizas en la cabeza. - -Ha cruzado la Pampa en todas direcciones millares de veces, desde la -sierra de Córdoba hasta Patagones, desde la Cordillera de los Andes -hasta las orillas del Plata. - -En ese inmenso territorio, no hay un río, un arroyo, una laguna, una -cañada, un pasto que no conozca bien. - -Él ha abierto nuevas rastrilladas y frecuentado las viejas abandonadas -ya. - -En la peligrosa travesía, donde pocos se aventuran, él conoce escondido -_guaico_, para abrevar la sed del caminante y de sus caballos. - -Ha acompañado á los indios en sus más atrevidas excursiones, y muchas -veces se salvaron por su pericia y su arrojo. - -Sus constantes correrías, de noche, de día, con buen ó mal tiempo, -llueva ó truene, brille el sol ó esté nublado, haya luna ó esté sombrío -el cielo,--le han hecho adquirir tal práctica, que puede anticipar los -fenómenos meteorológicos con la exactitud del barómetro, del termómetro -y del higrómetro. - -Es una aguja de marear humana; su mirada marca los rumbos y los medios -rumbos, con la fijeza del cuadrante. - -Habla la lengua de los indios como ellos, tiene mujer propia y vive -con ellos. Es domador, enlazador, boleador, pialador. Conoce todos los -trabajos de campo como un estanciero; ha tenido tratos con Rosas y con -Urquiza, ha caído prisionero varias veces y siempre se ha escapado, -gracias á su astucia ó su temeridad. - -Poco antes de la batalla de Cepeda le tomaron, junto con veinte indios, -en la frontera Oeste de Buenos Aires. Sólo él burló la vigilancia de -los guardias y se salvó. - -Es un oráculo para los indios cuando invaden y cuando se retiran; vive -por desconfianza en _Inché_, treinta leguas más al Sud que Baigorrita, -á cuya indiada pertenece; tiene séquito y es _capitanejo_, con lo cual -está dicho todo sobre este tipo, planta verdaderamente oriunda del -suelo argentino. - -Chañilao no es sanguinario; ha vivido entre los cristianos y entre los -indios alternativamente. En el Río 4.º tiene amigos: Camilo Arias, mi -fiel é inseparable compañero, es uno de ellos. La última vez que emigró -de allí fué por prevenciones infundadas. - -Ésa es nuestra tierra--como nuestra política suele consistir en hacer -de los amigos enemigos, parias de los hijos del país,--secretarios, -ministros, embajadores de los que nos han combatido. - -Solemos ser justos con los _nuestros_, con los adversarios somos -siempre débiles. Solemos ser tolerantes con los que transigen, con los -que se hacen un honor y un deber de tener conciencia, jamás. - -Para ello está reservada la crítica irritante, acerba. - -El peor papel que puede representar el patriotismo á los ojos de las -medianías, es tener carácter. - -Más hábiles en el arte de reclutar nulidades, de seducir traficantes y -especuladores, que dispuestos á admirar el talento y la probidad; más -capaces de claudicar que de imponerse por la elevación moral, prefieren -los que se doblegan á los que firmes sobre el pedestal de sus creencias -tienen la osadía de exclamar: ¡yo pienso así! - -¡Ah! ¡si el país no estuviera jadeante! ¡Ah! ¡si no estuviera arraigado -en todos los corazones el convencimiento de que hay que preparar la -tierra, antes de arrojar en sus entrañas fecundas la semilla! - -¡Ah! ¡si no fuera que el hierro mata! ¡Ah! ¡si no fuera que una verdad -escrita con sangre es siempre una conquista fratricida! - -Camilo me había hablado largamente de Manuel Alfonso. Había sido el -apoderado de los pocos intereses que dejó en la frontera la última vez -que huyó de ella. Tenía por él ese cariño respetuoso, que el paisano le -profesa siempre al gaucho cuando no le cree malo; había sido su maestro -en los campos; y como aborrecía de muerte á los indios, con los que se -había batido muchas veces cuerpo á cuerpo, perdiendo dos hermanos en -dos invasiones, se hacía la ilusión de arrancarlo de su guarida. - -Camilo Arias, es igual á Manuel Alfonso en un sentido, su reverso en -otro. - -Camilo sabe tanto como Alfonso; es rumbeador como él, jinete como él, -valiente como él; pero no es aventurero. - -Camilo es un paisano gaucho, pero no es un gaucho. - -Son dos tipos diferentes. Paisano gaucho es el que tiene hogar, -paradero fijo, hábitos de trabajo, respeto por la autoridad, de cuyo -lado estará siempre, aun contra su sentir. - -El gaucho neto, es el criollo errante, que hoy está aquí, mañana allá; -jugador, pendenciero, enemigo de toda disciplina; que huye del servicio -cuando le toca, que se refugia entre los indios si da una puñalada, ó -gana la montonera si ésta asoma. - -El primero, tiene los instintos de la civilización; imita al hombre -de las ciudades en su traje, en sus costumbres. El segundo, ama la -tradición, detesta al _gringo_; su lujo son sus espuelas, su chapeado, -su tirador, su facón. El primero se quita el poncho para entrar en -la villa, el segundo entra en ella haciendo ostentación de todos -sus arreos. El primero es labrador, picador de carretas, acarreador -de ganado, tropero, peón de mano. El segundo se conchaba para las -_yerras_. El primero ha sido soldado varias veces. El segundo formó -alguna vez parte de un contingente y en cuanto vió luz se alzó. - -El primero es siempre _federal_, el segundo ya no es nada. El primero -cree todavía en algo, el segundo en nada. Como ha sufrido más que la -_gente de frac_, se ha desengañado antes que ella. Va á las elecciones, -porque el Comandante ó el Alcalde se lo ordena, y con eso se hace -sufragio universal. Si tiene una demanda la deja porque cree que es -tiempo perdido, sea dicho con verdad. En una palabra, el primero es un -hombre útil para la industria y el trabajo, el segundo es un habitante -peligroso en cualquier parte. Ocurre al juez, porque tiene el instinto -de creer que le harán justicia de miedo, y hay ejemplos; si no se -la hacen, se venga, hiere ó mata. El primero compone la masa social -argentina, el segundo va desapareciendo. Para los que, metidos en la -crisálida de los grandes centros de población, han visto su tierra y el -mundo por un agujero; para los que suspiran por conocer el extranjero, -en lugar de viajar por su país; para los que han surcado el Océano en -vapor; para los que saben dónde está Riga, ignorando dónde queda Yaví; -para los que han experimentado la satisfacción febril de tragarse las -leguas en ferrocarril, sin haber gozado jamás del placer primitivo de -andar en carreta, para todos ésos el _gaucho_ es un ser ideal. - -No lo han visto jamás. - -La libertad, el progreso, la inmigración, la larga y lenta palingenesia -que venimos atravesando hace dieciocho años lo va haciendo desaparecer. - -El día en que haya desaparecido del todo será probablemente aquél en -que se comprenda que tenemos una masa de pueblo sin alma, que en nada, -ni en nadie cree; que desparramada en inmensas campañas, no tiene -iglesias, ni escuelas, ni caminos, ni justicia, nada que la ampare -eficazmente, que la prepare para el gobierno propio, para la verdad del -sufragio popular, para el respeto siquiera del extranjero que viene á -compartir con nosotros todo, menos el dolor porque no nos estima, nada, -nada en fin, sino un caudillejo armado ó togado que la oprima ó la -explote. - -Sólo entonces tendremos, propiamente hablando, pueblo; pueblo con -corazón, con conciencia, con convicción y pasión. - -Entonces no habrá paisanos honrados, con intereses que perder, que -encerrándose en el egoísmo, que todo lo seca, hasta el patriotismo, -sientan solos los animales sociales que pueden asolar su casa. - -Entonces no habrá en Córdoba un maestro de posta, hacendado, que -conteste lo que me contestaron á mí en el Molle. - -Era el mes de abril del año 1865. Íbamos de pasajeros, de Mendoza para -Córdoba en una galera, el doctor don Eduardo Costa, Alejandro Paz y don -Francisco Civit, todos excelentes compañeros de viaje. En el primero, -sobre todo, nadie habría sospechado un hombre tan avenido y varonil. - -En el Río 4.º el general don Emilio Mitre nos había dado la noticia de -la primera agresión de López. Teníamos una impaciencia febril de llegar -á Córdoba, donde se hallaba el doctor Rawson. - -En la referida posta le pregunté yo al dueño de casa, que era un vejete -bastante alentado. - ---¿Y, qué noticias tiene, paisano? - ---Ningunas--me contestó. - ---Pero hombre--agregué asombrado;--¿no sabe usted que los paraguayos -han invadido la Provincia de Corrientes con cuarenta mil hombres; que -nos han apresado unos vapores; que han robado, incendiado y cautivado -muchas familias? - -Por toda contestación exclamó, con la tonada consabida: - ---¡Lo bueno que por aquí no han de llegar! - -¡Qué consoladora ingenuidad! Pero qué bien pinta el estado moral de un -país. - -Después de esto habladme cuanto queráis del patriotismo argentino. Yo -os diré que el patriotismo es una virtud cívica, que no apasiona las -multitudes sino cuando la noción del deber se ha encarnado en ellas; -que todo deber responde á un ideal; que la libertad, la religión, la -patria, el honor nacional son un ideal, pero que ese ideal no está -sino en la conciencia de cierto número de elegidos. - -Tenemos el germen, falta difundirlo. - -¿De qué manera? Haciendo que la patria sea para el hombre del pueblo, -la libertad en todas sus manifestaciones, la justicia, el trabajo bien -remunerado; no el abuso, el privilegio, la miseria. - -Entonces no se encontrará quien diga, lo que frecuentemente se oye: -¡para lo que yo le debo á la patria! - -No basta que las constituciones proclamen que todo ciudadano está -obligado á armarse en defensa de la patria. Es menester que la patria -deje de ser un mito, una abstracción, para que todos la comprendan y la -amén con el mismo acendrado amor. Hay fanatismos necesarios, que si no -existen se deben crear. - -Manuel Alfonso volvió á preguntar por el amigo Camilo Arias. - ---Que lo llamen--dije yo. - -El gaucho, ni me miró siquiera. - -Pero comprendiendo quién era, y con la intención sin duda de -_calmarme_, preguntó. - ---¿Y cómo se entienden estas paces? Aquí de amigos ya, Calfucurá -invadiéndolo los porteños. - ---Mire, amigo--le contesté;--delante de mí no me venga hablando -barbaridades. Si no le gusta la paz mándese mudar. - -Se dió vuelta entonces, me miró, y pegando maquinalmente con el -rebenque en el suelo unas cuantas veces, repuso: - ---Yo digo lo que me han dicho. - ---Pues le repito que es una barbaridad, le contesté. - -Me miró con más fijeza y por toda contestación se sonrió maliciosamente -como diciendo: ¡mozo malo! - -Estaba provocativo. Iba mal parado si le aflojaba, así es el gaucho -taimado. - ---Y este fogón es mío, le agregué, como diciéndole: «no quiero que en -él se hablen cosas que no me gustan». - ---¿Y usted quién es?--repuso, jugando siempre con el rebenque y fijando -la vista en el fogón. - ---Averigüe--le contesté. - -En ese momento una voz conocida dijo al lado mío: - ---Orden, señor. - -Era Camilo Arias que venía á mi llamado. - ---Aquí tienes un amigo--le dije, señalándole á Manuel Alfonso. - -Los paisanos son generalmente fríos, se saludaron como si se hubieran -visto el día antes. - ---Vamos--le dijo Camilo. - ---Vamos--contestó el gaucho, levantándose. Dió las buenas noches y se -marchó. - -Me quedé sumamente preocupado. En un hombre tan sagaz como él, tan -conocedor de los indios, tan influyente entre ellos por sus servicios, -sus conocimientos y su valor, aquellas palabras soltadas en mi fogón, -revelaban malísima intención. - -No había subido aún á caballo Manuel Alfonso, cuando mi compadre -Baigorrita se presentó. - -Echó pie á tierra y se sentó á mi lado; pedí su cena, se la trajeron, y -sacando el cuchillo, me dijo: - ---¿Conociendo Chañilao? - ---Ahí va--le contesté indicándoselo. Acababa de armar un cigarro en ese -instante y lo encendía, montando ya. - ---Ahí--dijo mi compadre. - ---¿Hay algo?--le pregunté á San Martín. - ---¡Creo que sí!--me contestó. - -Baigorrita estaba más pensativo que de costumbre. Sus preguntas, sus -exclamaciones, su aire sombrío, acabaron de convencerme de que Manuel -Alfonso no había venido á mi fogón á hablar de la paz y de Calfucurá -sin objeto. - -¿Qué podía haber? - -En vísperas de una gran junta, cualquier mala disposición era alarmante. - ---¿Hay alguna cosa, compadre?--le hice preguntar á Baigorrita con San -Martín. - ---Sí, compadre--me contestó él mismo. - -Habló con San Martín y en seguida me dijo éste: - -Que Mariano Rosas le había contado muchas cosas de mí; que estando -acampado en Calcumuleu los había tratado muy mal á los indios; que á él -le había mandado decir una porción de desvergüenzas; y que yo era muy -altanero. - -Le referí todo lo que había sucedido y su respuesta fué por boca de San -Martín: - ---Alguna intriga, compadre, porque nos ven de amigos. - -Comprendí todo. - -Durante mi permanencia en Quenque, me habían hecho la cama en Leubucó. - -Mi compadre acabó de cenar, él y yo éramos los únicos que quedaban al -lado del fogón; los demás se habían recogido. - ---Vamos á dormir, compadre--le dije. - ---Bueno--me contestó. - -Llamé á Carmen. - -Me enseñó mi cama. Estaba al pie de un hermoso caldén. - -Me sentaba en ella, cuando una china se apeó allí cerca del caballo, y -viniendo á mí me dijo con aire misterioso: - ---Tengo que hablarle. - - - - - XVI - - Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado á los de - Leubucó.--Censura pública.--Nubes diplomáticas.--Camargo conocía bien - á los indios.--Confío en él.--Camilo y Chañilao no se entienden.--En - marcha para la junta grande.--Quieren que salude á quien no debo.--Me - niego á ello.--Ceden saludos.--Empieza la conversación.--Discurso - inaugural.--Entusiasmo que produce Mariano Rosas.--El debate.--Un - tonto no será nunca un héroe. - - -Al día siguiente, antes de amanecer, ya sabía yo con interesantes -detalles, qué intrigas habían tenido lugar en Leubucó, mientras había -andado por Quenque. - -La noticia de mi compadrazgo con Baigorrita había producido mal efecto -en Mariano Rosas. - -La consagración de ese vínculo es tan sagrado para los indios, que -aquél se alarmó de una amistad naciente, sellada con el bautismo del -hijo mayor de su aliado. - -Sus allegados, en lugar de tranquilizarlo, halagaban sus -preocupaciones, diciéndole que no se descuidara, que estuviese en -guardia. - -Mi conducta era públicamente censurada; se me acusaba de haber tratado -descortésmente á los indios, desde el día en que llegué á Aillancó. -Se me hacía el cargo de no haber avisado con anticipación mi viaje; -criticaban mi mezquindad, comparándola con la magnificencia del -padre Burela, conductor de cincuenta cargas de bebida: decían que no -era bueno; que les había impuesto el tratado de paz, mandándoles un -ultimátum; que había llevado un instrumento para medir las tierras; -que eso era porque los cristianos se preparaban para una invasión; que -el tratado no tenía más objeto que entretener á los indios para ganar -tiempo. - -El padre Burela parecía ajeno á estas murmuraciones. Pero no las había -reprobado; y no teniendo nada que hacer en la junta, se hallaba al lado -de Mariano Rosas. Con él estaba la noche antes, dábase los aires de un -valido y pretendía que Baigorrita le había desairado, haciéndome su -compadre, queja asaz extraña en un sacerdote. - -El horizonte diplomático se me presentaba cargado de nubes. - -La persona que se había tomado el trabajo de venir furtivamente á -contarme lo que había pasado durante mi ausencia para que estuviera -prevenido, opinaba que tendríamos una junta tumultuosa. - -Las voces malignas que traía Chañilao, hacían más vidriosa la situación. - -Antes de estar en mi fogón había estado en el sitio donde parlamentaba -Mariano Rosas; había hablado con él y con otros; había desparramado sus -noticias, y la atmósfera de desconfianza se había hecho. - -Rayaba el día cuando llegó un mensajero de Mariano Rosas; mandaba -informarse de cómo había pasado la noche y prevenirme que en cuanto -saliera el sol nos moveríamos y que la señal sería un toque de corneta. - -Le contesté que había pasado la noche sin novedad; que me alegraba de -que él y su gente hubiesen dormido bien; y que estaba á su disposición. - -Hice llamar á Camilo Arias, ordené que arrimaran los caballos, púsose -toda mi gente en pie y nos aprestamos á marchar. - -Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos mate. - -Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me había sucedido con -Chañilao; lo que había pasado en Leubucó durante nuestro paseo por las -tierras de Baigorrita; lo que Mariano Rosas había conversado con éste; -y le pedí que me diera con franqueza su opinión. - -Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza. Me -tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo tiene sus misterios. Él -conocía bien los del suyo, como nadie quizá. - -Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque; que se había -hecho devolver los estribos que le robaron en el toldo de Caiomuta y -las demás prendas que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle -su proceder. - -Llegaron los caballos y Camilo. - -Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su entrevista con -Manuel Alfonso. - -Habían dormido juntos; no se habían entendido, porque el gaucho no -había simpatizado conmigo; pero se habían separado amigos. - -Se oyó un toque de corneta. - -Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á caballo y nos -movimos, rompiendo la marcha en dispersión. - -Á poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas, coronando la cumbre -de una cuchilla. - -Tocaron alto, llamada y reunión. - -Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría hecho una tropa -disciplinada. - -Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito nos pusimos al frente -de la línea, y en ese orden avanzamos. - -La indiada de Mariano Rosas hizo la misma maniobra. Las dos líneas -marchaban á encontrarse. Seríamos trescientos de cada parte. - -El sol se levantaba en ese momento inundando la azulada esfera con -su luz, la atmósfera estaba diáfana; los más lejanos objetos se -transparentaban, como si se hallaran á corta distancia del observador; -el cielo estaba despejado, sólo una que otra nube nacarada navegaba por -el vacío, con majestuosa lentitud; la blanda brisa de la mañana apenas -agitaba la grama color de oro; el rocío, salpicando los campos, los -hacía brillar como si estuvieran cubiertos por inmenso manto de rica y -variada pedrería. - -Cuando las dos líneas que avanzaban al paso estuvieron á cincuenta -metros una de otra, los clarines y cornetas tocaron alto, y las dos -indiadas se saludaron golpeándose la boca. - -Los ecos se perdían por los aires, quedaba todo en el más profundo -silencio, y los gritos se repetían. - -Nadie llevaba armas; todo el mundo montaba excelentes caballos, vestía -su mejor ropa y ostentaba las prendas de plata y los arreos más ricos -que tenía. - -Mariano Rosas destacó un indio; Baigorrita otro; colocáronse -equidistantes de las dos líneas; cambiaron _sus razones_, y volvieron á -sus respectivos puntos de partida. - -Los dos caciques acababan de saludarse y de invocar la protección de -Dios para deliberar con acierto. - -Tocaron atención, dieron voces de mando en lengua araucana, la segunda -fila de cada línea retrocedió dos pasos, los que miraban al Norte -giraron á la izquierda, tocaron marcha y las dos líneas quedaron -formadas en alas. - -Mariano Rosas destacó un indio que se acercó á mí y me habló en su -lengua. - -Camargo, haciendo de lenguaraz, me dijo: - ---Dice el general Mariano que eche pie á tierra para saludar al padre -Burela. - -Me pareció haber entendido mal. - ---¿Para saludar á quién?--le pregunté á Camargo con extrañeza. - ---¡Al padre Burela!--me contestó. - ---¿Al padre Burela?--exclamé mirando á los franciscanos y á mis -oficiales. - ---Es pretensión--agregué. - ---Dile, proseguí, dirigiéndome á Camargo, que le conteste á Mariano que -yo no tengo que saludar al padre Burela, que soy aquí el representante -del Presidente de la República, que en todo caso es el padre Burela -quien debe saludarme á mí. - -El mensajero se marchó y yo me quedé refunfuñando. Estaba indignado. - -Lo que pasaba no era más que la consecuencia de las intrigas de Leubucó. - -Volvió el indio insistiendo en lo mismo. - -Contesté con malísimo modo, que antes que hacer lo que se me exigía, me -_cortaría_ con mi gente, que hicieran la junta sin mí, si querían, que -yo no estaba para bromas. - -Llevó el indio mi contestación. - -Baigorrita que entendía todo lo que yo contestaba, porque Camargo lo -repetía en lengua araucana, me hizo decir: - ---Echemos pie á tierra, compadre. - -Mariano Rosas recibió mi contestación sin visible alteración; -conferenció con sus consejeros y su embajador volvió por tercera vez, -diciéndome: - ---Dice el General que es para saludar á todos. - ---Eso es otra cosa--contesté. - -Y esto diciendo, mandé echar pie á tierra á los míos haciéndolo yo -primero. - -Mariano Rosas y los suyos me imitaron. - -Vino otro indio, habló con Camargo, y siguiendo las indicaciones de -éste, comenzó el ceremonial. - -Mariano Rosas y su séquito estaban formados en ala; Baigorrita y mi -séquito lo mismo, es decir, que mi izquierda venía á quedar frente á la -derecha de aquél. - -Tiramos á la derecha marchando al Naciente unos cuantos pasos, -volvimos á girar al Norte, seguimos hasta quedar perpendicularmente -á la izquierda del séquito de Mariano Rosas, que permanecía inmóvil, -formando un ángulo, y los saludos empezaron, consistiendo en fuertes -apretones de manos y abrazos. - -Desfilamos por delante de aquéllos, y cuando Baigorrita estrechaba -la mano de Mariano Rosas y yo la de Epumer, mi cola, hablando -militarmente, se abrazaba con el último indio del séquito de Mariano -Rosas. - -Hecho esto, seguimos desfilando, hasta que el último de mis asistentes -saludó á aquél, y volvimos á ocupar el puesto en que estábamos al echar -pie á tierra. - -En seguida Mariano Rosas y los suyos avanzaron veinte pasos; -Baigorrita, yo y los míos hicimos simultáneamente otro tanto, formando -dos pelotones. - -Las dos líneas de jinetes formaron un círculo conversando á vanguardia, -á derecha é izquierda, sus respectivas alas; echaron pie á tierra -Mariano Rosas y los suyos; Baigorrita, yo y los míos quedamos -encerrados en dos círculos concéntricos, formado el exterior por -caballos y el interior por indios. - -Todas estas evoluciones se hicieron en silencio, con orden, revelando -que estaban sujetos á una regla de ordenanza conocida. - -Ningún indio maneó ni ató su caballo en las pajas. Sólo le bajó las -riendas. Los mansos animales ni se movían de su puesto. - -Mariano Rosas invitó á todo el mundo á sentarse. - -Nos sentamos, pues, sobre el pasto humedecido por el rocío de la noche, -sin que nadie tendiera poncho, ni carona, cruzando las piernas á la -turca. - -Mariano Rosas me cedió á su lenguaraz José; colocóse éste entre él y -yo, y el parlamento empezó. - -Yo estaba bajo la influencia desagradable de las revelaciones que me -habían hecho y fastidiado con la pretensión rechazada de que saludara -al padre Burela. - -Apoyé los codos en las rodillas, y ocultando la cara entre las manos, -me dispuse á escuchar el discurso inaugural de Mariano Rosas. - -El lenguaraz me previno que todavía no empezaba á hablar conmigo. - -El cacique general tomó la palabra y habló largo rato, unas veces con -templanza, otras con calor, ya bajando la voz hasta el punto de no -percibirse los vocablos, ya á gritos; ora accionando, con la vista fija -en tierra, ora mirando al cielo. Por momentos, cuando su elocuencia -rayaba, sin duda, en lo sublime, sacudía la cabeza y estremecía el -cuerpo como poseído de un ataque epiléptico. - -Las palabras: _Presidente_, _Arredondo_, _Mansilla_, _yeguas_, -_achúcar_, _yerba_, _tabaco_, _plata_ y otras castellanas que los -indios no tienen, flotaban entre la peroración á cada paso. - -Los oyentes aprobaban y desaprobaban alternativamente. - -Cuando aprobaban, el orador bajaba la voz; cuando desaprobaban, gritaba -como un condenado. - -Terminado el discurso inaugural, en medio de entusiastas -manifestaciones de aprobación, llegó el turno del debate. - -El cacique empezó por invocar á Dios. - -Me dijo que protegía á los buenos, y castigaba á los malos; me habló -de la lealtad de los indios, de las _paces_ que en otras épocas habían -tenido, que si habían fallado, no había sido por culpa de ellos; me -hizo un curso sobre la libertad con que entre ellos se procedía; agregó -que por eso había reunido los principales capitanejos, los indios más -importantes por su fortuna ó por sus años para que dijesen si les -gustaba el tratado, porque él no hacía sino lo que ellos querían; que -su deber era velar por su felicidad; que él no les imponía jamás, que -entre los indios no sucedía como entre los cristianos, donde el que -mandaba, mandaba; y terminó pidiéndome leyera los artículos del tratado -referentes á la donación trimestral de yeguas, etc., etc. - -Me disponía á contestar, cuando oí que le gritaban con desprecio al -doctor Macías, que teniendo al hombro una escopeta, regalo mío á -Mariano Rosas, se había confundido con su gente. - ---¡Afuera! ¡afuera el _Doctor_! - -El pobre Macías agachó la cabeza, y resignado á su suerte se alejó de -allí, siendo objeto de las risas y rechifles de los indios más ladinos -y de algunos cristianos. - -Metí la mano al bolsillo, saqué mi libro de memorias; busqué en él el -extracto del tratado de paz, y procurando imitar la mímica oratoria de -la escuela ranquelina, tomé la palabra. - -Expliqué el tratado, punto por punto; hablé de Dios, del Diablo, del -cielo, de la tierra, de las estrellas, del sol y de la luna; de la -lealtad de los cristianos, del deseo que tenían de vivir en paz con los -indios, de ayudarlos en sus necesidades, de enseñarles el trabajo, -de hacerlos cristianos para que fueran felices, del Presidente de la -República, del general Arredondo y de mí. - -Éste fué mi primer discurso. - -Es posible que entre cristianos me hubieran aplaudido. - -El efecto que produjo mi retórica y mi acción entre los bárbaros lo -deduje viendo al indio que me robó los guantes en Quenque, los cuales -se había puesto, dormido como una piedra á mi lado. - -Paturot fué más feliz que yo, la primera vez que de la noche á la -mañana se vió convertido en orador republicano popular. - -Decididamente estamos destinados á recorrer una escala interminable de -desengaños en la complicada travesía por este pícaro mundo. - -No hay más, digan lo que quieran ciertos fanáticos, ni un tonto -será nunca un héroe, porque la palabra héroe, despertando la idea -de grandeza, implica inteligencia; ni yo he nacido para orador -ministerial, mucho menos entre los indios. - - - - - XVII - - Repito la lectura de los artículos del tratado de paz.--Los indios - piden más que comer.--Mi elocuencia.--Mímica.--Dificultades.--El - recurso de un sermón de Viernes Santo me salva.--El representante - de la _Liberté_ de Bruselas y yo.--Cargos mutuos.--Argumentos - etnográficos.--Recursos oratorios.--En el banco de los - acusados.--Interpelaciones _ad hominem_.--El traidor - calla.--Redoblo mi energía é impongo con ella.--Se establece la - calma.--Apéndice.--Once mortales horas en el suelo. - - -Mariano Rosas me exigió que repitiera la lectura de los artículos -que estipulaban la entrega de yeguas, hierba, azúcar, tabaco, etc., -diciéndome que quería que todos los indios se enterasen bien de la paz -que se iba á hacer. - -Esta última frase, _que se iba á hacer_, dicha después de estar -firmado, ratificado y canjeado el tratado de paz, era otra originalidad -verdaderamente ranquelina. - -No una vez sino varias la había oído ya. Me hacía muy mal efecto. - -Las disposiciones de los indios en aquellos momentos, no eran las -más favorables para obtener de ellos un triunfo oratorio; y la junta -parecía que iba á tomar el carácter de un _meeting_, aprobatorio ó -reprobatorio, de la conducta del Cacique. - -Lo deducía de que varias veces me había soltado esta frase: «recién voy -á dar cuenta á mis indios de lo que hemos arreglado, y lo que ellos -decidan, eso será lo que se haga.» - -Yo estaba prevenido desde la noche anterior. - -Accedí á la exigencia, leyendo otra vez los artículos del tratado que -más preocupaban ó interesaban. - -Comer será siempre un capítulo primordial para la humanidad. - -Varias voces gritaron en araucano: - ---¡Es poco! ¡Es poco! - -Lo comprendí porque ciertos cristianos repitieron la frase en -castellano, con intención, apoyándola con repetidos ¡sí! ¡sí! - -Mariano Rosas, notando aquello, me echó un discurso sobre la pobreza de -los indios, exigiéndome la entrega de más cantidad de yeguas, yerba, -azúcar y tabaco. - -Contesté que los indios eran pobres porque no amaban el trabajo; que -cuando le tomaran gusto se harían tan ricos como los cristianos, y que -yo no podía comprometerme á dar más de lo convenido, que no era poco, -sino mucho. - ---¡Es poco! ¡es poco!--volvieron á gritar varios á una. - ---Lo ve usted--me dijo Mariano Rosas, que no me trataba ya de -hermano,--dicen que es poco. - ---Lo veo--le contesté;--pero es que no es poco, al contrario, es mucho. - ---¡Poco! ¡poco! ¡poco!--gritaron simultáneamente más voces que antes. - -Tomé la palabra, volví á leer los artículos del tratado estipulando la -entrega de yeguas, etc., los comparé con lo que se les entregaba á las -indiadas de Calfucurá, y probé que iban á recibir más que ellos. - ---Díganme que no es cierto--exclamaba yo, viendo que nadie había -contradicho mis demostraciones. Y aprovechando la coyuntura, fulminé -mis rayos oratorios contra Calfucurá. - ---Calfucurá--les dije,--ha roto la paz porque es un indio muy pícaro y -de muy mala fe que no teme á Dios. Ha sabido que lo que hemos arreglado -con Mariano Rosas para estas paces es más de lo que él recibe, y se -ha vuelto á hacer enemigo de los cristianos, diciendo que los indios -ranqueles son preferidos. Pero todo es para ver si consigue que le den -lo mismo que estas indiadas van á recibir por el tratado de paz que ya -hemos arreglado con mi hermano. - -Y al decir _mi hermano_, acentuaba la palabra cuanto podía y me dirigía -á Mariano Rosas. - ---Ya ven ustedes--gritaba con toda la fuerza de mis pulmones y mímica -indiana, para que todos me oyeran y creyendo seducirles con mi -estilo,--cómo los indios ranqueles son preferidos á los de Calfucurá. - -Mariano Rosas me preguntó, que cuántas yeguas se debían ya á los indios -por el tratado. - -Quería decir que desde cuándo había empezado á tener fuerza. - -Como se ve, el tratado era y no era el tratado. - -Le contesté que el tratado obligaba á los cristianos desde el día en -que el Presidente de la República le había puesto su firma al pie. - -Me contestó que él había creído que era desde el día en que me lo -devolvió aprobado. - -Le contesté que no. - -Me preguntó que cuándo lo había firmado el Presidente de la República. - -Satisfice su pregunta, y entonces, haciendo sus cuentas, me dijo que ya -se les debía tanto. - -Expliqué lo que antes le había explicado en Leubucó, lo que es el -Presidente de la República, el Congreso y el Presupuesto de la Nación. -Les dije que el Gobierno no podía entregar inmediatamente lo convenido, -porque necesitaba que el Congreso le diera la plata para comprarlo, y -que éste antes de darle la plata tenía que ver si el tratado convenía ó -no. - -Eso era lo que en cumplimiento de órdenes recibidas debía yo explicar, -como si fuera tan fácil hacerles entender á bárbaros lo que es nuestra -complicada máquina constitucional. - -Pero por lo pronto, continué diciéndoles: Se va á entregar algo á -cuenta, lo demás se completará cuando el Congreso apruebe el tratado. -El Presidente de la República quiere manifestarles de ese modo á los -indígenas su buena voluntad. - -Mientras yo hacía estas observaciones, me parecía que entre la manera -de discurrir de los indios y la mía, había una perfecta similitud. - -Mariano Rosas, me decía para mis adentros, mientras mi lengua -funcionaba, ha firmado el tratado, yo lo creía concluido, y ahora -resulta que la junta lo puede anular. Pues es lo mismo que sucede con -el Presidente y el Congreso. - -¿No es verdad que el caso era idéntico? Los extremos se tocan. - -Esperaba una interpelación de Mariano Rosas. - -Varios indios la hicieron antes que él. - ---¿Y si el Congreso no aprueba el tratado--preguntaron,--ya no habrá -paz? - -Ponte, Santiago amigo, en mi caso, y dime si no te habrías visto en -figurillas como yo para contestar. - -Contesté que eso no sucedería, que el Congreso y el Presidente eran muy -amigos, que el Congreso le había de aprobar lo que había hecho, que así -hacía siempre; dándole toda la plata que necesitaba. - -Mariano Rosas me dijo: - ---¿Pero el Congreso puede desaprobar? - -Yo no podía confesar que sí; me exponía á confirmar la sospecha de que -los cristianos sólo trataban de ganar tiempo; recurrí á la oratoria y á -la mímica, pronuncié un extenso discurso lleno de fuego, sentimental, -patético. - -Ignoro si estuve inspirado. - -Debí estarlo ó debieron entenderme; porque noté corrientes de -aprobación. - -La elocuencia tiene sus secretos. - -Yo me acuerdo siempre, en ciertos casos, cuando veo á la muchedumbre -conmovida por la resonancia de una dicción eufónica, rimbombante, -sonora, de un predicador catamarqueño. - -Predicaba un sermón de Viernes Santo. - -Un muchacho oculto en el fondo del púlpito se lo soplaba. - -Había llegado á lo más tocante, al instante en que el Redentor va -á expirar ya ultimado por los fariseos. La agonía del mártir había -empezado á arrancar lágrimas de los fieles, amargos sollozos vibraban -en las bóvedas del templo. - -El predicador conmovido á su vez, iba perdiendo el hilo. Miró al fondo -del púlpito; el muchacho se había dormido. - -Era imposible continuar hablando. - -Recurrió á la mímica. - -Cicerón lo ha dicho: _quasi sermo corporis_. Esta vez quedó probado. - -El dolor crecía como la marea. No había más que ayudar un poco para -producir la crisis y completar el cuadro. - -Á falta de palabras, el orador apeló á sus brazos y á sus pulmones; -accionaba y se estremecía dando ayes desgarradores. - -El auditorio sobreexcitado, jadeante, aturdido por sus propios gemidos, -nada oía. Veía, sentía, calculaba que el predicador debía estar sublime -y lo ahogaba con su lloro y sus lamentaciones. - -La sacra efigie inclinó la cabeza por última vez, una oleada de dolor -estremeció á todo el mundo y el predicador desapareció. - -Últimamente en Bruselas, en un banquete de periodistas presidido por el -rey Leopoldo, el más aplaudido de los oradores ha sido el representante -de _La Liberté_ de París. - -Á los repetidos, que hable _La Liberté_, se puso de pie. - -Las luces, el vino, la penosa elaboración de la digestión de una comida -opípara, la charla, habían ya producido en todos una especie de mareo. - -Era un rapaz vivo como él solo. - ---Señores--dijo,--en presencia de _sa majesté_, ¡aplausos! - -No le dejaban continuar. - -Comenzó á mover la cabeza, á batir los brazos como remos, ¡aplausos! -¡hurrahs! - ---_Liberté!_--dijo,--¡más aplausos! ¡más hurrahs! - ---_Egalité!_ ¡dobles aplausos! ¡dobles hurrahs! - ---_Fraternité!_ ¡triples aplausos! ¡triples hurrahs! - -El orador deja de hablar, los aplausos, los hurrahs cesan por fin, y un -éxito completo corona el triunfo de la pantomima sentimental sobre el -arte ciceroniano. - -Hay resortes de los que no se debe abusar. Traté de no gastar los míos. - -Dejé la palabra, viendo que los oyentes estaban convencidos de que el -Presidente y el Congreso no se habían de pelear por cuatro reales, ni -por un millón, ni por cosas mayores. - -Mariano Rosas la tomó. - -Me preguntó con qué derecho habíamos ocupado el Río 5.º; dijo que esas -tierras habían sido siempre de los indios, que sus padres y sus abuelos -habían vivido por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá, por -el cerrillo de la Plata y Langheló; agregó que no contentos con eso -todavía, los cristianos querían _acopiar_ (fué la palabra de que se -valió) más tierra. - -Estas interpelaciones y cargos hallaron un eco alarmante. - -Algunos indios estrecharon la rueda, acercándose á mí para escuchar -mejor lo que contestaba. - -Me pareció cobardía callar contra mis sentimientos y mi conciencia, -aunque el público se compusiera de bárbaros. - -Siempre con los codos en los muslos y la cara entre las manos, fija la -mirada en el suelo, tomé la palabra y contesté: - -Que la tierra no era de los indios, sino de los que la hacían -productiva trabajando. - -No me dejó continuar, é interrumpiéndome, me dijo: - ---¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido en ella? - -Le contesté que si creía que la tierra donde nacía un cristiano era de -él; y como no me interrumpiera proseguí: - ---Las fuerzas del Gobierno han ocupado el Río 5.º para mayor seguridad -de la frontera; pero esas tierras no pertenecen á los cristianos -todavía; son de todos y no son de nadie; serán algún día de uno, de dos -ó de más, cuando el Gobierno las venda, para criar en ellas ganados, -sembrar trigo, maíz. - -¿Usted me pregunta con qué derecho acopiamos la tierra? - -Yo les pregunto á ustedes ¿con qué derecho nos invaden para acopiar -ganados? - ---No es lo mismo--me interrumpieron varios;--nosotros no sabemos -trabajar; nadie nos ha enseñado á hacerlo como á los cristianos, somos -pobres, tenemos que ir á malón para vivir. - ---Pero ustedes roban lo ajeno--les dije,--porque las vacas, los -caballos, las yeguas, las ovejas que se traen no son de ustedes. - ---Y ustedes los cristianos--me contestaron,--nos quitan la tierra. - ---No es lo mismo--les dije:--primero, porque nosotros no reconocemos -que la tierra sea de ustedes, y ustedes reconocen que los ganados que -nos roban son nuestros; segundo, porque con la tierra no se vive, es -preciso trabajarla. - -Mariano Rosas observó: - ---¿Por qué no nos han enseñado ustedes á trabajar, después que nos han -quitado nuestros ganados? - ---¡Es verdad! ¡es verdad!--exclamaron muchas voces, flotando un -murmullo sordo por el círculo de cabezas humanas. - -Eché una mirada rápida á mi alrededor, y vi brillar más de una cara -amenazante. - ---No es cierto que los cristianos les hayan robado á ustedes nunca sus -ganados--les contesté. - ---Sí, es cierto--dijo Mariano Rosas;--mi padre me ha contado que en -otros tiempos, por las Lagunas del Cuero y del Bagual había muchos -animales alzados. - ---Eran de las estancias de los cristianos--les contesté.--Ustedes son -unos ignorantes que no saben lo que dicen; si fueran cristianos, si -supieran trabajar, sabrían lo que yo sé; no serían pobres, serían ricos. - -Oigan, bárbaros, lo que os voy á decir: - -Todos somos hijos de Dios, todos somos argentinos. - ---¿No es verdad que somos argentinos?--decía mirando á algunos -cristianos; y esta palabra mágica, hiriendo la fibra sensible del -patriotismo, les arrancaba involuntarios:--Sí, somos argentinos. - -Y ustedes también son argentinos, les decía á los indios. ¿Y si no, qué -son? les gritaba; yo quiero saber lo que son. - -¿Contéstenme, díganme, qué son? - -¿Van á decir que son indios? - -Pues yo también soy indio. - -¿Ó creen que soy _gringo_? - -Oigan lo que les voy á decir: - -Ustedes no saben nada, porque no saben leer; porque no tienen libros. -Ustedes no saben más de lo que les han oído á su padre ó á su abuelo. -Yo sé muchas cosas que han pasado antes. - -Oigan lo que les voy á decir para que no vivan equivocados. - -Y no me digan que no es verdad lo que están oyendo; porque si á -cualquiera de ustedes le pregunto cómo se llamaba el abuelo de su -abuelo no me sabrían dar razón. - -Pero los cristianos sabemos esas cosas. - -Oigan lo que les voy á decir: - -Hace muchísimos años que los _gringos_ desembarcaron en Buenos Aires. - -Entonces los indios vivían por ahí donde sale el sol, á la orilla de -un río muy grande; eran puros hombres los _gringos_ que vinieron, y no -traían mujeres; los indios eran muy zonzos, no sabían andar á caballo, -porque en esta tierra no había caballos; los _gringos_ trajeron la -primer yegua y el primer caballo, trajeron vacas, trajeron ovejas. - -¿Qué están creyendo ustedes? - -Ya ven cómo no saben nada. - ---No es cierto--gritaron algunos,--lo que está diciendo ese. - ---No sean bárbaros, no me interrumpan, óiganme--les contesté, y -proseguí: - -Los _gringos_ les quitaron sus mujeres á los indios, tuvieron hijos en -ellas, y es por eso que les he dicho que todos los que han nacido en -esta tierra son indios, no _gringos_. - -Óiganme con atención. - -Ustedes eran muy pobres entonces, los hijos de los _gringos_, que son -los cristianos, que somos nosotros, indios como ustedes, les hemos -enseñado una porción de cosas. Les hemos enseñado á andar á caballo, á -enlazar, á bolear, á usar poncho, chiripá, calzoncillos, bota fuerte, -espuela, chapeado. - ---No es cierto--me interrumpió Mariano Rosas;--aquí había vacas, -caballos y todo antes que vinieran los _gringos_, y todo era nuestro. - ---Están equivocados--les contesté;--los _gringos_, que eran los -españoles, trajeron todas esas cosas. Voy á probárselo: - -Ustedes le llaman al caballo _cauallo_, á la vaca _uaca_, al toro -_toro_, á la yegua _yegua_, al ternero _ternero_, á la oveja _oveja_, -al poncho _poncho_, al lazo _lazo_, á la hierba _hierba_, al azúcar -_achúcar_ y á una porción de cosas lo mismo que los cristianos. - -¿Y por qué no les llaman de otro modo á esas cosas? - -Porque ustedes no las conocían hasta que las trajeron los _gringos_. Si -las hubieran conocido les habrían dado otro nombre. - -¿Por qué le llaman al hermano _peñi_? - -Porque antes de que vinieran los padres de los cristianos ustedes ya -sabían lo que era hermano. - -¿Por qué le llaman á la luna _quién_, y no luna, como los cristianos? -Por la misma razón. Porque antes de que vinieran los _gringos_ á -Buenos Aires, ya la luna estaba en el cielo y ustedes la conocían. - -No pudiendo Mariano refutar esta argumentación etnológica, me contestó -irritado: - ---¿Y qué tiene que ver todo eso con el tratado de paz? ¿Cuándo yo le he -preguntado esas cosas para que me las diga? - ---¿Y qué tienen que ver las preguntas que usted me ha hecho con el -tratado de paz que ya está firmado por usted? ¿Acaso he venido á la -junta para que lo aprueben? Ya está aprobado por usted y lo tiene que -cumplir. - ---¿Y ustedes lo cumplirán?--me contestó. - ---Sí, lo cumpliremos--repuse:--porque los cristianos tenemos palabra de -honor. - ---Dígame, entonces, si tienen palabra de honor--repuso,--¿por qué -estando en paz con los indios, Manuel López hizo degollar en el Sauce -doscientos indios? Dígame entonces si tienen palabra, ¿por qué estando -en paz con los indios, su tío Juan Manuel Rosas mandó degollar ciento -cincuenta indios en el cuartel del Retiro? (cito casi textualmente sus -palabras). - ---¡Que diga! ¡que diga!--gritaron varios indios. - -La junta empezaba á tomar todo el aspecto de la efervescencia popular, -y yo de embajador, me convertía en acusado. - ---Á mí no me pidan cuentas--les dije,--de lo que han hecho otros; el -Presidente que ahora tenemos no es como los otros que antes teníamos. -Yo también les pido á ustedes cuenta de las matanzas de cristianos que -han hecho los indios siempre que han podido, y devolviéndole la pelota -á Mariano Rosas, le pregunté: - ---¿Qué tienen que hacer las degollaciones de López y de Rosas con el -tratado de paz? - -No le di tiempo para que me contestara y proseguí: - ---Ustedes han hecho más matanza de cristianos que los cristianos de -indios. - -Inventé todas las matanzas imaginables, y las relaté junto con las que -recordaba. - ---¡Winca! ¡winca! ¡mintiendo!--gritaron algunos. - -Y en varios puntos del círculo se hizo como un tumulto. - -Era el peor de los síntomas. - -Varios de mis ayudantes se habían retirado guareciéndose bajo la sombra -de un algarrobo. - -El sol quemaba como fuego, y hacía ya largas horas que la discusión -duraba. - -Á mi lado no habían quedado más que los dos frailes franciscanos y el -ayudante Demetrio Rodríguez. - -Viendo que la situación se hacía peligrosa, lo miré á mi compadre -Baigorrita, que no había hablado una palabra, permaneciendo inmóvil -como una estatua. No hallé su mirada. - -Busqué otras caras conocidas para decirles con los ojos: Aplaquen esta -turba desenfrenada. - -Todas ellas estaban atónitas. - -Si me miraban no me veían. - ---Es que--dijo Mariano Rosas,--los indios somos muy pocos y los -cristianos muchos. Un indio vale más que un cristiano. - -Estuve por no contestar. - -Pero antes que arriar la bandera, exclamé interiormente: que me maten; -pero me han de oir. - ---No diga barbaridades, hermano--le contesté;--todos los hombres son -iguales, lo mismo un cristiano que un indio, porque todos son hijos de -Dios. - -Y dirigiéndome al padre Burela que, como el convidado de piedra de Don -Juan Tenorio, presenciaba aquella escena turbulenta sin tener ni una -mirada ni una palabra de apoyo para mí, dije: - ---Que conteste ese venerable sacerdote, que se encuentra entre los -indios en nombre de la caridad cristiana; que diga él, á quien el -Gobierno y los ricos de Buenos Aires le han dado plata para que rescate -cautivos, si no es cierto lo que acabo de decir. - -El reverendo no contestó, tenía la cara larga, caídos los labios, más -abiertos los ojos que de costumbre, inflamada la nariz, sudaba la gota -gorda y estaba pálido como la cera. - -¡Qué contraste hacía con el padre Marcos y el padre Moisés! - -Ellos no hablaban porque no podían hablar, nadie los interpelaba; pero -en sus rostros simpáticos estaba impresa la tranquilidad evangélica, -y la inquietud generosa del amigo que ve á otro comprometido en una -demanda desigual. - ---Que diga--continué,--el padre Burela, que no tiene espada, de quien -ustedes no pueden desconfiar, si los cristianos aborrecen á los indios. - -El reverendo no contestó, su facha me hacía el efecto de un condenado. - -La voz de la conciencia, sin duda, le trababa la lengua al hipócrita. - ---Que diga el padre Burela--proseguí,--si los cristianos no desean -que los indios vivan tranquilos, todos juntos, renunciando á la vida -errante, como viven los indios de Coliqueo cerca de Junín. - -El reverendo no contestó. - -En ese momento, sea que los caballos se espantaron; sea lo que se -fuere, no puedo decir lo que hubo, sintióse algo parecido á un -estremecimiento de la multitud. Lo confieso, temí una agresión. - -Redoblé mi energía y seguí hablando. - ---Yo soy aquí--les dije,--el representante del Presidente de la -República; yo les prometo á ustedes que los cristianos no faltarán -á la palabra empeñada; que si ustedes cumplen, el Tratado de paz se -cumplirá. - -Ustedes pueden faltar á sus compromisos; pero tarde ó temprano tendrán -que arrepentirse; como les sucederá á los cristianos si los engañaran á -ustedes. - -Yo no he venido aquí á mentir. He venido á decir la verdad y la estoy -diciendo. - -Si los cristianos abusasen de la buena fe de ustedes, harían bien en -vengarse de la falsía de ellos, así como si ustedes no me tratasen á -mí y á los que me acompañan con todo respeto y consideración, si no me -dejasen volver ó me matasen, día más, día menos, vendría un ejército -que los pasaría á todos por el filo de la espada, por traidores; y en -estas pampas inmensas, en estos bosques solitarios, no quedarían ni -recuerdos ni vestigio de que ustedes vivieron en ellos. - -Camargo se acercó á mí en ese instante, y me dijo al oído: - ---Hable de lo que se da por el Tratado, Coronel, hable de eso. - ---¿Y qué más quieren--continué diciendo,--que hagan los cristianos? ¿No -les van á dar dos mil yeguas para que se repartan entre los pobres; -azúcar, hierba, tabaco, papel, aguardiente, ropa, bueyes, arados, -semillas para sembrar, plata para los caciques y los capitanejos? - -¿Qué más quieren? - -Mariano Rosas tomó la palabra después de un largo silencio, y dijo: - ---Ya estamos arreglados; pero queremos saber qué cantidad de cada cosa -nos van á dar. - ---Diga, hermano--agregó. - -Y, dirigiéndose á los indios: - ---Oigan bien. - -Volví á hacer la enumeración de lo que se había de entregar según el -Tratado. - -La calma se restablecía y la junta parecía tocar á su fin. - -Aproveché las buenas disposiciones que renacían para hacer presente, á -fin de quitar todo motivo de resentimiento futuro: - -Que la paz no era hecha conmigo, que yo era un representante del -Gobierno y un subalterno del general Arredondo, mi jefe, con cuyo -permiso me hallaba entre los indios; que no creyesen si otro jefe me -reemplazaba, que por eso la paz se había de alterar, que ese jefe -tendría que cumplir el Tratado y las órdenes que el Gobierno le diera; -que ellos estaban acostumbrados á confundir á los jefes con quienes se -entendían con el Gobierno; que así, en ningún tiempo la desaparición -mía de la frontera debía ser un motivo de queja, una razón para que se -negaran á observar fielmente lo convenido; que cerca ó lejos tendrían -siempre en mí un amigo que haría por el bien de ellos, si lo merecían, -todo cuanto pudiera. - -Mariano Rosas se puso de pie, y con una sonrisa la más afable, me dijo: - ---Ya se acabó, hermano. - -Nueve horas consecutivas los frailes y yo habíamos estado sentados en -la misma postura y en el mismo lugar; cuando quisimos levantarnos, las -piernas entumidas no obedecían. - -Para incorporarnos tuvimos que prestarnos mutua ayuda. - -Nos levantamos. - -Mariano Rosas me dijo que algunos indios de importancia querían -conversar particularmente conmigo. - -Para conferencias estaba yo. - -¡Pero qué hacer! - -Accedí. - -Mi primer interlocutor fué el viejo de las muletas. - -Nos sentamos cara á cara en el suelo, nombramos nuestros respectivos -lenguaraces y empezó la plática. - -El viejo era un conversador lo más recalcitrante. - -Me habló de sus antepasados, de sus servicios, de su ciencia y -paciencia, de las leguas que había galopado para venir á la junta, de -este mundo y el otro, en fin, y cuando yo creía que me iba á decir que -había tenido muchísimo gusto en conocerme, me salió con esta pata de -gallo: - ---He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me -ha gustado. - ---Pues estoy fresco--dije para mi capote.--¿Si querrá éste armarme -alguna gresca? - -Varios indios le habían formado rueda, asintiendo á lo que acababa de -decir. - -Tomé la palabra y le contesté: - ---Que me alegraba mucho de haberle conocido; que sentía infinito que -un anciano tan respetable como él, tan lleno de experiencia y de -servicios, tan digno del aprecio de los indios, se hubiera incomodado -en venir desde tan lejos para verme, que cuando fuera de paseo al Río -4.º tendría mucho gusto en alojarlo en mi casa y regalarlo, y que ahora -que la paz estaba hecha y que iban á recibir tantas cosas--las enumeré -todas,--todos debíamos mirarnos como hijos de un mismo Dios. - -El indio reprodujo al pie de la letra todo lo que me había dicho -anteriormente, y acabó con la muletilla: - ---He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me -ha gustado. - -Hice lo mismo que él: reproduje mi contestación. - -Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él lo mismo, nueve -veces le contesté yo lo mismo también. - -Cedió el viejo. - -En pos de él vinieron otros personajes; con todos tuve que hablar, -todos me dijeron casi la misma cosa y á todos les contesté casi la -misma cosa también. - -Dios se apiadó de mí; y después de once mortales horas inolvidables, -como jamás las he pasado ni espero volverlas á pasar en lo que me resta -de vida, me vi libre de gente incómoda. - -Aquel día valió por todos los otros, y eso que no he hecho sino pintar -á brocha gorda el cuadro. Para iluminarlo con todos sus colores habría -tenido necesidad del marco de un libro entero. - -Estaba harto y cansado; me eché sobre la blanda hierba, y me quedé -pensativo un rato viendo á los indios desparramarse como moscas en -todas direcciones y desaparecer veloces como la felicidad. - - - - - XVIII - - Revelación.--Más había sido el ruido que las nueces.--Nuevas - presentaciones.--El último abrazo y el último adiós de mi compadre - Baigorrita.--Otra vez adiós.--Mariano Rosas después de la junta.--¡Qué - dulce es la vida lejos del ruido y de los artificios de la - civilización!--Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los - bárbaros la medida de la civilización.--Una mujer azotada.--No era - posible dormir tranquilo en Leubucó. - - -Mientras arrimaban las tropillas, descansaba y pensaba en el extraño -concilio á que acababa de asistir, estaba completamente abstraído -cuando se me presentó mi compadre Baigorrita. - -Después de haberlo acompañado á Mariano Rosas cierta distancia, por -el camino de Leubucó, volvía sobre sus pasos con la intención de ir á -dormir en Quenque. - -Llegó donde yo estaba, echó pie á tierra, se sentó á mi lado y me hizo -decir con San Martín. - -Que ya se iba, que no extrañase que no hubiera hablado en la junta en -defensa mía, que no lo había hecho por los indios de Mariano, que si lo -hubiese hecho habrían dicho, que era más amigo mío que de ellos; que -yo tenía mucha _razón en mis razones_, que los hombres de experiencia -lo habían conocido, que ninguno lo había conocido mejor que Mariano -Rosas, pero que había tenido que portarse así, porque si no, sus -indios habrían dicho, que era más amigo mío que de ellos; que me fuera -sin cuidado, que Mariano era mi amigo, que tenía confianza en mí, y que -con él contara en todo tiempo para lo que gustara, que para qué nos -habíamos hecho compadres entonces. - -Este lenguaje fué una revelación. - -Recién comencé á ver claro y explicarme la actitud indiferente, -reconcentrada, ceñuda de mi compadre durante toda la junta. Á fuer de -diplomático, que conoce perfectamente bien el terreno que pisa, había -estado haciendo su papel. - -Más había sido el ruido que las nueces, según se ve. - -Faltaba averiguar si aquellos discípulos de Machiavello me habrían -dejado sacrificar dado el caso que el _pueblo bárbaro_, exasperado por -la razón de mis sinrazones, se me hubiera ido encima. - -Estaba impaciente de conversar con Mariano Rosas á ver si me hablaba -con la misma franqueza de Baigorrita su aliado, á la vez que su rival -en la justa pretensión de adquirir prestigios entre todas las indiadas. - -San Martín, completando el pensamiento de mi compadre, me dijo de su -cuenta: - ---Así son los indios, señor; y como Baigorrita es cacique principal, -tiene que tener mucho cuidado con Mariano; los indios son muy -desconfiados y celosos; para andar bien con ellos, es preciso no -aparecer amigos de los cristianos. - -Baigorrita le interrumpió y me hizo decir que ya era tarde, que quería -ponerse en marcha. - -Mis tropillas acabaron de llegar; mandé mudar, la operación se hizo -prontamente y un momento después abandonamos la raya. - -Ordené que mi séquito se fuera despacio por el camino de Leubucó, y -con Camilo Arias y un asistente tomé para el Sud en compañía de mi -compadre. - -Varios indios, entre ellos el de las muletas, le acompañaban. Me -presentó á algunos que no me habían visitado en Quenque; tuve que -sufrir sus saludos, apretones de manos, abrazos y pedidos, y en el -sitio donde habíamos pasado la noche que precedió á la junta, nos -dijimos ¡adiós! - -Conforme fué cordial la recepción de Baigorrita, así fué fría la -despedida. - -Partimos al galope en opuestas direcciones. - -Silencioso, contemplando la verde sábana de aquellas soledades, dejaba -que mi caballo se tendiera á sus anchas, cuando sentí un tropel á -retaguardia. Sin sujetar di vuelta, vi un grupo de jinetes; entre ellos -venía Baigorrita corriendo por alcanzarme. - -Hice alto, alguna novedad ocurría. - -Mi compadre llegó y San Martín me dijo: - ---Dice Baigorrita, que viene á darle el último abrazo y el último -¡adiós! - -Nos abrazamos, pues. - -El indio me estrechó con efusión, y al desapartarnos, tomándome -vigorosamente la mano derecha y sacudiéndomela con fuerza, me dijo, con -visible expresión de cariño: ¡adiós! ¡compadre! ¡amigo! - ---¡Adiós! ¡compadre! ¡amigo!--le contesté, y volvimos á separarnos. - -Galopaba yo, apurando mi caballo por ver si alcanzaba mi gente antes de -que se pusiera el sol, cuando un jinete me alcanzó. - -Era San Martín; lo mandaba Baigorrita á decirme otra vez adiós, me -enviaba sus más fervientes votos de felicidad, me hacía presente que le -había ofrecido otra visita, y para no desmentir en ningún momento que -era indio, me pedía que le mandara unas espuelas de plata. - -Contesté á todo como debía, despaché al mensajero y seguí por el camino -que acababa de tomar. - -Á poco andar me incorporé á mi gente. Adelante de ella iban varios -indios desparramados. - -Entre ellos reconocí á Mariano Rosas, le acompañaba á la par su hijo -mayor. - -Sintió el tropel de mis caballos, miró atrás, y al ver que era yo, -sujetó. - ---Buenas tardes, hermano--me dijo con marcada amabilidad. - -Jamás le había visto un aire tan amistoso. - ---Buenas tardes--le contesté con estudiosa sequedad. - ---Cómo le ha ido--prosiguió, diciéndole á su hijo: - ---Saca esas perdices para mi hermano. - -El hijo obedeció, y de unas alforjas sacó dos hermosas martinetas -cocidas y una torta. - -Yo contesté: - ---Me ha ido regular, hermano. - -Tomó las perdices y la torta y me las pasó, diciéndome: - ---Coma, hermano. - -Su cara tenía una expresión de malicia particular; parecía que el indio -se reía interiormente. - -Tomé las perdices, le pasé una, y media torta á los frailes, y el resto -lo partí con él. - -Íbamos al trote masticando sin hablar. - ---Galopemos--me dijo. - ---No, mis caballos están pesados, no tengo apuro en llegar; galope -usted si tiene prisa--le contesté. - ---¿Qué le ha parecido la junta?--me preguntó. - ---¿Qué me ha parecido?--repuse, fijando en él mis ojos, como -diciéndole: Ya lo calculará usted. - -Me entendió y dijo: - ---Con estos indios se precisa mucha paciencia, es preciso conocerlos -bien, son muy desconfiados, en cuanto ven que uno es amigo de los -cristianos, ya piensan que los engañan. ¡Los han traicionado tantas -veces! Ya ve cómo ha estado su compadre Baigorrita. - ---¿Pero de mí, qué podían temer?--le contesté. - ---Nada, de usted nada. - ---¿Y entonces? - ---Pero si yo hubiera aprobado todas sus razones, quién sabe qué -hubieran dicho. - ---¿Y si me hubiesen insultado, ó me hubieran querido matar? - ---¡Cuándo!--fué toda su respuesta. - -Y esto diciendo, se tendió al galope, añadiendo: - ---Bueno, hermano, hasta luego, lo espero á comer. - ---Bueno, hermano, ahorita no más estoy en Leubucó, voy á descansar un -rato en la Aguada--le contesté. - -El sol se hundía del todo en la raya lejana: una ancha faja cárdena, -resplandeciente, radiosa, teñía el horizonte y con su lumbre purpúrea, -cambiante, hermosa, doraba las apiñadas nubes del Occidente, que, como -encumbradas montañas movedizas coronadas de eternas nieves, se alzaban -hasta el cielo á la manera de inmensas espirales y de informes figuras -de inconmensurable grandor. - -El seco aquilón plegaba sus alas; las mansas y apacibles auras -jugueteaban galanas, refrescando la frente del viajero; el pasto -ondulaba como el irritado mar en sus profundidades insondables después -de la tempestad; las silvestres flores se erguían sobre su flexible -tallo, pintando los campos con colores vivaces; un perfume suavísimo, -delicado, imperceptible como la confusa reminiscencia del primer ósculo -de amor, vagaba envuelto entre las brisas embriagadoras. - -Los últimos rayos solares refractándose en la atmósfera, envolvían -la tierra con el poético manto crepuscular; la moribunda luz del día -confundiéndose con las místicas sombras de la noche le abrían el paso á -la celeste viajera. - -La luna brillaba ya entre tremulantes estrellas, como casta matrona -de plateados cabellos entre púdicas doncellas de rubia faz, cuando -llegábamos al borde de una lagunita, en cuyo espejo cristalino -innumerables aves acuáticas piaban en coro. - -Hicimos alto, mandé mudar caballos, y sediento de reposo, me tendí -sobre las blandas pajas, haciendo de mis brazos cruzados cómoda -almohada. - -¡Qué dulce es la vida, lejos del ruido y de los artificios de la -civilización! - -¡Ay! una hora de libertad por los campos es un placer salvaje que yo -trocaría mañana mismo por un día entero de esta existencia vertiginosa. - -Mientras ensillaban pensé en los sucesos del día, y, francamente, los -indios me trajeron á la memoria lo que pasa en los parlamentos de los -cristianos. - -Mariano Rosas y Baigorrita, como dos jefes de partido, tenían el -terreno preparado, la votación segura; pero uno y otro antes de imponer -su voluntad habían lisonjeado las preocupaciones populares. - -¿No es esto lo que vemos todos los días? - -La paz y la guerra, ¿no se resuelve así? - -¿El pueblo no tolera todo, hasta que se juegue su destino, con tal que -se le deje gritar un poco? - -¿No hacen presidentes, gobernadores, diputados en nombre de ciertas -ideas, de ciertas tendencias, de ciertas aspiraciones, y las -camarillas, no hacen después lo que quieren y las muchedumbres no -callan? - -¿No pretende que lo gobierne la justicia y no lo gobierna eternamente -esa inicua inmoralidad, que los políticos sin conciencia llaman la -_razón de estado_? - -¿Pasa otra cosa en el mundo civilizado? - -Mariano Rosas, después de haber resuelto la paz, acusándome en público -de las matanzas de López y de Rosas; Baigorrita dominado por la misma -idea, silencioso, irresoluto en presencia de la multitud, ¿no hacían -el mismo papel de Napoleón III proclamando: _el imperio es la paz_, al -mismo tiempo que se armaba hasta los dientes? - -¿No mentían? - -¿No hacían lo mismo que los que en nombre de la Constitución y de las -leyes, de la civilización y de la humanidad arman al pueblo contra el -pueblo? - -¿No mentían? - -¿No hacían lo mismo que los que después de haber sostenido que el -pueblo tiene el derecho de equivocarse se han rebelado contra él, -porque tuvo la energía de inmolar uno de sus tiranos? - -¿No mentían? - -Mariano Rosas y Baigorrita, declarando en una junta, después de haber -firmado el tratado de paz, que harían lo que la mayoría resolviese, ¿no -imitaban á los que más de una vez han declarado en nuestros Congresos -lo contrario de lo que habían convenido con el extranjero? - -¡Cuánto he aprendido en esta correría! - -Si me hubieran dicho que los indios me iban á enseñar á conocer la -humanidad, una carcajada homérica habría sido mi contestación. - -Como Gulliver en su viaje á Liliput, yo he visto al mundo tal cual es -en mi viaje á los Ranqueles. - -Somos unos pobres diablos. - -Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los bárbaros la medida -de la civilización. - -Resta saber si seríamos más felices poniendo en la silla curul de -nuestros magnates, pigmeos, y cambiando el coturno francés por la bota -de potro. - -Los héroes prueban tan mal y la moda es tan tiránica en sus -imposiciones, que vale la pena de meditar sobre las ventajas y las -consecuencias de una revolución social. - -De todos modos, nuestros ídolos de ayer no resisten á la crítica; son -como los ranqueles, capaces de engañar al más pintado. - -Por esos trigales de Dios iban mis reflexiones, en el instante en que -Calixto Oyarzábal, acercándoseme, me dijo: - ---Ya está el caballo, señor. - -Me levanté: á caballo, grité y diciendo y haciendo monté y tomé al -galope la gran rastrillada de Leubucó, entrando luego en el monte. - -El cielo se encapotaba; caíamos á un descampado pantanoso; unas -lucecitas fugaces, macilentas, aparecían y desaparecían; creía llegar á -ellas, y se alejaban de mí como rápidas mariposas. Eran las emanaciones -de la tierra; cruzábamos un cementerio de indios y estábamos á las -puertas de la toldería de Mariano Rosas. - -Llegamos. - -Me esperaban con la comida pronta y con música. Comí, soporté al negro -del acordeón una vez más, y viendo que mi presunto compadre Mariano -estaba muy bien templado, le pedí la libertad del Dr. Macías. - -Me contestó que sí. - -Veremos después lo que vale el sí de un indio. - -Me despedí, salí del toldo, me senté al lado del fogón de los -asistentes, y aunque no tenía sueño, me quedé dormido. - -Unos ladridos de perro me despertaron. - -En el toldo de Mariano Rosas se oían gritos de mujer. - -Me acerqué ocultándome. - -El cacique había castigado á una de sus mujeres, quería castigar á otra -y el hijo se oponía, amenazando al padre con un puñal si tocaba á la -madre. - -Era una escena horrible y tocante á la vez. - -Habían bebido, el toldo era un caos, las mujeres y los perros se -habían refugiado en un rincón, los indiecitos y las chinitas desnudas -lloraban, y un fogón expirante era toda la luz. - -Mariano Rosas rugía de cólera. - -Pero retrocedía ante la actitud del hijo protector de la madre. - -Según se dijo al día siguiente, era muy capaz de haber muerto al padre, -si no se hubiera contenido, para que se vea que, hasta entre los -bárbaros, el ser querido que nos ha llevado en sus entrañas, que nos -ha amamantado en su seno y nos ha mecido en su regazo es un objeto de -culto sagrado. - -Me acosté con la intención y la esperanza de dormir. - -Pero estaba de Dios que en Leubucó las noches habían de ser toledanas -para mí. - -Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo, -presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, _achumados_ á cual -más, me despertó. - -Fué en vano resistir. - -Hubo cohetes y aguardiente como para que los _yapaí_ duraran un buen -rato. - -Yo en lugar de beber, hacía el ademán y derramaba el nauseabundo -líquido por donde caía. - -Al fin se _remató_ la impertinente chusma y me escurrí, pasando el -resto de la noche sin novedad. - - - - - XIX - - La paz estaba definitivamente hecha.--El Doctor Macías.--Gotas - maravillosas.--Padre é hijo indios.--Lo pido á Macías.--Visita á - Epumer. - - -Las paces estaban definitivamente hechas. - -El sufragio popular les había puesto su sello soberano en la junta. - -Las sospechas habían desaparecido. - -Yo era mirado ya como un indio. - -Numerosas visitas llegaban á saludarme. - -El viento de Leubucó me era favorable. - -Los intrigantes, corridos y avergonzados, solicitaban mi perdón con -estudiadas sonrisas y amabilidades. - -Fingí que no me había apercibido de sus manejos; estaba en tierra -diplomática, y reservé el castigo para la oportunidad debida. - -El Dr. Macías me preocupaba. - -Su espíritu abatido por las humillaciones y padecimientos que había -sufrido durante dos años, nada esperaba de los hombres. - -Como el náufrago que después de haber luchado brazo á brazo con la -muerte, viendo venir la onda irritada que va á tragarle y sumergirle en -las frías y tenebrosas cavernas del océano, hace un esfuerzo supremo y -coge una tabla de salvación, que otros le arrebatan desesperados en el -instante mismo en que la barca del arrojado pescador viene en su ayuda, -así es la vida. - -Las penas secan los ojos, las ingratitudes hielan el corazón; los -desengaños matan las últimas ilusiones; parecemos momias ambulantes, -descendiendo marcialmente sin consuelo por los obscuros escalones de la -eternidad, y sin embargo, algo nos estremece y nos conforta aún á la -manera de un sacudimiento galvánico, inefable: es la esperanza en Dios. - -¡Ay de aquél que después de haber perdido la fe en todo, no conserva en -su esqueleto un santuario siquiera para refugiar en él esa fe pura! - -Macías no creía que yo me atrevería á exigir su libertad; aunque no me -lo decía, lo comprendía. Abatido por el infortunio, me confundía con -los aduladores del cacique. - -Su actitud era digna; aprovechaba toda ocasión de manifestar que su -existencia se hacía cada día más insoportable, pero no suplicaba. - -El desgraciado tenía impresas en su frente las huellas de un dolor -punzante, reconcentrado; celaje de amargura; sus grandes ojos negros -rasgados, vagaban inquietos, fijábanse á veces en tierra, y al -recordar, sin duda, la dulce libertad perdida, brillaban cristalizados -por comprimido lloro. - -Macías tiene cuarenta años; es hijo de una respetable familia de Buenos -Aires y está enlazado á una joven de origen inglés. - -Su padre es un español conocido en este comercio. - -Imaginaos un árabe con gran nariz aguileña, de barba y cabello canos y -tendréis su retrato. - -Sus primeros estudios los hizo en la escuela del señor don Juan A. de -la Peña, donde yo le conocí. - -Después cursó las aulas universitarias, preparándose para entrar en la -escuela de Medicina, de la que salió doctor. - -Su vida ha tenido grandes alternativas; ha sido médico, leñatero en -las islas del Paraná é industrial en el Chaco, entre cuyos indios pasó -algunos años voluntariamente. Hay algo de poético, de novelesco y -misterioso en esta existencia, mas yo no debo descorrer el velo sino -hasta aquí. - -Por muchísimos años, Macías y yo nos perdimos de vista; desde la última -vez que nos vimos en la escuela de primeras letras, no nos habíamos -vuelto á encontrar hasta el día de mi arribo á Leubucó. - -Macías había tenido el desgraciado talento de ponerse mal en Tierra -Adentro con casi todos los que habían podido ayudarle á pasar los menos -malos ratos posibles. - -Tiene un carácter extraño, indómito y dócil, firme y versátil á la vez. -Es capaz de acometer una empresa arriesgada y no tiene valor personal. - -Estas dos últimas fases de su carácter explican su presencia entre los -indios, sin ser cautivo, y su falta de prestigio entre ellos. - -Macías estaba en el Río 4.º por el año 1867. - -El coronel Elía, jefe de la frontera de Córdoba, había iniciado una -negociación de paz con los indios. - -Se ofreció y partió con las credenciales correspondientes. - -Pero sea que el coronel Elía no estaba autorizado para negociar un -tratado de paz, sea lo que fuera, el hecho es que el plenipotenciario -fué abandonado á sus propios recursos y á su suerte. - -Por falta de tacto ó por falta de suerte, fatalidad que suele -obscurecer las dotes más relevantes del hombre, burlar sus planes -y desvanecer sus ilusiones unas tras otras, lo mismo que los -vendavales deshojan los árboles más frondosos, Macías se convirtió de -plenipotenciario en prisionero. - -Escribió y escribió; sus cartas no fueron contestadas. Hasta el soldado -que en calidad de asistente le acompañaba, le abandonó. - -Sólo, sin sirviente ni medios de subsistencia, _maturrango_, ¿de qué -había de vivir, ni cómo había de escaparse? - -Tuvo que aceptar el pan de los indios y de los cristianos refugiados -entre ellos por causas políticas. - -Por debilidad, por falsos cálculos, por conveniencia, qué sé yo por -qué, se vinculó á los últimos y riñó con ellos después. - -No le quedaba más arbitrio que apelar á los indios: se hizo amigo de -Mariano Rosas. - -Mejoró de condición, y de prisionero se elevó á la categoría de -_secretario_. - -Las primeras notas que yo recibí en el Río 4.º de aquel cacique, eran -escritas por mi antiguo condiscípulo. - -Á la distancia le juzgué mal. - -Corrían tantas historias sobre los motivos que lo llevaron á los -indios, que era muy difícil substraerse á la influencia de las -sospechas populares. - -¿Quién resiste á los juicios de los conocidos sobre los desconocidos? - -¿Cuál es la cabeza bastante fuerte para despreciarlos, para esperar? - -¿El criterio que tenemos de la generalidad de las personas es acaso el -resultado de nuestra observación directa? - -¿No amamos, no aborrecemos, no simpatizamos, no _antipatizamos_ por -refracción? - -Una secretaría hace celosos en cualquier parte, lo mismo en París que -en Berlín, en Buenos Aires que en Leubucó. - -Macías despertó la emulación de los cristianos. - -Temieron su ascendiente. - -Comenzaron á intrigarle y lo consiguieron. - -Yo, desde el Río 4.º contribuí sin intención dañina á su caída. - -Le juzgaba mal, ya he dicho por qué, y le escribí á Mariano Rosas, que -el secretario que tenía no era bueno, que sus notas decían todo lo -contrario de los recados que me llevaban sus mensajeros. - -El hecho era cierto. - -Lo que faltaba averiguar era: si Macías ponía lo que le mandaba ó no; -si las contradicciones entre lo que me escribían y me decían, no eran -gramática parda, diplomacia ranquelina. - -El tiempo, iniciándome en las cosas de Leubucó, me aclaró el misterio -de todo. - -Macías cumplía al pie de la letra las órdenes que recibía, sus notas le -eran leídas á Mariano Rosas por otros cristianos antes de salir de la -Cancillería de Tierra Adentro. - -Macías cayó, pues, de la gracia y del favor. - -Los que viéndole de secretario le consideraban, le abandonaron, y los -que ni por eso le habían considerado, redoblaron sus hostilidades. - -Tuvo que pasar por todo linaje de humillaciones, quedando agregado como -uno de tantos al toldo del cacique. - -Dormía donde le tomaba la noche; comía donde le daban la limosna de una -_tumba_ de carne; sus vestiduras eran pobrísimas. - -¡Desgraciado Macías! - -Cuando yo le vi, su traje consistía en una camisa sucia y rota, en -unos calzoncillos de algodón ordinario y un chiripá de paño viejo -colorado; un resto de sombrero cubría su frente y unas botas llenas de -agujeros era todo su calzado. Sus pies estaban destrozados, sus manos -encallecidas. - -En una bolsa de cuero de gato tenía todo su caudal, hilo, botones, -piedritas, agujas, azúcar, hierbas medicinales, tabaco, hierba, papel, -y envuelto en un trapito un relicario de oro de cuatro fases, con los -retratos de sus padres y de sus dos hijos. - -¡Desgraciado Macías! - -¡Ah! imaginaos el efecto que me haría ver aquel hombre que había nacido -bien, que había recibido educación, gozado de la vida y frecuentado la -buena sociedad, reducido á aquella condición! - -¡Él mismo no lo comprendió! - -Me veía alegre, festivo, contento, fingiendo que todo cuanto me rodeaba -me parecía óptimo, y me creía insensible al infortunio. - -Su corazón, atrofiado por el dolor, creía que el mío estaba seco. - -¡Desgraciado Macías! - -Los indios hablaban mal de él, le creían loco. - -Los cristianos lo mismo; contaban cosas horribles del pobre. - -Todos sus vicios se los atribuían á él. - -En tal situación escribió al Presidente de la República. - -No le contestaron. - -¿Cómo le habían de contestar? - -Sus cartas habían sido interceptadas y detenidas. - -Llamé al capitán Rivadavia y le mandé preguntar con él á Mariano Rosas -si estaba visible. - -Me contestó que fuera cuando quisiese, que estaba por almorzar. - -Entré en su toldo. - -Su cara revelaba la agitación de la noche; estaba más pálido que de -costumbre. - -Al verme entrar me dijo, sin cambiar de postura (estaba sentado al lado -del fogón): - ---Buenos días, hermano, dispense que no me pare, estoy medio enfermo. - -Me insinuó un asiento á su lado. - -Sentándome le contesté: - ---Esté cómodo, hermano, ¿cómo ha pasado la noche? - ---Mal--repuso, arrugando la frente como cuando un recuerdo mortificante -nos asalta. - ---¿Qué tiene? - ---Me duele la cabeza. - ---¿Quiere tomar un remedio muy bueno que yo traigo? - ---Lo tomaré si usted lo conoce. - -Salí y volví al punto con un frasquito de _gotas_ maravillosas de la -corona. - -Era todo mi botiquín. - -Abrí el frasquito, pedí un jarro de agua, lo derramé dejándole sólo dos -dedos y eché en él sesenta gotas. - -Para que las bebiera sin aprensión, le dije: - ---Vea--proseguí, y esto diciendo tomé un trago. - ---Si no tengo recelo, hermano--me contestó,--y tomándome el jarro bebió -hasta la última gota que contenía. - ---Un poco amargo no más--dijo. - ---Sí--repuse. - ---¿Y ha descansado bien? - ---Muy bien. - ---¡Qué diablo de indios, eh! - ---¡Hum! anduvo medio mal la cosa en la junta. - ---¡Eh! no todos comprenden. - ---¡Es cierto! - ---Y su amigo, el padre Burela ¿por qué no le ayudó? - ---No sé, estaba medio asustado, me parece. - -Se sonrió, como diciendo, «uno y medio», y acariciando á uno de sus -hijos que se echó sobre sus rodillas, exclamó: - ---¡Ese toro! - -Era el hijo que había defendido á la madre la noche antes. - ---Tiene muy buena cara--le dije. - ---Pero no es bueno, ya me ha querido matar,--repuso, mirando al hijo -con una mezcla de complacencia y admiración. - -El indiecito entendía lo que su padre hablaba; pero no le prestaba -atención. - -Se desperezó, bostezó, se levantó, habló en la lengua y salió -_quebrándose_ como lo hacen sólo nuestros gauchos. - -Mariano le siguió con la vista hasta la puerta del toldo, y volvió á -repetir: - ---¡Toro, hermano! - ---¿Cuántos años tiene? - ---Debe tener...--me hizo la seña de doce con las manos. - ---Es muy chico todavía. - ---Pero es gaucho ya. - -Trajeron el almuerzo; era lo de siempre: puchero con choclos y zapallo, -carne asada, de vaca y de yegua. - ---Bueno, hermano--le dije,--yo pienso irme pronto para mandarle cuanto -antes las raciones. - ---Cuando quiera, hermano--me contestó;--yo no tengo ya sino un poquito -que conversar con usted. - ---Pienso irme dentro de dos días. - ---Hablaremos mañana entonces. - ---Está bien. - -Me lo voy á llevar á Macías. - -No me contestó; en su cara leí una negativa. - ---Á usted no le sirve de nada aquí. - -Siguió callado. - ---Es un pobre diablo--le dije. - ---Mire, hermano--me contestó; iba á proseguir; unas visitas nos -interrumpieron. - -Saludaron y se sentaron. - -Yo seguí almorzando, acabé, me levanté y diciéndole á Mariano: luego -conversaremos, salí del toldo bastante contrariado. - -En seguida me fuí á visitar al cacique Epumer. - -Mariano Rosas me prestó su caballo. - -En el toldo de Epumer me recibieron con toda galantería. - -En un rincón, acurrucado como un tullido, estaba el espía de Calfucurá, -que tanta curiosidad me dió en Quenque. - -Me vió entrar como á un perro. - -¿Qué hacía allí? - - - - - XX - - Fama de Epumer.--Me esperaban en su toldo.--Recepción.--Indias - y cristianas.--Pasteles y carbonada entre los - Indios.--Amabilidades.--Celo apostólico del Padre Marcos.--Puchero de - yegua.--Insisto en sacar á Macías.--Negativas.--Un indio teólogo.--Un - espectro vivo. - - -El toldo de Epumer distaba un cuarto de legua del de Mariano Rosas. - -No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible -en la paz cuando está _achumado_. - -El aguardiente lo pone demente. - -Sea adulación, sea verdad, todos dicen que no estando malo de la cabeza -es muy bueno. - -No tiene más que una mujer, cosa rara entre los indios, y la quiere -mucho. - -Vive bien y con lujo; todo el mundo llega á su casa y es bien recibido. - -Á mí me esperaban hacía rato. - -El toldo acababa de ser barrido y regado; todo estaba en orden. - -Epumer estaba sentado en un asiento alto, de cueros de carnero y mantas. - -Enfrente había otro más elevado, que era el destinado para mí. - -Las chinas aguardaban de pie, con la comida pronta para servirla á la -primera indicación. - -Las cautivas atizaban el fuego. - -Epumer se levantó, me estrechó la mano, me abrazó, me dijo que aquella -era mi casa, me hizo sentar, y después que me senté se sentó él. - -Los demás circunstantes que eran todos _chusma_ agregada al toldo, no -se sentaron hasta que Epumer se lo insinuó. - -La conversación rodó sobre las costumbres de los indios, pidiéndome -disculpas de no poder obsequiarme, en razón de su pobreza, como yo lo -merecía. - -Un cristiano bien educado, modesto y obsequioso, no habría hecho mejor -el agasajo. - -Epumer me presentó su mujer, que se llamaba Quintuiner, sus hijas, que -eran dos, y hasta las cautivas, cuyo aire de contento y de salud llamó -grandemente mi atención. - ---¿Cómo les va, hijas?--les pregunté á éstas. - ---Muy bien, señor--me contestaron. - ---¿No tienen ganas de salir? - -No contestaron y se ruborizaron. - -Epumer me dijo: - ---Si tienen hijos y no les falta hombre. - -Las cautivas añadieron: - ---Nos quieren mucho. - ---Me alegro--repuse. - -Una de ellas exclamó: - ---Ojalá todas pudieran decir lo mismo, _güeselencia_. - -Era una cordobesa. - -Epumer les indicó á su mujer y á sus hijas que se sentaran, y mandó que -sirvieran la comida. - -Obedecieron. - -Estaban vestidas con lo más nuevo y rico que tenían. - -El _pilquén_ era de paño encarnado bastante fino; los collares y -cinturones, las pulseras de pies y manos, de cuentas, los grandes aros -en forma triangular y el alfiler de pecho redondo, de plata maciza -labrada. - -La manta era, contra la costumbre, de pañuelo escocés de lana. - -Se habían pintado los labios y las uñas de las manos con carmín, se -habían puesto muchos lunarcitos negros en las mejillas y sombreado los -párpados inferiores y las pestañas. - -Estaban muy bonitas. - -La mujer de Epumer, sobre todo, me recordaba cierta dama elegantísima -de Buenos Aires, que no quiero nombrar. - -¡Pues no faltaría más; compararla á ella, tan simpática y prestigiosa -por la gracia y la belleza, por su carácter dulce, su talle flexible -como el mimbre, su voz de soprano, que tan bien interpreta los acentos -delicados de Campanna, con una china! - -Trajeron la comida, platos de loza, cubiertos, vasos y mantel. - -Empezamos por pasteles á la criolla. Una cautiva los había hecho. -Aunque acababa de almorzar con Mariano, comí dos. Luego trajeron -carbonada con zapallo y choclos. Epumer me dijo: que me habían buscado -el gusto, que le habían preguntado á mi asistente lo que me gustaba. No -pude rehusar y comí un plato. Estaba inmejorable; la carne era gorda, -la grasa finísima. - -En seguida vino el asado, de cordero y de vaca, después puchero. El -pan, eran tortas al rescoldo. El postre fueron miel de avispa, queso y -maíz frito pisado con algarroba. - -Con la carbonada quedé repleto como un lego; rehusé de lo demás. Fué en -vano. Me instaron y me instaron. Tuve que comer de todo. - -¡Pobres gentes! Á cada rato me decían: si no está bueno, dispense. -Aquélla lo ha hecho--y señalaban á tal ó cual cautiva,--y ésta me -miraba, como diciendo: Por usted nos hemos esmerado. - -¡Qué escena aquella! En medio del desierto, en la Pampa, entre los -bárbaros, un remedo de civilización es cosa que hace una impresión -indescriptible. - -El espía de Calfucurá, como un búho, observaba con inquieta mirada -cuanto pasaba. - ---¿Quién es ese?--le pregunté á Epumer. - ---No le conozco--me contestó. - ---Pues yo sí. - ---Llegó hace un rato, tenía hambre y le hemos dado de comer. - ---¿Y no le conocen ustedes? - ---¡No! - ---Es un pillo mentiroso. - ---¡Y aquí, qué mal nos puede hacer un pobre! - -La contestación me avergonzó. El perro de Quenque estaba con el -cuarterón. Me acordé de que aquel hombre tenía corazón, que era quizá -más desgraciado que yo, y cambié de conversación. - -El espía me oyó hablar de él y no hizo más que lanzarme una mirada -extraña y replegarse más y más sobre sí mismo. - -Saqué mi libro de memorias, les pregunté á Epumer y su familia qué -querían que les mandara del Río 4.º y tomé nota de sus encargos. - -Bien poca cosa me pidieron; tela para pilquenes, hilo y agujas. - -Epumer me dijo que quería un chaleco de seda... - ---¿Colorado?--le interrumpí. - ---No--me contestó;--negro. - -Me levanté, me despedí, me acompañaron, violando los usos de la tierra, -hasta el palenque, monté á caballo y partí. - -Á cierta distancia di la vuelta. - -Me seguían con la vista. - -Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo. - -Llegué al toldo de Mariano Rosas. - -Estaba sentado en la enramada, solo. Las visitas se habían retirado. - -Eché pie á tierra, até su caballo en el palenque, le di las gracias, -pasando de largo, y me metí en mi rancho. - -Los franciscanos disfrutaban en santa paz las delicias de la siesta. - -El ruido que hice al entrar los despertó. - -Les conté mi visita al toldo de Epumer, discurrimos un rato sobre la -franca y cordial hospitalidad que me había dispensado después de las -escenas tumultuarias de los primeros días, y, por último, les comuniqué -que había resuelto partir á los dos días. - -El padre Marcos me manifestó el deseo de quedarse, á ver si arreglaba -lo concerniente á la fundación de la capilla de que hablaba el tratado -de paz. No pareciéndome prudente su resolución, me opuse amistosamente -á ella. Le hice algunas reflexiones con tal motivo, y el padre Moisés, -deduciendo de ellas que mi negativa provenía de que no quería que -su compañero se quedara solo, me observó que él le acompañaría, -permaneciendo á su lado. Le tranquilicé viendo su generosa oferta; -amplié las razones de mi negativa, y, finalmente, les dije que pensaran -en hacer al día siguiente algunos bautismos. - -Al efecto le indiqué al padre Marcos fuera á hablar con Mariano Rosas, -solicitando como cosa suya el permiso competente. - -Mandó ver con su asistente si estaba en disposición de recibirle y -contestó que sí. - -Salió el Padre y entró en el toldo del Cacique, que acababa de recibir -visitas. - -Detrás de él me fuí yo. - -Mariano Rosas le había sentado á su lado; le había concedido el permiso -solicitado y le había rogado le bautizara su hija mayor, de la que yo -sería padrino. - -Trajeron de comer. - -Era un puchero de carne de yegua. - ---Padre--le dijo Mariano al buen franciscano,--para probarle que soy -buen cristiano, y el gusto con que veo aquí unos hombres como ustedes, -comamos en el mismo plato. - -Y esto diciendo puso entre él y el Padre uno que le daban en ese -momento. - ---Con mucho gusto--le contestó aquél. - -Y sin más preámbulo, empuñó el tenedor y el cuchillo y sin repugnancia -alguna, comenzó á engullir la carne de yegua, como si hubiera sido -bocado de cardenal. - -Yo rehusé comer, explicando el por qué, no lo atribuyeran á desaire. - -En la tierra, la costumbre es comer al cabo del día tantas veces -cuantas hay ocasión. - -Algunas de las visitas eran conocidos. Entablé conversación con ellos. -El padre Marcos por su parte, le hizo á Mariano Rosas una larga -explicación de lo que significaba el bautismo, quien varias veces -contestó: Ya sé. Le exigió que á la hijita que iban á bautizar la -educara como cristiana, lo que le fué prometido; dejó de comer puchero -cuando el plato dijo no hay más, y en seguida se despidió y salió. - -Yo me quedé en mi puesto, busqué una postura cómoda, la hallé acostado, -dejé que Mariano Rosas hablara con sus visitas y me dormí. - -Cuando me desperté, el toldo estaba solo. - -Salí de él; Mariano había vuelto á la enramada, me senté á su lado y le -dije: - ---Hermano, y, ¿me lo llevo ó no á Macías? - ---Entremos--me contestó, levantándose y dirigiéndose al toldo. - -Le seguí y entramos, cediéndome él el paso en la puerta. - -Nos sentamos. - -Tomó la palabra y habló así: - ---Hermano, el _dotor_ es mejor que se quede. - ---Usted me lo había cedido ya--le contesté. - ---Es cierto; pero es mejor que se quede. - ---¿Y el tratado de paz, hermano? ¿Usted olvida que Macías no es -cautivo, que si me exige que lo saque, yo lo debo reclamar y que usted -no me lo puede negar? - ---Yo no se lo niego, hermano, le digo que se lo daré después. - ---¿Y qué dirán en el Río 4.º los cristianos lo que sepan que vuelvo sin -Macías? Dirán que no me he atrevido á reclamarlo, se quejarán y con -razón. Usted me compromete, hermano. - -Macías entró en ese momento, con el intento de cruzar por el toldo. - -Mariano Rosas le miró airado, y con voz irritada le dijo _textualmente_: - ---Donde conversa la gente no se entra. Salga. - -Macías retrocedió humillado, murmurando: - ---Creía... - ---¡Salga, dotor!--le repitió con énfasis, y el desdichado salió. - -Comprendí que alguien había influido en el ánimo del indio y me pareció -de buena táctica no insistir mucho. - -Hice, empero, una insinuación final diciéndole con expresión: - ---¿Y, hermano? - -Fijó sus ojos en los míos y me dijo _textualmente_: - ---¡Hermano, el corazón de ese hombre es mío! - ---¿Qué misterio hay aquí?--dije para mis adentros, y como no le -contestara y siguiera mirándole, añadió _textualmente_: - ---La conciencia de ese hombre es mía. - -Una mezcla de asombro y de temor por la vida de Macías me selló los -labios. - -Se levantó el indio, tomó de sobre su cama el cajón del archivo, lo -abrió, revolvió sus bolsitas, halló lo que quería, sacó de ella unos -papeles y dándomelos, me dijo: - ---¡Lea, hermano! - -Tomé los papeles, que eran manuscritos, abrí uno de ellos, reconocí la -letra de Macías y leí. - -Era una larga carta dirigida al Presidente de la República. - -Macías le relataba cómo se hallaba entre los indios; pintaba con -colores bastante animados su vida; daba una noticia de lo que eran los -cristianos en Tierra Adentro; los comparaba con los indios, quedando -aquéllos en peor punto de vista; y por último invocaba la protección -del Gobierno para reivindicar su libertad perdida. - -La carta estaba mal redactada; Macías no escribe bien; pero tenía la -elocuencia del dolor. - -Mientras yo leía, Mariano Rosas se limpiaba las uñas con el puñal. - -Acabé de leer la carta y le miré,--no me vió. - -Leí otro de los papeles, era otra carta, muy parecida á la anterior, -dirigida al gobernador de Mendoza. - -Los otros papeles eran apuntes sin importancia, eran de un corazón -lacerado por el infortunio. - -Terminada la lectura de todo el mamotreto, exclamé: - ---¡Ya he concluido! - ---¿Y, ha visto? - ---Sí. - ---¿Qué le parece? - ---No hallo nada contra usted. - ---¿Nada? - -Y esto diciendo me miró, como preguntándome: ¿me engaña usted? - ---¡Nada! ¡nada!--repetí. - ---¡Hermano!--me dijo con intención. - ---Nada, hermano, le doy mi palabra. - -Y como no me contestara y no me quitara los ojos y le conociera que -quería sondear mis pensamientos, agregué: - ---Hermano, si alguien le ha dicho que estas cartas hablan mal de usted, -lo ha engañado. - ---Léamelas, hermano. - ---¿Quiere más bien que venga el Padre y se las lea él? - ---No, léamelas usted, hermano. - -Se las leí; la lectura duraría un cuarto de hora. - -Mientras leía le miré varias veces; tenía los ojos clavados en el suelo -y la frente plegada. - -Cuando acabé de leer, le dije: - ---¿Y qué dice ahora? - ---Que ese hombre es un desagradecido. (Textual). - ---¿Por qué, hermano? - ---Porque habla mal de los cristianos que le han dado de comer. -(Textual). - -Hice una composición de lugar con la rapidez del relámpago, y dije: - ---Tiene usted razón, hermano; que se quede entonces. - ---Sí--me contestó,--dos años más. - ---El tiempo que usted quiera. - -Tomó los papeles, los puso en orden, los colocó en su bolsita, cerró el -cajón y me dijo: - ---Mañana bautizaremos á su ahijada. - ---Está bien--le contesté, y salí, dándole las buenas tardes. - -Macías estaba á la puerta del rancho. - -Parecía un espectro. - -Nada había oído. Pero su corazón sabía lo que había pasado. - -El corazón de los que sufren suele ser profético; anticipándose al -dolor, lo prolonga. - -Le miré sonriéndome por tranquilizarle, y exhalando un hondo suspiro, -me dijo al pasar: - ---Ya sé que te ha ido mal. - ---Nunca es tarde, hombre, cuando la dicha es buena--le contesté. - -Meneó la cabeza como diciéndome: Me había engañado; y para acabar de -tranquilizarle, agregué: - ---Todavía no le he hablado. - - - - - XXI - - Intrigas contra Macías.--Envidia de los cristianos.--Preparativos - para el bautismo.--Animación de Leubucó.--Aspavientos de las - madres.--Sentimiento que las dominaba.--El mal de este mundo es - materia de religión.--Mi ahijada, la hija de Mariano Rosas.--De gala, - con botas de potro de cuero de gato, y vestido de brocado.--Invencible - curiosidad.--No puedo explicar lo que sentí.--Una cristalización en el - cerebro.--Regalos recíprocos.--Pobre humanidad. - - -Macías me inspiraba tanta lástima, que toda la noche soñé con él. - -Redimirlo del cautiverio, era para mí no sólo una obra de caridad, sino -el cumplimiento de un deber. - -La paz estaba solemnemente hecha y Mariano Rosas obligado, por un -tratado, á dejar en completa tranquilidad á todos los que, habiéndose -refugiado en Tierra Adentro, quisieran volver á sus hogares. - -En cuanto amaneció llamé al capitán Rivadavia para tener una consulta -con él. - -Era el único hombre que me inspiraba completa confianza. Había vivido -más tiempo que yo entre los indios, haciéndome respetar de ellos y de -los cristianos, que no es poco decir, y Mariano Rosas le tenía gran -afición. - -Conocía las costumbres de los unos, las mañas de los otros, todos los -títeres, en fin, de aquel mundo, donde el estudio del corazón humano es -tan difícil como en cualquier otra parte. - -Si él no salvaba mis dudas, ¡quién las había de salvar! - -Le referí todo lo que había sucedido, cambiamos nuestras ideas y -resultó que Macías era víctima de una nueva intriga. - -Mariano Rosas les había, sin duda alguna, comunicado sus conferencias -conmigo á sus confidentes y éstos le habían disuadido de su resolución -de cedérmelo. - -Había en esto represalias por parte de los que se creían ofendidos con -los informes consignados en la correspondencia interceptada, egoísmo ó -envidia. - -Los cristianos refugiados entre los indios por causas políticas, -fingían toda la mayor conformidad. Otra cosa tenían en el fondo de su -alma. La salida de Macías á quien tanto habían mortificado y ultrajado, -haciéndole pagar caro el pedazo de carne que le daban, los contrariaba. - -Él se iba y ellos se quedaban. Ellos, que gozaban del favor del -cacique, no podían volver al seno de su familia, y Macías, el loco -Macías, de quien tantas veces se habían mofado, de quien todavía -delante de mí se reían, ¡estaba á punto de romper las cadenas de su -cautividad! - -Ellos eran libres y se quedaban, Macías no lo era y se marchaba. - -En verdad, sólo nobles corazones podían regocijarse de que un -desgraciado sacudiera el ominoso yugo. - -Los galeotes reciben con júbilo al nuevo condenado y maltratan en -vísperas de su salida al que ha cumplido la terrible condena. - -Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán. Mal de muchos -consuelo de ingratos, debiera decir. - -Era preciso aprovechar el día. - -Teníamos que bautizar una porción de criaturas, hijas de cristianos -refugiados, de cautivas y de indios. - -Les recordé á los buenos franciscanos que no teníamos tiempo que -perder; mandamos mensajeros en todas direcciones y se preparó el altar -en el mismo rancho en que se había celebrado la misa el día antes. - -Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres cristianos con sus hijos, -indios é indias con los suyos. - -El toldo de Mariano Rosas era un jubileo. - -Reinaba verdadera animación; todo el mundo se había vestido de gala. -Yo estaba encantado viendo aquellos infelices honrar instintivamente á -Dios. Los frailes contentos como si se tratara de unos óleos regios. - -Cualquiera que hubiese llegado á aquellas comarcas ese día--sin estar -en antecedentes,--se habría creído transportando á una tribu indígena -convertida al cristianismo. - -Cuando todo estuvo pronto, se le mandó prevenir á Mariano Rosas, -pidiéndole permiso para empezar, é invitándolo á presenciar la -ceremonia. - -Contestó que podíamos dar comienzo cuando gustáramos y que no le era -posible acompañarnos, porque en ese momento acababan de entrarle -visitas. - -El rancho que hacía de capilla, era estrecho para contener la -concurrencia. Con cada criatura venían los padres, sus parientes, sus -amigos, los padrinos y madrinas. - -Los chiquillos estaban azorados. Todos ellos, lo mismo los grandes -que los chicos, lloraban. El altar, los sacerdotes revestidos, las -caras extrañas, el aire de solemnidad de los circunstantes, el empeño -inusitado en que estuvieran con juicio ó callados, todo, todo les -impresionaba. Las madres se volvían puros aspavientos. Ésta decía: -¡Jesús, qué criatura! Aquélla: ¡Ay! ¡qué chiquilla! La una: ¡Qué -vergüenza! La otra: ¡Cállate, por Dios! Acariciaban, reprendían, -amonestaban, amenazaban, recurrían, en fin, á todos los ardides -maternales para imponer silencio. - -¡Imposible! El destemplado coro seguía. - -Yo observaba aquella escena _sui géneris_, y al través de la parodia -veía la tendencia humana hacia las cosas graves y solemnes. - -Esas pobres mujeres, andrajosas las unas, bastante bien vestidas -las otras, cristianas unas, chinas otras, hacían allí, al pie -del improvisado altar lo mismo que habrían hecho bajo las naves -monumentales de una catedral. - -¿Qué sentimiento las dominaba? cuando llorosas ó radiantes de júbilo -exclamaban, como varias veces lo escuché, viéndolas abrazar con efusión -el fruto de sus entrañas: ¡al fin vas á ser cristiana, hija mía, hijo -mío! - -Sí, ¿qué sentimiento las dominaba? - -¡Ah! un sentimiento innato al corazón humano. - -Un sentimiento que Voltaire mismo ha explicado en una frase célebre: - -«_Si Dieu n'existait pas, il faudrait l'inventer_». - -Si Dios no existiese sería menester inventarlo. - -Aquellas gentes, alejadas de la civilización quién sabe desde cuándo, -desgraciadas ó pervertidas, resignadas á su suerte ó desesperadas, -ignorantes, vulgares; aquellas mujeres cristianas en el nombre, -aquellas chinas, aquellos indios sosteniendo en sus brazos sus hijos -con recogimiento y devoción, comprendían por un instinto especialmente -humano, que entre este mundo y el otro, entre esta vida y la otra, -necesitamos un vínculo, y que ese vínculo es Dios, cualquiera que sea -la forma en que le adoremos. - -El mal de este mundo no consiste en profesar una mala religión, sino en -no profesar ninguna. - -¡Ah! y si la religión que se profesa es consoladora por su moral, si -como una fuente inagotable de poesía, ella nos ofrece un refugio en las -tribulaciones y una tabla de salvación en las últimas congojas de la -vida, ¡qué bien inmenso no es creer, adorar y confiar en Dios! - -Con razón aquellas gentes estaban de fiesta y consideraban dichosos á -sus hijos de que recibieran el bautismo. - -Cualquiera ceremonia que hubiese sido como la consagración de un culto, -habría sido lo mismo. - -Bautizar treinta ó más criaturas una después de otra, era obra de -todo el día. El ritual permitía, lo que yo ignoraba, administrar el -sacramento en masa. - -Respiré. - -Mi ahijada no comparecía. - -Mandé decir á mi compadre que la esperábamos, y un instante después la -pusieron en mis brazos. - -Era una chiquilla como de ocho años, hija de cristiana, trigueñita, -ñatita, de grandes y negros ojos, simpática, aunque un tanto huraña. -Lloró como una Magdalena un largo rato, haciendo llorar á otras -criaturas cuyas lágrimas se habían aplacado y obligándonos á diferir el -momento de empezar. - -Calmóse por fin y la sagrada ceremonia empezó. Resonaban los latines -y los _Padre Nuestros_; mi ahijada permanecía en mis brazos, ora -inquieta, ora tranquila. Me miraba, huía de mis ojos, se sonreía, hacía -fuerzas, cedía; á mí me dominaba sólo una idea. - -La chiquilla había sido vestida con su mejor ropa, con la más lujosa; -era un vestido de brocado encarnado bien cortado, con adornos de oro -y encajes, que parecían bastante finos. Á falta de zapatos, le habían -puesto unas botitas de potro, de cuero de gato. La civilización y la -barbarie se estaban dando la mano. - -¿Qué vestido es ese? ¿de dónde venía? ¿quién lo había hecho? era todo -mi pensamiento. - -Quería atender á lo que el sacerdote hacía y decía. ¡En vano! - -El vestido y las botas me absorbían. Examinaba el primero con minucioso -cuidado. Estaba perfectamente bien hecho y cortado. - -Las mangas eran á lo María Estuardo. Aquello no era obra de modista -de Tierra Adentro. Tampoco podía ser regalo de cristianos, ni tomado -en el saqueo de una tropa de carretas, estancia, diligencia ó villa -fronteriza. Entre nosotros ninguna niña se viste así. - -Mi curiosidad era sólo comparable á la incongruencia del traje y de las -botas de potro. - -Era una curiosidad rara. - -Á veces me venía como un rayo de luz y me decía: Ya caigo, ese vestido -viene de tal parte. No, no podía ser eso, era una extravagancia. - -Cuando me tocaba contestar _amén_, otro tenía que hacerlo por mí. -Distraído, no veía sino el vestido, no pensaba sino en el contraste que -formaban con él las botas. - -Á mi lado estaba un cristiano, agregado al toldo de Mariano Rosas, cuya -cara de forajido daba miedo. - -Era uno de esos tipos repelentes, cuya simple vista estremece. Jamás me -había dirigido la palabra, ni yo se la había dirigido á él. - -La curiosidad pudo más que la repugnancia que me inspiraba y le -pregunté con disimulo: - ---¿De dónde ha sacado mi compadre este vestido? - ---¡Oh!--me dijo, con voz bronca y tonada cordobesa--, ése es el vestido -de la Virgen de la Villa de la Paz. - ---¿De la Virgen?--le pregunté, haciéndome la ilusión de que había oído -mal, aunque el hombre pronunció la frase netamente. - ---Sí, pues--repuso;--cuando la invasión que hicimos lo trajimos y lo -dimos al General. - -Y esto diciendo, sostuvo á mi ahijada, que casi se me escapó de los -brazos. - -Con unas pobres palabras humanas, yo no pude expresar el efecto extraño -que hizo en mis nervios, la voz, el aire y la tonada de aquella -revelación. - -No sentí lo que se siente en presencia de una profanación; no -experimenté lo que se experimenta ante un sacrilegio; no me conmoví -como cuando un sortilegio nos llena de estúpida superstición. Sentí -y experimenté una impresión fenomenal, me conmoví de una manera -diabólica, como en la infancia me imaginaba que se estremecía el diablo -cuando le echaban agua bendita. - -Mi ahijada María, la hija de Mariano Rosas, está ligada á los recuerdos -de mi vida, por una impresión tan singular, que su vestido y sus botas -me hacen todavía el efecto de un _cauchemar_. - -Yo no puedo ya ver una Virgen sin que esos atavíos sarcásticos se -presenten á mi imaginación. Tengo el retrato de mi ahijada como -cristalizado en el cerebro, y el vozarrón del bandido que me sacó -de dudas me zumba al oído todavía. Hay ecos inolvidables. Son como -el rugido del mar cuando, silbando el viento, azota encrespado la -pedregosa orilla. Se le oye una vez en la vida y no se le olvida jamás. - -Terminados los bautismos, el padre Marcos dirigió á las madres de los -recién cristianizados un breve sermón, exhortándolas á educar á sus -hijos en la ley de Jesucristo, único modo de que ganaran el cielo -después de la muerte. - -Todos quedaron muy alegres y contentos y me agradecieron el favor que -acababan de merecer, debido á mí. - ---¡Ah! ¡si no fuera por usted, señor, qué habría sido de nosotras!--me -dijeron varias mujeres. - -Yo fuí padrino de cuatro criaturas, inclusive la hija de Mariano Rosas. -Poco tenía para obsequiar á mis ahijados y ahijadas. Pero como cuando -hay deseo y buena voluntad nunca falta algo con qué manifestarlo, con -todos ellos quedé bien. - -Deshicimos el altar, guardamos los ornamentos y en seguida nos fuimos -al toldo de Mariano Rosas. - -Nos esperaba con el almuerzo pronto. - -Estaba plácido como nunca. - ---Ya somos compadres, hermano--me dijo:--ahora usted dirá cómo nos -hemos de tratar. - ---Compadre--le contesté,--como antes, no más, de hermanos. - ---Es lo mismo, le doy las gracias--repuso,--y dirigiéndose á los -frailes, añadió: ¿muchos cristianos ahora aquí, eh? - ---Es verdad--le contestaron,--¡Dios los ayude á todos! - -Sirvieron el almuerzo, almorzamos y nos despedimos para retirarnos. - -Yo antes de salir le dije á mi compadre: - ---Esta tarde acabaremos de conversar. - ---Cuando guste--me contestó. - -Iba á salir del toldo; me llamó y sacándose el poncho pampa que tenía -puesto, me dijo, dándomelo: - ---Tome, hermano, úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principal. - -Acepté el obsequio, que tenía una gran significación y se lo devolví, -dándole yo mi poncho de goma. - -Al recibirlo, me dijo: - ---Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han de matar, hermano, -viéndole ese poncho. - ---Hermano--le contesté;--si algún día no hay paces y nos encontramos -por ahí, lo he de sacar á usted por esa prenda. - -La gran significación que el poncho de Mariano Rosas tenía, no era que -pudiera servirme de escudo en un peligro, sino que el poncho tejido por -la mujer principal, es entre los indios un gaje de amor, es como el -anillo nupcial entre los cristianos. - -Cuando salí del toldo y me vieron con el poncho del cacique, una -expresión de sorpresa se pintó en todas las fisonomías. - -La gente de _palacio_ se mostró más atenta y solícita que nunca. - -¡Pobre humanidad! - - - - - XXII - - Se acerca la hora de partida.--Desaliento de Macías.--El negro del - acordeón y un envoltorio.--Era un queso.--Calixto Oyarzábal anuncia - que hay baile.--Baile de los Indios y de las chinas.--En un detalle - encuentro á los Indios menos civilizados que nosotros. - - -Macías veía llegar la hora de mi partida, y con suspiros y monosílabos -me hacía comprender que iba perdiendo hasta la esperanza. - -Me senté en el fogón y él se puso á mi lado. - -Yo estaba de muy buen humor, quizá porque al día siguiente pensaba -rumbear para la _querencia_. Somos así, versátiles aun en medio de -la felicidad. Todo es poco, nada nos sacia. Y sólo tarde, muy tarde, -comprendemos que en este mundo sublunar, los que lo han pasado mejor -son los que contentos con el presente no se han apurado nunca por nadie -ni por nada; los que estrechando el horizonte de sus miradas, limitando -sus aspiraciones y sacudiendo la férula de las exigencias sociales, han -_subjetivado_ la vida hasta el extremo de identificarse con su frac. - -¡Ah! cuántos á quienes estériles combates consumieron; cuántos que -despiertos ó dormidos tuvieron visiones de amor, de odio, de gloria, -de orgullo, de riqueza, de envidia, de miedo, olvidando que _velar es -soñar de pie_ y que _el sueño no es más que el noviciado de la muerte_, -cuántos de ésos, decía, no habrían sido más dichosos si al fin de la -jornada hubiesen podido exclamar: - - «Sois-moi fidèle ô pauvre habit que j'aime! - Ensemble nous devenons vieux. - Depuis dix ans je te brosse moi même. - Et Socrate n'eût pas fait mieux. - Quand le sort á ta mince étoffe - Livrerait de nouveaux combats, - Imite-moi résiste en philosophe. - Mon vieil ami, ne nous séparerons pas.»[3] - -Yo reía, charlaba, jaraneaba con todos los que rodeaban el fogón, en el -que un apetitoso asado se doraba al calor de abundante leña. - -El triste prisionero, taciturno, reconcentrado, sombrío como la imagen -de la desesperación, me echaba de vez en cuando miradas furtivas. - -Quería decirme algo y no se atrevía; quería hacerme un reproche y no -hallaba palabras adecuadas; sus pensamientos fluctuaban, como algas -marinas entre opuestas corrientes; iba á hablar y callaba; sus ojos -brillaban, sin rencor; pero sus labios comprimidos revelaban claramente -que balbuceaba una ironía. - ---¿En qué piensas?--le dije. - ---En que estás muy alegre--me contestó. - ---El que se aflige se muere--repuse. - ---¡Ah! tú te vas, yo me quedo. - ---Ya te he dicho que nunca es tarde cuando la dicha es buena--le -contesté. - ---¡Cómo ha de ser!--volvió á exclamar y levantándose de improviso se -quiso marchar. - -En ese momento Calixto Oyarzábal, tomando el asador, poniéndolo -horizontalmente y raspando el asado con un cuchillo para quitarle la -ceniza, dijo: - ---Ya está, mi Coronel. - ---¡Á comer, caballeros!--grité yo á mi vez, y dirigiéndome á Macías, le -dije: Ven, hombre, come; sobra tiempo para ahorcarse de desesperación. - -Volvió sobre sus pasos, se sentó nuevamente á mi lado, sacó su -cuchillo, y como el asado incitaba, siguiendo los usos campestres de la -tierra, cortó una tira. - -Una olla de puchero hervía, rebosando de choclos y zapallo angola. - -Acabamos con el asado y en un santiamén con ella. - -Íbamos á tomar el mate de café, no teniendo postre, cuando el negro del -acordeón se presentó, trayendo una cosa en la mano envuelta en un trapo. - ---¡El acordeón!--dije, para mis adentros, me espeluzné y con aire y voz -imperativa: - ---¡Fuera de aquí, negro!--le grité, antes que desplegara los labios. - ---Mi amo--contestó sonriéndose,--si vengo solo. - ---¿Y eso?--le pregunté, señalándole la cosa que traía envuelta. - ---Esto--repuso, mostrando dos filas de hermosos dientes, tan blancos y -tan iguales que me dieron envidia,--esto, ¡es un queso! - ---¡Un queso! - ---Sí, mi amo, y se lo manda el General á su _mercé_ para que lo coma en -nombre de su ahijada, la niña María. - -Y esto diciendo, desenvolvió el queso y lo puso en mis manos. - ---Dile á mi hermano que le doy las gracias--le dije, y haciéndole una -indicación con la mano, agregué:--¡Vete! - -Obedeció, y así que estuvo á cierta distancia, me preguntó con malicia: - ---¿Quiere su _mercé_ que vuelva con el instrumento? - -Le contesté con un caracú que estaba á mano, en medio de una explosión -de risa de los circunstantes. - ---Y está de baile--dijo Calixto. - ---¿De baile?--le pregunté. - ---Sí, mi Coronel. - ---¿Y dónde hay baile? - ---Allí en un toldo--dijo señalándolo. - ---Pues probemos el queso, tomemos el café y vamos á ver el fandango -aunque haya acordeón y negro. - -Despachamos todo, mandé á Calixto á averiguar á qué hora era el baile y -volvió diciendo que ya iba á empezar. - -Dejamos el fogón y nos fuimos á ver la fiesta. - -Era lo único que me faltaba. - -Mi reloj marcaba las cuatro, las cuatro de la tarde, bien entendido. - -Los indios, más razonables que nosotros, duermen de noche y se -divierten de día. - -Esta costumbre tiene una ventaja sobre la usanza de la civilización; -no hay que pensar en luminarias de ningún género, ni en velas, ni en -kerosene, ni en gas. - -El baile era de varones y al aire libre. - -En aquellas tierras las mujeres no tienen sino dos destinos: trabajar y -procrear. - -No me atrevo á decir, si á este respecto los indios andan más acertados -que nosotros. - -Pero considerando los infinitos desaguisados que acontecen y -presenciamos de enero á enero con motivo de la mezcolanza de sexos; las -mujeres que abandonan sus maridos, los maridos que olvidan sus mujeres, -las reyertas por celos, los pleitos por alimentos, los divorcios, -los raptos voluntarios de inocentes doncellas, hechos desconocidos en -Tierra Adentro, considerando todo esto, decía, lo cierto es que nuestra -civilización es un asunto muy serio. - -¡Con razón se predica tanto contra el baile! - -Yo comprendo la indispensable necesidad que un hombre de estado tiene -de saber bailar. Porque, como decía Molière por boca de uno de sus -personajes, cuando se dice que un ministro ha dado un mal paso, es -porque no ha aprendido la danza, con lo cual el maestro de este arte le -probaba al del florete la superioridad del baile sobre la esgrima. - -Pero no comprendo la necesidad de que un médico ó un abogado bailen. - -Por supuesto, que los indios, comprendiendo que bailar es un ejercicio, -que á la vez que obra sobre el sistema nervioso de una manera fruitiva, -conviene á la higiene del cuerpo, porque despierta el apetito y -contribuye al desarrollo de la musculatura, les permiten á sus mujeres -bailar solas de vez en cuando, reservándose ellos la parte que más -adelante se verá. - -El salón de baile, ó mejor dicho, la arena, tendría unas cuarenta varas -de circuito. - -Imagínate la era de trillar las mieses, rodeada de palos, á modo de -corral; ponle con el pensamiento, Santiago amigo, un mogote de tierra -en el centro como de dos varas de diámetro y una de alto y tendrás una -idea de lo que he intentado describir. - -Los concurrentes estaban colocados alrededor del círculo del lado de -afuera. - -Aquí viene bien hacer notar que los indios en materia de coreografía -son menos egoístas que nosotros. - -Ellos bailan para divertir á sus amigos; nosotros por divertirnos -nosotros mismos. - -Para divertirnos viendo bailar, tenemos que gastar nuestro dinero. - -Es otro inconveniente de la civilización. - -La música instrumental consistía en unas especies de tamboriles; eran -de madera y cuero de carnero y los tocaban con los dedos ó con baquetas. - -El baile empezó con una especie de llamada militar redoblada. - -Oyéronse unos gritos agudos, descompasados y cinco indios en hilera se -presentaron haciendo piruetas _acancanadas_. - -Venían todos tapados con mantas. - -Entraron en la arena, dieron unas cuantas vueltas al son de la música, -alrededor del mogote de tierra, como pisando sobre huevos, de repente -arrojaron las mantas y se descubrieron. - -Se habían arrollado los calzoncillos hasta los muslos, la camisa se la -habían quitado; se habían pintado de colorado las piernas, los brazos, -el pecho, la cara; en la cabeza llevaban plumas de avestruz en forma -de plumero, en el pescuezo collares que hacían ruido y las mechas les -caían sobre la frente. - -Las mantas las arrojaron sin hacer alto, sacudieron la cabeza, como -dándose á conocer, y empezó una serie de figuras, sin perder los -bailarines el orden de hilera. - -Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando la cabeza á derecha -é izquierda, de arriba abajo, para atrás, para adelante, se ponían unos -á otros las manos en los hombros, excepto el que hacía cabeza, que -batía los brazos; se soltaban, se volvían á unir formando una cadena, -se atropellaban, quedando pegados como una rosca; se dislocaban, -pataleaban, sudaban á mares, hedían á potro, hacían mil muecas, -se besaban, se mordían, se tiraban manotones obscenos, se hacían -colita; en fin, parecían cinco sátiros beodos, ostentando cínicos la -resistencia del cuerpo y la lubricidad de sus pasiones. - -El aire de las evoluciones determinaba el compás del tamborileo, que de -cuando en cuando era acompañado de una especie de canto ora triste, ora -grave, ora burlesco, según lo que la infernal cuadrilla parodiaba. - -Quince fueron los que bailaron, en tres tandas; la concurrencia -guardó el mayor orden; no aplaudía, pero se comía con los ojos á los -bailarines. - -Aquello era un verdadero _alcázar lírico_ en plena Pampa. - -Sin mujeres, sin _garçons_, sin mesas de mármol, sin limonada gaseosa y -otras hierbas. - -Le hallé la ventaja de la entrada gratis. - -Cerca de dos horas duró la farsa; se ponía el sol cuando yo volvía á mi -fogón, harto de gestos, alaridos y tamboriles. - -Mi buena estrella quiso que el negro del acordeón no formara parte de -la orquesta. - -Se hizo de noche, y como estuviese fresco, me guarecí tras de mi -rancho, dándole la espalda al viento. - -En el acto brilló el fogón. - -Á la luz de su lumbre me contaron cómo bailan las chinas. - -En un local como el que ya describí, pintadas y ataviadas, entran -quince ó veinte; se toman las manos, hacen una rueda, y comienzan á -dar vueltas alrededor del mogote, ni más ni menos que si jugaran á la -_ronga_, _catonga_. - -Los concurrentes entran en el recinto del baile, y al pasar las chinas -por delante de ellos les hacen una porción de iniquidades, hasta que no -pudiéndolas soportar deshacen la rueda y se escapan por donde pueden. - -Francamente, en este detalle encuentro á los indios menos civilizados -que nosotros, aunque hay ejemplos en las crónicas policiales de -caballeros que durmieron bajo las llaves de la alcaldía por tener las -manos demasiado largas en los atrios de las iglesias. - -El efecto de esos abusos y licencias de los indios con las chinas -cuando bailan, hace que ellas se abstengan de la inofensiva diversión, -lo que prueba que en todas partes la mujer es igual. - -Perdona todo, menos que la maltraten. - -Yo les hallo muchísima razón, aunque declaro que ellas, sin -maltratarnos, abusando de sus ventajas, suelen _tratarnos mal_. - - - NOTAS: - -[3] Béranger, _Mont habit_. - - - - - XXIII - - Solo en el fogón.--¿Qué habría pensado yo si hubiera tenido menos de - treinta años?--Con las mujeres es mejor no estar uno solo.--El crimen - es hijo de las tinieblas.--El silencio es un síntoma alarmante en - la mujer.--Visitas inesperadas.--Yo no sueño sino disparates.--Los - filósofos antiguos han escrito muchas necedades. - - -Me había quedado solo en el fogón, viendo arder las brasas. - -Brillaban carbonizadas, y cuando más bellas estaban, el viento las -redujo á cenizas, lo mismo que los desengaños desvanecen nuestras más -gratas ilusiones. - -Mis pensamientos flotaban entre dos mundos. - -Ya eran prácticos, ya quiméricos, ora me parecían de fácil realización, -ora imposible de realizar; me sentía grande y fuerte; pequeño y débil; -dormitaba y me despertaba; quería salir de allí y no salía. - ---¿Por qué? - -Porque el hombre no es dueño de sí mismo, sino cuando tiene ideas fijas -ó determinadas. - -Una voz dulce me sacó de aquella indecisión, murmurando á mi oído: - ---Buenas noches. Di vuelta y al pálido resplandor de las últimas brasas -que se apagaban, reconocí á una mujer. - -Era mi comadre Carmen. - ---¿Comadre, usted por aquí y á esta hora?--le dije. - ---Compadre, he sabido que se va mañana--me contestó. - -La hice que se sentara. - -Su rostro tenía una expresión tierna; su seno palpitaba con violencia, -agitando levemente los pliegues de su camisa, más ajustada al cuello -que de costumbre, y su mirada traicionaba una inquietud mal disimulada. - ---¿Usted tiene algo, comadre?--le dije. - ---No, compadre--me contestó,--clavando la vista en el moribundo fogón y -comprimiendo un suspiro. - -Si yo no me hubiese hallado en ese período de la vida en que el poeta -exclamaba: - - «My days are in the yellow leaf; - The flowers and fruits of love are gone.» - -¡Quién sabe qué hubiera pensado! - -El viento había calmado, el cielo estaba cubierto de nubes, las -estrellas brillaban tímidamente, como luces lejanas al través de opacas -cortinas, el fogón eran tibias cenizas, mi visita y yo nos veíamos como -dos sombras envueltas en sutil crespón. - -El silencio de la noche, interrumpido apenas por la respiración -acompasada de los que dormían cerca de allí; la soledad poética -del lugar; los pensamientos, que como visiones de una edad más -bella, cruzaron como ráfagas de fuego por mi imaginación, le dieron -momentáneamente al cuadro un tinte novelesco. - -Desperté á Calixto, se levantó, le ordené que avivara el fuego y cebara -mate. - -Removió las cenizas, descubrió algunas brasas, sopló haciendo con las -manos una especie de fuelle y un momento después el fogón flameaba. - -Durante un rato, mi comadre y yo permanecimos mudos, oyendo hervir el -agua y crujir la leña. - -El fuego ejerce una influencia magnética, irresistible sobre los -sentidos, y he observado que al calor de las llamas resplandecientes -el corazón se dilata, que las ideas germinan placenteras y el alma se -eleva hacia la cumbre de lo grande y de lo bello, en alas de ráfagas -generosas y sublimes. - -Por eso el crimen es hijo de las tinieblas y se ceba en la obscuridad. - -Calixto me pasó un mate; lo tomé, y dándoselo á mi comadre, la dije: - ---¿Por qué se ha quedado tan callada? - -Suspiró por toda contestación. - -Está visto que las mujeres son iguales en todas las constelaciones, lo -mismo en las montañas, donde las nieves reinan eternamente, que entre -las selvas románticas donde el tímido _urutau_ entona tristes endechas; -lo mismo á orillas del majestuoso Río de la Plata, que en las dilatadas -llanuras de la Pampa Argentina. - -Suspirar, creen que es hablar. - -Confieso que es un lenguaje demasiado místico para un ser tan prosaico -como yo. - ---¿Pero qué tiene, comadre?--le volví á preguntar. - ---Compadre--me contestó,--estoy triste porque se va. - ---¿Y qué, le gustaría á usted que no me dejaran volver? - ---No quiero decir eso. - ---¿Y entonces? - ---Quiero decir que siento no poder acompañarlo. - ---¿Y por qué no se viene á pasear al Río 4.º conmigo? - ---Porque no puedo. - ---¿No es usted libre? - ---¡Libre! - ---Libre, sí, ¿no es usted viuda? - ---¡Ah! compadre--exclamó con amargura,--usted no sabe cómo es mi vida; -usted no conoce esta tierra. - -Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando si alguien había -escuchado su indiscreta confesión. - -Su voz tenía algo de significativo y de misterioso. - -Me parecía que quería decirme algo más y que estaba temerosa de que -algún espía nocturno la oyera. - -Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábamos solos y me senté -más cerca de ella, diciéndole: - ---No hay nadie. - ---Compadre--me dijo;--no se vaya sin pasar por mi toldo que queda en -Carrilobo, cerca del de Villarreal, allí lo espero; estará mi hermana, -es mujer de confianza y lo quiere, tengo algo que decirle, que le -interesa mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar, por eso -he venido, nadie me ha visto todavía... - -En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios -_achumados_. - -Se levantó de golpe y diciéndome:--No quiero que me vean aquí,--se -deslizó por entre las sombras de la noche. - -La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió en la -obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de inquietud, de una inquietud -inexplicable, oyendo al mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el -vocerío de la chusma ebria. - -La luz de mi fogón los atrajo. - -Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo. - -Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino, donde habían estado -de _mamaran_. - -Traía en la mano una limeta de bebida y venía bastante _caldeado_. Sin -apearse, me dijo: - ---¡Yapaí, hermano! - ---Yapaí, hermano--le contesté. - -Bebimos alternativamente, y tras del primer yapaí, vinieron otros y -otros. - -Afortunadamente, el aguardiente estaba muy aguado y no traía cuerno, ni -vaso, lo que me permitía mojar sólo los labios, pues teníamos que tomar -con la botella. - -Viendo que se ponían muy fastidiosos, que me amenazaban con un largo -_solo_, le dije á Calixto: - ---Ché, mira que hace frío, alcánzame el poncho. - -No tenía más que el que esa mañana me había regalado Mariano Rosas; -quise ver qué impresión hacía verme con él. - -Me trajo Calixto el poncho y me lo puse. - -Como lo había calculado, surtió un efecto completo mi ardid. - ---¡Ese coronel Mansilla toro!--exclamaron algunos. - ---¡Ese coronel Mansilla gaucho!--otros. - -Muchos me dieron la mano y otros me abrazaron y hasta me besaron con -sus bocas hediondas. - -Epumer me dijo repetidas veces: - ---¡Mansilla _peñi_! (hermano). - -En esos coloquios estábamos cuando un ruido semejante al de un organito -descompuesto se oyó, junto con unas coplas, dedicadas á mí. - -Me dieron escalofríos, experimentando frío y calor á la vez y una -destemplanza nerviosa como la que produce el roce de una lima en los -dientes. - -¿De dónde salía aquel maldito negro con su execrable acordeón, pues él -en cuerpo y alma era el de la música? - -¡Á qué averiguarlo! - -No pude resistir, y explotando la respetabilidad de que me revestía el -poncho de mi _compadre_ y _hermano_, le dije á Epumer y á su séquito: - ---Caballeros, buenas noches, es tarde, estoy cansado y mañana me voy; -tengo ganas de dormir. - -Y los dejé y me metí en mi rancho, y le mandé á Calixto que cerrara -bien la puerta, atando con _guascas_ el cuero que la cubría. - -Las visitas me saludaron con varias exclamaciones, como ¡adiós, _peñi_! -¡adiós, amigo! ¡adiós, toro! gritaron un rato, apagaron el fogón -saltando por encima con los caballos, alborotando los perros, hicieron -un gran barullo, y cuando se cansaron se fueron. - -Arrullado por su infernal gangolina me dormí. - -Toda la noche tuve los sueños más estrafalarios. Así como casi todos -los sentimientos de nuestra alma proceden de las sensaciones de la -_bestia_, así también casi todas las visiones del espíritu dormido -vienen de lo que hemos visto ó contemplado despiertos, con los ojos del -cuerpo ó con los de la imaginación. - -Yo soy como los patanes. - -Nunca tengo presentimientos en sueños. - -Yo no he de ver nunca, como Píndaro, que las abejas depositan su miel -en mis labios; - -Ni como Hesiodo, nueve mujeres hechiceras, que fueron las musas que lo -inspiraron; - -Ni como Escipión, Numancia destruida, ó Cartago derribada; - -Ni como Alejandro delante de Tiro, que Hércules me presenta la mano -desde lo alto de las murallas. - -Para que yo viese, á la verdad, en sueños, sería menester que fuese -más sobrio y virtuoso, ó es falso lo que dice Sócrates, que un -cuerpo saciado de placer ó repleto de alimentos y de vino, le hace -experimentar al alma sueños extravagantes; de donde se deduce que los -emperadores, los reyes, los presidentes, los ministros y los diputados, -todos, todos aquéllos, en fin, que deben saber lo que hacen, y que á -más de esto deben procurar leer en lo futuro, _desde que gobernar es -prever_, deben ser gente muy parca en el comer y muy moderada en el -beber, amén de otras cosas indispensables para que la digestión se haga -regularmente. - -Yo no puedo tener sueños sino como los que tuve la última noche que -pasé en Leubucó. - -Ó he de ver disparates, que no se han de cumplir, ó he de ver -disparatadas las cosas que se cumplieron. - -Ó he de soñar que me han proclamado emperador de los Ranqueles, que -_Lucius Victorius, Imperator_, ha hecho coronar emperatriz á la china -Carmen; ó he de soñar que el baile de los indios está en moda en Buenos -Aires y que el botín con taco á lo Luis XV ha sido reemplazado por la -botita de potro de cuero de gato. - -Por el estilo fueron mis sueños. - -Y diga después Platón que el espíritu divino nos revela en sueños el -porvenir; y diga después Estrabón, que los sueños nos dan á conocer la -verdad, porque, durante la noche, el entendimiento es más activo, más -puro, más claro que durante el día. - -Los tales antiguos eran unos utopistas de marca mayor. - -Los respeto sólo porque ya son viejos y murieron. - - - - - XXIV - - La loca de Séneca.--El sueño Cesáreo se me había convertido en - substancia.--Salida inesperada de Mariano Rosas.--Un bárbaro pretende - que un hombre civilizado sea su instrumento.--Confianza en Dios.--El - hijo del Comandante Araya.--Dios es grande.--Una seña misteriosa. - - -Me desperté con la cabeza hecha un horno; había soñado tanto que mis -ideas eran un embolismo. - -De pronto no pude darme cuenta de lo sucedido durante la noche. - -Confundía los hechos reales con las visiones; me parecía que había -soñado con mi comadre Carmen, con Epumer y el negro del acordeón, y que -lo que había visto en sueños era verdad. - -Amanecía; la luz del crepúsculo entraba en el rancho por sus -innumerables agujeros y lo iluminaba con fantásticos resplandores. - -La cama era tan dura que estaba entumecido; me movía con dificultad. - -Las impresiones del sueño persistían; no dormía y veía lo mismo que -había visto dormido. - -Durante un largo rato estuve como la loca de Séneca, era ciega y no lo -sabía; pedía que la hicieran cambiar de casa porque en la que habitaba -no se veía nada. - -Yo estaba despierto y no lo sabía. - -¡Caramba! ¡cómo cuesta cuando se ha soñado un imperio convencerse al -despertar que no es uno emperador! - -De tal modo se me había convertido en substancia el sueño del poder, -que á no ser los ladridos de unos perros, que despertaron á mis -oficiales, creo que me levanto arrastrando el poncho de Mariano Rosas á -guisa de imperial manto de armiños. - -Unos «Buenos días, mi Coronel», de mi ayudante Rodríguez, me despejaron -los sentidos del todo. - -Abrí los ojos, que apretaba nerviosamente. - -Era de día, la claridad del rancho completa. - -La visión del imperio ranquelino desapareció de mi retina. Pero como -una sombra chinesca que se desvanece, todavía cruzó por mi imaginación. - -Me pareció que había dormido un año. Yo no sé por qué pintan el tiempo -con alas. Yo lo pintaría con pies de plomo. Será que las cosas que más -deseo, son siempre las que más tardan en suceder. - -Verdad es que las que más me gustan me parece que pasan con demasiada -velocidad. - -Llamé un asistente, vino, abrió la puerta, me levanté, me vestí y salí -del rancho. - -Decididamente me iba ese mismo día y no era emperador. Lo uno me -consoló de lo otro. Francamente, el imperio ranquelino era más hermoso -visto en sueños que despierto. - -Me trajeron el parte de que en las tropillas no había novedad y le hice -prevenir á Camilo Arias que las tuviera prontas para cuando cayera el -sol. - -En seguida le hice preguntar á Mariano Rosas con el capitán Rivadavia -si estaba en disposición de que acabáramos de conversar. - -Me contestó que sí. - -Entré en su toldo; se acababa de bañar, tomaba mate y una china le -desenredaba los cabellos. - ---Hermano--me dijo al entrar, sin moverse,--siéntese y dispense. - ---No hay de qué--repuse, sentándome. - ---¿Y cómo ha pasado la noche?--me preguntó. - ---Muy bien--le contesté. - ---¿Y siempre se va hoy? - ---Si usted no dispone otra cosa. - ---Usted es libre, hermano. - ---Bueno; quiero que me diga, ¿qué se le ofrece? - ---Hermano, deseo que no me apure por los cautivos que debo entregar. - ---Entréguemelos según pueda. - ---Ya faltan pocos. - ---¿Cómo pocos? - ---Sí, pues. - ---No lo entiendo. - -Me hizo una relación de los cautivos que en diversas épocas había -remitido al Río 4.º, y concluyó diciéndome: que agregando á esa cuenta -ocho, se completaba el número. - -Era una salida inesperada. - -¿Qué tenía que hacer el nuevo tratado de paz con los cautivos -anteriores? - -¿La idea era de él ó se la habían sugerido? - -Quise explorar el campo, fué en vano; circunspecto y reservado no -soltaba prendas. - -Resolví hablarle categóricamente, porque el incidente era de tal -naturaleza que _las paces_ podían frustrarse, y le dije: - ---Hermano, usted está equivocado; los cautivos que ha dado antes no -tiene nada que ver con los que me debe dar á mí; lea bien el Tratado y -verá. - ---Sí, ya sé; pero yo lo decía porque usted pudiera ser que lo pudiese -arreglar. - ---¿Y cómo quiere que lo arregle? - ---Diciéndole al que los gobierna que se han recibido los que yo digo. - ---¿Y cómo le voy á decir eso? - ---Yo le doy los nombres de los viejos. - ---No puedo hacer eso. - ---¿Entonces?... - ---¿Y entonces qué?... - ---Haremos lo que usted dice. - ---Eso es--le contesté. - -Y para mis adentros dije: Era lo único que me faltaba, que este bárbaro -me hiciera instrumento suyo. - -No me contestó. - ---¿Y, no tiene otra cosa que decirme?--le pregunté. - ---Sí, pero lo dejaremos para más tarde--me contestó. - ---¿Tendremos tiempo? - ---Sí, hemos de tener. - -Me quedé callado á mi vez. - -En los tres fogones del toldo cocinaban. - ---Vamos á almorzar--me dijo, y pidió en su lengua que nos sirvieran. - -No le contesté. - -Trajeron platos y cubiertos y pusieron una olla de puchero de vaca -entre él y yo. - -Me sirvió un platazo. Comí y callé. - -Hacía largo rato que comíamos sin mirarnos ni hablarnos, cuando se -presentó un indio, que le habló en araucano con suma vivacidad, y á -quien le contestó de igual manera. - -Nada entendí; sólo percibí varias veces las palabras: indio Blanco. - -Me dió curiosidad. - -Pero me dominé; nada pregunté. - -El indio se fué. - -Continuamos en silencio. - ---Es el indio Blanco--me dijo. - ---¿Y qué hay?--repuse. - ---Anda hablando de usted: dice que le va á salir á la cruzada. - -¿Si será una composición de lugar para asustarme y hacerme suspender el -viaje? reflexioné, preguntándole. - ---¿Y qué piensa hacerme? - ---Matarlo--me contestó sonriéndose. - ---¡Matarme, eh! - ---Así dice él. - ---Pues dígale que nos veremos las caras. - ---Le he mandado decir que se deje de andar _valaqueando_; que si no -le gustan las paces, por qué se ha vuelto de Chile; que ya le hice -prevenir el otro día que anduviera derecho. - -Y como me dijera todo esto con aire de verdad, pintándose en su -fisonomía cierta prevención contra el indio Blanco, le dije en tono -amistoso: - ---Gracias, hermano. - -Seguimos callados. - -No me miraba, tenía la vista fija en un zoquete de carne que pelaba con -los dedos; me pareció que quería que yo hablara, que le pidiera algo, y -resolví no hacerlo. - -Volvió el que había ido con el mensaje para el indio Blanco, habló unas -pocas palabras y se marchó. - ---Dice el indio Blanco que se va para el Toay--me dijo. - ---¿Para el Toay? - ---Sí, y dice que va á buscar ovejas á la provincia de Buenos Aires, -porque están á muy buen precio en Chile. - ---¡Pícaro!--exclamé. - ---¡Es muy pícaro!--exclamó él. - -Seguimos callados. - -Al rato me dijo: - ---¿Á qué hora es la marcha? - ---Á las cuatro--le contesté. - -Seguimos callados. - -Por fin me dijo: - ---¿Y dígame, hermano, usted qué me encarga? - ---¿Qué le encargo? - ---¡Sí! - ---Que se acuerde en todo tiempo de su compadre. - -Y esto diciendo me levanté y salí del toldo. - -Ordené que todo el mundo se aprestara á marchar, y me fuí á decirles -adiós á algunos conocidos que moraban en los toldos vecinos. - -Á la hora estuve de vuelta; mi gente estaba pronta, no faltaba sino que -arrimaran las tropillas y ensillar. - -Hacía un día hermosísimo; íbamos á tener una tarde deliciosa. - -Muchos se preparaban para acompañarme. - -El desgraciado Macías veía los preparativos recostado en un horcón -de mi rancho y su tétrica fisonomía revelaba el sufrimiento de la -desesperación. - -Me acerqué á él y le dije: - ---¡Ten confianza en Dios! - ---¡En Dios!--murmuró. - ---Sí, ¡en Dios!--le repetí, lanzándole una mirada en la que debió leer -el pensamiento:--El que desespera en Dios no merece la libertad,--y -entré en el rancho de Ayala. - -Me había ofrecido entregarme un niño cautivo que tenía. Era un hijo -del comandante Araya, vecino de la Cruz Alta. El pobrecito lo sabía, -veía que yo me marchaba por momentos, que nada le decía de prepararse, -y sentado en el fogón de mis soldados lloraba desconsolado. Partía el -corazón verle. - -Ayala me dijo, que no tenía inconveniente en cumplirme su promesa; pero -que tenía que avisárselo á Mariano Rosas. - ---Y qué, ¿no está prevenido desde el otro día?--le pregunté. - ---Sí, sí está. - ---¿Y entonces? - ---Puede haber cambiado de opinión. - ---Bueno, vaya, pues; háblele para que se apronte el niño. - -Salió, y volvió diciéndome que era necesario pagar en prendas de plata -doscientos pesos bolivianos. - ---¿Y qué prendas han de ser?--le pregunté á Ayala. - ---Estribos--me contestó. - -Mandé en el acto al capitán Rivadavia que se los comprara á uno de los -pulperos que había llevado el padre Burela, ofreciéndole en pago una -letra sobre Mendoza. - -Mientras tanto el pobre cautivo se aprestaba para la marcha con -infantil alegría. - -Volvió el capitán Rivadavia con los estribos, se los di á Ayala y éste -fué á llevárselos á Mariano Rosas. - -Volvió cabizbajo. - -¡Qué mundo aquél! ¡El cacique había vuelto á cambiar de parecer! Ya no -quería sólo estribos; quería cien pesos en prendas y cien en plata. - -Se buscaron los cien pesos y se hallaron. - -Le entregué todo á Ayala, se lo llevó á Mariano Rosas; al punto estuvo -de regreso, contestándome todo cortado que el _General_ había mudado -una vez más de parecer. - -Me dió un acceso de cólera; vociferé cuanto se me vino á la boca, -apostrofando á Mariano é insultándolo, hasta que cediendo á los ruegos -de Ayala, que parecía muy contrariado, me calmé un poco. - -Para hacerme callar del todo, me dijo en voz baja: - ---No me comprometa, mire que estamos rodeados de espías. - -Y esto diciendo me señaló unos indios rotosos y mugrientos en quienes -nadie reparaba, que estaban por allí acurrucados y echados de barriga -en el suelo, como animales. - -Con el alma dolorida é irritado de mi impotencia, entré en mi rancho, -llamé al hijito de Araya, y con paternal estudio le preparé á recibir -el terrible desengaño. - -¡Qué contento estaba! - -¡Qué mustio y lloroso quedó! - -¡Qué fugaces son las horas de la felicidad! - -Le abracé, le acaricié, le rogué por sus padres que tuviera valor; le -ofrecí rescatarlo pronto, ofrecimiento que cumplí, y hasta que no le vi -resignado á su suerte, no me separé de él. - -Al salir de mi rancho, Macías me dijo: - ---¿Qué te parece? - ---¡Dios es grande!--le contesté. - -Suspiró, y exclamó como dudando de la omnipotencia divina: ¡Dios!... - -Yo me dirigí al toldo de Mariano Rosas. - -La hora de partir se acercaba. - -Camilo Arias me hizo una seña misteriosa. - - - - - XXV - - Astucia y resolución de Camilo Arias.--Última tentativa para - sacar á Macías.--Un indio entre dos cristianos.--_Confitemini - Domino._--Frialdad de la salida.--La palabra amigo en Leubucó - y en otras partes.--El camino de Carrilobo.--_Horrible, most - horrible!_--Todavía el negro del acordeón.--Felicidad pasajera de - Macías. - - -Ya he dicho que Camilo Arias conocía la lengua de los indios y que -éstos lo ignoraban. Algo había oído, cuando espiaba la ocasión de -hacerme una seña. Mis órdenes no habían variado; conmigo no tenía que -hablar sino en casos urgentes y graves. - -¿Qué habrá? me dije, al entrar en el toldo de Mariano Rosas; me detuve, -y diciéndole á éste: Ahora vuelvo, haciendo como que buscaba en mis -bolsillos un objeto extraviado, di media vuelta, salí y me dirigí á mi -rancho. - -El astuto vigilante Camilo agachó la cabeza, fijó la vista en tierra, -caminó distraído y sin rumbo, al parecer, y por medio de una maniobra -casual para quien no hubiera estado en autos, al mismo tiempo que yo -entraba en mi rancho, él se recostaba en sus pajizas paredes y por uno -de sus resquicios me decía: - ---Hay novedad, señor. - ---Entra--le contesté,--llamando á varios oficiales y asistentes para -que no se notara su entrada. - -Entraron unos y otros, les di ciertas órdenes, se retiraron y así que -estuvimos solos con Camilo, le pregunté: - ---¿Qué hay? - ---Acabo de oirles, en el corral, una conversación á unos indios--me -contestó. - ---¿Qué decían? - ---Que nos iban á salir á la cruzada. - ---¿Por dónde? - ---Por los montes de la Jarilla. - ---¿Y qué más decían? - ---Que á mí me tenían mucha gana; que yo he muerto muchos indios; que á -un capitanejo le he dado un sablazo en la cara, que todavía tiene la -cicatriz, que á otro lo hice prisionero y se lo llevaron á Córdoba. - ---¿Nada más decían? - ---Sí, señor; decían más; que usted me ha traído á mí para burlarse de -ellos. - ---¿Y saben que me voy hoy? - ---Sí, señor, y que va á dormir en el toldo de Ramón. - -Me decía esto, cuando una voz que yo no podía oir sin experimentar una -conmoción nerviosa, dijo desde la puerta del rancho sin asomarse: - ---Con el permiso de su mercé. - -No necesitaba dar vuelta y mirar, para ver quién era. No sonaba el -acordeón; pero él estaba ahí, con sus notas paradas. - -Sin darme tiempo para contestarle y entrando, añadió: - ---Dice el General que por qué no va. - ---Dile que ya voy--le contesté. - -Salió el negro, le pregunté á Camilo que si los indios ésos que habían -estado hablando estaban ahí, me contestó que sí; le despedí y pasé al -toldo de Mariano Rosas. - -Lo que los indios decían de Camilo era cierto. - -Varias veces, siendo soldado raso, midió sus armas con los indios, mató -algunos, hirió á un capitanejo muy mentado y á otro lo tomó prisionero. - -Yo estuve por no llevarle conmigo. - -Pero tenía tanta confianza en él, me era tan útil en el campo, por su -instinto admirable, que prescindí de los antecedentes referidos y lo -agregué á mi comitiva. - -Por supuesto que para acabar de probar el temple de su alma, antes -de darle la orden de aprontarse para marchar le pregunté si no tenía -recelo de ir conmigo á los indios, á lo cual me contestó: - ---Señor, donde usted vaya voy yo. - ---¿Y si los indios te conocen?--le observé. - ---Señor--repuso,--yo no les he peleado á traición. - -Entré en el toldo de Mariano Rosas. - -Estaba con visitas. - -Todos eran indios conocidos, excepto uno en cuya cara se veía una -herida longitudinal que si hubiera sido más oblicua, lo deja sin -narices. - -Mariano Rosas me recibió con más afabilidad que nunca, y después de -preguntarme si ya estaba pronto, me dijo, señalando al indio de la -herida: - ---¿Lo conoce, hermano? - ---No--le contesté. - ---Ese sablazo se lo ha dado Camilo Arias--agregó. - ---Eso tiene andar en guerra--repuse. - ---Es verdad, hermano--me contestó. - -Oyendo una contestación tan razonable, le referí lo que acababa de -decirme Camilo Arias. - -No me contestó. - -Habló con las visitas, levantando mucho la voz; las despidió con un -ademán, y no bien habían salido del toldo, me dijo: - ---No tenga cuidado, hermano, nadie lo ha de incomodar en su viaje, -ahora estamos de paces. - ---Así lo espero. - -Y sin darle tiempo á hablar, agregué: - ---Hermano, mis caballos están prontos. Deseo me diga qué se le ofrece. - -Me hizo una porción de preguntas relativas al Tratado, me anunció en -prenda de amistad, una invasión de Calfucurá á la frontera Norte de -Buenos Aires por la Mula Colorada, me hizo varios encargos, y terminó -pidiéndome, que las partidas corredoras de campo de mi frontera no -avanzaran tanto al Sur, como tenían costumbre de hacerlo; fundándose -en que eso alarmaba mucho á los indios; porque los que salían á -_boleadas_, cruzaban siempre sus rastros y venían llenos de temores. - -Satisfice sus preguntas sobre el Tratado, le ofrecí llenar sus -encargos, le prometí que las partidas corredoras de campo harían el -servicio de otro modo, y me quedé estudiosamente distraído con la -mirada fija en el suelo. - ---¿Se va contento, hermano? - -En lugar de contestarle, miré como diciéndole: ¿y me lo pregunta usted? - ---Yo he hecho todo cuanto he podido por servirle y porque lo pasara -bien--me dijo. - ---Así será; pero yo le he pedido una cosa y me la ha negado--le -contesté. - ---¿Qué cosa, hermano? - ---¿Para qué se lo he de decir? - ---Dígamelo, hermano. - ---Me voy sin Macías, y usted sabe que es un compromiso para mí. - ---¡Macías! ¡Macías! ¿Y para qué quiere ese _dotor_, hermano?--exclamó. - ---Ya se lo he dicho á usted; Macías no es un cautivo. Usted está -obligado por el Tratado á dejarlo en libertad, él quiere irse y usted -no lo deja salir. - -Se quedó pensativo... - -Yo le observaba de reojo. - -Llamó... - -Vino un indio. - ---Ayala--le dijo,--y el indio salió. - -Permanecimos en silencio. - -Vino Ayala. - -Mariano Rosas le habló así. Repito sus palabras casi textualmente: - ---Coronel, mi hermano quiere sacarlo al _dotor_, yo pensaba dejarlo -dos años más para que pagase lo que ha hecho contra ustedes, que son -hombres buenos y fieles. - -Ayala no contestó, sus ojos se encontraron con los míos. - ---Coronel--le dije,--Macías es un pobre hombre, ¿qué ganan ustedes -con que esté aquí? Sean ustedes generosos; si él no ha correspondido -como debía á la hospitalidad que le han dispensado, perdónenlo, tengan -ustedes presente que no es un cautivo, que el Tratado le obliga á mi -hermano á dejarlo en libertad y que reteniéndolo me comprometen á mí, -le comprometen á él y comprometen la paz que tanto nos ha costado -arreglar. - -Ayala no contestó, se encogió de hombros. - -Mariano Rosas le miró con aire consultivo y le dijo: - ---Resuelva, Coronel. - -No le di lugar á que contestase y le dije: - ---Amigo, piense usted que ese hombre no está aquí por su gusto, y -que si ustedes se oponen á que salga, quedará justificado cuanto ha -escrito en las cartas que mi hermano me ha hecho leer. - -Ayala lo miró á Mariano Rosas como diciéndole: Resuelva usted. - -Viendo que vacilaba en contestar, me levanté, y estirándole la mano, le -dije: - ---Hermano, ya me voy. - ---Aguárdese un momento--me contestó,--y dirigiéndose á Ayala, le dijo: - ---¿Y qué hacemos? - ---¡Adiós! ¡adiós! hermano, ya me voy, volví á decirle. - ---Que se lo lleve--contestó Ayala. - ---Bueno, hermano--dijo Mariano Rosas,--y se puso de pie, me estrechó la -mano y me abrazó reiterando sus seguridades de amistad. - -Salí del toldo. - -Mi gente estaba pronta, Macías perplejo, fluctuando entre la esperanza -y la desesperación. - ---¡Ensillen!--grité. - ---Y...--me preguntó Macías,--brillando sus ojos con esa expresión -lánguida que destellan, cuando el convencimiento le dice al prisionero: -¡Todo es en vano!--y el instinto de la libertad: ¡Todavía puede ser, -valor! - -Me acordé del salmo de Fray Luis de León _Confitemini Domino_, y le -contesté: - - «Cantemos juntamente, - cuán bueno es Dios con todos, cuán clemente. - Canten los libertados, - los que libró el Señor del poderío - del áspero enemigo...» - ---¿De veras?--me preguntó enternecido. - ---De veras--le contesté, y diciéndole en voz baja,--disimula tu -alegría, le grité á Camilo Arias: ¡un caballo para el Dr. Macías! - -Entré al rancho de Ayala, me despedí de Hilarión Nicolai y de algunas -infelices cautivas, y un momento después estaba á caballo. - -Los que me habían ofrecido acompañarme, viendo que Mariano Rosas no -se movía, se quedaron con los caballos de la rienda, ni siquiera se -atrevieron á disculparse. - -La entrada había sido festejada con cohetes, descargas de fusilería, -cornetas y vítores; la salida era el reverso de la medalla: me echaban, -por decirlo así, con cajas destempladas. - -Sólo un hombre me dijo adiós, con cariño, sin ocultarse de nadie, ni -recelo: Camargo. - -Aquel bandido tenía el corazón grande. - -El cacique se mostraba indiferente; los amigos habían desaparecido. - -En Leubucó, lo mismo que en otras partes, la palabra amigo ya se sabe -lo que significa. - -Amigo, le decimos á un postillón, te doy un escudo si me haces llegar -en una hora á Versalles, dice el conde de Segur, hablando de la -amistad. Amigo, le decía un transeúnte á un pillo, iréis al cuerpo de -guardia si hacéis ruido. Amigo, le dice un juez al malvado, saldréis en -libertad si no hay pruebas contra vos; si las hay, os ahorcarán. - -Con razón dicen los árabes, que para hacer de un hombre un amigo, se -necesita comer junto con él una fanega de sal. - -Mariano Rosas estaba en su enramada, mirándome con indiferencia, -recostado en un horcón. - -Me acerqué á él, y dándole la mano, le dije por última vez:--¡Adiós, -hermano! - -Me puse en marcha. El camino por donde había caído á Leubucó venía del -Norte. Para pasar por las tolderías de Carrilobo y visitar á Ramón, -tenía que tomar otro rumbo. Mariano Rosas no me ofreció baqueano. -Partí, pues, solo, confiado en el olfato de perro perdiguero de Camilo -Arias. Sólo me acompañaba el capitán Rivadavia, que regresaría de -la Verde, para permanecer en Tierra Adentro hasta que llegasen las -primeras raciones estipuladas en el tratado de paz. - -¿Qué había determinado la mudanza de Mariano Rosas después de tantas -protestas de amistad? Lo ignoro aún. - -Galopábamos por un campo arenoso, yo iba adelante, Camilo Arias á mi -lado, mi gente desparramada. - -Era la tarde, el sol declinaba, en lontananza divisábamos un monte, -cruzábamos una sucesión de médanos, tendía de vez en cuando la vista -atrás, Leubucó se alejaba poco á poco, me parecía un sueño. - -Llegamos á una aguadita, donde Camargo tenía su _puesto_. Hallé allí -un compadre, el indio Manuel López, educado en Córdoba, que sabe leer -y escribir. Eché pie á tierra para esperar que llegara toda mi gente y -marchar unidos; íbamos á entrar en el monte y la noche se acercaba. - -Sucesivamente se me incorporaron los que se habían quedado atrás. -Viendo que faltaba Macías, pregunté por él. Ahí viene, me contestaron. -Efectivamente, á poca distancia se veía el polvo de un jinete. Llegó -éste. Yo conversaba con Manuel López mirando en otra dirección. Al -sentir sujetar un caballo, di vuelta, y creyendo ver á Macías, vi...... -¡horrible visión! _horrible, most horrible!_ al negro del acordeón. -Quiso hacer sonar su abominable instrumento, se lo impedí. - -¿Qué venía á hacer? - -Después lo sabremos. - -Esperé á Macías un rato. - -No apareció. - ---Lo han de haber hecho quedar--me dijo el capitán Rivadavia;--yo por -eso le dije, cuando usted se puso en marcha, viéndolo que perdía el -tiempo en despedidas: Siga, amigo, con el Coronel. - -Estábamos en un bajo hondo; mandé dos hombres al galope á ver si -divisaban algunos polvos. - -Partieron, y cuando ya iba á obscurecer, volvieron diciéndome que nada -se veía. - -No era posible esperar más. - -Hice algunas prevenciones sobre el orden de la marcha por el monte, -porque la noche estaría muy obscura, y partimos. - -¡Qué poco había durado la felicidad de Macías! - - - - - XXVI - - Á orillas de un monte.--Un barómetro humano.--En marcha con - antorchas.--Ecos extraños.--Conjeturas.--Un chañar convertido en - lámpara.--Aparición de Macías.--Inspiración del gaucho.--Alrededores - del toldo de Villarreal.--Una cena.--Cumplo mi palabra. - - -Al llegar á la orilla del monte, la obscuridad de la noche era completa. - -No nos veíamos á corta distancia. - -Seguíamos un camino enmarañado, cuyos surcos profundos y tortuosos -comenzaban á abrirse como un gran abanico desplegado. - -Hicimos alto; reconocimos la senda que debíamos tomar y combinamos -un plan de señales para el caso de que alguien se extraviara en la -espesura. - -Era lo más factible. - -Soplaba un viento fresco de _abajo_, grupos inmensos de pardas nubes -recorrían rápidamente el espacio, flotando como fantasmas informes por -el piélago incoloro del vacío; los relámpagos brillaban como saetas de -fuego, lanzadas del cielo á la tierra; el trueno rugía imponente y sus -sordas detonaciones, haciendo temblar al suelo, llegaron hasta nosotros -como el estampido de lejanas descargas de cañón. - -La tempestad era inminente. - -Ya caían algunas gotas de agua; el viento silbaba, giraba, calmaba, -volvía á soplar y remolineaba, azotando con ímpetu fragoroso el bosque -umbrío. - -Las tropillas se movían circularmente, de un lado á otro y el metálico -cencerro mezclaba sus vibraciones con las armonías del viento. - -Yo vacilaba entre seguir la marcha ó acampar. - -Llamé á Camilo Arias y le pregunté: - ---¿Qué te parece, lloverá? - -Miró el cielo, siguió el curso de las nubes, le tomó el olor al viento, -y me contestó: - ---Si calma el viento, lloverá; si no, no. - ---¿Entonces, seguiremos? - ---Me parece mejor; en el monte sufrirán menos los animales, porque si -llueve caerá piedra. - ---¡Y no se perderán algunos caballos? - ---No se han de mover, los tendremos á ronda cerrada en alguna abra. - ---¿Y has tomado la senda? - ---Sí, señor. - ---¿Estás cierto? - ---¡Cómo no! - ---¿No te parece prudente que llevemos luces de señal? - ---Sería bueno, señor. - ---Bien, pues; que hagan pronto unos manojos de paja y sebo. - -Se retiró, volvió un momento después y me avisó que todo estaba pronto. - -Nuestros paisanos hacen algunas cosas con una rapidez admirable. - -Las señales consistían en antorchas de pasto seco, atadas en la punta -de unos palos largos. - ---¡En marcha!--grité,--y cuidado con apartarse de la senda; marchen -en hilera; si alguno se separa y se extravía, dé dos silbidos, se le -contestará con palmadas; ¡sigan la luz! - -Y esto diciendo me puse detrás de Camilo, que hacía de faro ambulante. - -Desfilábamos; el huracán bramaba, tronchando los árboles, las baterías -eléctricas fulminaban la negra esfera con rápidas intermitencias, -el rayo serpenteaba horizontalmente, de arriba abajo, en líneas -rectas y oblicuas, descubriendo entre sombras y luz algunas remotas -estrellas; el bronco trueno, en incesante repercusión, conmovía la masa -aérea impalpable y el alma de los nocturnos caminantes se replegaba -sobrecogida sobre sí misma como cuando signos materiales visibles le -auguran un peligro cercano. - -Oyóse un eco semejante al que saldría de las entrañas de la tierra si -los que descansan en eternal reposo exhalaran gemidos desgarradores de -profunda desesperación. - -Se repitió varias veces. - -Unas veces parecía venir de atrás, otras de delante, ya de la -izquierda, ya de la derecha. - -El camino daba interminables vueltas, buscando el terreno menos -gualdaloso y evitando los lugares más tupidos. - ---Es una voz de hombre--me dijo Camilo. - ---¿Se habrá perdido alguien? - ---Silbaría, señor. - ---¿Y entonces? ¿Será algún indio? - ---Puede ser que se haya encontrado con algún tigre. ¡Les tienen tanto -miedo! - -El viento iba amainando; gruesas gotas de agua caían ya. - ---Va á llover, señor--me dijo Camilo. - ---Hagamos alto aquí. - -Estábamos en un pequeño descampado. - -Cesó el viento del todo, chocáronse dos nubes que seguían opuestas -direcciones y simultáneamente se desplomó la lluvia, apagando las -antorchas. - ---¡Pronto! ¡pronto! que maneen las madrinas; todo el mundo de -fonda--grité. - -El agua caía á torrentes, nos veíamos unos á otros al fulgor de los -relámpagos, las tropillas estaban quietas, no faltaba nadie. - -El eco misterioso se oía de vez en cuando, ora se acercaba, ora se -alejaba. - -Al fin pudieron percibirlo todos. - ---No es voz de indio--dijo Camilo. - ---¿Y qué es?--le pregunté. - -Su oído era como su vista, jamás le engañaba. No me contestó, -permaneció atento. Resonó el eco, ahogándolo un trueno. - ---¿Qué es?--le pregunté. - ---No es voz de indio--dijo Camilo. - -No se oía nada. - -En medio de la luz del rayo, del trueno bramador y del ruido monótono -del agua, estábamos envueltos en un profundo silencio. - -Volvióse á oir el eco. - ---Gritan--dijo Camilo. - ---¿Qué cosa? - ---Gritan no más, señor. - ---¿Pero qué gritan? - ---Gritan ¡eeeeeh! - ---¿Será alguno que va arreando animales? - ---No me parece, señor. - ---¡Escucha! ¡escucha! - -El agua disminuía y el viento soplaba con fuerza de nuevo. El cielo se -despejaba, las nubes se rarificaban, el rayo y el trueno se alejaban, -refrescaba, y un aire más puro y balsámico, dilatando los pulmones, -anunciaba la bonanza. - -Cesó la lluvia, se serenó el cielo, brillaron las estrellas, la luna -asomó su rostro bello y el eco del que gritaba se oyó perceptiblemente. - ---Es un cristiano--dijo Camilo. - ---Contéstenle. - ---¡Aaaaah!--hicieron varios á un tiempo. - ---Yo...--pareció oirse otra vez. - -No había duda, era un cristiano extraviado en el bosque, quién sabe -desde cuándo, que oía el cencerro de las madrinas y desesperado pedía -ayuda. - ---¿Quién es?--gritaron unos. - ---Por acá, otros. - -Y en eso estábamos, sin poder percibir más que el eco de las últimas -sílabas de lo que nos contestaban. - ---Ha de ser algún cautivo que se ha escapado, y como oye cencerro, -calcula que somos nosotros--dijo el capitán Rivadavia. - ---Es verdad que ellos no usan cencerro, le contesté, pareciéndome -justísima su conjetura. - -Los gritos misteriosos no resonaban ya. - -Mandé silbar; lo hicieron varios á una. - -No contestaron. - -Estábamos con el oído atento, cuando los resplandores de una llamarada -brillaron de improviso, iluminando el cuadro que formábamos alrededor -de un espinillo formidable y coposo. - -El ingenioso Camilo, á fuerza de sebo y de paja, de soplar y soplar, -había conseguido hacer fuego en la horquilla que formaba la extremidad -del tronco de un carcomido chañar, medio carbonizado. - -La luz debía verse de bastante lejos á pesar de los árboles. - -Varios á un tiempo gritaron: - ---¡Aaaaah! - -Una voz contestó algo que no se pudo comprender bien. Continuamos -telegrafiando de esa manera; el improvisado fanal ardía y los ecos de -mi gente se perdían por la selva. - -De repente se oyó una voz que á varios nos pareció conocida. - ---Es el doctor Macías--dijo Camilo. - -Efectivamente era su voz, ú otra tan parecida á la suya, que se -confundían. - ---¡Pronto! ¡pronto! salgan unos cuantos y hagan señas, ordené, -previniendo no perdieran de vista el fuego. - -La voz seguía oyéndose. - ---Es el doctor, señor, volvió á afirmar Camilo, añadiendo: y viene con -el caballo muy pesado. - ---¿Y en qué le conoces, hombre? - ---Si se oyen ya hasta los rebencazos que le da; oiga, señor, oiga. - -Mi oído no era de tísico como el suyo. - ---¡Macías! ¡Macías!--grité. - ---¡Lucio! ¡Lucio!--me contestaron. - -Era él. - ---¡Por acá! ¡por acá!--gritaban los hombres que acababa de destacar. - -Macías se presentó, como nosotros, hecho una sopa. - ---¿Y qué es esto?--le pregunté. - ---Me quedé atrás por despedirme de algunos conocidos; cuando salí de -Leubucó, ustedes iban como á una legua, se divisaba muy bien el polvo, -y no quise apurar mi caballo; subía yo al último médano, y ustedes -llegaban á la orilla del monte; calculé mal el tiempo, obscureció y me -perdí. - ---¿Y de qué conocidos tenías que despedirte? - ---De algunos indios que más de una vez me dieron de comer. - ---¿Y de Mariano Rosas también te despediste? - ---Por supuesto, no me ha tratado tan mal. - -El esclavo no conoce su condición, sino cuando respira la atmósfera de -la libertad, pensé y me dispuse á seguir la marcha. - -En Carrilobo me esperaban con una cena en el toldo de Villarreal. - ---Señor--me dijo Camilo,--el caballo del doctor está _pesadón_. - ---Que lo muden. - -Un instante después caminábamos. - -Salimos del bosque y entramos en un campo quebrado y pastoso. Las -martinetas se alzaban á cada paso espantando los caballos con el -zumbido de su vuelo inopinado y rápido. - -El cielo estaba limpio y sereno, la luna y las estrellas brillaban como -luces de diamantes; de la borrasca no quedaban más indicios que unos -nubarrones lejanos. - -Lo mismo que luciérnagas en negra noche se divisaron unos fuegos. - -Á esa hora y en desierto, era sumamente extraño. - -El gaucho argentino tiene la inspiración de todos los fenómenos del -campo. - -De noche y de día es su talento. - ---Esos fuegos han de ser en un toldo; los vemos por la puerta ó por -alguna rotura de las paredes--dijo Camilo. - ---¿Y en qué lo conoces?--le pregunté. - ---En que la llama no se mueve porque no tiene viento. - -Así conversábamos cuando nuestros caballos se detuvieron de improviso. - -Habíamos llegado al borde de una zanja. - -Observamos atentamente el terreno, teníamos al frente un gran sembrado -de maíz. - ---Aquí es el toldo de Villarreal--dijo el capitán Rivadavia. - ---Se oyen ladridos de perros--dijeron otros. - -Costeamos la zanja en la dirección que indicó el capitán Rivadavia y -dimos con otro sembrado de zapallos y sandías; nos costó hallar la -rastrillada que conducía al toldo; pero guiados por los ladridos de los -perros y por los fuegos, saliendo de un sembrado y entrando en otro, la -hallamos al fin. - -Llegamos al toldo. - -Villarreal, su mujer y su hermana nos esperaban. - -Eran las diez y media. - -Nos recibieron con el mayor cariño. - -Yo no quería detenerme por lo avanzado de la hora. - -Me instaron mucho y tuve que ceder. - -Entramos en el toldo, que era grande y cómodo, de techo y paredes -pintarrajeadas. - -Ardían en él tres grandes fogones. - ---Señor--me dijo la mujer de Villarreal,--lo hemos esperado hasta hace -un momento con unos corderos asados, pero viendo que era tan tarde -y que no llegaba, creíamos que ya no sería hasta mañana y acaban de -comérselos los muchachos, que _ahora se están divirtiendo_; no han -quedado más que los fiambres y la mazamorra, ¡siéntense! ¡siéntense! -estén ustedes como en su casa. - -Nos sentamos alrededor de uno de los fogones, y mientras nos secábamos -y comíamos, mandé mudar caballos. - -Yo no tenía hambre, en cambio Lemlenyi, Rodríguez, Rivadavia, Ozarowski -y los franciscanos parecían animados de un entusiasmo gastronómico. - -Trajeron unas cuantas gallinas cocidas y una hermosa olla de mazamorra -muy bien preparada, tortas hechas al rescoldo y zapallo asado. - -En un extremo del toldo se oía el ruido de la chusma ebria; casi todos -los nichos estaban vacíos; en el que estaba detrás de mí dormía una -vieja. - -Tenía la cabeza apoyada en un brazo arrugado y flaco como el de un -esqueleto y descubría un seno cartilaginoso que daba asco. - -La cena empezó. - -La mujer de Villarreal, viendo que yo no comía, me hizo una seña, se -levantó y salió. - -Salí tras de ella, y una vez afuera me dijo, con aire confidencial -y brillándole los ojos como sólo le brillan á las mujeres cuando un -pensamiento picaresco cruza por su imaginación. - ---Carmen lo espera. - ---¿Y dónde está mi comadre? - ---Allí. - -Me indicaba un toldo vecino. - -Llamé á un soldado para que me acompañara; lo confieso, tenía miedo de -los perros; y mientras mis compañeros llenaban el precioso hueco del -estómago fuí á hacer la visita prometida. - -El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque ellas suelen ser -tan pérfidas y tan malas; las cosas han de tener algún fin. - - - - - XXVII - - Con quién vivía mi comadre Carmen.--Una despedida igual á - todas.--Yo habría hecho igual á todas las mujeres.--Grupo - asqueroso.--¡Adiós!--Una faja pampa.--Arrepentimiento.--Trepando un - médano.--Desparramo.--Perdidos.--El Brasil puede alguna vez salvar á - los Argentinos.--Llegamos al toldo de Ramón. - - -Mi comadre Carmen vivía con su madre, su hija y un individuo viejo, -entre gallinas y perros. - -Me esperaba, los demás dormían. - -Conversamos de lo que nos interesaba y á la media hora nos separamos -para siempre, quizá. - -Yo había cumplido mi promesa de visitarla antes de salir de Tierra -Adentro, ella la suya, comunicándome ciertas intrigas contra mí, que -por una casualidad había descubierto. - -Nuestra despedida fué como todas las despedidas, triste. - -Me dirigí al toldo de Villarreal, pensando en lo que es la mujer. - -Me acordaba de lo que me habían hecho gozar y exclamaba interiormente: -son adorables. - -Me acordaba de lo que me habían hecho sufrir y exclamaba: son infames. - -Estudiándolas y analizándolas, las hallaba físicamente perfectas; -espiritualmente me parecían monstruosas. - -¡Qué cabellos, qué ojos, qué boca, qué tez, qué gentileza tienen -algunas! - -Son hermosas como Niobe, dignas del amor de un dios olímpico. - -Cualquier mortal daría cien vidas por ellas si cien vidas tuviera. - -Y muriendo, todavía encontraría dulce la muerte después de tan supremo -bien. - -¡Pero qué corazón tienen! - -Son inconmovibles como las rocas, frías como el hielo, volubles como el -viento, olvidadizas como la mentira. - -¡Qué feas, qué desairadas son otras! - -Nadie repara en ellas. - -Pero acercaos á su lado, oídlas, tratadlas. - -¡Qué alma tienen! - -Son buenas como la caridad, dulces como los querubines, puras como las -auras del Elíseo. - -Se puede vivir al lado de ellas y amar la vida. - -¡Ah! ellas nos hacen comprender que hay una belleza cuyos encantos el -tiempo no destruye, la belleza moral. - -¿Por qué han de ser tan lindas y tan malas: por qué tanta donosura, al -lado de tanta perfidia á veces? - -¿Por qué esos rostros angélicos y esos corazones satánicos? - -¿Por qué han de ser tan repelentes y tan buenas; por qué tanta -seducción oculta, al lado de tanta exterioridad desagradable? - -¿Por qué esas caras defectuosas y esos corazones que son un dechado? - -¿Por qué ha hecho Dios cosas tan contradictorias, como una mujer -adorable y mala? - -Si su poder es tan grande, ¿por qué lo que más amamos ha de ser, como -esas flores venenosas de ricos matices, susceptibles de fascinarnos con -su mirada y de intoxicarnos con su aliento maldito? - -¡Qué! ¿no bastaba que hubiera hombres malos? - -¿Para completar el infierno de este mundo, había acaso necesidad de que -las mujeres fueran demonios? - -Yo habría hecho iguales á todas las mujeres. - -¿Las rosas no exhalan todas el mismo suavísimo perfume? - -Las cosas bellas, deberían serlo en todo y por todo. - -Soliloqueando así iba yo, cuando un murmullo humano, parecido á un -gruñido de perros, llamó mi atención. - -Me detuve, estaba á dos pasos del toldo de Villarreal; puse el oído, -oí hablar confusamente en araucano; miré en esa dirección y vi el -espectáculo más repugnante. - -Un candil de grasa de potro, hecho en un hoyo, ardía en el suelo; un -tufo rojizo era toda la luz que despedía. - -Bajo la enramada del toldo, la chusma viciosa y corrompida saboreaba, -con irritante desenfreno, los restos aguardentosos de una saturnal que -había empezado al amanecer. - -Hombres y mujeres, jóvenes y viejas, todos estaban mezclados y -revueltos unos con otros; desgreñados los cerdudos cabellos, rotas -las sucias camisas, sueltos los grasientos pilquenes; medio vestidos -los unos, desnudos los otros; sin pudor las hembras, sin vergüenza -los machos; echando blanca babaza éstos, vomitando aquéllas; sucias y -pintadas las caras, chispeantes de lubricidad los ojos de los que aun -no habían perdido el conocimiento, lánguida la mirada de los que el -mareo iba postrando ya; hediendo, gruñendo, vociferando, maldiciendo, -riendo, llorando, acostados unos sobre otros, despachurrados, -encogidos, estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos. - -Sentí humillación y horror, viendo á la humanidad en aquel estado y -entré en el toldo. - -Mi gente estaba pronta. - -Sólo Villarreal, su mujer y su cuñada, no estaban ebrios. - -Me esperaban con agua caliente y todo preparado para cebarme un mate de -café. - -Tuve, pues, que sentarme un rato. - -No siéndole posible acompañarme á Villarreal hasta el toldo de Ramón ni -darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba _achumada_, lo que -hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé á Camilo Arias, y -mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino. - -Villarreal, como indio ladino, dió todas las señas del campo que -debíamos cruzar; advirtió las rastrilladas que debían dejarse á la -derecha ó á la izquierda, los bañados guadalosos que debían excusarse; -los médanos que debían rodearse, los que debían cruzarse trepando por -ellos; los toldos y los sembrados que quedaban cerca de la morada del -Cacique. - -Una vez enterado Camilo de todo, me despedí de Villarreal y su familia. - -Nos abrazaron á todos con cariño, rogando á Dios en lengua castellana, -que tuviéramos feliz viaje, y nos acompañaron hasta el palenque, -pidiéndonos, como lo hubieran hecho las gentes mejor criadas, mil -disculpas por la pobrísima hospitalidad que nos habían dispensado. - -Como la noche estaba tan hermosa, y no teníamos ningún monte que -atravesar, mandé echar las tropillas por delante para que los animales -montados marcharan más ganosos. - -Le previne á Camilo que cada diez minutos hiciera alto para que no nos -fuéramos á extraviar, por no oir los cencerros, ¡en marcha! grité y -partieron todos. - -Yo me detuve un instante á encender un cigarro. - -Encendiéndolo estaba, cuando una sombra se acercó á mi lado. - -Reconocí una mujer. - ---Aquí vengo á traerle esto--me dijo, poniendo en mis manos un pequeño -envoltorio de papel. - ---¿Y qué es eso?--le pregunté. - ---Es un recuerdo. - ---¿Un recuerdo? - ---Sí, una faja pampa, bordada por mí. - ---Gracias, ¿por qué se ha incomodado? - -Dió un suspiro y con acento conmovido y tono de reproche amable, -exclamó: - ---¡Incomodado! - ---¡Adiós!--le dije, recogiendo mi caballo. - ---¡Adiós!--me contestó tristemente. - ---¡Adiós! ¡adiós!--dijeron Villarreal y su mujer. - ---¡Adiós! ¡adiós!--repuse yo, y partí al galope, murmurando: - ---Saben querer desinteresadamente y olvidar también. - -No son ni ángeles, ni demonios. - -Pero participan de las dos naturalezas á la vez. Cuando son buenas, no -hay nada comparable á ellas; cuando son malas, son execrables. - -Y, con todos sus defectos, sus contradicciones y sus veleidades, la -existencia sin ellas sería como una peregrinación nocturna por una -tierra de hielo y bajo un cielo sin luz. - -Sí, todos exclaman tarde ó temprano, después de tantos arranques -frenéticos: - - Yes! my adored, yet most unkind! - Though thou wilt never love again, - To me 'tis doubly sweet to find - Remembrance of that love remain. - - Yes! 'tis a glorious thought to me - Nor longer shall my soul repine, - Whate'er thou art or e'er shall be, - That thou hast been dearly, solely, mine.[4] - -El cencerro de las tropillas me servía de guía; mi caballo iba brioso -lo que oía y rumbeaba al fin para la querencia. - -Llegué al pie de un médano bastante elevado y me encontré con Camilo -Arias que me esperaba. - -Oyendo el cencerro y no viendo las tropillas, se me ocurrió que alguna -novedad había. - ---¿Qué hay?--le pregunté. - ---Nada, señor--me contestó,--por precaución lo he esperado aquí; vamos -á cruzar este médano, tiene muchas caídas y es muy fácil perderse. - ---¡Bueno, adelante! ¡vamos! es mucho más de media noche; no perdamos -tiempo, le dije. - -Trepó al médano y le seguí. Los caballos hacían esfuerzos supremos para -repecharlo, se enterraban hasta los ijares en la blanda y deleznable -arena; pero subían poco á poco. Llegamos al borde de la cresta, y -cuando yo creía tramontar el obstáculo, me hallé con una hondonada -profunda, de cuyo fondo manaba puro y cristalino un espejo de agua. Las -tropillas bebían reflejándose en él y la luna, desde un cielo limpio y -azul, iluminaba el agreste y poético paisaje. - -Seguimos andando, subimos y bajamos. - -De repente, á pesar de las precauciones tomadas, Camilo Arias me dijo: - ---Señor, estamos perdidos. - ---¡Alto! ¡alto!--grité, y contestándole á Camilo. - ---Busca la senda, pues. - -Echamos pie á tierra y esperamos. - -Un momento después volvió el ecuestre piloto diciendo: - ---Por allí va. - -Marchamos. - -La noche se iba toldando; parecía querer llover al entrarse la luna. - -Caímos á un bañado salitroso, y siendo tantos los rastros que lo -cruzaban y los arbustos espinosos de que estaba cubierto, las tropillas -se desparramaron. - -Era una confusión, de todos lados sonaban cencerros y se oían los -silbidos de los tropilleros _repuntando_ los caballos menos amadrinados. - -Nosotros mismos tuvimos que diseminarnos; las sendas eran muy tortuosas -y los caballos no se seguían. - -El salitral blanqueaba como la mansa superficie de un lago helado; -crujía estrepitosamente bajo los cascos de los cien caballos que lo -cruzaban, hundiéndose aquí en el guadal, empinándose allí en las -carquejas que tanto abundan en las pampas, espantándose de repente de -los fuegos fatuos que como una fosforescencia errante corrían acá y -allá. - -La noche se encapotaba; la luna declinaba con sombría majestad por -entre anchas fajas jaspeadas y las estrellas apenas alumbraban, al -través del velo acuoso que cubría los cielos. - -Crucé el bañado. - -Camilo Arias no se había separado de mí. - -Algunos habían pasado ya y esperaban en la orilla; otros estaban -acabando de pasar. - -Con las tropillas sucedía lo mismo, no estaban reunidas aún. - -Esperé un rato, y mientras tanto se buscó en vano el camino. - -Viendo que no lo hallaban y que el capitán Rivadavia y otros no -parecían, mandé quemar el campo; no se pudo por la humedad y falta de -sebo; se dieron voces, nadie contestó; silbamos, silencio profundo. - -Destaqué tres descubridores; á las cansadas volvieron dos, sin haber -visto ni oído nada. - -Faltaba el otro, y contestó de ahí cerca; hacía un rato que giraba -perdido á nuestro alrededor. - -La lluvia amenazaba volver á desplomarse por momentos. - -Marchemos al rumbo--le dije á Camilo,--hasta que lleguemos á un campo -más alto que éste; los demás jinetes y caballos los hallaremos de día. - -Marchamos. - -Y marchando íbamos cuando ladraron perros. - ---Allí hay un toldo--dijo Camilo. - -Miré en la dirección que me indicaba, no vi sino tinieblas. - ---Pues hagamos alto aquí y que vayan á averiguar dónde queda el de -Ramón--le contesté. - -Despachó una pareja de jinetes. - -Volvieron diciendo que íbamos mal; que el camino quedaba á la -izquierda, es decir, al Poniente, y que el toldo de Ramón estaba muy -cerca, que en cuanto cruzáramos una cañada lo veríamos. - -Cambiamos de rumbo y seguimos la marcha en la dirección indicada, y á -poco andar, caímos á un campo bajo, húmedo y guadaloso. - ---Aquí debe ser la cañada--dijo Camilo,--ya debemos estar cerca. - -Entre los extraviados iba un perro mío llamado _Brasil_, que después -de haber hecho la campaña del Paraguay en el Batallón 12 de línea, me -acompañaba valientemente en aquella excursión. - -Brasil era un sabueso criollo inteligentísimo, mezcla de galgo y de -podenco de presa, fuerte, guapo, ligero, listo, gran cazador de peludos -y mulitas, de gamos y avestruces, y enemigo declarado de los zorros, -únicos con quienes no siempre salía bien. - -Todos lo querían; le acariciaban y le cuidaban. - -Los soldados conocían sus ladridos lo mismo que mi voz. - -Cruzábamos la cañada cuando se oyeron unos ecos perrunos. - ---¡Ése es Brasil!--dijeron varios á la vez. - ---Ahí ha de estar el capitán Rivadavia--dijo Camilo Arias. - -Con efecto, guiados por los ladridos de Brasil, no tardamos en -reunirnos á él. - -Faltaban, sin embargo, algunos. - -El capitán Rivadavia, con los que le seguían, después de haber buscado -inútilmente su incorporación á mí, resolvió esperar allí y hacía un -buen rato que me esperaba. - -Seguimos la marcha, y al entrar en unos _vizcacherales_, Camilo Arias -me observó que debíamos estar muy cerca de algún toldo. - -Las vizcachas auguran siempre una población cercana. - -Corriéndolas Brasil, husmeó un rastro de jinetes y caballos. - ---Por allí debe de ir Rufino Pereyra,--que era uno de mis asistentes de -confianza que faltaba,--con su tropilla--dijo Camilo al oirlo. - -Un momento después oyéronse con más fuerza los ladridos de Brasil y de -otros de su jaez. - -Á no dudarlo, íbamos á llegar al toldo de Ramón ó á otro. - -Seguimos la dirección de los ladridos, y al llegar á un gran corral, -apareció Rufino Pereyra con su tropilla. - -La madrina había perdido el cencerro en el _carquejal_ del bañado -salitroso. - -Estábamos en donde queríamos. - -Me aproximé al toldo. - -Salió un indio--me dijo que Ramón había estado en pie, con toda la -familia, esperándome, hasta media noche con la cena pronta; que no se -levantaba porque estaba medio indispuesto, que me apeara, que aquella -era mi casa, que me acomodase como gustara. - -Eché, pues, pie á tierra, me instalé en el espacioso salón, donde -Ramón tenía la _fragua de su platería_, se acomodaron los caballos, -se recogieron de la huerta zapallos y choclos en abundancia, se hizo -fuego; cenamos y nos acostamos á dormir alegres y contentos, como si -hubiéramos llegado al palacio de un príncipe y estuviéramos haciendo -noche en él. - -¡Cuán cierto es que el arte de la felicidad consiste en saber conformar -los deseos á los medios y en desear solamente los placeres posibles! - - - NOTAS: - -[4] Sí, amiga adorada aunque inconstante, en vano no me amarás ya: es -para mí un consuelo saber que el recuerdo de nuestro amor no se borrará -de tu corazón. - -Sí, será para mí un triunfo, y ahogaré las penas de mi alma pensando -que, seas lo que seas, te vuelvas lo que te vuelvas, _tú has sido mía y -sólo mía_. - - - - - XXVIII - - El sueño no tiene amo.--El toldo de Ramón nada deja que desear.--Una - fragua primitiva.--Diálogo entre la civilización y la barbarie.--Tengo - que humillarme.--Se presenta Ramón.--Doña Fermina Zárate.--Una lección - de filosofía práctica.--Petrona Jofré y los cordones de Nuestro Padre - San Francisco.--Veinte yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco - chiripáes por una mujer.--Rasgo generoso de Crisóstomo.--El hombre ni - es un ángel ni una bestia. - - -Un proverbio negro dice: el sueño no tiene amo. - -Todos dormimos perfectamente bien. - -El cansancio nos hizo hallar deliciosa la morada del cacique Ramón. - -Cuando yo me desperté eran las ocho de la mañana; mis compañeros -roncaban aún con una expansión pulmonar envidiable. - -Llamé un asistente, pedí mate y me quedé un rato más en cama gozando -del placer de no hacer nada, placer tan combatido y censurado cuanto -generalmente codiciado. - -Según un amigo, pensador no vulgar y egregio poeta, no hacer nada es -descansar. Así él sostiene que el día es hecho para eso y la noche para -dormir. - -¡Lástima que un mortal de gustos tan patriarcales, que sería dichoso -con muy poca cosa, se vea condenado como tanto hijo de vecino, á la -dura ley del trabajo, cuando innumerables prójimos desperdician lo -superfluo y aun lo necesario! - -¡Qué hacer! el mundo está organizado así y el Eclesiastés, que sabe más -que mi amigo y yo juntos, dice: - -«El insensato tiene los brazos cruzados y se consume _diciendo_: - -«Lleno el hueco de una mano, con reposo, vale más que las dos llenas -con trabajo y mortificación de espíritu.» - -Con la luz del día examiné el lecho en que había dormido tan -cómodamente, como en elástica cama á la _Balzac_ provista de sus -correspondientes accesorios, almohadones de finísimas plumas y sedosos -cobertores. Eran unos cueros de potro mal estaqueados y unas pieles de -carnero, la cabecera un mortero cubierto con mis cojinillos. - -En seguida tendí la vista á mi alrededor. - -En Tierra Adentro yo no había pernoctado bajo techumbre mejor. - -El toldo del cacique Ramón superaba á todos los demás. - -Mi alojamiento era un galpón de madera y paja, de doce varas de largo -por cuatro de ancho y tres de alto. - -Estaba perfectamente aseado. - -En un costado, se veía la fragua y al lado una mesa de madera tosca y -un yunque de hierro. - -Ya he dicho que Ramón es platero y que este arte es común entre los -indios. - -Ellos trabajan espuelas, estribos, cabezadas, pretales, aros, pulseras, -prendedores y otros adornos femeninos y masculinos, como sortijas y -yesqueros. - -Funden la plata, la purifican en el crisol, la ligan, la baten á -martillo, dándole la forma que quieren y la cincelan. - -En la _chafalonía_, prefieren el gusto chileno; porque con Chile tienen -comercio y es de allí de donde llevan toda clase de prendas, que -cambalachean por ganado vacuno, lanar y caballar. - -La fragua consistía en un paralelepípedo de adobe crudo. - -Tenía dos fuelles y se conocía que el día anterior habían trabajado; -las cenizas estaban tibias aún. - -En un saco de cuero había carbón de leña y sobre la mesa se veían -varios instrumentos cortantes, martillos y limas rotas. - -Los fuelles llamaron sobremanera mi atención por su extraña estructura. - -Antes de examinar su construcción entablé un diálogo conmigo mismo. - ---Á ver, me dije, representante orgulloso de la civilización y del -progreso moderno en la pampa, ¿cómo harías tú un fuelle? - ---¿Un fuelle? - ---Sí, un fuelle, ¿no se llama así por la Academia española «un -instrumento para recoger viento y volverlo á dar», aunque habría sido -más comprensible y digno de ella decir: un instrumento construido -según ciertos principios de física, para recoger aire por medio de una -válvula, y volverle á despedir con más ó menos violencia, á voluntad -del que lo maneje, por un cañón colocado á su extremo? - ---Entiendo, entiendo. - ---Y bien, si entiendes, dime, ¿cómo lo harías? - ---¿Cómo lo haría? - ---¡Sí, hombre, por Dios! parece que te hubiera puesto un problema -insoluble. - ---No digo eso. - ---¿Entonces? - ---Es que... - ---¡Ah! es que eres un pobre diablo, un fatuo del siglo XIX, un erudito -á la violeta, un insensato que no quieres confesar tu falta de ingenio. - ---¿Yo?... - ---Sí, tú, has entrado en el miserable toldo de un indio á quien -un millón de veces has calificado de bárbaro, cuyo exterminio has -preconizado en todos los tonos, en nombre de tu decantada y clemente -civilización, te ves derrotado y no quieres confesar tu ignorancia. - ---¿Mi ignorancia? - ---Tu ignorancia, sí. - ---¿Quieres acaso que me humille? - ---Sí, humíllate y aprende una vez más que el mundo no se estudia en los -libros. - -Incliné la frente, me acerqué á la fragua, cogí el manubrio de ambos -fuelles, los que estaban colocados en la misma línea horizontal, tiré, -aflojé y se levantó una nube de ceniza. - -Eran feos; pero surtían el efecto necesario, despidiendo una corriente -de aire bastante fuerte para inflamar el carbón encendido. - -Todo era obra del mismo Ramón; invento exclusivo suyo. - -Con una panza seca de vaca y sobada había hecho una manga de una -vara de largo y un pie de diámetro; con _tientos_ la había plegado, -formándole tres grandes buches con comunicación; en un extremo había -colocado la mitad del cañón de una carabina y en el otro un tarugo de -palo labrado con el cuchillo; el cañón estaba embutido en la fragua y -sujeto con ataduras á un piquete. Naturalmente, tirando y apretando -aquel aparato hasta aplastar los buches, el aire entraba y salía -produciendo el mismo efecto que cualquier otro fuelle. - -Pensaba el tiempo que habría empleado yo con todos los recursos de -la civilización, si por necesidad ó afición á las artes liberales me -hubiese propuesto hacer un fuelle; se me ocurría que quizás habría -tenido que darme por derrotado, cuando un cautivo, blanco y rubio, de -doce á catorce años, entró en el galpón y después de saludarme con el -mayor respeto tratándome de _usía_, me dijo: - ---Dice el cacique Ramón que si se le puede ver ya; que cómo ha pasado -la noche. - -Le contesté que estaba á su disposición, que podía verme en el acto, si -quería, y que había dormido muy bien. - -Salió el cautivo, y un momento después se presentó Ramón, vestido -como un paisano prolijo, aseado que daba gusto verle; sus manos -acostumbradas al trabajo, parecían las de un caballero, tenía las uñas -irreprochablemente limpias, ni cortas ni largas y redondeadas con -igualdad. - -No estuvo ceremonioso. - -Al contrario, me trató como á un antiguo conocido, me repitió que -aquella era mi casa, que dispusiera de él, me anunció que ya me iban á -traer el almuerzo, que más tarde me presentaría á su familia y me dejó -solo. - -En seguida volvió, se sentó y trajeron el almuerzo. - -Era lo consabido, puchero con zapallo, choclos, asado, etc. - -Todo estaba hecho con el mayor esmero; hacía mucho tiempo que yo no -veía un caldo más rico. - -Durante el almuerzo hablamos de agricultura y de ganadería. - -El indio era entendido en todo. - -Sus corrales eran grandes y bien hechos, sus sementeras vastas, sus -ganados mansos como ninguno. - -Es fama que Ramón ama mucho á los cristianos; lo cierto es que en su -tribu es donde hay más. - -Una de sus mujeres, en la que tiene tres hijos, es nada menos que doña -Fermina Zárate, de la Villa de la Carlota. - -La cautivaron siendo joven, tendría veinte años; ahora ya es vieja. - -¡Allí estaba la pobre! - -Delante de ella, Ramón me dijo: - ---La señora es muy buena, me ha acompañado muchos años, yo le estoy -muy agradecido, por eso le he dicho ya que puede salir cuando quiera -volverse á su tierra, donde está su familia. - -Doña Fermina le miró con una expresión indefinible, con una mezcla -de cariño y de horror, de un modo que sólo una mujer observadora y -penetrante habría podido comprender, y contestó: - ---Señor, Ramón es un buen hombre. ¡Ojalá todos fueran como él! Menos -sufrirían las cautivas. Yo, ¡para qué me he de quejar! Dios sabrá lo -que ha hecho. - -Y esto diciendo se echó á llorar, sin recatarse. - -Ramón dijo: - ---Es muy buena la señora,--se levantó, salió, y me dejó solo con ella. - -Doña Fermina Zárate no tiene nada de notable en su fisonomía; es un -tipo de mujer como hay muchas, aunque su frente y sus ojos revelan -cierta conformidad paciente con los decretos providenciales. - -Está menos vieja de lo que ella se cree. - ---¿Y por qué no se viene usted conmigo señora?--le dije. - ---¡Ah! señor--me contestó con amargura--¿y qué voy á hacer yo entre los -cristianos? - ---Para reunirse á su familia. Yo la conozco, está en la Carlota, todos -se acuerdan de usted con gran cariño y la lloran mucho. - ---¿Y mis hijos, señor? - ---Sus hijos... - ---Ramón me deja salir á mí; porque realmente no es mal hombre, á mí al -menos me ha tratado bien, después que fuí madre. Pero mis hijos, mis -hijos no quiere que los lleve. - -No me resolví á decirle: Déjelos usted, son el fruto de la violencia. - -¡Eran sus hijos! - -Ella prosiguió: - ---Además, señor, ¿qué vida sería la mía entre los cristianos después de -tantos años que falto de mi pueblo? Yo era joven y buena moza cuando me -cautivaron. Y ahora ya ve, estoy vieja. Parezco cristiana, porque Ramón -me permite vestirme como ellas, pero vivo como india; francamente; me -parece que soy más india que cristiana, aunque creo en Dios, como que -todos los días le encomiendo mis hijos y mi familia. - ---¿Á pesar de estar usted cautiva cree en Dios? - ---¿Y él qué culpa tiene de que me agarraran los indios? la culpa la -tendrán los cristianos que no saben cuidar sus mujeres ni sus hijos. - -No contesté; tan alta filosofía en boca de aquella mujer, la concubina -jubilada de aquel bárbaro, me humilló más que el soliloquio á propósito -del fuelle. - -Una mujer joven y hermosa, demacrada, sucia y andrajosa se presentó -diciendo con tonada cordobesa: - ---¿Usted será, mi señor, el coronel Mansilla? - ---Yo soy, hija, ¿qué quiere usted? - ---Vengo á pedirle que me haga el favor de hacer que los padrecitos me -den á besar el cordón de Nuestro Padre San Francisco. - ---¡Pues no! con mucho gusto, y esto diciendo llamé á los santos varones. - -Vinieron. - -Al verlos entrar, la desdichada Petrona Jofré se postró de hinojos -ante ellos y con efusión ferviente tomó los cordones del padre Marcos, -después los del padre Moisés y los besó repetidas veces. - -Los buenos franciscanos, viéndola tan angustiosa, la exhortaron, la -acariciaron paternalmente y consiguieron tranquilizarla, aunque no del -todo. - -Sollozaba como una criatura. - -Partía el corazón verla y oirla. - -Calmóse poco á poco y nos relató la breve y tocante historia de sus -dolores. - -Doña Fermina confirmaba todas sus referencias. - -La vida de aquella desdichada de la Cañada Honda, mujer de Cruz Bustos, -era una verdadera _viacrucis_. - -La tenía un indio malísimo llamado Carrapí. - -Estaba frenéticamente enamorado de ella, y ella resistía con heroísmo á -su lujuria. - -De ahí su martirio. - ---Primero me he de dejar matar, ó lo he de matar yo, que hacer lo que -el indio quiere, decía con expresión enérgica y salvaje. - -Doña Fermina meneaba la cabeza y exclamaba: - ---¡Vea qué vida, señor! - -Yo estaba desesperado. - -¿Qué otro efecto puede producir la simpatía impotente? - -Nada podía hacer por aquella desdichada, nada tenía que darle. - -No me quedaba sino lo puesto. - -Ni pañuelo de manos llevaba ya. - -Doña Fermina me contó que Carrapí no quería venderla para que la -sacaran, y que un cristiano, por caridad, la andaba por comprar. - -El indio pedía por ella veinte yeguas, sesenta pesos bolivianos, un -poncho de paño y cinco chiripáes colorados. - ---¿Y quién es ese cristiano?--le pregunté. - ---Crisóstomo--me contestó. - ---¿Crisóstomo?... - ---Sí, señor, Crisóstomo. - -Crisóstomo era el hombre aquél que en Calcumuleu hubo de pasar á -caballo por entre los franciscanos: que tanto me exasperó, que me dió -de comer después y me relató su interesante historia. - -Está visto: los malvados también tienen corazón. - -Bien dice Pascal: - -El hombre no es un ángel ni una bestia. - -Es un ser indefinible, hace el mal por placer y goza con el bien. - -En medio de todo es consolador. - - - - - XXIX - - La familia del cacique Ramón.--Spañol.--Una invasión.--Despacho al - capitán Rivadavia.--Cuestión de amor propio.--Buen sentido de un - indio.--En Carrilobo soplaba mejor viento que en Leubucó.--Suenan los - cencerros.--Atíncar (véase bórax).--El hombre civilizado nunca acaba - de aprender.--Me despido.--Cómo doman los bárbaros.--¡Últimos hurrahs! - - -Me invitaron á pasar al toldo de Ramón. - -Dejé á doña Fermina Zárate y á Petrona Jofré con los franciscanos y -entré en él. - -La familia del cacique constaba de cinco concubinas, de distintas -edades, una cristiana y cuatro indias; de siete hijos varones y de tres -hijas mujeres, dos de ellas púberes ya. - -Éstas últimas, y la concubina que hacía cabeza, se habían vestido de -gala para recibirme. - -No hay indio ranquel más rico que Ramón, como que es estanciero, -labrador y platero. - -Su familia gasta lujo. - -Ostentaban hermosos prendedores de pecho, zarcillos, pulseras y -collares, todo de plata maciza y pura, hecho á martillo y cincelado por -Ramón; mantas, fajas y pilquenes de ricos tejidos pampas. - -Las dos hijas mayores se llamaban, Comeñé, la primera, que quiere -decir _ojos lindos_, de _come_, lindo, y de _ñé_, ojos; Pichicaiun la -segunda, que quiere decir _boca chica_, de _pichicai_, chico, y de _un_ -boca. - -Se habían pintado con carmín los labios, las mejillas y las uñas de -las manos; se habían sombreado los párpados y puesto muchos lunarcitos -negros. - -Tanto Pichicaiun, como Comeñé, tenían nombres muy apropiados; la una -se distinguía por una boca pequeñita lindísima; la otra por unos -grandes ojos negros llenos de fuego. Ambas estaban en la plenitud del -desarrollo físico, y en cualquier parte un hombre de buen gusto las -hubiera mirado largo rato con placer. - -Me recibieron con graciosa timidez. - -Me senté, Ramón se puso á mi lado, su mujer principal y sus hijas -enfrente. - -Las dos chinitas sabían que eran bonitas; coqueteaban como lo hubieran -hecho dos cristianas. - -Ramón es muy conversador, no me dejaban conversar con él; el lenguaraz -trabucaba sus razones y las mías. - -¡Qué maldita condición tienen nuestras caras compañeras! - -Con su permiso diré, que son como los gatos: antes de matar la presa -juegan con ella. - ---¡Spañol! ¡Spañol!--gritó Ramón.--El cautivo blanco y rubio se -presentó. Recibió órdenes, se marchó y volvió trayendo cubiertos y -platos. - -Sirvieron la comida. - -Yo acababa de almorzar. Pero no podía rehusar el convite que se me -hacía. Me habría desacreditado. - -Comí, pues. - -El cautivo no le quitaba los ojos á Ramón; éste lo manejaba con la -vista. - ---¿Cómo te llamas?--le pregunté, creyendo que las palabras ¡Spañol! -¡Spañol! tenían una significación araucana. - ---Spañol--me contestó. - ---¿Spañol?--repetí yo, mirando á Mora y á Ramón alternativamente. - ---Sí, señor, Spañol--me dijo Mora,--así les llaman á algunos cautivos. - ---Spañol--afirmó Ramón, que había entendido mi pregunta. - ---¿Pero qué nombre tenías en tu tierra?--le pregunté al cautivo. - ---No sé, se me ha olvidado; era muy chico cuando me trajeron--repuso. - ---¿De dónde eres? - ---No sé. - ---¡Cómo no has de saber! ¿Te han prohibido que digas tu verdadero -nombre y el lugar en donde te cautivaron? - ---No, señor. - ---Si no ha de saber nada, señor--dijo Mora,--por eso le llaman Spañol, -hasta que sea más grande y le den nombre de indio. - ---¿Y ésa es la costumbre? - ---Sí, señor. - ---Pregúntele á Ramón ¿qué quiere decir Spañol? - -Ramón contestó. - ---Spañol, quiere decir, de otra tierra. - -En esto estábamos, cuando el capitán Rivadavia se me presentó, y -hablándome al oído, me dijo: - -Que Crisóstomo acababa de llegar de Leubucó y que á su salida se decía -allí que había habido invasión por San Luis. - -Le pedí permiso á Ramón para retirarme, comunicándole la ocurrencia; me -retiré, y un momento después el capitán Rivadavia se separaba de mí con -una carta bastante fuerte para Mariano Rosas. - -Le exigía en ella el castigo de los invasores apoyándome en el Tratado -de paz y le decía que en la Verde esperaba su contestación; que á la -tarde estaría allí. - -Ramón vino á hablar conmigo y me manifestó su disgusto por el hecho; me -dijo que había de ser Wenchenao, calificándolo de _gaucho ladrón_ y me -preguntó que á qué hora pensaba ponerme en marcha. - -Le dije que en cuanto medio quisiera ladear el sol, estilo gauchesco, -que vale tanto como después de las doce. - -Me hizo presente que entonces había tiempo de carnear una res gorda y -unas ovejas para que llevara carne fresca. - -Le expresé que no se incomodara, y me hizo entender que no era -incomodidad sino deber y que extrañaba mucho que Mariano Rosas me -hubiera dejado salir de Leubucó sin darme carne. - -En efecto, de allí habíamos salido con una mano atrás y otra adelante, -resueltos á comernos las mulas. - -Yo había hecho el firme propósito de no pedir qué comer á nadie. - -Era una cuestión de orgullo bien entendida en una tierra donde los -alimentos no se compran; donde el que tiene necesidad _pide con vuelta_. - -Trajeron una vaca gorda y dos ovejas, mandé á mi gente á carnearlas y -entramos con Ramón á la platería. - -El indio me habló así: - ---Yo soy amigo de los cristianos, porque me gusta el trabajo; yo deseo -vivir en paz, porque tengo qué perder; yo quiero saber si esta paz -durará y si me podré ir con mi indiada al Cuero, que es mejor campo que -éste. - -Le contesté: - -Que me alegraba mucho de oirlo discurrir así; que eso probaba que era -un hombre de juicio. - -Añadió: - ---Yo conozco la razón; ¿usted cree que no me gustaría á mí vivir como -Coliqueo?[5] ¡Pero cuándo van los otros! - -¡Están muy asustadizos! Es preciso que pase mucho tiempo para que le -tomen gusto á la paz. - -Yo repuse: - ---¿Entonces usted cree que es mejor vivir juntos y no desparramados? - ---Ya lo creo--me contestó,--viviendo así tan lejos unos de otros, todos -son perjuicios, no hay comercio. - -Llegaron algunas visitas. Tuve que recibirlas. Entre ellas venía el -padre de Ramón, un indio valetudinario y setentón. Me contó su vida, -sus servicios, me ponderó sus méritos con un cinismo comparable -solamente al de un hombre civilizado; me dijo que había abdicado en su -hijo el gobierno de la tribu, porque Ramón era como él, me hizo mil -ofertas, mil protestas de amistad y por último me pidió un chaquetón de -paño forrado en bayeta. - -Me avisaron que la carneada estaba hecha; mandé arrimar las tropillas -y le previne á Ramón que ya pensaba marcharme, á lo cual contestó que -yo era dueño de mi voluntad; que cómo había de ser, si no podía hacerle -una visita más larga y que iba á tener el gusto de acompañarme con -algunos amigos hasta por ahí. - -Le di las gracias por su fineza, le manifesté que para qué quería -incomodarse, que no hiciera ceremonia, y me respondió que no había -incomodidad en cumplir con un deber, que quizá no nos volveríamos á ver. - -Yo no tenía qué replicar. - -Pensé un momento para mis adentros, que en Carrilobo soplaba un -viento mucho mejor que en Leubucó, como que Ramón no tenía á su lado -cristianos que le adularan; que era el indio más radical en sus -costumbres; el que me había recibido más á la usanza ranquelina, era el -que se manifestaba á mi regreso más caballero y cumplido; y acabé por -hacerme esta pregunta: ¿El contacto de la civilización será corruptor -de la buena fe primitiva? - -Sentí el cencerro de las tropillas que llegaban, mandé ensillar y le -dije á Ramón: - ---Bueno, amigo, ¿qué tiene que encargarme? - ---Necesito algunas cosas para la platería--me contestó. - ---Yo se las mandaré, y esto diciendo saqué mi libro de memorias para -apuntar en él los encargos--añadiendo,--qué son: - ---Un yunque. - ---Bueno. - ---Un martillo. - ---Bueno. - ---Unas tenazas. - ---Bueno. - ---Un torno. - ---Bueno. - ---Una lima fina. - ---Bueno. - ---Un alicate. - ---Bueno. - ---Un crisol. - ---Bueno. - ---Un bruñidor. - ---Bueno. - ---Piedra lápiz. - ---Bueno. - ---Atíncar. - -Ramón había ido enumerando las palabras anteriores, sin necesidad de -lenguaraz, pronunciándolas correctamente. - -Al oirle decir atíncar, le pregunté: - ---¿Atíncar? - ---Sí, atíncar--repuso. - ---Dígame el nombre en lengua de cristiano. - ---Así es, atíncar. - -Iba á decirle: ése será el nombre en araucano; pero me acordé de las -lecciones que acababa de recibir, de mi humillación en presencia del -fuelle, de mi humillación ante doña Fermina, discurriendo como un -filósofo consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté: - ---¿Está usted cierto? - ---Cierto, atíncar es, así le llaman los chilenos; y esto diciendo se -levantó, se acercó á la fragua, metió la mano en un saquito de cuero -que estaba colgado al lado de la horqueta de una tijera del techo, y -desenvolviéndolo y pasándomelo, me dijo: - ---Esto es atíncar. - -Era una substancia blanquecina, amarga, como la sal. - -Apunté _atíncar_, convencido que la palabra no era castellana. - -En cuanto llegué al Río 4.º, uno de mis primeros cuidados fué tomar el -diccionario. - -La palabra _atíncar_ trotaba por mi imaginación. - -Atíncar hallé en la página 82, masculino, véase: _bórax_. - ---¡Alabado sea Dios!--exclamé.--Yo sabía lo que era bórax; sabía que -era una sal que se encuentra en disolución en ciertos lagos; sabía -que en metalurgia se la empleaba como fundente, como reactivo y como -soldadura. ¡Loado sea Dios!--volví á exclamar,--que así castiga sin -palo ni piedra. - -Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto que leemos y -estudiamos. - -¿Y para qué? - -Para despreciar á un pobre indio, llamándole bárbaro, salvaje; para -pedir su exterminio, porque su sangre, su raza, sus instintos, sus -aptitudes no son susceptibles de asimilarse con nuestra civilización -empírica, que se dice humanitaria, recta y justiciera, aunque hace -morir á hierro al que á hierro mata, y se ensangrienta por cuestión -de amor propio, de avaricia, de engrandecimiento, de orgullo, que -para todo nos presenta en nombre del derecho el filo de una espada, -en una palabra, que mantiene la pena del talión, porque si yo mato me -matan; que en definitiva, lo que más respeta, es la fuerza, desde que -cualquier Breno de las batallas ó del dinero es capaz de hacer inclinar -de su lado la balanza de la justicia. - -¡Ah! mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio ése, que -rechazamos y despreciamos, como si todos no derivásemos de un tronco -común, como si la _planta hombre_ no fuese única en su especie, el -día menos pensado nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos en -la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante, que ha penetrado -en la obscuridad nebulosa de los cielos con el telescopio, que ha -suprimido las distancias por medio de la electricidad y del vapor, que -volará mañana, quizá, convenido; pero que no destruirá jamás, hasta -_aniquilarla_, una simple partícula de la materia, ni le arrancará al -hombre los secretos recónditos del corazón. - -Todo estaba pronto para la marcha. - -Me despedí de la familia de Ramón, cuyas hijas, apartándose de -la costumbre de la tierra, nos abrazaron y nos dieron la mano, -regalándoles sortijas de plata á algunos de los que me acompañaban. - -En seguida marché, me acompañaban Ramón y cincuenta de los suyos al son -de cornetas. - -Ramón montaba un caballo bayo domado por él. - -Parecía un animal vigoroso. - ---Yo no soy haragán, amigo--me dijo.--Yo mismo domo mis caballos, me -gusta más el modo de los indios que el de los cristianos. - ---¿Y qué, doman de otro modo ustedes?--le pregunté. - ---Sí--me contestó. - ---¿Cómo hacen? - ---Nosotros no maltratamos el animal; lo atamos á un palo; tratamos -de que pierda el miedo; no le damos de comer si no deja que se le -acerquen; lo palmeamos de á pie; lo ensillamos y no lo montamos, hasta -que se acostumbra al recado, hasta que no siente ya cosquillas; después -lo enfrenamos, por eso nuestros caballos son tan briosos y tan mansos. - -Los cristianos les enseñan más cosas, á trotar más lindo; nosotros los -amansamos mejor. - ---Hasta en esto--dije para mis adentros,--los bárbaros pueden darles -lecciones de humanidad á los que les desprecian. - -Ramón me había acompañado como una legua. - ---Hasta aquí no más--le dije, haciendo alto. - ---Como guste--me contestó. - -Nos dimos la mano, nos abrazamos y nos separamos. - -Su comitiva me saludó con un ¡hurrah! - ---¡Adiós! ¡adiós!--gritaron varios á una. - ---¡Adiós! ¡adiós! ¡amigo!--gritaron otros. - -Y ellos partieron para el Sur, y nosotros para el Norte, envueltos en -remolinos de arena que obscurecían el horizonte como negra cortina. - -Mi cálculo era llegar á la Verde al ponerse el sol. - -Llegué á un campo pastoso, hice alto un momento, la arena nos ahogaba. - - - NOTAS: - -[5] Coliqueo, indio amigo establecido en su tribu entre los -departamentos de Junín y 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires. - - - - - XXX - - Á la vista de la Verde.--Murmuraciones.--Defecto de lectores y - de caminantes.--Dos cuentos al caso.--Reglas para viajar en la - Pampa.--La monotonía es capaz de hacer dormir al mejor amigo.--Dos - polvos.--Suerte de Brasil.--Reproche de los franciscanos.--¿Tendrán - alma los perros?--Un obstáculo. - - -Los médanos de la Verde estaban á la vista, y es probable que, en mi -caso, otro viajero no se hubiera detenido. Pero la experiencia es madre -de la ciencia, y yo me reía de algunos de mis oficiales que, viendo el -objetivo tan cerca, murmuraban:--¿Por qué se parará aquí este hombre? - -Ellos no habían recorrido como yo cuatro partes del mundo, en buque de -vela, en vapor, en ferrocarril, en carreta, á caballo, á pie, en coche, -en palanquín, en elefante, en camello, en globo, en burro, en silla de -manos, á lomo de mula y de hombre. - -Es defecto de lectores y de caminantes apurarse demasiado. - -Unos y otros debieran tener presente que la igualdad del movimiento -produce en el espíritu el mismo efecto que hace en los oídos la -igualdad de la entonación. - -Voltaire lo ha dicho: - -«_L'ennui naquit un jour de l'uniformité._» - -Lo que nos sucede cuando oimos leer en alta voz con excesiva rapidez -olvidando la marcha más ó menos mesurada del autor, la fuerza, energía -ó pasión del pensamiento, nos sucede también viajando en ferrocarril. - -La velocidad de la locomoción no hace efecto porque es continua. - -Siempre que oigo leer en alta voz muy aprisa, me acuerdo de un cuento, -y cuando recorro á caballo las pampas argentinas me acuerdo de otro. - -En una comedia de Sedaine, no estoy cierto si en _Rose et Colas_, hay -una escena muy larga entre dos aldeanos, y cuentan las crónicas que -los actores á fin de terminar cuanto antes el ensayo, se apuraban -demasiado, y que no por eso la escena parecía más corta. - -Consultando al autor á ver si se prestaba á hacer algunas supresiones, -contestó: - -«Díganla más despacio y harán que parezca más corta.» - -Sedaine tuvo, á no dudarlo, presente el dicho de otro poeta francés -como él: - -«Dans tout ce que tu _lis_, hâte-toi lentement.» - -Pues lo mismo sucede cuando se recorre un país á todo galope; todo -parece lejos y nada se ve bien, se llega al término de la jornada -abrumado de cansancio y sin haber disfrutado de los agradables -espectáculos de la Naturaleza. - -Y eso es cuando se llega, que á veces se queda uno en el camino. - -Era tarde, poníase el sol, un viajero ecuestre galopaba á toda brida -por los campos. - -Encontróse con un gaucho y le preguntó: - ---¿Á qué hora llegaré á tal parte? - ---Si sigue al galope--le contestó,--llegará mañana; si marcha al -trotecito llegará _lueguito_ no más. - ---¿Y cuántas leguas hay? - ---Así como dos. - ---¿Y cómo es eso; si está tan cerca, cómo he de tardar más andando más -ligero? - ---¡Oh!--contestó el paisano, echándole una mirada de compasión -al caballo de su interlocutor;--es que si lo sigue apurando al -_mancarrón_, _ahorita_ no más se le va á aplastar. - -Lo cual, oido por el viajero, hizo que recogiendo la rienda se pusiera -al trote. - -La aplicación de mis máximas, viajando en todas estaciones, de día y de -noche, con buen y mal tiempo, por las vastas soledades del desierto, me -ha dado siempre el mejor resultado. - -He llegado adonde me proponía el día anunciado de antemano, sin dejar -caballos cansados en el camino y sin fatigar física ni moralmente á los -que me acompañaban. - -Mi regla era inalterable. - -Partía al trote, galopaba un cuarto de hora, sujetaba, seguía al -tranco cinco minutos, trotaba en seguida otros cinco, galopaba luego -otro cuarto de hora, y por último hacía alto, echaba pie á tierra -descansando cinco minutos y dejaba descansar los caballos prosiguiendo -después la marcha con la misma inflexible regularidad, toda vez que el -terreno lo permitía. - -Los maturrangos que me seguían se quejaban de que cambiara tanto el -aire de la marcha y de las continuas paradas, primero, por falta -de reflexión; segundo, porque á ellos una vez que el cuerpo se les -calienta, lo que menos les incomoda es el galope. Pero los caballos, -más jueces en la materia que los que los montan, estoy cierto que en -su interior decían, cada vez que oían la voz de alto y la orden de -_saquen los frenos_: ¡bendito sea este Coronel! - -Lo repito, viajando sucede lo mismo que leyendo. - -Las lecturas más largas son ésas en las que no hay alteración ni en la -cadencia ni en la dicción. - -El autor de la tragedia _Leonidas_ había invitado varios de sus amigos -para leerles una nueva composición. - -Nadie se hizo esperar. - -Á la hora convenida doce jueces selectos, entre los que había algunos -académicos, se hallaban reunidos ocupando cómodos sillones, y enfrente -de ellos, con una mesa por delante, el poeta. - -La lectura empezó leyendo el mismo autor, que poseía el arte de hacer -magníficos versos; pero que no sabía leer. - -Leía con una voz sepulcral monótona é invariable. - -Durante la primera media hora la amistad soportó el suplicio, -aplaudiendo los dos primeros actos. - -Terminaba el tercero, y como el autor no oyese la más leve muestra de -aprobación, levantó la vista del manuscrito, y echando una mirada á su -alrededor, encontró que el auditorio dormía profundamente. - -Comprendiendo lo que había pasado, apaga las luces, y en lugar de -continuar leyendo, se pone á declamar á obscuras el resto de la -tragedia que sabía de memoria. - -La lectura en alta voz y la declamación son dos artes diferentes. - -Todos se despiertan exclamando: ¡bravo! ¡bravo! - -El autor no se detiene, sus amigos creen que aquello es un sueño, que -están ciegos, porque abren los ojos y nada ven, vuelven en sí después -de un momento de espanto y la escena termina con esta enseñanza útil: - -La monotonía es capaz de hacer dormir á los mejores amigos. - -¿Mis oficiales no pensaban en nada de esto al censurar mi parada á -la vista de los médanos de la Verde, como no pensaron en ocasiones -anteriores qué habría sido de los pobres caballos y de nosotros mismos, -si hubiéramos marchado en alas de la impaciencia siempre al galope? - -Habríamos tardado más en llegar á Leubucó, más en salir de allí, más en -volver al punto de partida y el trayecto lo hubiéramos hecho entre el -sueño y la fatiga. - -Que se acuerden de lo que les pasó, yendo de la Verde al fuerte -«Sarmiento» y cuando en cumplimiento de mis órdenes tuvieron que hacer -la marcha al trote, y nada más que al trote. - -Todos querían galopar ó _tranquear_. - -Los franciscanos clamaban al cielo. - -La consigna era al trote y al trote se marchaba y las distancias -parecían más largas y las horas eternas y todos se dormían y se -llevaban los árboles por delante é interiormente exclamaban: malhaya el -Coronel. - -El Coronel tuvo, sin embargo, sus razones para dar esas órdenes, -razones que no son del caso y que respondían á un sentimiento de -prudencia previsora. - -La parada no se efectuó únicamente por alterar la monotonía de la -marcha ó por hacer descansar los caballos. La diplomacia tuvo en ello -gran parte. - -Yo tenía motivos para retardar mi arribo á la Verde, en donde no quería -detenerme, sino encontrarme, en todo caso, con el capitán Rivadavia, ó -con algún embajador de Mariano Rosas. - -Cuando después de haber medido las distancias con el compás de la -imaginación, el reloj me dijo que era hora de proseguir la marcha, -mandé poner los frenos y cinchar. - -Al tiempo de movernos descubriéronse á retaguardia dos polvos siguiendo -la misma dirección de la rastrillada, siendo más pequeño el que estaba -más cerca de nosotros, que el que remolineaba más lejos. - ---Es uno que corre un avestruz--decían éstos;--es uno que corre una -gama--decían aquéllos;--no es nada de eso--decía Camilo Arias:--es un -indio que corre una cosa que no es animal del campo. - -Mis oficiales y yo observábamos, haciendo conjeturas, y hasta los -franciscanos que se iban haciendo gauchos, metían su cuchara calculando -qué serían los tales polvos. - -Ya estábamos á caballo. - -Yo vacilaba; quería seguir y salir de dudas. - -Camilo Arias, cuya mirada taladraba el espacio, por decirlo así, hasta -tocar los objetos, dijo entonces con su aire de seguridad habitual: - ---Es un indio que corre un perro. - ---Ha de ser _Brasil_ que se ha de haber escapado--exclamaron varios á -una. - -Y los dos franciscanos: - ---¡Pobrecito! ¡Cuánto me alegro! - -Y esto diciendo, me miraron como reprochándome una vez más lo que había -hecho en Carrilobo. - -Mi pecado no era grande, empero. - -Estábamos conversando con Ramón en su toldo, cuando el valiente -_Brasil_,--hablo del perro--vino mansamente á echarse á mi lado, -mirándome como quien dice: ¿cuándo nos vamos de esta tierra? meneando -al mismo tiempo la cola como un plumero, como cuando con una sonrisa -afable ó con una palmada cariñosa queremos neutralizar el efecto de una -frase picante. - -No sé si lo he dicho, que _Brasil_, á más de ser muy guapo, era un can -gordo y macizo, de reluciente pelo color oro muy amarillo. - -Pero sí recuerdo haber dicho estando allá por las tierras de mi -compadre Baigorrita, que los perros de los indios pasan verdaderamente -una vida de perros. Siempre hambrientos, se les ven las costillas, -tal es su flacura; parece que no tuvieran carne ni sangre; diríase -al verlos, que son habitantes fósiles de las remotas épocas -antediluvianas, en que sólo vivían disecados por una temperatura -plutoniana los enroscados amonitas y los alados y cartilaginosos -pterodáctilos de largo pescuezo y magna cabeza. - -Ramón enamoróse de la magnificencia de _Brasil_, cuya gordura -contrastaba con la estiptiquez de sus perros, lo mismo que un -prisionero paraguayo con un morrudo soldado riograndés. - ---¡Qué perro tan gordo, hermano--me dijo,--y qué lindo! y los míos ¡qué -flacos! - ---No les dará de comer, hermano--le contesté. - ---¡Pues no! - ---¿Y qué les da de comer? - ---Lo que sobra. - -Lo que sobra, dije yo para mis adentros. Y sabiendo que los indios -se comen hasta la sangre humeante de la res, pensé: Yo no quisiera -estar en el pellejo de estos perros, recordando que alguna vez había -tenido envidia de ciertos perritos de larga lana y lúbricos ojos, que -algunas damas de copete y otras que no lo son, adoran con locura, -durmiendo hasta con ellos, tal es el progreso humanitario del siglo XIX, -progreso que si sigue puede hacer que el año 2000 un perro se llame -_Monsieur Bijou_, _Mister Pinch_ ó el _señor don Barcino_. - -Y dirigiéndome á mi interlocutor, repuse: - ---Eso no basta. - -Ramón contestó: - ---Es que son _maulas_ estos míos. Usted podía regalarme el suyo para -que encastara aquí. - -¿Qué le había de decir? - ---Está bueno, hermano--le contesté,--tómelo; pero hágalo atar ahora -mismo, porque de lo contrario no ha de parar en el toldo, se ha de ir -conmigo. - -Ramón llamó, y al punto se presentaron tres cautivos. - -Hablóles en su lengua; quisieron ponerle un dogal al cuello con un lazo -que por allí estaba, mas fué en vano. - -_Brasil_ mostraba sus aguzados y blancos colmillos, gruñía, se -encrespaba, encogiendo nerviosamente la cola y los tímidos cautivos no -se atrevían á violentarlo. - -Me parecía que los desgraciados comprendían mejor que yo la libertad, y -que no era por cobardía sino por un sentimiento de amor confuso y vago -que respetaban al orgulloso mastín. - -Tuve yo mismo que ser el verdugo de mi fiel compañero. - -_Brasil_ me miró cuando me levanté á tomar el lazo, echóse patas arriba -mostrándome el pecho como diciéndome: mátame si quieres. - -Al atarle la soga en el pescuezo me miré en la niña de sus ojos, que -parecían cristalizados. - -Y me vi horrible, y á no ser la palabra empeñada, me habría creído -infame. - -_Brasil_ se dejó atar humildemente á un palo. - -Intentó ladrar y le hice callar con una mirada severa y un ademán de -silencio. - -Al abandonar el toldo de Ramón entré en él á despedirme de su familia. - -El movimiento que reinaba, dijo claramente al instinto del animal -que su libertad había concluido; viéndome salir sin él, prorrumpió en -alaridos que desgarraban el corazón. - -¡Quién sabe cuánto tiempo ladró! - -Probablemente no se cansó de ladrar y Ramón, cansado de sus -lamentaciones, le soltó viéndonos ya lejos. - -_Brasil_ se dijo probablemente también, viéndose suelto: - -_Ils vont, l'éspace est grand_, pero yo les alcanzaré, y se lanzó en -pos de nosotros huyendo de aquella tierra donde los de su especie le -habían hecho perder la buena opinión que tuviera de la humanidad. - -Los dos polvos avanzaban hacia nosotros con celeridad. - -Teníamos la vista clavada en ellos. - -De repente, la nube más cercana se condensó y Camilo Arias gritó: - ---¡Ahí lo bolean! - -Lo confieso, persuadido de que era _Brasil_ que venía hacia nosotros, -las palabras de Camilo me hicieron el mismo efecto que me habría hecho -en un campo de batalla ver caer prisionero á un compañero de peligros y -de glorias. - -Los buenos franciscanos estaban pálidos, mis oficiales y los soldados -tristes. - -El mal no tenía remedio. - ---Vamos--dije, y partí al galope. - ---¿Y qué, lo dejamos?--exclamaron los franciscanos. - ---Vamos, vamos--contesté; y una idea fijó mi mente, mortificándome -largo rato. - -¿Por qué, me preguntaba, pensando en la suerte de _Brasil_, no ha de -tener alma como yo un ser sensible, que siente el hambre, la sed, el -calor y el frío; en dos palabras: el dolor y el placer sensual como yo? - -Y pensando en esto procuraba explicarme la razón filosófica de por qué -se dice: - -Ese hombre es muy perro, y nunca cuando un perro es bravo ó malo: Ese -perro es muy hombre. - -¿No somos nosotros los opresores de todo cuanto respira, inclusive -nuestra propia raza? - -¿La moral será algún día una ciencia exacta? - -¿Adónde iremos á parar si la anatomía comparada, la fisiología, -la frenología, la biología, en fin, llegan á hacer progresos tan -extraordinarios, como la física ó la química los hacen todos los días, -tanto que ya no va habiendo en el mundo material nada recóndito para el -hombre? - -¿Qué le falta descubrir? - -Por medio de la electricidad, de la óptica y del vapor ha penetrado ya -en las entrañas de la tierra y en los abismos del mar hasta insondables -profundidades; ha descubierto en los cielos remotos é invisibles -luminares y su palabra recorre millares de leguas con mágica y pasmosa -rapidez. - -Soñando en esas cosas iba distraído, cuando mi caballo se detuvo en -presencia de un obstáculo, no sintiendo ni el rebenque ni la espuela. - -Estábamos al pie de los médanos de la Verde. - - - - - XXXI - - Otra vez en la Verde.--Últimos ofrecimientos de Mariano - Rosas.--Más ó menos todo el mundo es como Leubucó.--Augurios - de la Naturaleza.--Presentimientos.--Resuelvo separarme de - mis compañeros.--Impresiones.--¡Adiós!--Un fantasma.--Laguna - del Bagual.--Encuentro nocturno.--Un cielo al - revés.--_Agustinillo._--Miseria del hombre. - - -El lector conoce ya la Verde, en cuya hoya profunda y circular mana -fresca, abundante y límpida el agua dulce, y donde todos los que entran -ó salen, por los caminos del Cuero y Bagual, se detienen para abrevar -sus cabalgaduras y guarecerse durante algunas horas bajo el tupido -ramaje de los algarrobos, ó de los chañares y espinillos, que hermosean -el plano inclinado, que en abruptas caídas conduce hasta el borde de -la laguna, cubierto de verdes juncos, de amarillentas espadañas y -filosas totoras de semi-cilíndricas hojas, entre las cuales los sapos -y las ranas celebran escondidos, en eterno y monótono coro, la paz -inalterable de aquellas regiones solitarias y calladas... - -Allí hay sombra, fresca gramilla y perfumado trébol, durante las horas -en que el sol vibra implacable sus rayos sobre la tierra; refugio -durante las noches tempestuosas, en que las aguas se desploman á -torrentes del cielo, leña siempre para encender el alegre fogón. - -Yo coronaba con mi gente las crestas arenosas del médano, al mismo -tiempo que en una dirección que formaba con la mía un ángulo recto, -aparecía un pequeño grupo de jinetes viniendo de Leubucó. - -Debe ser, dije para mis adentros, la contestación del capitán -Rivadavia, y picando mi caballo descendí rápidamente por la cuesta, -recibiendo pocos instantes después una carta suya, pues, en efecto, los -que venían eran mensajeros de aquel fiel y valiente servidor. - -Mariano Rosas había escuchado mi reclamo diplomático, y, á fuer de -hombre versado en los negocios públicos, me ofrecía en cumplimiento -del tratado de paz, perseguir, aprehender y castigar á los que, según -mis noticias, habían andado _maloqueando_ por San Luis, mientras yo -tenía mis conferencias á campo raso con los notables de Baigorrita, de -Mariano y de Ramón. - -Promesas no ayudan á pagar; pero sirven siempre para salir del paso, -y los indios incansables cuando se trata de pedir, no se andan con -escrúpulos cuando se trata de prometer. - -Más ó menos el mundo anda así en todas partes, y los individuos, lo -mismo que las naciones, encuentran todos los días en el arsenal de las -perfidias humanas, pretextos y razones para faltar á la fe pública -empeñada; y las muchedumbres en uno y otro hemisferio, se dejan llevar -constantemente de las narices por los ambiciosos que las engañan y -alucinan para explotarlas y dominarlas. - -Ayer era Napoleón III erigido en campeón de las nacionalidades, -triunfador en Magenta y Solferino, en nombre de la _Federación -Italiana_; hoy es Bismarck en nombre del _Germanismo_ al grito de -la _galofobia_; mañana será otro Pedro el Grande en nombre del -_Panslavismo_, valiéndose de la turbulencia Moscovita, de la ignorancia -de los siervos y del fanatismo religioso. - -En América hemos tenido á Rosas, á Monagas, á López. - -Todos ellos supieron encontrar la palabra misteriosa y magnética para -fascinar al pueblo. - -La libertad y la fraternidad universal siguen mientras tanto siendo -una bella utopía, una santa aspiración del alma, y de _hegemonía_ en -_hegemonía_, dominados hoy por los unos, mañana por los otros, el -hombre individual y el hombre colectivo caminan por rumbos distintos -quién sabe dónde... - -La perfección y la perfectibilidad parecen ser dos grandes quimeras. - -Rodamos á la desventura, y la mentira es la única verdad de que estamos -en posesión. - -Parece que Dios hubiera querido ponerle una gran barrera á la -conciencia humana, para detenerla siempre que se atreve á penetrar en -los tenebrosos limbos del mundo moral. - -El sol se ponía majestuosamente, el horizonte estaba limpio y -despejado; terso el cielo azul; sólo una que otra nube esmaltada con -los colores del arco iris y suspendida á inmensas alturas, se descubría -en la gigantesca bóveda; soplaba una brisa ricamente oxigenada, blanda -y fresca; las espadañas se columpiaban graciosamente sobre su tallo -flexible reflejándose en las claras aguas de la laguna, hasta humedecer -en ellas sus albos penachos, como voluptuosas Náyades de bella y blanca -faz que al borde de la fuente empaparan las puntas de sus sueltos -cabellos, mirándose distraídas y enamoradas de sí mismas, en el espejo -líquido y sereno. - -El cielo y la tierra con sus indicios seguros, auguraban una noche -apacible y un día tan hermoso como el que acababa de transcurrir. - -Convenía, pues, aprovechar los pocos momentos de luz que quedaban. - -No sé qué vago y falso presentimiento oprimía angustiosamente mi pecho. - -¿Era que iba á separarme de mis compañeros, de los que en aquella -extraña peregrinación habían compartido conmigo todas las privaciones, -todas las fatigas, todos los azares de que nos vimos rodeados, y que -unas veces dominé con la paciencia, otras con la audacia y el desprecio -de la vida? - -¿Ó que habiendo pasado el peligro, la imaginación se abismaba en sí -misma absorta en la contemplación de sus propios fantasmas? - -¿No os ha sucedido alguna vez después de uno de esos trances heroicos, -en que se ve de cerca la muerte con ánimo sereno, sentir algo como un -estremecimiento, y tener miedo de lo que ha pasado? - -¿No os ha sucedido alguna vez, luchar brazo á brazo con la muerte, -vencer y experimentar en seguida, después que la crisis ha pasado -completamente, un sacudimiento nervioso, que es como si un eco interior -os dijese: Parece imposible? - -¿No habéis corrido alguna vez á salvar un objeto querido al borde del -precipicio, salvarle instintivamente, y mirándole sano y salvo, algo -como un desvanecimiento de cabeza no os ha hecho comprender que la -existencia es un bien supremo, á pesar de las espinas que nos hincan y -lastiman en las asperezas de la jornada? - -¿No habéis estado alguna vez horas enteras á la cabecera de un doliente -amado, dominado por la idea de la vida, mecido por los halagos de la -esperanza, y al verle convaleciente, lívido el rostro, brillante la -mirada, no os ha hecho el efecto del espectro de la muerte, y sólo -entonces habéis comprendido el terrible arcano que se encierra entre el -ser y el no ser? - -Entonces comprenderéis las impresiones de mi alma, tan distintas en -aquel momento de lo que habían sido antes en ese mismo lugar, cuando -resuelto á todos sin previo aviso y desarmado, me dirigí al corazón de -las tolderías seguido de un puñado de hombres animosos. - -En el fondo del médano había ya como un crepúsculo, mientras que en sus -crestas reverberaban todavía los últimos rayos solares. - -Bandadas interminables de aves acuáticas, que se retiraban á sus nidos -lejanos, cruzaban por sobre nuestras cabezas, batiendo las alas con -estrépito en sus evoluciones caprichosas, y nuestras cabalgaduras -después de haberse refrescado, _chapaleaban_ el agua de la orilla de -la laguna, se revolcaban, mordían acá y allá las más incitantes matas -de pasto y relinchaban mirando en dirección al Norte, con las orejas -tiesas y fijas como la flecha de un cuadrante que marcara el punto de -dirección, cuando llamando á los buenos franciscanos y á mis oficiales -les comuniqué que había resuelto separarme de ellos. - -El sentimiento de la disciplina no mata los grandes afectos, es -mentira; pero hace que el hombre, reprimiéndose, se acostumbre á -disimular todas sus impresiones, hasta las más tiernas y honrosas. - -¡Cuántas veces á causa de eso no pasan por seres sin corazón los que -se hallan sujetos á las terribles leyes de la obediencia pasiva, á -esas leyes que en todas partes mantienen divorciado al soldado con el -ciudadano, que contra el espíritu del siglo permanecen estacionarias, -como monumentos inamovibles de esclavitud, sin que la marea generosa -que agita al mundo civilizado desde la caída del imperio romano, las -haya conmovido, y, que, por eso mismo, hacen al soldado tanto más -grande, cuanto mayor es la servidumbre que le oprime! - -Al recibir aquéllos la orden de formar dos grupos, de los cuales el más -numeroso seguiría por el camino conocido del Cuero, y el más pequeño, -encabezado por mí, tomaría el desconocido de la laguna del Bagual, algo -como un tinte de tristeza vagó por sus fisonomías. - -Nadie replicó, todos corrieron á disponer lo referente á la marcha -nocturna. Pero yo comprendí que más de un corazón sentía vivamente -separarse de mí, no sólo por esa simpatía secreta, que como vínculo une -á los hombres, sea cual sea su posición respectiva, sino por ese amor á -lo desconocido y esa inclinación genial al combate y á la lucha, propia -de las criaturas varoniles, que hace apetecible la vida, cuando ella no -se consume monótonamente en la molicie y los placeres. - -Cumplidas mis órdenes y escritas las instrucciones correspondientes en -una hoja del libro de memorias del mayor Lemlenyi, se formaron los dos -grupos determinados. - -Me despedí de éste, de los franciscanos, de Ozarowski, de todos en fin; -repetí, como lo hubiera hecho un viejo regañón y fastidioso, varias -veces la misma cosa, monté á caballo y eché á andar seguido de los -cuatro compañeros que componían mi grupo. - -El de Lemlenyi me precedía. - -Los caballos que montábamos estaban frescos, de modo que trepamos sin -dificultad á la cresta del médano, por la gran rastrillada del Norte. - -Una vez allí, volvimos á decirnos adiós. - -Lemlenyi y los suyos tomaron el ramal de la derecha, yo tomé el de la -izquierda, que seguía el rumbo del Poniente, y gritando todavía una vez -más:--¡cuidado con galopar!--le hice comprender á mi caballo con una -presión nerviosa de las piernas en los ijares, que debía tomar un aire -de marcha más vivo. - -El entendido animal tomó el trote; mis dos tropillas pasaron adelante y -el tan tan metálico del cencerro, vibrando sonoro en medio del profundo -silencio de la pampa, animaba hasta los mismos jinetes haciéndonos el -efecto de un precursor seguro. - -Relinchos fortísimos iban y venían de un grupo á otro, como si los -animales se dijeran: ¿por qué nos han separado? - -Yo y los míos dimos vuelta varias veces, hasta que la distancia y las -nubes de polvo hicieron invisibles á los que trotaban sin interrupción -al Norte, á fin de poder hacer su primer parada en _Lonco-uaca_, aguada -abundante y permanente, buena para apaciguar la sed del hombre y de los -animales. - -Probablemente, ellos hicieron lo mismo que nosotros; varias veces -mirarían atrás á ver si nos descubrían. - -¡Valientes compañeros! réstame aún decir antes de perderlos de vista -del todo, que hicieron su travesía con felicidad, cumpliendo mis -órdenes estrictamente, con bastante hambre y trotando consecutivamente -dos días y dos noches, hasta llegar al fuerte «Sarmiento». - -Los franciscanos sacudidos por el trote casi se deshicieron; á pesar de -su mansedumbre lo calificaban de infernal, repitiendo más de una vez -durante el trayecto: ¿por qué no galopamos un poquito? - -Mis oficiales contestaban: primero, porque la orden es que la marcha se -haga al trote; segundo, porque si galopamos no llegaremos en dos días. - -El padre Marcos alegaba que su caballo era superior. - -Los oficiales le decían por hacerlo rabiar un poco--cosa á la que -creo no se opone la orden de Nuestro R. P. San Francisco,--también era -superior el moro que maltrató usted la vez pasada. - -Aquella marcha ha dejado recuerdos imperecederos en la memoria de los -que la hicieron; y no hay ninguno de ellos que no esté de acuerdo con -la teoría que he desarrollado en mi carta anterior, á propósito de las -hablillas que tuvieron lugar cuando hice alto á la vista de la Verde. - -Las sombras de la noche iban envolviendo poco á poco el espacio, los -accidentes del terreno desaparecían entre las tinieblas, flotábamos en -un piélago obscuro como el de la primera noche del Génesis--como dicen -en la tierra,--estaba toldado, las estrellas no podían enviarnos su -luz al través de los opacos nubarrones que á manera de inmensa sábana -mortuoria, se habían extendido por el cielo. - -Hacía algunas horas que trotábamos y galopábamos. - -Un punto negro, más negro que la negra noche, aparecía á corta -distancia, en las mismas dereceras de la rastrillada, alzándose como -un fantasma colosal, y un ruido que no se oye sino en la pampa, á la -orilla de las lagunas, cuando la creación duerme, íbase haciendo cada -vez más perceptible. - -Era que íbamos á llegar á la laguna del Bagual. - -El fantasma ese era un médano cubierto de arbustos; el ruido peculiar, -el cuchicheo nocturno de las aves, que murmuran sus inocentes amores, -salvándose del inclemente rocío entre las pajas. - -La laguna del Bagual es por este camino un punto estratégico como lo es -por el otro la Verde: se seca rara vez, siendo fácil hacer brotar el -agua por medio de jagüeles, y no tiene nada de notable, presentando la -forma común de los abrevaderos pampeanos,--la de una honda taza. - -Cuando el desertor ó el bandido, que se refugia entre los indios, -sediento y cansado, zumbándole aún en los oídos el galopar de la -partida que le persigue, llega á la laguna del Bagual, recién suspira -con libertad, recién se apea, recién se tiende tranquilo á dormir el -sueño inquieto del fugitivo. - -Saliendo de las tolderías, sucede lo contrario; allí se detiene -el malón organizado, grande ó chico, el indio gaucho que solo ó -acompañado, sale á _trabajar_ de su cuenta y riesgo, el cautivo que -huye con riesgo de la vida. - -Una vez en los médanos del Bagual, el que entra ya no mira para atrás, -el que sale sólo mira adelante. - -El Bagual es un verdadero Rubicón, no tanto por la distancia que hay de -allí á las tolderías, cuanto por su situación topográfica. - -Es que por el camino del Bagual, entrando ó saliendo, jamás se carece -de agua, de esa agua que es el más formidable enemigo del caminante y -de su valiente caballo, en el desierto de las pampas Argentinas. - -Al Sud, avanzando hacia las tolderías, Ranquilco y el Médano Colorado -ofrecen seguras aguadas y pasto, quedando sobre el mismo camino. - -Era temprano aún, había galopado bien; y no teniendo por qué apurarme, -seguí la marcha á ver si llegaba á _Agustinillo_ antes de salir la luna. - -Galopábamos cruzando las sendas tortuosas de un monte espeso, cuando -distinguimos cinco bultos á derecha é izquierda del camino. - ---¿Qué es eso?--le pregunté á Camilo. - ---Son caballos--me contestó. - ---Pues arreemos con ellos--agregué. - -Y esto diciendo formamos un ala y arrebatamos del campo los cinco -animales, incorporándolos á las tropillas. - -¿Á quién pertenecían?... - -Aquella noche comprendí la tendencia irresistible de nuestros gauchos á -apropiarse lo que encuentran en su camino, murmurando interiormente el -aforismo de Proudhon: «la propiedad es un robo». - -Mora dijo: - ---Han de ser de los indios. - -Yo contesté: - ---El que roba á un ladrón tiene cien días de perdón. - -Contentos con el hallazgo nos reíamos á carcajadas, resonando nuestros -ecos por la espesura... - -De repente oyéronse unos silbidos, que llamando mi atención, me -hicieron recogerle las riendas al caballo y cambiar el aire de la -marcha. - -Los silbidos seguían saliendo de diferentes direcciones. - ---Han de ser indios--me dijo Mora. - ---¿Qué indios?--le pregunté. - ---Los de la _Jarilla_. - ---¿Y por qué silban? - ---Nos han de haber sentido y no saben lo que es. - -Mora me inspiraba confianza, hice alto; pero temiendo una celada, me -dispuse á la lucha, haciendo que mis cuatro compañeros echaran pie á -tierra. - -Si son más que nosotros, me dije, pie á tierra somos más fuertes, y si -no vienen con mala intención, se acercarán á reconocernos. - -Efectivamente, apenas nos desmontamos, aparecieron siete indios armados -de lanzas. - -La luna asomaba en aquel mismo momento como un filete de plata -luminoso, por entre un montón de nubes. - ---Háblales en la lengua--le dije á Mora. - -Mora obedeció dirigiéndoles algunas palabras. - -Los indios avanzaron cautelosamente soslayando los caballos. - -Camilo Arias con ese instinto admirable que tenía dijo: - ---Están con miedo. - ---Háblales otra vez--le dije á Mora. - -Obedeció éste, habló nuevamente, y los indios se acercaron al tronco -con las lanzas enristradas, haciendo alto á unos veinte metros. - ---¿Con permiso de quién pasando?--dijeron. - ---¿Con permiso de quién andando por acá?--les contesté. - ---¿Ése quién siendo?--repusieron. - ---Coronel Mansilla, _peñi_--agregué. - -Y esto oyendo los indios recogieron sus lanzas y se acercaron á -nosotros confiadamente. - -Nos saludamos, nos dimos las manos, conversamos un rato, les devolvimos -los cinco caballos que les acabábamos de _robar_, pues eran de ellos, -les dimos algunos tragos de anís, toda la hierba, azúcar y cigarros -que pudimos; mi ayudante Demetrio Rodríguez les dió su poncho viendo -que uno de ellos estaba casi desnudo y por último nos dijimos adiós, -separándonos como los mejores amigos del mundo. - ---¿Qué indios son éstos?--le pregunté á Mora. - ---Son indios de la Jarilla--me contestó. - ---¿Y ése que no hablaba, que estaba bien vestido y se tapaba la cara, -quién sería? - ---Ése es Ancañao. - -Ancañao era un indio gaucho que estando yo en Buenos Aires, había hecho -una correría muy atrevida por mi frontera, llegando hasta la laguna -del Tala de los Puntanos, donde tomó é hirió malamente á un cabo del -Regimiento 7.º de caballería, que llevaba comunicaciones para el Río -4.º. - -En esas pláticas íbamos, cuando la luna, rompiendo al fin los celajes -que se oponían á que brillara con todo su esplendor, derramó su luz -sobre la blanca sábana de un vasto salitral, de cuya superficie -refulgente y plateada, se alzaron innumerables luces, como si la tierra -estuviera sembrada de brillantes y zafiros. - -Era un espectáculo hermosísimo; la luna, las estrellas y hasta las -mismas opacas nubes, se retrataban en aquel espejo inmóvil, haciendo el -efecto de un cielo al revés. - -Las huellas de la última invasión que por allí había pasado, estaban -aún impresas en el suelo cristalino. - -Hice alto un momento, probé la sal y era excelente. - -Los indios que viven más cerca de allí, la recogen en grandes -cantidades y hacen uso de ella para cocinar, sin someterla á ninguna -preparación previa. - -Seguimos la marcha; un rato después estábamos en Agustinillo, acampados -al borde de una linda laguna y al abrigo de grandes chañares. - -Hice tender mi cama, porque hacía fresco, lo más cerca posible del -fogón, y mientras preparaban un asado, estando mis miembros fatigados y -hallándonos completamente fuera de peligro, traté de echar un sueño. - -¡Imposible dormir! - -Mi mente, predispuesta á la meditación, no se dejaba subyugar por la -materia. - -Pensaba en las escenas extraordinarias que algunos días antes eran un -ideal, gozaba en la contemplación de ellas, y me decía en ese lenguaje -mudo y grave con que nos habla la voz del espíritu en sus horas de -reconcentración: la miseria del hombre consiste en ver frustradas sus -miras y en vivir de conjeturas; porque la realidad es el supremo bien y -la belleza suprema. - -En efecto, entre el ideal soñado y el ideal realizado, hay un mundo -de goces, que sólo pueden apreciar como es debido, los que habiendo -anhelado fuertemente, han conseguido después de grandes padecimientos y -dolores lo que se proponían. - -¿La virtud y la felicidad son acaso otra cosa que la ciencia de lo real? - -Platón lo ha dicho hablando de lo BELLO: - -«El alma que no ha percibido nunca la verdad, no puede revestir la -forma humana.» - -¡Pues, como el sabio, felicitémonos de que la verdad sea tan saludable, -y de abrigar la esperanza de descubrir algún día la substancia -_efectiva_ de todo, para que todo no sea símbolo y sueño! - - - - - EPÍLOGO - - «¿No nos ordenan la religión y la humanidad aliviar á los pacientes? - ¿No son hermanos todos los hombres? ¿No deben compartirse los bienes y - los males que deben á su autor común? ¿Es lícito mostrarse inexorable - y sin piedad con alguno de sus semejantes?» - - COMTE. - - «El destino de la naturaleza organizada es la perfectibilidad y - ¿quién puede asignarle límites? Al hombre le toca dominar el caos, - desparramar en todas partes, durante la vida, las simientes de la - ciencia y de la poesía, á fin de que los climas, los cereales, los - animales y los _hombres_ se suavicen, y para que los gérmenes del - amor y del bien se multipliquen.» - - EMERSON. - - -El sol no comenzaba aún á disipar el cristalino rocío que una noche -serena había depositado sobre la agreste alfombra de la Pampa, y ya -galopábamos aprovechando la fresca de una lindísima mañana de abril. - -Era necesario hacerlo así para no pasar otra noche en el camino. - -Yo no tenía que contemplar tanto las cabalgaduras, como los que habían -seguido por el camino del Cuero. - -El itinerario del Bagual está sembrado de hermosas lagunas de agua -dulce y permanente; en sus bañados vastísimos hay siempre excelente -pasto y en las profundas sinuosidades de un terreno quebrado y -montuoso, sombra y leña. - -Dichas lagunas, saliendo de Agustinillo hasta llegar frente á la Villa -de Mercedes, sobre el Río 5.º, son: Overamanca, el Chañar, Loncomatro, -la Seña; aquí se abren dos caminos, uno para el 3 de Febrero y otro -para las Totoritas, las Acollaradas, el Corralito, el Machomuerto, -Santiago Pozo, la Hallada, el Tala, el Bajohondo, el Guanaco, Sallape, -Pozo de los avestruces y Pozo escondido. - -Todas ellas presentan más ó menos la misma fisonomía. - -Aquellos campos desiertos, é inhabitados, tienen un porvenir grandioso, -y con la solemne majestad de su silencio, piden brazos y trabajo. - -¿Cuándo brillará para ellos esa aurora color de rosa? - -¡Cuándo!... - -¡Ay! cuando los Ranqueles hayan sido exterminados ó reducidos, -cristianizados y civilizados. - -¿Y cuántos son los Ranqueles, de cuya vida, usos y costumbres he -procurado dar una ligera idea en el transcurso de las páginas -antecedentes? - -De ocho á diez mil almas, inclusive unos seiscientos ú ochocientos -cautivos cristianos de ambos sexos, niños, adultos, jóvenes y viejos. - -¿En qué me fundo para decirlo? - -En ciertas observaciones oculares, en datos que he recogido y en un -cálculo estadístico muy sencillo. - -Las tres tribus de Mariano Rosas, de Baigorrita y de Ramón, que -constituyen la gran familia ranquelina, cuentan los tres caciques -principales susodichos, dos caciques menores, Epumer y Yanquetruz y -sesenta capitanejos, cuyos nombres son: - -Caniupán, Melideo, Relmo, Manghin, Chuwailau, Caiunao, Ignal, -Tripailao, Millalaf, Quintuano, Nillacaóe, Peñaloza, Ancañao, Millanao, -Pancho, Carrinamón, Cristo, Naupai, Antengher, Nagüel, Lefín, Quentreú, -Jacinto, Tuquinao, Tropa, Wachulco, Tapaio, Caiomuta, Quinchao, -Epuequé, Yanque, Anteleu, Licán, Millaqueo, Painé, Mariqueo, Caiupán, -José, Manqué, Manuel, Achauentrú, Güeral, Islaí, Mulatu, Lebín, Guiñal, -Chañilao, Estanislao, Wiliner, Palfuleo, Cainecal, Coronel, Cuiqueo, -Frangol, Yancaqueo, Yancaó, Gabriel, Buta y Paulo. - -Cada uno de estos capitanejos acaudilla diez, quince, veinte, -veinticinco hasta treinta _indios de pelea_. - -Por indio de pelea se entiende, el varón sano y robusto, de dieciséis -hasta cincuenta años. - -Tomando por término medio que cada caudillo, cacique, ó capitanejo -pueda poner en armas veinte indios, resultarían _mil trescientos_. - -Efectivamente, esta cifra está en concordancia con lo que parece fuera -de duda, á saber: que Mariano Rosas y Ramón tienen cerca de seiscientos -indios de pelea y Baigorrita un poco más. - -Esas ocho ó diez mil almas ocupan una zona de tierra próximamente de -dos mil leguas cuadradas, entre los 63º y 66º de latitud Sud; y los 35º -y 37º de longitud Este, cuyos límites naturales pueden determinarse así: - -Al Norte, la laguna del Cuero; al Sud, la punta del Río Salado; al -Oeste, este mismo río, y al Este, la Pampa. - -En ese vasto perímetro se hallan diseminados unos cuatrocientos ó -seiscientos toldos. - -Cada toldo constituye una familia, que no baja nunca de diez personas, -y no hay toldo en el que no se encuentre un cautivo ó cautiva grande ó -chico. - -Según este dato resultaría una población de cuatro á seis mil almas. - -Pero nótese que el cálculo se basa en el mínimum de personas que forma -la familia. - -De consiguiente, suponiéndose que el punto de partida de cuatrocientos -ó seiscientos toldos fuese exagerado, siempre resultaría una población -más ó menos de cuatro á seis mil almas, desde que la cifra de diez -personas por familia, es reducida. - -Todos los toldos que yo he visto tenían de veinte personas arriba. - -Ahora, siendo un principio estadístico, que cada diez mil almas -suministran sin esfuerzo, mil útiles para el servicio de las armas, -resulta que la cifra de mil trescientos indios de pelea es una -hipótesis racional para determinar la población de los Ranqueles. - -Sea de esto lo que fuere, la triste realidad es que los indios están -ahí amenazando constantemente la propiedad, el hogar y la vida de los -cristianos. - -¿Y qué han hecho éstos, qué han hecho los Gobiernos, qué ha hecho -la civilización en bien de una raza desheredada, que roba, mata y -destruye, forzada á ello por la dura ley de la necesidad? - -¿Qué ha hecho?... - - * * * * * - -Oigamos discurrir á los bárbaros. - -Conversando un día con Mariano Rosas, yo hablé así: - ---Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora lo que han podido, y -harán en adelante cuanto puedan, por los indios. - -Su contestación fué con visible expresión de ironía. - ---Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana -pueden matarnos á todos, nos matarán. Nos han enseñado á usar ponchos -finos, á tomar mate, á fumar, á comer azúcar, á beber vino, á usar -bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni á trabajar, ni nos han hecho -conocer á su Dios. Y entonces, hermano, ¿qué servicios les debemos? - -Yo habría deseado que Sócrates hubiese estado dentro de mí en aquel -momento á ver qué contestaba con toda su sabiduría. - -Por mi parte, hice acto de conciencia y callé... - -Hasta entonces había cumplido con mi deber, en mi humilde esfera, según -lo entendía. - -Pero mi conducta personal ni podía ni debía ser un argumento contra las -humillantes objeciones del bárbaro. - -No me cansaré de repetirlo. - -No hay peor mal que la civilización sin clemencia. - -Es el gran reproche que un historiador famoso le ha dirigido á su -propio país, censurando su política en la India como conquistador... - - * * * * * - -Los Ranqueles derivan de los Araucanos, con los que mantienen -relaciones de parentesco y de amistad. - -Tienen la frente algo estrecha, los juanetes salientes, la nariz -corta y achatada, la boca grande, los labios gruesos, los ojos -sensiblemente deprimidos en el ángulo externo, los cabellos abundantes -y cerdosos, la barba y el bigote ralos, los órganos del oído y de la -vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza, á veces -blancoamarillenta, la talla mediana, las espaldas anchas, los miembros -fornidos. - -Pero estos caracteres físicos van desapareciendo á medida que se cruzan -con nuestra raza, ganando en estatura, en elegancia de formas, en -blancura y hasta en sagacidad y actividad. - -En una palabra, los Ranqueles son una raza sólida, sana, bien -constituida, sin esa persistencia _semítica_ que aleja á otras razas de -toda tendencia á cruzarse y mezclarse, como lo prueba su predilección -por nuestras mujeres, en las que hallan más belleza que en las indias, -observación que podría inducir á sostener, que el sentimiento estético -es universal. - -Conversando con un indio, cambiamos estas palabras: - ---¿Qué te gusta más, una china ó una cristiana? - ---Una cristiana, pues. - ---¿Y por qué? - ---Ese cristiana, más blanco, más alto, más pelo fino, ese cristiana más -lindo... - - * * * * * - -La conquista pacífica de los Ranqueles, cuya fisonomía física y moral -conocemos ya, para absorberlos y refundirlos, por decirlo así, en el -molde criollo, ¿sería un bien ó un mal? - -En el día parece ser un punto fuera de disputa, que la fusión de las -razas mejora las condiciones de la humanidad. - -Cuando nuestros primeros padres los españoles llegaron á América, ¿qué -mujeres traían? - -¿El Gobierno de la Metrópoli hizo con sus colonias lo que los Gobiernos -de Francia é Inglaterra hicieron con las suyas? - -¿Mandó á ellas cargamento de prostitutas? - -¿No tuvieron los conquistadores que casarse con mujeres indígenas, -entroncando recién entre sí, pasada la primera generación? - -Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos sangre de indio -en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los -bárbaros? - -Los hechos que se han observado sobre la constitución física y las -facultades intelectuales y morales de ciertas razas, son demasiado -aislados para sacar de ellos las consecuencias generales, cuando se -trata de condenar poblaciones enteras á la MUERTE ó la BARBARIE. - -¿Quién puede decir cuál es el punto donde se ha de detener una raza por -efecto de su propia naturaleza? - -¿Cuál es el orden de verdades al alcance de ciertas razas, vedadas para -otras? - -¿Cuál es la clase de operaciones practicables para los órganos de tal -pueblo, que no conseguirá jamás practicar otro? - -¿Cuáles son las virtudes propias de tal ó cual organización? - -¿La frenología ha pronunciado acaso su última palabra? - -¿Entre las razas reputadas más perfectibles, no se hallan naciones tan -bárbaras, tan esclavas y viciosas como en las demás? - -Nos horrorizamos de que entre los Ranqueles se vendan las mujeres, y -de que nos traigan terribles malones para cautivar y apropiarse las -nuestras. - -¿Y entre los hebreos, en tiempo de los Patriarcas, el esposo no le -pagaba al padre el _mohar_ o precio de la hija? - -¿Y entre los árabes la viuda no constituía parte de la herencia ó de -los bienes que dejaba el difunto? - -¿Y en Roma, no existía el _coemptio_, es decir, la _compra_ y el -_usus_, ó sea la posesión de la mujer? - -¿Y en Germania, como lo muestra la ley Sajona, no existían el -_mundium_, y costumbres análogas? - -¿Y los visigodos, no tenían las _arras_, especie de precio nupcial, que -reemplazaba la compra pura y simple, recordando la vieja usanza? - -¿Y los francos, no pagaban el valor de las esposas á los padres que -éstos dividían con aquéllas? - -Si hay algo imposible de determinar, es el grado de civilización á que -llegará cada raza; y si hay alguna teoría calculada para justificar el -despotismo, es la teoría de la fatalidad histórica. - -Las grandes calamidades que afligen á la humanidad, nacen de los -odios de razas, de las preocupaciones inveteradas, de la falta de -benevolencia y de amor. - -Por eso el medio más eficaz de extinguir la antipatía que suele -observarse entre ciertas razas en los países donde los privilegios han -creado dos clases sociales, una de opresores y otra de oprimidos, ES LA -JUSTICIA. - -Pero esta palabra seguirá siendo un nombre vano, mientras al lado de la -declaración de que todos los hombres son iguales, se produzca el hecho -irritante de que los mismos servicios y las mismas virtudes no merecen -las mismas recompensas, que los mismos vicios y los mismos delitos no -son igualmente castigados. - - * * * * * - -Por más que galopé tuve que dormir otra noche en el camino. - -Al día siguiente temprano llegaba á orillas del Río 5.º. - -Había andado doscientas cincuenta leguas, había visto un mundo -desconocido y había soñado... - -Las galas de abril embellecían el verde panorama de la Villa de -Mercedes, donde los esbeltos álamos y los melancólicos sauces llorones -crecen frondosos á millares. - -El día estaba en calma, mi alma alegre. - -Reímos sin inquietud cuando debiéramos estar taciturnos ó gemir. - -¡Somos unos insensatos! - -Y cuando tenemos un momento lúcido es para exclamar amargamente, ¡ay!... - -Yo amo sin embargo el dolor, y hasta el remordimiento, porque me -devuelve la conciencia de mí mismo. - - - FIN - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles - Tomo 2, by Lucio Mansilla - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - -***** This file should be named 63767-0.txt or 63767-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/3/7/6/63767/ - -Produced by Andrés V. Galia, Sanly Bowitts, Santiago and -the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. 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Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Galia, Sanly Bowitts, Santiago and -the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - - -<div class="figcenter illowp52" id="cover" style="max-width: 52.4375em;"> - <img class="w100" src="images/cover.jpg" alt="" /> -</div> - -<div class="chapter"> -<div class="tnote"> -<p class="center p2 big1">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p> - -<p>Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó", -"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido -respetado.</p> - -<p>El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de seguir las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese -entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios -Académicos de la Real Academia Española.</p> - -<p>Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que -el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que -un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión -pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado. -En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las -mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.</p> - -<p>Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.</p> - -<p>El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, -ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.</p> -</div> -</div> - - -<hr class="tb" /> - - -<div class="chapter"> -<p class="p2 center big1">BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»</p> -<p class="p4 center big3">LUCIO V. MANSILLA</p> - -<h1>UNA EXCURSIÓN<br /> -<small>Á LOS</small><br /> -<big>INDIOS RANQUELES</big></h1> - -<p class="p2 center big1">OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL<br /> -GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875)</p> - -<hr class="r5" /> -<p class="center big2">TOMO II</p> -<hr class="r5" /> - -<div class="figcenter illowp75" id="portadailo" style="max-width: 3.75em;"> - <img class="w100" src="images/portada_ilo.jpg" alt="" /> -</div> - -<p class="p2 center">BUENOS AIRES<br /> -1909</p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_5"></a>[Pg 5]</span></p> -<hr class="fullb" /> -<p class="center p2">Imp. y estereotipia de L<small>A</small> N<small>ACIÓN</small>.—Buenos Aires</p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p class="p4 center big2">ÍNDICE</p> -</div> - -<div class="autotable-container"> -<div class="autotable"> -<table class="autotable" border="0" summary=""><tr> -<th class="tdr">Cap.</th> -<td class="tdl"></td> -<th class="tdl">Pág.</th> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">I.</td> -<td class="tdl">Visita del cacique Ramón.—Un almuerzo y una<br /> -conferencia en el toldo de Mariano Rosas.—Mi<br /> -futura ahijada.—Ideas de Mariano Rosas sobre<br /> -el gobierno de los indios comparado con el de<br /> -los cristianos.—Reflexiones al caso.—Explico<br /> -lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.—El<br /> -pueblo comprenderá siempre mejor<br /> -lo que es la vara de la ley, que la ley</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_5">5</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">II.</td> -<td class="tdl">Camargo y José de visita en los momentos de<br /> -recogerme.—Me llevaban una música.—<i lang="la" xml:lang="la">Horresco<br /> -referens.</i>—Fisonomía de Camargo.—Zalamerías<br /> -de José.—Por qué lo respetan los indios á<br /> -Camargo.—Vida de Camargo contada por él<br /> -mismo.—Por qué produce esta tierra tipos como<br /> -el de Camargo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_13">13</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">III.</td> -<td class="tdl">Noche de hielo.—Dónde es realmente triste la<br /> -vida.—Preparativos para la misa.—Resuena<br /> -por primera vez en el desierto el <i lang="la" xml:lang="la">Confiteor Deo<br /> -Omnipotenti</i>.—Recuerdo de mi madre.—Trabajos<br /> -de Mariano Rosas, preparando los ánimos<br /> -para la junta.—Como y duermo.—Conferencia<br /> -diplomática.—El archivo de Mariano Rosas.—En<br /> -Leubucó reciben la «Tribuna».—Imperturbabilidad<br /> -de Mariano Rosas.—Mi comadre Carmen<br /> -en el fogón</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_21">21</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IV.</td> -<td class="tdl">Creencias de los indios.—Son uniteístas y<br /> -antropomorfistas.—<em>Gualicho.</em>—Respeto por los<br /> -muertos.—Plata enterrada.—¿Será cierto que<br /> -la civilización corrompe?—Crueldad de Bargas,<br /> -bandido cordobés.—Triste condición de los cautivos<br /> -entre los indios.—Heroicidad de algunas<br /> -mujeres.—Unas con otras.—Modos de vender.—Eufonía<br /> -de la lengua araucana.—¿La carne de<br /> -yegua puede ser un antídoto para la tisis?</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_31">31</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">V.</td> -<td class="tdl">Preparativos para la marcha á las tierras de<br /> -Baigorrita.—Camargo debía acompañarme.—Motivos<br /> -de mi excursión á Quenque.—Coliqueo.—Recuerdo<br /> -odioso de él.—Unos y otros se han<br /> -valido de los indios en las guerras civiles.—En<br /> -lo que consistía mi diplomacia.—En viaje rumbo<br /> -al Sud.—Confidencia de un espía.—El espionaje<br /> -en Leubucó.—Poitaua.—El algarrobo.—Pasión<br /> -de los indios por el tabaco.—Cómo hacen<br /> -sus pipas.—Pitralauquen.—Baño y comida.—Mi<br /> -lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_43">43</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VI.</td> -<td class="tdl">Una noche eterna.—Aspecto del campo al amanecer<br /> -después de la helada.—En marcha.—Encuentro<br /> -con indios.—Me habían descubierto de<br /> -muy lejos.—Medios que emplean los indios para<br /> -conocer á la distancia si un objeto se mueve<br /> -ó no.—La carda.—Un monte.—Gente de Baigorrita sale<br /> -á encontrarnos.—Baigorrita.—Su toldo.—Conferencia<br /> -y regalos.—Las <em>botas</em> de mis<br /> -manos.—Carneada.—Una cara patibularia</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_53">53</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VII.</td> -<td class="tdl">Qué es la vida.—Reflexiones.—Los perros de los<br /> -indios.—Recuerdos que deben tener de mi<br /> -magnificencia.—Un intérprete.—Cambio de<br /> -<em>razones</em>.—<i lang="fr" xml:lang="fr">Sans façon.</i>—<em>Yapaí</em> y<br /> -<em>yapaí</em>.—Detalles.—En Santiago y Córdoba los pobres<br /> -hacen lo mismo que los indios.—Fingimiento.—Otra<br /> -vez la cara patibularia.—Averiguaciones.—Una navaja<br /> -de barba mal empleada</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_63">63</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VIII.</td> -<td class="tdl">Dos desconocidos.—El cuarterón.—El mayor<br /> -Colchao y su hijo.—Una cautiva explica<br /> -quién era Colchao y refiere su historia.—Provocaciones<br /> -de Caiomuta.—<em>Gualicho</em> redondo.—Contradicciones<br /> -del cuarterón.—Juan de Dios<br /> -San Martín.—Dudas sobre la fidelidad conyugal.—Picando<br /> -tabaco.—Retrato de Baigorrita.—Un<br /> -espía de Calfucurá</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_73">73</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IX.</td> -<td class="tdl">Cansancio.—Puesta del sol.—Un fogón de dos<br /> -filas.—Mis caballos no estaban seguros.—Aviso<br /> -de Baigorrita.—Los indios viven robándose<br /> -unos á otros.—La justicia.—Los pobres son como<br /> -los caballos <em>patrios</em>.—Cena y sueño.—Intentan<br /> -robarme mis caballos.—Cantan los gallos.—Visión.—El<br /> -mate.—Un cañonazo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_87">87</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">X.</td> -<td class="tdl">Baigorrita se levanta al amanecer y se<br /> -baña.—Saludos.—En el toldo de mi futuro compadre.—El<br /> -primer bautismo en Quenque.—Deberes<br /> -recíprocos del padrino y del ahijado.—Nociones<br /> -de los indios sobre Dios.—Promesas de mi<br /> -compadre sobre mi ahijado.—Me hablan de una<br /> -cosa y contesto otra.—Lucio Victorio Mansilla<br /> -sería algún día un gran cacique.—Pensamientos<br /> -locos.—Visita al toldo de Caniupán.—Usos<br /> -y costumbres ranquelinas.—Un fumador sempiterno</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_97">97</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XI.</td> -<td class="tdl">El cuarterón cuenta su historia.—Recuerdo de Julián<br /> -Murga.—Los niños de hoy.—Diálogo con el<br /> -cuarterón.—Insultos.—Nuestros juicios son<br /> -siempre imperfectos.—Un recuerdo de la<br /> -<cite>Imitación de Cristo</cite>.—Dudas<br /> -filosóficas.—Última mirada al<br /> -fogón.—El cuarterón me da lástima.—Alarma.—Caiomuta<br /> -ebrio, quiere matarme.—Un reptil humano</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_107">107</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XII.</td> -<td class="tdl">Medio dormido.—Un palote humano.—Un<br /> -baño de aguardiente.—Los perros son más leales<br /> -que los hombres.—Preparativos.—El comercio<br /> -entre los indios.—Dar y pedir con <em>vuelta</em>.—Peligros<br /> -á que me expuso mi pera.—En<br /> -marcha para Añacué.—Una águila mirando al<br /> -Norte, buena señal</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_117">117</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIII.</td> -<td class="tdl">Mi compadre Baigorrita me pide caballos<br /> -prestados.—El que entre lobos anda á aullar<br /> -aprende.—Aves de la Pampa.—En un monte.—Perdido.—Las<br /> -tinieblas.—Fantasmas de la<br /> -imaginación.—¿Somos felices?—Disertación<br /> -sobre el derecho.—El miedo.—Hallo camino.—Me<br /> -incorporo á mis compañeros.—Clarines y<br /> -cornetas</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_127">127</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIV.</td> -<td class="tdl">Mariano Rosas y su gente.—¡Qué valiente<br /> -animal es el caballo!—Un parlamento de noche.—Respeto<br /> -por los ancianos.—Reflexiones.—La<br /> -humanidad es buena.—Si así no fuese estaría<br /> -perturbado el equilibrio social.—El arrepentimiento<br /> -es infalible.—Lo dejo á mi compadre Baigorrita<br /> -y me retiro.—Un recién llegado.—Chañilao.—Su<br /> -retrato</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_135">135</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XV.</td> -<td class="tdl">Quién es Chañilao.—Su historia.—El carácter<br /> -es un defecto para las medianías.—Diferencia<br /> -entre el gaucho y el paisano.—El primero<br /> -no es nada, el segundo es siempre federal.—¿Tenemos<br /> -pueblo propiamente hablando?—Sentimientos<br /> -de un maestro de posta cordobés<br /> -cuando estalló la guerra con el Paraguay.—Chañilao<br /> -y yo.—Frescas.—Intrigas.—Una china</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_145">145</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVI.</td> -<td class="tdl">Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado<br /> -á los de Leubucó.—Censura pública.—Nubes<br /> -diplomáticas.—Camargo conocía bien á<br /> -los indios.—Confío en él.—Camilo y Chañilao<br /> -no se entienden.—En marcha para la junta<br /> -grande.—Quieren que salude á quien no debo.—Me<br /> -niego á ello.—Ceden saludos.—Empieza la<br /> -conversación.—Discurso inaugural.—Entusiasmo<br /> -que produce Mariano Rosas.—El debate.—Un<br /> -tonto no será nunca un héroe</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_155">155</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVII.</td> -<td class="tdl">Repito la lectura de los artículos del tratado<br /> -de paz.—Los indios piden más qué comer.—Mi<br /> -elocuencia.—Mímica.—Dificultades.—El<br /> -recuerdo de un sermón de Viernes Santo me<br /> -salva.—El representante de la <i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté</i> en Bruselas<br /> -y yo.—Cargos mutuos.—Argumentos etnográficos.—Recursos<br /> -oratorios.—En el banco<br /> -de los acusados.—Interpelaciones <em>ad hominem</em>.—El<br /> -traidor calla.—Redoblo mi energía é impongo<br /> -con ella.—Se establece la calma.—Apéndice.—Once<br /> -mortales horas en el suelo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_165">165</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVIII.</td> -<td class="tdl">Revelación.—Más había sido el ruido que<br /> -las nueces.—Nuevas presentaciones.—El último<br /> -abrazo y el último adiós de mi compadre Baigorrita.—Otra<br /> -vez adiós.—Mariano Rosas después<br /> -de la junta.—¡Qué dulce es la vida lejos<br /> -del ruido y de los artificios de la civilización!—Los<br /> -enanos nos dan la medida de los gigantes y<br /> -los bárbaros la medida de la civilización.—Una<br /> -mujer azotada.—No era posible dormir tranquilo<br /> -en Leubucó</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_183">183</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIX.</td> -<td class="tdl">La paz estaba definitivamente hecha.—El<br /> -doctor Macías.—Gotas maravillosas.—Padre é<br /> -hijo indios.—Lo pido á Macías.—Visita á Epumer</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_193">193</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XX.</td> -<td class="tdl">Fama de Epumer.—Me esperaban en su<br /> -toldo.—Recepción.—Indias y cristianas.—Pasteles<br /> -y carbonada entre los indios.—Amabilidades.—Celo<br /> -apostólico del padre Marcos.—Puchero<br /> -de yegua.—Insisto en sacar á Macías.—Negativas.—Un<br /> -indio teólogo.—Un espectro vivo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_203">203</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXI.</td> -<td class="tdl">Intrigas contra Macías.—Envidia de los<br /> -cristianos.—Preparativos para el bautismo.—Animación<br /> -de Leubucó.—Aspavientos de las<br /> -madres.—Sentimiento que las dominaba.—El<br /> -mal de este mundo es materia de religión.—Mi<br /> -ahijada, la hija de Mariano Rosas.—De gala, con<br /> -botas de potro de cuero de gato, y vestido de<br /> -brocado.—Invencible curiosidad.—No puedo explicar<br /> -lo que sentí.—Una cristalización en el<br /> -cerebro.—Regalos recíprocos.—Pobre humanidad</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_213">213</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXII.</td> - -<td class="tdl"> Se acerca la hora de partida.—Desaliento<br /> -de Macías.—El negro del acordeón y un envoltorio.—Era<br /> -un queso.—Calixto Oyarzábal anuncia<br /> -que hay baile.—Baile de los indios y de las<br /> -chinas.—En un detalle encuentro á los indios<br /> -menos civilizados que nosotros</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_223">223</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIII. </td> - -<td class="tdl">Solo en el fogón.—¿Qué habría pensado yo<br /> -si hubiera tenido menos de treinta años?—Con<br /> -las mujeres es mejor no estar uno solo.—El crimen<br /> -es hijo de las tinieblas.—El silencio es un<br /> -síntoma alarmante en la mujer.—Visitas inesperadas.—Yo<br /> -no sueño sino disparates.—Los filósofos<br /> -antiguos han escrito muchas necedades</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_231">231</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIV.</td> -<td class="tdl">La loca de Séneca.—El sueño Cesáreo se<br /> -me había convertido en substancia.—Salida<br /> -inesperada de Mariano Rosas.—Un bárbaro pretende<br /> -que un hombre civilizado sea su instrumento.—Confianza<br /> -en Dios.—El hijo del comandante<br /> -Araya.—Dios es grande.—Una seña misteriosa</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_239">239</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXV.</td> -<td class="tdl">Astucia y resolución de Camilo Arias.—Última<br /> -tentativa para sacar á Macías.—Un indio entre<br /> -dos cristianos.—<em>Confitemini Domino.</em>—Frialdad<br /> -á la salida.—La palabra amigo en Leubucó<br /> -y en otras partes.—El camino de Carrilobo.—<em>Horrible,<br /> -most horrible!</em>—Todavía el negro<br /> -del acordeón.—Felicidad pasajera de Macías</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_247">247</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVI.</td> -<td class="tdl">Á orillas de un monte.—Un barómetro humano.—En<br /> -marcha con antorchas.—Ecos extraños.—Conjeturas.—Un<br /> -chañar convertido en<br /> -lámpara.—Aparición de Macías.—Inspiración<br /> -del gaucho.—Alrededores del toldo de Villarreal.—Una<br /> -cena.—Cumplo mi palabra</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_257">257</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVII.</td> -<td class="tdl">Con quién vivía mi comadre Carmen.—Una<br /> -despedida igual á todas.—Yo habría hecho igual á<br /> -todas las mujeres.—Grupo asqueroso.—¡Adiós!—Una<br /> -faja pampa.—Arrepentimiento.—Trepando<br /> -un médano.—Desparramo.—Perdidos.—El<br /> -Brasil puede alguna vez salvar á los<br /> -Argentinos.—Llegamos al toldo de Ramón</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_267">267</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVIII.</td> -<td class="tdl">El sueño no tiene amo.—El toldo de Ramón<br /> -nada dejaba que desear.—Una fragua primitiva.—Diálogo<br /> -entre la civilización y la barbarie.—Tengo<br /> -que humillarme.—Se presenta<br /> -Ramón.—Doña Fermina Zárate.—Una lección<br /> -de filosofía práctica.—Petrona Jofré y los cordones<br /> -de Nuestro Padre San Francisco.—Veinte<br /> -yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes<br /> -por una mujer.—Rasgo generoso de Crisóstomo.—El<br /> -hombre ni es un ángel ni una bestia</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_277">277</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIX.</td> -<td class="tdl">La familia del cacique Ramón.—Spañol.—Una<br /> -invasión.—Despacho al capitán Rivadavia.—Cuestión<br /> -de amor propio.—Buen sentido de<br /> -un indio.—En Carrilobo soplaba mejor viento<br /> -que en Leubucó.—Suenan los cencerros.—Atíncar<br />(véase bórax).—El hombre civilizado nunca<br /> -acaba de aprender.—Me despido.—Cómo doman<br /> -los bárbaros.—¡Últimos hurrahs!</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_287">287</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXX.</td> -<td class="tdl">Á la vista de la Verde.—Murmuraciones.—Defecto<br /> -de lectores y de caminantes.—Dos cuentos<br /> -al caso.—Reglas para viajar en la Pampa.—La<br /> -monotonía es capaz de hacer dormir al mejor<br /> -amigo.—Dos polvos.—Suerte de Brasil.—Reproche<br /> -de los franciscanos.—¿Tendrán alma los perros?—Un<br /> -obstáculo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_297">297</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXI.</td> -<td class="tdl">Otra vez en la Verde.—Últimos ofrecimientos<br /> -de Mariano Rosas.—Más ó menos todo el mundo es como<br /> -Leubucó.—Augurios de la<br /> -Naturaleza.—Presentimientos.—Resuelvo separarme de mis<br /> -compañeros.—Impresiones.—¡Adiós!—Un<br /> -fantasma.—Laguna del Bagual.—Encuentro<br /> -nocturno.—Un cielo al revés.—<em>Agustinillo.</em>—Miseria<br /> -del hombre</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_307">307</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl"></td> -<td class="tdl">Epílogo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_321">321</a></td> -</tr> -</table> -</div> -</div> - - - -<div class="chapter"> -<p class="p4 center big2">UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES</p> -<hr class="r5" /> - - -<h2 class="nobreak" >I</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Visita del cacique Ramón.—Un almuerzo y una conferencia en el -toldo de Mariano Rosas.—Mi futura ahijada.—Ideas de Mariano -Rosas sobre el gobierno de los indios comparado con el -de los cristianos.—Reflexiones al caso.—Explico lo que es -Presupuesto, Presidente y Constitución.—El pueblo comprenderá -siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la ley.</p> -</div> - - -<p>Al día siguiente recibí la visita del cacique Ramón, -que llegó con una numerosa comitiva.</p> - -<p>Charlamos duro y parejo, como se dice en la tierra; -bebimos sendos tragos á la usanza araucana, y quedamos -apalabrados para vernos en la raya de las tierras -de Baigorrita, el día de la junta, que no tardaría en -tener lugar.</p> - -<p>Bustos, el mestizo que tan buena voluntad me manifestó -en Alliancó, venía con él.</p> - -<p>Le di algo de lo poco que me había quedado, y al cacique -le regalé mi revólver de veinte tiros, enseñándole -el modo de servirse de él, cómo se armaba y desarmaba. -No pareció muy contento del arma. Es linda, -me dijo; pero aquí no nos sirven las cosas así, por<span class="pagenum"><a id="Page_6"></a>[Pg 6]</span>que -cuando se nos acaban las balas no tenemos de dónde -sacarlas.</p> - -<p>Le prometí surtirlo de ellas, si teníamos la fortuna -de observar fiel y estrictamente la paz celebrada.</p> - -<p>Me contestó que por su parte no omitiría esfuerzo -en ese sentido, apelando al testimonio de Bustos para -probarme que él era muy amigo de los cristianos. En -la Carlota tengo parientes; mi madre era de allí, me -repitió varias veces, agregando siempre: ¡cómo no he -de querer á los cristianos si tengo su sangre!</p> - -<p>Después que se marchó, mandé ver con el capitán -Rivadavia si Mariano Rosas estaba en disposición de -que habláramos de nuestro asunto,—el tratado de paz.</p> - -<p>Mi viaje tenía por objeto orillar ciertas dificultades -que surgían de la forma en que había sido aceptado.</p> - -<p>Me contestó que estaba á mis órdenes, que fuera á -su toldo cuando gustara.</p> - -<p>No le hice esperar.</p> - -<p>Entré en el toldo.</p> - -<p>El hombre almorzaba rodeado de sus hijos y mujeres.</p> - -<p>Se pusieron de pie todos, me saludaron atenta y respetuosamente, -y antes de que hubiera tenido tiempo -de acomodarme en el asiento que me designaron, me -pusieron por delante un gran plato de madera con mazamorra -de leche muy bien hecha.</p> - -<p>Me preguntaron si me gustaba así ó con azúcar.</p> - -<p>Contesté que del último modo, y volando la trajeron -en una bolsita de tela pampa.</p> - -<p>No había almorzado aún. Comí, pues, el plato de -mazamorra sin ceremonias.</p> - -<p>Me ofrecieron más y acepté.</p> - -<p>Mis aires francos, mis posturas primitivas, mis bromas -con los indiecitos y las chinas le hacían el mejor -efecto al cacique.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_7"></a>[Pg 7]</span></p> - -<p>—Usted ha de dispensar, hermano, me decía á cada -momento.</p> - -<p>Cuando le miraba fijamente, bajaba la cara, y cuando -creía que yo no le veía, me miraba de hito en hito.</p> - -<p>Hablamos de una porción de cosas insignificantes, -mientras duró la mazamorra, que á eso sólo se redujo -el almuerzo.</p> - -<p>Meses antes, por cartas me había invitado para que -nos hiciéramos compadres.</p> - -<p>Me presentó á mi futura ahijada.</p> - -<p>Era una chinita como de siete años, hija de cristiana.</p> - -<p>Más predominaba en ella el tipo español que el araucano.</p> - -<p>La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña.</p> - -<p>Por fin, entramos á hablar de las paces, como se dice -allí.</p> - -<p>Mariano fué quien tomó la palabra.</p> - -<p>—Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y -tengo lo bastante para mi familia cuidándolo. Algunos -no la han querido; pero les he hecho entender que nos -conviene. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted -me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades -que consultar.</p> - -<p>En esta tierra el que gobierna no es como entre los -cristianos.</p> - -<p>Allí manda el que manda y todos obedecen.</p> - -<p>Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, -con los capitanejos, con los hombres antiguos. -Todos son libres y todos son iguales.</p> - -<p>Como se ve, para Mariano Rosas nosotros vivimos -en plena dictadura y los indios en plena democracia.</p> - -<p>No creí necesario corregir sus ideas.</p> - -<p>Por otra parte me hubiera visto un tanto atado para -demostrarle y probarle que el Gobierno, la autoridad,<span class="pagenum"><a id="Page_8"></a>[Pg 8]</span> -el poder, la fuerza disciplinada y organizada no son -omnipotentes en nuestra turbulenta república.</p> - -<p>Aquí donde todos los días declamamos sobre la necesidad -de prestigiar, robustecer y rodear al poder, -siendo así que el hecho histórico persistente, enseña -á todos los que tienen ojos y quieren ver, que la mayor -parte de nuestras desgracias provienen del abuso de -autoridad.</p> - -<p>Recién vamos adquiriendo conciencia de nuestra personalidad; -recién va encarnándose en las muchedumbres, -cuya aspiración ardiente es conquistar y afianzar -la libertad racional sobre los inamovibles quicios -de la eterna justicia; recién vamos convenciéndonos -de que lo que se llama soberanía popular es el ejercicio -y la práctica del santo derecho; recién vamos entendiendo -que el pueblo es todo, y que así como nadie -puede reivindicar el honroso título de caballero si deja -que se juegue con su dignidad personal, así también -la entidad colectiva no puede enorgullecerse de sus conquistas -morales, de sus progresos, de su civilización, -si dócil y sumisa, irresoluta y cobarde se deja uncir al -carro del poder para arrastrarlo según su capricho.</p> - -<p>Por más entendido que fuera Mariano Rosas, ¿á qué -había de perder tiempo en disertaciones políticas -con él?</p> - -<p>Como yo era en aquellos momentos un embajador -(sic), y como siendo uno embajador debe tomar las cosas -á lo serio, después de algunas palabras encomiando -su conducta entré á explicar que el tratado de paz debiendo -ser sometido á la aprobación del Congreso, no -podía ser puesto en ejercicio inmediatamente.</p> - -<p>Me valí para que el indio comprendiera lo que es -Poder Ejecutivo, Parlamento, Presupuesto y otras -hierbas, de figuras de retórica campesinas. Y sea que -estuve inspirado, cosa que no me suele suceder,—no<span class="pagenum"><a id="Page_9"></a>[Pg 9]</span> -recuerdo haberlo estado más que una vez, cuando renuncié -á estudiar la guitarra, convencido de la depresión -frenológica que puede notarse observando en mi -cráneo el órgano de los tonos,—y sea que estuve inspirado, -decía, el hecho es de que Mariano Rosas se -edificó.</p> - -<p>Me convencieron de ello sus bostezos.</p> - -<p>Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala -de mis talentos oratorios, de mis conocimientos en -la ciencia del derecho constitucional, de las seducciones -que el hombre civilizado cree siempre tener para -el bárbaro.</p> - -<p>Me resolví, pues, á hacerle esta interpelación:</p> - -<p>—¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?</p> - -<p>—¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el -tratado por el Presidente, que es el que manda, nos -costará mucho hacerles entender á los otros indios eso -que usted me ha estado explicando.</p> - -<p>—Haremos—continuó,—una junta grande, y en ella -entre usted y yo, diremos lo que hay.</p> - -<p>—Mientras tanto, hermano, cuente conmigo para -ayudarlo en todo.</p> - -<p>—Yo cuento con usted, porque veo que si no quisiera -á los indios no habría venido á esta tierra.</p> - -<p>Le contesté, como era de esperarse, asegurándole -que el Presidente de la República era un hombre muy -bueno; que se había envejecido trabajando para que se -educaran todos los niños chicos de mi tierra; que no -les había de abandonar á su ignorancia; que por carácter -y por tendencias era hombre manso, que no -amaba á la guerra; y que por otra parte, la Constitución -le mandaba al Congreso <em>conservar el tratado pacífico -con los indios y promover la conversión de ellos al -catolicismo</em>; que el Congreso le había de dar al Presidente -toda la plata que necesitase para esas cosas, y<span class="pagenum"><a id="Page_10"></a>[Pg 10]</span> -que como eran muy amigos no se habían de pelear si -pensaban de distinto modo, porque los dos juntos gobernaban -el país.</p> - -<p>—Y dígame, hermano—me preguntó;—¿cómo se llama -el Presidente?</p> - -<p>—Domingo F. Sarmiento.</p> - -<p>—¿Y es amigo suyo?</p> - -<p>—Muy amigo.</p> - -<p>—Y si dejan de ser amigos, ¿cómo andarán las paces -con nosotros que ha hecho usted?</p> - -<p>—Pero bien, no más, hermano, porque yo no puedo -pelearme con el Presidente, aunque me castigue. Yo -no soy más que un triste coronel, y mi obligación es -obedecer.</p> - -<p>El Presidente tiene mucho poder, él manda todo el -ejército. Además, si yo me voy, vendrá otro jefe, y ese -jefe tendrá que hacer lo que le mande el general Arredondo, -que es de quien dependo yo.</p> - -<p>—¿Arredondo es amigo del Presidente?</p> - -<p>—Muy amigo.</p> - -<p>—¿Más amigo que usted?</p> - -<p>—Eso no le puedo decir, hermano, porque, como usted -sabe, la amistad no se mide, se prueba.</p> - -<p>—Y dígame, hermano, ¿cómo se llama la Constitución?</p> - -<p>Aquí se me quemaron los libros. Y, sin embargo, si -el Presidente podía llamarse D. F. Sarmiento, ¿por qué -para aquel bárbaro, la Constitución, no se había de -llamar de algún otro modo también?</p> - -<p>Me vi en figurillas.</p> - -<p>—La Constitución, hermano... La Constitución... se -llama así no más, pues, Constitución.</p> - -<p>—¿Entonces, no tiene nombre?</p> - -<p>—Ése es el nombre.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_11"></a>[Pg 11]</span></p> - -<p>—¿Entonces no tiene más que un nombre, y el Presidente -tiene dos?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Y es buena ó mala la Constitución?</p> - -<p>—Hermano, los unos dicen que sí, y los otros dicen -que no.</p> - -<p>—¿Y usted es amigo de la Constitución?</p> - -<p>—Muy amigo, por supuesto.</p> - -<p>—¿Y Arredondo?</p> - -<p>—También.</p> - -<p>—¿Y cuál de los dos es más amigo de la Constitución?</p> - -<p>—Los dos somos muy amigos de ella.</p> - -<p>—¿Y el Congreso, cómo se llama?</p> - -<p>—El Congreso... el Congreso... se llama Congreso.</p> - -<p>—¿Entonces no tiene más que un solo nombre, lo -mismo que la otra?</p> - -<p>—Uno sólo, sí.</p> - -<p>—¿Y es bueno ó es malo el Congreso?</p> - -<p>—(¡Hum!)</p> - -<p>Confieso que esta pregunta me dejó perplejo. Pero -había que contestar. Hice mis cálculos para responder -en conciencia, y cuando iba á hacerlo, dos perros que -andaban por allí se echaron sobre un hueso y armaron -una singuizarra infernal, interrumpiendo el diálogo.</p> - -<p>Mariano se levantó para espantarlos gritando «¡fuera! -¡fuera!»</p> - -<p>Yo aproveché la coyuntura para retirarme.</p> - -<p>Entré en mi rancho, me senté en la cama, apoyé los -codos en los muslos, la cara en las manos y me quedé -por largo rato sumido en profunda meditación.</p> - -<p>«He perdido el tiempo, me decía, con los ecos del -espíritu. No es tan fácil explicar lo que es una Constitución, -lo que es un Congreso.»</p> - -<p>Mariano Rosas había entendido perfectamente lo<span class="pagenum"><a id="Page_12"></a>[Pg 12]</span> -que es un presidente, primero, porque tenía otro nombre, -porque se llamaba Domingo lo mismo que habría -podido llamarse Bartolo; segundo, porque mandaba el -ejército.</p> - -<p>Por consiguiente, resulta de mi estudio sobre las entendederas -de un indio, que el pueblo comprenderá -siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la ley.</p> - -<p>Los símbolos impresionan más la imaginación de -las multitudes, que las alegorías.</p> - -<p>De ahí, que en todas las partes del mundo donde hay -una Constitución y un Congreso, le teman más al Presidente.</p> - -<p>Algunas horas después volví á verme con Mariano.</p> - -<p>Viéndole festivo, aproveché sus buenas disposiciones -y le pedí permiso para decir una misa, al día siguiente, -manifestándole el vehemente deseo de oirla que tenían -muchos de los cristianos cautivos y refugiados en -Tierra Adentro.</p> - -<p>Llevéles la buena nueva á mis franciscanos, y, como -verdaderos apóstoles de Jesucristo, la recibieron con -júbilo.</p> - -<p>Resolvimos decirla, si el tiempo estaba bueno, si no -había viento ó tierra, en campo raso, apoyando el altar -sagrado en el viejo tronco de un chañar inmenso, -cuyos gajos corpulentos le servirían de bóveda.</p> - -<p>Mañana estaremos de misa.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_13"></a>[Pg 13]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >II</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Camargo y José de visita en los momentos de recogerme.—Me -llevaban una música.—<i lang="la" xml:lang="la">Horresco referens.</i>—Fisonomía de Camargo.—Zalamerías -de José.—Por qué lo respetan los indios -á Camargo.—Vida de Camargo contada por él mismo.—Por -qué produce esta tierra tipos como el de Camargo.</p> -</div> - -<p>Arreglaba mi cama para recogerme, después de haber -cenado y convenido con los franciscanos que la misa -se diría al día siguiente, de ocho á nueve, cuando -una visita inesperada se presentó en mi rancho.</p> - -<p>Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces -de Mariano Rosas, llamado José, nativo de -Mendoza, casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres -ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar -sea cristiano. Es hombre que tiene algo, porque, como -se dice allí, ha <em>trabajado</em> bien, y en quien depositan -la mayor confianza, tanta cuanta depositarían en -un capitanejo.</p> - -<p>José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza -al desierto.</p> - -<p>Los indios, que conocen el corazón humano lo mismo -que cualquier hijo de vecino, lo saben perfectamente -bien.</p> - -<p>Le miran, pues, como á uno de ellos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_14"></a>[Pg 14]</span></p> - -<p>Ambos venían con los instrumentos del placer en la -mano,—con una botella de aguardiente.</p> - -<p>Les ofrecí asiento, y haciendo grandísimos esfuerzos -para disimular su estado, lo aceptaron, invitándome -á saborear con ellos el alcohólico brevaje, usando, -por supuesto, de la fórmula consagrada.</p> - -<p>Tuve que aceptar el <em>yapaí</em>.</p> - -<p>Pero como estábamos solos, entre puros nosotros como -dicen los paisanos, me creí eximido de ser tan deferente -como en otras ocasiones.</p> - -<p>No lo llevaron á mal.</p> - -<p>Mis fueros de coronel, por una parte, por otra la comunidad -de religión y de origen, circunstancia que en -todas las situaciones de la vida establece fácilmente -cierta cordialidad entre los hombres, ponían á mis -huéspedes en el caso de no abusar de mi hospitalidad.</p> - -<p>Además, ellos se consideraban honrados de ser admitidos -á horas incompetentes en mi rancho; les bastaba -fraternizar conmigo y beber solos con mi permiso.</p> - -<p>Me lo pidieron con toda la picardía gauchesca, diciéndome:</p> - -<p>—Dispénsenos, mi Coronel, si no estamos muy buenos; -queremos acabar esta botellita aquí, en su rancho; -si le parece mal, si le incomodamos, nos retiraremos.</p> - -<p>—Estén á gusto—les contesté,—yo no soy hombre -etiquetero.</p> - -<p>—Ya lo sabemos—contestaron á dúo,—por eso hemos -venido.</p> - -<p>Y esto diciendo, José, que era muy zalamero, que -había sido muy obsequiado por mí en el Río 4.º, me -abrazaba, diciéndole á Camargo:</p> - -<p>—Éste es mi padre—y mirándome significativamente:—Ya -sabe, mi Coronel, quién es José.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_15"></a>[Pg 15]</span></p> - -<p>Quedo enterado, decía yo para mis adentros, sabiendo -mejor que él á lo que me debía atener.</p> - -<p>Declaraciones de beodos son lo mismo que promesas -de mujer.</p> - -<p>¡Necio de aquél que se chupa el dedo!</p> - -<p>Necio de aquél que al entregarle su corazón, sus esperanzas -y sus ilusiones, olvida el dicho de Ninón de -Lenclos:</p> - -<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Tout passe, tout casse, tout lasse.</i></p> - -<p>Ser amable no es pecado.</p> - -<p>Al contrario, es un deber cuya práctica nos hace -simpáticos á los ojos del mundo.</p> - -<p>Yo era, pues, tan amable con mis visitas, como el -tiempo y el lugar lo permitían.</p> - -<p>Todos los días le doy gracias á Dios por haberme -concedido bastante flexibilidad de carácter para encontrarme -á gusto, alegre y contento, lo mismo en los suntuosos -salones del rico, que en el desmantelado rancho -del pobre paisano; lo mismo cuando me siento en elásticas -poltronas, que cuando me acomodo alrededor del -flamante fogón del humilde y paciente soldado.</p> - -<p>Las botellas, que no tenían la magia de ser inagotables, -<em>espichaban</em> ya: José estaba completamente en las -viñas del Señor.</p> - -<p>Camargo, más fuerte, se mantenía en completa posesión -de sus sentidos.</p> - -<p>—¿Sabe, mi Coronel, que le traemos una música? -Con su permiso.</p> - -<p>—Muchas gracias, hombre, ¿para qué se han incomodado?</p> - -<p>Camargo se levantó, apoyándose en los horcones del -rancho, se asomó á la puerta, dijo algo, volvió á sentarse -y acto continuo se presentó—<i lang="la" xml:lang="la">horresco referens</i>,—el -negro del acordeón.</p> - -<p>—¡Uff!—hice,—eso no, Camargo—le dije.—Denme<span class="pagenum"><a id="Page_16"></a>[Pg 16]</span> -todas las músicas que quieran. Pero con el acordeón, -no, no. Estoy harto de la facha de ese demonio.</p> - -<p>Y dirigiéndome al negro, proseguí en estos términos:</p> - -<p>—¡Vete! ¡vete!</p> - -<p>El negro no me obedeció.</p> - -<p>Como pegado al suelo describía con su cuerpo curvas -á derecha é izquierda, adelante y atrás.</p> - -<p>Estaba ebrio como una cabra.</p> - -<p>—¡Vete! ¡vete! lejos de aquí, volví á decir.</p> - -<p>Y Camargo, viendo que el negro me revolvía la bilis, -se levantó, y tomándole de un brazo le enseñó el portante.</p> - -<p>Libre de aquella bestia, verdaderamente negra, resollé -dando un resoplido como cuando en día canicular, -jadeantes de fatiga, nos tendemos á nuestras anchas -sobre cómodo sofá, habiendo escapado á las garras -de alguno de esos <em>soleros</em> cuya vida es contar sus -pleitos ó sus cuitas con la autoridad.</p> - -<p>José se había quedado dormido.</p> - -<p>Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente -cayó en una especie de letargo.</p> - -<p>Examiné su fisonomía.</p> - -<p>Es lo que se llama un gaucho lindo.</p> - -<p>Tiene una larga melena negra, gruesa como cerda, -unos grandes ojos, rasgados, brillantes y vivos, como -los de un caballo brioso; unas cejas y unas pestañas -largas, sedosas y pobladas; una gran nariz algo aguileña; -una boca un tanto deprimida, y el labio inferior -bastante grueso.</p> - -<p>Es blanco como un hombre de raza fina, tiene algunos -hoyos en la cara y poca barba.</p> - -<p>Es alto, delgado y musculoso.</p> - -<p>Su frente achatada y espaciosa, sus pómulos saltados, -su barba aguda, sus anchas espaldas, su pecho en<span class="pagenum"><a id="Page_17"></a>[Pg 17]</span> -forma de bóveda y sus manos siempre húmedas y descarnadas, -revelan la audacia, el vigor, la rigidez susceptible -de rayar en la crueldad.</p> - -<p>Camargo es uno de esos hombres por cuyo lado no -se pasa, yendo uno solo, sin sentir algo parecido al temor -de una agresión.</p> - -<p>Los indios le respetan, porque ellos respetan todo lo -que es fuerte y varonil, al que desprecia la vida.</p> - -<p>Y Camargo se cura poco de ella.</p> - -<p>Pruébanlo bien las cicatrices de cuchilladas que tiene -en las manos, su existencia agitada, turbulenta, azarosa, -que se consume entre el aguardiente y las reyertas -de incesantes saturnales, entre el estrépito de los -malones y de las montoneras, como que hoy está entre -los indios, mañana en los llanos de la Rioja con Elizondo -y Guayama, volviendo después de la derrota á -su guarida de Tierra Adentro, sobre el lomo del veloz -é indómito potro.</p> - -<p>Este gaucho, seame permitido decirlo, reivindica en -los casos heroicos el honor de los cristianos. Cuando le -place, lo mismo cara á cara que por detrás, cuerpo á -cuerpo, que entre varios, apostrofa á los indios de -«bárbaros». Yo le oí decir muchas veces á voz en -cuello:</p> - -<p>«Á mí, que no me anden con vueltas éstos, porque -yo los conozco bien, y al que le acomode una puñalada -se la ha de ir á curar al otro mundo.»</p> - -<p>Después que examiné detenidamente aquel tipo de -férrea estructura, en el que los caracteres semíticos de -la persistencia estaban estampados, le dirigí la palabra, -sacándole del silencio indeliberado en que había -caído.</p> - -<p>—¿Cómo te hallas aquí?—le pregunté.</p> - -<p>Habla con mucha vivacidad, pero esta vez, contra su -costumbre habitual, en lugar de contestarme, dió un<span class="pagenum"><a id="Page_18"></a>[Pg 18]</span> -suspiro, y se envolvió en las nieblas de sus recuerdos -dolorosos.</p> - -<p>—Vamos, hombre—le dije,—cuéntame tu vida.</p> - -<p>—Señor—me contestó.—Mi vida es corta y no tiene -nada de particular. No soy mal hombre, pero he -sido muy desgraciado.</p> - -<p>Yo soy de San Luis; de allá por Renca; mis padres -han sido gente honrada y de posibles. Me querían mucho -y me dieron buena educación.</p> - -<p>Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiquito -era medio soberbio. Cuando me hice hombrecito, -se me figuraba que nadie podía ser más que yo. -Cuando oía decir que había un gaucho guapo, lo buscaba -á ver si me decía algo.</p> - -<p>Me gustaba ser militar, y soñaba con ser general. -No había hecho mal á nadie, aunque tenía bastante -mala cabeza.</p> - -<p>Siempre andaba en parrandas, jugadas y peleas; pero -nadie dirá que le pegué de atrás.</p> - -<p>Me enamoré de la hija del comandante N... La muchacha -me quería. Yo era joven, pues aquí donde me -ve no tengo más que veinticuatro años (parecía tener -treinta y dos).</p> - -<p>Á más de eso como mis padres tenían alguna platita, -yo andaba siempre aviao. El comandante N... sabía -mis amores con su hija, no le gustaban. Un día me -atropelló en las carreras, y vino á darme una pechada; -yo le enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con -flete y todo. Era muy fantástico y no me lo perdonó.</p> - -<p>Desde esa vez, decía siempre que me había de matar. -Yo estaba en guardia. Me achacaron varias cosas, -nada me probaron. Hubo una bulla de revolución.</p> - -<p>Me fueron á <em>prender</em>. Eran cuatro de la partida. -¡Qué me habían de tomar! Sabía bien que me iba en<span class="pagenum"><a id="Page_19"></a>[Pg 19]</span> -la parada el número uno. Hice un desparramo y me -fuí á los montoneros.</p> - -<p>Le interrumpí preguntándole:</p> - -<p>—¿Y qué opinión tenías?</p> - -<p>—¿Opinión? Yo no tenía más opinión que ser hombre -alegre y divertirme. Las carreras y las mujeres -eran toda mi opinión.</p> - -<p>—¿Y qué hiciste con la montonera?</p> - -<p>—Hicimos el diablo. Anduve una porción de tiempo -con el Chacho, que era un bárbaro. Después que lo mataron -anduve á monte. Cuando vino don Juan Saa, con -otros nos juntamos á su gente. Nos derrotó en San Ignacio -el general Arredondo, me vine con los indios de -Baigorrita para acá.</p> - -<p>—¿Y después de eso, qué has hecho, qué vida has -llevado?</p> - -<p>—Me fuí para San Luis, de oculto, traje mi mujer, -mis hijos y algunos parientes, y aquí están todos.</p> - -<p>—¿Y has andado en las invasiones con los indios?</p> - -<p>—En algunas, señor.</p> - -<p>—¿Y es cierto que tú has tenido la culpa de que los -indios matasen una porción de cristianos?</p> - -<p>—Es falso.</p> - -<p>He estado en las casas de algunos pícaros, pero me -he opuesto á que los degüellen. ¡Ah si no hubiera sido -por mí! Habría unos cuantos diantres menos en este -mundo.</p> - -<p>Por aquí íbamos de nuestro coloquio cuando el negro -del acordeón preludió una tocata, del lado de -afuera.</p> - -<p>Camargo se levantó, salió, y por ciertos vocablos con -que rellenaba su intimación de que se alejara, calculé -que el desgraciado Orfeo de Leubucó no era tratado -como los artistas pretenden generalmente que se les -trate, aunque sean malos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_20"></a>[Pg 20]</span></p> - -<p>Música y negro se fueron á otra parte. Camargo volvió, -y, sin entrar, me dijo de la puerta del rancho: -Buenas noches, mi Coronel, y dispense.</p> - -<p>Era hora de pensar en dormir. Mis ayudantes Lemlenyi, -Rodríguez, Ozarowski y los dos benditos franciscanos -que habían asistido á la visita y confidencias -de Camargo, bostezaban á todo trapo.</p> - -<p>Desperté á José, llamé dos asistentes, y le hice llevar -á un toldo vecino.</p> - -<p>Y en tanto me aprestaba para pasar una noche toledana, -porque soplaba viento muy fresco, y la tierra -entraba al toldo como en su casa, por cuanto resquicio -tenía, meditaba sobre esas existencias argentinas, sobre -esos tipos crudos medio primitivos, que tanto -abundan en nuestro país, que se sacrifican ó mueren -por una opinión prestada. Porque nos sobran instituciones -y leyes y nos falta la eterna justicia, la justicia -que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el hogar -del desvalido que la mansión suntuosa del rico potentado.</p> - -<p>Bajo estas impresiones tuve un sueño—yo soy tan -soñador,—<i lang="en" xml:lang="en">I had a dream, which was not all a dream.</i></p> - -<p>¡Soñaba!...</p> - -<p>¡Si en este país hay quien ahorque á un hombre -que tiene diez millones de pesos!</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_21"></a>[Pg 21]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >III</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Noche de hielo.—Donde es realmente triste la vida.—Preparativos -para la misma.—Resuena por primera vez en el desierto -el <i lang="la" xml:lang="la">Confiteor Deo Omnipotenti</i>.—Recuerdo de mi madre.—Trabajos -de Mariano Rosas, preparando los ánimos para la junta.—Como -y duermo.—Conferencia diplomática.—El archivo -de Mariano Rosas.—En Leubucó reciben la «Tribuna».—Imperturbabilidad -de Mariano Rosas.—Mi comadre Carmen en -el fogón.</p> -</div> - - -<p>La noche fué de hielo, larga y fastidiosa.</p> - -<p>La arena entraba en el rancho por todas partes, -como zarandeada.</p> - -<p>Cuando la luz del día alumbró el cuadro que formaban -mis oficiales y los frailes, acostados en el suelo, -y yo, sobre mi tantas veces mentada cama, miré -por una abertura que á guisa de respiradero había -formado con las cobijas.</p> - -<p>Mis compañeros habían desaparecido, cubiertos por -una capa amarillenta, que presentaba el aspecto sinuoso -de un medanito, cuya superficie se movía apenas -al compás del resuello de los que yacían bajo su -leve peso, durmiendo tranquilos el sueño de la vida.</p> - -<p>¡Qué pensamiento tirano podía preocuparlos en -aquellas alturas!</p> - -<p>La existencia no es realmente triste, agitada y di<span class="pagenum"><a id="Page_22"></a>[Pg 22]</span>fícil -sino en los grandes centros de población; allí -donde todas las necesidades que excitan las pasiones -nos condenan sin apelación á la dura ley del trabajo, -verdadera rueda de Ixión, que, mal de nuestro grado, -tenemos que mover, hasta que llegando al instante -supremo tantas veces ansiado como temido, les damos -un eterno adiós á las eternas vanidades, que eternamente -nos corroen, nos subyugan y nos dominan, gastando -los resortes de acero de las almas mejor templadas.</p> - -<p>Sacudimos la pereza, la enervante y dulce pereza, de -la que lo mismo se goza cuando los miembros están -fatigados, reclinándose en el frío y duro umbral -de una puerta de calle, que en elástica y confortable -otomana cubierta de terciopelo.</p> - -<p>Una vez en pie, nos pusimos en movimiento.</p> - -<p>Los franciscanos sacaron afuera el baúl que contenía -los ornamentos sagrados, preparándolos en seguida -para la ceremonia de la misa.</p> - -<p>Yo, después de bañarme en el jagüel, y de un ligero -desayuno de mate con yerba y café, fuí á examinar -el sitio donde debía hacerse el altar, si el viento calmaba.</p> - -<p>El cielo estaba límpido, el sol brillaba espléndido.</p> - -<p>Las horas se deslizaron sin sentir, arreglando lo que -se necesitaba.</p> - -<p>Se avisó á los cristianos circunvecinos, y viendo que -no era posible celebrar los oficios divinos en campo -raso, como yo lo deseaba, se buscó un rancho.</p> - -<p>Todos estábamos muy contrariados.</p> - -<p>El mismo sentimiento nos dominaba.</p> - -<p>Como verdaderos creyentes, reconocíamos que á la -inmensa majestad de Dios le cuadraba adorarla bajo -las vastas cúpulas azuladas del firmamento, ó bajo -las bóvedas macizas de las soberbias basílicas, cuyas<span class="pagenum"><a id="Page_23"></a>[Pg 23]</span> -torres audaces empinándose á grandes alturas parecen -querer tocar las nubes, y hacer llegar al cielo los cánticos -sagrados.</p> - -<p>Allí donde el hombre eleva su espíritu al Ser Supremo, -debe procurarse que la grandeza del espectáculo -le inspire recogimiento.</p> - -<p>La mística plegaria es más ferviente cuando la imaginación -sufre las influencias poéticas del mundo exterior.</p> - -<p>El viento no cesaba.</p> - -<p>Tuvimos que resignarnos á recurrir al rancho de un -sargento de la gente de Ayala.</p> - -<p>Le asearon lo mejor posible, y en un momento los -franciscanos improvisaron el altar.</p> - -<p>Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres, y -ocupando sus puestos.</p> - -<p>Los pobres se habían vestido con la mejor ropita que -tenían. Hincados, sentados ó de pie, esperaban con -respetuoso silencio la aparición de los sacerdotes.</p> - -<p>Miré el reloj, marcaba las nueve.—Es la hora, Padres, -les dije, y me dirigí con ellos, acompañado de mis -oficiales, á la capilla.</p> - -<p>No podía ser más modesta.</p> - -<p>Me consolé, recordando que aquél cuyo sacrificio -íbamos á honrar había nacido en un establo, durmiendo -en pajas.</p> - -<p>Con ponchos y mantas los franciscanos habían tapizado -el suelo y las paredes del rancho.</p> - -<p>El viento no incomodaba, las velas ardían iluminando -un crucifijo de madera, en el que se destacaba, -salpicada de sangre, la demacrada y tétrica faz de -Cristo; el altar brillaba cubierto de encajes y de brocado -pintado de doradas flores, resaltando en él la reluciente -custodia y las vinajeras plateadas.</p> - -<p>Todo estaba muy bonito, incitaba á rezar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_24"></a>[Pg 24]</span></p> - -<p>El padre Marcos debía oficiar, ayudándole el padre -Moisés y yo, aunque de mi latín de sacristía no me habían -quedado sino recuerdos confusos y vagos.</p> - -<p>Pero mi deber era dar el ejemplo en todo.</p> - -<p>Lo revestimos al padre Marcos, y los oficios empezaron.</p> - -<p>Grupos de indios curiosos nos acechaban.</p> - -<p>Reinaba un profundo silencio.</p> - -<p>La metálica campanilla vibró, invitando á hacer -acto de contricción por la sangre del Redentor.</p> - -<p>Era la primera vez que en aquellas soledades, que -entre aquellos bárbaros, resonaban los ecos del humilde -<cite>Confiteor Deo Omnipotenti</cite>.</p> - -<p>Los cristianos oraban con intensa devoción.</p> - -<p>Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitía -darle el flanco al altar.</p> - -<p>Entre ellos había varios indios.</p> - -<p>En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento -ó de dolor; en otras vagaba por su fisonomía -algo parecido á un destello de esperanza.</p> - -<p>Todos parecían estar íntimamente satisfechos de haberse -reconciliado con Dios, elevando su espíritu á él -en presencia de la cruz y del altar.</p> - -<p>Mientras duraron los oficios sagrados, yo pensé constantemente -en mi madre.</p> - -<p>Recordaba los martirios infantiles por que me había -hecho pasar, llevándome todos los domingos á la -iglesia de San Juan, para que ayudara á misa bajo -su vigilante mirada:</p> - -<p>—¡Pobre mi madre!—me decía,—¡qué lejos estás!</p> - -<p>Rogaba á Dios por ella y por todos los que amaba; -y le daba gracias por esos martirios, porque debido á -ellos me era permitido experimentar el placer de prestigiar -á la religión entre los infieles, tomando parte en<span class="pagenum"><a id="Page_25"></a>[Pg 25]</span> -la celebración de la augusta ceremonia que allí nos -congregaba.</p> - -<p>Después que se acabó todo, que los padres repartieron -sus bendiciones, se deshizo el altar, se arrancaron -los ponchos y mantas, y la capilla volvió á quedar -convertida en lo que era, en un miserable rancho.</p> - -<p>Se guardaron los ornamentos, se puso el baúl en mi -rancho, y en seguida nos fuimos con los franciscanos -á darle las gracias á Mariano Rosas.</p> - -<p>Estaba lleno de visitas y almorzaban. Cada cual tenía -delante de sí un plato de abundante puchero con -choclos y zapallo.</p> - -<p>El cacique nos recibió como siempre, cortésmente, se -puso de pie, nos dió la mano, hizo que nos sentáramos -y nos presentó á todos los circunstantes.</p> - -<p>Estaba ocupado en algo muy grave.</p> - -<p>Preparaba los ánimos para la gran junta que debía -tener lugar, para que se vea que entre los indios, lo -mismo que entre los cristianos, el éxito de los negocios -de Estado es siempre dudoso, si no se recurre á la tarea -de la persuasión previa.</p> - -<p>Los franciscanos se retiraron y me dejaron solo.</p> - -<p>Mariano Rosas hablaba unas veces en general, otras -en particular; su palabra es fácil, calculada é insinuante; -generalmente sus discursos eran templados, -pero á veces se exaltaba levantando la voz, fijando su -mirada en el indio á quien le contestaba, y accionando -con los brazos, contra costumbre.</p> - -<p>Me trajeron de comer y comí.</p> - -<p>La conferencia iba larga.</p> - -<p>Me retiré, pues, conviniendo en que más tarde fijaríamos -el día de la junta.</p> - -<p>Yo quería saberlo con alguna anticipación, porque me -proponía pasar hasta las tierras de Baigorrita.</p> - -<p>Dormí una buena siesta.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_26"></a>[Pg 26]</span></p> - -<p>El capitán Rivadavia me hizo interrumpirla.</p> - -<p>Mariano Rosas se había quedado solo, estaba en la -enramada y me invitaba á pasar á ella.</p> - -<p>Acudí á su llamado.</p> - -<p>Entrábamos en materia cuando el negro del acordeón -haciendo cabriolas y dándole duro á su instrumento, -salió del toldo.</p> - -<p>Aquel diablo me hacía el efecto de un <i lang="it" xml:lang="it">gettatore</i>.</p> - -<p>Pero allí no había más remedio que aguantarle.</p> - -<p>Ya he dicho que el dueño de casa gozaba inmensamente -con él.</p> - -<p>Mientras el negro estuvo ahí, fué excusado hablar de -cosas serias.</p> - -<p>El Cacique no estaba sino para bromas.</p> - -<p>Me hizo una larga serie de preguntas, referentes todas -á Buenos Aires y á la familia de Rosas. Sus recuerdos -eran indelebles.</p> - -<p>Me parecía que su objeto se reducía á cerciorarse de -si efectivamente yo era sobrino del Dictador, cuyo retrato -me pidió diciéndome que era el único que no tenía -en su colección.</p> - -<p>Y efectivamente así era.</p> - -<p>Díjole al negro que trajera los retratos.</p> - -<p>Entró éste al toldo y volvió con una cajita de cartón -muy sucia, en la que había una porción de fotografías, -la de Urquiza, la de Mitre, la de Juan Saa, la del general -Pedernera, la de Juan Pablo López, la de Varela, -el caudillo catamarqueño, y otras.</p> - -<p>Devolvióle al negro la cajita para que la pusiera -<em>en su lugar</em>.</p> - -<p>El favorito la llevó, y felizmente se quedó en el -toldo.</p> - -<p>Entramos en materia.</p> - -<p>Todo estaba arreglado con los notables del desierto.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_27"></a>[Pg 27]</span></p> - -<p>La junta se haría á los cuatro días porque había -que hacer citaciones.</p> - -<p>No habría novedad.</p> - -<p>Yo expondría en ella los objetos de mi viaje, y Mariano -me apoyaría en todo.</p> - -<p>Sólo había un punto dudoso.</p> - -<p>¿Por qué insistía yo tanto en comprar la <em>posesión</em> -de la tierra?</p> - -<p>Mariano me dijo:</p> - -<p>—Ya sabe, hermano, que los indios son muy desconfiados.</p> - -<p>—Ya lo sé; pero del actual Presidente de la República, -con cuya autorización he hecho estas paces, no -deben ustedes desconfiar, le contesté.</p> - -<p>—¿Usted me asegura que es buen hombre?—me preguntó.</p> - -<p>—Sí, hermano, se lo aseguro—repuse.</p> - -<p>—¿Y para qué quieren tanta tierra cuando al Sur -del Río 5.º, entre Langheló y Melincué, entre Aucaló -y el Chañar, hay tantos campos despoblados?</p> - -<p>Le expliqué que para la seguridad de la frontera y -para el buen resultado del tratado de paz, era conveniente -que á retaguardia de la línea hubiera por lo -menos quince leguas de desierto, y á vanguardia -otras tantas en las que los indios renunciasen á establecerse -y á hacer boleadas cuando les diera la gana -sin pasaporte.</p> - -<p>Me arguyó que la tierra era de ellos.</p> - -<p>Le expliqué que la tierra no era sino de los que la -hacían productiva; que el gobierno les compraba, no -el derecho á ella, sino la posesión reconociendo que en -alguna parte habían de vivir.</p> - -<p>Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros -tiempos los indios habían vivido entre el Río 4.º y el -Río 5.º, y que todos esos campos eran de ellos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_28"></a>[Pg 28]</span></p> - -<p>Le expliqué que el hecho de vivir ó haber vivido en -un lugar no constituía dominio sobre él.</p> - -<p>Me arguyó que si yo fuera á establecerme entre los -indios, el pedazo de tierra que ocupara sería mío.</p> - -<p>Le contesté que si podía venderlo á quien me diera -la gana.</p> - -<p>No le gustó la pregunta, porque era embarazosa la -contestación, y disimulando mal su contrariedad, me -dijo:</p> - -<p>—¿Mire, hermano, por qué no me habla la verdad?</p> - -<p>—Le he dicho á usted la verdad—le contesté.</p> - -<p>—Ahora va á ver, hermano.</p> - -<p>Y esto diciendo, se levantó, entró en el toldo y volvió -trayendo un cajón de pino, con tapa corrediza.</p> - -<p>Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas de zaraza -con jareta.</p> - -<p>Era su archivo.</p> - -<p>Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, -periódicos.</p> - -<p>Él conocía cada papel perfectamente.</p> - -<p>Podía apuntar con el dedo al párrafo que quería referirse.</p> - -<p>Revolvió su archivo, tomó una bolsita, descorrió la -jareta y sacó de ella un impreso muy doblado y arrugado, -revelando que había sido manoseado muchas veces.</p> - -<p>Era «La Tribuna» de Buenos Aires.</p> - -<p>En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril -interoceánico.</p> - -<p>Me lo indicó, diciéndome:</p> - -<p>—Lea, hermano.</p> - -<p>Conocía el artículo y le dije:</p> - -<p>—Ya sé, hermano, de lo que trata.</p> - -<p>—¿Y entonces por qué no es franco?</p> - -<p>—¿Cómo franco?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_29"></a>[Pg 29]</span></p> - -<p>—Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar -las tierras para que pase por el Cuero un ferrocarril.</p> - -<p>Aquí me vi sumamente embarazado.</p> - -<p>Hubiera previsto todo, menos argumento como el que -se me acababa de hacer.</p> - -<p>—Hermano—le dije,—eso no se ha de hacer nunca, -y si se hace, ¿qué daño le resultará á los indios de -eso?</p> - -<p>—¿Qué daño, hermano?</p> - -<p>—Sí, ¿qué daño?</p> - -<p>—Que después que hagan el ferrocarril, dirán los -cristianos que necesitan más campos al Sud, y querrán -echarnos de aquí, y tendremos que irnos al Sud de Río -Negro, á tierras ajenas, porque entre esos campos y el -Río Colorado ó el Río Negro no hay buenos lugares -para vivir.</p> - -<p>Doblando el diario y dándoselo, le contesté:</p> - -<p>—Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan -honradamente la paz.</p> - -<p>—No, hermano, si los cristianos dicen que es mejor -acabar con nosotros.</p> - -<p>—Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes -merecen nuestra protección, que no hay inconveniente -en que sigan viviendo donde viven, si cumplen -sus compromisos.</p> - -<p>El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así! -y me dijo: Hermano, en usted yo tengo confianza, -ya se lo he dicho, arregle las cosas como quiera.</p> - -<p>No le contesté, le eché una mirada escrutadora, y -nada descubrí, su fisonomía tenía la expresión habitual. -Mariano Rosas, como todos los hombres acostumbrados -al mando, tiene un gran dominio sobre sí -mismo.</p> - -<p>Es excusado querer leer en su cara la sinceridad ó la<span class="pagenum"><a id="Page_30"></a>[Pg 30]</span> -falsía de sus palabras, dice lo que quiere; lo que siente, -lo reserva en los repliegues de su corazón.</p> - -<p>Se puso á acomodar su archivo, y lo que estuvo en -orden, cerró el cajón, y llamó diciendo: ¡negro, negro!</p> - -<p>Me estremecí.</p> - -<p>Tomé un pretexto para no verle la cara, y me despedí.</p> - -<p>La hora de comer se acercaba. En el fogón había gordos -asados extendidos ya sobre brasas. Despedían un -tufo incitante y no era cosa de dejar que se chamuscaran.</p> - -<p>—Á comer, caballeros—grité.</p> - -<p>Se hizo la rueda y empezó la comilona.</p> - -<p>Mi comadre Carmen andaba por allí. Le ofrecí asiento, -sentóse, y nos entretuvo un largo rato contándonos -su vida y enterándonos de algunas particularidades de -los usos y costumbres ranquelinas.</p> - -<p>Á Mariano Rosas le llegaron vespertinas visitas, que -pasaron la noche con él, entregadas á los placeres de la -charla y del vino.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_31"></a>[Pg 31]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >IV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Creencias de los indios.—Son uniteístas y antropomorfistas.—<em>Gualicho.</em>—Respeto -por los muertos.—Plata enterrada.—¿Será -cierto que la civilización corrompe?—Crueldad de Bargas, -bandido cordobés.—Triste condición de los cautivos entre los -indios.—Heroicidad de algunas mujeres.—Unas con otras.—Modos -de vender.—Eufonía de la lengua araucana.—¿La carne -de yegua puede ser un antídoto para la tisis?</p> -</div> - -<p>Mi comadre Carmen vivía en Carrilobo, cerca del -toldo de Villarreal, el casado con su hermana, y había -venido á visitarme trayéndome mi ahijada.</p> - -<p>Escuchándola pasamos un rato muy entretenido. Habla -con facilidad el castellano y posee bastante caudal -de expresiones para manifestar sus sentimientos é -ideas y hacerse entender.</p> - -<p>Sobre las creencias de los indios me dió las siguientes -nociones:</p> - -<p>No se congregan jamás para adorar á Dios, le adoran -á solas, ocultándose en los bosques.</p> - -<p>No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la -universalidad de los seres vivientes.</p> - -<p>Por manera que no son idólatras, ni panteístas.</p> - -<p>Son uniteístas y antropomorfistas.</p> - -<p>Dios—<em>Cuchauentrú</em>, el hombre grande, ó <em>chachao</em>, el -Padre de todos,—tiene la forma humana y está en<span class="pagenum"><a id="Page_32"></a>[Pg 32]</span> -todas partes; es invisible é indivisible; es inmensamente -bueno y hay que quererle.</p> - -<p>Á quien hay que temerle es al diablo,—<em>Gualicho</em>.</p> - -<p>Este caballero, á quien nosotros pintamos con cola -y cuernos, desnudo y echando fuego por la boca, no -tiene para ellos forma alguna. <em>Gualicho</em>, es indivisible -é invisible y está en todas partes, lo mismo que <em>Cuchauentrú</em>. -Otro, mientras el uno no piensa en hacerle -mal á nadie, el otro anda siempre pensando en el mal -del prójimo.</p> - -<p><em>Gualicho</em> ocasiona los malones desgraciados, las invasiones -de cristianos, las enfermedades y la muerte, -todas las pestes y calamidades que afligen á la humanidad.</p> - -<p><em>Gualicho</em> está en la laguna cuyas aguas son malsanas, -en la fruta y en la yerba venenosa; en la punta -de la lanza que mata; en el cañón de la pistola que -intimida; en las tinieblas de la noche pavorosa; en -el reloj que indica las horas; en la aguja de marear -que marca el Norte; en una palabra; en todo lo que es -incomprensible y misterioso.</p> - -<p>Con <em>Gualicho</em> hay que andar bien; <em>Gualicho</em> se mete -en todo, en el vientre y da dolores de barriga; en la cabeza -y la hace doler; en las piernas y produce la parálisis; -en los ojos y deja ciego; en los oídos y deja -sordo; en la lengua y hace enmudecer.</p> - -<p><em>Gualicho</em>, es en extremo ambicioso. Conviene hacerle -el gusto en todo. Es menester sacrificar de tiempo en -tiempo yeguas, caballos, vacas, cabras y ovejas; por -lo menos una vez cada año, una vez cada doce lunas, -que es como los indios computan el tiempo.</p> - -<p><em>Gualicho</em> es muy enemigo de las viejas, sobre todo -de las viejas feas: se les introduce quién sabe por -dónde y en dónde y las maleficia.</p> - -<p>¡Ay de aquélla que está <em>engualichada</em>!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_33"></a>[Pg 33]</span></p> - -<p>La matan.</p> - -<p>Es la manera de conjurar el espíritu maligno.</p> - -<p>Las pobres viejas sufren extraordinariamente por -esta causa.</p> - -<p>Cuando no están sentenciadas, andan por sentenciarlas.</p> - -<p>Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, -que se enferme un indio, ó se muera un caballo; la -vieja tiene la culpa, le ha hecho daño. <em>Gualicho</em> no se -irá de la casa hasta que la infeliz no muera.</p> - -<p>Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con -ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja -la inmola á la sordina.</p> - -<p>En cuanto á los muertos, tienen por ellos el más profundo -respeto. Una sepultura es lo más sagrado. No -hay herejía comparable al hecho de desenterrar un cadáver.</p> - -<p>Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos, -creen en la metempsícosis, que el alma abandona la -carne después de la muerte, transmigrando en un -tiempo más ó menos largo á otros países y dándole vida -á otros cuerpos racionales ó irracionales.</p> - -<p>Los ricos resucitan generalmente al Sur del Río -Negro, y de allí han de volver, aunque no hay memoria -de que hasta ahora haya vuelto ninguno.</p> - -<p>Por esta razón los entierran junto con el mejor caballo -y las prendas de plata más valiosas que tuvieron; -y alrededor de la sepultura les sacrifican caballos, -vacas, yeguas, cabras y ovejas, según la riqueza -que dejan, ó la que poseen sus deudos ó amigos.</p> - -<p>El caballo y las prendas enterradas son para que -tengan en qué andar en la tierra ésa, donde deben -resucitar; los demás animales son para que tengan -qué comer durante el viaje de ida y vuelta.</p> - -<p>Las mujeres también resucitan, no se crea que no.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_34"></a>[Pg 34]</span></p> - -<p>Pretenden algunos que han vivido mucho tiempo -entre los indios, que á consecuencia de estas costumbres -debe haber mucha plata labrada enterrada en el -Desierto. Por mi parte, creo que los cristianos, que ni -le tienen tanto miedo á <em>Gualicho</em>, ni son pitagóricos, -se han encargado de desenterrarla.</p> - -<p>Lo cierto es, que según las noticias que mi comadre -me daba, las honras fúnebres no se hacen con tanta -pompa como antes.</p> - -<p>Queriendo explicar el por qué del hecho, decía: «Yo -no sé si será porque los cristianos han solido registrar -las sepulturas ó porque ahora la plata vale más».</p> - -<p>Yo me inclino á creer que las dos causas combinadas -van haciendo que los entierros sean menos lujosos.</p> - -<p>En efecto, los indios tienen ahora muchas necesidades, -les gusta mucho beber, tomar mate dulce, fumar, -vestirse con ropa fina; y fácilmente se comprende que -muriendo un deudo querido honren su memoria con -sacrificios de caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas -y que la plata se la guarden.</p> - -<p>Mi comadre aseguró que, mientras no hubo cristianos -entre los indios, no hubo ejemplo de que se violaran -las tumbas sagradas.</p> - -<p>¿Será cierto que la civilización es corruptora?</p> - -<p>Á pesar de lo dicho los indios no son sanguinarios -ni feroces; prueba de ello es que jamás sacrifican á -los manes de sus muertos víctimas humanas.</p> - -<p>Matan á las viejas, es cierto; pero lo hacen porque -las creen poseídas de Satanás. Y al fin del cuento, no -es tanto lo que se pierde, dirán algunos.</p> - -<p>Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora -que consignar: que ciertos cristianos refugiados -entre los indios son peores que ellos.</p> - -<p>Conozco uno que queriendo sobresalir por su feroci<span class="pagenum"><a id="Page_35"></a>[Pg 35]</span>dad, -tuvo la barbarie de hacer un sacrificio humano -en holocausto á un miembro de su familia.</p> - -<p>Referiré el hecho.</p> - -<p>Bargas, es un bandido cordobés, vive en Tierra -Adentro, no sé por qué crímenes, está casado con -varias mujeres y su vida es la de un indio, por no -decir peor.</p> - -<p>Murió uno de sus hijos. Pues bien, este malvado, -fingiendo que participaba de la preocupación vulgar, -de la creencia que hace enterrar al muerto con su caballo -de predilección, para que en la tierra donde resucite -tenga en qué andar, le inmoló á su hijo un -cautivito de ocho años, enterrándole vivo con él, para -que tuviese quien le sirviera de peón.</p> - -<p>Por lo que dejo relatado, se ve que los cautivos son -considerados entre los indios como cosas.</p> - -<p>Calcúlese cuál será su condición.</p> - -<p>La más triste y desgraciada.</p> - -<p>Lo mismo es el adulto que el adolescente, el niño -que la niña, el blanco que el negro; todos son iguales -los primeros tiempos, hasta que inspirando confianza -plena se hacen querer.</p> - -<p>Con rarísimas excepciones, los primeros tiempos que -pasan entre los bárbaros son una verdadera <i lang="la" xml:lang="la">via crucis</i> -de mortificaciones y dolores.</p> - -<p>Deben lavar, cocinar, cortar leña en el bosque con -las manos, hacer corrales, domar los potros, cuidar -los ganados y servir de instrumento para los placeres -brutales de la concupiscencia.</p> - -<p>¡Ay de los que se resisten!</p> - -<p>Los matan á azotes ó á balazos.</p> - -<p>La humildad y la resignación es el único recurso que -les queda.</p> - -<p>Y, sin embargo, yo he conocido mujeres heroicas,<span class="pagenum"><a id="Page_36"></a>[Pg 36]</span> -que se negaron á dejarse envilecer, cuyo cuerpo prefirió -el martirio á entregarse de buena voluntad.</p> - -<p>Á una de ellas la habían cubierto de cicatrices; pero -no había cedido á los furores eróticos de su señor.</p> - -<p>Esta pobre me decía, contándome su vida con un -candor angelical: «Había jurado no entregarme sino á -un indio que me gustara, y no encontraba ninguno».</p> - -<p>Era de San Luis, tengo su nombre apuntado en el -Río 4.º. No lo recuerdo ahora. La pobre no está ya -entre los indios. Tuve la fortuna de rescatarla y la -mandé á su tierra.</p> - -<p>En aquellos mundos de barbarie pasan dramas terribles.</p> - -<p>Cuantas más cautivas hay en un toldo, más frecuentes -son las escenas que despiertan y desencadenan -las pasiones, que empequeñecen y degradan á la humanidad.</p> - -<p>Las cautivas nuevas, viejas ó jóvenes, feas ó bonitas -tienen que sufrir, no sólo las asechanzas de los indios, -sino, lo que es peor aún, el odio y las intrigas de -las cautivas que les han precedido, el odio y las intrigas -de las mujeres del dueño de casa, el odio y las -intrigas de las chinas sirvientas y agregadas.</p> - -<p>Los celos y la envidia, todo cuanto hiela y enardece -el corazón á la vez se conjura contra las desgraciadas.</p> - -<p>Mientras dura el temor de que la recién llegada -conquiste el amor ó el favor del indio, la persecución -no cesa.</p> - -<p>Las mujeres son siempre implacables con las mujeres.</p> - -<p>Frecuentemente sucede que los indios, condoliéndose -de las cautivas nuevas, las protegen contra las -antiguas y las chinas. Pero esto no se hace sin em<span class="pagenum"><a id="Page_37"></a>[Pg 37]</span>peorar -su situación, á no ser que las tomen por concubinas.</p> - -<p>Una cautiva á quien yo le averiguaba su vida, preguntándole -cómo le iba, me contestó:</p> - -<p>—«Antes, cuando el indio me quería, me iba muy -mal, porque las demás mujeres y las chinas me mortificaban -mucho, en el monte me agarraban entre todas -y me pegaban. Ahora que ya el indio no me quiere, me -va muy bien, todas son muy amigas mías».</p> - -<p>Estas palabras sencillas resumen toda la existencia -de una cautiva.</p> - -<p>Agregaré que cuando el indio se cansa, ó tiene necesidad, -ó se le antoja, la vende ó la regala á quien -quiere.</p> - -<p>Sucediendo esto, la cautiva entra en un nuevo período -de sufrimientos, hasta que el tiempo ó la muerte -ponen término á sus males.</p> - -<p>Poco antes de salir de Leubucó, conocí por casualidad -un cristiano que hacía diligencias por comprarle á un -indio una cautiva, nada más que por hacerle á ésta un -servicio, por humanidad.</p> - -<p>La desdichada decía: «El indio es muy bueno y me -venderá si no me han de llevar á <em>otra parte</em>. Pero las -chinas son <em>malazas</em>.</p> - -<p>Á propósito de llevar á otra parte, esto requiere una -explicación.</p> - -<p>Hay dos modos de vender: el uno consiste en cambiar -simplemente de dueño, el otro en la redención. -El último es el más caro.</p> - -<p>Ya comprenderás, Santiago amigo, que todo lo que -dejo dicho en esta carta no me lo contó mi comadre -Carmen. Una parte se lo debo á ella, el resto á otros -y á mis propias observaciones.</p> - -<p>Lo que sigue, sí, se lo debo á ella exclusivamente.</p> - -<p>La noche estaba templada y clara, incitaba á con<span class="pagenum"><a id="Page_38"></a>[Pg 38]</span>versar -y se podía leer sin más luz que la de las estrellas.</p> - -<p>Aprovechándola tomé una lección de lengua araucana.</p> - -<p>Entonces vine á saber lo que querían decir ciertas -palabras, cuyo significado buscaba hacía tiempo, como -indios <em>picunches</em>, <em>puelches</em> y <em>pehuenches</em>.</p> - -<p><em>Ché</em> es un vocablo que significa, según el lugar que -tiene en la dicción, <em>yo</em>, <em>hombre</em> ó <em>habitante</em>.</p> - -<p>Los cuatro vientos cardinales se denominan: Norte, -<em>puel</em>; Sur, <em>cuerró</em>; Este, <em>picú</em>; Oeste, <em>muluto</em>.</p> - -<p>Así, pues, <em>Picunche</em><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a> quiere decir habitante del -Este, que es como se denominan los indios que viven -en cierta parte de la cordillera; <em>Puelche</em>, habitante -del Norte; <em>Pehuenche</em>, siguiendo la misma regla, significa -habitante de los pinos, que es como se denominan -los indios que viven entre los pinares que crecen colosales -en los valles de la falda occidental de la Cordillera -de los Andes.</p> - -<p>Para dar una idea de la eufonía de esta lengua, que -se asimila, alterándolas ligeramente, todas las palabras -de otras, verbigracia, llamándole <em>waca</em> á la vaca, -y <em>cauallo</em> al caballo, enumeraré algunas palabras que -me enseñó mi comadre, y que copio de mi vademécum.<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a></p> - -<p>Yo—<em>enchê</em>, tú ó vos—<em>eimí</em>, nosotros—<em>inchin</em>, vieja—<em>cucé</em>, -joven—<em>elchá</em>, linda—<em>comê</em>, fea—<em>uedá</em>, madre—<em>nuqué</em>, -hijo de padre—<em>bôtom</em>, hijo de madre—<em>píñem</em>, -grande—<em>uchaima</em>, chico—<em>pichicai</em>, mucho—<em>entren</em>, poco -<span class="pagenum"><a id="Page_39"></a>[Pg 39]</span> -—<em>pichin</em>, -blanco—<em>lieu</em>, negro—<em>currü</em>, cielo—<em>neno</em>, sol—<em>anti</em>, -luna—<em>quién</em>, tierra—<em>truquen</em>, mujer—<em>curré</em>, -hombre—<em>uentru</em>, sí—<em>maí</em>, así es—<em>pipi</em>, (modismo muy -usual), no—<em>müe</em>, agua—<em>có</em>, fuego—<em>quítral</em>, viento—<em>cürrüf</em>, -frío—<em>utré</em>, calor del sol—<em>comote anti</em>, calor sin -sol—<em>comotearreün</em>, pronto—<em>matu</em>, despacio—<em>ñochi</em>, -sueño—<em>umau</em>, amigo—<em>weni</em>, hermano—<em>peñi</em>, pasto—<em>cachu</em>, -ceniza—<em>entruequen</em>, sal—<em>chadileubú</em> (de aquí, -Río Salado se dice <em>chadileubú</em>), monte—<em>mamil</em>, árbol—<em>quiñemamil</em> -(<em>quiñe</em> quiere decir <em>uno</em>), cara—<em>angé</em>, -ojos—<em>ñé</em>, boca—<em>ün</em>, orejas—<em>pilun</em>, nariz—<em>iu</em>, mano—<em>cui</em>, -brazo—<em>lipan</em>, barba—<em>payun</em>, pecho—<em>rucú</em>, piernas—<em>chaan</em>, -pies—<em>mamon</em>, dedo—<em>changil</em>, frente—<em>tol</em>, -pelo—<em>loncó</em>, (de aquí <em>loncotear</em>—tirarse del pelo), pescuezo—<em>pel</em>, -cortar—<em>catril</em>, bailar—<em>pürrum</em>, morir—<em>lai</em>, -se murió—<em>lai-pi</em>, risa—<em>aien</em>, rabia—<em>yarquen</em>.</p> - -<p>Poco más sé de la lengua araucana, no porque no -haya tenido tiempo de profundizar mis estudios, sino -por las dificultades con que tropezaba á cada paso, -cuando hacía una pregunta para aclarar alguna duda.</p> - -<p>No pude saber nada respecto á la conjugación de -los verbos.</p> - -<p>Lo mismo digo de los géneros.</p> - -<p>Por ejemplo, vieja es <em>cucé</em>, viejo—<em>butá</em>, y, sin embargo, -en ciertos adjetivos, como <em>overo</em>, la terminación -es la que indica el género.</p> - -<p>La lengua es muy elíptica. Así, por ejemplo, yegua -overa manca, se dice: <em>overa manca</em>, simplemente, y -caballo overo manco—<em>overo manco</em>. En los dos casos se -suprime el sustantivo, porque los adjetivos, <em>overa manca</em> -ú <em>overo manco</em> no pueden calificar sino un caballo ó -una yegua, y deben sobreentenderse.</p> - -<p>Para que comprendas las dificultades con que tenía -que luchar para salvar ciertas dudas, bastará repetir -lo que decía mi comadre cuando la apuraban<span class="pagenum"><a id="Page_40"></a>[Pg 40]</span> -demasiado: «Yo no sé bien la lengua, se necesita -vivir mucho para aprenderla; aquí no cualquiera la -sabe».</p> - -<p>Terminada la lección de araucano, le pedí á mi -maestra—que aunque tenía hijos no era casada ni -viuda,—me contara su vida; y como la cosa más sencilla -del mundo nos refirió sus aventuras con cierto -mancebo padre de mi ahijada.</p> - -<p>Es una página verde que en cualquier parte pasaría -por una seducción. Entre los indios es un accidente de -la vida que no significa nada.</p> - -<p>La especie humana está sujeta á la ley de la reproducción. -Nada de extraño tiene que siendo la mujer libre -se entregue á quien le place, y que de la noche á -la mañana resulte con hijos.</p> - -<p>No es más que una dificultad para casarse; porque -generalmente nadie quiere cargar con hijos ajenos, -aun cuando provengan de matrimonio legítimo.</p> - -<p>Para concluir ésta, y á propósito de mujeres que -resultan con hijos de la noche á la mañana, ¡qué curiosa -es la farmacopea de los indios!</p> - -<p>Toda ella se reduce á hierbas astringentes y purgantes, -y agua fría.</p> - -<p>Lo último es un remedio por excelencia.</p> - -<p>¿Pare una china? Pues en el acto, ella y el fruto de -sus entrañas se meten en una laguna, sea invierno ó -verano.</p> - -<p>Una palabra más, antes de que me retire del fogón, -en que estoy, y me meta en la cama.</p> - -<p>Es una observación ajena que puede interesarle al -mundo médico.</p> - -<p>Mi condiscípulo el Dr. D. Jorge Macías, que ha pasado -dos años entre los Ranqueles, y que entre ellos -estaría á no ser por mí, pretende que allí no hay -<em>tísicos</em>, y lo atribuye al alimento de la carne de <em>yegua</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_41"></a>[Pg 41]</span></p> - -<p>Si la observación fuese exacta y la causa la consignada, -de hoy en adelante podríamos exclamar: no más -tísicos.</p> - -<p>No me atrevo á decir si la cosa merece la pena de -ser averiguada, aunque recuerdo que no hace mucho -tiempo más de un galeno se reía cuando las curanderas -recetaban <em>buche de avestruz</em>.</p> - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_42"></a>[Pg 42]</span></p> - -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> La <em>n</em> se agrega, porque es más agradable al oído decir <em>picunche</em> -que <em>picuche</em>.</p></div> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[2]</a> Las palabras que tienen acento circunflejo son <em>nasales</em> y las -que tienen diéresis <em>guturales</em>.</p></div></div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_43"></a>[Pg 43]</span></p> -<h2 class="nobreak" >V</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Preparativos para la marcha á las tierras de Baigorrita.—Camargo -debía acompañarme.—Motivos de mi excursión á -Quenque.—Coliqueo.—Recuerdo odioso de él.—Unos y otros -se han valido de los indios en las guerras civiles.—En lo que -consistía mi diplomacia.—En viaje rumbo al sud.—Confidencia -de un espía.—El espionaje en Leubucó.—Poitaua.—El algarrobo.—Pasión -de los indios por el tabaco.—Cómo hacen sus -pipas.—Pitralauquen.—Baño y comida.—Mi lenguaraz Mora, -su fisonomía física y moral.</p> - -</div> - - -<p>Al día siguiente, me levanté con el sol, y me ocupé -en los preparativos de la marcha para las tierras de -Baigorrita.</p> - -<p>Le anticipé un chasque, de acuerdo con Mariano Rosas, -y á las dos de la tarde mandé arrimar las tropillas.</p> - -<p>Se ensilló en un momento. Hacía días que no andábamos -á caballo y todos estaban con ganas de sacudir -la pereza.</p> - -<p>Camargo debía acompañarme. Su misión consistía -en observarme de cerca, á ver qué conversaba con Baigorrita. -Mi hermano Mariano, á pesar de sus protestas -de adhesión y simpatía, abrigaba desconfianzas. Mi -viaje lo preocupaba. No comprendía que debiendo ver<span class="pagenum"><a id="Page_44"></a>[Pg 44]</span>lo -á Baigorrita en la junta que se celebraría á los cuatro -días, me incomodase en ir hasta sus tolderías.</p> - -<p>La idea de una intriga para hacerlo reñir con su aliado -trabajaba su imaginación.</p> - -<p>Por eso iba Camargo conmigo, con la orden terminante -de asistir á todos mis parlamentos y entrevistas -y el encargo de no separarse un momento de mi lado -por nada ni para nada.</p> - -<p>Debía ser mi sombra.</p> - -<p>Mi excursión á Quenque, tenía sin embargo, la explicación -más plausible. Baigorrita me había convidado -hacía algunos meses para que nos hiciéramos -compadres. Iba, pues, con los franciscanos á bautizar -mi futuro ahijado, y, al mismo tiempo, á conocer -más el desierto, penetrando hasta donde es muy raro -hallar quien haya llegado en las condiciones mías, es -decir, en cumplimiento de un deber militar.</p> - -<p>Verdad es que las desconfianzas de Mariano tenían -también su razón de ser. No una vez, sino varias, diferentes -administraciones, por medio de sus agentes -fronterizos, han intentado sembrar la discordia entre -él y Baigorrita, entre estos dos y el cacique Ramón.</p> - -<p>El ejemplo y el recuerdo de lo que sucedió con la tribu -de Coliqueo no se borra de la memoria de los indios.</p> - -<p>La tribu de éste formaba parte de la Confederación -de que antes he hablado; cuando los sucesos de Cepeda, -combatió contra las armas de Buenos Aires, y cuando -Pavón hizo al revés, combatió contra las armas de Urquiza.</p> - -<p>Coliqueo es para ellos el tipo más acabado de la perfidia -y de la mala fe. Mariano Rosas me decía en una -de nuestras conversaciones: «Dios no lo ha de ayudar -nunca, porque traicionó á sus hermanos.»</p> - -<p>Efectivamente, Coliqueo no solamente se alzó con<span class="pagenum"><a id="Page_45"></a>[Pg 45]</span> -su tribu, sino que peleó é hizo correr sangre, para venirse -á Junín junto con el regimiento 7.º de caballería -de línea, que guarnecía la frontera de Córdoba; -se pasó al ejército del general Mitre, que se organizaba -en Rojas, meses antes de la batalla de Pavón.</p> - -<p>Con estos antecedentes y tantos otros que podría citar, -para que se vea que nuestra civilización no tiene -el derecho de ser tan rígida y severa con los salvajes, -puesto que no una vez sino varias, hoy los unos, mañana -los otros, todos alternativamente hemos armado -su brazo para que nos ayudaran á exterminarnos en -reyertas fratricidas, como sucedió en Monte Caseros, -Cepeda y Pavón; con estos antecedentes, decía, se comprenden -y explican fácilmente las precauciones y temores -de Mariano Rosas.</p> - -<p>Así fué que al notificarme que Camargo me acompañaría, -me felicité de ello y le di las gracias.</p> - -<p>Me había propuesto hacer consistir mi diplomacia -en ser franco y veraz. Me parecía un deber de conciencia -y una regla imprescindible de conducta, en mi -calidad de cristiano, nombre que debía procurar á toda -costa dejar bien puesto. De consiguiente, nada tenía -que temer de la fiscalización de mi astuto agregado.</p> - -<p>Eran las dos y media de la tarde cuando nos movimos -de Leubucó, alegres y contentos, felices y esperanzados, -lo mismo que al salir del Fuerte Sarmiento.</p> - -<p>¡Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por -la Pampa, que yo no he cruzado nunca sus vastas llanuras, -sin sentir palpitar mi corazón gozoso!</p> - -<p>Mentiría si dijese que al oir retemblar la tierra bajo -los cascos de mi caballo, he echado alguna vez de menos -el ruido tumultuoso de las ciudades, donde la existencia -se consume en medio de tan variados placeres.</p> - -<p>Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, -su cielo, su sublime y poética soledad á estas<span class="pagenum"><a id="Page_46"></a>[Pg 46]</span> -calles encajonadas, á este hormiguero de gente atareada, -á estos horizontes circunscriptos que no me permiten -ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar -la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente -de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos -y ruge el trueno.</p> - -<p>Hacía un día hermoso.</p> - -<p>Íbamos despacio. Las cabalgaduras habían sufrido -bastante, extrañando la temperatura, el pasto y el -agua; debía pensar no tanto en la vuelta á Leubucó, -como en la vuelta á mi frontera.</p> - -<p>Por otra parte, llevaba una mula aparejada, con lo -poco que me había quedado para Baigorrita, y la jornada -sería corta.</p> - -<p>Saliendo de Leubucó, rumbo al Sud, se entra en un -arenal pesado, se cruzan algunos pequeños médanos y -á poco andar se entra en el monte. Á la salida de éste -se encuentra la primera aguada, una lagunita con jagüeles, -bordada de espadañas y de riente vegetación -en sus orillas. El terreno es bajo y húmedo. Son como -dos leguas de camino que fatigan los caballos como cuatro.</p> - -<p>Descansamos un rato. Nadie nos apuraba. Allí me -hizo Camargo su primer conferencia. Como hombre de -mundo, estaba convencido de mi buena fe y comprendía -que no siendo honroso el papel que debía hacer á mi -lado, convenía ponerme en autos para que me explicase -su actitud, de la que no podía prescindir, porque á su -vez él debía ser espiado por alguien, aunque no pudiera -decir por quién.</p> - -<p>El espionaje recíproco está á la orden del día en la -corte de Leubucó.</p> - -<p>Varias veces, hablando allí con personas allegadas -á Mariano Rosas, sobre asuntos que no eran graves, -pero que podían prestarse á conjeturas y malas inter<span class="pagenum"><a id="Page_47"></a>[Pg 47]</span>pretaciones, -me dijeron aquéllas: «Hable despacio, -señor, mire que ése que está ahí nos escucha.»</p> - -<p>¿Quién era?</p> - -<p>Unas veces, un cristiano sucio y rotoso, que andaba -por allí haciéndose el distraído; otras, un indio pobre, -insignificante al parecer, que acurrucado se calentaba -al sol, y á quien yo le había dirigido la palabra, sin -obtener una contestación, no obstante que comprendía -y hablaba bien el castellano.</p> - -<p>De esta práctica odiosa nacen mil chismes é intriguillas, -que mantienen á todos peleados, fraternizando -ostensiblemente, y odiándose cordialmente en realidad.</p> - -<p>Mediante ella, Mariano sabe cuanto pasa á su alrededor -y lejos de él.</p> - -<p>Esas numerosas visitas que recibe cotidianamente, -muchas de las cuales vienen juntas del mismo toldo y -lugar, son sus agentes secretos; espían á los demás y se -espían entre sí.</p> - -<p>El cristiano ó el indio más cuitado en apariencia, es -su confidente, conoce sus secretos.</p> - -<p>De ahí venían en parte la influencia, los fueros y el -favor de que disfrutaba el negro del acordeón. No en -vano experimentaba yo hacia él una repulsión instintiva.</p> - -<p>Refrescadas las cabalgaduras, siguió la marcha.</p> - -<p>El terreno se iba doblando gradualmente, cruzábamos -una sucesión de medanitos, que se encumbraban -por grados, divisábamos una ceja de monte, y en lontananza, -hacia el Sudoeste, las alturas de Poitaua, -que quiere decir: <em>Lugar desde donde se divisa</em>, ó atalaya.</p> - -<p>Las brisas frescas de la tarde comenzaban á sentirse, -galopamos un rato y entramos en el monte.</p> - -<p>Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últi<span class="pagenum"><a id="Page_48"></a>[Pg 48]</span>mos -abundaban más. Es el árbol más útil que tienen -los indios. Su leña es excelente para el fuego, arde -como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece -los caballos como ningún pienso, les da fuerzas y -bríos admirables; sirve para elaborar la espumante y -soporífera chicha, para hacer <em>patai</em> pisándola sola, y -pisándola con maíz tostado, una comida agradable y -nutritiva.</p> - -<p>Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba, -y en sus marchas las chupan, lo mismo que los -coyas del Perú mascan la coca. Es un alimento, y un -entretenimiento que reemplaza el cigarro.</p> - -<p>Á propósito de cigarro, aprovecharé este momento, -Santiago amigo, para decirte que los indios aman tanto -el tabaco como el aguardiente.</p> - -<p>Prefieren el negro del Brasil á cualquier otro. Los -pampas Azuleros hacen este comercio, y los chilenos -les llevan con el nombre de tabaco, una planta que no -he podido conocer, que he fumado, y me ha hecho el -mismo efecto del opio, es fortísima.</p> - -<p>Todos los indios saben fumar, lo mismo que saben -beber; pasaría por persona mal educada quien no supiera -hacerlo.</p> - -<p>Fuman el tabaco de tres modos: en forma de cigarro -puro, en forma de cigarrillo y en pipa.</p> - -<p>Este último modo es el que les gusta más.</p> - -<p>No hay indio que no tenga su cachimbito.</p> - -<p>Ellos mismos los hacen, y con bastante ingenio.</p> - -<p>Buscan un pedazo de madera blanca como de una -cuarta de largo y una pulgada de diámetro; le dan -primero la forma de un paralelepípedo, en seguida le -hacen una punta cilíndrica, luego un taladro y en uno -de los lados un agujerito en el que colocan un dedal, -con otro agujerito que coincide con el taladro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_49"></a>[Pg 49]</span></p> - -<p>El que quiera hacer una pipa á lo indio, ya tiene -la instrucción.</p> - -<p>Recomiendo esta clase de pipas á los aficionados al -tabaco fuerte; en ellas, como que pronto las pasa la -resina, casi todos los tabacos son iguales.</p> - -<p>Los indios no fuman habitualmente sino de noche, -antes de acostarse.</p> - -<p>Cargan su pipa, se echan de barriga, se la ponen -en la boca, le colocan una brasa de fuego en el recipiente -y dan una fumada con toda su fuerza, tragando -todo el humo; en seguida otra, otra, otra del mismo -modo. Á la cuarta fumada, les viene una especie de -convulsión nauseabunda, se les cae la pipa de la boca -y se quedan profundamente dormidos.</p> - -<p>Salíamos del monte, descendiendo por un plano ligeramente -inclinado hacia una cañada. Allí íbamos -á parar, haciendo noche al borde de una lagunita llamada -<em>Pitralauquen</em>, lo que quiere decir <em>laguna de los -flamencos</em>. Trae su nombre de que en aquel paraje hay -siempre muchos de estos pájaros.</p> - -<p>El sol se ponía tras de las alturas de Poitaua, y -sus arreboles teñían las nubes del lejano horizonte, -cuando hacíamos alto y echábamos pie á tierra.</p> - -<p>La lagunita que tiene como cien metros de diámetro, -y forma circular, estaba llena de agua. Centenares -de rosados flamencos, de blancos cisnes y gansos, -de pardos patos y gallaretas, se deslizaban mansamente -sobre la líquida superficie.</p> - -<p>Los indios no tienen costumbre de matar las aves -acuáticas, así es que no se inquietaron por nuestra -aproximación.</p> - -<p>Acampamos cerca de unos chañarcitos, se acomodaron -bien las tropillas, organizando la ronda, no fueran -á darnos malón, se buscó leña y no tardó en alegrar -el cuadro un hermosísimo fogón.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_50"></a>[Pg 50]</span></p> - -<p>Los franciscanos se habían molido un poco.</p> - -<p>Su pensamiento dominante era descansar; en tanto -hacían un buen asado. Como verdaderos veteranos se -echaron, pues, sobre las blandas pajas. Mis ayudantes -y yo nos dimos un baño, turbando la quietud de las -aves, que se dispersaron volando en todas direcciones, -y cuyos nidos saqueamos inhumanamente haciendo un -acopio de huevos.</p> - -<p>Salimos del agua, junto con las primeras estrellas; -nos vestimos de prisa, porque hacía fresco, y ganando -el fogón, que á una vara de distancia quemaba, en un -momento dejamos de tiritar.</p> - -<p>Al rato comíamos, y Mora, mi lenguaraz, nos entretenía -contándonos sus aventuras. Ya he dicho quién -era en una de mis primeras cartas, y si no estoy trascordado, -ofrecí contar su vida.</p> - -<p>Mora es un hombrecito como hay muchos, de regular -estatura. Un observador vulgar le creería tonto; -se pierde de vista. Es gaucho como pocos, astuto, resuelto -y rumbeador. No hay ejemplo de que se haya -perdido por los campos. En las noches más tenebrosas -él marcha rectamente adonde quiere. Cuando vacila -se apea, arranca un puñado de pasto, lo prueba y sabe -dónde está. Conoce los vientos por el olor. Tiene una retentiva -admirable y el órgano frenológico en que reside -la memoria de las localidades muy desarrollado. -Cara y lugar que vió una vez no las olvida jamás. Sólo -estudiando con mucha atención su fisonomía se descubre -que tiene sangre de indio en las venas. Su padre -era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito -con aquél á las tolderías de los Ranqueles, formando -parte de una caravana de comerciantes, se enamoró -de una china, se enredó con ella, le gustó la vida -y se quedó agregado á la tribu de Ramón. En Chile -su padre había sido lenguaraz de un jefe fronterizo,<span class="pagenum"><a id="Page_51"></a>[Pg 51]</span> -peón y pulpero. Vivía entre los cristianos. Mora es -industrioso y trabajador, tiene hijos, quiere mucho á su -mujer, posee algo y saldría del desierto si pudiese -arrear con cuanto tiene. Pero ¿cómo? Es empresa difícil, -imposible. Mora ha estado á mi servicio unos -cuantos meses, sirviéndome con decisión y fidelidad. -Tiene buenos sentimientos, ideas muy racionales, conoce -que la vida civilizada es mejor que la del desierto; -pero ya lo he dicho, está vinculado á él hasta -la muerte, por el amor, la familia y la propiedad. -Habla el castellano á la chilena, perfectamente, disminuyendo -lo mismo los sustantivos, que los adjetivos -y los adverbios. <em>Nunquita</em>, me ha sucedido perderme -por <em>allicito</em> yendo solito, es como él dirá. El araucano -lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes -que he visto. Ser lenguaraz, es un arte difícil; -porque los indios carecen de los equivalentes de ciertas -expresiones nuestras. El lenguaraz no puede traducir -literalmente, tiene que hacerlo libremente, y para -hacerlo como es debido ha de ser muy penetrante. -Por ejemplo, esta frase: Si usted tiene conciencia debe -tener honor, no puede ser vertida literalmente; porque -las ideas morales que implican <em>conciencia</em> y <em>honor</em> -no las tienen los indios. Un buen lenguaraz, según me -ha explicado Mora, diría: Si usted tiene corazón, ha -da tener palabra, ó si usted es bueno no me ha de engañar. -Por supuesto que Mora, no obstante la pintura -favorable que de él he hecho, no es nene que se retrae de -ir á los <em>malones</em>. Al contrario, va en la punta, y por -eso tiene con qué vivir. En unas tierras se trabaja de -un modo y en otras de otro, como él me dijo, haciéndole -yo cargos de que un hombre blanco, hijo de cristianos, -bautizado en los Ángeles, que podía ganar su -vida honradamente, llevara la existencia de un salteador.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_52"></a>[Pg 52]</span></p> - -<p>Cuando Mora dejó la palabra, habiendo dicho poco -más ó menos lo que queda consignado en el párrafo -anterior terminábamos de comer.</p> - -<p>Estaba helando.</p> - -<p>Hicimos las camas alrededor del fogón, dándole los -pies, puse los frailes á mi lado—los cuidaba como á -las niñas de mis ojos,—y traté de dormir.</p> - -<p>La Creación estaba en calma, el silencio del desierto -no era interrumpido sino por uno que otro relincho de -los caballos, ó por el graznido de las aves de la laguna.</p> - -<p>La luna se levantaba, coronando de luces el firmamento, -tachonado de mustias estrellas.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_53"></a>[Pg 53]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >VI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Una noche eterna.—Aspecto del campo al amanecer después de -la helada.—En marcha.—Encuentro con indios.—Me habían -descubierto de muy lejos.—Medios que emplean los indios -para conocer á la distancia si un objeto se mueve ó no.—La -carda.—Un monte.—Gente de Baigorrita sale á encontrarnos.—Baigorrita.—Su -toldo.—Conferencia y regalos.—Las <em>botas</em> de -mis manos.—Carneada.—Una cara patibularia.</p> -</div> - - -<p>Hizo tanto frío, que ni teniendo lumbre toda la noche -pude conciliar el sueño. Me di cien vueltas en la -cama.</p> - -<p>¡Qué envidia me daba oir roncar á los soldados lejos -del fogón, hechos una bola como el mataco!</p> - -<p>Ni la helada, ni el viento, ni la lluvia, ni el polvo -les incomoda á ellos.</p> - -<p>Este mundo se vuelve puras compensaciones. Yo -tenía abundantes cobijas, quien atizara el fuego toda -la noche, y no podía dormir.</p> - -<p>Ellos apenas tenían con qué taparse, y dormían como -unos santos varones.</p> - -<p>La noche me parecía eterna.</p> - -<p>—En cuanto quiso aclarar, me levanté, puse á todo el -mundo en movimiento, hice dar vueltas las tropillas -para que los animales entraran en calor, hasta que -llegara la hora conveniente de bajarlos á la laguna,<span class="pagenum"><a id="Page_54"></a>[Pg 54]</span> -que es cuando el sol pica un poco; mandé agrandar el -fogón, se calentó agua, se pusieron unos churrascos, -tomamos mate y nos desayunamos.</p> - -<p>El campo presentaba el aspecto brillante de una -superficie plateada; había helado mucho, la escarcha -tenía, en los lugares donde la tierra estaba más húmeda, -cuatro líneas de espesor.</p> - -<p>Junto con el sol sopló el cierzo pampeano y comenzó -á levantarse la niebla en todas direcciones.</p> - -<p>La helada iba desapareciendo gradualmente, los rayos -solares, abriéndose paso al través del velo acuoso -que pretendía interceptarlos.</p> - -<p>El calórico, causa y efecto de todo cuanto constituye -el planeta en que vivimos, disipaba el fenómeno que -él mismo había originado.</p> - -<p>Eran las ocho de la mañana, y el horizonte y el cielo -estaban ya completamente despejados.</p> - -<p>Bebieron los caballos, ensillamos, montamos y rumbeando -al Sud, tomamos el camino de Quenque, dejando -á la izquierda el que conducía á las tolderías -de Calfucurá.</p> - -<p>Galopamos un rato, hasta que los animales sudaron, -subiendo siempre por un terreno arenoso, salpicado de -arbustos; descendimos después entrando en una zona -más accidentada, y, al rato, descubrimos hacia el -Oriente los primeros toldos de la tribu de Baigorrita -y algún ganado vacuno y yeguarizo.</p> - -<p>Hice alto para no alarmar á los vigilantes y desconfiados -moradores de aquellas comarcas, que veloces como -el viento no tardaron en ponerse á tiro de fusil -de nosotros para reconocernos.</p> - -<p>Destaqué sobre ellos á Mora, les habló, y al punto -estuvieron junto con él á mi lado, saludándome y -dándome la bienvenida.</p> - -<p>Nada sabían de mi visita á Baigorrita.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_55"></a>[Pg 55]</span></p> - -<p>Pero sabiendo que me hallaba días antes en Leubucó, -habían calculado que era yo el que llegaba, afirmándolos -en sus conjeturas el aire de mi marcha y el -orden en que la efectuaba.</p> - -<p>Me habían descubierto desde que se levantaron los -primeros polvos en Pitralauquen. La mirada de los indios -es como la de los gauchos. Descubren á inmensas -distancias, sin equivocarse jamás, los objetos, distinguiendo -perfectamente si el polvo que asoma lo levantan -animales alzados ó jinetes que corren.</p> - -<p>Cuando vacilan, dudando de si el objeto se mueve ó -no, recurren á un medio muy sencillo para salir de dudas. -Toman el cuchillo por el cabo, lo colocan perpendicularmente -en la nariz y dirigen la visual por el -filo que sirve de punto de mira; y es claro que si el -objeto se desvía de él no está inmóvil, debe ser un árbol, -un arbusto, una espadaña, una carda, cuyas proporciones -crecen siempre en el espacio por los efectos -caprichosos de la luz.</p> - -<p>Á propósito de <em>carda</em>, no vayas á creer, Santiago -amigo, que me refiero al <em>cardo</em>, que no existe en la -Pampa, propiamente hablando.</p> - -<p>La carda se le parece algo, es más bien una especie -de cactus, crece hasta tres varas y produce unas bellotas -verdes y granulentas, como la fruta mora, en las -que, cuando están secas, se encuentra un gusanillo que -es la crisálida del tábano.</p> - -<p>La carda es un gran recurso en el campo. Su leña -no es fuerte, pero arde admirablemente. Es como -yesca, y las bellotas cuando se queman, forman unos -globulitos preciosos que parecen fuegos artificiales -y distraen en sumo grado la imaginación.</p> - -<p>Alrededor de un fogón de carda puede uno quedarse -dos horas enteras entretenido, viendo al fuego devorar -sin saciarse con pasmosa rapidez cuanta leña se le<span class="pagenum"><a id="Page_56"></a>[Pg 56]</span> -echa, brillar y desaparecer las bellotas incandescentes -como juegos diamantinos.</p> - -<p>La carda tiene otra virtud recóndita.</p> - -<p>Cuando el caminante fatigado de cansancio y apurado -por la sed, encuentra una carda frondosa, se detiene -al pie de ella, como el árabe en el fresco oasis. -Arranca el tallo, y en el alvéolo que quede entre las -hojas, encuentra siempre gotas de agua cristalina, -fresca y pura, que son el rocío de la noche guarecido -allí contra los inclementes rayos del sol.</p> - -<p>Conversé un momento con los recién llegados, y -después que los avié con yerba, azúcar, tabaco y papel, -seguí la marcha, cortando ellos para sus toldos.</p> - -<p>Galopamos un rato y llegamos á un monte bastante -tupido y abundante en árboles seculares. Las quemazones -habían hecho estragos en aquellos gigantes de -la vegetación. Algunos estaban carbonizados desde el -tronco hasta la copa, y al menor empuje perdían su -quicio y caían deshechos en mil pedazos.</p> - -<p>Encontré buen pasto y resolví descansar allí un -buen rato. Aunque no lo hubiera resuelto habría tenido -que hacer alto largo tiempo.</p> - -<p>Una mula espantadiza se asustó del ruido de un -calderón medio quemado, que se vino al suelo por -arrancar un gajo para hacer fuego y calentar agua, -disparó é hizo disparar las tropillas.</p> - -<p>El tiempo que se tardó en repuntarlas bastó para -tomar algunos mates.</p> - -<p>Mudamos, y estando á medio camino de Quenque, -y siendo temprano, seguí la marcha por entre el bosque, -tardando como una hora en salir de él.</p> - -<p>Caímos á un bajo, cruzamos un salitral y avistamos -al mismo tiempo en las cuchillas de unos médanos lejanos, -unos polvos que venían hacia nosotros.</p> - -<p>Poco tardamos en encontrarnos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_57"></a>[Pg 57]</span></p> - -<p>Era gente de Baigorrita que salía á recibirme.</p> - -<p>Hicimos alto, destacamos nuestros respectivos parlamentarios, -cambiamos muchas <em>razones</em>, y formando -un solo grupo nos lanzamos al gran galope.</p> - -<p>Otros polvos que se alzaron en la misma dirección -de los anteriores, anunciaron que Baigorrita venía ya.</p> - -<p>Yo no podía olvidar que conmigo venían los franciscanos -y que me había comprometido á que volvieran á -su convento sanos y salvos. Veía por momentos el instante -en que daban una rodada y se rompían el bautismo. -Recogí la rienda á mi caballo, acorté el galope -y seguimos al trote.</p> - -<p>Baigorrita se acercaba como con unos cincuenta jinetes. -Estábamos á la altura de la casa del capitanejo -Caniupán, amigo ranquelino que había conocido en la -frontera; indio manso y caballero, de los pocos que no -piden cuanto sus ojos ven.</p> - -<p>Baigorrita no anduvo con las ceremonias imponentes -de Ramón, ni con los preámbulos fastidiosos de -Mariano Rosas. En cuanto nos pusimos á distancia de -podernos ver las caras, hicimos alto.</p> - -<p>Se destacó solo, y yo también.</p> - -<p>Picamos al mismo tiempo nuestros caballos, y sin -más ni más, nos dimos un apretón de manos y un abrazo, -como si fuera la milésima vez que nos veíamos.</p> - -<p>El grupo que venía y el que iba se confundieron en -uno solo.</p> - -<p>Galopábamos y conversábamos con Baigorrita, sirviéndole -á él de lenguaraz, Juan de Dios San Martín, -un chilenito, de quien hablaré en oportunidad, y á -mí, Mora.</p> - -<p>Baigorrita no habla en castellano, lo entiende apenas.</p> - -<p>En media hora más de camino estuvimos en su -toldo.</p> - -<p>Allí nos esperaba alguna gente reunida.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_58"></a>[Pg 58]</span></p> - -<p>Todos me saludaron, lo mismo que á mi gente, con -respeto y cariño.</p> - -<p>El toldo de Baigorrita no tenía nada de particular. -Era más chico que el de Mariano Rosas, y estaba desmantelado.</p> - -<p>Entramos en él. Mi compadre no brillaba por el aseo -de su casa. En su toldo había de cuanto Dios crió, -muchos ratones, chinches, pulgas y algo peor.</p> - -<p>Á cada rato sorprendía yo en mi ropa algún animalito -imprudente que, hambriento, buscaba sangre que -chupar. Para un soldado esto no es novedad. Los tomaba -y con todo disimulo los pulverizaba.</p> - -<p>Tuvimos una conferencia larga y pesada. Mi compadre -me presentó á sus principales capitanejos y á -varios indios viejos, importantes por la experiencia -de sus consejos.</p> - -<p>Les regalé sobre tablas algunas bagatelas. Á mi -compadre le di mi revólver de seis tiros, unas camisas -de crimea, calzoncillos y medias. Á mi ahijado, dos -cóndores de oro.</p> - -<p>Los franciscanos y mis ayudantes hicieron también -sus regalitos. La recepción había sido tan sencilla y -cordial, que todos habían simpatizado con aquella indiada.</p> - -<p>Después que los saludos y presentaciones oficiales -pasaron, vino la conversación salpicada de dichos y -agudezas.</p> - -<p>Un indio, que por lo menos tendría sesenta años, -muy jovial y chistoso, grande amigo de Pichún, el -finado padre de Baigorrita, muy querido y respetado -de éste, viendo mis manos cubiertas con algo de que -él no tenía idea, me preguntó en buen castellano:</p> - -<p>—¿Qué es eso, ché?</p> - -<p>Eran mis gruesos guantes de castor, prenda que yo<span class="pagenum"><a id="Page_59"></a>[Pg 59]</span> -estimaba mucho, porque tengo la debilidad de cuidarme -demasiado quizá las manos.</p> - -<p>Me vi embarazado momentáneamente para contestar.</p> - -<p>—Si decía guantes, me iba á entender tanto como si -dijera matraca.</p> - -<p>Rumiando la respuesta, le contesté.</p> - -<p>—Son las botas de las manos.</p> - -<p>Los ojos del indio brillaron como si hubiera hecho -un descubrimiento, y agregó:</p> - -<p>—Cosa linda, <em>güena</em>.</p> - -<p>Y esto diciendo, me agarró las dos manos con las -suyas.</p> - -<p>Retiré una, desabroché el guante y ayudándole á -tirar me lo saqué.</p> - -<p>El indio se lo puso en el acto.</p> - -<p>Hice lo mismo con el otro y se lo di.</p> - -<p>También se lo puso, tenía las manos más chicas que -yo, así es que le hacían el efecto de un par de manoplas, -de ésas que suelen verse colgadas en las vidrieras -de las armerías.</p> - -<p>El indio parecía un mono. Abría los dedos y se miraba -las manos encantado.</p> - -<p>Le dejé gozar un rato, y cuando me pareció que había -estado bastante tiempo en posesión de mis guantes, -se los pedí para ponérmelos.</p> - -<p>—Eso no dando—me contestó.</p> - -<p>La jugada no estaba en mis libros. Perder mis guantes -equivalía á estropearme las manos, sin remisión.</p> - -<p>—Te los compro—le dije, viendo que cerraba los puños -como para asegurar mejor su presa.</p> - -<p>Hizo un movimiento negativo con la cabeza.</p> - -<p>Metí la mano al bolsillo, saqué una libra esterlina -y se la ofrecí, creyendo picar su codicia.</p> - -<p>Tomóla; pero no me dió los guantes.</p> - -<p>—Dame las botas de las manos—le dije.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_60"></a>[Pg 60]</span></p> - -<p>—Eso no vendiendo—me contestó, llevando á la Junta -como cristiano.</p> - -<p>—Entonces dando la libra esterlina—le dije.</p> - -<p>—Yo indio pobre, vos cristiano rico—repuso.</p> - -<p>Y junto con la contestación se guardó la libra, dejándome -con un palmo de narices.</p> - -<p>Todos los circunstantes festejaron con risotadas espontáneas -la treta del indio.</p> - -<p>Mi compadre Baigorrita, me dijo: Viejo diablo, -¿eh?</p> - -<p>Tuve que amoldarme á las circunstancias y que declararme -neófito en materia de escamoteos.</p> - -<p>Las visitas se fueron retirando poco á poco.</p> - -<p>Yo estaba cansado, y por ciertas razones tenía necesidad -de mudarme la ropa.</p> - -<p>Salí sin ceremonia del toldo.</p> - -<p>Había mucha gente afuera, charlando alegremente -con los de mi comitiva, al mismo tiempo que le daban -un avance á una parva de algarroba. Había dos cosechas -para el invierno.</p> - -<p>Tenía hambre.</p> - -<p>Llamé á Juan de Dios San Martín, el chilenito, y -lo mismo que si hubiera estado en la estancia del amigo -más íntimo, le dije: Dile á mi compadre que me -haga carnear una res para la gente.</p> - -<p>Se fué, y al punto volvió diciéndome que ya la -traían.</p> - -<p>Con efecto, un rato después, dos indios traían una -vaca enlazada.</p> - -<p>La carnearon las chinas, entregándole la mayor parte -á mi gente.</p> - -<p>El fogón estaba pronto ya.</p> - -<p>No queriendo pernoctar en el toldo de mi compadre, -acampé al raso.</p> - -<p>La tarde se acercaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_61"></a>[Pg 61]</span></p> - -<p>Las chinas recogían el ganado manso, arreándolo á -pie, seguidas de muchos perros tan grandes como flacos, -que llamaban la atención.</p> - -<p>Las cabras y las ovejas venían mezcladas.</p> - -<p>Llegaron á la puerta de los corrales; los perros separaron -las especies, y las chinas las majadas, encerrando -cada una de ellas en su respectivo corralito.</p> - -<p>La operación se hizo con la misma facilidad con que -un niño separaría de una canastilla llena de cuentas -negras y blancas las que quisiera.</p> - -<p>Cuando alguna cabra ú oveja se quedaba en la majada -que no le correspondía, los perros la volvían al -redil.</p> - -<p>Me avisaron que el asado estaba pronto. Acabé de -mudarme, y ocupé mi puesto en la rueda del fogón.</p> - -<p>Al sentarme, vi cruzar una cara patibularia.</p> - -<p>Parecía un indio.</p> - -<p>¿Quién era?</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_62"></a>[Pg 62]<br /><a id="Page_63"></a>[Pg 63]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >VII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Qué es la vida.—Reflexiones.—Los perros de los indios.—Recuerdos -que deben tener de mi magnificencia.—Un intérprete.—Cambio de -<em>razones</em>.—<i lang="fr" xml:lang="fr">Sans façon.</i>—<em>Yapaí</em> y <em>yapaí</em>.—Detalles.—En -Santiago y Córdoba los pobres hacen lo mismo que los -indios.—Fingimiento.—Otra vez la cara patibularia.—Averiguaciones.—Una -navaja de barba mal empleada.</p> -</div> - - -<p>La vida se pasa sin sentir.</p> - -<p>Como dice la sentencia árabe, no es más que el camino -de la muerte.</p> - -<p>Cuando menos lo esperamos, nos sorprende el invierno -y recién como la cigarra imprevisora, nos apercibimos -de que hemos pasado el verano cantando, sin -pensar en nada.</p> - -<p>Nuestros cabellos, con los que jugueteaba ebúrnea y -afilada mano se han puesto canos. Nadie los toca ya.</p> - -<p>Nuestros ojos han perdido su brillo magnético. Nadie -los mira.</p> - -<p>Nuestra tez tersa y sonrosada, se ha vuelto amarillento -y seco pergamino. Nadie repara en ella.</p> - -<p>En el corazón apenas arde una llama moribunda -semejante al pálido resplandor de una lámpara sepulcral. -Pero ¡ay! ¿Quién se inflama en el tibio calor -suyo?</p> - -<p>De esperanza en esperanza, de ilusión en ilusión, de<span class="pagenum"><a id="Page_64"></a>[Pg 64]</span> -desengaño en desengaño, de decepción en decepción, de -caída en caída, de percance en percance, de desvarío -en desvarío, rodamos fatalmente y llegamos al borde -de la tumba, cayendo en su misteriosa obscuridad para -cesar de sufrir, ó sufrir más.</p> - -<p>Hemos aspirado, no hemos hecho nada por nosotros -ni por la humanidad, y hemos consumido una existencia -robusta, exuberante, con cuya savia se han alimentado -quién sabe cuántos parásitos afortunados, -exclamando mil veces: <i lang="fr" xml:lang="fr">En vain, hélas! en vain!</i></p> - -<p>Y por todo consuelo, nos contentamos con darle al -mundo y á sus pompas vanas un adiós irónico, escribiendo -en forma de epigrama póstumo un epitafio:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Ci-gît Piron, qui ne fut rien<br /> -Pas même académicien.</i></p> -</div> -</div> - -<p>Si la vida se pasa así, de cualquier modo, con más -razón se pasa cualquier noche.</p> - -<p>La primera que dormí en Quenque, al raso, cerca -del toldo de mi compadre Baigorrita, pertenece á ese -género. Creo que ni recuerdos tuve.</p> - -<p>De ella sólo puedo decir que dormí.</p> - -<p>Mi fatigado cuerpo no sintió ni el aire de la noche, -ni la dureza del suelo, ni la famélica inquietud de -los perros, que devoraban los rezagos y huesos de nuestro -fogón, haciendo crujir sus afilados dientes, hasta -romperlos y chupar el escondido tuétano.</p> - -<p>Los indios no les dan de comer á sus perros, y, sin -embargo, tienen muchos; en cada toldo tienen una -jauría.</p> - -<p>Los pobres viven de los bichos del campo que cazan, -ó como los avestruces, pescando moscas al vuelo.</p> - -<p>El hambre les hace adquirir una destreza increíble. -Mosca que zumba por sus narices va á parar á su estómago.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_65"></a>[Pg 65]</span></p> - -<p>Los tratan con la mayor dureza; el que no está lleno -de chichones tiene alguna cicatriz agusanada.</p> - -<p>Es lo que sacan cuando se acercan á algún fogón -ó cuando al carnear una res se arriman tímidamente á -ella para chupar siquiera la sangre que riega el suelo.</p> - -<p>Las chinas son las que tienen alguna compasión de -ellos. Son sus compañeros inseparables. Van al monte -y al agua con ellas; con ellas recogen el ganado; y al -lado de ellas duermen.</p> - -<p>Á los indios no los siguen jamás.</p> - -<p>En mi fogón se dieron una panzada que debe haber -hecho época entre ellos.</p> - -<p>En esta hora deben estar cantando con himnos caninos, -y en el mismo bronco lenguaje con que ladran á -la luna, por no decir adoran, la generosidad y espléndida -magnificencia de unas gentes extrañas, que anduvieron -por allí, con caras desconocidas, vistiendo trajes -que no habían visto jamás y hablando un idioma ininteligible, -aunque agradable á su oído.</p> - -<p>Amaneció.</p> - -<p>Nos dimos los buenos días con los franciscanos, nos -levantamos, tomamos mate y nos preparamos para recibir -visitas que no tardaron en llegar.</p> - -<p>Mi compadre Baigorrita se había bañado muy temprano, -y descalzo y con los calzoncillos arrollados sobre -la rodilla y las mangas de la camisa arremangadas, -atusaba un caballo que estaba en el palenque.</p> - -<p>Me acerqué á él, le saludé, y sin interrumpir su -faena me contestó con una sonrisa afable, haciéndome -decir con Juan de Dios San Martín que andaba por -ahí: «Que estuviera á gusto, que aquella era mi casa».</p> - -<p>Le contesté dándole las gracias.</p> - -<p>Y, pegando el último tijeretazo, me invitó á pasar -á su toldo.</p> - -<p>Acepté, y entramos en él.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_66"></a>[Pg 66]</span></p> - -<p>Tres fogones ardían.</p> - -<p>Alrededor de ellos las chinas y las cautivas preparaban -el almuerzo, que consistía en puchero y asado.</p> - -<p>Nos sentamos quedando mi compadre enfrente de mí.</p> - -<p>Empezaron á entrar visitas, se colocaron en dos filas -y la charla no se hizo esperar.</p> - -<p>Eran todas personas de importancia.</p> - -<p>No siendo Juan de Dios San Martín bastante buen -lenguaraz, mandaron llamar otro cristiano, hombre de -la entera confianza de Baigorrita.</p> - -<p>Era necesario que todos los circunstantes se enterasen -perfectamente bien de mis <em>razones</em>.</p> - -<p>Vino Juancito, que así se llamaba el perito, y se -colocó entre mi compadre y yo, dando la espalda á la -entrada del toldo.</p> - -<p>Era un zambo motoso, de siete pies de alto, gordo -como un pavo cebado.</p> - -<p>Su traje consistía en un simple chiripá de jerga -pampa.</p> - -<p>En su fisonomía estaban grabados con caracteres inequívocos -los instintos animales más groseros. Todas -sus facciones eran deformes, y á la manera de los indios, -se había arrancado con pinzas los pelos de la -cara, pintado los pómulos y los labios. Su mirada era -chispeante, pero no revelaba ferocidad.</p> - -<p>Le dije mis primeras <em>razones</em>, intentó traducirlas. -No pudo, sus oídos no habían jamás escuchado un lenguaje -tan culto como el mío. Y eso que yo me esforzaba -siempre en expresarme con toda sencillez. No entendía -jota.</p> - -<p>Al transmitirle á mi compadre Baigorrita mis razones, -Camargo y Juan de Dios San Martín, le decían:</p> - -<p>—El Coronel no ha dicho eso.</p> - -<p>Las visitas, impacientadas, gruñían contra el zam<span class="pagenum"><a id="Page_67"></a>[Pg 67]</span>bo. -Él, avergonzado y turbado de su imbecilidad, sudaba -la gota gorda. Su cara y su pelo traspiraban -como si estuviera en un baño ruso, despidiendo un olor -grasiento peculiar que volteaba.</p> - -<p>Cuando su confusión llegó hasta el punto de sellarle -los labios, cayó en una especie de furor concentrado. -Levantóse de improviso, y diciendo: «Me voy, ya no -sirvo», se marchó.</p> - -<p>Nadie hizo la menor observación.</p> - -<p>La conversación continuó, haciendo de intérpretes -los otros lenguaraces.</p> - -<p>Las mujeres de mi compadre, las chinas y cautivas -se pusieron en movimiento, y el almuerzo vino.</p> - -<p>Á cada cual le tocó, lo mismo que en el toldo de Mariano -Rosas, un enorme plato de madera con carne cocida, -caldo, zapallos y choclos.</p> - -<p>Yo, ya estaba en mi centro.</p> - -<p>Comí <i lang="fr" xml:lang="fr">sans façón</i>.</p> - -<p>Tomaba las posturas que me cuadraban mejor, y -calculando que lo que iba á hacer produciría buen -efecto en el dueño de la casa y en los convidados, me -quité las botas y las medias, saqué el puñal que llevaba -á la cintura y me puse á cortar las uñas de los pies, -ni más ni menos que si hubiera estado solo en mi cuarto, -haciendo la policía matutina.</p> - -<p>Mi compadre y los convidados estaban encantados. -Aquel coronel cristiano parecía un indio. ¿Qué más -podían ellos desear? Yo iba á ellos. Me les asimilaba. -Era la conquista de la barbarie sobre la civilización. -El <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, imperator</i>, del sueño que tuve en -Leubucó la noche en que Mariano Rosas me hizo beber -un cuerno de aguardiente, estaba allí transfigurado.</p> - -<p>Cuando acabé la operación de cortarme las uñas de -los pies, me limpié las de las manos, y para completar -la comedia me escarbé los dientes con el puñal.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_68"></a>[Pg 68]</span></p> - -<p>Trajeron el asado, agua y trapos. En lugar de hacer -uso del cuchillo de la casa, hice uso del mío.</p> - -<p>El indio del día antes, se presentó á la sazón con -mis guantes, se me sentó al lado y le dió por jugar -con mi pera, insistiendo en que la había de trenzar, -porque era linda, según él decía. Le dejé hacer su -gusto.</p> - -<p>Terminado el almuerzo, trajeron unas cuantas botellas -de aguardiente y entre <em>yapaí</em> y <em>yapaí</em> las apuramos.</p> - -<p>Mi ahijado, á quien el día antes había acariciado, -se acercó á mí. Le hice un cariño. Una cautiva le habló -en la lengua, y el chiquilín juntó las manos, y -todo ruborizado me dijo: «bendición».</p> - -<p>—«Dios te haga un buen cristiano, ahijado»—le -contesté; y echándole los brazos le senté en mis piernas.</p> - -<p>El chiquilín se quedó como en misa, saqué el reloj y -se lo puse al oído para que oyera el tic-tac de la rueda: -siguió inmóvil. Guardé el reloj, y viendo que por sobre -su cabecita caminaban ciertos animalitos de mil pies, -me puse á expulgarlo.</p> - -<p>Comprendo, Santiago amigo, que estos detalles son -poco filosóficos é instructivos; pero, hijo mío, ya que -no puedo cantar las glorias de mi espada, permíteme -describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre los Ranqueles.</p> - -<p>El pulcro y respetable público tendrá la bondad de -ser indulgente, á no ser que prefiera, lo que no suele -ser raro, la mentira á la verdad.</p> - -<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Rien n'est beau que le vrai.</i></p> - -<p>Tomo el dicho por los cabellos y continúo.</p> - -<p>Mi ahijado estaba acostumbrado á la operación.</p> - -<p>Los indios se la hacen unos á otros, al rayar el sol, -con un apéndice que dejo á tu perspicacia adivinar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_69"></a>[Pg 69]</span></p> - -<p>De gustos no hay nada escrito.</p> - -<p>Una ostra cruda es para algunos el bocado más sabroso. -Vitelio se comía, para abrir el apetito, cuarenta -docenas de una sentada.</p> - -<p>Algunos buscan el queso hediondo, y prefieren <em>el -que camina</em>.</p> - -<p>Mientras tanto, otros no pueden pasar ni lo uno ni -lo otro.</p> - -<p>No nos admiremos de las costumbres de los indios.</p> - -<p>He de repetir hasta el cansancio, que nuestra civilización -no tiene el derecho de ser tan orgullosa.</p> - -<p>En Santiago del Estero, donde lengua y costumbres -tienen un sabor primitivo, los pobres hacen lo mismo -que los indios.</p> - -<p>El que quiera verlo, no tiene más que tomar la mensajería -del Norte y dar un paseo por aquella provincia -argentina.</p> - -<p>Y en la sierra de Córdoba hacen igual cosa. Está -más cerca y la excursión sería más pintoresca.</p> - -<p>Mi ahijado se quedó dormido.</p> - -<p>Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le -dejé quieto.</p> - -<p>Las visitas se fueron retirando.</p> - -<p>Algunas se echaron, quedándose dormidas.</p> - -<p>Yo, siguiendo mi plan de <em>hacerme interesante</em>, las -imité. ¡Qué había de dormir! Era imposible. Cuerpos -extraños al mío, me tenían en una agitación indescriptible.</p> - -<p>Me quedé no obstante en el toldo haciendo que dormía.</p> - -<p>Ronqué.</p> - -<p>Mi compadre impuso silencio. Debía mirarme con -placer.</p> - -<p>De repente llamé con voz trémula y débil á Rufino -Pereyra.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_70"></a>[Pg 70]</span></p> - -<p>No contestó; no podía oírme. Lo calculaba.</p> - -<p>Entonces, fingiendo un enojo terrible, me incorporé -súbito y grité con todas mis fuerzas:</p> - -<p>—¡Rufino! ¡Rufino!</p> - -<p>Rufino contestó de lejos:</p> - -<p>—Voy, señor; y entró volando en el toldo.</p> - -<p>—¿Por qué no venías?</p> - -<p>—No había oído.</p> - -<p>Le apostrofé.</p> - -<p>Mi compadre fumaba tranquilamente su pipa, rodeado -de sus tres hijos menores dormidos.</p> - -<p>Me miró como diciendo para sus adentros: Este -hombre, es un hombre.</p> - -<p>Mis contrastes le seducían. La dulzura, la aspereza, -la calma y la irascibilidad hablan muy alto á la imaginación -de un salvaje.</p> - -<p>—Tráeme mi navaja de barba—le dije á Rufino.</p> - -<p>Salió.</p> - -<p>—Compadre—continué, dirigiéndome á mi huésped,—le -voy á hacer un regalo; veo que usted se afeita.</p> - -<p>No contestó, porque no entendía. Los lenguaraces -se habían retirado. Llamó á Juan de Dios San Martín. -Entró éste y junto con él Rufino, trayendo la navaja -y el asentador, que tenía cuatro faces, una con piedra.</p> - -<p>Tomélo, y haciéndole ver á mi compadre cómo se -asentaba la navaja, le di ambas cosas.</p> - -<p>Las tomó, y viendo primero si se adaptaban al bolsillo -de su tirador, las colocó en seguida en él.</p> - -<p>Salí del toldo. Me mudé la ropa, después que Carmen -me ayudó á eliminar los intrusos que se habían -guarecido en mis cabellos; di un paseo porque tenía -necesidad de respirar el aire libre y puro del campo, -haciendo fuego con el revólver sobre algunos caranchos -y teruteros; y al rato volví al fogón para acabar -de disipar con café los efectos del aguardiente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_71"></a>[Pg 71]</span></p> - -<p>De regreso de la caminata, pasé por detrás del toldo -de mi compadre y volví á ver la <em>cara patibularia</em> del -día antes, apoyada con aire sombrío en la costanera del -ranchito que servía de cocina, y que sobresalía media -vara.</p> - -<p>Junto con ella estaba otra juvenil, de aspecto extraño -y marcadamente de cristiano.</p> - -<p>La curiosidad me acercó á ellos.</p> - -<p>Les dirigí la palabra, callaron.</p> - -<p>—¿No entienden?—les dije, con cierta acritud.—Me -contestaron en lengua de indio.</p> - -<p>Comprendí que no querían hablar conmigo.</p> - -<p>El hecho acabó de despertar mi curiosidad.</p> - -<p>No pude decir por qué, pero lo cierto es que la primera -cara me alarmaba.</p> - -<p>Seguí mi camino con el intento de averiguar quiénes -eran aquellos desconocidos.</p> - -<p>Entré en el toldo de mi compadre.</p> - -<p>Estaba solo con sus hijos, en la misma postura en -que le había dejado hacía un rato, y picaba tabaco.</p> - -<p>¿Con qué?</p> - -<p>Nada menos que con la navaja de barba que le acababa -de regalar.</p> - -<p>El asentador le servía de punto de apoyo.</p> - -<p>—Bien empleado me está—dije para mi coleto,—por -haber gastado pólvora en chimangos.</p> - -<p>Mi compadre se sonrió complacido y con una cara -como unas pascuas, y mirándose en la superficie tersa -y lustrosa de la navaja, me dijo:</p> - -<p>—Lindo.</p> - -<p>—Es verdad—le contesté, murmurando:—no te degollarás -con ella; y agregando al mismo tiempo que -hacía el ademán de afeitarme: mejor es para esto.</p> - -<p>Me entendió, y repuso:</p> - -<p>—Cuchillo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_72"></a>[Pg 72]</span></p> - -<p>Quería decirme que el cuchillo era más aparente -para afeitarse.</p> - -<p>Llamó á Juan de Dios San Martín.</p> - -<p>Mientras éste venía, salí del toldo para contarles á -mis ayudantes y á los franciscanos qué suerte había -corrido la navaja de Rodgers.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_73"></a>[Pg 73]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >VIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Dos desconocidos.—El cuarterón.—El mayor Colchao y su hijo.—Una -cautiva explica quién era Colchao y refiere su historia.—Provocaciones -de Caiomuta.—<em>Gualicho</em> redondo.—Contradicciones -del cuarterón.—Juan de Dios San Martín.—Dudas sobre -la fidelidad conyugal.—Picando tabaco.—Retrato de Baigorrita.—Un -espía de Calfucurá.</p> -</div> - -<p>En el fogón no había nadie.</p> - -<p>Todos estaban detrás de la cocina, porque en ese sitio -no daba el sol.</p> - -<p>Buscaba á quien contarle el uso que mi compadre -hacía de mi rica navaja de barba.</p> - -<p>Fuí pues, en busca de mis compañeros de peregrinación.</p> - -<p>Hablaban con los dos desconocidos.</p> - -<p>Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome -dentro, y les conté el caso, riéndome á carcajadas.</p> - -<p>Unos cuantos, ¡qué bárbaro! se oyeron al mismo -tiempo.</p> - -<p>Después de un instante de hilaridad, pregunté, ¿qué -hombres son ésos con quienes hablaban ustedes?</p> - -<p>—No sabemos—contestaron unos.</p> - -<p>—Tratábamos de averiguarlo—dijeron los franciscanos.</p> - -<p>—Vamos á ver—repuse.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_74"></a>[Pg 74]</span></p> - -<p>Me dirigí á ellos. Todos me siguieron.</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?—le pregunté al primero que -había visto.</p> - -<p>Era un cuarterón tostado por el sol, como de cuarenta -años.</p> - -<p>Tenía una cara que daba miedo, grandes ojos negros, -redondos, sin brillo, nariz aplastada, por cuyas -ventanas salían algunos pelos, boca grande, en la que -vagaba una sonrisa sardónica, dejando entrever dos -filas de dientes enormes, separados, como los del cocodrilo, -todo ello encerrado dentro de un óvalo que empezaba -con una frente estrecha, erizada de cabellos duros -y parados como las espinas del puerco espín, y -terminaba con una barba aguda ligeramente retorcida -para arriba.</p> - -<p>Estaba gordo y no tenía una sola arruga en el cutis. -Llevaba un aro de oro en la oreja izquierda, y la -barba y el bigote se las había arrancado con pinzas, á -lo indio, de manera que en los poros irritados, se había -infiltrado el polvo más tenue, dándole con la transpiración -á su antipática facha, el mismo aspecto que hubiera -tenido si la hubiesen escarificado con finísimas -agujas y tinta china.</p> - -<p>Vestía ropa andrajosa. No llevaba calzado, y en sus -pies encallecidos resaltaban unas grandes uñas incrustadas -como conchas fósiles en calcárea roca.</p> - -<p>No me contestó. Pero fijó su mirada vaga en mí.</p> - -<p>Volví á interrogarle.</p> - -<p>Siguió callado, bajó la vista, la fijó en tierra, é -hizo un ademán con los hombros, hundiendo el pescuezo -en ellos, como quien dice: no sé, ¿qué le importa -á usted?</p> - -<p>—Tú has de ser algún bellaco—le dije.</p> - -<p>No contestó.</p> - -<p>Entonces, dirigiéndome al más joven:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_75"></a>[Pg 75]</span></p> - -<p>—¿Y tú quién eres?—le pregunté.</p> - -<p>Parecía un cuadrumano. Era un mono vestido de -gaucho. También estaba afeitado á lo indio, y su ropa -era nueva y de buena calidad. Tendría dieciocho años.</p> - -<p>—Soy hijo del mayor Colchao—me contestó.</p> - -<p>—¿Hijo del mayor Colchao?—repuse, con extrañeza.</p> - -<p>Una cautiva que se había llegado á nosotros, me -dijo:</p> - -<p>—Es mi marido.</p> - -<p>—¿Tu marido?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Cómo es eso?</p> - -<p>—El cacique me ha casado con él.</p> - -<p>Me refirió entonces, que era de San Luis, que durante -algún tiempo había vivido con un indio muy -malo. Que éste había muerto á consecuencia de heridas -recibidas en la última invasión que llevaron los -Ranqueles al Río 5.º cuando los derroté en los Pozos -Covados, cerca de Santa Catalina; y que no habiendo -dejado herederos, Baigorrita la había recogido y se la -había dado al mayor Colchao, montonero de la gente -del Chacho, refugiado en Tierra Adentro. Agregó que -Colchao era muy bueno y que ahora era feliz.</p> - -<p>—Vea, señor—me decía,—cómo me castigaba el indio. -Y mostraba los brazos y el seno cubiertos de moretones -empedernidos y de cicatrices. Así, añadía con -mezclada expresión de candor y crueldad, yo rogaba á -Dios que el indio echara por la herida cuanto comiese. -Porque tenía un balazo en el pescuezo y por ahí se le -salía todo, envuelto con el humor y...</p> - -<p>Me dió asco aquella desdichada, cuyos ojos eran hermosísimos. -Tenía una lubricidad incitante en la fisonomía. -Era esbelta y graciosa.</p> - -<p>Á fin de que no continuara el repugnante relato de<span class="pagenum"><a id="Page_76"></a>[Pg 76]</span> -las agonías de su opresor, y queriendo saber quién era -ese mayor Colchao, la interrumpí, preguntándole:</p> - -<p>—¿Y quién es Colchao?</p> - -<p>—Ese hombre que habrá visto, señor, aquí, el que -traía enlazada la res que le carneamos.</p> - -<p>Yo lo había tomado por un indio.</p> - -<p>Era un hombre insignificante. Mi compadre tenía -mucha confianza en él. Hacía de capataz suyo.</p> - -<p>—¿Y este muchacho, dices que es hijo de Colchao?—volví -á preguntarle.</p> - -<p>—Sí, señor—repitió.</p> - -<p>—Y, ¿dónde vives tú?—le preguntó á aquél.</p> - -<p>—En la toldería del capitanejo Estanislao.</p> - -<p>—¿Cerca de aquí?</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—¿Qué distancia hay?</p> - -<p>—Un día de camino (son treinta leguas en lenguaje -convencional de los indios).</p> - -<p>—¿Y á ese hombre le conoces?—le pregunté, señalándole -al cuarterón.</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Desde cuándo?</p> - -<p>—Hace tres días.</p> - -<p>—¿Tres días no más?</p> - -<p>—Sí señor.</p> - -<p>—¿Cómo así?</p> - -<p>—Lo he conocido en el campo, viniendo para acá.</p> - -<p>—¿De dónde venías?</p> - -<p>—Del toldo de Estanislao.</p> - -<p>—¿En qué rumbo queda?</p> - -<p>—Aquí (señalando al Sudoeste).</p> - -<p>—¿En qué venía?</p> - -<p>—Á caballo.</p> - -<p>—¿Con cuántos caballos?</p> - -<p>—En el montado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_77"></a>[Pg 77]</span></p> - -<p>—¿Y de dónde venía?</p> - -<p>—De lo de Calfucurá.</p> - -<p>—¿Qué, por ahí va el camino?</p> - -<p>—Por ahí.</p> - -<p>—¿Y cuántos días de camino hay del toldo de Estanislao -al de Calfucurá?</p> - -<p>—Dos días y medio.</p> - -<p>—¿Y habla castellano ese hombre?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>Aquí interrumpí el diálogo con el hijo de Colchao, -y dirigiéndome al otro, le dije:</p> - -<p>—¿Conque te estabas haciendo el zonzo?</p> - -<p>No contestó.</p> - -<p>—Habla, imbécil—le dije.</p> - -<p>—Tengo vergüenza—me contestó.</p> - -<p>—Has de ser algún bandido—repuse, y dándole las -espaldas, les dije en voz baja á mis ayudantes:—averígüenle -la vida.</p> - -<p>Iba á retirarme, pero se me ocurrió una pregunta -esencial. Se la hice.</p> - -<p>—¿De dónde eres?</p> - -<p>—De Patagones.</p> - -<p>—¡Ah!—dijo mi ayudante Rodríguez,—á mí me -has dicho hace un rato que chileno.</p> - -<p>—Y á mí, no recuerdo quién, que de Bahía Blanca.</p> - -<p>—Sí, ha de ser algún pícaro—les contesté.</p> - -<p>Y esto diciendo me dirigí al toldo de mi compadre.</p> - -<p>Estaba como le había dejado, en la misma postura, -seguía picando tabaco con la navaja y hablaba con -Juan de Dios San Martín.</p> - -<p>Me senté, y le hice preguntar por el lenguaraz quién -era el desconocido.</p> - -<p>Me contestó que no sabía, que lo había visto; pero -que había creído que era de mi gente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_78"></a>[Pg 78]</span></p> - -<p>Juan de Dios San Martín dijo que él no había reparado -en semejante hombre.</p> - -<p>Le observé á mi compadre que cómo había podido -tomar por hombre mío un rotoso como ése.</p> - -<p>Se encogió de hombros, y le ordenó á San Martín -que averiguase quién era, de dónde venía, qué quería.</p> - -<p>San Martín salió.</p> - -<p>Yo me eché en el suelo, como en un mullido sofá.</p> - -<p>Mi compadre siguió imperturbable picando su tabaco.</p> - -<p>Estuvimos en silencio, mientras San Martín indagó -lo que queríamos saber.</p> - -<p>Juan de Dios San Martín era el lenguaraz de mi -compadre, su secretario, su amigo, sirviente y confidente. -Varias veces como representante suyo estuvo en -el Río 4.º.</p> - -<p>Es un <em>roto</em> chileno, vivo como un rayo, taimado y -melifluo; que sabe tirar y aflojar cuando conviene. -Tiene treinta años y sabe leer y escribir perfectamente -bien. Tenía varios libros, entre ellos un tratado de -geografía.</p> - -<p>Como su cara hay muchas. No tiene nada de notable. -Es blanco y de sangre pura. Según él, está entre los -indios para rescatar algunos parientes mendocinos. -Será ó no verdad. Yo sólo sé que estando en el Río -4.º entre varias cautivas, que me mandó Mariano Rosas, -que entregué al padre Burela, venía una de unos -diecisiete años, que se decía prima suya y que le estaba -muy agradecida.</p> - -<p>Pretendía también San Martín estar muy enamorado -de una chiquilla de catorce años, <em>que había sido ya</em> -querida de mi compadre, quien se la había vendido. Y -decía que saldría de los indios cuando se le acabara -de pagar. La chiquilla andaba por allí, era bonita y -muy inocentona al parecer. Lo mismo que estaba con<span class="pagenum"><a id="Page_79"></a>[Pg 79]</span> -San Martín hubiera estado con otro. Era mendocina y -vestía exactamente como una india. Su donosura contrastaba -en extremo con su desaseo. Reía y jugaba con -todos mis ayudantes con infantil desenfado, y <em>su dueño</em> -no se curaba de ello. El derecho de vida ó muerte que -tenía sobre la pobre le inspiraba sin duda esa confianza. -La institución es bárbara, nadie lo pondrá en duda. -Pero hay que reconocer que entre los indios no <em>se mata</em> -por celos. Algo más; hay que reconocer que los casos -de infidelidad son rarísimos allí.</p> - -<p>Mientras llega San Martín con las noticias que ha -ido á traer, se me ocurre preguntar:</p> - -<p>La virtud de la fidelidad conyugal, que no puede -ser convencional sino que debe tener por base un sentimiento, -el amor, ¿dónde está más segura, entre los -ranqueles ó entre los cristianos?</p> - -<p>Me guardo bien de contestar.</p> - -<p>Prefiero esperar á San Martín, llamando tu atención, -Santiago amigo, sobre los tipos que se refugian -entre los indios. Calcula si ellos conocerán bien á los -cristianos, sus ideas, sus tendencias, sus proyectos futuros, -teniendo á su lado secretarios lenguaraces, amigos -íntimos por el estilo del que te acabo de bosquejar.</p> - -<p>Aquel mundo es realmente digno de estudio. Lo tenemos -encima, golpeando diariamente nuestras puertas, -como los enemigos de Roma, en sus horas aciagas, -¿y qué sabemos de él?</p> - -<p>Que nos roban.</p> - -<p>Es bastante; pero no es una noticia nueva para el -país. Tanto valiera decirle: hay guerra civil en Entre -Ríos. La conciencia pública lo sabe, no lo ve, pero -lo siente. Ella pregunta otra cosa. ¿Cuál es el remedio -que costando menos sangre puede conciliar el <em>hecho -con el derecho</em>? ¿Y por qué pregunta eso? Porque -mientras para todo le presentéis el filo de una espada,<span class="pagenum"><a id="Page_80"></a>[Pg 80]</span> -la clemencia humana estará en su derecho de exclamar -<em>¡fratricidas!</em></p> - -<p>San Martín volvió, diciendo que el desconocido venía -de las tolderías de Calfucurá.</p> - -<p>Mi compadre no manifestó extrañeza alguna.</p> - -<p>—¿Y cómo es—le pregunté,—que ustedes no se fijan -en los que vienen y están una porción de días comiendo -en sus casas?</p> - -<p>—Aquí viene el que quiere, compadre—me contestó.</p> - -<p>—¿Y si vienen á espiar?</p> - -<p>—¿Y qué van á espiar?</p> - -<p>—Pero lo que ustedes hacen.</p> - -<p>—Nosotros hacemos toda la vida lo mismo.</p> - -<p>Le hice una seña á San Martín, salí del toldo y me -siguió.</p> - -<p>Mi compadre continuó picando su tabaco, le quedaba -aún un rollo tucumano.</p> - -<p>San Martín me había servido con lealtad en otras -ocasiones. Le encargué que tomara más informes sobre -el desconocido, y se marchó.</p> - -<p>Al separarse de mí, el padre Marcos vino á decirme -que aquél me pedía una camisa y unos calzoncillos, -hierba, tabaco y papel.</p> - -<p>Todo se me había concluido. Pero donde hay soldados -no faltan jamás corazones desprendidos y generosos.</p> - -<p>Llamé un asistente y le dije que me buscara entre -sus compañeros una camisa y unos calzoncillos, y -todo lo demás que pedía el desconocido.</p> - -<p>Hizo una junta: á éste pidió una cosa, á aquél -otra, al uno yerba, al otro azúcar, tabaco y papel y -volvió al punto con la contribución.</p> - -<p>Le di todo al padre Marcos, y el buen franciscano -se fué muy contento, llevándoselo todo á su protegido.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_81"></a>[Pg 81]</span></p> - -<p>Me senté á descansar en un diván que con caronas -y ponchos me improvisaron los soldados.</p> - -<p>Dormitaba, cuando oí un tropel de caballos y una -voz de indio que con acento de embriaguez preguntaba:</p> - -<p>—¿Dónde está ese coronel Mansilla?</p> - -<p>Hablaba con los que estaban detrás de la cocina.</p> - -<p>—Ahí—le contestaron.</p> - -<p>Un jinete indio se me presentó, pisándome casi con -las patas del caballo.</p> - -<p>Le reconocí en el acto: era Caiomuta, y viendo que -estaba ebrio le miré con afectado desprecio y no le -dije nada.</p> - -<p>—Vos, coronel Mansilla—gritó el bárbaro, clavándole -ferozmente las espuelas al caballo, <em>rayándolo</em> y -levantando una nube de polvo que me envolvió.</p> - -<p>Creí que iba á atropellarme.</p> - -<p>Callé, me puse en pie y en ademán de defenderme.</p> - -<p>—Vos, coronel Mansilla—volvió á gritarme.</p> - -<p>—Sí—le contesté secamente.</p> - -<p>—¡Ahhhh!—hizo.</p> - -<p>Permanecí en silencio, y como se retirara unos -cuantos pasos, avancé sobre él, cubriendo mi frente con -el fogón que presentaba el obstáculo de unos grandes -montones de leña.</p> - -<p>—¿Vos amigo indio?—me dijo.</p> - -<p>—Sí—le contesté, y avancé para darle la mano.</p> - -<p>Me rechazó, diciendo:</p> - -<p>—Yo dando mano, amigo no más.</p> - -<p>—Yo soy tu amigo.</p> - -<p>—¿Por qué entonces midiendo tierra, <em>gualicho redondo</em>?</p> - -<p><em>Gualicho redondo</em> era mi aguja de marcar óptica, -de la que me había servido infinidad de veces, en la -travesía del Río 5.º á Leubucó.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_82"></a>[Pg 82]</span></p> - -<p>—Eso no es para medir tierra—le contesté.</p> - -<p>—Vos engañando—repuso.</p> - -<p>—Yo no miento.</p> - -<p>—¿Y entonces qué haciendo <em>gualicho redondo</em>?</p> - -<p>—Era para saber el rumbo, dónde quedaba el -Norte.</p> - -<p>—¿Y para qué haciendo eso, teniendo camino y baqueano?</p> - -<p>—Porque cuando ando por los campos me gusta saber -derecho adónde voy.</p> - -<p>—<em>¡Winca! ¡winca!</em>—murmuró. Y en voz alta y -volviendo á rayar el caballo, en círculos concéntricos -para lucir la rienda del animal y su destreza, gritó: -¡engañando!</p> - -<p>Llegaron varios indios, hablaron á un mismo tiempo -y rodeándome me dijeron:</p> - -<p>—Dando camisa.</p> - -<p>—No tengo—contesté secamente.</p> - -<p>Caiomuta, con ojos mal intencionados me echó encima -el caballo, balanceándose sobre él con dificultad, -y me dijo:</p> - -<p>—Vos rico, dando, pues, pobres indios.</p> - -<p>—Yo no doy nada á quien no es mi amigo—le contesté, -frunciendo el ceño y apostrofándole de bárbaro.</p> - -<p>Recogió el caballo como para atropellarme. Me retiré. -Llegaron mis ayudantes y asistentes y me rodearon.</p> - -<p>—¡Winca! ¡winca!—bramó el indio.</p> - -<p>Juan de Dios San Martín se presentó en ese momento -y me dijo, que decía Baigorrita que no le hicieran -caso á su hermano, que me fuera á su toldo. Y de su -cuenta agregó: Ese indio, señor, tiene muy malas entrañas.</p> - -<p>Me pareció desdoroso abandonar el campo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_83"></a>[Pg 83]</span></p> - -<p>Le contesté á mi compadre que no tuviese cuidado.</p> - -<p>Caiomuta se echó al coleto un trago, como un chorro, -de una limeta de aguardiente que llevaba en la -mano derecha, y picando el caballo y vociferando insultos -contra Baigorrita, á quien tachaba de ladrón, -y diciéndoles á los otros que le siguieran, se lanzó á -toda brida por unos arenales donde parecía imposible -que el caballo corriera.</p> - -<p>Queriendo evitar un segundo diálogo, me dirigí al -toldo de mi compadre; pero viendo al padre Marcos -con el desconocido, hice un rodeo y me acerqué á ellos.</p> - -<p>—¿Y al fin de dónde eres?—le pregunté:—¿de Chile, -de Patagones ó de Bahía Blanca?</p> - -<p>No me contestó.</p> - -<p>—¿Conque tienes lengua para pedir y no la tienes -para contestar?—agregué.</p> - -<p>—Yo no he pedido nada—contestó por primera vez -con acento porteño.</p> - -<p>—Lo que yo debía hacer era quitarte por soberbio -lo que te he dado—le dije.</p> - -<p>—Ahí está—murmuró con desprecio.</p> - -<p>Me retiré. Aquel hombre me alteraba la sangre, y -entré en el toldo de mi compadre.</p> - -<p>Seguía picando tabaco.</p> - -<p>Me hizo señas de que tomara asiento.</p> - -<p>Me senté.</p> - -<p>Trajeron puchero.</p> - -<p>Comí.</p> - -<p>Á mi compadre le sirvieron un riñón de cordero, caliente, -crudo y un bofe de vaca fiambre, aliñado con -cebolla y sal.</p> - -<p>Me ofreció un bocado.</p> - -<p>Acepté.</p> - -<p>El riñón era incomible, hedía como álcali volátil;<span class="pagenum"><a id="Page_84"></a>[Pg 84]</span> -pero lo mastiqué procurando no hacer gestos y lo -tragué.</p> - -<p>El bofe era pasable; pero prefiero no volver á probarlo -más en mi vida.</p> - -<p>Como no había lenguaraz no hablábamos sino una -que otra palabra.</p> - -<p>Aproveché el tiempo para observar la fisonomía de -aquel <em>picador de tabaco</em> imperturbable, especie de patriarca.</p> - -<p>Manuel Baigorría, alias Baigorrita, tiene treinta -y dos años.</p> - -<p>Se llama así porque su padrino de bautismo fué -el gaucho puntano de ese nombre, que en tiempos del -cacique Pichum, de quien era muy amigo, vivió en -Tierra Adentro. Su madre fué una señora cautiva del -Morro. Allí vivía no ha mucho con su familia, rescatada, -no puedo decir en qué época. Baigorrita tiene -la talla mediana, predominando en su fisonomía el -tipo español. Sus ojos son negros, grandes, redondos y -brillantes; su nariz respingada y abierta; su boca -regular; sus labios gruesos; su barba corta y ancha. -Tiene una cabellera larga, negra y lacia, y una frente -espaciosa, que no carece de nobleza. Su mirada es -dulce, bravía algunas veces. En este conjunto sobresalen -los instintos carnales y cierta inclinación á las -emociones fuertes, envuelto todo en las brumas de una -melancolía genial.</p> - -<p>Con otro tipo mi compadre sería un árabe.</p> - -<p>Es muy aficionado á las mujeres, jugador y pobre; -tiene reputación de valiente, de manso y prestigio -militar entre sus indios.</p> - -<p>Sus costumbres son sencillas, no es lujoso ni en los -arreos de su caballo.</p> - -<p>Me habló varias veces con ternura de la madre, ma<span class="pagenum"><a id="Page_85"></a>[Pg 85]</span>nifestándome -el deseo de ir al Morro á visitar sus parientes.</p> - -<p>Caiomuta es su hermano menor por parte de padre. -Son enemigos. Caiomuta es rico, ladrón como Caco, -borracho como Baco y malo como Satanás. Insolente, -violento, audaz, aborrecido de la generalidad. Pero es -fuerte, porque tiene un circulito de desalmados que le -siguen ciegamente, ayudándole á perpetrar todas sus -maldades.</p> - -<p>Concluía el estudio de los rasgos fisonómicos de mi -compadre, cuando se presentó San Martín.</p> - -<p>Cambió algunas palabras en lengua araucana con -aquél, y diciéndome en un aparte que tenía algo que -comunicarme, se retiró.</p> - -<p>—Hasta luego—le dije á Baigorrita, que sin dejar de -picar su tabaco, me contestó : <em>¡adió!</em> (los indios, como -los negros, no pronuncian generalmente las eses finales), -y fuí á ver qué me quería San Martín.</p> - -<p>En cuanto me acerqué á él, me dijo:</p> - -<p>—Señor, el hombre es un espía de Calfucurá.</p> - -<p>—¿Y tras de qué anda?</p> - -<p>—Viene á ver qué hace usted aquí. Allí temen que -usted mueva estas indiadas contra aquéllas.</p> - -<p>—¿Y se lo has dicho á Baigorrita ahora lo que hablaste -con él?</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—Avísaselo, pues.</p> - -<p>San Martín obedeció.</p> - -<p>Yo me quedé pensando en la cautelosa previsión de -Calfucurá, el gran político y guerrero de la Pampa, -tan temido por su poder como por su sabiduría.</p> - -<p>La noticia de mi arribo á las tolderías de los ranqueles, -le había sido transmitida por Mariano Rosas, junto -con una consulta, en su calidad de aliado por simpatía -de raza.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_86"></a>[Pg 86]</span></p> - -<p>Su contestación había sido que la paz convenía, que -no vacilase en sellarla y cumplirla.</p> - -<p>Al mismo tiempo había enviado un emisario secreto.</p> - -<p>¿Hombres de Estados cultos habrían procedido de -otra manera?</p> - -<p>¿La diplomacia moderna es más sincera y menos -desconfiada?</p> - -<p>Tú, que vives en Europa, donde nacieron y gobernaron -Richelieu, Mazarino, Walpole, Alberoni, Talleyrand -y Maeternich, en Europa, que nos da la norma -en todo, lo dirás.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_87"></a>[Pg 87]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >IX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Cansancio.—Puesta del sol.—Un fogón de dos filas.—Mis caballos -no estaban seguros.—Aviso de Baigorrita.—Los indios -viven robándose unos á otros.—La justicia.—Los pobres son -como los caballos <em>patrios</em>.—Cena y sueño.—Intentan robarme -mis caballos.—Cantan los gallos.—Visión.—El mate.—Un cañonazo.</p> -</div> - - -<p>El día había sido fecundo en impresiones. La tarde, -esa hora dulce y melancólica, avanzaba. El fuego solar -no quemaba ya. La brisa vespertina soplaba fresca, -batiendo la grama frondosa, el verde y florido trébol, -el oloroso poleo, y arrancándole sus perfumes suaves -y balsámicos á los campos, saturaba la atmósfera al -pasar con aromáticas exhalaciones. Los ganados se -retiraban pausadamente al aprisco.</p> - -<p>Mi cuerpo tenía necesidad de reposo. Mi estómago -pedía un asadito á la criolla. Teníamos una carne gorda, -que sólo mirarla abría el apetito.</p> - -<p>Mandé hacer un buen fogón, con asientos para todos. -Proclamé cariñosamente á los asistentes, para -que trajeran leña gruesa de chañar y carda.</p> - -<p>Había una enramada llena de cueros viejos, de trebejos -inútiles, de guascas y chala de maíz. Le eché el -ojo, la mandé limpiar, y me dispuse á cenar como un -príncipe, y á pasar una noche de perlas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_88"></a>[Pg 88]</span></p> - -<p>Mis pensamientos eran plácidos, como los del niño -que alegre corre y juguetea, en tarde primaveral, por -las avenidas acordonadas de arrayán del verde y pintado -pensil.</p> - -<p>Las penas andaban huidas, también ellas son veleidosas.</p> - -<p>Á veces suelo echarlas de menos.</p> - -<p>El sol hundió su frente radiosa tras de las alturas -de Quenque, augurando el limpio horizonte y el cielo -despejado de nubes un nuevo hermoso día; las estrellas -comenzaron á centellear tímidamente en el firmamento; -las sombras nocturnas fueron envolviendo poco -á poco en tinieblas el vasto y dilatado panorama del -desierto, y cuando la noche extendió completamente -su imponente sudario, el fogón ardía, rechinando al -quemarse los gruesos troncos de amarillento caldén, -chisporroteando alegre la endeble carda, como si festejara -el poder del elemento destructor.</p> - -<p>La rueda se había hecho sin orden en dos filas. Detrás -de cada franciscano y de cada oficial había un -asistente. El chusco Calixto Olazábal, atizaba el fuego, -reparaba el asado, tomaba mate y soltaba dicharachos -sin pararle la lengua un minuto.</p> - -<p>Á no haber estado allí los frailes, hubiera podido -decirse que parecía un Vulcano jocoso entre las llamas, -rodeado de condenados; porque aquéllas, flameando -al viento, chamuscaban su barba, siendo motivo de que -hiciera toda clase de piruetas y gesticulaciones, lo -que provocando la risa de los circunstantes completaba -el cuadro.</p> - -<p>Los ojos se me iban viendo el apetitoso asado.</p> - -<p>Pensaba en el pincel y en la paleta de Rembrandt, -cuando una voz conocida dijo detrás de mí, con acento -respetuoso:</p> - -<p>—¡Buenas noches, señores!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_89"></a>[Pg 89]</span></p> - -<p>Era Juan de Dios San Martín.</p> - -<p>—Buenas noches; siéntese, amigo, si gusta—le contesté.</p> - -<p>—Gracias, señor—repuso;—no puedo ahora. Vengo -á decirle, que dice Baigorrita que los caballos están -mal donde los tiene: que ha sabido que andan unos -indios ladrones por darle el golpe, y que sería mejor -los encerrase en el corral.</p> - -<p>No pude resolverme de pronto á contestarle que estaba -bueno, porque los animales tenían necesidad de -alimentarse bien. Pero entre que sufrieran más y -perderlos, el partido no era dudoso.</p> - -<p>Después de un instante de reflexión, contesté:</p> - -<p>—Dile á mi compadre que si hay peligro los haré encerrar.</p> - -<p>—Es mejor—contestó San Martín.</p> - -<p>—Pues bien—repuse,—que los encierren.</p> - -<p>Y esto diciendo, le ordené al mayor Lemlenyi le hiciera -prevenir á Camilo Arias que los caballos no dormirían -á ronda abierta, sino en el corral.</p> - -<p>San Martín se fué y volvió diciéndome:</p> - -<p>—Dice Baigorrita que el corral tiene un portillo, -que es preciso taparlo con ramas y que pongan una -guardia.</p> - -<p>Mandé dar las órdenes correspondientes, y como Calixto -gritara en ese momento, ¡ya está! invité nuevamente -al mensajero de mi compadre á que se sentara.</p> - -<p>Aceptó, ocupó un puesto en la rueda, le entramos -al asado, como se dice en la tierra, y mientras lo hacíamos -desaparecer, se pusieron algunos choclos al -rescoldo, para tener postre.</p> - -<p>Una jauría de perros hambrientos había formado á -nuestro alrededor una tercera fila. Viendo que no los -trataban como los indios, nos empujaban, y á más de -uno le sucedió le arrebataran la tira de carne que lle<span class="pagenum"><a id="Page_90"></a>[Pg 90]</span>vaba -á la boca. La confianza de aquellos convidados -de piedra de cuatro patas llegó á ser tan impertinente, -que para que nos dejaran comer en paz hubo que tratarlos -á la baqueta.</p> - -<p>—Pero hombre—le dije á San Martín,—aquí no respetan -nada. ¿Será posible que se atrevan á robarme -mis caballos hasta del corral de Baigorrita?</p> - -<p>—Qué, señor, si son muy ladrones estos indios; el -otro día, no más, se le han perdido sus caballos á Baigorrita, -lo tienen á pie—me contestó.</p> - -<p>—¿Y qué ha hecho?</p> - -<p>—Los andan campeando.</p> - -<p>—¿Entonces aquí viven robándose los unos á los -otros?</p> - -<p>—Así no más viven, ya es vicio el que tienen.</p> - -<p>—¿Y qué hacen con lo que roban?</p> - -<p>—Unas veces se lo comen, otras se lo juegan, otras -lo llevan y lo cambalachean en lo de Mariano ó en lo -de Ramón, ó se van á lo de Calfucurá, ó se mandan -cambiar á Chile.</p> - -<p>—¿Y se castiga á los ladrones?</p> - -<p>—Algunas veces, señor.</p> - -<p>—¿Pero cuando á un indio le roban, qué hacen?</p> - -<p>—Según y conforme, señor. Unas veces le pone la -queja al cacique, otras él mismo busca al ladrón y le -quita á la fuerza lo que le han robado.</p> - -<p>Le hice algunas preguntas más, y de sus contestaciones -saqué en conclusión que la justicia se administraba -de dos modos: por medio de la autoridad del -cacique y por medio de la fuerza del mismo damnificado.</p> - -<p>El primer modo es menos usual.</p> - -<p>1.º. Porque mientras el cacique manda averiguar -quiénes son los ladrones, se descubre el hecho y se -prueba se pasa mucho tiempo; 2.º, porque los agentes<span class="pagenum"><a id="Page_91"></a>[Pg 91]</span> -de que se vale se dejan seducir por los ladrones; 3.º, -porque este procedimiento no le reporta ningún beneficio -al juez.</p> - -<p>El segundo modo es el que se practica con más generalidad.</p> - -<p>Le roban á un indio una tropilla de yeguas, por -ejemplo.</p> - -<p>Es Fulano, dice por adivinación, ó porque lo sabe. -Cuenta el número de hombres de armas de llevar que -tiene en su casa, recluta á sus amigos, se arman todos, -le pegan un malón al ladrón, y le quitan el robo -y cuanto más pueden.</p> - -<p>Generalmente no hay lucha, porque los que van á -vindicar la justicia son más numerosos que los que -acaudilla el ladrón. Contra la fuerza toda la resistencia -es inútil, máxime si no se tiene razón.</p> - -<p>Hecho esto, se le da cuenta al cacique, y de lo que -á título de indemnización se ha quitado se le hace -parte. Este hecho hace inútil todo reclamo ante él. -Es perder tiempo.</p> - -<p>El indio que vaya á decirle: Yo le robé á Fulano -diez yeguas. Me las ha quitado anoche, y cincuenta -más, recibirá esta contestación:</p> - -<p>—¿Para qué robaste, pues? Róbale vos otra vez, y -quítale lo que te ha robado.</p> - -<p>Cuando llegaba á esta parte de mis investigaciones -sobre la justicia pampa, le pregunté á San Martín:</p> - -<p>—¿Y cuando le roban á un indio pobre, que tiene -poca familia y pocos amigos, y el ladrón es más fuerte -que él, qué hace?</p> - -<p>—Nada—me respondió.</p> - -<p>—¿Cómo nada?</p> - -<p>—Señor, si aquí es lo mismo que entre los cristianos; -los pobres siempre se embroman.</p> - -<p>Calixto Olazábal metió su cuchara, y quemándose<span class="pagenum"><a id="Page_92"></a>[Pg 92]</span> -los dedos y la boca con una tira de asado revolcado en -la ceniza, dijo:</p> - -<p>—Y así no más es, pues. Yo entré una vez en una -revolución con don Olazábal. Después que las bullas -pasaron á él lo hicieron Juez en el Río 4.º, y á mí me -echaron de veterano en el 7 de caballería de línea. -¡Eh! como á él no le faltaban macuquinos, la sacó -bien.</p> - -<p>—Tú eres un entrometido y un bárbaro—le dije.</p> - -<p>—Así será, mi Coronel; pero yo creo que tengo razón,—repuso.</p> - -<p>—¿Qué sabes tú, hombre?</p> - -<p>—Mi Coronel, si los pobres son como los caballos -patrios, todo el mundo les da.</p> - -<p>La contestación, ó mejor dicho la comparación, les -pareció muy buena á los circunstantes y todos la festejaron.</p> - -<p>Efectivamente no hay nada comparable á la desgraciada -condición de lo que en nuestro lenguaje argentino -se llama un <em>caballo patrio</em>.</p> - -<p>Empecemos porque le falta una oreja, lo que, desfigurándole, -le da el mismo antipático aspecto que tendría -cualquier conocido sin narices. Está siempre flaco, -y si no está flaco, tiene una matadura en la cruz ó -en el lomo; es manco ó bicocho; es rengo ó lunanco; -es rabón ó tiene una porra enorme en la cola; está mal -tusado, y si tiene la crin larga hay en ella un abrojal; -cuando no es tuerto tiene una nube; no tiene buen -trote ni buen galope, ni tranco, ni sobrepaso. Y sin -embargo, todo el que le encuentra le monta. Y no hay -ejemplo de que un patrio haya podido decir al morir: -á mí no me sobaron jamás. Todo el que alguna vez lo -montó le dió duro hasta postrarlo. ¡Ah! si los patrios -que á millares yacen sepultados por los campos formando -sus osamentas una especie de fauna postdilu<span class="pagenum"><a id="Page_93"></a>[Pg 93]</span>viana -se levantaran como espectros de sus tumbas ignoradas -y hablasen ¡qué no contarían! ¡Qué ideas no -suministrarían para la defensa y seguridad de las fronteras! -¡Pobres patrios! ¿Quién no les echó la culpa de -algo? ¡Cuántas batallas perdidas por ellos desde el -año 20 hasta la guerra del Paraguay, cuántas campañas -prolongadas como la actual de Entre Ríos! ¡Cuántas -reputaciones vindicadas á sus costillas por no haber -vivido en tiempos de Esopo! Los tiempos hacen -todo. Está visto. ¡Pobres patrios! Sólo ellos han callado. -Resignados han sufrido, sufren y sufrirán su -suerte impía. ¡Pobres patrios! Desde el día en que los -hubo, ¿quién no ha murmurado y gritado contra la -patria? Todo el mundo menos ellos.</p> - -<p><i lang="en" xml:lang="en">Such is life!</i></p> - -<p>¡Así es la vida! Los que no deben quejarse se -quejan.</p> - -<p>Los choclos se cocieron y los comimos; se acabó la -cena, siguió un rato más la conversación y luego cada -cual pensó en hacer su cama.</p> - -<p>La mía estaba deliciosa; con cueros le habían hecho -cortinas á la enramada; el airecito fresco de la noche -no podía incomodarme. Me acosté.</p> - -<p>Después que los asistentes acomodaron las camas -de los franciscanos y de los oficiales, se posesionaron -del fogón y churrasquearon bien.</p> - -<p>Yo me dormí arrullado por su charla, y por la bulla -del toldo de mi compadre, que junto con unos -cuantos amigos íntimos y sus chinas, saboreaba en -el mayor orden el aguardiente que yo le había llevado.</p> - -<p>Varias veces me desperté sobrecogido, creyendo ver -al negro del acordeón y oir su voz.</p> - -<p>Estaba profundamente dormido, cuando San Martín, -acercándose á mi cabecera, me despertó diciéndome:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_94"></a>[Pg 94]</span></p> - -<p>—¡Mi Coronel!</p> - -<p>Temiendo que mi compadre quisiera hacerme las de -Mariano Rosas, no contesté.</p> - -<p>—¡Mi Coronel! ¡mi Coronel!—repitió San Martín.</p> - -<p>—No contesté.</p> - -<p>Acercóse entonces á la cama de uno de mis oficiales, -y le dijo:</p> - -<p>—El Coronel está muy dormido, no oye, vengo á decirle -que acaban de correr á unos ladrones que andaban -por robarle los caballos y que es bueno que mande -más gente al corral.</p> - -<p>Viendo que no había riesgo en darme por despierto, -llamé y ordené que cuatro asistentes fueran á reforzar -la ronda del corral. Y llamándolo á San Martín, le pregunté -qué hacía mi compadre.</p> - -<p>—Se está divirtiendo—me contestó.</p> - -<p>—Bueno—le dije:—que no me vayan á incomodar -llamándome.</p> - -<p>—No hay cuidado, señor, Baigorrita me ha encargado -que repare no lo incomoden. No quiere que usted -lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado -á beber de noche.</p> - -<p>Respiré. Me acomodé en la cama, me di unas cuantas -vueltas, porque algo había que no permitía conciliar -el sueño con facilidad, y por fin me volví á quedar -dormido.</p> - -<p>El cuerpo se acostumbra á todo. Dormí sin interrupción -unas cuantas horas seguidas.</p> - -<p>La vida se pasa sin sentir, ya lo he dicho. Pero ni -todos los días, ni todas las noches son iguales. Si lo fuesen, -el peor de los suplicios sería vivir. Felizmente en -la existencia humana hay contrastes.</p> - -<p>Imaginaos un hombre que no hace más que divertirse—ó -á quien todo le sabe bien,—que no sabe lo que -es una contrariedad; y decidme, lector sesudo, que aca<span class="pagenum"><a id="Page_95"></a>[Pg 95]</span>báis -quizá de estar maldiciendo vuestra estrella, si os -cambiaríais por él. ¡Ah! el que tiene hambre no sabe -lo que es un opulento enfermo del estómago. Con razón -un magnate inglés, á quien en los momentos de sentarse -en su opípara mesa se le presentó un desconocido -pidiéndole una limosna y diciéndole que era tan -desgraciado que se moría de hambre contestó: Vete -de mí, tienes hambre y dices que eres desgraciado.</p> - -<p>El desgraciado soy yo, que rodeado de manjares no -puedo pasar ninguno; el que no me hace daño me empalaga.</p> - -<p>Por eso las mujeres de más talento, las que más interesan, -son las que renovándose más, se prodigan menos.</p> - -<p>Quería decir que la segunda noche de Quenque, no -había sido como la primera.</p> - -<p>En cuanto cantaron los gallos me desperté, llamé á -Carmen y le pedí mate.</p> - -<p>Mientras hacía fuego, calentaba agua y lo cebaba, -pasé revista de impresiones nocturnas. Había tenido -un sueño, un sueño extravagante, como son todos los -sueños, por más que hayan dicho y escrito sobre el particular -los grandes soñadores como Simonide, Sevano, -el sucesor de Pertinax, la madre de París, Alejandro, -Amílcar y César.</p> - -<p>De una novela de Carlos Juliet, de una fiesta veneciana -dada á Luigi Metello, de mi almuerzo en el toldo -de Baigorrita y otras reminiscencias, mi imaginación -había hecho un verdadero <i lang="it" xml:lang="it">imbroglio</i>.</p> - -<p>Había asistido á una cena. Los manjares eran todos -de carne humana; los convidados eran cristianos disfrazados -de indios y la escena pasaba á la vez en Quenque -y en casa de Héctor Varela. El anfitrión era una -mujer, Concordia, la hija de Júpiter y de Temis, y alrededor -de ella estaban los principales hombres ar<span class="pagenum"><a id="Page_96"></a>[Pg 96]</span>gentinos. -Cada cual tenía una vincha pampa y en ella -se leía un mote. Mitre—<i lang="fr" xml:lang="fr">Tout ou rien.</i> Rawson—<i lang="fr" xml:lang="fr">Frères -unis et libres.</i> Quintana—<i lang="it" xml:lang="it">Sempre Diritto.</i> Alsina—<i lang="en" xml:lang="en">Remember!</i> -Argerich—<i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté.</i> Gutiérrez José María—<i lang="it" xml:lang="it">Odi -et amo.</i> Avellaneda—<i lang="fr" xml:lang="fr">¿Dormir? Rêver?</i> Varela -Mariano—<i lang="fr" xml:lang="fr">Honni soit qui mal y pense?</i> Vélez Sarsfield—<i lang="fr" xml:lang="fr">De -l'or!</i> Gorostiaga—<i lang="fr" xml:lang="fr">Assez.</i> Elizalde—<i lang="fr" xml:lang="fr">jamais, toujours</i>. -Gainza—<i lang="la" xml:lang="la">Veni, vidi, vinci.</i> López Jordán—<i lang="it" xml:lang="it">Muriamur.</i> -Sarmiento—<i lang="it" xml:lang="it">Lasciate ogni speranza.</i></p> - -<p>Había muchos otros convidados, veía aún como entre -sueños sus caras, mas no podía recordar quiénes -eran.</p> - -<p>¡Algunos comían, los más rechazaban la carne humana -con asco y con horror!</p> - -<p>Una gran orquesta de instrumentos, que parecían -de viento, como trompetas de papel de diario tocaban -un aire militar y un coro como el que produciría el eco -del pueblo agrupado en la plaza pública, cantaba:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p>«There is no hope for nations! Search the page<br /> -Of many thousand years—the daily scene;<br /> -The flow and ebb of each recurring age.<br /> -The everlasting to be which hath been,<br /> -Hath taught us nought or little.»</p> -</div> -</div> - -<p>Lo que traducido en prosa quiere decir:</p> - -<p>No hay ya esperanza para las naciones. Recorred las -páginas de los siglos. ¿Qué nos han enseñado sus vicisitudes -periódicas, el flujo y el reflujo de las edades y -esa eterna repetición de los acontecimientos? Nada ó -muy poco.</p> - -<p>Carmen llegó con el mate y me sacó de la meditación -retrospectiva en que estaba.</p> - -<p>En ese momento se oyó un cañonazo.</p> - -<p>Era una descarga eléctrica, un trueno seco.</p> - -<p>El fenómeno es frecuente en la Pampa.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_97"></a>[Pg 97]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >X</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Baigorrita se levanta al amanecer y se baña.—Saludos.—En el -toldo de mi futuro compadre.—El primer bautismo en Quenque.—Deberes -recíprocos del padrino y del ahijado.—Nociones -de los indios sobre Dios.—Promesas de mi compadre -sobre mi ahijado.—Me hablan de una cosa y contesto otra.—Lucio -Victoriano Mansilla, sería algún día un gran cacique.—Pensamientos -locos.—Visita al toldo de Caniupán.—Usos y -costumbres ranquelinas.—Un fumador sempiterno.</p> -</div> - - -<p>Baigorrita se levantó muy temprano, se fué á la laguna -y se bañó, para corregir los excesos de la noche. -Sus huéspedes y las chinas hicieron lo mismo, regresando -todos frescos y acicalados, con los labios y las mejillas -pintadas y lunarcitos postizos en los pómulos.</p> - -<p>Las chinas asearon el toldo, recogieron leña, hicieron -fuego, carnearon una res y se pusieron á cocinar -el almuerzo.</p> - -<p>Baigorrita y sus amigos, ensillaron los caballos que -estaban en el palenque, montaron en ellos, y durante -media hora los varearon, haciéndolos correr el tiro -de una legua por el campo más quebrado y escabroso.</p> - -<p>Mi compadre regresó solo, soltó su caballo, ensilló -otro, entró en su toldo, se sentó, armó cigarros y se -puso á fumar.</p> - -<p>Juan de Dios San Martín vino de parte de él á pre<span class="pagenum"><a id="Page_98"></a>[Pg 98]</span>guntarme -cómo había pasado la noche, y si no se habían -perdido algunos caballos.</p> - -<p>Le contesté que había dormido muy bien, que no -había ninguna novedad y que así que almorzara iría -á hacerle una visita.</p> - -<p>Llevó San Martín el mensaje y volvió diciéndome, -que mi compadre se alegraba mucho de que hubiera -pasado la noche á gusto; que me invitaba á ir á su -toldo; que iban á llegar visitas nuevas y quería que -me conocieran: que allí almorzaría, si no tenía algo -mejor que comer que lo suyo.</p> - -<p>Hablaba con San Martín, cuando se presentó un -indio con otro mensaje de Caniupán y un regalo. Me -mandaba saludar, vivía de allí legua y media, y me -enviaba una bola de pataí, pisada con maíz tostado, -grande como una bala de cañón de á cuarenta y ocho.</p> - -<p>Traté al mensajero como lo merecía, con todo cariño. -Le hice algunos regalitos, sacando contribuciones -á los oficiales y soldados; le agradecí á Caniupán -su atención y le envié una camisa de Crimea que llevaba -exprofeso para él, azúcar, tabaco, hierba y papel, -prometiéndole visita para la tarde.</p> - -<p>En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba -tranquilamente rodeado de sus hijos: no se movió, -me insinuó un asiento con la sonrisa más dulce y amable, -y apenas me había acomodado en él, le dijo á mi -ahijado: padrino, bendición.</p> - -<p>El indiecito vino hacia mí con cierta timidez; le -atraje del todo echándole los brazos, le cogí las manecitas -que había unido, obedeciendo al mandato de -su padre, le acaricié y le senté á mi lado, contestándole -á su bendición padrino, Dios lo haga bueno, ahijado.</p> - -<p>La madre, que hablaba español, le preguntó desde -el fogón ¿cómo te llamas?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_99"></a>[Pg 99]</span></p> - -<p>No contestó. Le repitió la pregunta en lengua araucana -y respondió mirándome con recelo: Lucio Mansilla.</p> - -<p>Mi compadre se sonrió complacido. La madre, las -chinas y cautivas que cocinaban festejaron mucho la -respuesta. Una de las más ladinas dijo: coronel Mansilla, -chico.</p> - -<p>Mi compadre llamó á San Martín.</p> - -<p>San Martín me dijo:</p> - -<p>—Dice Baigorrita, que cuándo se hace el bautismo.</p> - -<p>—Dile que cuando quiera, que ahora mismo, si le -parece, antes que entren visitas.</p> - -<p>Contestó que bueno.</p> - -<p>Llamé al padre Marcos, y el franciscano no se hizo -esperar.</p> - -<p>En cuanto entró, mi compadre le hizo decir con San -Martín, que si le hace el favor de bautizarle su hijo.</p> - -<p>—Con mucho placer—contestó el padre.</p> - -<p>Salió, volvió con fray Moisés Álvarez, se revistieron, -nos hincamos, rezamos el Padre Nuestro, haciendo -coro los cautivos que lo sabían y mi ahijado fué -bautizado con el nombre de Lucio Victorio.</p> - -<p>Terminada la ceremonia, Baigorrita les dió las gracias -á los franciscanos y les invitó á sentarse á almorzar.</p> - -<p>Hizo una seña y nos sirvieron. Había puchero de -dos clases, de carne de vaca y de yegua; asado ídem. -Yo comí carne de yegua, mi compadre lo mismo, los -frailes de vaca.</p> - -<p>Mientras almorzábamos, llegaron visitas. Á todos -se les obsequió como á nosotros; los unos eran conocidos -del día antes, los otros recién llegados. Baigorrita -me presentó á todos sucesivamente. Hubo abrazos -y apretones de mano hasta el fastidio, las preguntas -y respuestas de siempre.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_100"></a>[Pg 100]</span></p> - -<p>Mi compadre explicó lo que significaba entre los indios -darle al ahijado el nombre y apellido del padrino.</p> - -<p>Era ponerlo bajo su patrocinio para toda la vida; -pasar del dominio del padre al del padrino; obligarse -á quererle siempre, á respetarle en todo, á seguir sus -consejos, á no poder en ningún tiempo combatir contra -él, so pena de provocar la cólera del cielo.</p> - -<p>El padrino se obliga por su parte á mirar al ahijado -como hijo propio, á educarlo, socorrerlo, aconsejarlo -y encaminarlo por la senda del bien, so pena de ser -maldecido por Dios.</p> - -<p>Eran dos seres que se identificaban por un voto solemne.</p> - -<p>Con este motivo me habló del gaucho puntano Manuel -Baigorria, manifestando el deseo de que se le -diera permiso para que le hiciera una visita.</p> - -<p>Le dije que una vez hecha la paz, no había inconveniente -en que tuviera ese gusto, si Mariano Rosas lo -permitía.</p> - -<p>Le agregué que Baigorria no era buen hombre, que -había sido mal cristiano y mal indio, que á unos y á -otros los había traicionado.</p> - -<p>Me contestó que no desconocía mis razones. Pero que -al fin era su padrino, que llevaba su nombre y que él -no podía dejar de quererle.</p> - -<p>Le dije que sus sentimientos le honraban; porque -probaban su lealtad, y que le honraban tanto más -cuanto que convenía en que su padrino había sido infiel -á sus compromisos y á su palabra.</p> - -<p>Varios de los visitantes aprobaron mis observaciones.</p> - -<p>Los franciscanos á su turno explicaron con mansedumbre, -claridad y sencillez lo que significaba el bautismo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_101"></a>[Pg 101]</span></p> - -<p>Dijeron que el que se bautizaba entraba en gracia -de Dios.</p> - -<p>Que Dios era eterno, inmenso, misericordioso; que -tenía un poder infinito, que hacía cosas grandes que -los hombres no podían comprender; que su voluntad -era que todos se amaran como hermanos, que no mataran, -que no robaran, que no mintieran; que los que -se casaran lo hicieran con una sola mujer; que los -que tuvieran hijos los educaran y enseñaran á vivir -del trabajo; que para ser buen cristiano era necesario -tener presente siempre esas cosas.</p> - -<p>San Martín tradujo <em>las razones</em> de los franciscanos, -y todos los presentes las escucharon con suma atención.</p> - -<p>Mi compadre prometió educar á su hijo en la ley de -los cristianos, que no se casaría con varias mujeres, -ni con dos, que lo enseñaría á vivir de su trabajo.</p> - -<p>Entraron más visitas. Tuvimos una larga conferencia -y expliqué el Tratado de paz celebrado con Mariano -Rosas.</p> - -<p>Todo el que quería me dirigía una pregunta. Baigorrita -me hacía decir con San Martín que tuviera -paciencia, y Camargo me aconsejaba que no dejara de -contestar.</p> - -<p>Cuando la interpelación era intermitente, Camargo -me zumbaba al oído: diga, señor, cuántas yeguas -se dan por el Tratado.</p> - -<p>—Pero hombre—le observaba yo,—¿qué tiene que -ver la pregunta con eso? Nada, señor, conteste lo que -yo le digo; yo le diré después cómo son éstos. Era una -comedia. Me hablaban de pitos y contestaba flautas. -Y el resultado de cada diálogo era siempre el mismo: -Bueno, lo que haga Baigorrita está bien hecho. Mi -compadre agachaba la cabeza en señal de asentimiento; -y Camargo me decía entre dientes, como hombre<span class="pagenum"><a id="Page_102"></a>[Pg 102]</span> -que sabía el terreno que pisaba: No ve, señor, si lo -que quieren es hacerle creer á Baigorrita que ellos también -saben hablar.</p> - -<p>No menos de cuatro horas duró la broma aquélla. -Pero á poco fueron desapareciendo los grandes dignatarios -de la tribu. Por fin nos quedamos <i lang="fr" xml:lang="fr">tête à tête</i> con -mi compadre. Me dijo entonces que todo el Tratado le -parecía bueno. Pero que deseaba saber quién le iba á -entregar á él su parte. Le contesté que Mariano Rosas -era quien debía hacerlo; que tanto él como Ramón -lo habían apoderado para tratar. Convino en ello, y -terminamos pidiéndome dejara bien arreglado con -Mariano, que á su tribu le tocaba la mitad de todo -lo que el Gobierno iba á entregar, lo que prometí hacer.</p> - -<p>Mi ahijado, el futuro cacique Lucio Victorio Mansilla, -no se movió de mi lado mientras duró la conferencia. -Viéndolo cabecear le acomodé la cabecita en el -respaldo de mi asiento y se quedó dormido. Era hora -de siesta. Me acosté sin decirle una palabra á mi compadre -y dormí hasta que el desasosiego me despertó. -Mi cuerpo hervía.</p> - -<p>Me levanté, salí del toldo y lo dejé á mi compadre -fumando y haciéndose expulgar por una de sus chinas.</p> - -<p>Cambié de ropa, y en tanto que me vestía pensaba -que el plan soñado de hacerme proclamar emperador -de los Ranqueles bien valía la pena de aquellos sacrificios.</p> - -<p>Murmuré: <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, imperator</i>. Me pareció -sonoro. Pero la onomancia me dijo: ¡loco! Me miré -la palma de la mano, consulté sus rayas, y la quiromancia -me dijo, dos veces ¡loco! ¡Vi cruzar una bandada -de loros, observé su vuelo, y la ornitomancia -me dijo, tres veces ¡¡¡loco!!!</p> - -<p>La visión de la patria cruzó entre una nube de fue<span class="pagenum"><a id="Page_103"></a>[Pg 103]</span>go -por mi mente en ese instante, y viéndola tan bella -me ruboricé de mis pensamientos y de no haber hecho -hasta ahora nada grande, útil, ni bueno por ella.</p> - -<p>Mandé ensillar un caballo, y me fuí á visitar á Caniupán.</p> - -<p>Galopé media hora y llegué á su toldo.</p> - -<p>Iba á echar pie á tierra, San Martín que me acompañaba, -me dijo: todavía no, señor, la costumbre es otra.</p> - -<p>Salió un indio del toldo, y haciendo callar los perros -que habían sido los heraldos de nuestra aproximación -dijo:</p> - -<p>—¡Buenas tardes, hermanos!</p> - -<p>—Buenas tardes—contestó San Martín.</p> - -<p>—¿No quieren apearse?—añadió.</p> - -<p>—Vamos á hacerlo—repuso San Martín.</p> - -<p>Y dirigiéndose á mí: ahora es tiempo, señor, apéese, -me dijo.</p> - -<p>Quise avanzar y me detuvo.</p> - -<p>El indio dijo:</p> - -<p>—Pase adelante.</p> - -<p>—Vamos, señor—me dijo San Martín contestando.</p> - -<p>—Ya vamos.</p> - -<p>Quise manear mi caballo y San Martín me dijo: -todavía no.</p> - -<p>—¿Por qué no atan los caballos?—dijo el indio.</p> - -<p>—Vamos á hacerlo—contestó San Martín.</p> - -<p>Y dirigiéndose á mí, me dijo: atemos, señor, los caballos -y entremos.</p> - -<p>Los atamos y entramos en el toldo.</p> - -<p>Caniupán estaba sentado, se levantó, nos recibió con -gran agasajo y nos hizo sentar.</p> - -<p>—¿Viene á quedarse?</p> - -<p>—No, vengo por un rato—le contesté.</p> - -<p>San Martín me explicó la pregunta. Si hubiera dicho -que sí, en el acto habrían mandado desensillar mi<span class="pagenum"><a id="Page_104"></a>[Pg 104]</span> -caballo, las chinas ó cautivas habrían hecho un lío del -apero y lo habrían guardado como cosa sagrada.</p> - -<p>Al toldo de un indio se acerca el que quiere. Pero -no puede apearse del caballo, ni entrar en él sin que -primero se lo ofrezcan. Una vez hecho el ofrecimiento, -la hospitalidad dura una hora, un día, un mes, -un año, toda la vida. Lo que entra al toldo es cuidado -escrupulosamente. Nada se pierde. Sería una deshonra -para la casa. Sólo de los caballos no responden. -Sea conocido ó desconocido el huésped, se lo previenen, -diciéndole: aquí ni lo de uno está seguro. Y es la verdad.</p> - -<p>El indio no rehusa jamás hospitalidad al pasajero. -Sea rico ó pobre, el que llame á su toldo es admitido. -Si en lugar de ser ave de paso se queda en la casa, el -dueño de ella no exige en cambio del techo y de los -alimentos que da,—tampoco da otra cosa,—sino que en -saliendo á malón le acompañen.</p> - -<p>El toldo de Caniupán estaba perfectamente construido -y aseado. Sus mujeres, sus chinas y cautivas, -limpias. Cocinaron con una rapidez increíble un cordero, -haciendo puchero y asado, y me dieron de comer.</p> - -<p>El indio hizo los honores de su casa con una naturalidad -y una gracia encantadoras. Me habría quedado -allí de buena gana un par de días. Los cueros de -carnero de los asientos y camas, las mantas y ponchos -parecían recién lavados, no tenían una mancha, -ni tierra ni abrojos.</p> - -<p>Me presentó todas sus mujeres, que eran tres, sus -hijos, que eran cuatro y varios parientes, excepto la -suegra, que vivía con él; pero con la que según la costumbre -no podía verse, porque, como me parece haberte -dicho antes, los indios creen que todas las suegras -tienen <em>gualicho</em>, y el modo de estar bien con ellas -es no verlas ni oirlas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_105"></a>[Pg 105]</span></p> - -<p>Pasé un rato muy entretenido, comí un buen asado -de cordero, excelente pataí de postre, bebí un trago de -aguardiente, y al caer la tardecita me despedí y me -volví al toldo de Baigorrita.</p> - -<p>Á mi compadre lo encontré como lo había dejado, -sentado y fumando.</p> - -<p>Unas chinas de los alrededores me esperaban de visita. -Iban á dormir conmigo, es decir, á pasar la noche -cerca de mi fogón, como lo hizo Villarreal con su -familia cuando me tenían detenido á la orilla de la -lagunita de Calcumuleu. Es una costumbre de la -tierra.</p> - -<p>Camargo no estaba. Unos indios amigos lo habían -llevado á un baile esa tarde. Se había ido con mi permiso, -sin pedírmelo.</p> - -<p>Cuando pregunté por él me dijeron que había encargado -me avisaran, que con mi permiso se había ido -á divertir. Era un verdadero mensaje de gaucho.</p> - -<p>Mandé cebar mate y obsequié á mis visitas como correspondía. -Eran cuatro, se habían puesto muy currutacas -y las encabezaba una llamada María Jesús Rodríguez, -que hablaba el castellano como yo.</p> - -<p>Su nombre derivaba del de su madrina. No era cristiana. -Se me olvidaba decir que entre los indios, el -compadrazgo se establece sin necesidad de bautismo.</p> - -<p>Pero dejemos á las visitas y vamos al fogón. El -cuarterón conversa con mis ayudantes, oigo que dice -que conoce á Julián Murga, y esto pica mi curiosidad.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_106"></a>[Pg 106]<br /><a id="Page_107"></a>[Pg 107]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>El cuarterón cuenta su historia.—Recuerdo de Julián Murga.—Los -niños de hoy.—Diálogo con el cuarterón.—Insultos.—Nuestros -juicios son siempre imperfectos.—Un recuerdo de la -<cite>Imitación de Cristo</cite>.—Dudas filosóficas.—Última mirada al fogón.—El -cuarterón me da lástima.—Alarma.—Caiomuta ebrio, -quiere matarme.—Un reptil humano.</p> -</div> - - -<p>Me acerqué al fogón sin que me vieran, y permanecí -de pie para no interrumpir al cuarterón.</p> - -<p>Las llamas iluminaban el cuadro, destacándose en -él la horrible y deforme cara del espía de Calfucurá.</p> - -<p>Contaba su historia.</p> - -<p>No había conocido padres. Era natural de Buenos -Aires, y había sido soldado del coronel Bárcena, de -repugnante y sangrienta memoria. Sus campañas eran -muchas y había presenciado y sido ejecutor de inauditas -crueldades.</p> - -<p>El pronunciamiento de Urquiza contra Rosas le tomó -en la Banda Oriental, militando en las filas de Oribe. -De allí vino incorporado á la División de Aquino, -ese tipo noble, caballeresco y valiente que sucumbió -á mano de una soldadesca fanática y desenfrenada.</p> - -<p>Estuvo en Caseros, en el sitio de Buenos Aires y en -el Azul con el general Rivas. De allí desertó. Vivió -errante algún tiempo haciendo fechorías, mató á uno<span class="pagenum"><a id="Page_108"></a>[Pg 108]</span> -de una puñalada en una pulpería, ganó los indios, anduvo -por Patagones comerciando, en calidad de Picunche, -y allí conoció al coronel Murga.</p> - -<p>Yo me he criado con Julián, le quiero mucho; los recuerdos -de nuestra infancia no se borrarán jamás de -mi imaginación; en nuestro barrio, el de San Juan, -había, como en todos, un caudillo, él era el nuestro. -Los pulperos, los zapateros, los tenderos y las viejas -nos temblaban. Éramos el azote de los negros que vendían -pasteles, de los lecheros y panaderos.</p> - -<p>Teníamos nuestro arsenal de piedras para ellos; y -una colección de apodos que todavía sobreviven. Perseguíamos -á muerte los gatos y los perros del vecino. -Pescábamos por los fondos sus gallinas.</p> - -<p>No dejábamos llamador en su lugar, zócalo recién -pintado, pared recién blanqueada, vidrio sano que no -rayáramos ó rompiéramos.</p> - -<p>Los locos nos aborrecían, los vigilantes y los serenos -preferían estar de amigos con la cuadrilla. Nos disfrazábamos -y asustábamos á las viejas, prefiriendo á nuestras -tías.</p> - -<p>Los criados de todas las casas conocidas nos abominaban -y las sirvientas nos toleraban. Julián prometía -desde chiquito. Era audaz, inventivo, estratégico. Diablura -que á él se le ocurría era siempre heroica. Una -vez se le ocurrió tirarse de una azotea y lo hizo, se -rompió una pierna; otra que incendiáramos una pulpería -lanzando en ella un gato bañado en alquitrán y -espíritu de vino al que le pegamos fuego, y armamos -un alboroto de marca mayor. Teníamos la ciudad dividida -en secciones. Un día le tocaba á una, otro á -otra. Esta noche le robábamos á Chandery la bota que -tenía de muestra y á una paragüería el paraguas, y -por la mañana, Chandery anunciaba paraguas y la paragüería -botas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_109"></a>[Pg 109]</span></p> - -<p>Aquellos compañeros auguraban ya lo que serían -más adelante algunos de la infantil decuria. ¡Cuántas -traiciones y debilidades no denunciaron nuestros -planes! ¡Cuántas cobardías no los hicieron fracasar! -¡Hasta espías había entre nosotros pagados por el celo -maternal! ¡Ah! ¡los niños, los niños! Los niños de -hoy han de ser los hombres del porvenir.</p> - -<p>Tomad nota de sus buenas y malas cualidades, de -sus arranques de cólera, de sus ímpetus generosos. -Porque más tarde ó más temprano, ellos serán comerciantes, -sacerdotes, coroneles, generales, presidentes, -dictadores. El fondo de la humanidad persiste hasta -la tumba. El barro del Océano nada lo remueve.</p> - -<p>Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches, -se pusieron todos de pie, menos el cuarterón, me -hicieron lugar y me senté.</p> - -<p>El espía había referido su vida con una ingenuidad -y un cinismo que revelaban á todas luces cuán familiarizado -estaba con el crimen. Robar, matar ó morir -habían sido lo mismo para él.</p> - -<p>—¿Conque conoces al coronel Murga?—le pregunté.</p> - -<p>—Sí, le conozco—me contestó.</p> - -<p>Pero no cambió de postura, ni se movió siquiera. -Conocía el terreno; sabía que allí éramos todos iguales, -que podía ser desatento y hasta irrespetuoso.</p> - -<p>—¿Y qué cara tiene?</p> - -<p>Me describió la fisonomía de Julián, su estatura.</p> - -<p>—¿Dónde le has conocido?</p> - -<p>—En Patagones.</p> - -<p>Me explicó á su modo dónde quedaba.</p> - -<p>—¿Y cómo has ido á Patagones?</p> - -<p>—Por el camino.</p> - -<p>—¿Por qué camino?</p> - -<p>—Por el que sale de lo de Calfucurá.</p> - -<p>—¿Y cuántos ríos pasaste?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_110"></a>[Pg 110]</span></p> - -<p>—Dos.</p> - -<p>—¿Cuáles?</p> - -<p>—El Colorado y el Negro.</p> - -<p>—¿Sabes leer?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?</p> - -<p>—Uchaimañé (ojos grandes).</p> - -<p>—Te pregunto tu nombre de cristiano.</p> - -<p>—Se me ha olvidado.</p> - -<p>—¿Se te ha olvidado?...</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Quieres irte conmigo?</p> - -<p>—¿Para qué?</p> - -<p>—Para no llevar la vida miserable que llevas.</p> - -<p>—¿Me harán soldado?</p> - -<p>No le contesté.</p> - -<p>El prosiguió: aquí no se vive tan mal, tengo libertad, -hago lo que quiero, no falta que comer.</p> - -<p>—Eres un bandido—le dije;—me levanté, abandoné -el fogón y me apresté á dormir.</p> - -<p>La tertulia se deshizo, el cuarterón se quedó como -una salamandra al lado del fuego. Los perros le rodearon -lanzándose famélicos sobre los restos de la cena. -Refunfuñaban, se mordían, se quitaban la presa unos -á los otros.</p> - -<p>El espía permanecía inmóvil entre ellos. Tomó un -hueso disputado y se lo dió á uno de los más flacos -acariciándole.</p> - -<p>Noté aquello y me abismé en reflexiones morales sobre -el carácter de la humanidad.</p> - -<p>El hombre que no había tenido una palabra, un gesto -de atención para mí, que se había mostrado hasta -soberbio en medio de su desnudez, tenía un acto de generosidad -y un movimiento de compasión para un hambriento -y ese hambriento era un perro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_111"></a>[Pg 111]</span></p> - -<p>Yo le había creído peor de lo que era.</p> - -<p>Así son todos nuestros juicios, imperfectos como -nuestra propia naturaleza.</p> - -<p>Cuando no fallan porque consideramos á los demás -inferiores á nosotros mismos, fallan porque no los hemos -examinado con detención. Y cuando no fallan por -alguna de esas dos razones, fallan porque faltos de caridad, -no tenemos presente las palabras de la <cite>Imitación -de Cristo</cite>:</p> - -<p>«Si tuvieses algo bueno, piensa que son mejores los -otros.»</p> - -<p>¿Quién era aquel hombre? Un desconocido. ¿Qué -vida había llevado? La de un aventurero. ¿Cuál había -sido su teatro, qué espectáculos había presenciado? -Los campos de batalla, la matanza y el robo. ¿Qué nociones -del bien y del mal tenía? Ninguna. ¿Qué instintos? -¿Era intrínsecamente malo? ¿Era susceptible de -compadecerse del hambre ó de la sed de uno de sus semejantes? -No es permitido dudarlo después de haberle -visto, entre las tinieblas, sentado cerca del moribundo -fogón, sin más testigos que sus pensamientos, apiadarse -de un perro, que por su flacura y su debilidad parecía -condenado á presenciar con avidez el nocturno festín -de sus compañeros.</p> - -<p>¿Sería yo mejor que ese hombre, me pregunté, si no -supiera quién me había dado el ser; si no me hubieran -educado, dirigido, aconsejado; si mi vida hubiera sido -obscura, fugitiva; si me hubiera refugiado entre los -bárbaros y hubiera adoptado sus costumbres y sus leyes -y me hubiera cambiado el nombre, embruteciéndome -hasta olvidar el que primitivamente tuviera?</p> - -<p>Si jamás hubiera vivido en sociedad, aprendiendo -desde que tuve uso de razón á confundir mi interés -particular con el interés general, que es la base de<span class="pagenum"><a id="Page_112"></a>[Pg 112]</span> -nuestra moral, ¿sería yo mejor que ese hombre? me -pregunté por segunda vez.</p> - -<p>Si no fuera el miedo del castigo, que unas veces es -la reprobación y otras los suplicios de la ley, ¿sería yo -mejor que ese hombre? me pregunté por tercera vez.</p> - -<p>No me atreví á contestarme. Nada me ha parecido -más audaz que Juan Jacobo Rousseau, exclamando: -«Yo, sólo yo conozco mi corazón y á los hombres. No -soy como los demás que he visto, y me atrevo á decir -que no me parezco á ninguno de los que existen. Si -no valgo más que ellos, no soy como ellos. Si la Naturaleza -ha hecho bien ó mal en romper el molde en que -me fundió, no puede saberse sino leyéndome.»</p> - -<p>Eché la última mirada al fogón.</p> - -<p>El cuarterón atizaba el fuego maquinalmente con -una mano, y con la otra acariciaba al perro flaco, que -apoyado sobre las patas traseras dobladas y sujetando -con las delanteras estiradas un zoquete, en el que clavaba -los dientes hasta hacer crujir el hueso, miraba á -derecha é izquierda con inquietud, como temiendo que -le arrebataran su presa. Una llama vacilante iluminaba -con cambiantes de claro-obscuro la cara patibularia. -Me dió lástima y no me pareció tan fea.</p> - -<p>Hacía fresco.</p> - -<p>Me acerqué á él y le pregunté:</p> - -<p>—¿No tienes frío?</p> - -<p>—Un poco—me contestó,—mirándome con fijeza por -primera vez, al mismo tiempo que le aplicaba una fuerte -palmada á su protegido, que al aproximarme gruñó, -mostrando los colmillos.</p> - -<p>Una calma completa reinaba en derredor; todos dormían, -oyéndose sólo la respiración cadenciosa de mi -gente.</p> - -<p>La luna rompía en ese momento un negro celaje, y -eclipsando la luz de las últimas brasas del fogón, ilu<span class="pagenum"><a id="Page_113"></a>[Pg 113]</span>minaba -con sus tímidos fulgores aquella escena silenciosa, -en que la civilización y la barbarie se confundían, -durmiendo en paz al lado del hediondo y desmantelado -toldo del cacique Baigorrita, todos los que -me acompañaban, oficiales, frailes y soldados.</p> - -<p>Cuidando de no pisarle á alguno la cabeza, el cuerpo -ó los pies, busqué el sitio donde habían acomodado -mi montura. Estaba á la cabecera de mi cama. Saqué -de ella un poncho calamaco, volví al fogón y se lo di -al espía de Calfucurá, cuyos grasientos pies lamía el -hambriento perro, diciéndole:</p> - -<p>—Toma, tápate.</p> - -<p>—Gracias—me contestó tomándolo.</p> - -<p>Iba á sentarme para seguir interrogándolo, aprovechando -la quietud que reinaba, cuando oí el galope de -varios caballos y gritos de:</p> - -<p>—¿Dónde está ese coronel Mansilla?</p> - -<p>El espía se puso de pie. Tenía un gran cuchillo medio -atravesado por delante. Le miré. Su cara revelaba -curiosidad, pero no mala intención.</p> - -<p>—¿Qué gritos son ésos?—le pregunté.</p> - -<p>—Parecen borrachos—me contestó.</p> - -<p>—Á ver; fíjate—le dije.</p> - -<p>Paró la oreja, los gritos seguían aproximándose. Yo -no percibía bien lo que decían. Ya no resonaba en el -silencio de la noche mi nombre, sino ecos araucanos.</p> - -<p>—¿Qué dicen?—le pregunté,—pareciéndome oir una -voz conocida.</p> - -<p>—Es Camargo—me contestó.</p> - -<p>—¿Camargo?</p> - -<p>—Sí, viene con unos indios borrachos, ya llegan.</p> - -<p>En efecto, sujetaron los caballos é hicieron alto detrás -del toldo de Baigorrita, presentándoseme acto continuo -Camargo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_114"></a>[Pg 114]</span></p> - -<p>—¡Mi Coronel—me dijo,—echándome el tufo, acuéstese, -acuéstese pronto!</p> - -<p>—¿Por qué, hombre?</p> - -<p>—¡Acuéstese, señor, acuéstese!</p> - -<p>—¿Pero por qué?</p> - -<p>—Caiomuta viene muy borracho.</p> - -<p>Y esto diciendo, me tomó del brazo y me empujó hacia -la enramada en que estaba mi cama.</p> - -<p>—Acuéstese, señor—dijo el espía también.</p> - -<p>Me acosté volando.</p> - -<p>Caiomuta había entrado en el toldo de su hermano -y le había despertado.</p> - -<p>Hablaban con calor, en su lengua. Yo nada comprendía. -Estaba tranquilo; pero receloso.</p> - -<p>De repente un hombre tropezó en mis piernas y se -cayó encima de mí.</p> - -<p>—¡Eh!—grité.</p> - -<p>—Dispense, señor—me dijo Camargo, reconociendo -mi voz.</p> - -<p>—¿Qué haces, hombre?</p> - -<p>—Cállese, señor—me contestó en voz baja.</p> - -<p>Y arrastrándose en cuatro pies, le vi acercarse al -toldo de Baigorrita, quedando bastante cerca de mi cama -para poder conversar sin alzar la voz.</p> - -<p>—¡Qué indio tan pícaro!—me dijo.</p> - -<p>—¿Qué hay?</p> - -<p>—Le dice á Baigorrita, que lo quiere matar á usted.</p> - -<p>—¿Y mi compadre qué dice?</p> - -<p>—Le ha dado una trompada y le ha dicho que se -atreva.</p> - -<p>En ese momento, Baigorrita gritó: ¡San Martín!</p> - -<p>Camargo se reía, apretándose la barriga y me decía:</p> - -<p>—¡Ah! ¡indio malo! no se puede levantar de la -trompada que le ha dado el hermano.</p> - -<p>Toma, por pícaro. ¿Sabe, señor, que me han robado<span class="pagenum"><a id="Page_115"></a>[Pg 115]</span> -los estribos? ¡Ladrones! les he tirado todo y me he venido -en pelo, ni las riendas he traído, le he echado al -pingo un medio bozal.</p> - -<p>—¡San Martín! ¡San Martín!—gritaba Baigorrita.</p> - -<p>Vino San Martín, entró en el toldo y mi compadre -habló con él, repitiendo mi nombre varias veces.</p> - -<p>—Dícele—dice Camargo,—que lo cuide á usted, -que no hagan ruido y que si Caiomuta quiere hacer -barullo, que lo maten.</p> - -<p>Caiomuta, ebrio como estaba, no podía levantarse -del sitio en que lo había tendido el membrudo brazo -de su hermano mayor.</p> - -<p>Camargo se arrastró como un reptil, saliendo de -donde estaba, y acostándose á los pies de mi cama me -pidió mil disculpas por haber venido alegre; me contó -el robo que le habían hecho otra vez; me dijo que -los indios eran unos pícaros, que él los conocía bien; -que por eso no les andaba con chicas; que Caiomuta -era quien le había hecho robar los estribos de plata; -que para saberlo había tenido que asustarlo á un indio; -que le había ofrecido matarlo si no le confesaba -la verdad, y que, de miedo, no sólo le había contado -todo, sino que le había dado un chifle de aguardiente -que tenía muy guardado hacía tiempo; que al día siguiente -habían de parecer los estribos, que si no parecían -se había de volver en pelo á lo de Mariano y lo -había de avergonzar á Caiomuta; que á una visita no -se le robaban las prendas.</p> - -<p>Yo no podía pegar los ojos. Oía rugir á Caiomuta y -estaba alerta.</p> - -<p>San Martín se allegó á mi cama y me miró de cerca.</p> - -<p>—¿Qué hay?—le dije.</p> - -<p>—Nada, señor, duerma no más, no hay cuidado—me -contestó.</p> - -<p>—Gracias—repuse.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_116"></a>[Pg 116]</span></p> - -<p>Me dió las buenas noches y se marchó, entrando en -el toldo de Baigorrita.</p> - -<p>Á ese tiempo, el otro indio que había venido con -Caiomuta, y que al apearse del caballo, se había caído, -permaneciendo un rato tirado en el suelo, se levantó -y preguntó:</p> - -<p>—¿Dónde está ese Camargo?</p> - -<p>Nadie le contestó.</p> - -<p>—Ese Camargo mucho asesino—dijo.</p> - -<p>Nadie le contestó.</p> - -<p>—¡Mucho asesino!—gritó.</p> - -<p>Camargo se despertó, le echó un terno y el indio no -replicó.</p> - -<p>Así estuvieron más de una hora.</p> - -<p>Yo, al fin me quedé dormido.</p> - -<p>De improviso me desperté sobresaltado.</p> - -<p>Una cosa, blanda, húmeda y tibia pesaba sobre mi -cara.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_117"></a>[Pg 117]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Medio dormido.—Un palote humano.—Un baño de aguardiente.—Los -perros son más leales que los hombres.—Preparativos.—El -comercio entre los indios.—Dar y pedir con <em>vuelta</em>.—Peligros -á que me expuso mi pera.—En marcha para Añacué.—Una -águila mirando al Norte, buena señal.</p> -</div> - - -<p>La luna había terminado su evolución, las estrellas -brillaban apenas al través de cenicientos nubarrones, -reinaba una obscuridad caótica.</p> - -<p>Abrí los ojos, no vi nada.</p> - -<p>Me apretaban fuertemente, quitándome la respiración; -una substancia glutinosa, fétida, corría como -copioso sudor por mi cara; una mole me oprimía el -pecho, palpitaba y confundía sus latidos con los míos; -otro peso gravitaba sobre mi vientre y algo, como brazos, -aleteaba.</p> - -<p>El sobresalto, el cansancio, el sueño reparador interrumpido, -las tinieblas me ofuscaban.</p> - -<p>Oía como un gruñido y sentía como si diese vuelta -por encima de mi estirada humanidad, un inmenso palote -de amasar.</p> - -<p>No podía sacar los brazos de abajo de las cobijas, -porque las sujetaban de ambos lados; hice un esfuerzo -y conseguí sacar uno.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_118"></a>[Pg 118]</span></p> - -<p>Tanteando con cierto inexplicable temor, á la manera -que entre las sombras de la noche penetramos en -un cuarto cuyos muebles no sabemos en qué disposición -están colocados, toqué una cosa como la cara de -un hombre de barba fuerte, que se había afeitado -hace tres días. Me hizo el efecto de una vejiga de piel -de lija.</p> - -<p>Conseguí sacar el otro brazo, y siguiendo la exploración, -lo llevé á la altura del primero; toqué una cosa -como la crin de un animal. Luego, tanteando con las -dos manos á la vez, hallé otra cosa redonda, que no -me quedó la menor duda era una cabeza humana. Un -líquido aguardentoso, cayendo sobre mi cara como el -último chorro de una pipa al salir por ancho bitoque, -me ahogó.</p> - -<p>Llamé á Camargo angustiosamente. No me oyó. -Creí morirme. No sabía lo que embargaba mis sentidos. -Pegué un empujón con entrambas manos á lo que -me parecía una cabeza; formé con mis rodillas un -triángulo y dándole un fuerte empellón al peso que las -oprimía, eché á rodar un bulto pesado, que gritó, peñi -(hermano).</p> - -<p>Me puse de pie, como D. Quijote en la escena con -Maritornes, y vi un cuerpo revolcándose á mi lado. -Volví á llamar á Camargo, con todos mis pulmones; -se levantó rápido, se acercó á mi cama y oyendo que -le decía, qué es eso, señalándole el bulto, se agachó, -miró, echóse á reir y exclamó: Es el indio borracho.</p> - -<p>Comprendí lo que había pasado; su interlocutor de -un rato antes, al cruzar por mi enramada había tropezado, -se había caído y con la tranca no había podido levantarse; -había posado su cara sobre la mía y me había -bañado con sus babas y sus erupciones alcohólicas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_119"></a>[Pg 119]</span></p> - -<p>Tuve que llamar á Carmen, que lavarme y mudar -de ropa.</p> - -<p>El crepúsculo empezaba. Mandé hacer fuego, calentar -agua, y fuí á sentarme en el fogón.</p> - -<p>El cuarterón y el perro estaban allí; dormían.</p> - -<p>La madrugada me sorprendió tomando mate. Mi -compadre se levantó cuando las últimas estrellas desaparecían. -Llamó á San Martín, le dió sus órdenes, -y un momento después Caiomuta salía de su toldo en -brazos de cuatro indios como un cuerpo muerto.</p> - -<p>Le enhorquetaron sobre su caballo, le dieron á éste -un rebencazo y el animal tomó el camino de la querencia, -llevándose á su dueño y señor.</p> - -<p>Mi compadre vino en seguida al fogón, y saludándome, -se sentó á mi lado. Preguntóme si había dormido -bien. Le contesté que sí; le di un mate y un cigarro, -tomó ambas cosas, no habló más y se marchó.</p> - -<p>Varias veces, mientras permaneció á mi lado, clavó -sus ojos en el cuarterón con indiferencia.</p> - -<p>Despertóse éste, me dió los buenos días y se levantó.</p> - -<p>—Siéntate no más—le dije, pasándole un mate.</p> - -<p>Obedeció y lo tomó.</p> - -<p>Nuevos parroquianos llegaron en ese momento.</p> - -<p>Al tomar asiento, mi ayudante Rodríguez viendo -al cuarterón allí, le dijo:</p> - -<p>—¿Conque sabías escribir?</p> - -<p>El hombre no contestó.</p> - -<p>El alférez Ozarowski, dijo:</p> - -<p>—Si no sabe; ha querido hacer creer que sabía; lo -que estuvo escribiendo eran unas rayas, y contó que -la tarde antes le habían visto con un lápiz y aire misterioso -detrás de la cocina hacer como que tomaba nota -de lo que se conversaba. Pero que todo había sido una -pantomima.</p> - -<p>El espía de Calfucurá era un tipo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_120"></a>[Pg 120]</span></p> - -<p>Oyendo que se ocupaban de él, se marchó; el perro -le siguió.</p> - -<p>Había encontrado un hombre que parecía indio, -que hablaba una lengua que conocía y se había adherido -á él por gratitud.</p> - -<p>Los perros son más leales que los hombres; los hombres -más generosos que los perros. El mundo está bien -así, mientras no se presente otro planeta mejor adonde -emigrar. Pero la raza humana tiene, sin embargo, -mucho que aprender de la canina y viceversa.</p> - -<p>Me acordé de que ese día era el prefijado para la -gran junta. Llamé á San Martín y le hice preguntar -á mi compadre á qué hora marcharíamos. Me contestó -que cuando ladeara el sol.</p> - -<p>Di mis órdenes, se pasó la mañana en preparativos -para la marcha, y cuando todo estuvo dispuesto -me fuí al toldo de Baigorrita, entrando en él como en -mi casa.</p> - -<p>Yo observaba movimiento en su gente y tenía curiosidad -de saber en qué consistía.</p> - -<p>La hora se acercaba.</p> - -<p>Mi compadre me vió entrar sin salir de su apatía -habitual. Había vuelto á la faena de picar tabaco con -la navaja de Rodgers.</p> - -<p>En la cara me conoció que alguna curiosidad me -llevaba.</p> - -<p>Llamó á San Martín.</p> - -<p>Vino éste, y le hice preguntar que si todavía no era -hora de ensillar.</p> - -<p>Me contestó que teníamos bastante tiempo aún; que -de allí á <em>Añancué</em>, línea divisoria de sus tierras, no -había más que dos galopes; que ya había mandado -traer sus caballos y buscar una res, para que mi gente -carneara antes de partir; pero que la res tardaría -un rato largo en llegar, porque estaba lejos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_121"></a>[Pg 121]</span></p> - -<p>—¿Y qué, mi compadre no tiene vacas gordas aquí?—le -pregunté á San Martín.</p> - -<p>—No, señor, si está muy pobre—me contestó.</p> - -<p>—¿Muy pobre?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Y cuánto vale una vaca?</p> - -<p>—No tiene precio.</p> - -<p>—¿Cómo no tiene precio?</p> - -<p>Cuando es para comercio, depende de la abundancia; -cuando es para comer no vale nada; la comida no -se vende aquí, se le pide al que tiene más.</p> - -<p>—De modo que los que hoy tienen mucho, pronto -se quedarán sin tener qué dar.</p> - -<p>—No, señor; porque lo que se da <em>tiene vuelta</em>.</p> - -<p>—¿Qué es eso de vuelta?</p> - -<p>—Señor, es que aquí el que da una vaca, una yegua, -una cabra ó una oveja para comer, la cobra después; -el que la recibe, algún día ha de tener.</p> - -<p>—Y si á un indio rico le piden veinte indios pobres -á la vez, ¿qué hace?</p> - -<p>—Á los veinte les da <em>con vuelta</em> y poco á poco se -va cobrando.</p> - -<p>—Y si mueren los veinte, ¿quién le paga?</p> - -<p>—La familia.</p> - -<p>—¿Y si no tienen familia?</p> - -<p>—Los amigos.</p> - -<p>—¿Y si no tienen amigos?</p> - -<p>—No pueden dejar de tener.</p> - -<p>—Pero todos los hombres no tienen amigos que paguen -por ellos.</p> - -<p>—Aquí sí; no ve, señor, que en cada toldo hay <em>allegados</em>, -que viven de lo que agencia el dueño.</p> - -<p>—¿Y si se les antoja no pagar?</p> - -<p>—No sucede nunca.</p> - -<p>—Puede suceder, sin embargo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_122"></a>[Pg 122]</span></p> - -<p>—Podría suceder, sí, señor, pero si sucediese, el día -que á ellos les faltase nadie les daría.</p> - -<p>—¿Cada indio tendrá una cuenta muy larga de lo -que debe y le deben?</p> - -<p>—Todo el día hablan de lo que han recibido y dado -con vuelta.</p> - -<p>—¿Y no se olvidan?</p> - -<p>—Un indio no se olvida jamás de lo que da ni de -lo que le ofrecen.</p> - -<p>—¿Me has dicho que cuando una vaca era para comercio -tenía precio?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Explícame eso?</p> - -<p>—Señor, comercio es, que el que tiene le haga un -cambio al que tiene.</p> - -<p>—¿Entonces si un indio tiene un par de estribos de -plata y no tiene qué comer, y quiere cambiar los estribos -por una vaca, los cambia?</p> - -<p>—No se usa; le darán la vaca <em>con vuelta</em> y él dará -los estribos <em>con vuelta</em> también.</p> - -<p>—¿Y si un indio tiene un par de espuelas de plata -y las quiere cambiar por un par de estribos?</p> - -<p>—Las cambia, <em>con vuelta</em> ó <em>sin vuelta</em>, según el -trato.</p> - -<p>—¿Y con los indios chilenos, cómo hacen el comercio, -lo mismo?</p> - -<p>—No, señor; con los chilenos el comercio lo hacen -como los cristianos, á no ser que sean parientes.</p> - -<p>—¿Y con los indios de Calfucurá y con los Pampas?</p> - -<p>—Lo mismo, señor.</p> - -<p>—¿Y hay pleitos aquí?</p> - -<p>—No faltan, señor.</p> - -<p>—¿Y cuando dos indios tienen una diferencia, quién -los arregla?</p> - -<p>—Nombran jueces.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_123"></a>[Pg 123]</span></p> - -<p>—¿Y si alguno no se conforma?</p> - -<p>—Tiene que conformarse.</p> - -<p>Estos bárbaros, dije para mis adentros, han establecido -la ley del Evangelio, hoy por ti, mañana por mí, -sin incurrir en las utopías del socialismo; la solidaridad, -el valor en cambio para transacciones; el crédito -para las necesidades imperiosas de la vida y el -jurado civil; entre ellos se necesitan especies para las -permutas, crédito para comer.</p> - -<p>Es lo contrario de lo que sucede entre los cristianos. -El que tiene hambre no come si no tiene con qué. -Está visto que las instituciones humanas son el resultado -de las necesidades y de las costumbres, y que -la gran sabiduría de los legisladores consiste en no -perderlo de vista al modelar las leyes. Los que á cada -rato nos presentan el cartabón de otras naciones cuya -raza, cuya religión, cuyas tradiciones difieren de las -nuestras, deberían tomar notas de estas observaciones.</p> - -<p>Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio -que me escamoteó los guantes de castor se presentó. -Venía algo <em>achumado</em>.</p> - -<p>En cuanto me vió me dijo una cuchufleta. Sentóse -á mi lado y me pidió el pañuelo de seda que llevaba -al cuello. Me negué á dárselo, porque su desaparición -importaba <em>una señal</em>. Pero insistió é insistió y no tuve -más recurso que ceder. Era una prenda insignificante -y quién sabe qué se imaginaba mi compadre si no -lo daba. De la suspicacia de un indio hay que esperarlo -todo.</p> - -<p>Gran contento experimentó el indio al recibir el pañuelo -y en el acto se lo puso como yo lo usaba, calándose -encima el sombrero.</p> - -<p>Siguió jaraneando, siendo mi larga pera objeto de -los mayores elogios y admiración. Grande, linda, me<span class="pagenum"><a id="Page_124"></a>[Pg 124]</span> -decía, pasando por ella sus puercas manos. Quería levantarme -y no me dejaba. Estaba cargoso como cuatro. -Y no me era dado manifestarle que me atosigaba -con sus monadas, porque á mi compadre le hacían suma -gracia. Además, yo sabía todo el cariño y respeto -que tenía por él.</p> - -<p>Me abrazaba, me besaba, se quedaba mirándome, -y gozoso exclamaba: ¡Ese coronel Mansilla toro! -Era el mayor cumplimiento que podía dirigirme. Ya -lo he dicho, ser <em>toro</em> es ser todo un hombre.</p> - -<p>No sabiendo qué más hacerme, se le ocurrió <em>trenzarme -la pera</em>.</p> - -<p>Era la otra seña convenida con Camilo si algún -peligro me amenazaba. ¿Cómo dejarlo satisfacer su -capricho?</p> - -<p>Se aferró á él con tanta tenacidad, que me preocupó -seriamente.</p> - -<p>Y no era para menos, Santiago amigo, si tienes presente -la composición de lugar hecha con Camilo, para -el caso de que los indios no quisieran dejarme salir -de entre ellos.</p> - -<p>Que me hubiera pedido y sacado el pañuelo, se explicaba. -Á cualquier indio podía habérsele ocurrido -pedírmelo. Me había puesto en ese caso. Pero que después -de haber dado el pañuelo me quisiera trenzar la -barba, era inexplicable, extraordinario.</p> - -<p>No hay previsión que alcance ciertas cosas; con -razón dice Napoleón, que en la guerra dos tercios deben -concedérsele al cálculo y uno á la casualidad.</p> - -<p>No podía ocurrírseme la idea de una traición, porque -los <em>muchachos</em> de Camilo eran todos hombres muy -seguros. Han conversado entre ellos sobre lo convenido, -algún espía los ha oído, me decía, y me tienden un -lazo; quieren ver qué hago.</p> - -<p>El indio no declinaba de su empeño. Á Roma por<span class="pagenum"><a id="Page_125"></a>[Pg 125]</span> -todo, exclamé interiormente, y me dejé trenzar la barba, -tomando la precaución de darle la espalda á la entrada -del toldo, no fuera á pasar Camilo, viera la -señal y se largara para la Villa de Mercedes, llevándole -un parte falso al general Arredondo.</p> - -<p>Estaba en ascuas; los caballos debían llegar de un -momento á otro y con ellos Camilo, quién según la consigna -no me veía hacía días.</p> - -<p>Darle aviso de lo que acontecía era imposible. El -indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre <em>achumado</em> -es más pesado y fastidioso que una mujer enamorada -celosa.</p> - -<p>La res que había mandado pedir mi compadre llegó, -y me sacó de apuros. Preguntáronle si la carneaban, -contestó que sí, y me hizo decir: que cuando gustara -podía mandar ensillar.</p> - -<p>Me levanté, y destrenzándome la malhadada pera, -salí del toldo, á pesar de los repetidos, «no se vaya, -amigo», del indio.</p> - -<p>Tres trompas tocaron llamada, y algunos momentos -después comenzaron á llegar grupos de jinetes, -montando buenos caballos y vistiendo trajes de gala. -Uno de ellos tenía uniforme completo de teniente coronel -y la pata en el suelo.</p> - -<p>Mi gente estaba pronta. Arrimaron las tropillas y -ensillamos.</p> - -<p>Me despedí tiernamente de mi ahijado. ¡Extraños -fenómenos de la simpatía, el chiquilín lagrimeó!</p> - -<p>Montamos y partimos al gran galope en dispersión.</p> - -<p>El cuarterón iba con nosotros y el perro del toldo de -Baigorrita le seguía.</p> - -<p>Por el camino se incorporaron varios grupos de indios, -y cuando llegábamos á las alturas de Poitaua -era la tarde ya.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_126"></a>[Pg 126]</span></p> - -<p>Sujeté para esperar á los franciscanos que se habían -quedado atrás, y mi compadre también.</p> - -<p>Sobre la copa de un algarrobo estaba un águila, mirando -al Norte.</p> - -<p>Baigorrita me hizo decir con San Martín, que era -buena seña, que el águila nos indicaba el rumbo.</p> - -<p>Si hubiese estado mirando al Sud, <em>todos</em> los indios -se habrían vuelto.</p> - -<p>Es el ave sagrada de ellos y tienen esa preocupación.</p> - -<p>Los franciscanos llegaron y seguimos la marcha al -trote; iba á reirme de la superstición del águila, diciéndoles -lo que me había hecho notar mi compadre. -Pero me acordé de que yo no como donde hay trece, -ni mato arañas por la noche.</p> - -<p>Hay un mundo en el que todos los hombres son -iguales; es el mundo de las preocupaciones. El más -sensato es un bárbaro. Decidme si no, lector, ¿por -qué aborrecéis á don fulano?</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_127"></a>[Pg 127]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Mi compadre Baigorrita me pide caballos prestados.—El que entre -lobos anda á aullar aprende.—Aves de la Pampa.—En un -monte.—Perdido.—Las tinieblas.—Fantasmas de la imaginación.—¿Somos -felices?—Disertación sobre el derecho.—El miedo.—Hallo -camino.—Me incorporo á mis compañeros.—Clarines -y cornetas.</p> -</div> - - -<p>En <em>Pitralauquen</em>, volvimos á hacer alto; los flamencos -atornasolados saludaron nuestra llegada, batiendo -con estrépito sus sonrosadas alas, y en ondas caprichosas -se perdieron por el éter incoloro.</p> - -<p>Mi compadre y sus indios allegados iban tan mal -montados, que me pidió por favor le prestara algunos -caballos para llegar á la raya.</p> - -<p>Ordené que se los dieran, y diciéndole á San Martín: -parece increíble que Baigorrita no tenga más caballos, -me contestó: si anoche casi lo han dejado á pie.</p> - -<p>Descansamos un rato y seguimos la marcha.</p> - -<p>Al tiempo de subir á caballo, le robé al indio de los -guantes un naco de tabaco que llevaba atado á los -tientos.</p> - -<p>El que entre lobos anda á aullar aprende.</p> - -<p>Se lo dije á mi compadre y se rió mucho, festejando -la ocurrencia y la burla que le harían los demás cuando -supieran que se había dejado robar por mí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_128"></a>[Pg 128]</span></p> - -<p>Galopábamos á toda brida.</p> - -<p>Éramos como doscientos y ocupábamos media legua, -por el desorden en que los indios marchan.</p> - -<p>El sol se ponía con un esplendor imponente; sus rayos -como dardos de fuego despejaban los celajes que -intentaban ocultarlo á nuestras miradas y refractándose -sobre las nubes del opuesto hemisferio, teñían el -cielo con colores vivaces.</p> - -<p>Las aves acuáticas, en numerosas bandadas, hendían -los aires con raudo vuelo y graznando se retiraban -á las lagunas donde anidaban sus huevos.</p> - -<p>Es increíble la cantidad de cisnes, blancos como la -nieve, de cuello flexible y aterciopelado; de gansos -manchados, de rojo pico; de patos reales, de plumas -azules como el lapislázuli; de negras bandurrias, de -corvo pico; de pardos chorlos, de frágiles patitas; de -austeras becacinas de grises alas que alegran la Pampa. -En cualquier laguna hay millares.</p> - -<p>¡Cómo gozaría allí un cazador!</p> - -<p>Imaginaos que en la «Ramada» los soldados recogieron -un día ocho mil huevos, después de haber recogido -toda la semana grandes cantidades.</p> - -<p>¡Cuánto echaba yo de menos mi escopeta!</p> - -<p>Entramos en el monte. Anocheció y seguimos al -galope. El polvo y la obscuridad envolvían en tinieblas -profundas los árboles que, como fantasmas se alzaban -de improviso al acercarnos á ellos; no nos veíamos -á corta distancia; nos llevábamos por delante -unos á los otros; mi caballo era superior, yo iba á la -cabeza, perdí la senda y me extravié.</p> - -<p>Sujeté, hice alto, puse atento el oído en dirección al -rumbo que me pareció traerían los que me precedían, -nada oí.</p> - -<p>¿Qué peligro corría?</p> - -<p>Ninguno en realidad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_129"></a>[Pg 129]</span></p> - -<p>Un tigre no podía hacerme nada. El caballo me habría -librado de él. Nuestros tigres, el jaguar argentino, -no atacan como el tigre de Bengala, sino cuando -los buscan. Por otra parte, el monte había sufrido los -estragos de la quemazón y el tigre vive entre los pajonales.</p> - -<p>¿Qué me imponía entonces?</p> - -<p>Las tinieblas de la noche.</p> - -<p>Las sombras tienen para mí un no sé qué de solemne. -En la obscuridad, cuando estoy solo, me siento -anonadado. Me domino; pero tiemblo.</p> - -<p>La noche y los perros son mis dos grandes pesadillas. -Yo amo la luz y á los hombres, aunque he hecho -más locuras por las mujeres. No puedo decir lo que me -aterra cuando estoy solo en un cuarto obscuro, cuando -voy por la calle en tenebrosas horas, cuando cruzo el -monte umbrío; como no puedo decir lo que sentía -cuando trepaba las laderas resbaladizas de la gran cordillera -de los Andes, sobre el seguro lomo de cautelosa -mula.</p> - -<p>Pero siento algo de pavoroso, que no está en los -sentidos, que está en la imaginación; en esa región -poética, mística, fantástica, ardiente, fría, límpida, -nebulosa, transparente, opaca, luminosa, sombría, risueña, -triste, que es todo y no es nada, que es como los -rayos del sol y su penumbra, que cría y destruye, que -forja sus propias cadenas y las rompe,—que se engendra -á sí misma y se devora, que hoy entona tiernas -endechas al dolor, que mañana pulsa el plectro aurífero -y canta la alegría, que hoy ama la libertad y mañana -se inclina sumisa ante la oprobiosa tiranía.</p> - -<p>¡Ah! ¡si pudiéramos darnos cuenta de todo lo que -sentimos!</p> - -<p>¡Si nuestra impotente naturaleza pudiera tocar los -lindes vedados que separan lo finito de lo infinito! ¡Si<span class="pagenum"><a id="Page_130"></a>[Pg 130]</span> -pudiéramos penetrar en los abismos del mundo psicológico, -como alcanzamos con el telescopio á las más -remotas estrellas!</p> - -<p>¡Si pudiéramos descomponer los rayos de la mirada -del hombre, como el espectro solar descompone los -rayos del gran luminar! Si pudiéramos sondar el corazón, -como los bajíos tempestuosos del mar.</p> - -<p>¿Seríamos más felices?</p> - -<p>¡Más felices!...</p> - -<p>¿Somos acaso felices?</p> - -<p>Si constantemente hablamos de la felicidad, es porque -tenemos idea de ella.</p> - -<p>Definidme, pues, lo que es.</p> - -<p>Quiero saberlo, necesito saberlo, debo saberlo, es -mi derecho.</p> - -<p>Sí, yo tengo derecho á ser feliz, como tengo derecho -á ser libre. Y tengo derecho á ser libre, porque -he nacido libre.</p> - -<p>¿Qué es la libertad?</p> - -<p>¿No es el poder de obrar, ó de no obrar, no es la facultad -de elegir; no es el ejercicio de mi voluntad -consciente, reflexiva, deliberada, calculada, espere daño -ó bien?</p> - -<p>¡Os atrevéis á tacharme la definición!</p> - -<p>¿Qué me vais á decir?</p> - -<p>Que no es jurídica: ¿por qué la libertad <em>es el poder -de hacer lo que no daña á otro</em>?</p> - -<p>Os advierto que no hablo como un legista, sino como -un filósofo, y os admito la diferencia.</p> - -<p>Convenido; la libertad es eso, mi derecho corriendo -en línea paralela con el vuestro una abstracción susceptible -de asumir una fórmula gráfica.</p> - -<p>—Á mi derecho:</p> - -<p>—Á vuestro derecho:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_131"></a>[Pg 131]</span></p> - -<p>Luego un derecho que se sobrepone á otro no es derecho, -es abuso ó tiranía.</p> - -<p>Yo tengo el derecho de hablar, vos también. Si os -impongo silencio y no callo, os oprimo. Yo tengo el -derecho de trabajar para mí, vos también. Si os hago -mi esclavo, os tiranizo.</p> - -<p>Estamos acordes.</p> - -<p>Pues bien. Insisto en ello. Yo tengo el derecho de -ser feliz. Lo reconozco, me contestáis; no me opongo -á ello, no tengo cómo oponerme; lo intentaría en vano.</p> - -<p>Es mentira, puesto que mi felicidad consiste en -que me devolváis el amor de la mujer que me habéis -robado.</p> - -<p>No depende de mí. En todo caso dependerá de ella.</p> - -<p>Pero es que si ella volviese á mí, no volvería como -antes era; para que lo fuera, hubiera debido permanecer -inmaculada y la habéis corrompido.</p> - -<p>Suponiendo que yo pueda ser responsable de vuestra -felicidad, os prevengo que hacéis un sofisma cuando la -comparáis con el derecho.</p> - -<p>No os entiendo.</p> - -<p>Quiero decir que el derecho regla las relaciones naturales -de la humanidad; que si la libertad es un -derecho, la felicidad no lo es.</p> - -<p>¿Y por qué no ha de ser un derecho aquello que -más necesito?</p> - -<p>Tanto valiera que me dijerais que respirar no es mi -derecho, siendo así que tengo el derecho de vivir y que -si no respiro muero.</p> - -<p>Es que el sofisma consiste en que hacéis de un accidente -una necesidad; de una cosa contingente una cosa -absoluta; de una cosa que está en nuestras manos, -una cosa que depende de los demás.</p> - -<p>¿Pero mi libertad, mi derecho están en ese mismo -caso?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_132"></a>[Pg 132]</span></p> - -<p>No, porque vuestra libertad y vuestro derecho están -garantidos por la libertad y el derecho ajenos. <i lang="la" xml:lang="la">Alteri -non feceris quod tibi fieri non vis.</i> No hagas á los demás, -lo que no quieres que te hagan á ti mismo. <i lang="la" xml:lang="la">Alteri -feceris quod tibi fieri velis.</i> Haz á lo demás lo que -quieres que te hagan á ti mismo. Estos dos aforismos -encierran todos los deberes del hombre para con sus -semejantes y con la familia.</p> - -<p>No protesto contra estos principios, arguyo sólo, que -si mi felicidad no daña á los demás, tengo el derecho -de exigir ser feliz.</p> - -<p>¿Á quién?</p> - -<p>—¿Á quién?...</p> - -<p>—¿Sí, á quién?</p> - -<p>Contestadme.</p> - -<p>Os he pedido que me defináis la felicidad.</p> - -<p>¿Que os defina la felicidad?</p> - -<p>Si la felicidad no es absoluta, es relativa. No es -como el bien y el mal, como lo bueno y lo malo. Es -objetiva y substantiva. Depende de las circunstancias, -del carácter, de las aspiraciones, de accidentes sin fin.</p> - -<p>Os entiendo.</p> - -<p>Queréis decirme, que un fraile de la Trapa, vicioso, -descreído, puede vivir más tranquilamente en su retiro -que yo, creyente y sano, en el bullicio de la sociedad.</p> - -<p>Precisamente.</p> - -<p>Entonces ¿qué recurso nos queda á los que rodamos -fatalmente en ese torbellino?</p> - -<p>Tomarlo como viene, resignarse.</p> - -<p>La conformidad puede convenirle á un esclavo.</p> - -<p>¿Y creéis haber dicho algo?</p> - -<p>Si no lo creyese, no hubiera hablado.</p> - -<p>Os prevengo, sin embargo, que sois esclavo de vuestras -pasiones.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_133"></a>[Pg 133]</span></p> - -<p>¿Y qué me queréis decir?</p> - -<p>Quería recordaros, que Dios es inescrutable, que el -hecho de no poder definir satisfactoriamente una cosa -en abstracto, no prueba que la cosa deje de existir; -en una palabra, que habéis sido insensatos al exclamar -con desaliento: ¿somos acaso felices?</p> - -<p>De consiguiente, porque no pueda definir lo que -experimenté cuando me vi perdido en el monte, no por -eso dejará de creerse que fué miedo.</p> - -<p>¿Cuánto duró? Pocos instantes. Quizá si hubiera -durado más, lo hubiera podido definir.</p> - -<p>Me hallaba perplejo, sin saber qué hacer, mi caballo -caminaba en la dirección que quería, yo estaba desorientado -y todo era igual, lo mismo un rumbo que -otro.</p> - -<p>Así había vagado un breve instante á la ventura, -cuando sentí un tropel, cerca, muy cerca de mí. La -emoción, sin duda, no me había permitido oirlo antes.</p> - -<p>Hay situaciones en que, según las disposiciones del -espíritu, el zumbido de una mosca, el susurro de una -hoja parecen una tempestad; y otras en que no se -oye ni el estampido del cañón. Yo he visto en el campo -de batalla hombres asustados, poseídos de terror pánico, -huir hacia el enemigo, que no reconocían á quien -les hablaba, ni oían lo que se les decía.</p> - -<p>Dando vueltas había caído al camino. Me incorporé -á un grupo que pasaba al galope y seguí. Salimos á -un descampado. Algunas estrellas brillaban entre nubes -errantes, que, á impulsos de un vientecito que se -había levantado, corrían de Naciente á Poniente, presagiando -que al salir la luna tendríamos luz.</p> - -<p>Volvimos á entrar en la espesura; caímos á unos -barrancos con lagunas salitrosas, que parecían espejos -de bruñida plata; subimos á la falda de los médanos, -y al llegar á la cumbre de uno de ellos, la errante<span class="pagenum"><a id="Page_134"></a>[Pg 134]</span> -reina de los cielos asomó su blanca faz, y clavándola -en la inmóvil superficie de las lagunas, hizo brotar de -su seno diamantinas luces.</p> - -<p>Oyéronse toques de clarín. Jamás el bélico instrumento -resonó en mis oídos con más solemnidad. Me -hizo el efecto de la trompeta del arcángel el día del -juicio final. Sus vibraciones se alcanzaban tremulantes -unas á otras, recorriendo las ondulaciones del -vacío.</p> - -<p>Los cornetas de Baigorrita contestaron.</p> - -<p>Estábamos en la raya.</p> - -<p>Hicimos alto. Llegó un parlamento, habló y habló; -le contestaron razón por razón; lo despacharon; volvió -otro y otro, se hizo lo mismo y á las cansadas llegó -un hijo de Mariano Rosas, invitándonos á avanzar.</p> - -<p>Marchamos y llegamos, pasando por una gran playa, -que es donde los indios, después de sus grandes -juntas, juegan á la <em>chueca</em>.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_135"></a>[Pg 135]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XIV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Mariano Rosas y su gente.—¡Qué valiente animal es el caballo!—Un -parlamento de noche.—Respeto por los ancianos.—Reflexiones.—La -humanidad es buena.—Si así no fuese estaría -perturbado el equilibrio social.—El arrepentimiento es infalible.—Lo -dejo á mi compadre Baigorrita y me retiro.—Un recién -llegado.—Chañilao.—Su retrato.</p> -</div> - -<p>Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una -colina escarpada; trepábamos dificultosamente á la -cima, los caballos se hundían hasta los ijares en la esponjosa -arena; cada paso les costaba un triunfo, caían -y se enderezaban; temblaban, se esforzaban ardorosos -y volvían á caer; la espuela y el rebenque los empujaba, -por decirlo así; endurecían los miembros, recogían -las patas delanteras, y sacándolas al mismo tiempo, -se arrastraban, y desencajaban poco á poco las traseras; -sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y -subían ¡á veces teníamos que apearnos, que tirarlos -de la rienda y animarlos, accionando con los brazos, -gritando ¡aaaah!</p> - -<p>¡Qué potente y valiente animal es el caballo!</p> - -<p>Llegamos á la cumbre de la colina.</p> - -<p>Bajo dos coposos algarrobos, había sentado sus reales -el Cacique general de las tribus ranquelinas.</p> - -<p>Parlamentaba solemnemente con los capitanejos é<span class="pagenum"><a id="Page_136"></a>[Pg 136]</span> -indios circunvecinos y lejanos que sucesivamente llegaban -al lugar de la cita.</p> - -<p>Á todos los recibía con la misma consideración; á -todos les hacía las mismas preguntas; á todos los conocía -por sus nombres, sabía de dónde venían, cómo se -llamaban sus abuelos, sus padres, sus mujeres, sus -hijos; y á todos les explicaba el motivo de la junta, -que al día siguiente se celebraría. Y todos contestaban -lo mismo, y después de contestar se sentaban en hilera -dándoles la derecha á los capitanejos más caracterizados -y á los viejos. Entre éstos fué objeto de las mayores -atenciones un tal Estanislao. Venía de muy lejos, -de la raya de las tierras de Baigorrita con Calfucurá.</p> - -<p>Tendría como sesenta años; era alto pero estaba encorvado -bajo el peso de la edad; sus largos cabellos canos -cayendo en lacias crenchas sobre sus hombros, le -daban á su rugosa cara, tostada por el sol, un aspecto -simpático de veneración.</p> - -<p>Su traje era el de un paisano.</p> - -<p>Poncho y chiripá de tela pampa, camisa de crimea, -calzoncillos con fleco, botas de potro cerradas en la -punta. No llevaba sombrero. Una ancha vincha azul -y blanca adornaba su frente.</p> - -<p>Para bajarse del caballo tuvo necesidad de que dos -indios robustos le prestaran ayuda.</p> - -<p>Una vez en tierra le colocaron un par de muletas hechas -de tosca madera de chañar. Apoyado en ellas, y -abriéndole paso todo el mundo, avanzó sobre Mariano -Rosas. Púsose éste de pie y le recibió con marcadas -muestras de cariño, echándole los brazos y estrechándolo -con efusión.</p> - -<p>Los capitanejos é indios de importancia que ocupaban -los asientos preferentes se corrieron á la derecha, -cediéndole el primer puesto, en el que se colocó. Aquel<span class="pagenum"><a id="Page_137"></a>[Pg 137]</span> -homenaje respetuoso en medio del desierto, á la luz de -las estrellas, tributado por los bárbaros, me hizo comprender -que el respeto hacia los que nos han precedido -en la difícil y escabrosa carrera de la vida es innato -al corazón humano.</p> - -<p>Yo tengo la peor idea de los que no se inclinan reverentes -ante la ancianidad.</p> - -<p>Cuando me encuentro con algún viejo, conocido ó -desconocido, instintivamente le cedo el paso.</p> - -<p>Cualquiera que sea la condición del hombre, sea su -porte distinguido ó no, vista el rico paño de la opulencia, -ó los sucios harapos del mendigo, una cabeza -helada por el invierno de la vida, me infunde siempre -religioso respeto.</p> - -<p>¡Quién sabe, me digo, al verle pasar, cuántas injusticias -no han herido ese corazón!</p> - -<p>¡Quién sabe cuántos dolores no han desgarrado su -alma!</p> - -<p>¡Quién sabe de cuántos desdenes no es víctima, después -de haber sacrificado los más caros intereses en -aras de la patria y de la amistad!</p> - -<p>¡Quién sabe cuántos infortunios indecibles no han -anticipado su vejez!</p> - -<p>¡Quién sabe si habiéndose hecho la ilusión de ver -en el último tercio de la vida, amenizado el hogar con -los afanes de la tierna esposa, y de los hijos, no es un -desterrado de la familia por sus liviandades ó por la -fatalidad!</p> - -<p>¡Quién sabe si esa existencia trémula, enfermiza, -que se apaga, que no destella ya sino moribundos rayos, -como el sol de brumoso día al ponerse, no necesita -un poco de consideración social para disfrutar de un -soplo más de vida!</p> - -<p>¡Los niños y los viejos son como los polos del mundo! -opuestos, pero iguales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_138"></a>[Pg 138]</span></p> - -<p>En los unos hay el candor prístino, en los otros hay -la inofensiva debilidad.</p> - -<div class="poetry-container pw25"> -<div class="poetry"> -<p>............................«Last scene of all,<br /> -That ends this strange eventful history<br /> -Is second childishness, and more oblivious,<br /> -Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.»</p> -</div> -</div> - -<p>Los unos merecen nuestra atención y nuestro amparo, -porque vienen; los otros nuestra lástima y nuestro -sostén porque se van.</p> - -<p>Como la luz del día, bella al nacer, bella al morir, -así son ellos. El alfa y el omega de la humanidad se -encierra en estas dos palabras: <em>nacer y morir</em>.</p> - -<p>Nacer es elevarse, sentir, aspirar; morir, es hundirse -en el abismo del tiempo. La vida y la muerte son -dos instantes solemnísimos.</p> - -<p>Pensad en el placer de ver venir al mundo un hijo, -placer inefable, inmenso, y veréis que sólo es comparable -á la amarga pesadumbre de ver al objeto querido -que nos dió el ser darle á esta vida fugaz y transitoria -un eterno adiós. ¡Los niños! ¡Ah! ¡los niños son una -cifra!</p> - -<p>¡Cuántas esperanzas para la madre, para el padre, -para la familia no encierra el recién nacido! ¡Ellos labrarán -algún día la soñada felicidad de todos! Gratas -esperanzas mecen su cuna. Hasta el egoísmo se afana -por ellos sin darse cuenta de sus recelos. Si muriera, -¡cuántas ilusiones desvanecidas!</p> - -<p>¡El tiempo pasa, la vejez llega! Todos han desaparecido. -Sólo el objeto de tantos anhelos y cuidados sobrevive, -y solo, solo en el mundo, su pecho encierra impenetrables -arcanos.</p> - -<p>¡Cuántas historias lúgubres no sabe!</p> - -<p>¡Sus ojos no lloran ya, su corazón está frío, helado!<span class="pagenum"><a id="Page_139"></a>[Pg 139]</span> -Pero palpita aún. El mundo de los recuerdos es su suplicio. -¡Si pudiera olvidar! ¿Olvidar? ¡No! Debe -arrastrar la pesada cadena de sus decepciones, ó de -sus remordimientos.</p> - -<p>¡Ah! ¡los viejos! No desdeñéis esas existencias retrospectivas, -que adustas ó risueñas, ocultan en insondables -profundidades terribles misterios de amor -y de odio, de constancia y versatilidad, de nobleza y -ambición, de generosidad y cálculo frío y meditado.</p> - -<p>Si ellos os abrieran su pecho, leeríais allí severas -lecciones para conformar vuestras acciones; para no -incurrir en las mismas faltas y errores que ellos cometieron.</p> - -<p>Callan, porque son discretos; porque la discreción -es la última y la más difícil de las virtudes que aprendemos.</p> - -<p>¡Ah! ¡Si los viejos hablaran!</p> - -<p>¡Si en lugar de contarnos sus grandezas, sus glorias, -sus triunfos juveniles, nos contaran sus miserias! -¡Cuánto desaliento no nos infundirían!</p> - -<p>Su silencio es la postrer prueba de amor que nos dan. -Ellos son como las páginas de un libro atroz. Si hablan -con su experiencia, desencantan, confunden, anonadan.</p> - -<p>No os empeñéis en leerlas.</p> - -<p>Amad y respetad á los viejos, no porque hayan sido -buenos, sino porque deben haber sufrido.</p> - -<p>El dolor es fecundo y purifica.</p> - -<p>No les creáis cuando haciendo esfuerzos levantan erguida -la cerviz, diciendo con orgullo insolente como -J. J. Rousseau: ¿cuál de vosotros ha sido mejor -que yo?</p> - -<p>Van haciendo su papel en la comedia de la vida.</p> - -<p>Todos han sido iguales en un sentido. En otro tri<span class="pagenum"><a id="Page_140"></a>[Pg 140]</span>bunal -que no está en este mundo habrá quien les arranque -con mano segura el antifaz.</p> - -<p>Allí será en vano disimular. Mientras tanto, inclinaos -ante sus canas.</p> - -<p>¡Quién sabe si cuando lleguéis como ellos al último -término de la jornada no habéis incurrido en sus mismas -debilidades!</p> - -<p>La vida es así. Lo que no se hace por amor debe hacerse -por caridad; lo que no se hace por caridad, -debe hacerse por reflexión.</p> - -<p>Trabajados por opuestos sentimientos y pasiones, -caminamos vacilantes, pretendiendo que tenemos confianza -en nosotros mismos, y es mentira: todo lo esperamos -de los demás.</p> - -<p>En las tribulaciones pasamos revista de los que nos -pueden ayudar, y dudando ocurrimos á ellos. Y el último -de los castigos, es que nos sirvan los que menos -obligación de servirnos tienen. Sí, es el último castigo -de los hombres sin fe.</p> - -<p>Viven quejándose de la humanidad, y ella está siempre -presente ahí para socorrerlos en todo, con su bolsa, -su sangre, y su vida. La misma blasfemia se escapa -siempre de sus labios; haz bien y espera mal.</p> - -<p>¡Qué ingratos somos!</p> - -<p>La mano que ayer recibió nuestra limosna generosa, -mañana nos desconocerá, quizá. ¡Pero cuántos hijos -pródigos no se cruzarán por nuestro camino!</p> - -<p>El equilibrio social estaría perturbado si las cosas -pasaran de otra manera. Y Dios que ha echado á rodar -los mundos en los espacios sin fin, para que giren -eternamente sin chocarse jamás, ha querido que la ley -consoladora de la solidaridad nunca sufra tampoco -perturbación alguna.</p> - -<p>En buena hora; no esperéis el bien de aquél que re<span class="pagenum"><a id="Page_141"></a>[Pg 141]</span>cibió -vuestros favores. Esperadlo, sin embargo, de los -desconocidos.</p> - -<p>Maldeciréis vuestra estrella, renegaréis de la vida en -las amargas horas, y al encontraros cara á cara con la -muerte tendréis que reconocer que los hombres no han -sido tan malos.</p> - -<p>No hay quien á las puertas de la eternidad maldiga -á sus hermanos. Sea justicia ó pavor, cuando el cuadrante -del tiempo marca el minuto solemne entre el -ser y no ser, todos se arrepienten del mal que hicieron -ó del bien que dejaron de hacer.</p> - -<p>¡Los viejos! ¡los viejos! no les neguéis, os lo vuelvo -á repetir, ni el paso, ni la mirada, ni el saludo.</p> - -<p>¡Cuesta tan poco complacer á los que con un pie en -el último escalón de este mundo y otro en el dintel de -las puertas de la eternidad esperan sin rencor ni odio -el instante fatal!</p> - -<p>Estanislao tuvo un largo diálogo con Mariano Rosas. -En seguida le llegó su turno á Baigorrita y demás -capitanejos é indios de importancia que les acompañaban.</p> - -<p>Yo saludé al cacique particularmente, me senté al -lado de mi compadre, y como el ceremonial no rezaba -conmigo, me llamé á sosiego. El galope había excitado -mi estómago, despertando el apetito. Traté de abandonar -el campo, pero Baigorrita, que se fastidiaba -mucho de aquella inacabable letanía de dimes y diretes, -me dijo que no me fuera, que le esperara, que acamparíamos -juntos.</p> - -<p>Di mis órdenes, mandé que los caballos los rondaran -lejos, en lugar seguro, que hicieran campamento allí -cerca, en un montecito muy tupido, y que nos esperaran -con buen fuego, puchero y asado.</p> - -<p>Mientras mi compadre se desocupaba, no faltó quien -me obsequiara con mate; Hilarión me pasó una torta<span class="pagenum"><a id="Page_142"></a>[Pg 142]</span> -riquísima hecha al rescoldo, y á hurtadillas, lo mismo -que un niño mimado y goloso delante de las visitas, -me la manduqué.</p> - -<p>No hay quien no conserve algún recuerdo imperecedero -de ciertas escenas de la vida; éste, de una cena -espléndida en el Club del Progreso; aquél, de otra en -el Plata; el uno, de un almuerzo campestre; el otro, -de un <i lang="en" xml:lang="en">lunch</i> á bordo. Yo no puedo olvidar la torta cocida -entre las cenizas que me regaló Hilarión con disimulo, -diciéndome: «Para usted la tenía, Coronel.» -La mirada perspicaz de Mariano Rosas se apercibió -de ello, y calculando que tenía hambre me hizo pasar -un par de palomas asadas, diciéndome el conductor, -que las había hecho cazar para mí. Efectivamente, el -doctor Macías fué quien cumplió la orden. Al día siguiente -lo supe. ¡Pobre Macías! Ya tendré ocasión de -ocuparme de él. ¡Qué pena me daba verle! No habíamos -sido nunca amigos. Pero conservaba por él ese -afecto de escuela que muchas veces vincula más á los -corazones que la sangre misma. ¡Cuántas veces al través -del tiempo, lo mismo en el seno de la patria que en -extranjera playa, sean cuales sean las borrascas que -hayan azotado el bajel de nuestra fortuna, el título de -condiscípulo suele ser un talismán!</p> - -<p>Viendo que la charla no cesaba y que amenazaba continuar -hasta media noche, según el número de personajes -que aún no habían cambiado sus saludos; viendo -también que el negro del acordeón andaba por allí y -que se preparaba á darnos una serenata, le hice una -indicación á mi compadre.</p> - -<p>Me contestó que no podía retirarse todavía; que me -fuera, que más tarde iría él.</p> - -<p>Mariano Rosas estaba en lo más fuerte del entrevero; -lucía su remarcable retentiva y hacía gala de sus -habilidades oratorias. Le hice una seña, como dicién<span class="pagenum"><a id="Page_143"></a>[Pg 143]</span>dole, -me voy, me contestó con otra, como diciéndome, -hace bien, esto no es con usted; me levanté, me abrí -paso por entre una espesa muralla de chusma que escuchaba -el parlamento, llamé á mi asistente, me acercó -el caballo, puse pie en el estribo y me disponía á -montar, cuando unos <em>acordes destemplados</em> hirieron -mis oídos, de atrás. ¡Era el negro del acordeón! Al -mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué -con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di -contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba -<em>achumado</em>.</p> - -<p>Llegué al montecito donde me esperaba mi gente; -el fogón ardía resplandeciente lo mismo que una hoguera -de la inquisición; daba ganas de saltarlo, como -los muchachos saltan las fogatas de viruta y alquitrán -en el día de San Juan. Hay tentaciones irresistibles. -Piqué mi valiente caballo, pasé por encima del fuego é -hice un desparramo. Y como ni el asado, ni el puchero, -ni la caldera cayeron, todos aplaudieron de corazón.</p> - -<p>Contento de mi triunfo eché pie á tierra, con más -agilidad que otras veces, ocupé mi puesto en la rueda -y empecé á <em>pegarle</em> al mate.</p> - -<p>Mi compadre no venía, cenamos; ordené que le -guardaran algo, y antes de recogerme mandé ver dónde -y cómo estaban los caballos.</p> - -<p>Más de veinte formábamos el círculo del fogón. Hablábamos -quién sabe de qué; de repente oyóse un tropel -de caballos. Es Baigorrita, dijeron unos. Los jinetes -sujetaron casi encima de nosotros, y una voz firme, -varonil, desconocida para mí, dijo: ¡Buenas noches!</p> - -<p>—Es Chañilao—dijeron unos.</p> - -<p>—Buenas noches—dijeron otros.</p> - -<p>—Eche pie á tierra, si gusta—dije yo, fingiendo que -no había reparado en el recién llegado. Pero á la vis<span class="pagenum"><a id="Page_144"></a>[Pg 144]</span>lumbre -del fogón había visto perfectamente bien su -cara.</p> - -<p>Chañilao se apeó, y hablando en lengua araucana y -haciendo sonar unas enormes espuelas, se acercó á mí -y con aire indiferente se sentó á mi lado.</p> - -<p>No me moví.</p> - -<p>Nadie excepto los indios lo conocía.</p> - -<p>Era un hombre alto, delgado, de facciones prominentes -y acentuadas, de tez blanca, poco quemada; de -largos cabellos castaños, tirando al rubio; de ojos azules, -vivos, penetrantes; de ancha frente, cortada á -pico; de nariz recta como la de un antiguo heleno; de -boca pequeña, cuyos labios apenas resaltaban; de barba -aguda, retorcida para arriba, en la que se veía un -hoyo; lampiño, de modales fáciles; vestido como un -gaucho rico; llevaba un sombrero de paja de Guayaquil, -fino; espuelas de plata, y un largo facón de lo -mismo atravesado en la cintura; rebenque con virolas -de oro, y su gran cigarro de hoja en la boca.</p> - -<p>Sin cuidarse de mí, habló con varios indios ostentando -un aire y un tono marcadísimos de superioridad.</p> - -<p>Me parecía estudiado.</p> - -<p>Les hice una seña á mis ayudantes con el dedo, para -que no dijeran quién era yo.</p> - -<p>Le hice pasar un mate y al recibirlo preguntó:</p> - -<p>—¿Dónde está el amigo Camilo Arias?</p> - -<p>Mi compadre Baigorrita se hacía sentir en ese momento.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_145"></a>[Pg 145]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Quién es Chañilao.—Su historia.—El carácter es un defecto para -las medianías.—Diferencia entre el gaucho y el paisano.—El -primero no es nada, el segundo es siempre federal.—¿Tenemos -pueblo propiamente hablando?—Sentimientos de un -maestro de posta cordobés cuando estalló la guerra con el -Paraguay.—Chañilao y yo.—Frescas.—Intrigas.—Una china.</p> -</div> - - -<p>Chañilao es el célebre gaucho cordobés Manuel Alfonso, -antiguo morador de la frontera de Río 4.º.</p> - -<p>Vive entre los indios hace años.</p> - -<p>No hay un baqueano más experto, ni más valiente -que él. Tiene la carta topográfica de las provincias -fronterizas en la cabeza.</p> - -<p>Ha cruzado la Pampa en todas direcciones millares -de veces, desde la sierra de Córdoba hasta Patagones, -desde la Cordillera de los Andes hasta las orillas -del Plata.</p> - -<p>En ese inmenso territorio, no hay un río, un arroyo, -una laguna, una cañada, un pasto que no conozca -bien.</p> - -<p>Él ha abierto nuevas rastrilladas y frecuentado las -viejas abandonadas ya.</p> - -<p>En la peligrosa travesía, donde pocos se aventuran, -él conoce escondido <em>guaico</em>, para abrevar la sed del -caminante y de sus caballos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_146"></a>[Pg 146]</span></p> - -<p>Ha acompañado á los indios en sus más atrevidas -excursiones, y muchas veces se salvaron por su pericia -y su arrojo.</p> - -<p>Sus constantes correrías, de noche, de día, con buen -ó mal tiempo, llueva ó truene, brille el sol ó esté nublado, -haya luna ó esté sombrío el cielo,—le han hecho -adquirir tal práctica, que puede anticipar los fenómenos -meteorológicos con la exactitud del barómetro, -del termómetro y del higrómetro.</p> - -<p>Es una aguja de marear humana; su mirada marca -los rumbos y los medios rumbos, con la fijeza del cuadrante.</p> - -<p>Habla la lengua de los indios como ellos, tiene mujer -propia y vive con ellos. Es domador, enlazador, -boleador, pialador. Conoce todos los trabajos de campo -como un estanciero; ha tenido tratos con Rosas y con -Urquiza, ha caído prisionero varias veces y siempre se -ha escapado, gracias á su astucia ó su temeridad.</p> - -<p>Poco antes de la batalla de Cepeda le tomaron, -junto con veinte indios, en la frontera Oeste de Buenos -Aires. Sólo él burló la vigilancia de los guardias y se -salvó.</p> - -<p>Es un oráculo para los indios cuando invaden y -cuando se retiran; vive por desconfianza en <em>Inché</em>, -treinta leguas más al Sud que Baigorrita, á cuya indiada -pertenece; tiene séquito y es <em>capitanejo</em>, con lo -cual está dicho todo sobre este tipo, planta verdaderamente -oriunda del suelo argentino.</p> - -<p>Chañilao no es sanguinario; ha vivido entre los -cristianos y entre los indios alternativamente. En el -Río 4.º tiene amigos: Camilo Arias, mi fiel é inseparable -compañero, es uno de ellos. La última vez que -emigró de allí fué por prevenciones infundadas.</p> - -<p>Ésa es nuestra tierra—como nuestra política suele -consistir en hacer de los amigos enemigos, parias de<span class="pagenum"><a id="Page_147"></a>[Pg 147]</span> -los hijos del país,—secretarios, ministros, embajadores -de los que nos han combatido.</p> - -<p>Solemos ser justos con los <em>nuestros</em>, con los adversarios -somos siempre débiles. Solemos ser tolerantes -con los que transigen, con los que se hacen un honor -y un deber de tener conciencia, jamás.</p> - -<p>Para ello está reservada la crítica irritante, acerba.</p> - -<p>El peor papel que puede representar el patriotismo -á los ojos de las medianías, es tener carácter.</p> - -<p>Más hábiles en el arte de reclutar nulidades, de -seducir traficantes y especuladores, que dispuestos á -admirar el talento y la probidad; más capaces de -claudicar que de imponerse por la elevación moral, -prefieren los que se doblegan á los que firmes sobre -el pedestal de sus creencias tienen la osadía de exclamar: -¡yo pienso así!</p> - -<p>¡Ah! ¡si el país no estuviera jadeante! ¡Ah! ¡si no -estuviera arraigado en todos los corazones el convencimiento -de que hay que preparar la tierra, antes de -arrojar en sus entrañas fecundas la semilla!</p> - -<p>¡Ah! ¡si no fuera que el hierro mata! ¡Ah! ¡si no -fuera que una verdad escrita con sangre es siempre -una conquista fratricida!</p> - -<p>Camilo me había hablado largamente de Manuel -Alfonso. Había sido el apoderado de los pocos intereses -que dejó en la frontera la última vez que huyó -de ella. Tenía por él ese cariño respetuoso, que el -paisano le profesa siempre al gaucho cuando no le cree -malo; había sido su maestro en los campos; y como -aborrecía de muerte á los indios, con los que se había -batido muchas veces cuerpo á cuerpo, perdiendo dos -hermanos en dos invasiones, se hacía la ilusión de -arrancarlo de su guarida.</p> - -<p>Camilo Arias, es igual á Manuel Alfonso en un sentido, -su reverso en otro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_148"></a>[Pg 148]</span></p> - -<p>Camilo sabe tanto como Alfonso; es rumbeador como -él, jinete como él, valiente como él; pero no es -aventurero.</p> - -<p>Camilo es un paisano gaucho, pero no es un gaucho.</p> - -<p>Son dos tipos diferentes. Paisano gaucho es el que -tiene hogar, paradero fijo, hábitos de trabajo, respeto -por la autoridad, de cuyo lado estará siempre, aun -contra su sentir.</p> - -<p>El gaucho neto, es el criollo errante, que hoy está -aquí, mañana allá; jugador, pendenciero, enemigo de -toda disciplina; que huye del servicio cuando le toca, -que se refugia entre los indios si da una puñalada, ó -gana la montonera si ésta asoma.</p> - -<p>El primero, tiene los instintos de la civilización; -imita al hombre de las ciudades en su traje, en sus -costumbres. El segundo, ama la tradición, detesta al -<em>gringo</em>; su lujo son sus espuelas, su chapeado, su tirador, -su facón. El primero se quita el poncho para entrar -en la villa, el segundo entra en ella haciendo -ostentación de todos sus arreos. El primero es labrador, -picador de carretas, acarreador de ganado, tropero, -peón de mano. El segundo se conchaba para las -<em>yerras</em>. El primero ha sido soldado varias veces. El -segundo formó alguna vez parte de un contingente y -en cuanto vió luz se alzó.</p> - -<p>El primero es siempre <em>federal</em>, el segundo ya no es -nada. El primero cree todavía en algo, el segundo en -nada. Como ha sufrido más que la <em>gente de frac</em>, se ha -desengañado antes que ella. Va á las elecciones, porque -el Comandante ó el Alcalde se lo ordena, y con eso se -hace sufragio universal. Si tiene una demanda la deja -porque cree que es tiempo perdido, sea dicho con verdad. -En una palabra, el primero es un hombre útil -para la industria y el trabajo, el segundo es un -habitante peligroso en cualquier parte. Ocurre al juez,<span class="pagenum"><a id="Page_149"></a>[Pg 149]</span> -porque tiene el instinto de creer que le harán justicia -de miedo, y hay ejemplos; si no se la hacen, se venga, -hiere ó mata. El primero compone la masa social argentina, -el segundo va desapareciendo. Para los que, -metidos en la crisálida de los grandes centros de población, -han visto su tierra y el mundo por un agujero; -para los que suspiran por conocer el extranjero, en -lugar de viajar por su país; para los que han surcado -el Océano en vapor; para los que saben dónde está -Riga, ignorando dónde queda Yaví; para los que han -experimentado la satisfacción febril de tragarse las -leguas en ferrocarril, sin haber gozado jamás del placer -primitivo de andar en carreta, para todos ésos el -<em>gaucho</em> es un ser ideal.</p> - -<p>No lo han visto jamás.</p> - -<p>La libertad, el progreso, la inmigración, la larga y -lenta palingenesia que venimos atravesando hace dieciocho -años lo va haciendo desaparecer.</p> - -<p>El día en que haya desaparecido del todo será probablemente -aquél en que se comprenda que tenemos -una masa de pueblo sin alma, que en nada, ni en nadie -cree; que desparramada en inmensas campañas, -no tiene iglesias, ni escuelas, ni caminos, ni justicia, -nada que la ampare eficazmente, que la prepare para -el gobierno propio, para la verdad del sufragio popular, -para el respeto siquiera del extranjero que viene á -compartir con nosotros todo, menos el dolor porque no -nos estima, nada, nada en fin, sino un caudillejo armado -ó togado que la oprima ó la explote.</p> - -<p>Sólo entonces tendremos, propiamente hablando, -pueblo; pueblo con corazón, con conciencia, con convicción -y pasión.</p> - -<p>Entonces no habrá paisanos honrados, con intereses -que perder, que encerrándose en el egoísmo, que todo<span class="pagenum"><a id="Page_150"></a>[Pg 150]</span> -lo seca, hasta el patriotismo, sientan solos los animales -sociales que pueden asolar su casa.</p> - -<p>Entonces no habrá en Córdoba un maestro de posta, -hacendado, que conteste lo que me contestaron á mí -en el Molle.</p> - -<p>Era el mes de abril del año 1865. Íbamos de pasajeros, -de Mendoza para Córdoba en una galera, el doctor -don Eduardo Costa, Alejandro Paz y don Francisco -Civit, todos excelentes compañeros de viaje. En -el primero, sobre todo, nadie habría sospechado un -hombre tan avenido y varonil.</p> - -<p>En el Río 4.º el general don Emilio Mitre nos había -dado la noticia de la primera agresión de López. Teníamos -una impaciencia febril de llegar á Córdoba, -donde se hallaba el doctor Rawson.</p> - -<p>En la referida posta le pregunté yo al dueño de -casa, que era un vejete bastante alentado.</p> - -<p>—¿Y, qué noticias tiene, paisano?</p> - -<p>—Ningunas—me contestó.</p> - -<p>—Pero hombre—agregué asombrado;—¿no sabe usted -que los paraguayos han invadido la Provincia de -Corrientes con cuarenta mil hombres; que nos han -apresado unos vapores; que han robado, incendiado y -cautivado muchas familias?</p> - -<p>Por toda contestación exclamó, con la tonada consabida:</p> - -<p>—¡Lo bueno que por aquí no han de llegar!</p> - -<p>¡Qué consoladora ingenuidad! Pero qué bien pinta -el estado moral de un país.</p> - -<p>Después de esto habladme cuanto queráis del patriotismo -argentino. Yo os diré que el patriotismo es -una virtud cívica, que no apasiona las multitudes sino -cuando la noción del deber se ha encarnado en ellas; -que todo deber responde á un ideal; que la libertad, -la religión, la patria, el honor nacional son un ideal,<span class="pagenum"><a id="Page_151"></a>[Pg 151]</span> -pero que ese ideal no está sino en la conciencia de -cierto número de elegidos.</p> - -<p>Tenemos el germen, falta difundirlo.</p> - -<p>¿De qué manera? Haciendo que la patria sea para -el hombre del pueblo, la libertad en todas sus manifestaciones, -la justicia, el trabajo bien remunerado; -no el abuso, el privilegio, la miseria.</p> - -<p>Entonces no se encontrará quien diga, lo que frecuentemente -se oye: ¡para lo que yo le debo á la -patria!</p> - -<p>No basta que las constituciones proclamen que todo -ciudadano está obligado á armarse en defensa de la -patria. Es menester que la patria deje de ser un mito, -una abstracción, para que todos la comprendan y la -amén con el mismo acendrado amor. Hay fanatismos -necesarios, que si no existen se deben crear.</p> - -<p>Manuel Alfonso volvió á preguntar por el amigo -Camilo Arias.</p> - -<p>—Que lo llamen—dije yo.</p> - -<p>El gaucho, ni me miró siquiera.</p> - -<p>Pero comprendiendo quién era, y con la intención -sin duda de <em>calmarme</em>, preguntó.</p> - -<p>—¿Y cómo se entienden estas paces? Aquí de amigos -ya, Calfucurá invadiéndolo los porteños.</p> - -<p>—Mire, amigo—le contesté;—delante de mí no me -venga hablando barbaridades. Si no le gusta la paz -mándese mudar.</p> - -<p>Se dió vuelta entonces, me miró, y pegando maquinalmente -con el rebenque en el suelo unas cuantas -veces, repuso:</p> - -<p>—Yo digo lo que me han dicho.</p> - -<p>—Pues le repito que es una barbaridad, le contesté.</p> - -<p>Me miró con más fijeza y por toda contestación se -sonrió maliciosamente como diciendo: ¡mozo malo!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_152"></a>[Pg 152]</span></p> - -<p>Estaba provocativo. Iba mal parado si le aflojaba, -así es el gaucho taimado.</p> - -<p>—Y este fogón es mío, le agregué, como diciéndole: -«no quiero que en él se hablen cosas que no me -gustan».</p> - -<p>—¿Y usted quién es?—repuso, jugando siempre con -el rebenque y fijando la vista en el fogón.</p> - -<p>—Averigüe—le contesté.</p> - -<p>En ese momento una voz conocida dijo al lado mío:</p> - -<p>—Orden, señor.</p> - -<p>Era Camilo Arias que venía á mi llamado.</p> - -<p>—Aquí tienes un amigo—le dije, señalándole á -Manuel Alfonso.</p> - -<p>Los paisanos son generalmente fríos, se saludaron -como si se hubieran visto el día antes.</p> - -<p>—Vamos—le dijo Camilo.</p> - -<p>—Vamos—contestó el gaucho, levantándose. Dió las -buenas noches y se marchó.</p> - -<p>Me quedé sumamente preocupado. En un hombre -tan sagaz como él, tan conocedor de los indios, tan -influyente entre ellos por sus servicios, sus conocimientos -y su valor, aquellas palabras soltadas en mi -fogón, revelaban malísima intención.</p> - -<p>No había subido aún á caballo Manuel Alfonso, -cuando mi compadre Baigorrita se presentó.</p> - -<p>Echó pie á tierra y se sentó á mi lado; pedí su cena, -se la trajeron, y sacando el cuchillo, me dijo:</p> - -<p>—¿Conociendo Chañilao?</p> - -<p>—Ahí va—le contesté indicándoselo. Acababa de -armar un cigarro en ese instante y lo encendía, montando -ya.</p> - -<p>—Ahí—dijo mi compadre.</p> - -<p>—¿Hay algo?—le pregunté á San Martín.</p> - -<p>—¡Creo que sí!—me contestó.</p> - -<p>Baigorrita estaba más pensativo que de costumbre.<span class="pagenum"><a id="Page_153"></a>[Pg 153]</span> -Sus preguntas, sus exclamaciones, su aire sombrío, -acabaron de convencerme de que Manuel Alfonso no -había venido á mi fogón á hablar de la paz y de Calfucurá -sin objeto.</p> - -<p>¿Qué podía haber?</p> - -<p>En vísperas de una gran junta, cualquier mala disposición -era alarmante.</p> - -<p>—¿Hay alguna cosa, compadre?—le hice preguntar -á Baigorrita con San Martín.</p> - -<p>—Sí, compadre—me contestó él mismo.</p> - -<p>Habló con San Martín y en seguida me dijo éste:</p> - -<p>Que Mariano Rosas le había contado muchas cosas -de mí; que estando acampado en Calcumuleu los había -tratado muy mal á los indios; que á él le había mandado -decir una porción de desvergüenzas; y que yo era -muy altanero.</p> - -<p>Le referí todo lo que había sucedido y su respuesta -fué por boca de San Martín:</p> - -<p>—Alguna intriga, compadre, porque nos ven de -amigos.</p> - -<p>Comprendí todo.</p> - -<p>Durante mi permanencia en Quenque, me habían -hecho la cama en Leubucó.</p> - -<p>Mi compadre acabó de cenar, él y yo éramos los -únicos que quedaban al lado del fogón; los demás se -habían recogido.</p> - -<p>—Vamos á dormir, compadre—le dije.</p> - -<p>—Bueno—me contestó.</p> - -<p>Llamé á Carmen.</p> - -<p>Me enseñó mi cama. Estaba al pie de un hermoso -caldén.</p> - -<p>Me sentaba en ella, cuando una china se apeó allí -cerca del caballo, y viniendo á mí me dijo con aire -misterioso:</p> - -<p>—Tengo que hablarle.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_154"></a>[Pg 154]<br /><a id="Page_155"></a>[Pg 155]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XVI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado á los de Leubucó.—Censura -pública.—Nubes diplomáticas.—Camargo conocía -bien á los indios.—Confío en él.—Camilo y Chañilao no -se entienden.—En marcha para la junta grande.—Quieren que -salude á quien no debo.—Me niego á ello.—Ceden saludos.—Empieza -la conversación.—Discurso inaugural.—Entusiasmo -que produce Mariano Rosas.—El debate.—Un tonto no será -nunca un héroe.</p> -</div> - - -<p>Al día siguiente, antes de amanecer, ya sabía yo con -interesantes detalles, qué intrigas habían tenido lugar -en Leubucó, mientras había andado por Quenque.</p> - -<p>La noticia de mi compadrazgo con Baigorrita había -producido mal efecto en Mariano Rosas.</p> - -<p>La consagración de ese vínculo es tan sagrado para -los indios, que aquél se alarmó de una amistad naciente, -sellada con el bautismo del hijo mayor de su aliado.</p> - -<p>Sus allegados, en lugar de tranquilizarlo, halagaban -sus preocupaciones, diciéndole que no se descuidara, -que estuviese en guardia.</p> - -<p>Mi conducta era públicamente censurada; se me acusaba -de haber tratado descortésmente á los indios, desde -el día en que llegué á Aillancó. Se me hacía el cargo -de no haber avisado con anticipación mi viaje; criticaban -mi mezquindad, comparándola con la magni<span class="pagenum"><a id="Page_156"></a>[Pg 156]</span>ficencia -del padre Burela, conductor de cincuenta cargas -de bebida: decían que no era bueno; que les había -impuesto el tratado de paz, mandándoles un ultimátum; -que había llevado un instrumento para medir las -tierras; que eso era porque los cristianos se preparaban -para una invasión; que el tratado no tenía más -objeto que entretener á los indios para ganar tiempo.</p> - -<p>El padre Burela parecía ajeno á estas murmuraciones. -Pero no las había reprobado; y no teniendo nada -que hacer en la junta, se hallaba al lado de Mariano -Rosas. Con él estaba la noche antes, dábase los aires -de un valido y pretendía que Baigorrita le había desairado, -haciéndome su compadre, queja asaz extraña -en un sacerdote.</p> - -<p>El horizonte diplomático se me presentaba cargado -de nubes.</p> - -<p>La persona que se había tomado el trabajo de venir -furtivamente á contarme lo que había pasado durante -mi ausencia para que estuviera prevenido, opinaba que -tendríamos una junta tumultuosa.</p> - -<p>Las voces malignas que traía Chañilao, hacían más -vidriosa la situación.</p> - -<p>Antes de estar en mi fogón había estado en el sitio -donde parlamentaba Mariano Rosas; había hablado -con él y con otros; había desparramado sus noticias, y -la atmósfera de desconfianza se había hecho.</p> - -<p>Rayaba el día cuando llegó un mensajero de Mariano -Rosas; mandaba informarse de cómo había pasado -la noche y prevenirme que en cuanto saliera el -sol nos moveríamos y que la señal sería un toque de -corneta.</p> - -<p>Le contesté que había pasado la noche sin novedad; -que me alegraba de que él y su gente hubiesen dormido -bien; y que estaba á su disposición.</p> - -<p>Hice llamar á Camilo Arias, ordené que arrimaran<span class="pagenum"><a id="Page_157"></a>[Pg 157]</span> -los caballos, púsose toda mi gente en pie y nos aprestamos -á marchar.</p> - -<p>Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos -mate.</p> - -<p>Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me -había sucedido con Chañilao; lo que había pasado en -Leubucó durante nuestro paseo por las tierras de Baigorrita; -lo que Mariano Rosas había conversado con -éste; y le pedí que me diera con franqueza su opinión.</p> - -<p>Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza. -Me tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo -tiene sus misterios. Él conocía bien los del suyo, como -nadie quizá.</p> - -<p>Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque; -que se había hecho devolver los estribos que le -robaron en el toldo de Caiomuta y las demás prendas -que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle -su proceder.</p> - -<p>Llegaron los caballos y Camilo.</p> - -<p>Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su -entrevista con Manuel Alfonso.</p> - -<p>Habían dormido juntos; no se habían entendido, -porque el gaucho no había simpatizado conmigo; pero -se habían separado amigos.</p> - -<p>Se oyó un toque de corneta.</p> - -<p>Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á -caballo y nos movimos, rompiendo la marcha en dispersión.</p> - -<p>Á poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas, -coronando la cumbre de una cuchilla.</p> - -<p>Tocaron alto, llamada y reunión.</p> - -<p>Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría -hecho una tropa disciplinada.</p> - -<p>Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito<span class="pagenum"><a id="Page_158"></a>[Pg 158]</span> -nos pusimos al frente de la línea, y en ese orden avanzamos.</p> - -<p>La indiada de Mariano Rosas hizo la misma maniobra. -Las dos líneas marchaban á encontrarse. Seríamos -trescientos de cada parte.</p> - -<p>El sol se levantaba en ese momento inundando la azulada -esfera con su luz, la atmósfera estaba diáfana; -los más lejanos objetos se transparentaban, como si se -hallaran á corta distancia del observador; el cielo estaba -despejado, sólo una que otra nube nacarada navegaba -por el vacío, con majestuosa lentitud; la blanda -brisa de la mañana apenas agitaba la grama color de -oro; el rocío, salpicando los campos, los hacía brillar -como si estuvieran cubiertos por inmenso manto de -rica y variada pedrería.</p> - -<p>Cuando las dos líneas que avanzaban al paso estuvieron -á cincuenta metros una de otra, los clarines y -cornetas tocaron alto, y las dos indiadas se saludaron -golpeándose la boca.</p> - -<p>Los ecos se perdían por los aires, quedaba todo en el -más profundo silencio, y los gritos se repetían.</p> - -<p>Nadie llevaba armas; todo el mundo montaba excelentes -caballos, vestía su mejor ropa y ostentaba las -prendas de plata y los arreos más ricos que tenía.</p> - -<p>Mariano Rosas destacó un indio; Baigorrita otro; -colocáronse equidistantes de las dos líneas; cambiaron -<em>sus razones</em>, y volvieron á sus respectivos puntos de -partida.</p> - -<p>Los dos caciques acababan de saludarse y de invocar -la protección de Dios para deliberar con acierto.</p> - -<p>Tocaron atención, dieron voces de mando en lengua -araucana, la segunda fila de cada línea retrocedió dos -pasos, los que miraban al Norte giraron á la izquierda, -tocaron marcha y las dos líneas quedaron formadas -en alas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_159"></a>[Pg 159]</span></p> - -<p>Mariano Rosas destacó un indio que se acercó á mí -y me habló en su lengua.</p> - -<p>Camargo, haciendo de lenguaraz, me dijo:</p> - -<p>—Dice el general Mariano que eche pie á tierra para -saludar al padre Burela.</p> - -<p>Me pareció haber entendido mal.</p> - -<p>—¿Para saludar á quién?—le pregunté á Camargo -con extrañeza.</p> - -<p>—¡Al padre Burela!—me contestó.</p> - -<p>—¿Al padre Burela?—exclamé mirando á los franciscanos -y á mis oficiales.</p> - -<p>—Es pretensión—agregué.</p> - -<p>—Dile, proseguí, dirigiéndome á Camargo, que le -conteste á Mariano que yo no tengo que saludar al padre -Burela, que soy aquí el representante del Presidente -de la República, que en todo caso es el padre Burela -quien debe saludarme á mí.</p> - -<p>El mensajero se marchó y yo me quedé refunfuñando. -Estaba indignado.</p> - -<p>Lo que pasaba no era más que la consecuencia de -las intrigas de Leubucó.</p> - -<p>Volvió el indio insistiendo en lo mismo.</p> - -<p>Contesté con malísimo modo, que antes que hacer lo -que se me exigía, me <em>cortaría</em> con mi gente, que hicieran -la junta sin mí, si querían, que yo no estaba para -bromas.</p> - -<p>Llevó el indio mi contestación.</p> - -<p>Baigorrita que entendía todo lo que yo contestaba, -porque Camargo lo repetía en lengua araucana, me -hizo decir:</p> - -<p>—Echemos pie á tierra, compadre.</p> - -<p>Mariano Rosas recibió mi contestación sin visible -alteración; conferenció con sus consejeros y su embajador -volvió por tercera vez, diciéndome:</p> - -<p>—Dice el General que es para saludar á todos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_160"></a>[Pg 160]</span></p> - -<p>—Eso es otra cosa—contesté.</p> - -<p>Y esto diciendo, mandé echar pie á tierra á los míos -haciéndolo yo primero.</p> - -<p>Mariano Rosas y los suyos me imitaron.</p> - -<p>Vino otro indio, habló con Camargo, y siguiendo las -indicaciones de éste, comenzó el ceremonial.</p> - -<p>Mariano Rosas y su séquito estaban formados en -ala; Baigorrita y mi séquito lo mismo, es decir, que mi -izquierda venía á quedar frente á la derecha de aquél.</p> - -<p>Tiramos á la derecha marchando al Naciente unos -cuantos pasos, volvimos á girar al Norte, seguimos -hasta quedar perpendicularmente á la izquierda del -séquito de Mariano Rosas, que permanecía inmóvil, -formando un ángulo, y los saludos empezaron, consistiendo -en fuertes apretones de manos y abrazos.</p> - -<p>Desfilamos por delante de aquéllos, y cuando Baigorrita -estrechaba la mano de Mariano Rosas y yo la de -Epumer, mi cola, hablando militarmente, se abrazaba -con el último indio del séquito de Mariano Rosas.</p> - -<p>Hecho esto, seguimos desfilando, hasta que el último -de mis asistentes saludó á aquél, y volvimos á ocupar -el puesto en que estábamos al echar pie á tierra.</p> - -<p>En seguida Mariano Rosas y los suyos avanzaron -veinte pasos; Baigorrita, yo y los míos hicimos simultáneamente -otro tanto, formando dos pelotones.</p> - -<p>Las dos líneas de jinetes formaron un círculo conversando -á vanguardia, á derecha é izquierda, sus respectivas -alas; echaron pie á tierra Mariano Rosas y -los suyos; Baigorrita, yo y los míos quedamos encerrados -en dos círculos concéntricos, formado el exterior -por caballos y el interior por indios.</p> - -<p>Todas estas evoluciones se hicieron en silencio, con -orden, revelando que estaban sujetos á una regla de -ordenanza conocida.</p> - -<p>Ningún indio maneó ni ató su caballo en las pajas.<span class="pagenum"><a id="Page_161"></a>[Pg 161]</span> -Sólo le bajó las riendas. Los mansos animales ni se -movían de su puesto.</p> - -<p>Mariano Rosas invitó á todo el mundo á sentarse.</p> - -<p>Nos sentamos, pues, sobre el pasto humedecido por -el rocío de la noche, sin que nadie tendiera poncho, -ni carona, cruzando las piernas á la turca.</p> - -<p>Mariano Rosas me cedió á su lenguaraz José; colocóse -éste entre él y yo, y el parlamento empezó.</p> - -<p>Yo estaba bajo la influencia desagradable de las revelaciones -que me habían hecho y fastidiado con la -pretensión rechazada de que saludara al padre Burela.</p> - -<p>Apoyé los codos en las rodillas, y ocultando la cara -entre las manos, me dispuse á escuchar el discurso -inaugural de Mariano Rosas.</p> - -<p>El lenguaraz me previno que todavía no empezaba -á hablar conmigo.</p> - -<p>El cacique general tomó la palabra y habló largo -rato, unas veces con templanza, otras con calor, ya -bajando la voz hasta el punto de no percibirse los vocablos, -ya á gritos; ora accionando, con la vista fija -en tierra, ora mirando al cielo. Por momentos, cuando -su elocuencia rayaba, sin duda, en lo sublime, sacudía -la cabeza y estremecía el cuerpo como poseído de -un ataque epiléptico.</p> - -<p>Las palabras: <em>Presidente</em>, <em>Arredondo</em>, <em>Mansilla</em>, <em>yeguas</em>, -<em>achúcar</em>, <em>yerba</em>, <em>tabaco</em>, <em>plata</em> y otras castellanas -que los indios no tienen, flotaban entre la peroración -á cada paso.</p> - -<p>Los oyentes aprobaban y desaprobaban alternativamente.</p> - -<p>Cuando aprobaban, el orador bajaba la voz; cuando -desaprobaban, gritaba como un condenado.</p> - -<p>Terminado el discurso inaugural, en medio de entu<span class="pagenum"><a id="Page_162"></a>[Pg 162]</span>siastas -manifestaciones de aprobación, llegó el turno -del debate.</p> - -<p>El cacique empezó por invocar á Dios.</p> - -<p>Me dijo que protegía á los buenos, y castigaba á los -malos; me habló de la lealtad de los indios, de las -<em>paces</em> que en otras épocas habían tenido, que si habían -fallado, no había sido por culpa de ellos; me hizo un -curso sobre la libertad con que entre ellos se procedía; -agregó que por eso había reunido los principales capitanejos, -los indios más importantes por su fortuna ó -por sus años para que dijesen si les gustaba el tratado, -porque él no hacía sino lo que ellos querían; que su -deber era velar por su felicidad; que él no les imponía -jamás, que entre los indios no sucedía como entre los -cristianos, donde el que mandaba, mandaba; y terminó -pidiéndome leyera los artículos del tratado referentes -á la donación trimestral de yeguas, etc., etc.</p> - -<p>Me disponía á contestar, cuando oí que le gritaban -con desprecio al doctor Macías, que teniendo al hombro -una escopeta, regalo mío á Mariano Rosas, se había -confundido con su gente.</p> - -<p>—¡Afuera! ¡afuera el <em>Doctor</em>!</p> - -<p>El pobre Macías agachó la cabeza, y resignado á su -suerte se alejó de allí, siendo objeto de las risas y rechifles -de los indios más ladinos y de algunos cristianos.</p> - -<p>Metí la mano al bolsillo, saqué mi libro de memorias; -busqué en él el extracto del tratado de paz, y -procurando imitar la mímica oratoria de la escuela -ranquelina, tomé la palabra.</p> - -<p>Expliqué el tratado, punto por punto; hablé de -Dios, del Diablo, del cielo, de la tierra, de las estrellas, -del sol y de la luna; de la lealtad de los cristianos, del -deseo que tenían de vivir en paz con los indios, de -ayudarlos en sus necesidades, de enseñarles el trabajo,<span class="pagenum"><a id="Page_163"></a>[Pg 163]</span> -de hacerlos cristianos para que fueran felices, del Presidente -de la República, del general Arredondo y -de mí.</p> - -<p>Éste fué mi primer discurso.</p> - -<p>Es posible que entre cristianos me hubieran aplaudido.</p> - -<p>El efecto que produjo mi retórica y mi acción entre -los bárbaros lo deduje viendo al indio que me robó los -guantes en Quenque, los cuales se había puesto, dormido -como una piedra á mi lado.</p> - -<p>Paturot fué más feliz que yo, la primera vez que de -la noche á la mañana se vió convertido en orador republicano -popular.</p> - -<p>Decididamente estamos destinados á recorrer una escala -interminable de desengaños en la complicada travesía -por este pícaro mundo.</p> - -<p>No hay más, digan lo que quieran ciertos fanáticos, -ni un tonto será nunca un héroe, porque la palabra -héroe, despertando la idea de grandeza, implica inteligencia; -ni yo he nacido para orador ministerial, -mucho menos entre los indios.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_164"></a>[Pg 164]<br /><a id="Page_165"></a>[Pg 165]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XVII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Repito la lectura de los artículos del tratado de paz.—Los indios -piden más que comer.—Mi elocuencia.—Mímica.—Dificultades.—El -recurso de un sermón de Viernes Santo me salva.—El representante -de la <i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté</i> de Bruselas y yo.—Cargos mutuos.—Argumentos -etnográficos.—Recursos oratorios.—En el banco -de los acusados.—Interpelaciones <i lang="la" xml:lang="la">ad hominem</i>.—El traidor -calla.—Redoblo mi energía é impongo con ella.—Se establece -la calma.—Apéndice.—Once mortales horas en el suelo.</p> -</div> - - -<p>Mariano Rosas me exigió que repitiera la lectura de -los artículos que estipulaban la entrega de yeguas, hierba, -azúcar, tabaco, etc., diciéndome que quería que todos -los indios se enterasen bien de la paz que se iba á -hacer.</p> - -<p>Esta última frase, <em>que se iba á hacer</em>, dicha después -de estar firmado, ratificado y canjeado el tratado de -paz, era otra originalidad verdaderamente ranquelina.</p> - -<p>No una vez sino varias la había oído ya. Me hacía -muy mal efecto.</p> - -<p>Las disposiciones de los indios en aquellos momentos, -no eran las más favorables para obtener de ellos un -triunfo oratorio; y la junta parecía que iba á tomar -el carácter de un <i lang="en" xml:lang="en">meeting</i>, aprobatorio ó reprobatorio, -de la conducta del Cacique.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_166"></a>[Pg 166]</span></p> - -<p>Lo deducía de que varias veces me había soltado esta -frase: «recién voy á dar cuenta á mis indios de lo que -hemos arreglado, y lo que ellos decidan, eso será lo -que se haga.»</p> - -<p>Yo estaba prevenido desde la noche anterior.</p> - -<p>Accedí á la exigencia, leyendo otra vez los artículos -del tratado que más preocupaban ó interesaban.</p> - -<p>Comer será siempre un capítulo primordial para la -humanidad.</p> - -<p>Varias voces gritaron en araucano:</p> - -<p>—¡Es poco! ¡Es poco!</p> - -<p>Lo comprendí porque ciertos cristianos repitieron la -frase en castellano, con intención, apoyándola con repetidos -¡sí! ¡sí!</p> - -<p>Mariano Rosas, notando aquello, me echó un discurso -sobre la pobreza de los indios, exigiéndome la -entrega de más cantidad de yeguas, yerba, azúcar y -tabaco.</p> - -<p>Contesté que los indios eran pobres porque no amaban -el trabajo; que cuando le tomaran gusto se harían -tan ricos como los cristianos, y que yo no podía -comprometerme á dar más de lo convenido, que no era -poco, sino mucho.</p> - -<p>—¡Es poco! ¡es poco!—volvieron á gritar varios á -una.</p> - -<p>—Lo ve usted—me dijo Mariano Rosas, que no me -trataba ya de hermano,—dicen que es poco.</p> - -<p>—Lo veo—le contesté;—pero es que no es poco, al -contrario, es mucho.</p> - -<p>—¡Poco! ¡poco! ¡poco!—gritaron simultáneamente -más voces que antes.</p> - -<p>Tomé la palabra, volví á leer los artículos del tratado -estipulando la entrega de yeguas, etc., los comparé -con lo que se les entregaba á las indiadas de Calfucurá, -y probé que iban á recibir más que ellos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_167"></a>[Pg 167]</span></p> - -<p>—Díganme que no es cierto—exclamaba yo, viendo -que nadie había contradicho mis demostraciones. Y -aprovechando la coyuntura, fulminé mis rayos oratorios -contra Calfucurá.</p> - -<p>—Calfucurá—les dije,—ha roto la paz porque es un -indio muy pícaro y de muy mala fe que no teme á -Dios. Ha sabido que lo que hemos arreglado con Mariano -Rosas para estas paces es más de lo que él recibe, -y se ha vuelto á hacer enemigo de los cristianos, diciendo -que los indios ranqueles son preferidos. Pero -todo es para ver si consigue que le den lo mismo que -estas indiadas van á recibir por el tratado de paz que -ya hemos arreglado con mi hermano.</p> - -<p>Y al decir <em>mi hermano</em>, acentuaba la palabra cuanto -podía y me dirigía á Mariano Rosas.</p> - -<p>—Ya ven ustedes—gritaba con toda la fuerza de mis -pulmones y mímica indiana, para que todos me oyeran -y creyendo seducirles con mi estilo,—cómo los indios -ranqueles son preferidos á los de Calfucurá.</p> - -<p>Mariano Rosas me preguntó, que cuántas yeguas se -debían ya á los indios por el tratado.</p> - -<p>Quería decir que desde cuándo había empezado á -tener fuerza.</p> - -<p>Como se ve, el tratado era y no era el tratado.</p> - -<p>Le contesté que el tratado obligaba á los cristianos -desde el día en que el Presidente de la República le -había puesto su firma al pie.</p> - -<p>Me contestó que él había creído que era desde el -día en que me lo devolvió aprobado.</p> - -<p>Le contesté que no.</p> - -<p>Me preguntó que cuándo lo había firmado el Presidente -de la República.</p> - -<p>Satisfice su pregunta, y entonces, haciendo sus cuentas, -me dijo que ya se les debía tanto.</p> - -<p>Expliqué lo que antes le había explicado en Leu<span class="pagenum"><a id="Page_168"></a>[Pg 168]</span>bucó, -lo que es el Presidente de la República, el Congreso -y el Presupuesto de la Nación. Les dije que el -Gobierno no podía entregar inmediatamente lo convenido, -porque necesitaba que el Congreso le diera la plata -para comprarlo, y que éste antes de darle la plata -tenía que ver si el tratado convenía ó no.</p> - -<p>Eso era lo que en cumplimiento de órdenes recibidas -debía yo explicar, como si fuera tan fácil hacerles -entender á bárbaros lo que es nuestra complicada máquina -constitucional.</p> - -<p>Pero por lo pronto, continué diciéndoles: Se va á -entregar algo á cuenta, lo demás se completará cuando -el Congreso apruebe el tratado. El Presidente de la -República quiere manifestarles de ese modo á los indígenas -su buena voluntad.</p> - -<p>Mientras yo hacía estas observaciones, me parecía -que entre la manera de discurrir de los indios y la mía, -había una perfecta similitud.</p> - -<p>Mariano Rosas, me decía para mis adentros, mientras -mi lengua funcionaba, ha firmado el tratado, yo -lo creía concluido, y ahora resulta que la junta lo puede -anular. Pues es lo mismo que sucede con el Presidente -y el Congreso.</p> - -<p>¿No es verdad que el caso era idéntico? Los extremos -se tocan.</p> - -<p>Esperaba una interpelación de Mariano Rosas.</p> - -<p>Varios indios la hicieron antes que él.</p> - -<p>—¿Y si el Congreso no aprueba el tratado—preguntaron,—ya -no habrá paz?</p> - -<p>Ponte, Santiago amigo, en mi caso, y dime si no te -habrías visto en figurillas como yo para contestar.</p> - -<p>Contesté que eso no sucedería, que el Congreso y el -Presidente eran muy amigos, que el Congreso le había -de aprobar lo que había hecho, que así hacía siempre; -dándole toda la plata que necesitaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_169"></a>[Pg 169]</span></p> - -<p>Mariano Rosas me dijo:</p> - -<p>—¿Pero el Congreso puede desaprobar?</p> - -<p>Yo no podía confesar que sí; me exponía á confirmar -la sospecha de que los cristianos sólo trataban de -ganar tiempo; recurrí á la oratoria y á la mímica, -pronuncié un extenso discurso lleno de fuego, sentimental, -patético.</p> - -<p>Ignoro si estuve inspirado.</p> - -<p>Debí estarlo ó debieron entenderme; porque noté -corrientes de aprobación.</p> - -<p>La elocuencia tiene sus secretos.</p> - -<p>Yo me acuerdo siempre, en ciertos casos, cuando veo -á la muchedumbre conmovida por la resonancia de una -dicción eufónica, rimbombante, sonora, de un predicador -catamarqueño.</p> - -<p>Predicaba un sermón de Viernes Santo.</p> - -<p>Un muchacho oculto en el fondo del púlpito se lo -soplaba.</p> - -<p>Había llegado á lo más tocante, al instante en que -el Redentor va á expirar ya ultimado por los fariseos. -La agonía del mártir había empezado á arrancar lágrimas -de los fieles, amargos sollozos vibraban en las -bóvedas del templo.</p> - -<p>El predicador conmovido á su vez, iba perdiendo el -hilo. Miró al fondo del púlpito; el muchacho se había -dormido.</p> - -<p>Era imposible continuar hablando.</p> - -<p>Recurrió á la mímica.</p> - -<p>Cicerón lo ha dicho: <i lang="la" xml:lang="la">quasi sermo corporis</i>. Esta vez -quedó probado.</p> - -<p>El dolor crecía como la marea. No había más que -ayudar un poco para producir la crisis y completar el -cuadro.</p> - -<p>Á falta de palabras, el orador apeló á sus brazos y á<span class="pagenum"><a id="Page_170"></a>[Pg 170]</span> -sus pulmones; accionaba y se estremecía dando ayes -desgarradores.</p> - -<p>El auditorio sobreexcitado, jadeante, aturdido por -sus propios gemidos, nada oía. Veía, sentía, calculaba -que el predicador debía estar sublime y lo ahogaba -con su lloro y sus lamentaciones.</p> - -<p>La sacra efigie inclinó la cabeza por última vez, una -oleada de dolor estremeció á todo el mundo y el predicador -desapareció.</p> - -<p>Últimamente en Bruselas, en un banquete de periodistas -presidido por el rey Leopoldo, el más aplaudido -de los oradores ha sido el representante de <cite>La -Liberté</cite> de París.</p> - -<p>Á los repetidos, que hable <cite>La Liberté</cite>, se puso de pie.</p> - -<p>Las luces, el vino, la penosa elaboración de la digestión -de una comida opípara, la charla, habían ya -producido en todos una especie de mareo.</p> - -<p>Era un rapaz vivo como él solo.</p> - -<p>—Señores—dijo,—en presencia de <i lang="fr" xml:lang="fr">sa majesté</i>, -¡aplausos!</p> - -<p>No le dejaban continuar.</p> - -<p>Comenzó á mover la cabeza, á batir los brazos como -remos, ¡aplausos! ¡hurrahs!</p> - -<p>—<i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté!</i>—dijo,—¡más aplausos! ¡más hurrahs!</p> - -<p>—<i lang="fr" xml:lang="fr">Egalité!</i> ¡dobles aplausos! ¡dobles hurrahs!</p> - -<p>—<i lang="fr" xml:lang="fr">Fraternité!</i> ¡triples aplausos! ¡triples hurrahs!</p> - -<p>El orador deja de hablar, los aplausos, los hurrahs -cesan por fin, y un éxito completo corona el triunfo de -la pantomima sentimental sobre el arte ciceroniano.</p> - -<p>Hay resortes de los que no se debe abusar. Traté de -no gastar los míos.</p> - -<p>Dejé la palabra, viendo que los oyentes estaban -convencidos de que el Presidente y el Congreso no se -habían de pelear por cuatro reales, ni por un millón, -ni por cosas mayores.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_171"></a>[Pg 171]</span></p> - -<p>Mariano Rosas la tomó.</p> - -<p>Me preguntó con qué derecho habíamos ocupado el -Río 5.º; dijo que esas tierras habían sido siempre de -los indios, que sus padres y sus abuelos habían vivido -por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá, -por el cerrillo de la Plata y Langheló; agregó que no -contentos con eso todavía, los cristianos querían <em>acopiar</em> -(fué la palabra de que se valió) más tierra.</p> - -<p>Estas interpelaciones y cargos hallaron un eco alarmante.</p> - -<p>Algunos indios estrecharon la rueda, acercándose á -mí para escuchar mejor lo que contestaba.</p> - -<p>Me pareció cobardía callar contra mis sentimientos -y mi conciencia, aunque el público se compusiera de -bárbaros.</p> - -<p>Siempre con los codos en los muslos y la cara entre -las manos, fija la mirada en el suelo, tomé la palabra -y contesté:</p> - -<p>Que la tierra no era de los indios, sino de los que la -hacían productiva trabajando.</p> - -<p>No me dejó continuar, é interrumpiéndome, me dijo:</p> - -<p>—¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido -en ella?</p> - -<p>Le contesté que si creía que la tierra donde nacía -un cristiano era de él; y como no me interrumpiera -proseguí:</p> - -<p>—Las fuerzas del Gobierno han ocupado el Río 5.º -para mayor seguridad de la frontera; pero esas tierras -no pertenecen á los cristianos todavía; son de todos -y no son de nadie; serán algún día de uno, de dos -ó de más, cuando el Gobierno las venda, para criar en -ellas ganados, sembrar trigo, maíz.</p> - -<p>¿Usted me pregunta con qué derecho acopiamos la -tierra?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_172"></a>[Pg 172]</span></p> - -<p>Yo les pregunto á ustedes ¿con qué derecho nos invaden -para acopiar ganados?</p> - -<p>—No es lo mismo—me interrumpieron varios;—nosotros -no sabemos trabajar; nadie nos ha enseñado á -hacerlo como á los cristianos, somos pobres, tenemos -que ir á malón para vivir.</p> - -<p>—Pero ustedes roban lo ajeno—les dije,—porque -las vacas, los caballos, las yeguas, las ovejas que se -traen no son de ustedes.</p> - -<p>—Y ustedes los cristianos—me contestaron,—nos -quitan la tierra.</p> - -<p>—No es lo mismo—les dije:—primero, porque nosotros -no reconocemos que la tierra sea de ustedes, y -ustedes reconocen que los ganados que nos roban son -nuestros; segundo, porque con la tierra no se vive, es -preciso trabajarla.</p> - -<p>Mariano Rosas observó:</p> - -<p>—¿Por qué no nos han enseñado ustedes á trabajar, -después que nos han quitado nuestros ganados?</p> - -<p>—¡Es verdad! ¡es verdad!—exclamaron muchas voces, -flotando un murmullo sordo por el círculo de cabezas -humanas.</p> - -<p>Eché una mirada rápida á mi alrededor, y vi brillar -más de una cara amenazante.</p> - -<p>—No es cierto que los cristianos les hayan robado á -ustedes nunca sus ganados—les contesté.</p> - -<p>—Sí, es cierto—dijo Mariano Rosas;—mi padre me -ha contado que en otros tiempos, por las Lagunas del -Cuero y del Bagual había muchos animales alzados.</p> - -<p>—Eran de las estancias de los cristianos—les contesté.—Ustedes -son unos ignorantes que no saben lo -que dicen; si fueran cristianos, si supieran trabajar, -sabrían lo que yo sé; no serían pobres, serían ricos.</p> - -<p>Oigan, bárbaros, lo que os voy á decir:</p> - -<p>Todos somos hijos de Dios, todos somos argentinos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_173"></a>[Pg 173]</span></p> - -<p>—¿No es verdad que somos argentinos?—decía mirando -á algunos cristianos; y esta palabra mágica, -hiriendo la fibra sensible del patriotismo, les arrancaba -involuntarios:—Sí, somos argentinos.</p> - -<p>Y ustedes también son argentinos, les decía á los indios. -¿Y si no, qué son? les gritaba; yo quiero saber lo -que son.</p> - -<p>¿Contéstenme, díganme, qué son?</p> - -<p>¿Van á decir que son indios?</p> - -<p>Pues yo también soy indio.</p> - -<p>¿Ó creen que soy <em>gringo</em>?</p> - -<p>Oigan lo que les voy á decir:</p> - -<p>Ustedes no saben nada, porque no saben leer; porque -no tienen libros. Ustedes no saben más de lo que -les han oído á su padre ó á su abuelo. Yo sé muchas -cosas que han pasado antes.</p> - -<p>Oigan lo que les voy á decir para que no vivan equivocados.</p> - -<p>Y no me digan que no es verdad lo que están oyendo; -porque si á cualquiera de ustedes le pregunto cómo -se llamaba el abuelo de su abuelo no me sabrían -dar razón.</p> - -<p>Pero los cristianos sabemos esas cosas.</p> - -<p>Oigan lo que les voy á decir:</p> - -<p>Hace muchísimos años que los <em>gringos</em> desembarcaron -en Buenos Aires.</p> - -<p>Entonces los indios vivían por ahí donde sale el sol, -á la orilla de un río muy grande; eran puros hombres -los <em>gringos</em> que vinieron, y no traían mujeres; los -indios eran muy zonzos, no sabían andar á caballo, -porque en esta tierra no había caballos; los <em>gringos</em> trajeron -la primer yegua y el primer caballo, trajeron -vacas, trajeron ovejas.</p> - -<p>¿Qué están creyendo ustedes?</p> - -<p>Ya ven cómo no saben nada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_174"></a>[Pg 174]</span></p> - -<p>—No es cierto—gritaron algunos,—lo que está diciendo -ese.</p> - -<p>—No sean bárbaros, no me interrumpan, óiganme—les -contesté, y proseguí:</p> - -<p>Los <em>gringos</em> les quitaron sus mujeres á los indios, -tuvieron hijos en ellas, y es por eso que les he dicho -que todos los que han nacido en esta tierra son indios, -no <em>gringos</em>.</p> - -<p>Óiganme con atención.</p> - -<p>Ustedes eran muy pobres entonces, los hijos de los -<em>gringos</em>, que son los cristianos, que somos nosotros, indios -como ustedes, les hemos enseñado una porción de -cosas. Les hemos enseñado á andar á caballo, á enlazar, -á bolear, á usar poncho, chiripá, calzoncillos, bota -fuerte, espuela, chapeado.</p> - -<p>—No es cierto—me interrumpió Mariano Rosas;—aquí -había vacas, caballos y todo antes que vinieran -los <em>gringos</em>, y todo era nuestro.</p> - -<p>—Están equivocados—les contesté;—los <em>gringos</em>, -que eran los españoles, trajeron todas esas cosas. Voy -á probárselo:</p> - -<p>Ustedes le llaman al caballo <em>cauallo</em>, á la vaca <em>uaca</em>, -al toro <em>toro</em>, á la yegua <em>yegua</em>, al ternero <em>ternero</em>, á la -oveja <em>oveja</em>, al poncho <em>poncho</em>, al lazo <em>lazo</em>, á la hierba -<em>hierba</em>, al azúcar <em>achúcar</em> y á una porción de cosas lo -mismo que los cristianos.</p> - -<p>¿Y por qué no les llaman de otro modo á esas cosas?</p> - -<p>Porque ustedes no las conocían hasta que las trajeron -los <em>gringos</em>. Si las hubieran conocido les habrían -dado otro nombre.</p> - -<p>¿Por qué le llaman al hermano <em>peñi</em>?</p> - -<p>Porque antes de que vinieran los padres de los cristianos -ustedes ya sabían lo que era hermano.</p> - -<p>¿Por qué le llaman á la luna <em>quién</em>, y no luna, como -los cristianos? Por la misma razón. Porque antes<span class="pagenum"><a id="Page_175"></a>[Pg 175]</span> -de que vinieran los <em>gringos</em> á Buenos Aires, ya la luna -estaba en el cielo y ustedes la conocían.</p> - -<p>No pudiendo Mariano refutar esta argumentación -etnológica, me contestó irritado:</p> - -<p>—¿Y qué tiene que ver todo eso con el tratado de -paz? ¿Cuándo yo le he preguntado esas cosas para que -me las diga?</p> - -<p>—¿Y qué tienen que ver las preguntas que usted -me ha hecho con el tratado de paz que ya está firmado -por usted? ¿Acaso he venido á la junta para que lo -aprueben? Ya está aprobado por usted y lo tiene que -cumplir.</p> - -<p>—¿Y ustedes lo cumplirán?—me contestó.</p> - -<p>—Sí, lo cumpliremos—repuse:—porque los cristianos -tenemos palabra de honor.</p> - -<p>—Dígame, entonces, si tienen palabra de honor—repuso,—¿por -qué estando en paz con los indios, Manuel -López hizo degollar en el Sauce doscientos indios? -Dígame entonces si tienen palabra, ¿por qué estando -en paz con los indios, su tío Juan Manuel Rosas mandó -degollar ciento cincuenta indios en el cuartel del -Retiro? (cito casi textualmente sus palabras).</p> - -<p>—¡Que diga! ¡que diga!—gritaron varios indios.</p> - -<p>La junta empezaba á tomar todo el aspecto de la -efervescencia popular, y yo de embajador, me convertía -en acusado.</p> - -<p>—Á mí no me pidan cuentas—les dije,—de lo que -han hecho otros; el Presidente que ahora tenemos no -es como los otros que antes teníamos. Yo también les -pido á ustedes cuenta de las matanzas de cristianos -que han hecho los indios siempre que han podido, y -devolviéndole la pelota á Mariano Rosas, le pregunté:</p> - -<p>—¿Qué tienen que hacer las degollaciones de López -y de Rosas con el tratado de paz?</p> - -<p>No le di tiempo para que me contestara y proseguí:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_176"></a>[Pg 176]</span></p> - -<p>—Ustedes han hecho más matanza de cristianos que -los cristianos de indios.</p> - -<p>Inventé todas las matanzas imaginables, y las relaté -junto con las que recordaba.</p> - -<p>—¡Winca! ¡winca! ¡mintiendo!—gritaron algunos.</p> - -<p>Y en varios puntos del círculo se hizo como un tumulto.</p> - -<p>Era el peor de los síntomas.</p> - -<p>Varios de mis ayudantes se habían retirado guareciéndose -bajo la sombra de un algarrobo.</p> - -<p>El sol quemaba como fuego, y hacía ya largas horas -que la discusión duraba.</p> - -<p>Á mi lado no habían quedado más que los dos frailes -franciscanos y el ayudante Demetrio Rodríguez.</p> - -<p>Viendo que la situación se hacía peligrosa, lo miré -á mi compadre Baigorrita, que no había hablado una -palabra, permaneciendo inmóvil como una estatua. No -hallé su mirada.</p> - -<p>Busqué otras caras conocidas para decirles con los -ojos: Aplaquen esta turba desenfrenada.</p> - -<p>Todas ellas estaban atónitas.</p> - -<p>Si me miraban no me veían.</p> - -<p>—Es que—dijo Mariano Rosas,—los indios somos -muy pocos y los cristianos muchos. Un indio vale más -que un cristiano.</p> - -<p>Estuve por no contestar.</p> - -<p>Pero antes que arriar la bandera, exclamé interiormente: -que me maten; pero me han de oir.</p> - -<p>—No diga barbaridades, hermano—le contesté;—todos -los hombres son iguales, lo mismo un cristiano -que un indio, porque todos son hijos de Dios.</p> - -<p>Y dirigiéndome al padre Burela que, como el convidado -de piedra de Don Juan Tenorio, presenciaba -aquella escena turbulenta sin tener ni una mirada ni -una palabra de apoyo para mí, dije:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_177"></a>[Pg 177]</span></p> - -<p>—Que conteste ese venerable sacerdote, que se encuentra -entre los indios en nombre de la caridad cristiana; -que diga él, á quien el Gobierno y los ricos de -Buenos Aires le han dado plata para que rescate cautivos, -si no es cierto lo que acabo de decir.</p> - -<p>El reverendo no contestó, tenía la cara larga, caídos -los labios, más abiertos los ojos que de costumbre, inflamada -la nariz, sudaba la gota gorda y estaba pálido -como la cera.</p> - -<p>¡Qué contraste hacía con el padre Marcos y el padre -Moisés!</p> - -<p>Ellos no hablaban porque no podían hablar, nadie -los interpelaba; pero en sus rostros simpáticos estaba -impresa la tranquilidad evangélica, y la inquietud generosa -del amigo que ve á otro comprometido en una -demanda desigual.</p> - -<p>—Que diga—continué,—el padre Burela, que no -tiene espada, de quien ustedes no pueden desconfiar, si -los cristianos aborrecen á los indios.</p> - -<p>El reverendo no contestó, su facha me hacía el efecto -de un condenado.</p> - -<p>La voz de la conciencia, sin duda, le trababa la lengua -al hipócrita.</p> - -<p>—Que diga el padre Burela—proseguí,—si los cristianos -no desean que los indios vivan tranquilos, todos -juntos, renunciando á la vida errante, como viven los -indios de Coliqueo cerca de Junín.</p> - -<p>El reverendo no contestó.</p> - -<p>En ese momento, sea que los caballos se espantaron; -sea lo que se fuere, no puedo decir lo que hubo, sintióse -algo parecido á un estremecimiento de la multitud. -Lo confieso, temí una agresión.</p> - -<p>Redoblé mi energía y seguí hablando.</p> - -<p>—Yo soy aquí—les dije,—el representante del Presidente -de la República; yo les prometo á ustedes que<span class="pagenum"><a id="Page_178"></a>[Pg 178]</span> -los cristianos no faltarán á la palabra empeñada; que -si ustedes cumplen, el Tratado de paz se cumplirá.</p> - -<p>Ustedes pueden faltar á sus compromisos; pero tarde -ó temprano tendrán que arrepentirse; como les sucederá -á los cristianos si los engañaran á ustedes.</p> - -<p>Yo no he venido aquí á mentir. He venido á decir -la verdad y la estoy diciendo.</p> - -<p>Si los cristianos abusasen de la buena fe de ustedes, -harían bien en vengarse de la falsía de ellos, así como -si ustedes no me tratasen á mí y á los que me acompañan -con todo respeto y consideración, si no me dejasen -volver ó me matasen, día más, día menos, vendría un -ejército que los pasaría á todos por el filo de la espada, -por traidores; y en estas pampas inmensas, en estos -bosques solitarios, no quedarían ni recuerdos ni vestigio -de que ustedes vivieron en ellos.</p> - -<p>Camargo se acercó á mí en ese instante, y me dijo -al oído:</p> - -<p>—Hable de lo que se da por el Tratado, Coronel, hable -de eso.</p> - -<p>—¿Y qué más quieren—continué diciendo,—que hagan -los cristianos? ¿No les van á dar dos mil yeguas -para que se repartan entre los pobres; azúcar, hierba, -tabaco, papel, aguardiente, ropa, bueyes, arados, semillas -para sembrar, plata para los caciques y los capitanejos?</p> - -<p>¿Qué más quieren?</p> - -<p>Mariano Rosas tomó la palabra después de un largo -silencio, y dijo:</p> - -<p>—Ya estamos arreglados; pero queremos saber qué -cantidad de cada cosa nos van á dar.</p> - -<p>—Diga, hermano—agregó.</p> - -<p>Y, dirigiéndose á los indios:</p> - -<p>—Oigan bien.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_179"></a>[Pg 179]</span></p> - -<p>Volví á hacer la enumeración de lo que se había de -entregar según el Tratado.</p> - -<p>La calma se restablecía y la junta parecía tocar á -su fin.</p> - -<p>Aproveché las buenas disposiciones que renacían para -hacer presente, á fin de quitar todo motivo de resentimiento -futuro:</p> - -<p>Que la paz no era hecha conmigo, que yo era un representante -del Gobierno y un subalterno del general -Arredondo, mi jefe, con cuyo permiso me hallaba entre -los indios; que no creyesen si otro jefe me reemplazaba, -que por eso la paz se había de alterar, que ese jefe -tendría que cumplir el Tratado y las órdenes que el -Gobierno le diera; que ellos estaban acostumbrados á -confundir á los jefes con quienes se entendían con el -Gobierno; que así, en ningún tiempo la desaparición -mía de la frontera debía ser un motivo de queja, una -razón para que se negaran á observar fielmente lo convenido; -que cerca ó lejos tendrían siempre en mí un -amigo que haría por el bien de ellos, si lo merecían, -todo cuanto pudiera.</p> - -<p>Mariano Rosas se puso de pie, y con una sonrisa la -más afable, me dijo:</p> - -<p>—Ya se acabó, hermano.</p> - -<p>Nueve horas consecutivas los frailes y yo habíamos -estado sentados en la misma postura y en el mismo -lugar; cuando quisimos levantarnos, las piernas entumidas -no obedecían.</p> - -<p>Para incorporarnos tuvimos que prestarnos mutua -ayuda.</p> - -<p>Nos levantamos.</p> - -<p>Mariano Rosas me dijo que algunos indios de importancia -querían conversar particularmente conmigo.</p> - -<p>Para conferencias estaba yo.</p> - -<p>¡Pero qué hacer!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_180"></a>[Pg 180]</span></p> - -<p>Accedí.</p> - -<p>Mi primer interlocutor fué el viejo de las muletas.</p> - -<p>Nos sentamos cara á cara en el suelo, nombramos -nuestros respectivos lenguaraces y empezó la plática.</p> - -<p>El viejo era un conversador lo más recalcitrante.</p> - -<p>Me habló de sus antepasados, de sus servicios, de -su ciencia y paciencia, de las leguas que había galopado -para venir á la junta, de este mundo y el otro, en fin, -y cuando yo creía que me iba á decir que había tenido -muchísimo gusto en conocerme, me salió con esta pata -de gallo:</p> - -<p>—He oído con atención todas las razones de usted y -ninguna de ellas me ha gustado.</p> - -<p>—Pues estoy fresco—dije para mi capote.—¿Si querrá -éste armarme alguna gresca?</p> - -<p>Varios indios le habían formado rueda, asintiendo á -lo que acababa de decir.</p> - -<p>Tomé la palabra y le contesté:</p> - -<p>—Que me alegraba mucho de haberle conocido; que -sentía infinito que un anciano tan respetable como él, -tan lleno de experiencia y de servicios, tan digno del -aprecio de los indios, se hubiera incomodado en venir -desde tan lejos para verme, que cuando fuera de paseo -al Río 4.º tendría mucho gusto en alojarlo en mi -casa y regalarlo, y que ahora que la paz estaba hecha -y que iban á recibir tantas cosas—las enumeré todas,—todos -debíamos mirarnos como hijos de un mismo Dios.</p> - -<p>El indio reprodujo al pie de la letra todo lo que me -había dicho anteriormente, y acabó con la muletilla:</p> - -<p>—He oído con atención todas las razones de usted y -ninguna de ellas me ha gustado.</p> - -<p>Hice lo mismo que él: reproduje mi contestación.</p> - -<p>Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él -lo mismo, nueve veces le contesté yo lo mismo también.</p> - -<p>Cedió el viejo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_181"></a>[Pg 181]</span></p> - -<p>En pos de él vinieron otros personajes; con todos -tuve que hablar, todos me dijeron casi la misma cosa y -á todos les contesté casi la misma cosa también.</p> - -<p>Dios se apiadó de mí; y después de once mortales -horas inolvidables, como jamás las he pasado ni espero -volverlas á pasar en lo que me resta de vida, me vi -libre de gente incómoda.</p> - -<p>Aquel día valió por todos los otros, y eso que no he -hecho sino pintar á brocha gorda el cuadro. Para iluminarlo -con todos sus colores habría tenido necesidad -del marco de un libro entero.</p> - -<p>Estaba harto y cansado; me eché sobre la blanda -hierba, y me quedé pensativo un rato viendo á los indios -desparramarse como moscas en todas direcciones y -desaparecer veloces como la felicidad.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_182"></a>[Pg 182]<br /><a id="Page_183"></a>[Pg 183]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XVIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Revelación.—Más había sido el ruido que las nueces.—Nuevas -presentaciones.—El último abrazo y el último adiós de mi -compadre Baigorrita.—Otra vez adiós.—Mariano Rosas después -de la junta.—¡Qué dulce es la vida lejos del ruido y de -los artificios de la civilización!—Los enanos nos dan la medida -de los gigantes y los bárbaros la medida de la civilización.—Una -mujer azotada.—No era posible dormir tranquilo en -Leubucó.</p> -</div> - - -<p>Mientras arrimaban las tropillas, descansaba y pensaba -en el extraño concilio á que acababa de asistir, -estaba completamente abstraído cuando se me presentó -mi compadre Baigorrita.</p> - -<p>Después de haberlo acompañado á Mariano Rosas -cierta distancia, por el camino de Leubucó, volvía sobre -sus pasos con la intención de ir á dormir en Quenque.</p> - -<p>Llegó donde yo estaba, echó pie á tierra, se sentó -á mi lado y me hizo decir con San Martín.</p> - -<p>Que ya se iba, que no extrañase que no hubiera hablado -en la junta en defensa mía, que no lo había hecho -por los indios de Mariano, que si lo hubiese hecho -habrían dicho, que era más amigo mío que de -ellos; que yo tenía mucha <em>razón en mis razones</em>, que -los hombres de experiencia lo habían conocido, que -ninguno lo había conocido mejor que Mariano Rosas,<span class="pagenum"><a id="Page_184"></a>[Pg 184]</span> -pero que había tenido que portarse así, porque si no, -sus indios habrían dicho, que era más amigo mío que -de ellos; que me fuera sin cuidado, que Mariano era -mi amigo, que tenía confianza en mí, y que con él -contara en todo tiempo para lo que gustara, que para -qué nos habíamos hecho compadres entonces.</p> - -<p>Este lenguaje fué una revelación.</p> - -<p>Recién comencé á ver claro y explicarme la actitud -indiferente, reconcentrada, ceñuda de mi compadre -durante toda la junta. Á fuer de diplomático, que conoce -perfectamente bien el terreno que pisa, había -estado haciendo su papel.</p> - -<p>Más había sido el ruido que las nueces, según se ve.</p> - -<p>Faltaba averiguar si aquellos discípulos de Machiavello -me habrían dejado sacrificar dado el caso que el -<em>pueblo bárbaro</em>, exasperado por la razón de mis sinrazones, -se me hubiera ido encima.</p> - -<p>Estaba impaciente de conversar con Mariano Rosas -á ver si me hablaba con la misma franqueza de Baigorrita -su aliado, á la vez que su rival en la justa pretensión -de adquirir prestigios entre todas las indiadas.</p> - -<p>San Martín, completando el pensamiento de mi compadre, -me dijo de su cuenta:</p> - -<p>—Así son los indios, señor; y como Baigorrita es -cacique principal, tiene que tener mucho cuidado con -Mariano; los indios son muy desconfiados y celosos; -para andar bien con ellos, es preciso no aparecer amigos -de los cristianos.</p> - -<p>Baigorrita le interrumpió y me hizo decir que ya -era tarde, que quería ponerse en marcha.</p> - -<p>Mis tropillas acabaron de llegar; mandé mudar, la -operación se hizo prontamente y un momento después -abandonamos la raya.</p> - -<p>Ordené que mi séquito se fuera despacio por el cami<span class="pagenum"><a id="Page_185"></a>[Pg 185]</span>no -de Leubucó, y con Camilo Arias y un asistente tomé -para el Sud en compañía de mi compadre.</p> - -<p>Varios indios, entre ellos el de las muletas, le -acompañaban. Me presentó á algunos que no me habían -visitado en Quenque; tuve que sufrir sus saludos, -apretones de manos, abrazos y pedidos, y en el sitio -donde habíamos pasado la noche que precedió á la -junta, nos dijimos ¡adiós!</p> - -<p>Conforme fué cordial la recepción de Baigorrita, así -fué fría la despedida.</p> - -<p>Partimos al galope en opuestas direcciones.</p> - -<p>Silencioso, contemplando la verde sábana de aquellas -soledades, dejaba que mi caballo se tendiera á sus anchas, -cuando sentí un tropel á retaguardia. Sin sujetar -di vuelta, vi un grupo de jinetes; entre ellos venía -Baigorrita corriendo por alcanzarme.</p> - -<p>Hice alto, alguna novedad ocurría.</p> - -<p>Mi compadre llegó y San Martín me dijo:</p> - -<p>—Dice Baigorrita, que viene á darle el último abrazo -y el último ¡adiós!</p> - -<p>Nos abrazamos, pues.</p> - -<p>El indio me estrechó con efusión, y al desapartarnos, -tomándome vigorosamente la mano derecha y -sacudiéndomela con fuerza, me dijo, con visible expresión -de cariño: ¡adiós! ¡compadre! ¡amigo!</p> - -<p>—¡Adiós! ¡compadre! ¡amigo!—le contesté, y volvimos -á separarnos.</p> - -<p>Galopaba yo, apurando mi caballo por ver si alcanzaba -mi gente antes de que se pusiera el sol, cuando un -jinete me alcanzó.</p> - -<p>Era San Martín; lo mandaba Baigorrita á decirme -otra vez adiós, me enviaba sus más fervientes votos de -felicidad, me hacía presente que le había ofrecido otra -visita, y para no desmentir en ningún momento que<span class="pagenum"><a id="Page_186"></a>[Pg 186]</span> -era indio, me pedía que le mandara unas espuelas de -plata.</p> - -<p>Contesté á todo como debía, despaché al mensajero -y seguí por el camino que acababa de tomar.</p> - -<p>Á poco andar me incorporé á mi gente. Adelante de -ella iban varios indios desparramados.</p> - -<p>Entre ellos reconocí á Mariano Rosas, le acompañaba -á la par su hijo mayor.</p> - -<p>Sintió el tropel de mis caballos, miró atrás, y al ver -que era yo, sujetó.</p> - -<p>—Buenas tardes, hermano—me dijo con marcada -amabilidad.</p> - -<p>Jamás le había visto un aire tan amistoso.</p> - -<p>—Buenas tardes—le contesté con estudiosa sequedad.</p> - -<p>—Cómo le ha ido—prosiguió, diciéndole á su hijo:</p> - -<p>—Saca esas perdices para mi hermano.</p> - -<p>El hijo obedeció, y de unas alforjas sacó dos hermosas -martinetas cocidas y una torta.</p> - -<p>Yo contesté:</p> - -<p>—Me ha ido regular, hermano.</p> - -<p>Tomó las perdices y la torta y me las pasó, diciéndome:</p> - -<p>—Coma, hermano.</p> - -<p>Su cara tenía una expresión de malicia particular; -parecía que el indio se reía interiormente.</p> - -<p>Tomé las perdices, le pasé una, y media torta á los -frailes, y el resto lo partí con él.</p> - -<p>Íbamos al trote masticando sin hablar.</p> - -<p>—Galopemos—me dijo.</p> - -<p>—No, mis caballos están pesados, no tengo apuro en -llegar; galope usted si tiene prisa—le contesté.</p> - -<p>—¿Qué le ha parecido la junta?—me preguntó.</p> - -<p>—¿Qué me ha parecido?—repuse, fijando en él mis -ojos, como diciéndole: Ya lo calculará usted.</p> - -<p>Me entendió y dijo:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_187"></a>[Pg 187]</span></p> - -<p>—Con estos indios se precisa mucha paciencia, es -preciso conocerlos bien, son muy desconfiados, en -cuanto ven que uno es amigo de los cristianos, ya piensan -que los engañan. ¡Los han traicionado tantas veces! -Ya ve cómo ha estado su compadre Baigorrita.</p> - -<p>—¿Pero de mí, qué podían temer?—le contesté.</p> - -<p>—Nada, de usted nada.</p> - -<p>—¿Y entonces?</p> - -<p>—Pero si yo hubiera aprobado todas sus razones, -quién sabe qué hubieran dicho.</p> - -<p>—¿Y si me hubiesen insultado, ó me hubieran querido -matar?</p> - -<p>—¡Cuándo!—fué toda su respuesta.</p> - -<p>Y esto diciendo, se tendió al galope, añadiendo:</p> - -<p>—Bueno, hermano, hasta luego, lo espero á comer.</p> - -<p>—Bueno, hermano, ahorita no más estoy en Leubucó, -voy á descansar un rato en la Aguada—le contesté.</p> - -<p>El sol se hundía del todo en la raya lejana: una -ancha faja cárdena, resplandeciente, radiosa, teñía el -horizonte y con su lumbre purpúrea, cambiante, hermosa, -doraba las apiñadas nubes del Occidente, que, -como encumbradas montañas movedizas coronadas de -eternas nieves, se alzaban hasta el cielo á la manera -de inmensas espirales y de informes figuras de inconmensurable -grandor.</p> - -<p>El seco aquilón plegaba sus alas; las mansas y apacibles -auras jugueteaban galanas, refrescando la frente -del viajero; el pasto ondulaba como el irritado mar -en sus profundidades insondables después de la tempestad; -las silvestres flores se erguían sobre su flexible -tallo, pintando los campos con colores vivaces; un -perfume suavísimo, delicado, imperceptible como la -confusa reminiscencia del primer ósculo de amor, vagaba -envuelto entre las brisas embriagadoras.</p> - -<p>Los últimos rayos solares refractándose en la atmós<span class="pagenum"><a id="Page_188"></a>[Pg 188]</span>fera, -envolvían la tierra con el poético manto crepuscular; -la moribunda luz del día confundiéndose con -las místicas sombras de la noche le abrían el paso á la -celeste viajera.</p> - -<p>La luna brillaba ya entre tremulantes estrellas, como -casta matrona de plateados cabellos entre púdicas -doncellas de rubia faz, cuando llegábamos al borde de -una lagunita, en cuyo espejo cristalino innumerables -aves acuáticas piaban en coro.</p> - -<p>Hicimos alto, mandé mudar caballos, y sediento de -reposo, me tendí sobre las blandas pajas, haciendo de -mis brazos cruzados cómoda almohada.</p> - -<p>¡Qué dulce es la vida, lejos del ruido y de los artificios -de la civilización!</p> - -<p>¡Ay! una hora de libertad por los campos es un placer -salvaje que yo trocaría mañana mismo por un día -entero de esta existencia vertiginosa.</p> - -<p>Mientras ensillaban pensé en los sucesos del día, y, -francamente, los indios me trajeron á la memoria lo -que pasa en los parlamentos de los cristianos.</p> - -<p>Mariano Rosas y Baigorrita, como dos jefes de partido, -tenían el terreno preparado, la votación segura; -pero uno y otro antes de imponer su voluntad habían -lisonjeado las preocupaciones populares.</p> - -<p>¿No es esto lo que vemos todos los días?</p> - -<p>La paz y la guerra, ¿no se resuelve así?</p> - -<p>¿El pueblo no tolera todo, hasta que se juegue su destino, -con tal que se le deje gritar un poco?</p> - -<p>¿No hacen presidentes, gobernadores, diputados en -nombre de ciertas ideas, de ciertas tendencias, de -ciertas aspiraciones, y las camarillas, no hacen después -lo que quieren y las muchedumbres no callan?</p> - -<p>¿No pretende que lo gobierne la justicia y no lo gobierna -eternamente esa inicua inmoralidad, que los -políticos sin conciencia llaman la <em>razón de estado</em>?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_189"></a>[Pg 189]</span></p> - -<p>¿Pasa otra cosa en el mundo civilizado?</p> - -<p>Mariano Rosas, después de haber resuelto la paz, -acusándome en público de las matanzas de López y -de Rosas; Baigorrita dominado por la misma idea, -silencioso, irresoluto en presencia de la multitud, ¿no -hacían el mismo papel de Napoleón III proclamando: -<em>el imperio es la paz</em>, al mismo tiempo que se armaba -hasta los dientes?</p> - -<p>¿No mentían?</p> - -<p>¿No hacían lo mismo que los que en nombre de la -Constitución y de las leyes, de la civilización y de la -humanidad arman al pueblo contra el pueblo?</p> - -<p>¿No mentían?</p> - -<p>¿No hacían lo mismo que los que después de haber -sostenido que el pueblo tiene el derecho de equivocarse -se han rebelado contra él, porque tuvo la energía -de inmolar uno de sus tiranos?</p> - -<p>¿No mentían?</p> - -<p>Mariano Rosas y Baigorrita, declarando en una junta, -después de haber firmado el tratado de paz, que -harían lo que la mayoría resolviese, ¿no imitaban á -los que más de una vez han declarado en nuestros -Congresos lo contrario de lo que habían convenido con -el extranjero?</p> - -<p>¡Cuánto he aprendido en esta correría!</p> - -<p>Si me hubieran dicho que los indios me iban á enseñar -á conocer la humanidad, una carcajada homérica -habría sido mi contestación.</p> - -<p>Como Gulliver en su viaje á Liliput, yo he visto al -mundo tal cual es en mi viaje á los Ranqueles.</p> - -<p>Somos unos pobres diablos.</p> - -<p>Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los -bárbaros la medida de la civilización.</p> - -<p>Resta saber si seríamos más felices poniendo en la<span class="pagenum"><a id="Page_190"></a>[Pg 190]</span> -silla curul de nuestros magnates, pigmeos, y cambiando -el coturno francés por la bota de potro.</p> - -<p>Los héroes prueban tan mal y la moda es tan tiránica -en sus imposiciones, que vale la pena de meditar -sobre las ventajas y las consecuencias de una revolución -social.</p> - -<p>De todos modos, nuestros ídolos de ayer no resisten -á la crítica; son como los ranqueles, capaces de engañar -al más pintado.</p> - -<p>Por esos trigales de Dios iban mis reflexiones, en -el instante en que Calixto Oyarzábal, acercándoseme, -me dijo:</p> - -<p>—Ya está el caballo, señor.</p> - -<p>Me levanté: á caballo, grité y diciendo y haciendo -monté y tomé al galope la gran rastrillada de Leubucó, -entrando luego en el monte.</p> - -<p>El cielo se encapotaba; caíamos á un descampado -pantanoso; unas lucecitas fugaces, macilentas, aparecían -y desaparecían; creía llegar á ellas, y se alejaban -de mí como rápidas mariposas. Eran las emanaciones -de la tierra; cruzábamos un cementerio de indios y -estábamos á las puertas de la toldería de Mariano -Rosas.</p> - -<p>Llegamos.</p> - -<p>Me esperaban con la comida pronta y con música. -Comí, soporté al negro del acordeón una vez más, y -viendo que mi presunto compadre Mariano estaba muy -bien templado, le pedí la libertad del Dr. Macías.</p> - -<p>Me contestó que sí.</p> - -<p>Veremos después lo que vale el sí de un indio.</p> - -<p>Me despedí, salí del toldo, me senté al lado del fogón -de los asistentes, y aunque no tenía sueño, me quedé -dormido.</p> - -<p>Unos ladridos de perro me despertaron.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_191"></a>[Pg 191]</span></p> - -<p>En el toldo de Mariano Rosas se oían gritos de -mujer.</p> - -<p>Me acerqué ocultándome.</p> - -<p>El cacique había castigado á una de sus mujeres, -quería castigar á otra y el hijo se oponía, amenazando -al padre con un puñal si tocaba á la madre.</p> - -<p>Era una escena horrible y tocante á la vez.</p> - -<p>Habían bebido, el toldo era un caos, las mujeres y los -perros se habían refugiado en un rincón, los indiecitos -y las chinitas desnudas lloraban, y un fogón expirante -era toda la luz.</p> - -<p>Mariano Rosas rugía de cólera.</p> - -<p>Pero retrocedía ante la actitud del hijo protector -de la madre.</p> - -<p>Según se dijo al día siguiente, era muy capaz de haber -muerto al padre, si no se hubiera contenido, para -que se vea que, hasta entre los bárbaros, el ser querido -que nos ha llevado en sus entrañas, que nos ha -amamantado en su seno y nos ha mecido en su regazo -es un objeto de culto sagrado.</p> - -<p>Me acosté con la intención y la esperanza de dormir.</p> - -<p>Pero estaba de Dios que en Leubucó las noches habían -de ser toledanas para mí.</p> - -<p>Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón -con negro y todo, presidida por los cuatro hijos -de Mariano Rosas, <em>achumados</em> á cual más, me despertó.</p> - -<p>Fué en vano resistir.</p> - -<p>Hubo cohetes y aguardiente como para que los -<em>yapaí</em> duraran un buen rato.</p> - -<p>Yo en lugar de beber, hacía el ademán y derramaba -el nauseabundo líquido por donde caía.</p> - -<p>Al fin se <em>remató</em> la impertinente chusma y me escurrí, -pasando el resto de la noche sin novedad. -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_192"></a>[Pg 192]<br /><a id="Page_193"></a>[Pg 193]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XIX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>La paz estaba definitivamente hecha.—El Doctor Macías.—Gotas -maravillosas.—Padre é hijo indios.—Lo pido á Macías.—Visita -á Epumer.</p> -</div> - - -<p>Las paces estaban definitivamente hechas.</p> - -<p>El sufragio popular les había puesto su sello soberano -en la junta.</p> - -<p>Las sospechas habían desaparecido.</p> - -<p>Yo era mirado ya como un indio.</p> - -<p>Numerosas visitas llegaban á saludarme.</p> - -<p>El viento de Leubucó me era favorable.</p> - -<p>Los intrigantes, corridos y avergonzados, solicitaban -mi perdón con estudiadas sonrisas y amabilidades.</p> - -<p>Fingí que no me había apercibido de sus manejos; -estaba en tierra diplomática, y reservé el castigo para -la oportunidad debida.</p> - -<p>El Dr. Macías me preocupaba.</p> - -<p>Su espíritu abatido por las humillaciones y padecimientos -que había sufrido durante dos años, nada esperaba -de los hombres.</p> - -<p>Como el náufrago que después de haber luchado -brazo á brazo con la muerte, viendo venir la onda irritada -que va á tragarle y sumergirle en las frías y tenebrosas -cavernas del océano, hace un esfuerzo supremo -y coge una tabla de salvación, que otros le arreba<span class="pagenum"><a id="Page_194"></a>[Pg 194]</span>tan -desesperados en el instante mismo en que la barca -del arrojado pescador viene en su ayuda, así es la -vida.</p> - -<p>Las penas secan los ojos, las ingratitudes hielan el -corazón; los desengaños matan las últimas ilusiones; -parecemos momias ambulantes, descendiendo marcialmente -sin consuelo por los obscuros escalones de la -eternidad, y sin embargo, algo nos estremece y nos conforta -aún á la manera de un sacudimiento galvánico, -inefable: es la esperanza en Dios.</p> - -<p>¡Ay de aquél que después de haber perdido la fe en -todo, no conserva en su esqueleto un santuario siquiera -para refugiar en él esa fe pura!</p> - -<p>Macías no creía que yo me atrevería á exigir su libertad; -aunque no me lo decía, lo comprendía. Abatido -por el infortunio, me confundía con los aduladores -del cacique.</p> - -<p>Su actitud era digna; aprovechaba toda ocasión de -manifestar que su existencia se hacía cada día más -insoportable, pero no suplicaba.</p> - -<p>El desgraciado tenía impresas en su frente las huellas -de un dolor punzante, reconcentrado; celaje de -amargura; sus grandes ojos negros rasgados, vagaban -inquietos, fijábanse á veces en tierra, y al recordar, -sin duda, la dulce libertad perdida, brillaban cristalizados -por comprimido lloro.</p> - -<p>Macías tiene cuarenta años; es hijo de una respetable -familia de Buenos Aires y está enlazado á una joven -de origen inglés.</p> - -<p>Su padre es un español conocido en este comercio.</p> - -<p>Imaginaos un árabe con gran nariz aguileña, de barba -y cabello canos y tendréis su retrato.</p> - -<p>Sus primeros estudios los hizo en la escuela del señor -don Juan A. de la Peña, donde yo le conocí.</p> - -<p>Después cursó las aulas universitarias, preparándose<span class="pagenum"><a id="Page_195"></a>[Pg 195]</span> -para entrar en la escuela de Medicina, de la que salió -doctor.</p> - -<p>Su vida ha tenido grandes alternativas; ha sido -médico, leñatero en las islas del Paraná é industrial -en el Chaco, entre cuyos indios pasó algunos años voluntariamente. -Hay algo de poético, de novelesco y -misterioso en esta existencia, mas yo no debo descorrer -el velo sino hasta aquí.</p> - -<p>Por muchísimos años, Macías y yo nos perdimos de -vista; desde la última vez que nos vimos en la escuela -de primeras letras, no nos habíamos vuelto á -encontrar hasta el día de mi arribo á Leubucó.</p> - -<p>Macías había tenido el desgraciado talento de ponerse -mal en Tierra Adentro con casi todos los que habían -podido ayudarle á pasar los menos malos ratos -posibles.</p> - -<p>Tiene un carácter extraño, indómito y dócil, firme -y versátil á la vez. Es capaz de acometer una empresa -arriesgada y no tiene valor personal.</p> - -<p>Estas dos últimas fases de su carácter explican su -presencia entre los indios, sin ser cautivo, y su falta de -prestigio entre ellos.</p> - -<p>Macías estaba en el Río 4.º por el año 1867.</p> - -<p>El coronel Elía, jefe de la frontera de Córdoba, había -iniciado una negociación de paz con los indios.</p> - -<p>Se ofreció y partió con las credenciales correspondientes.</p> - -<p>Pero sea que el coronel Elía no estaba autorizado -para negociar un tratado de paz, sea lo que fuera, -el hecho es que el plenipotenciario fué abandonado á -sus propios recursos y á su suerte.</p> - -<p>Por falta de tacto ó por falta de suerte, fatalidad -que suele obscurecer las dotes más relevantes del hombre, -burlar sus planes y desvanecer sus ilusiones unas -tras otras, lo mismo que los vendavales deshojan los<span class="pagenum"><a id="Page_196"></a>[Pg 196]</span> -árboles más frondosos, Macías se convirtió de plenipotenciario -en prisionero.</p> - -<p>Escribió y escribió; sus cartas no fueron contestadas. -Hasta el soldado que en calidad de asistente le -acompañaba, le abandonó.</p> - -<p>Sólo, sin sirviente ni medios de subsistencia, <em>maturrango</em>, -¿de qué había de vivir, ni cómo había de escaparse?</p> - -<p>Tuvo que aceptar el pan de los indios y de los cristianos -refugiados entre ellos por causas políticas.</p> - -<p>Por debilidad, por falsos cálculos, por conveniencia, -qué sé yo por qué, se vinculó á los últimos y riñó con -ellos después.</p> - -<p>No le quedaba más arbitrio que apelar á los indios: -se hizo amigo de Mariano Rosas.</p> - -<p>Mejoró de condición, y de prisionero se elevó á la -categoría de <em>secretario</em>.</p> - -<p>Las primeras notas que yo recibí en el Río 4.º de -aquel cacique, eran escritas por mi antiguo condiscípulo.</p> - -<p>Á la distancia le juzgué mal.</p> - -<p>Corrían tantas historias sobre los motivos que lo -llevaron á los indios, que era muy difícil substraerse -á la influencia de las sospechas populares.</p> - -<p>¿Quién resiste á los juicios de los conocidos sobre -los desconocidos?</p> - -<p>¿Cuál es la cabeza bastante fuerte para despreciarlos, -para esperar?</p> - -<p>¿El criterio que tenemos de la generalidad de las -personas es acaso el resultado de nuestra observación -directa?</p> - -<p>¿No amamos, no aborrecemos, no simpatizamos, no -<em>antipatizamos</em> por refracción?</p> - -<p>Una secretaría hace celosos en cualquier parte, lo<span class="pagenum"><a id="Page_197"></a>[Pg 197]</span> -mismo en París que en Berlín, en Buenos Aires que en -Leubucó.</p> - -<p>Macías despertó la emulación de los cristianos.</p> - -<p>Temieron su ascendiente.</p> - -<p>Comenzaron á intrigarle y lo consiguieron.</p> - -<p>Yo, desde el Río 4.º contribuí sin intención dañina -á su caída.</p> - -<p>Le juzgaba mal, ya he dicho por qué, y le escribí á -Mariano Rosas, que el secretario que tenía no era -bueno, que sus notas decían todo lo contrario de los -recados que me llevaban sus mensajeros.</p> - -<p>El hecho era cierto.</p> - -<p>Lo que faltaba averiguar era: si Macías ponía lo -que le mandaba ó no; si las contradicciones entre lo -que me escribían y me decían, no eran gramática parda, -diplomacia ranquelina.</p> - -<p>El tiempo, iniciándome en las cosas de Leubucó, me -aclaró el misterio de todo.</p> - -<p>Macías cumplía al pie de la letra las órdenes que recibía, -sus notas le eran leídas á Mariano Rosas por -otros cristianos antes de salir de la Cancillería de Tierra -Adentro.</p> - -<p>Macías cayó, pues, de la gracia y del favor.</p> - -<p>Los que viéndole de secretario le consideraban, le -abandonaron, y los que ni por eso le habían considerado, -redoblaron sus hostilidades.</p> - -<p>Tuvo que pasar por todo linaje de humillaciones, -quedando agregado como uno de tantos al toldo del -cacique.</p> - -<p>Dormía donde le tomaba la noche; comía donde le -daban la limosna de una <em>tumba</em> de carne; sus vestiduras -eran pobrísimas.</p> - -<p>¡Desgraciado Macías!</p> - -<p>Cuando yo le vi, su traje consistía en una camisa -sucia y rota, en unos calzoncillos de algodón ordina<span class="pagenum"><a id="Page_198"></a>[Pg 198]</span>rio -y un chiripá de paño viejo colorado; un resto de -sombrero cubría su frente y unas botas llenas de agujeros -era todo su calzado. Sus pies estaban destrozados, -sus manos encallecidas.</p> - -<p>En una bolsa de cuero de gato tenía todo su caudal, -hilo, botones, piedritas, agujas, azúcar, hierbas medicinales, -tabaco, hierba, papel, y envuelto en un trapito -un relicario de oro de cuatro fases, con los retratos -de sus padres y de sus dos hijos.</p> - -<p>¡Desgraciado Macías!</p> - -<p>¡Ah! imaginaos el efecto que me haría ver aquel -hombre que había nacido bien, que había recibido educación, -gozado de la vida y frecuentado la buena -sociedad, reducido á aquella condición!</p> - -<p>¡Él mismo no lo comprendió!</p> - -<p>Me veía alegre, festivo, contento, fingiendo que todo -cuanto me rodeaba me parecía óptimo, y me creía insensible -al infortunio.</p> - -<p>Su corazón, atrofiado por el dolor, creía que el mío -estaba seco.</p> - -<p>¡Desgraciado Macías!</p> - -<p>Los indios hablaban mal de él, le creían loco.</p> - -<p>Los cristianos lo mismo; contaban cosas horribles -del pobre.</p> - -<p>Todos sus vicios se los atribuían á él.</p> - -<p>En tal situación escribió al Presidente de la República.</p> - -<p>No le contestaron.</p> - -<p>¿Cómo le habían de contestar?</p> - -<p>Sus cartas habían sido interceptadas y detenidas.</p> - -<p>Llamé al capitán Rivadavia y le mandé preguntar -con él á Mariano Rosas si estaba visible.</p> - -<p>Me contestó que fuera cuando quisiese, que estaba -por almorzar.</p> - -<p>Entré en su toldo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_199"></a>[Pg 199]</span></p> - -<p>Su cara revelaba la agitación de la noche; estaba -más pálido que de costumbre.</p> - -<p>Al verme entrar me dijo, sin cambiar de postura -(estaba sentado al lado del fogón):</p> - -<p>—Buenos días, hermano, dispense que no me pare, -estoy medio enfermo.</p> - -<p>Me insinuó un asiento á su lado.</p> - -<p>Sentándome le contesté:</p> - -<p>—Esté cómodo, hermano, ¿cómo ha pasado la noche?</p> - -<p>—Mal—repuso, arrugando la frente como cuando -un recuerdo mortificante nos asalta.</p> - -<p>—¿Qué tiene?</p> - -<p>—Me duele la cabeza.</p> - -<p>—¿Quiere tomar un remedio muy bueno que yo -traigo?</p> - -<p>—Lo tomaré si usted lo conoce.</p> - -<p>Salí y volví al punto con un frasquito de <em>gotas</em> maravillosas -de la corona.</p> - -<p>Era todo mi botiquín.</p> - -<p>Abrí el frasquito, pedí un jarro de agua, lo derramé -dejándole sólo dos dedos y eché en él sesenta gotas.</p> - -<p>Para que las bebiera sin aprensión, le dije:</p> - -<p>—Vea—proseguí, y esto diciendo tomé un trago.</p> - -<p>—Si no tengo recelo, hermano—me contestó,—y tomándome -el jarro bebió hasta la última gota que contenía.</p> - -<p>—Un poco amargo no más—dijo.</p> - -<p>—Sí—repuse.</p> - -<p>—¿Y ha descansado bien?</p> - -<p>—Muy bien.</p> - -<p>—¡Qué diablo de indios, eh!</p> - -<p>—¡Hum! anduvo medio mal la cosa en la junta.</p> - -<p>—¡Eh! no todos comprenden.</p> - -<p>—¡Es cierto!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_200"></a>[Pg 200]</span></p> - -<p>—Y su amigo, el padre Burela ¿por qué no le -ayudó?</p> - -<p>—No sé, estaba medio asustado, me parece.</p> - -<p>Se sonrió, como diciendo, «uno y medio», y acariciando -á uno de sus hijos que se echó sobre sus rodillas, -exclamó:</p> - -<p>—¡Ese toro!</p> - -<p>Era el hijo que había defendido á la madre la noche -antes.</p> - -<p>—Tiene muy buena cara—le dije.</p> - -<p>—Pero no es bueno, ya me ha querido matar,—repuso, -mirando al hijo con una mezcla de complacencia -y admiración.</p> - -<p>El indiecito entendía lo que su padre hablaba; pero -no le prestaba atención.</p> - -<p>Se desperezó, bostezó, se levantó, habló en la lengua -y salió <em>quebrándose</em> como lo hacen sólo nuestros -gauchos.</p> - -<p>Mariano le siguió con la vista hasta la puerta del -toldo, y volvió á repetir:</p> - -<p>—¡Toro, hermano!</p> - -<p>—¿Cuántos años tiene?</p> - -<p>—Debe tener...—me hizo la seña de doce con las -manos.</p> - -<p>—Es muy chico todavía.</p> - -<p>—Pero es gaucho ya.</p> - -<p>Trajeron el almuerzo; era lo de siempre: puchero con -choclos y zapallo, carne asada, de vaca y de yegua.</p> - -<p>—Bueno, hermano—le dije,—yo pienso irme pronto -para mandarle cuanto antes las raciones.</p> - -<p>—Cuando quiera, hermano—me contestó;—yo no -tengo ya sino un poquito que conversar con usted.</p> - -<p>—Pienso irme dentro de dos días.</p> - -<p>—Hablaremos mañana entonces.</p> - -<p>—Está bien.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_201"></a>[Pg 201]</span></p> - -<p>Me lo voy á llevar á Macías.</p> - -<p>No me contestó; en su cara leí una negativa.</p> - -<p>—Á usted no le sirve de nada aquí.</p> - -<p>Siguió callado.</p> - -<p>—Es un pobre diablo—le dije.</p> - -<p>—Mire, hermano—me contestó; iba á proseguir; -unas visitas nos interrumpieron.</p> - -<p>Saludaron y se sentaron.</p> - -<p>Yo seguí almorzando, acabé, me levanté y diciéndole -á Mariano: luego conversaremos, salí del toldo -bastante contrariado.</p> - -<p>En seguida me fuí á visitar al cacique Epumer.</p> - -<p>Mariano Rosas me prestó su caballo.</p> - -<p>En el toldo de Epumer me recibieron con toda galantería.</p> - -<p>En un rincón, acurrucado como un tullido, estaba el -espía de Calfucurá, que tanta curiosidad me dió en -Quenque.</p> - -<p>Me vió entrar como á un perro.</p> - -<p>¿Qué hacía allí? -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_202"></a>[Pg 202]<br /><a id="Page_203"></a>[Pg 203]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Fama de Epumer.—Me esperaban en su toldo.—Recepción.—Indias -y cristianas.—Pasteles y carbonada entre los Indios.—Amabilidades.—Celo -apostólico del Padre Marcos.—Puchero -de yegua.—Insisto en sacar á Macías.—Negativas.—Un indio -teólogo.—Un espectro vivo.</p> -</div> - - -<p>El toldo de Epumer distaba un cuarto de legua del -de Mariano Rosas.</p> - -<p>No hay indio más temido que Epumer; es valiente -en la guerra, terrible en la paz cuando está <em>achumado</em>.</p> - -<p>El aguardiente lo pone demente.</p> - -<p>Sea adulación, sea verdad, todos dicen que no estando -malo de la cabeza es muy bueno.</p> - -<p>No tiene más que una mujer, cosa rara entre los indios, -y la quiere mucho.</p> - -<p>Vive bien y con lujo; todo el mundo llega á su casa -y es bien recibido.</p> - -<p>Á mí me esperaban hacía rato.</p> - -<p>El toldo acababa de ser barrido y regado; todo estaba -en orden.</p> - -<p>Epumer estaba sentado en un asiento alto, de cueros -de carnero y mantas.</p> - -<p>Enfrente había otro más elevado, que era el destinado -para mí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_204"></a>[Pg 204]</span></p> - -<p>Las chinas aguardaban de pie, con la comida pronta -para servirla á la primera indicación.</p> - -<p>Las cautivas atizaban el fuego.</p> - -<p>Epumer se levantó, me estrechó la mano, me abrazó, -me dijo que aquella era mi casa, me hizo sentar, y -después que me senté se sentó él.</p> - -<p>Los demás circunstantes que eran todos <em>chusma</em> -agregada al toldo, no se sentaron hasta que Epumer se -lo insinuó.</p> - -<p>La conversación rodó sobre las costumbres de los indios, -pidiéndome disculpas de no poder obsequiarme, -en razón de su pobreza, como yo lo merecía.</p> - -<p>Un cristiano bien educado, modesto y obsequioso, no -habría hecho mejor el agasajo.</p> - -<p>Epumer me presentó su mujer, que se llamaba Quintuiner, -sus hijas, que eran dos, y hasta las cautivas, -cuyo aire de contento y de salud llamó grandemente -mi atención.</p> - -<p>—¿Cómo les va, hijas?—les pregunté á éstas.</p> - -<p>—Muy bien, señor—me contestaron.</p> - -<p>—¿No tienen ganas de salir?</p> - -<p>No contestaron y se ruborizaron.</p> - -<p>Epumer me dijo:</p> - -<p>—Si tienen hijos y no les falta hombre.</p> - -<p>Las cautivas añadieron:</p> - -<p>—Nos quieren mucho.</p> - -<p>—Me alegro—repuse.</p> - -<p>Una de ellas exclamó:</p> - -<p>—Ojalá todas pudieran decir lo mismo, <em>güeselencia</em>.</p> - -<p>Era una cordobesa.</p> - -<p>Epumer les indicó á su mujer y á sus hijas que se -sentaran, y mandó que sirvieran la comida.</p> - -<p>Obedecieron.</p> - -<p>Estaban vestidas con lo más nuevo y rico que tenían.</p> - -<p>El <em>pilquén</em> era de paño encarnado bastante fino; los<span class="pagenum"><a id="Page_205"></a>[Pg 205]</span> -collares y cinturones, las pulseras de pies y manos, de -cuentas, los grandes aros en forma triangular y el alfiler -de pecho redondo, de plata maciza labrada.</p> - -<p>La manta era, contra la costumbre, de pañuelo escocés -de lana.</p> - -<p>Se habían pintado los labios y las uñas de las manos -con carmín, se habían puesto muchos lunarcitos negros -en las mejillas y sombreado los párpados inferiores -y las pestañas.</p> - -<p>Estaban muy bonitas.</p> - -<p>La mujer de Epumer, sobre todo, me recordaba cierta -dama elegantísima de Buenos Aires, que no quiero -nombrar.</p> - -<p>¡Pues no faltaría más; compararla á ella, tan simpática -y prestigiosa por la gracia y la belleza, por su -carácter dulce, su talle flexible como el mimbre, su voz -de soprano, que tan bien interpreta los acentos delicados -de Campanna, con una china!</p> - -<p>Trajeron la comida, platos de loza, cubiertos, vasos -y mantel.</p> - -<p>Empezamos por pasteles á la criolla. Una cautiva -los había hecho. Aunque acababa de almorzar con Mariano, -comí dos. Luego trajeron carbonada con zapallo -y choclos. Epumer me dijo: que me habían buscado el -gusto, que le habían preguntado á mi asistente lo que -me gustaba. No pude rehusar y comí un plato. Estaba -inmejorable; la carne era gorda, la grasa finísima.</p> - -<p>En seguida vino el asado, de cordero y de vaca, después -puchero. El pan, eran tortas al rescoldo. El postre -fueron miel de avispa, queso y maíz frito pisado con -algarroba.</p> - -<p>Con la carbonada quedé repleto como un lego; rehusé -de lo demás. Fué en vano. Me instaron y me instaron. -Tuve que comer de todo.</p> - -<p>¡Pobres gentes! Á cada rato me decían: si no está<span class="pagenum"><a id="Page_206"></a>[Pg 206]</span> -bueno, dispense. Aquélla lo ha hecho—y señalaban á -tal ó cual cautiva,—y ésta me miraba, como diciendo: -Por usted nos hemos esmerado.</p> - -<p>¡Qué escena aquella! En medio del desierto, en la -Pampa, entre los bárbaros, un remedo de civilización -es cosa que hace una impresión indescriptible.</p> - -<p>El espía de Calfucurá, como un búho, observaba con -inquieta mirada cuanto pasaba.</p> - -<p>—¿Quién es ese?—le pregunté á Epumer.</p> - -<p>—No le conozco—me contestó.</p> - -<p>—Pues yo sí.</p> - -<p>—Llegó hace un rato, tenía hambre y le hemos dado -de comer.</p> - -<p>—¿Y no le conocen ustedes?</p> - -<p>—¡No!</p> - -<p>—Es un pillo mentiroso.</p> - -<p>—¡Y aquí, qué mal nos puede hacer un pobre!</p> - -<p>La contestación me avergonzó. El perro de Quenque -estaba con el cuarterón. Me acordé de que aquel hombre -tenía corazón, que era quizá más desgraciado que yo, -y cambié de conversación.</p> - -<p>El espía me oyó hablar de él y no hizo más que lanzarme -una mirada extraña y replegarse más y más sobre -sí mismo.</p> - -<p>Saqué mi libro de memorias, les pregunté á Epumer -y su familia qué querían que les mandara del Río 4.º -y tomé nota de sus encargos.</p> - -<p>Bien poca cosa me pidieron; tela para pilquenes, -hilo y agujas.</p> - -<p>Epumer me dijo que quería un chaleco de seda...</p> - -<p>—¿Colorado?—le interrumpí.</p> - -<p>—No—me contestó;—negro.</p> - -<p>Me levanté, me despedí, me acompañaron, violando -los usos de la tierra, hasta el palenque, monté á caballo -y partí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_207"></a>[Pg 207]</span></p> - -<p>Á cierta distancia di la vuelta.</p> - -<p>Me seguían con la vista.</p> - -<p>Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo.</p> - -<p>Llegué al toldo de Mariano Rosas.</p> - -<p>Estaba sentado en la enramada, solo. Las visitas se -habían retirado.</p> - -<p>Eché pie á tierra, até su caballo en el palenque, le -di las gracias, pasando de largo, y me metí en mi -rancho.</p> - -<p>Los franciscanos disfrutaban en santa paz las delicias -de la siesta.</p> - -<p>El ruido que hice al entrar los despertó.</p> - -<p>Les conté mi visita al toldo de Epumer, discurrimos -un rato sobre la franca y cordial hospitalidad que me -había dispensado después de las escenas tumultuarias -de los primeros días, y, por último, les comuniqué que -había resuelto partir á los dos días.</p> - -<p>El padre Marcos me manifestó el deseo de quedarse, -á ver si arreglaba lo concerniente á la fundación de la -capilla de que hablaba el tratado de paz. No pareciéndome -prudente su resolución, me opuse amistosamente -á ella. Le hice algunas reflexiones con tal motivo, y el -padre Moisés, deduciendo de ellas que mi negativa -provenía de que no quería que su compañero se quedara -solo, me observó que él le acompañaría, permaneciendo -á su lado. Le tranquilicé viendo su generosa oferta; -amplié las razones de mi negativa, y, finalmente, les -dije que pensaran en hacer al día siguiente algunos -bautismos.</p> - -<p>Al efecto le indiqué al padre Marcos fuera á hablar -con Mariano Rosas, solicitando como cosa suya el permiso -competente.</p> - -<p>Mandó ver con su asistente si estaba en disposición -de recibirle y contestó que sí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_208"></a>[Pg 208]</span></p> - -<p>Salió el Padre y entró en el toldo del Cacique, que -acababa de recibir visitas.</p> - -<p>Detrás de él me fuí yo.</p> - -<p>Mariano Rosas le había sentado á su lado; le había -concedido el permiso solicitado y le había rogado le -bautizara su hija mayor, de la que yo sería padrino.</p> - -<p>Trajeron de comer.</p> - -<p>Era un puchero de carne de yegua.</p> - -<p>—Padre—le dijo Mariano al buen franciscano,—para -probarle que soy buen cristiano, y el gusto con -que veo aquí unos hombres como ustedes, comamos en -el mismo plato.</p> - -<p>Y esto diciendo puso entre él y el Padre uno que le -daban en ese momento.</p> - -<p>—Con mucho gusto—le contestó aquél.</p> - -<p>Y sin más preámbulo, empuñó el tenedor y el cuchillo -y sin repugnancia alguna, comenzó á engullir la -carne de yegua, como si hubiera sido bocado de cardenal.</p> - -<p>Yo rehusé comer, explicando el por qué, no lo atribuyeran -á desaire.</p> - -<p>En la tierra, la costumbre es comer al cabo del día -tantas veces cuantas hay ocasión.</p> - -<p>Algunas de las visitas eran conocidos. Entablé conversación -con ellos. El padre Marcos por su parte, le -hizo á Mariano Rosas una larga explicación de lo que -significaba el bautismo, quien varias veces contestó: -Ya sé. Le exigió que á la hijita que iban á bautizar la -educara como cristiana, lo que le fué prometido; dejó -de comer puchero cuando el plato dijo no hay más, y -en seguida se despidió y salió.</p> - -<p>Yo me quedé en mi puesto, busqué una postura cómoda, -la hallé acostado, dejé que Mariano Rosas hablara -con sus visitas y me dormí.</p> - -<p>Cuando me desperté, el toldo estaba solo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_209"></a>[Pg 209]</span></p> - -<p>Salí de él; Mariano había vuelto á la enramada, me -senté á su lado y le dije:</p> - -<p>—Hermano, y, ¿me lo llevo ó no á Macías?</p> - -<p>—Entremos—me contestó, levantándose y dirigiéndose -al toldo.</p> - -<p>Le seguí y entramos, cediéndome él el paso en la -puerta.</p> - -<p>Nos sentamos.</p> - -<p>Tomó la palabra y habló así:</p> - -<p>—Hermano, el <em>dotor</em> es mejor que se quede.</p> - -<p>—Usted me lo había cedido ya—le contesté.</p> - -<p>—Es cierto; pero es mejor que se quede.</p> - -<p>—¿Y el tratado de paz, hermano? ¿Usted olvida que -Macías no es cautivo, que si me exige que lo saque, yo -lo debo reclamar y que usted no me lo puede negar?</p> - -<p>—Yo no se lo niego, hermano, le digo que se lo daré -después.</p> - -<p>—¿Y qué dirán en el Río 4.º los cristianos lo que sepan -que vuelvo sin Macías? Dirán que no me he atrevido -á reclamarlo, se quejarán y con razón. Usted me -compromete, hermano.</p> - -<p>Macías entró en ese momento, con el intento de cruzar -por el toldo.</p> - -<p>Mariano Rosas le miró airado, y con voz irritada le -dijo <em>textualmente</em>:</p> - -<p>—Donde conversa la gente no se entra. Salga.</p> - -<p>Macías retrocedió humillado, murmurando:</p> - -<p>—Creía...</p> - -<p>—¡Salga, dotor!—le repitió con énfasis, y el desdichado -salió.</p> - -<p>Comprendí que alguien había influido en el ánimo -del indio y me pareció de buena táctica no insistir -mucho.</p> - -<p>Hice, empero, una insinuación final diciéndole con -expresión:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_210"></a>[Pg 210]</span></p> - -<p>—¿Y, hermano?</p> - -<p>Fijó sus ojos en los míos y me dijo <em>textualmente</em>:</p> - -<p>—¡Hermano, el corazón de ese hombre es mío!</p> - -<p>—¿Qué misterio hay aquí?—dije para mis adentros, -y como no le contestara y siguiera mirándole, -añadió <em>textualmente</em>:</p> - -<p>—La conciencia de ese hombre es mía.</p> - -<p>Una mezcla de asombro y de temor por la vida de -Macías me selló los labios.</p> - -<p>Se levantó el indio, tomó de sobre su cama el cajón -del archivo, lo abrió, revolvió sus bolsitas, halló lo que -quería, sacó de ella unos papeles y dándomelos, me -dijo:</p> - -<p>—¡Lea, hermano!</p> - -<p>Tomé los papeles, que eran manuscritos, abrí uno -de ellos, reconocí la letra de Macías y leí.</p> - -<p>Era una larga carta dirigida al Presidente de la -República.</p> - -<p>Macías le relataba cómo se hallaba entre los indios; -pintaba con colores bastante animados su vida; daba -una noticia de lo que eran los cristianos en Tierra -Adentro; los comparaba con los indios, quedando -aquéllos en peor punto de vista; y por último invocaba -la protección del Gobierno para reivindicar su libertad -perdida.</p> - -<p>La carta estaba mal redactada; Macías no escribe -bien; pero tenía la elocuencia del dolor.</p> - -<p>Mientras yo leía, Mariano Rosas se limpiaba las -uñas con el puñal.</p> - -<p>Acabé de leer la carta y le miré,—no me vió.</p> - -<p>Leí otro de los papeles, era otra carta, muy parecida -á la anterior, dirigida al gobernador de Mendoza.</p> - -<p>Los otros papeles eran apuntes sin importancia, -eran de un corazón lacerado por el infortunio.</p> - -<p>Terminada la lectura de todo el mamotreto, exclamé:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_211"></a>[Pg 211]</span></p> - -<p>—¡Ya he concluido!</p> - -<p>—¿Y, ha visto?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Qué le parece?</p> - -<p>—No hallo nada contra usted.</p> - -<p>—¿Nada?</p> - -<p>Y esto diciendo me miró, como preguntándome: -¿me engaña usted?</p> - -<p>—¡Nada! ¡nada!—repetí.</p> - -<p>—¡Hermano!—me dijo con intención.</p> - -<p>—Nada, hermano, le doy mi palabra.</p> - -<p>Y como no me contestara y no me quitara los ojos y -le conociera que quería sondear mis pensamientos, -agregué:</p> - -<p>—Hermano, si alguien le ha dicho que estas cartas -hablan mal de usted, lo ha engañado.</p> - -<p>—Léamelas, hermano.</p> - -<p>—¿Quiere más bien que venga el Padre y se las -lea él?</p> - -<p>—No, léamelas usted, hermano.</p> - -<p>Se las leí; la lectura duraría un cuarto de hora.</p> - -<p>Mientras leía le miré varias veces; tenía los ojos -clavados en el suelo y la frente plegada.</p> - -<p>Cuando acabé de leer, le dije:</p> - -<p>—¿Y qué dice ahora?</p> - -<p>—Que ese hombre es un desagradecido. (Textual).</p> - -<p>—¿Por qué, hermano?</p> - -<p>—Porque habla mal de los cristianos que le han dado -de comer. (Textual).</p> - -<p>Hice una composición de lugar con la rapidez del -relámpago, y dije:</p> - -<p>—Tiene usted razón, hermano; que se quede entonces.</p> - -<p>—Sí—me contestó,—dos años más.</p> - -<p>—El tiempo que usted quiera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_212"></a>[Pg 212]</span></p> - -<p>Tomó los papeles, los puso en orden, los colocó en -su bolsita, cerró el cajón y me dijo:</p> - -<p>—Mañana bautizaremos á su ahijada.</p> - -<p>—Está bien—le contesté, y salí, dándole las buenas -tardes.</p> - -<p>Macías estaba á la puerta del rancho.</p> - -<p>Parecía un espectro.</p> - -<p>Nada había oído. Pero su corazón sabía lo que había -pasado.</p> - -<p>El corazón de los que sufren suele ser profético; -anticipándose al dolor, lo prolonga.</p> - -<p>Le miré sonriéndome por tranquilizarle, y exhalando -un hondo suspiro, me dijo al pasar:</p> - -<p>—Ya sé que te ha ido mal.</p> - -<p>—Nunca es tarde, hombre, cuando la dicha es buena—le -contesté.</p> - -<p>Meneó la cabeza como diciéndome: Me había engañado; -y para acabar de tranquilizarle, agregué:</p> - -<p>—Todavía no le he hablado.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_213"></a>[Pg 213]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Intrigas contra Macías.—Envidia de los cristianos.—Preparativos -para el bautismo.—Animación de Leubucó.—Aspavientos -de las madres.—Sentimiento que las dominaba.—El mal de -este mundo es materia de religión.—Mi ahijada, la hija de -Mariano Rosas.—De gala, con botas de potro de cuero de -gato, y vestido de brocado.—Invencible curiosidad.—No puedo -explicar lo que sentí.—Una cristalización en el cerebro.—Regalos -recíprocos.—Pobre humanidad.</p> -</div> - - -<p>Macías me inspiraba tanta lástima, que toda la noche -soñé con él.</p> - -<p>Redimirlo del cautiverio, era para mí no sólo una -obra de caridad, sino el cumplimiento de un deber.</p> - -<p>La paz estaba solemnemente hecha y Mariano Rosas -obligado, por un tratado, á dejar en completa tranquilidad -á todos los que, habiéndose refugiado en -Tierra Adentro, quisieran volver á sus hogares.</p> - -<p>En cuanto amaneció llamé al capitán Rivadavia -para tener una consulta con él.</p> - -<p>Era el único hombre que me inspiraba completa -confianza. Había vivido más tiempo que yo entre los -indios, haciéndome respetar de ellos y de los cristianos, -que no es poco decir, y Mariano Rosas le tenía -gran afición.</p> - -<p>Conocía las costumbres de los unos, las mañas de<span class="pagenum"><a id="Page_214"></a>[Pg 214]</span> -los otros, todos los títeres, en fin, de aquel mundo, -donde el estudio del corazón humano es tan difícil -como en cualquier otra parte.</p> - -<p>Si él no salvaba mis dudas, ¡quién las había de -salvar!</p> - -<p>Le referí todo lo que había sucedido, cambiamos -nuestras ideas y resultó que Macías era víctima de una -nueva intriga.</p> - -<p>Mariano Rosas les había, sin duda alguna, comunicado -sus conferencias conmigo á sus confidentes y -éstos le habían disuadido de su resolución de cedérmelo.</p> - -<p>Había en esto represalias por parte de los que se -creían ofendidos con los informes consignados en la -correspondencia interceptada, egoísmo ó envidia.</p> - -<p>Los cristianos refugiados entre los indios por causas -políticas, fingían toda la mayor conformidad. Otra -cosa tenían en el fondo de su alma. La salida de Macías -á quien tanto habían mortificado y ultrajado, haciéndole -pagar caro el pedazo de carne que le daban, -los contrariaba.</p> - -<p>Él se iba y ellos se quedaban. Ellos, que gozaban -del favor del cacique, no podían volver al seno de su -familia, y Macías, el loco Macías, de quien tantas veces -se habían mofado, de quien todavía delante de mí -se reían, ¡estaba á punto de romper las cadenas de su -cautividad!</p> - -<p>Ellos eran libres y se quedaban, Macías no lo era -y se marchaba.</p> - -<p>En verdad, sólo nobles corazones podían regocijarse -de que un desgraciado sacudiera el ominoso yugo.</p> - -<p>Los galeotes reciben con júbilo al nuevo condenado -y maltratan en vísperas de su salida al que ha cumplido -la terrible condena.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_215"></a>[Pg 215]</span></p> - -<p>Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán. -Mal de muchos consuelo de ingratos, debiera decir.</p> - -<p>Era preciso aprovechar el día.</p> - -<p>Teníamos que bautizar una porción de criaturas, -hijas de cristianos refugiados, de cautivas y de indios.</p> - -<p>Les recordé á los buenos franciscanos que no teníamos -tiempo que perder; mandamos mensajeros en -todas direcciones y se preparó el altar en el mismo -rancho en que se había celebrado la misa el día antes.</p> - -<p>Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres -cristianos con sus hijos, indios é indias con los suyos.</p> - -<p>El toldo de Mariano Rosas era un jubileo.</p> - -<p>Reinaba verdadera animación; todo el mundo se -había vestido de gala. Yo estaba encantado viendo -aquellos infelices honrar instintivamente á Dios. Los -frailes contentos como si se tratara de unos óleos regios.</p> - -<p>Cualquiera que hubiese llegado á aquellas comarcas -ese día—sin estar en antecedentes,—se habría creído -transportando á una tribu indígena convertida al cristianismo.</p> - -<p>Cuando todo estuvo pronto, se le mandó prevenir á -Mariano Rosas, pidiéndole permiso para empezar, é -invitándolo á presenciar la ceremonia.</p> - -<p>Contestó que podíamos dar comienzo cuando gustáramos -y que no le era posible acompañarnos, porque -en ese momento acababan de entrarle visitas.</p> - -<p>El rancho que hacía de capilla, era estrecho para -contener la concurrencia. Con cada criatura venían los -padres, sus parientes, sus amigos, los padrinos y madrinas.</p> - -<p>Los chiquillos estaban azorados. Todos ellos, lo mismo -los grandes que los chicos, lloraban. El altar, los -sacerdotes revestidos, las caras extrañas, el aire de so<span class="pagenum"><a id="Page_216"></a>[Pg 216]</span>lemnidad -de los circunstantes, el empeño inusitado en -que estuvieran con juicio ó callados, todo, todo les impresionaba. -Las madres se volvían puros aspavientos. -Ésta decía: ¡Jesús, qué criatura! Aquélla: ¡Ay! ¡qué -chiquilla! La una: ¡Qué vergüenza! La otra: ¡Cállate, -por Dios! Acariciaban, reprendían, amonestaban, amenazaban, -recurrían, en fin, á todos los ardides maternales -para imponer silencio.</p> - -<p>¡Imposible! El destemplado coro seguía.</p> - -<p>Yo observaba aquella escena <i lang="la" xml:lang="la">sui géneris</i>, y al través -de la parodia veía la tendencia humana hacia las cosas -graves y solemnes.</p> - -<p>Esas pobres mujeres, andrajosas las unas, bastante -bien vestidas las otras, cristianas unas, chinas otras, -hacían allí, al pie del improvisado altar lo mismo que -habrían hecho bajo las naves monumentales de una catedral.</p> - -<p>¿Qué sentimiento las dominaba? cuando llorosas ó -radiantes de júbilo exclamaban, como varias veces lo -escuché, viéndolas abrazar con efusión el fruto de sus -entrañas: ¡al fin vas á ser cristiana, hija mía, hijo -mío!</p> - -<p>Sí, ¿qué sentimiento las dominaba?</p> - -<p>¡Ah! un sentimiento innato al corazón humano.</p> - -<p>Un sentimiento que Voltaire mismo ha explicado en -una frase célebre:</p> - -<p>«<i lang="fr" xml:lang="fr">Si Dieu n'existait pas, il faudrait l'inventer</i>».</p> - -<p>Si Dios no existiese sería menester inventarlo.</p> - -<p>Aquellas gentes, alejadas de la civilización quién sabe -desde cuándo, desgraciadas ó pervertidas, resignadas -á su suerte ó desesperadas, ignorantes, vulgares; -aquellas mujeres cristianas en el nombre, aquellas chinas, -aquellos indios sosteniendo en sus brazos sus hijos -con recogimiento y devoción, comprendían por un instinto -especialmente humano, que entre este mundo y<span class="pagenum"><a id="Page_217"></a>[Pg 217]</span> -el otro, entre esta vida y la otra, necesitamos un vínculo, -y que ese vínculo es Dios, cualquiera que sea la -forma en que le adoremos.</p> - -<p>El mal de este mundo no consiste en profesar una -mala religión, sino en no profesar ninguna.</p> - -<p>¡Ah! y si la religión que se profesa es consoladora -por su moral, si como una fuente inagotable de poesía, -ella nos ofrece un refugio en las tribulaciones y una -tabla de salvación en las últimas congojas de la vida, -¡qué bien inmenso no es creer, adorar y confiar en -Dios!</p> - -<p>Con razón aquellas gentes estaban de fiesta y consideraban -dichosos á sus hijos de que recibieran el bautismo.</p> - -<p>Cualquiera ceremonia que hubiese sido como la consagración -de un culto, habría sido lo mismo.</p> - -<p>Bautizar treinta ó más criaturas una después de otra, -era obra de todo el día. El ritual permitía, lo que yo ignoraba, -administrar el sacramento en masa.</p> - -<p>Respiré.</p> - -<p>Mi ahijada no comparecía.</p> - -<p>Mandé decir á mi compadre que la esperábamos, y -un instante después la pusieron en mis brazos.</p> - -<p>Era una chiquilla como de ocho años, hija de cristiana, -trigueñita, ñatita, de grandes y negros ojos, simpática, -aunque un tanto huraña. Lloró como una Magdalena -un largo rato, haciendo llorar á otras criaturas -cuyas lágrimas se habían aplacado y obligándonos á -diferir el momento de empezar.</p> - -<p>Calmóse por fin y la sagrada ceremonia empezó. Resonaban -los latines y los <em>Padre Nuestros</em>; mi ahijada -permanecía en mis brazos, ora inquieta, ora tranquila. -Me miraba, huía de mis ojos, se sonreía, hacía fuerzas, -cedía; á mí me dominaba sólo una idea.</p> - -<p>La chiquilla había sido vestida con su mejor ropa,<span class="pagenum"><a id="Page_218"></a>[Pg 218]</span> -con la más lujosa; era un vestido de brocado encarnado -bien cortado, con adornos de oro y encajes, que parecían -bastante finos. Á falta de zapatos, le habían -puesto unas botitas de potro, de cuero de gato. La civilización -y la barbarie se estaban dando la mano.</p> - -<p>¿Qué vestido es ese? ¿de dónde venía? ¿quién lo había -hecho? era todo mi pensamiento.</p> - -<p>Quería atender á lo que el sacerdote hacía y decía. -¡En vano!</p> - -<p>El vestido y las botas me absorbían. Examinaba el -primero con minucioso cuidado. Estaba perfectamente -bien hecho y cortado.</p> - -<p>Las mangas eran á lo María Estuardo. Aquello no -era obra de modista de Tierra Adentro. Tampoco podía -ser regalo de cristianos, ni tomado en el saqueo de una -tropa de carretas, estancia, diligencia ó villa fronteriza. -Entre nosotros ninguna niña se viste así.</p> - -<p>Mi curiosidad era sólo comparable á la incongruencia -del traje y de las botas de potro.</p> - -<p>Era una curiosidad rara.</p> - -<p>Á veces me venía como un rayo de luz y me decía: -Ya caigo, ese vestido viene de tal parte. No, no podía -ser eso, era una extravagancia.</p> - -<p>Cuando me tocaba contestar <em>amén</em>, otro tenía que -hacerlo por mí. Distraído, no veía sino el vestido, no -pensaba sino en el contraste que formaban con él las -botas.</p> - -<p>Á mi lado estaba un cristiano, agregado al toldo de -Mariano Rosas, cuya cara de forajido daba miedo.</p> - -<p>Era uno de esos tipos repelentes, cuya simple vista -estremece. Jamás me había dirigido la palabra, ni yo -se la había dirigido á él.</p> - -<p>La curiosidad pudo más que la repugnancia que me -inspiraba y le pregunté con disimulo:</p> - -<p>—¿De dónde ha sacado mi compadre este vestido?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_219"></a>[Pg 219]</span></p> - -<p>—¡Oh!—me dijo, con voz bronca y tonada cordobesa—, -ése es el vestido de la Virgen de la Villa de la -Paz.</p> - -<p>—¿De la Virgen?—le pregunté, haciéndome la ilusión -de que había oído mal, aunque el hombre pronunció -la frase netamente.</p> - -<p>—Sí, pues—repuso;—cuando la invasión que hicimos -lo trajimos y lo dimos al General.</p> - -<p>Y esto diciendo, sostuvo á mi ahijada, que casi se -me escapó de los brazos.</p> - -<p>Con unas pobres palabras humanas, yo no pude expresar -el efecto extraño que hizo en mis nervios, la -voz, el aire y la tonada de aquella revelación.</p> - -<p>No sentí lo que se siente en presencia de una profanación; -no experimenté lo que se experimenta ante un -sacrilegio; no me conmoví como cuando un sortilegio -nos llena de estúpida superstición. Sentí y experimenté -una impresión fenomenal, me conmoví de una manera -diabólica, como en la infancia me imaginaba que -se estremecía el diablo cuando le echaban agua bendita.</p> - -<p>Mi ahijada María, la hija de Mariano Rosas, está -ligada á los recuerdos de mi vida, por una impresión -tan singular, que su vestido y sus botas me hacen todavía -el efecto de un <i lang="fr" xml:lang="fr">cauchemar</i>.</p> - -<p>Yo no puedo ya ver una Virgen sin que esos atavíos -sarcásticos se presenten á mi imaginación. Tengo el -retrato de mi ahijada como cristalizado en el cerebro, y -el vozarrón del bandido que me sacó de dudas me zumba -al oído todavía. Hay ecos inolvidables. Son como el -rugido del mar cuando, silbando el viento, azota encrespado -la pedregosa orilla. Se le oye una vez en la -vida y no se le olvida jamás.</p> - -<p>Terminados los bautismos, el padre Marcos dirigió -á las madres de los recién cristianizados un breve ser<span class="pagenum"><a id="Page_220"></a>[Pg 220]</span>món, -exhortándolas á educar á sus hijos en la ley de -Jesucristo, único modo de que ganaran el cielo después -de la muerte.</p> - -<p>Todos quedaron muy alegres y contentos y me agradecieron -el favor que acababan de merecer, debido -á mí.</p> - -<p>—¡Ah! ¡si no fuera por usted, señor, qué habría sido -de nosotras!—me dijeron varias mujeres.</p> - -<p>Yo fuí padrino de cuatro criaturas, inclusive la hija -de Mariano Rosas. Poco tenía para obsequiar á mis -ahijados y ahijadas. Pero como cuando hay deseo y buena -voluntad nunca falta algo con qué manifestarlo, -con todos ellos quedé bien.</p> - -<p>Deshicimos el altar, guardamos los ornamentos y en -seguida nos fuimos al toldo de Mariano Rosas.</p> - -<p>Nos esperaba con el almuerzo pronto.</p> - -<p>Estaba plácido como nunca.</p> - -<p>—Ya somos compadres, hermano—me dijo:—ahora -usted dirá cómo nos hemos de tratar.</p> - -<p>—Compadre—le contesté,—como antes, no más, de -hermanos.</p> - -<p>—Es lo mismo, le doy las gracias—repuso,—y dirigiéndose -á los frailes, añadió: ¿muchos cristianos ahora -aquí, eh?</p> - -<p>—Es verdad—le contestaron,—¡Dios los ayude á -todos!</p> - -<p>Sirvieron el almuerzo, almorzamos y nos despedimos -para retirarnos.</p> - -<p>Yo antes de salir le dije á mi compadre:</p> - -<p>—Esta tarde acabaremos de conversar.</p> - -<p>—Cuando guste—me contestó.</p> - -<p>Iba á salir del toldo; me llamó y sacándose el poncho -pampa que tenía puesto, me dijo, dándomelo:</p> - -<p>—Tome, hermano, úselo en mi nombre, es hecho por -mi mujer principal.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_221"></a>[Pg 221]</span></p> - -<p>Acepté el obsequio, que tenía una gran significación -y se lo devolví, dándole yo mi poncho de goma.</p> - -<p>Al recibirlo, me dijo:</p> - -<p>—Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han -de matar, hermano, viéndole ese poncho.</p> - -<p>—Hermano—le contesté;—si algún día no hay paces -y nos encontramos por ahí, lo he de sacar á usted por -esa prenda.</p> - -<p>La gran significación que el poncho de Mariano Rosas -tenía, no era que pudiera servirme de escudo en -un peligro, sino que el poncho tejido por la mujer principal, -es entre los indios un gaje de amor, es como el -anillo nupcial entre los cristianos.</p> - -<p>Cuando salí del toldo y me vieron con el poncho del -cacique, una expresión de sorpresa se pintó en todas las -fisonomías.</p> - -<p>La gente de <em>palacio</em> se mostró más atenta y solícita -que nunca.</p> - -<p>¡Pobre humanidad! -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_222"></a>[Pg 222]<br /><a id="Page_223"></a>[Pg 223]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Se acerca la hora de partida.—Desaliento de Macías.—El negro -del acordeón y un envoltorio.—Era un queso.—Calixto Oyarzábal -anuncia que hay baile.—Baile de los Indios y de las -chinas.—En un detalle encuentro á los Indios menos civilizados -que nosotros.</p> -</div> - -<p>Macías veía llegar la hora de mi partida, y con -suspiros y monosílabos me hacía comprender que iba -perdiendo hasta la esperanza.</p> - -<p>Me senté en el fogón y él se puso á mi lado.</p> - -<p>Yo estaba de muy buen humor, quizá porque al día -siguiente pensaba rumbear para la <em>querencia</em>. Somos -así, versátiles aun en medio de la felicidad. Todo es -poco, nada nos sacia. Y sólo tarde, muy tarde, comprendemos -que en este mundo sublunar, los que lo han -pasado mejor son los que contentos con el presente no -se han apurado nunca por nadie ni por nada; los que -estrechando el horizonte de sus miradas, limitando -sus aspiraciones y sacudiendo la férula de las exigencias -sociales, han <em>subjetivado</em> la vida hasta el extremo -de identificarse con su frac.</p> - -<p>¡Ah! cuántos á quienes estériles combates consumieron; -cuántos que despiertos ó dormidos tuvieron -visiones de amor, de odio, de gloria, de orgullo, de ri<span class="pagenum"><a id="Page_224"></a>[Pg 224]</span>queza, -de envidia, de miedo, olvidando que <em>velar es -soñar de pie</em> y que <em>el sueño no es más que el noviciado -de la muerte</em>, cuántos de ésos, decía, no habrían sido -más dichosos si al fin de la jornada hubiesen podido -exclamar:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p><span style="margin-left: 1em;">«Sois-moi fidèle ô pauvre habit que j'aime!</span><br /> -Ensemble nous devenons vieux.<br /> -Depuis dix ans je te brosse moi même.<br /> -Et Socrate n'eût pas fait mieux.<br /> -Quand le sort á ta mince étoffe<br /> -Livrerait de nouveaux combats,<br /> -Imite-moi résiste en philosophe.<br /> -Mon vieil ami, ne nous séparerons pas.» -<a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3" class="fnanchor">[3]</a></p> -</div> -</div> - - -<p>Yo reía, charlaba, jaraneaba con todos los que rodeaban -el fogón, en el que un apetitoso asado se doraba -al calor de abundante leña.</p> - -<p>El triste prisionero, taciturno, reconcentrado, sombrío -como la imagen de la desesperación, me echaba -de vez en cuando miradas furtivas.</p> - -<p>Quería decirme algo y no se atrevía; quería hacerme -un reproche y no hallaba palabras adecuadas; sus -pensamientos fluctuaban, como algas marinas entre -opuestas corrientes; iba á hablar y callaba; sus ojos -brillaban, sin rencor; pero sus labios comprimidos revelaban -claramente que balbuceaba una ironía.</p> - -<p>—¿En qué piensas?—le dije.</p> - -<p>—En que estás muy alegre—me contestó.</p> - -<p>—El que se aflige se muere—repuse.</p> - -<p>—¡Ah! tú te vas, yo me quedo.</p> - -<p>—Ya te he dicho que nunca es tarde cuando la dicha -es buena—le contesté.</p> - -<p>—¡Cómo ha de ser!—volvió á exclamar y levantándose -de improviso se quiso marchar.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_225"></a>[Pg 225]</span></p> -<p>En ese momento Calixto Oyarzábal, tomando el asador, -poniéndolo horizontalmente y raspando el asado -con un cuchillo para quitarle la ceniza, dijo:</p> - -<p>—Ya está, mi Coronel.</p> - -<p>—¡Á comer, caballeros!—grité yo á mi vez, y dirigiéndome -á Macías, le dije: Ven, hombre, come; -sobra tiempo para ahorcarse de desesperación.</p> - -<p>Volvió sobre sus pasos, se sentó nuevamente á mi -lado, sacó su cuchillo, y como el asado incitaba, siguiendo -los usos campestres de la tierra, cortó una tira.</p> - -<p>Una olla de puchero hervía, rebosando de choclos -y zapallo angola.</p> - -<p>Acabamos con el asado y en un santiamén con ella.</p> - -<p>Íbamos á tomar el mate de café, no teniendo postre, -cuando el negro del acordeón se presentó, trayendo -una cosa en la mano envuelta en un trapo.</p> - -<p>—¡El acordeón!—dije, para mis adentros, me espeluzné -y con aire y voz imperativa:</p> - -<p>—¡Fuera de aquí, negro!—le grité, antes que desplegara -los labios.</p> - -<p>—Mi amo—contestó sonriéndose,—si vengo solo.</p> - -<p>—¿Y eso?—le pregunté, señalándole la cosa que traía -envuelta.</p> - -<p>—Esto—repuso, mostrando dos filas de hermosos -dientes, tan blancos y tan iguales que me dieron envidia,—esto, -¡es un queso!</p> - -<p>—¡Un queso!</p> - -<p>—Sí, mi amo, y se lo manda el General á su <em>mercé</em> -para que lo coma en nombre de su ahijada, la niña -María.</p> - -<p>Y esto diciendo, desenvolvió el queso y lo puso en -mis manos.</p> - -<p>—Dile á mi hermano que le doy las gracias—le dije, -y haciéndole una indicación con la mano, agregué:—¡Vete!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_226"></a>[Pg 226]</span></p> - -<p>Obedeció, y así que estuvo á cierta distancia, me -preguntó con malicia:</p> - -<p>—¿Quiere su <em>mercé</em> que vuelva con el instrumento?</p> - -<p>Le contesté con un caracú que estaba á mano, en -medio de una explosión de risa de los circunstantes.</p> - -<p>—Y está de baile—dijo Calixto.</p> - -<p>—¿De baile?—le pregunté.</p> - -<p>—Sí, mi Coronel.</p> - -<p>—¿Y dónde hay baile?</p> - -<p>—Allí en un toldo—dijo señalándolo.</p> - -<p>—Pues probemos el queso, tomemos el café y vamos -á ver el fandango aunque haya acordeón y negro.</p> - -<p>Despachamos todo, mandé á Calixto á averiguar á -qué hora era el baile y volvió diciendo que ya iba á -empezar.</p> - -<p>Dejamos el fogón y nos fuimos á ver la fiesta.</p> - -<p>Era lo único que me faltaba.</p> - -<p>Mi reloj marcaba las cuatro, las cuatro de la tarde, -bien entendido.</p> - -<p>Los indios, más razonables que nosotros, duermen -de noche y se divierten de día.</p> - -<p>Esta costumbre tiene una ventaja sobre la usanza -de la civilización; no hay que pensar en luminarias -de ningún género, ni en velas, ni en kerosene, ni en -gas.</p> - -<p>El baile era de varones y al aire libre.</p> - -<p>En aquellas tierras las mujeres no tienen sino dos -destinos: trabajar y procrear.</p> - -<p>No me atrevo á decir, si á este respecto los indios -andan más acertados que nosotros.</p> - -<p>Pero considerando los infinitos desaguisados que -acontecen y presenciamos de enero á enero con motivo -de la mezcolanza de sexos; las mujeres que abandonan -sus maridos, los maridos que olvidan sus mujeres, -las reyertas por celos, los pleitos por alimentos,<span class="pagenum"><a id="Page_227"></a>[Pg 227]</span> -los divorcios, los raptos voluntarios de inocentes doncellas, -hechos desconocidos en Tierra Adentro, considerando -todo esto, decía, lo cierto es que nuestra civilización -es un asunto muy serio.</p> - -<p>¡Con razón se predica tanto contra el baile!</p> - -<p>Yo comprendo la indispensable necesidad que un -hombre de estado tiene de saber bailar. Porque, como -decía Molière por boca de uno de sus personajes, -cuando se dice que un ministro ha dado un mal paso, -es porque no ha aprendido la danza, con lo cual el -maestro de este arte le probaba al del florete la superioridad -del baile sobre la esgrima.</p> - -<p>Pero no comprendo la necesidad de que un médico -ó un abogado bailen.</p> - -<p>Por supuesto, que los indios, comprendiendo que -bailar es un ejercicio, que á la vez que obra sobre el -sistema nervioso de una manera fruitiva, conviene á -la higiene del cuerpo, porque despierta el apetito y -contribuye al desarrollo de la musculatura, les permiten -á sus mujeres bailar solas de vez en cuando, -reservándose ellos la parte que más adelante se verá.</p> - -<p>El salón de baile, ó mejor dicho, la arena, tendría -unas cuarenta varas de circuito.</p> - -<p>Imagínate la era de trillar las mieses, rodeada de -palos, á modo de corral; ponle con el pensamiento, -Santiago amigo, un mogote de tierra en el centro como -de dos varas de diámetro y una de alto y tendrás -una idea de lo que he intentado describir.</p> - -<p>Los concurrentes estaban colocados alrededor del -círculo del lado de afuera.</p> - -<p>Aquí viene bien hacer notar que los indios en materia -de coreografía son menos egoístas que nosotros.</p> - -<p>Ellos bailan para divertir á sus amigos; nosotros -por divertirnos nosotros mismos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_228"></a>[Pg 228]</span></p> - -<p>Para divertirnos viendo bailar, tenemos que gastar -nuestro dinero.</p> - -<p>Es otro inconveniente de la civilización.</p> - -<p>La música instrumental consistía en unas especies -de tamboriles; eran de madera y cuero de carnero y -los tocaban con los dedos ó con baquetas.</p> - -<p>El baile empezó con una especie de llamada militar -redoblada.</p> - -<p>Oyéronse unos gritos agudos, descompasados y cinco -indios en hilera se presentaron haciendo piruetas -<em>acancanadas</em>.</p> - -<p>Venían todos tapados con mantas.</p> - -<p>Entraron en la arena, dieron unas cuantas vueltas -al son de la música, alrededor del mogote de tierra, -como pisando sobre huevos, de repente arrojaron las -mantas y se descubrieron.</p> - -<p>Se habían arrollado los calzoncillos hasta los muslos, -la camisa se la habían quitado; se habían pintado -de colorado las piernas, los brazos, el pecho, la cara; -en la cabeza llevaban plumas de avestruz en forma -de plumero, en el pescuezo collares que hacían -ruido y las mechas les caían sobre la frente.</p> - -<p>Las mantas las arrojaron sin hacer alto, sacudieron -la cabeza, como dándose á conocer, y empezó una -serie de figuras, sin perder los bailarines el orden de -hilera.</p> - -<p>Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando -la cabeza á derecha é izquierda, de arriba abajo, -para atrás, para adelante, se ponían unos á otros -las manos en los hombros, excepto el que hacía cabeza, -que batía los brazos; se soltaban, se volvían á unir -formando una cadena, se atropellaban, quedando pegados -como una rosca; se dislocaban, pataleaban, sudaban -á mares, hedían á potro, hacían mil muecas, -se besaban, se mordían, se tiraban manotones obsce<span class="pagenum"><a id="Page_229"></a>[Pg 229]</span>nos, -se hacían colita; en fin, parecían cinco sátiros -beodos, ostentando cínicos la resistencia del cuerpo y -la lubricidad de sus pasiones.</p> - -<p>El aire de las evoluciones determinaba el compás -del tamborileo, que de cuando en cuando era acompañado -de una especie de canto ora triste, ora grave, -ora burlesco, según lo que la infernal cuadrilla parodiaba.</p> - -<p>Quince fueron los que bailaron, en tres tandas; -la concurrencia guardó el mayor orden; no aplaudía, -pero se comía con los ojos á los bailarines.</p> - -<p>Aquello era un verdadero <em>alcázar lírico</em> en plena -Pampa.</p> - -<p>Sin mujeres, sin <i lang="fr" xml:lang="fr">garçons</i>, sin mesas de mármol, sin -limonada gaseosa y otras hierbas.</p> - -<p>Le hallé la ventaja de la entrada gratis.</p> - -<p>Cerca de dos horas duró la farsa; se ponía el sol -cuando yo volvía á mi fogón, harto de gestos, alaridos -y tamboriles.</p> - -<p>Mi buena estrella quiso que el negro del acordeón -no formara parte de la orquesta.</p> - -<p>Se hizo de noche, y como estuviese fresco, me guarecí -tras de mi rancho, dándole la espalda al viento.</p> - -<p>En el acto brilló el fogón.</p> - -<p>Á la luz de su lumbre me contaron cómo bailan las -chinas.</p> - -<p>En un local como el que ya describí, pintadas y -ataviadas, entran quince ó veinte; se toman las manos, -hacen una rueda, y comienzan á dar vueltas alrededor -del mogote, ni más ni menos que si jugaran -á la <em>ronga</em>, <em>catonga</em>.</p> - -<p>Los concurrentes entran en el recinto del baile, y -al pasar las chinas por delante de ellos les hacen una -porción de iniquidades, hasta que no pudiéndolas soportar -deshacen la rueda y se escapan por donde pueden.</p> - -<p>Francamente, en este detalle encuentro á los indios -menos civilizados que nosotros, aunque hay ejemplos -en las crónicas policiales de caballeros que durmieron -bajo las llaves de la alcaldía por tener las manos demasiado -largas en los atrios de las iglesias.</p> - -<p>El efecto de esos abusos y licencias de los indios con -las chinas cuando bailan, hace que ellas se abstengan -de la inofensiva diversión, lo que prueba que en -todas partes la mujer es igual.</p> - -<p>Perdona todo, menos que la maltraten.</p> - -<p>Yo les hallo muchísima razón, aunque declaro que -ellas, sin maltratarnos, abusando de sus ventajas, -suelen <em>tratarnos mal</em>.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_230"></a>[Pg 230]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> - -<p class="p4 big2 center">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_3" href="#FNanchor_3" class="label">[3]</a> Béranger, <cite>Mont habit</cite>.</p></div></div> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_231"></a>[Pg 231]</span></p> -<h2 class="nobreak" >XXIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Solo en el fogón.—¿Qué habría pensado yo si hubiera tenido menos -de treinta años?—Con las mujeres es mejor no estar uno -solo.—El crimen es hijo de las tinieblas.—El silencio es un -síntoma alarmante en la mujer.—Visitas inesperadas.—Yo no -sueño sino disparates.—Los filósofos antiguos han escrito -muchas necedades.</p> -</div> - - -<p>Me había quedado solo en el fogón, viendo arder las -brasas.</p> - -<p>Brillaban carbonizadas, y cuando más bellas estaban, -el viento las redujo á cenizas, lo mismo que los -desengaños desvanecen nuestras más gratas ilusiones.</p> - -<p>Mis pensamientos flotaban entre dos mundos.</p> - -<p>Ya eran prácticos, ya quiméricos, ora me parecían -de fácil realización, ora imposible de realizar; me sentía -grande y fuerte; pequeño y débil; dormitaba y me -despertaba; quería salir de allí y no salía.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>Porque el hombre no es dueño de sí mismo, sino -cuando tiene ideas fijas ó determinadas.</p> - -<p>Una voz dulce me sacó de aquella indecisión, murmurando -á mi oído:</p> - -<p>—Buenas noches. Di vuelta y al pálido resplandor -de las últimas brasas que se apagaban, reconocí á una -mujer.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_232"></a>[Pg 232]</span></p> - -<p>Era mi comadre Carmen.</p> - -<p>—¿Comadre, usted por aquí y á esta hora?—le dije.</p> - -<p>—Compadre, he sabido que se va mañana—me contestó.</p> - -<p>La hice que se sentara.</p> - -<p>Su rostro tenía una expresión tierna; su seno palpitaba -con violencia, agitando levemente los pliegues -de su camisa, más ajustada al cuello que de costumbre, -y su mirada traicionaba una inquietud mal disimulada.</p> - -<p>—¿Usted tiene algo, comadre?—le dije.</p> - -<p>—No, compadre—me contestó,—clavando la vista en -el moribundo fogón y comprimiendo un suspiro.</p> - -<p>Si yo no me hubiese hallado en ese período de la vida -en que el poeta exclamaba:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p>«My days are in the yellow leaf;<br /> -The flowers and fruits of love are gone.»</p> -</div> -</div> - - -<p>¡Quién sabe qué hubiera pensado!</p> - -<p>El viento había calmado, el cielo estaba cubierto de -nubes, las estrellas brillaban tímidamente, como luces -lejanas al través de opacas cortinas, el fogón eran -tibias cenizas, mi visita y yo nos veíamos como dos -sombras envueltas en sutil crespón.</p> - -<p>El silencio de la noche, interrumpido apenas por la -respiración acompasada de los que dormían cerca de -allí; la soledad poética del lugar; los pensamientos, -que como visiones de una edad más bella, cruzaron como -ráfagas de fuego por mi imaginación, le dieron momentáneamente -al cuadro un tinte novelesco.</p> - -<p>Desperté á Calixto, se levantó, le ordené que avivara -el fuego y cebara mate.</p> - -<p>Removió las cenizas, descubrió algunas brasas, so<span class="pagenum"><a id="Page_233"></a>[Pg 233]</span>pló -haciendo con las manos una especie de fuelle y un -momento después el fogón flameaba.</p> - -<p>Durante un rato, mi comadre y yo permanecimos -mudos, oyendo hervir el agua y crujir la leña.</p> - -<p>El fuego ejerce una influencia magnética, irresistible -sobre los sentidos, y he observado que al calor de -las llamas resplandecientes el corazón se dilata, que -las ideas germinan placenteras y el alma se eleva hacia -la cumbre de lo grande y de lo bello, en alas de ráfagas -generosas y sublimes.</p> - -<p>Por eso el crimen es hijo de las tinieblas y se ceba -en la obscuridad.</p> - -<p>Calixto me pasó un mate; lo tomé, y dándoselo á mi -comadre, la dije:</p> - -<p>—¿Por qué se ha quedado tan callada?</p> - -<p>Suspiró por toda contestación.</p> - -<p>Está visto que las mujeres son iguales en todas las -constelaciones, lo mismo en las montañas, donde las -nieves reinan eternamente, que entre las selvas románticas -donde el tímido <em>urutau</em> entona tristes endechas; -lo mismo á orillas del majestuoso Río de la Plata, que -en las dilatadas llanuras de la Pampa Argentina.</p> - -<p>Suspirar, creen que es hablar.</p> - -<p>Confieso que es un lenguaje demasiado místico para -un ser tan prosaico como yo.</p> - -<p>—¿Pero qué tiene, comadre?—le volví á preguntar.</p> - -<p>—Compadre—me contestó,—estoy triste porque -se va.</p> - -<p>—¿Y qué, le gustaría á usted que no me dejaran -volver?</p> - -<p>—No quiero decir eso.</p> - -<p>—¿Y entonces?</p> - -<p>—Quiero decir que siento no poder acompañarlo.</p> - -<p>—¿Y por qué no se viene á pasear al Río 4.º conmigo?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_234"></a>[Pg 234]</span></p> - -<p>—Porque no puedo.</p> - -<p>—¿No es usted libre?</p> - -<p>—¡Libre!</p> - -<p>—Libre, sí, ¿no es usted viuda?</p> - -<p>—¡Ah! compadre—exclamó con amargura,—usted -no sabe cómo es mi vida; usted no conoce esta tierra.</p> - -<p>Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando -si alguien había escuchado su indiscreta confesión.</p> - -<p>Su voz tenía algo de significativo y de misterioso.</p> - -<p>Me parecía que quería decirme algo más y que estaba -temerosa de que algún espía nocturno la oyera.</p> - -<p>Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábamos -solos y me senté más cerca de ella, diciéndole:</p> - -<p>—No hay nadie.</p> - -<p>—Compadre—me dijo;—no se vaya sin pasar por mi -toldo que queda en Carrilobo, cerca del de Villarreal, -allí lo espero; estará mi hermana, es mujer de confianza -y lo quiere, tengo algo que decirle, que le interesa -mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar, -por eso he venido, nadie me ha visto todavía...</p> - -<p>En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como -voces de indios <em>achumados</em>.</p> - -<p>Se levantó de golpe y diciéndome:—No quiero que -me vean aquí,—se deslizó por entre las sombras de la -noche.</p> - -<p>La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió -en la obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de -inquietud, de una inquietud inexplicable, oyendo al -mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el vocerío -de la chusma ebria.</p> - -<p>La luz de mi fogón los atrajo.</p> - -<p>Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo.</p> - -<p>Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino, -donde habían estado de <em>mamaran</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_235"></a>[Pg 235]</span></p> - -<p>Traía en la mano una limeta de bebida y venía bastante -<em>caldeado</em>. Sin apearse, me dijo:</p> - -<p>—¡Yapaí, hermano!</p> - -<p>—Yapaí, hermano—le contesté.</p> - -<p>Bebimos alternativamente, y tras del primer yapaí, -vinieron otros y otros.</p> - -<p>Afortunadamente, el aguardiente estaba muy aguado -y no traía cuerno, ni vaso, lo que me permitía mojar -sólo los labios, pues teníamos que tomar con la botella.</p> - -<p>Viendo que se ponían muy fastidiosos, que me amenazaban -con un largo <em>solo</em>, le dije á Calixto:</p> - -<p>—Ché, mira que hace frío, alcánzame el poncho.</p> - -<p>No tenía más que el que esa mañana me había regalado -Mariano Rosas; quise ver qué impresión hacía -verme con él.</p> - -<p>Me trajo Calixto el poncho y me lo puse.</p> - -<p>Como lo había calculado, surtió un efecto completo -mi ardid.</p> - -<p>—¡Ese coronel Mansilla toro!—exclamaron algunos.</p> - -<p>—¡Ese coronel Mansilla gaucho!—otros.</p> - -<p>Muchos me dieron la mano y otros me abrazaron y -hasta me besaron con sus bocas hediondas.</p> - -<p>Epumer me dijo repetidas veces:</p> - -<p>—¡Mansilla <em>peñi</em>! (hermano).</p> - -<p>En esos coloquios estábamos cuando un ruido semejante -al de un organito descompuesto se oyó, junto con -unas coplas, dedicadas á mí.</p> - -<p>Me dieron escalofríos, experimentando frío y calor -á la vez y una destemplanza nerviosa como la que produce -el roce de una lima en los dientes.</p> - -<p>¿De dónde salía aquel maldito negro con su execrable -acordeón, pues él en cuerpo y alma era el de la -música?</p> - -<p>¡Á qué averiguarlo!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_236"></a>[Pg 236]</span></p> - -<p>No pude resistir, y explotando la respetabilidad de -que me revestía el poncho de mi <em>compadre</em> y <em>hermano</em>, -le dije á Epumer y á su séquito:</p> - -<p>—Caballeros, buenas noches, es tarde, estoy cansado -y mañana me voy; tengo ganas de dormir.</p> - -<p>Y los dejé y me metí en mi rancho, y le mandé á -Calixto que cerrara bien la puerta, atando con <em>guascas</em> -el cuero que la cubría.</p> - -<p>Las visitas me saludaron con varias exclamaciones, -como ¡adiós, <em>peñi</em>! ¡adiós, amigo! ¡adiós, toro! gritaron -un rato, apagaron el fogón saltando por encima -con los caballos, alborotando los perros, hicieron un -gran barullo, y cuando se cansaron se fueron.</p> - -<p>Arrullado por su infernal gangolina me dormí.</p> - -<p>Toda la noche tuve los sueños más estrafalarios. Así -como casi todos los sentimientos de nuestra alma proceden -de las sensaciones de la <em>bestia</em>, así también casi -todas las visiones del espíritu dormido vienen de lo -que hemos visto ó contemplado despiertos, con los ojos -del cuerpo ó con los de la imaginación.</p> - -<p>Yo soy como los patanes.</p> - -<p>Nunca tengo presentimientos en sueños.</p> - -<p>Yo no he de ver nunca, como Píndaro, que las abejas -depositan su miel en mis labios;</p> - -<p>Ni como Hesiodo, nueve mujeres hechiceras, que -fueron las musas que lo inspiraron;</p> - -<p>Ni como Escipión, Numancia destruida, ó Cartago -derribada;</p> - -<p>Ni como Alejandro delante de Tiro, que Hércules me -presenta la mano desde lo alto de las murallas.</p> - -<p>Para que yo viese, á la verdad, en sueños, sería menester -que fuese más sobrio y virtuoso, ó es falso lo -que dice Sócrates, que un cuerpo saciado de placer ó -repleto de alimentos y de vino, le hace experimentar -al alma sueños extravagantes; de donde se deduce que<span class="pagenum"><a id="Page_237"></a>[Pg 237]</span> -los emperadores, los reyes, los presidentes, los ministros -y los diputados, todos, todos aquéllos, en fin, que -deben saber lo que hacen, y que á más de esto deben -procurar leer en lo futuro, <em>desde que gobernar es prever</em>, -deben ser gente muy parca en el comer y muy moderada -en el beber, amén de otras cosas indispensables -para que la digestión se haga regularmente.</p> - -<p>Yo no puedo tener sueños sino como los que tuve la -última noche que pasé en Leubucó.</p> - -<p>Ó he de ver disparates, que no se han de cumplir, ó -he de ver disparatadas las cosas que se cumplieron.</p> - -<p>Ó he de soñar que me han proclamado emperador -de los Ranqueles, que <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, Imperator</i>, ha -hecho coronar emperatriz á la china Carmen; ó he de -soñar que el baile de los indios está en moda en Buenos -Aires y que el botín con taco á lo Luis XV ha sido -reemplazado por la botita de potro de cuero de gato.</p> - -<p>Por el estilo fueron mis sueños.</p> - -<p>Y diga después Platón que el espíritu divino nos revela -en sueños el porvenir; y diga después Estrabón, -que los sueños nos dan á conocer la verdad, porque, -durante la noche, el entendimiento es más activo, -más puro, más claro que durante el día.</p> - -<p>Los tales antiguos eran unos utopistas de marca mayor.</p> - -<p>Los respeto sólo porque ya son viejos y murieron. -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_238"></a>[Pg 238]<br /><a id="Page_239"></a>[Pg 239]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXIV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>La loca de Séneca.—El sueño Cesáreo se me había convertido en -substancia.—Salida inesperada de Mariano Rosas.—Un bárbaro -pretende que un hombre civilizado sea su instrumento.—Confianza -en Dios.—El hijo del Comandante Araya.—Dios es -grande.—Una seña misteriosa.</p> -</div> - -<p>Me desperté con la cabeza hecha un horno; había -soñado tanto que mis ideas eran un embolismo.</p> - -<p>De pronto no pude darme cuenta de lo sucedido durante -la noche.</p> - -<p>Confundía los hechos reales con las visiones; me -parecía que había soñado con mi comadre Carmen, -con Epumer y el negro del acordeón, y que lo que había -visto en sueños era verdad.</p> - -<p>Amanecía; la luz del crepúsculo entraba en el rancho -por sus innumerables agujeros y lo iluminaba -con fantásticos resplandores.</p> - -<p>La cama era tan dura que estaba entumecido; me -movía con dificultad.</p> - -<p>Las impresiones del sueño persistían; no dormía -y veía lo mismo que había visto dormido.</p> - -<p>Durante un largo rato estuve como la loca de Séneca, -era ciega y no lo sabía; pedía que la hicieran<span class="pagenum"><a id="Page_240"></a>[Pg 240]</span> -cambiar de casa porque en la que habitaba no se veía -nada.</p> - -<p>Yo estaba despierto y no lo sabía.</p> - -<p>¡Caramba! ¡cómo cuesta cuando se ha soñado un -imperio convencerse al despertar que no es uno emperador!</p> - -<p>De tal modo se me había convertido en substancia -el sueño del poder, que á no ser los ladridos de unos -perros, que despertaron á mis oficiales, creo que me levanto -arrastrando el poncho de Mariano Rosas á guisa -de imperial manto de armiños.</p> - -<p>Unos «Buenos días, mi Coronel», de mi ayudante -Rodríguez, me despejaron los sentidos del todo.</p> - -<p>Abrí los ojos, que apretaba nerviosamente.</p> - -<p>Era de día, la claridad del rancho completa.</p> - -<p>La visión del imperio ranquelino desapareció de mi -retina. Pero como una sombra chinesca que se desvanece, -todavía cruzó por mi imaginación.</p> - -<p>Me pareció que había dormido un año. Yo no sé -por qué pintan el tiempo con alas. Yo lo pintaría con -pies de plomo. Será que las cosas que más deseo, son -siempre las que más tardan en suceder.</p> - -<p>Verdad es que las que más me gustan me parece que -pasan con demasiada velocidad.</p> - -<p>Llamé un asistente, vino, abrió la puerta, me levanté, -me vestí y salí del rancho.</p> - -<p>Decididamente me iba ese mismo día y no era emperador. -Lo uno me consoló de lo otro. Francamente, -el imperio ranquelino era más hermoso visto en sueños -que despierto.</p> - -<p>Me trajeron el parte de que en las tropillas no había -novedad y le hice prevenir á Camilo Arias que las -tuviera prontas para cuando cayera el sol.</p> - -<p>En seguida le hice preguntar á Mariano Rosas con<span class="pagenum"><a id="Page_241"></a>[Pg 241]</span> -el capitán Rivadavia si estaba en disposición de que -acabáramos de conversar.</p> - -<p>Me contestó que sí.</p> - -<p>Entré en su toldo; se acababa de bañar, tomaba mate -y una china le desenredaba los cabellos.</p> - -<p>—Hermano—me dijo al entrar, sin moverse,—siéntese -y dispense.</p> - -<p>—No hay de qué—repuse, sentándome.</p> - -<p>—¿Y cómo ha pasado la noche?—me preguntó.</p> - -<p>—Muy bien—le contesté.</p> - -<p>—¿Y siempre se va hoy?</p> - -<p>—Si usted no dispone otra cosa.</p> - -<p>—Usted es libre, hermano.</p> - -<p>—Bueno; quiero que me diga, ¿qué se le ofrece?</p> - -<p>—Hermano, deseo que no me apure por los cautivos -que debo entregar.</p> - -<p>—Entréguemelos según pueda.</p> - -<p>—Ya faltan pocos.</p> - -<p>—¿Cómo pocos?</p> - -<p>—Sí, pues.</p> - -<p>—No lo entiendo.</p> - -<p>Me hizo una relación de los cautivos que en diversas -épocas había remitido al Río 4.º, y concluyó diciéndome: -que agregando á esa cuenta ocho, se completaba -el número.</p> - -<p>Era una salida inesperada.</p> - -<p>¿Qué tenía que hacer el nuevo tratado de paz con los -cautivos anteriores?</p> - -<p>¿La idea era de él ó se la habían sugerido?</p> - -<p>Quise explorar el campo, fué en vano; circunspecto -y reservado no soltaba prendas.</p> - -<p>Resolví hablarle categóricamente, porque el incidente -era de tal naturaleza que <em>las paces</em> podían frustrarse, -y le dije:</p> - -<p>—Hermano, usted está equivocado; los cautivos que<span class="pagenum"><a id="Page_242"></a>[Pg 242]</span> -ha dado antes no tiene nada que ver con los que me -debe dar á mí; lea bien el Tratado y verá.</p> - -<p>—Sí, ya sé; pero yo lo decía porque usted pudiera -ser que lo pudiese arreglar.</p> - -<p>—¿Y cómo quiere que lo arregle?</p> - -<p>—Diciéndole al que los gobierna que se han recibido -los que yo digo.</p> - -<p>—¿Y cómo le voy á decir eso?</p> - -<p>—Yo le doy los nombres de los viejos.</p> - -<p>—No puedo hacer eso.</p> - -<p>—¿Entonces?...</p> - -<p>—¿Y entonces qué?...</p> - -<p>—Haremos lo que usted dice.</p> - -<p>—Eso es—le contesté.</p> - -<p>Y para mis adentros dije: Era lo único que me faltaba, -que este bárbaro me hiciera instrumento suyo.</p> - -<p>No me contestó.</p> - -<p>—¿Y, no tiene otra cosa que decirme?—le pregunté.</p> - -<p>—Sí, pero lo dejaremos para más tarde—me contestó.</p> - -<p>—¿Tendremos tiempo?</p> - -<p>—Sí, hemos de tener.</p> - -<p>Me quedé callado á mi vez.</p> - -<p>En los tres fogones del toldo cocinaban.</p> - -<p>—Vamos á almorzar—me dijo, y pidió en su lengua -que nos sirvieran.</p> - -<p>No le contesté.</p> - -<p>Trajeron platos y cubiertos y pusieron una olla de -puchero de vaca entre él y yo.</p> - -<p>Me sirvió un platazo. Comí y callé.</p> - -<p>Hacía largo rato que comíamos sin mirarnos ni hablarnos, -cuando se presentó un indio, que le habló -en araucano con suma vivacidad, y á quien le contestó -de igual manera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_243"></a>[Pg 243]</span></p> - -<p>Nada entendí; sólo percibí varias veces las palabras: -indio Blanco.</p> - -<p>Me dió curiosidad.</p> - -<p>Pero me dominé; nada pregunté.</p> - -<p>El indio se fué.</p> - -<p>Continuamos en silencio.</p> - -<p>—Es el indio Blanco—me dijo.</p> - -<p>—¿Y qué hay?—repuse.</p> - -<p>—Anda hablando de usted: dice que le va á salir -á la cruzada.</p> - -<p>¿Si será una composición de lugar para asustarme -y hacerme suspender el viaje? reflexioné, preguntándole.</p> - -<p>—¿Y qué piensa hacerme?</p> - -<p>—Matarlo—me contestó sonriéndose.</p> - -<p>—¡Matarme, eh!</p> - -<p>—Así dice él.</p> - -<p>—Pues dígale que nos veremos las caras.</p> - -<p>—Le he mandado decir que se deje de andar <em>valaqueando</em>; -que si no le gustan las paces, por qué se ha -vuelto de Chile; que ya le hice prevenir el otro día -que anduviera derecho.</p> - -<p>Y como me dijera todo esto con aire de verdad, pintándose -en su fisonomía cierta prevención contra el -indio Blanco, le dije en tono amistoso:</p> - -<p>—Gracias, hermano.</p> - -<p>Seguimos callados.</p> - -<p>No me miraba, tenía la vista fija en un zoquete de -carne que pelaba con los dedos; me pareció que quería -que yo hablara, que le pidiera algo, y resolví no hacerlo.</p> - -<p>Volvió el que había ido con el mensaje para el indio -Blanco, habló unas pocas palabras y se marchó.</p> - -<p>—Dice el indio Blanco que se va para el Toay—me -dijo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_244"></a>[Pg 244]</span></p> - -<p>—¿Para el Toay?</p> - -<p>—Sí, y dice que va á buscar ovejas á la provincia -de Buenos Aires, porque están á muy buen precio en -Chile.</p> - -<p>—¡Pícaro!—exclamé.</p> - -<p>—¡Es muy pícaro!—exclamó él.</p> - -<p>Seguimos callados.</p> - -<p>Al rato me dijo:</p> - -<p>—¿Á qué hora es la marcha?</p> - -<p>—Á las cuatro—le contesté.</p> - -<p>Seguimos callados.</p> - -<p>Por fin me dijo:</p> - -<p>—¿Y dígame, hermano, usted qué me encarga?</p> - -<p>—¿Qué le encargo?</p> - -<p>—¡Sí!</p> - -<p>—Que se acuerde en todo tiempo de su compadre.</p> - -<p>Y esto diciendo me levanté y salí del toldo.</p> - -<p>Ordené que todo el mundo se aprestara á marchar, -y me fuí á decirles adiós á algunos conocidos que moraban -en los toldos vecinos.</p> - -<p>Á la hora estuve de vuelta; mi gente estaba pronta, -no faltaba sino que arrimaran las tropillas y ensillar.</p> - -<p>Hacía un día hermosísimo; íbamos á tener una tarde -deliciosa.</p> - -<p>Muchos se preparaban para acompañarme.</p> - -<p>El desgraciado Macías veía los preparativos recostado -en un horcón de mi rancho y su tétrica fisonomía -revelaba el sufrimiento de la desesperación.</p> - -<p>Me acerqué á él y le dije:</p> - -<p>—¡Ten confianza en Dios!</p> - -<p>—¡En Dios!—murmuró.</p> - -<p>—Sí, ¡en Dios!—le repetí, lanzándole una mirada -en la que debió leer el pensamiento:—El que desespera -en Dios no merece la libertad,—y entré en el -rancho de Ayala.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_245"></a>[Pg 245]</span></p> - -<p>Me había ofrecido entregarme un niño cautivo que -tenía. Era un hijo del comandante Araya, vecino de -la Cruz Alta. El pobrecito lo sabía, veía que yo me -marchaba por momentos, que nada le decía de prepararse, -y sentado en el fogón de mis soldados lloraba -desconsolado. Partía el corazón verle.</p> - -<p>Ayala me dijo, que no tenía inconveniente en cumplirme -su promesa; pero que tenía que avisárselo á -Mariano Rosas.</p> - -<p>—Y qué, ¿no está prevenido desde el otro día?—le -pregunté.</p> - -<p>—Sí, sí está.</p> - -<p>—¿Y entonces?</p> - -<p>—Puede haber cambiado de opinión.</p> - -<p>—Bueno, vaya, pues; háblele para que se apronte -el niño.</p> - -<p>Salió, y volvió diciéndome que era necesario pagar -en prendas de plata doscientos pesos bolivianos.</p> - -<p>—¿Y qué prendas han de ser?—le pregunté á Ayala.</p> - -<p>—Estribos—me contestó.</p> - -<p>Mandé en el acto al capitán Rivadavia que se los -comprara á uno de los pulperos que había llevado el -padre Burela, ofreciéndole en pago una letra sobre -Mendoza.</p> - -<p>Mientras tanto el pobre cautivo se aprestaba para -la marcha con infantil alegría.</p> - -<p>Volvió el capitán Rivadavia con los estribos, se los -di á Ayala y éste fué á llevárselos á Mariano Rosas.</p> - -<p>Volvió cabizbajo.</p> - -<p>¡Qué mundo aquél! ¡El cacique había vuelto á cambiar -de parecer! Ya no quería sólo estribos; quería -cien pesos en prendas y cien en plata.</p> - -<p>Se buscaron los cien pesos y se hallaron.</p> - -<p>Le entregué todo á Ayala, se lo llevó á Mariano Rosas; -al punto estuvo de regreso, contestándome todo<span class="pagenum"><a id="Page_246"></a>[Pg 246]</span> -cortado que el <em>General</em> había mudado una vez más de -parecer.</p> - -<p>Me dió un acceso de cólera; vociferé cuanto se me -vino á la boca, apostrofando á Mariano é insultándolo, -hasta que cediendo á los ruegos de Ayala, que -parecía muy contrariado, me calmé un poco.</p> - -<p>Para hacerme callar del todo, me dijo en voz baja:</p> - -<p>—No me comprometa, mire que estamos rodeados -de espías.</p> - -<p>Y esto diciendo me señaló unos indios rotosos y mugrientos -en quienes nadie reparaba, que estaban por -allí acurrucados y echados de barriga en el suelo, como -animales.</p> - -<p>Con el alma dolorida é irritado de mi impotencia, -entré en mi rancho, llamé al hijito de Araya, y con -paternal estudio le preparé á recibir el terrible desengaño.</p> - -<p>¡Qué contento estaba!</p> - -<p>¡Qué mustio y lloroso quedó!</p> - -<p>¡Qué fugaces son las horas de la felicidad!</p> - -<p>Le abracé, le acaricié, le rogué por sus padres que -tuviera valor; le ofrecí rescatarlo pronto, ofrecimiento -que cumplí, y hasta que no le vi resignado á su -suerte, no me separé de él.</p> - -<p>Al salir de mi rancho, Macías me dijo:</p> - -<p>—¿Qué te parece?</p> - -<p>—¡Dios es grande!—le contesté.</p> - -<p>Suspiró, y exclamó como dudando de la omnipotencia -divina: ¡Dios!...</p> - -<p>Yo me dirigí al toldo de Mariano Rosas.</p> - -<p>La hora de partir se acercaba.</p> - -<p>Camilo Arias me hizo una seña misteriosa.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_247"></a>[Pg 247]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Astucia y resolución de Camilo Arias.—Última tentativa para -sacar á Macías.—Un indio entre dos cristianos.—<i lang="la" xml:lang="la">Confitemini -Domino.</i>—Frialdad de la salida.—La palabra amigo en Leubucó -y en otras partes.—El camino de Carrilobo.—<i lang="en" xml:lang="en">Horrible, -most horrible!</i>—Todavía el negro del acordeón.—Felicidad pasajera -de Macías.</p> -</div> - - -<p>Ya he dicho que Camilo Arias conocía la lengua de -los indios y que éstos lo ignoraban. Algo había oído, -cuando espiaba la ocasión de hacerme una seña. Mis -órdenes no habían variado; conmigo no tenía que hablar -sino en casos urgentes y graves.</p> - -<p>¿Qué habrá? me dije, al entrar en el toldo de Mariano -Rosas; me detuve, y diciéndole á éste: Ahora -vuelvo, haciendo como que buscaba en mis bolsillos un -objeto extraviado, di media vuelta, salí y me dirigí á -mi rancho.</p> - -<p>El astuto vigilante Camilo agachó la cabeza, fijó la -vista en tierra, caminó distraído y sin rumbo, al parecer, -y por medio de una maniobra casual para quien -no hubiera estado en autos, al mismo tiempo que yo -entraba en mi rancho, él se recostaba en sus pajizas paredes -y por uno de sus resquicios me decía:</p> - -<p>—Hay novedad, señor.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_248"></a>[Pg 248]</span></p> - -<p>—Entra—le contesté,—llamando á varios oficiales -y asistentes para que no se notara su entrada.</p> - -<p>Entraron unos y otros, les di ciertas órdenes, se retiraron -y así que estuvimos solos con Camilo, le pregunté:</p> - -<p>—¿Qué hay?</p> - -<p>—Acabo de oirles, en el corral, una conversación á -unos indios—me contestó.</p> - -<p>—¿Qué decían?</p> - -<p>—Que nos iban á salir á la cruzada.</p> - -<p>—¿Por dónde?</p> - -<p>—Por los montes de la Jarilla.</p> - -<p>—¿Y qué más decían?</p> - -<p>—Que á mí me tenían mucha gana; que yo he muerto -muchos indios; que á un capitanejo le he dado un -sablazo en la cara, que todavía tiene la cicatriz, que á -otro lo hice prisionero y se lo llevaron á Córdoba.</p> - -<p>—¿Nada más decían?</p> - -<p>—Sí, señor; decían más; que usted me ha traído á -mí para burlarse de ellos.</p> - -<p>—¿Y saben que me voy hoy?</p> - -<p>—Sí, señor, y que va á dormir en el toldo de Ramón.</p> - -<p>Me decía esto, cuando una voz que yo no podía oir -sin experimentar una conmoción nerviosa, dijo desde -la puerta del rancho sin asomarse:</p> - -<p>—Con el permiso de su mercé.</p> - -<p>No necesitaba dar vuelta y mirar, para ver quién -era. No sonaba el acordeón; pero él estaba ahí, con -sus notas paradas.</p> - -<p>Sin darme tiempo para contestarle y entrando, añadió:</p> - -<p>—Dice el General que por qué no va.</p> - -<p>—Dile que ya voy—le contesté.</p> - -<p>Salió el negro, le pregunté á Camilo que si los indios -ésos que habían estado hablando estaban ahí, me<span class="pagenum"><a id="Page_249"></a>[Pg 249]</span> -contestó que sí; le despedí y pasé al toldo de Mariano -Rosas.</p> - -<p>Lo que los indios decían de Camilo era cierto.</p> - -<p>Varias veces, siendo soldado raso, midió sus armas -con los indios, mató algunos, hirió á un capitanejo muy -mentado y á otro lo tomó prisionero.</p> - -<p>Yo estuve por no llevarle conmigo.</p> - -<p>Pero tenía tanta confianza en él, me era tan útil -en el campo, por su instinto admirable, que prescindí -de los antecedentes referidos y lo agregué á mi comitiva.</p> - -<p>Por supuesto que para acabar de probar el temple -de su alma, antes de darle la orden de aprontarse para -marchar le pregunté si no tenía recelo de ir conmigo -á los indios, á lo cual me contestó:</p> - -<p>—Señor, donde usted vaya voy yo.</p> - -<p>—¿Y si los indios te conocen?—le observé.</p> - -<p>—Señor—repuso,—yo no les he peleado á traición.</p> - -<p>Entré en el toldo de Mariano Rosas.</p> - -<p>Estaba con visitas.</p> - -<p>Todos eran indios conocidos, excepto uno en cuya -cara se veía una herida longitudinal que si hubiera sido -más oblicua, lo deja sin narices.</p> - -<p>Mariano Rosas me recibió con más afabilidad que -nunca, y después de preguntarme si ya estaba pronto, -me dijo, señalando al indio de la herida:</p> - -<p>—¿Lo conoce, hermano?</p> - -<p>—No—le contesté.</p> - -<p>—Ese sablazo se lo ha dado Camilo Arias—agregó.</p> - -<p>—Eso tiene andar en guerra—repuse.</p> - -<p>—Es verdad, hermano—me contestó.</p> - -<p>Oyendo una contestación tan razonable, le referí lo -que acababa de decirme Camilo Arias.</p> - -<p>No me contestó.</p> - -<p>Habló con las visitas, levantando mucho la voz; las<span class="pagenum"><a id="Page_250"></a>[Pg 250]</span> -despidió con un ademán, y no bien habían salido del -toldo, me dijo:</p> - -<p>—No tenga cuidado, hermano, nadie lo ha de incomodar -en su viaje, ahora estamos de paces.</p> - -<p>—Así lo espero.</p> - -<p>Y sin darle tiempo á hablar, agregué:</p> - -<p>—Hermano, mis caballos están prontos. Deseo me -diga qué se le ofrece.</p> - -<p>Me hizo una porción de preguntas relativas al Tratado, -me anunció en prenda de amistad, una invasión -de Calfucurá á la frontera Norte de Buenos Aires por -la Mula Colorada, me hizo varios encargos, y terminó -pidiéndome, que las partidas corredoras de campo de -mi frontera no avanzaran tanto al Sur, como tenían -costumbre de hacerlo; fundándose en que eso alarmaba -mucho á los indios; porque los que salían á <em>boleadas</em>, -cruzaban siempre sus rastros y venían llenos de temores.</p> - -<p>Satisfice sus preguntas sobre el Tratado, le ofrecí -llenar sus encargos, le prometí que las partidas corredoras -de campo harían el servicio de otro modo, y me -quedé estudiosamente distraído con la mirada fija en -el suelo.</p> - -<p>—¿Se va contento, hermano?</p> - -<p>En lugar de contestarle, miré como diciéndole: ¿y -me lo pregunta usted?</p> - -<p>—Yo he hecho todo cuanto he podido por servirle y -porque lo pasara bien—me dijo.</p> - -<p>—Así será; pero yo le he pedido una cosa y me la -ha negado—le contesté.</p> - -<p>—¿Qué cosa, hermano?</p> - -<p>—¿Para qué se lo he de decir?</p> - -<p>—Dígamelo, hermano.</p> - -<p>—Me voy sin Macías, y usted sabe que es un compromiso -para mí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_251"></a>[Pg 251]</span></p> - -<p>—¡Macías! ¡Macías! ¿Y para qué quiere ese <em>dotor</em>, -hermano?—exclamó.</p> - -<p>—Ya se lo he dicho á usted; Macías no es un cautivo. -Usted está obligado por el Tratado á dejarlo en libertad, -él quiere irse y usted no lo deja salir.</p> - -<p>Se quedó pensativo...</p> - -<p>Yo le observaba de reojo.</p> - -<p>Llamó...</p> - -<p>Vino un indio.</p> - -<p>—Ayala—le dijo,—y el indio salió.</p> - -<p>Permanecimos en silencio.</p> - -<p>Vino Ayala.</p> - -<p>Mariano Rosas le habló así. Repito sus palabras casi -textualmente:</p> - -<p>—Coronel, mi hermano quiere sacarlo al <em>dotor</em>, yo -pensaba dejarlo dos años más para que pagase lo que -ha hecho contra ustedes, que son hombres buenos y -fieles.</p> - -<p>Ayala no contestó, sus ojos se encontraron con los -míos.</p> - -<p>—Coronel—le dije,—Macías es un pobre hombre, -¿qué ganan ustedes con que esté aquí? Sean ustedes -generosos; si él no ha correspondido como debía á la -hospitalidad que le han dispensado, perdónenlo, tengan -ustedes presente que no es un cautivo, que el Tratado -le obliga á mi hermano á dejarlo en libertad y -que reteniéndolo me comprometen á mí, le comprometen -á él y comprometen la paz que tanto nos ha costado -arreglar.</p> - -<p>Ayala no contestó, se encogió de hombros.</p> - -<p>Mariano Rosas le miró con aire consultivo y le dijo:</p> - -<p>—Resuelva, Coronel.</p> - -<p>No le di lugar á que contestase y le dije:</p> - -<p>—Amigo, piense usted que ese hombre no está aquí -por su gusto, y que si ustedes se oponen á que salga,<span class="pagenum"><a id="Page_252"></a>[Pg 252]</span> -quedará justificado cuanto ha escrito en las cartas -que mi hermano me ha hecho leer.</p> - -<p>Ayala lo miró á Mariano Rosas como diciéndole: -Resuelva usted.</p> - -<p>Viendo que vacilaba en contestar, me levanté, y estirándole -la mano, le dije:</p> - -<p>—Hermano, ya me voy.</p> - -<p>—Aguárdese un momento—me contestó,—y dirigiéndose -á Ayala, le dijo:</p> - -<p>—¿Y qué hacemos?</p> - -<p>—¡Adiós! ¡adiós! hermano, ya me voy, volví á decirle.</p> - -<p>—Que se lo lleve—contestó Ayala.</p> - -<p>—Bueno, hermano—dijo Mariano Rosas,—y se puso -de pie, me estrechó la mano y me abrazó reiterando sus -seguridades de amistad.</p> - -<p>Salí del toldo.</p> - -<p>Mi gente estaba pronta, Macías perplejo, fluctuando -entre la esperanza y la desesperación.</p> - -<p>—¡Ensillen!—grité.</p> - -<p>—Y...—me preguntó Macías,—brillando sus ojos -con esa expresión lánguida que destellan, cuando el -convencimiento le dice al prisionero: ¡Todo es en vano!—y -el instinto de la libertad: ¡Todavía puede ser, -valor!</p> - -<p>Me acordé del salmo de Fray Luis de León <cite>Confitemini -Domino</cite>, y le contesté:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p>«Cantemos juntamente,<br /> -cuán bueno es Dios con todos, cuán clemente.<br /> -Canten los libertados,<br /> -los que libró el Señor del poderío<br /> -del áspero enemigo...»</p> -</div> -</div> - -<p>—¿De veras?—me preguntó enternecido.</p> - -<p>—De veras—le contesté, y diciéndole en voz baja, -<span class="pagenum"><a id="Page_253"></a>[Pg 253]</span> -—disimula tu alegría, le grité á Camilo Arias: ¡un -caballo para el Dr. Macías!</p> - -<p>Entré al rancho de Ayala, me despedí de Hilarión -Nicolai y de algunas infelices cautivas, y un momento -después estaba á caballo.</p> - -<p>Los que me habían ofrecido acompañarme, viendo -que Mariano Rosas no se movía, se quedaron con los -caballos de la rienda, ni siquiera se atrevieron á disculparse.</p> - -<p>La entrada había sido festejada con cohetes, descargas -de fusilería, cornetas y vítores; la salida era -el reverso de la medalla: me echaban, por decirlo así, -con cajas destempladas.</p> - -<p>Sólo un hombre me dijo adiós, con cariño, sin ocultarse -de nadie, ni recelo: Camargo.</p> - -<p>Aquel bandido tenía el corazón grande.</p> - -<p>El cacique se mostraba indiferente; los amigos habían -desaparecido.</p> - -<p>En Leubucó, lo mismo que en otras partes, la palabra -amigo ya se sabe lo que significa.</p> - -<p>Amigo, le decimos á un postillón, te doy un escudo -si me haces llegar en una hora á Versalles, dice el conde -de Segur, hablando de la amistad. Amigo, le decía -un transeúnte á un pillo, iréis al cuerpo de guardia -si hacéis ruido. Amigo, le dice un juez al malvado, -saldréis en libertad si no hay pruebas contra vos; si -las hay, os ahorcarán.</p> - -<p>Con razón dicen los árabes, que para hacer de un -hombre un amigo, se necesita comer junto con él una -fanega de sal.</p> - -<p>Mariano Rosas estaba en su enramada, mirándome -con indiferencia, recostado en un horcón.</p> - -<p>Me acerqué á él, y dándole la mano, le dije por última -vez:—¡Adiós, hermano!</p> - -<p>Me puse en marcha. El camino por donde había<span class="pagenum"><a id="Page_254"></a>[Pg 254]</span> -caído á Leubucó venía del Norte. Para pasar por las -tolderías de Carrilobo y visitar á Ramón, tenía que -tomar otro rumbo. Mariano Rosas no me ofreció baqueano. -Partí, pues, solo, confiado en el olfato de -perro perdiguero de Camilo Arias. Sólo me acompañaba -el capitán Rivadavia, que regresaría de la Verde, -para permanecer en Tierra Adentro hasta que llegasen -las primeras raciones estipuladas en el tratado -de paz.</p> - -<p>¿Qué había determinado la mudanza de Mariano -Rosas después de tantas protestas de amistad? Lo -ignoro aún.</p> - -<p>Galopábamos por un campo arenoso, yo iba adelante, -Camilo Arias á mi lado, mi gente desparramada.</p> - -<p>Era la tarde, el sol declinaba, en lontananza divisábamos -un monte, cruzábamos una sucesión de médanos, -tendía de vez en cuando la vista atrás, Leubucó -se alejaba poco á poco, me parecía un sueño.</p> - -<p>Llegamos á una aguadita, donde Camargo tenía su -<em>puesto</em>. Hallé allí un compadre, el indio Manuel López, -educado en Córdoba, que sabe leer y escribir. -Eché pie á tierra para esperar que llegara toda mi -gente y marchar unidos; íbamos á entrar en el monte -y la noche se acercaba.</p> - -<p>Sucesivamente se me incorporaron los que se habían -quedado atrás. Viendo que faltaba Macías, pregunté -por él. Ahí viene, me contestaron. Efectivamente, -á poca distancia se veía el polvo de un jinete. -Llegó éste. Yo conversaba con Manuel López mirando -en otra dirección. Al sentir sujetar un caballo, di -vuelta, y creyendo ver á Macías, vi...... ¡horrible -visión! <i lang="en" xml:lang="en">horrible, most horrible!</i> al negro del acordeón. -Quiso hacer sonar su abominable instrumento, -se lo impedí.</p> - -<p>¿Qué venía á hacer?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_255"></a>[Pg 255]</span></p> - -<p>Después lo sabremos.</p> - -<p>Esperé á Macías un rato.</p> - -<p>No apareció.</p> - -<p>—Lo han de haber hecho quedar—me dijo el capitán -Rivadavia;—yo por eso le dije, cuando usted se -puso en marcha, viéndolo que perdía el tiempo en despedidas: -Siga, amigo, con el Coronel.</p> - -<p>Estábamos en un bajo hondo; mandé dos hombres -al galope á ver si divisaban algunos polvos.</p> - -<p>Partieron, y cuando ya iba á obscurecer, volvieron -diciéndome que nada se veía.</p> - -<p>No era posible esperar más.</p> - -<p>Hice algunas prevenciones sobre el orden de la marcha -por el monte, porque la noche estaría muy obscura, -y partimos.</p> - -<p>¡Qué poco había durado la felicidad de Macías! -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_256"></a>[Pg 256]<br /><a id="Page_257"></a>[Pg 257]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXVI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Á orillas de un monte.—Un barómetro humano.—En marcha con -antorchas.—Ecos extraños.—Conjeturas.—Un chañar convertido -en lámpara.—Aparición de Macías.—Inspiración del gaucho.—Alrededores -del toldo de Villarreal.—Una cena.—Cumplo -mi palabra.</p> -</div> - - -<p>Al llegar á la orilla del monte, la obscuridad de -la noche era completa.</p> - -<p>No nos veíamos á corta distancia.</p> - -<p>Seguíamos un camino enmarañado, cuyos surcos -profundos y tortuosos comenzaban á abrirse como un -gran abanico desplegado.</p> - -<p>Hicimos alto; reconocimos la senda que debíamos -tomar y combinamos un plan de señales para el caso -de que alguien se extraviara en la espesura.</p> - -<p>Era lo más factible.</p> - -<p>Soplaba un viento fresco de <em>abajo</em>, grupos inmensos -de pardas nubes recorrían rápidamente el espacio, -flotando como fantasmas informes por el piélago incoloro -del vacío; los relámpagos brillaban como saetas -de fuego, lanzadas del cielo á la tierra; el trueno -rugía imponente y sus sordas detonaciones, haciendo -temblar al suelo, llegaron hasta nosotros como el estampido -de lejanas descargas de cañón.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_258"></a>[Pg 258]</span></p> - -<p>La tempestad era inminente.</p> - -<p>Ya caían algunas gotas de agua; el viento silbaba, -giraba, calmaba, volvía á soplar y remolineaba, azotando -con ímpetu fragoroso el bosque umbrío.</p> - -<p>Las tropillas se movían circularmente, de un lado -á otro y el metálico cencerro mezclaba sus vibraciones -con las armonías del viento.</p> - -<p>Yo vacilaba entre seguir la marcha ó acampar.</p> - -<p>Llamé á Camilo Arias y le pregunté:</p> - -<p>—¿Qué te parece, lloverá?</p> - -<p>Miró el cielo, siguió el curso de las nubes, le tomó -el olor al viento, y me contestó:</p> - -<p>—Si calma el viento, lloverá; si no, no.</p> - -<p>—¿Entonces, seguiremos?</p> - -<p>—Me parece mejor; en el monte sufrirán menos -los animales, porque si llueve caerá piedra.</p> - -<p>—¡Y no se perderán algunos caballos?</p> - -<p>—No se han de mover, los tendremos á ronda cerrada -en alguna abra.</p> - -<p>—¿Y has tomado la senda?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Estás cierto?</p> - -<p>—¡Cómo no!</p> - -<p>—¿No te parece prudente que llevemos luces de señal?</p> - -<p>—Sería bueno, señor.</p> - -<p>—Bien, pues; que hagan pronto unos manojos de -paja y sebo.</p> - -<p>Se retiró, volvió un momento después y me avisó -que todo estaba pronto.</p> - -<p>Nuestros paisanos hacen algunas cosas con una rapidez -admirable.</p> - -<p>Las señales consistían en antorchas de pasto seco, -atadas en la punta de unos palos largos.</p> - -<p>—¡En marcha!—grité,—y cuidado con apartarse de<span class="pagenum"><a id="Page_259"></a>[Pg 259]</span> -la senda; marchen en hilera; si alguno se separa y se -extravía, dé dos silbidos, se le contestará con palmadas; -¡sigan la luz!</p> - -<p>Y esto diciendo me puse detrás de Camilo, que hacía -de faro ambulante.</p> - -<p>Desfilábamos; el huracán bramaba, tronchando los -árboles, las baterías eléctricas fulminaban la negra -esfera con rápidas intermitencias, el rayo serpenteaba -horizontalmente, de arriba abajo, en líneas rectas -y oblicuas, descubriendo entre sombras y luz algunas -remotas estrellas; el bronco trueno, en incesante -repercusión, conmovía la masa aérea impalpable y -el alma de los nocturnos caminantes se replegaba sobrecogida -sobre sí misma como cuando signos materiales -visibles le auguran un peligro cercano.</p> - -<p>Oyóse un eco semejante al que saldría de las entrañas -de la tierra si los que descansan en eternal reposo -exhalaran gemidos desgarradores de profunda desesperación.</p> - -<p>Se repitió varias veces.</p> - -<p>Unas veces parecía venir de atrás, otras de delante, -ya de la izquierda, ya de la derecha.</p> - -<p>El camino daba interminables vueltas, buscando el -terreno menos gualdaloso y evitando los lugares más -tupidos.</p> - -<p>—Es una voz de hombre—me dijo Camilo.</p> - -<p>—¿Se habrá perdido alguien?</p> - -<p>—Silbaría, señor.</p> - -<p>—¿Y entonces? ¿Será algún indio?</p> - -<p>—Puede ser que se haya encontrado con algún tigre. -¡Les tienen tanto miedo!</p> - -<p>El viento iba amainando; gruesas gotas de agua -caían ya.</p> - -<p>—Va á llover, señor—me dijo Camilo.</p> - -<p>—Hagamos alto aquí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_260"></a>[Pg 260]</span></p> - -<p>Estábamos en un pequeño descampado.</p> - -<p>Cesó el viento del todo, chocáronse dos nubes que seguían -opuestas direcciones y simultáneamente se desplomó -la lluvia, apagando las antorchas.</p> - -<p>—¡Pronto! ¡pronto! que maneen las madrinas; todo -el mundo de fonda—grité.</p> - -<p>El agua caía á torrentes, nos veíamos unos á otros -al fulgor de los relámpagos, las tropillas estaban quietas, -no faltaba nadie.</p> - -<p>El eco misterioso se oía de vez en cuando, ora se -acercaba, ora se alejaba.</p> - -<p>Al fin pudieron percibirlo todos.</p> - -<p>—No es voz de indio—dijo Camilo.</p> - -<p>—¿Y qué es?—le pregunté.</p> - -<p>Su oído era como su vista, jamás le engañaba. No -me contestó, permaneció atento. Resonó el eco, ahogándolo -un trueno.</p> - -<p>—¿Qué es?—le pregunté.</p> - -<p>—No es voz de indio—dijo Camilo.</p> - -<p>No se oía nada.</p> - -<p>En medio de la luz del rayo, del trueno bramador y -del ruido monótono del agua, estábamos envueltos en -un profundo silencio.</p> - -<p>Volvióse á oir el eco.</p> - -<p>—Gritan—dijo Camilo.</p> - -<p>—¿Qué cosa?</p> - -<p>—Gritan no más, señor.</p> - -<p>—¿Pero qué gritan?</p> - -<p>—Gritan ¡eeeeeh!</p> - -<p>—¿Será alguno que va arreando animales?</p> - -<p>—No me parece, señor.</p> - -<p>—¡Escucha! ¡escucha!</p> - -<p>El agua disminuía y el viento soplaba con fuerza de -nuevo. El cielo se despejaba, las nubes se rarificaban, -el rayo y el trueno se alejaban, refrescaba, y un aire<span class="pagenum"><a id="Page_261"></a>[Pg 261]</span> -más puro y balsámico, dilatando los pulmones, anunciaba -la bonanza.</p> - -<p>Cesó la lluvia, se serenó el cielo, brillaron las estrellas, -la luna asomó su rostro bello y el eco del que gritaba -se oyó perceptiblemente.</p> - -<p>—Es un cristiano—dijo Camilo.</p> - -<p>—Contéstenle.</p> - -<p>—¡Aaaaah!—hicieron varios á un tiempo.</p> - -<p>—Yo...—pareció oirse otra vez.</p> - -<p>No había duda, era un cristiano extraviado en el -bosque, quién sabe desde cuándo, que oía el cencerro de -las madrinas y desesperado pedía ayuda.</p> - -<p>—¿Quién es?—gritaron unos.</p> - -<p>—Por acá, otros.</p> - -<p>Y en eso estábamos, sin poder percibir más que el -eco de las últimas sílabas de lo que nos contestaban.</p> - -<p>—Ha de ser algún cautivo que se ha escapado, y -como oye cencerro, calcula que somos nosotros—dijo el -capitán Rivadavia.</p> - -<p>—Es verdad que ellos no usan cencerro, le contesté, -pareciéndome justísima su conjetura.</p> - -<p>Los gritos misteriosos no resonaban ya.</p> - -<p>Mandé silbar; lo hicieron varios á una.</p> - -<p>No contestaron.</p> - -<p>Estábamos con el oído atento, cuando los resplandores -de una llamarada brillaron de improviso, iluminando -el cuadro que formábamos alrededor de un espinillo -formidable y coposo.</p> - -<p>El ingenioso Camilo, á fuerza de sebo y de paja, de -soplar y soplar, había conseguido hacer fuego en la -horquilla que formaba la extremidad del tronco de un -carcomido chañar, medio carbonizado.</p> - -<p>La luz debía verse de bastante lejos á pesar de los -árboles.</p> - -<p>Varios á un tiempo gritaron:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_262"></a>[Pg 262]</span></p> - -<p>—¡Aaaaah!</p> - -<p>Una voz contestó algo que no se pudo comprender -bien. Continuamos telegrafiando de esa manera; el improvisado -fanal ardía y los ecos de mi gente se perdían -por la selva.</p> - -<p>De repente se oyó una voz que á varios nos pareció -conocida.</p> - -<p>—Es el doctor Macías—dijo Camilo.</p> - -<p>Efectivamente era su voz, ú otra tan parecida á la -suya, que se confundían.</p> - -<p>—¡Pronto! ¡pronto! salgan unos cuantos y hagan -señas, ordené, previniendo no perdieran de vista el -fuego.</p> - -<p>La voz seguía oyéndose.</p> - -<p>—Es el doctor, señor, volvió á afirmar Camilo, añadiendo: -y viene con el caballo muy pesado.</p> - -<p>—¿Y en qué le conoces, hombre?</p> - -<p>—Si se oyen ya hasta los rebencazos que le da; oiga, -señor, oiga.</p> - -<p>Mi oído no era de tísico como el suyo.</p> - -<p>—¡Macías! ¡Macías!—grité.</p> - -<p>—¡Lucio! ¡Lucio!—me contestaron.</p> - -<p>Era él.</p> - -<p>—¡Por acá! ¡por acá!—gritaban los hombres que -acababa de destacar.</p> - -<p>Macías se presentó, como nosotros, hecho una sopa.</p> - -<p>—¿Y qué es esto?—le pregunté.</p> - -<p>—Me quedé atrás por despedirme de algunos conocidos; -cuando salí de Leubucó, ustedes iban como á -una legua, se divisaba muy bien el polvo, y no quise -apurar mi caballo; subía yo al último médano, y ustedes -llegaban á la orilla del monte; calculé mal el -tiempo, obscureció y me perdí.</p> - -<p>—¿Y de qué conocidos tenías que despedirte?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_263"></a>[Pg 263]</span></p> - -<p>—De algunos indios que más de una vez me dieron -de comer.</p> - -<p>—¿Y de Mariano Rosas también te despediste?</p> - -<p>—Por supuesto, no me ha tratado tan mal.</p> - -<p>El esclavo no conoce su condición, sino cuando respira -la atmósfera de la libertad, pensé y me dispuse á -seguir la marcha.</p> - -<p>En Carrilobo me esperaban con una cena en el toldo -de Villarreal.</p> - -<p>—Señor—me dijo Camilo,—el caballo del doctor está -<em>pesadón</em>.</p> - -<p>—Que lo muden.</p> - -<p>Un instante después caminábamos.</p> - -<p>Salimos del bosque y entramos en un campo quebrado -y pastoso. Las martinetas se alzaban á cada paso -espantando los caballos con el zumbido de su vuelo inopinado -y rápido.</p> - -<p>El cielo estaba limpio y sereno, la luna y las estrellas -brillaban como luces de diamantes; de la borrasca -no quedaban más indicios que unos nubarrones lejanos.</p> - -<p>Lo mismo que luciérnagas en negra noche se divisaron -unos fuegos.</p> - -<p>Á esa hora y en desierto, era sumamente extraño.</p> - -<p>El gaucho argentino tiene la inspiración de todos -los fenómenos del campo.</p> - -<p>De noche y de día es su talento.</p> - -<p>—Esos fuegos han de ser en un toldo; los vemos por -la puerta ó por alguna rotura de las paredes—dijo -Camilo.</p> - -<p>—¿Y en qué lo conoces?—le pregunté.</p> - -<p>—En que la llama no se mueve porque no tiene -viento.</p> - -<p>Así conversábamos cuando nuestros caballos se detuvieron -de improviso.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_264"></a>[Pg 264]</span></p> - -<p>Habíamos llegado al borde de una zanja.</p> - -<p>Observamos atentamente el terreno, teníamos al -frente un gran sembrado de maíz.</p> - -<p>—Aquí es el toldo de Villarreal—dijo el capitán Rivadavia.</p> - -<p>—Se oyen ladridos de perros—dijeron otros.</p> - -<p>Costeamos la zanja en la dirección que indicó el capitán -Rivadavia y dimos con otro sembrado de zapallos -y sandías; nos costó hallar la rastrillada que conducía -al toldo; pero guiados por los ladridos de los perros -y por los fuegos, saliendo de un sembrado y entrando -en otro, la hallamos al fin.</p> - -<p>Llegamos al toldo.</p> - -<p>Villarreal, su mujer y su hermana nos esperaban.</p> - -<p>Eran las diez y media.</p> - -<p>Nos recibieron con el mayor cariño.</p> - -<p>Yo no quería detenerme por lo avanzado de la hora.</p> - -<p>Me instaron mucho y tuve que ceder.</p> - -<p>Entramos en el toldo, que era grande y cómodo, de -techo y paredes pintarrajeadas.</p> - -<p>Ardían en él tres grandes fogones.</p> - -<p>—Señor—me dijo la mujer de Villarreal,—lo hemos -esperado hasta hace un momento con unos corderos -asados, pero viendo que era tan tarde y que no llegaba, -creíamos que ya no sería hasta mañana y acaban -de comérselos los muchachos, que <em>ahora se están divirtiendo</em>; -no han quedado más que los fiambres y la mazamorra, -¡siéntense! ¡siéntense! estén ustedes como en -su casa.</p> - -<p>Nos sentamos alrededor de uno de los fogones, y -mientras nos secábamos y comíamos, mandé mudar caballos.</p> - -<p>Yo no tenía hambre, en cambio Lemlenyi, Rodríguez, -Rivadavia, Ozarowski y los franciscanos parecían -animados de un entusiasmo gastronómico.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_265"></a>[Pg 265]</span></p> - -<p>Trajeron unas cuantas gallinas cocidas y una hermosa -olla de mazamorra muy bien preparada, tortas -hechas al rescoldo y zapallo asado.</p> - -<p>En un extremo del toldo se oía el ruido de la chusma -ebria; casi todos los nichos estaban vacíos; en el -que estaba detrás de mí dormía una vieja.</p> - -<p>Tenía la cabeza apoyada en un brazo arrugado y flaco -como el de un esqueleto y descubría un seno cartilaginoso -que daba asco.</p> - -<p>La cena empezó.</p> - -<p>La mujer de Villarreal, viendo que yo no comía, me -hizo una seña, se levantó y salió.</p> - -<p>Salí tras de ella, y una vez afuera me dijo, con aire -confidencial y brillándole los ojos como sólo le brillan -á las mujeres cuando un pensamiento picaresco cruza -por su imaginación.</p> - -<p>—Carmen lo espera.</p> - -<p>—¿Y dónde está mi comadre?</p> - -<p>—Allí.</p> - -<p>Me indicaba un toldo vecino.</p> - -<p>Llamé á un soldado para que me acompañara; lo -confieso, tenía miedo de los perros; y mientras mis -compañeros llenaban el precioso hueco del estómago fuí -á hacer la visita prometida.</p> - -<p>El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque -ellas suelen ser tan pérfidas y tan malas; las cosas -han de tener algún fin. -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_266"></a>[Pg 266]<br /><a id="Page_267"></a>[Pg 267]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXVII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Con quién vivía mi comadre Carmen.—Una despedida igual á -todas.—Yo habría hecho igual á todas las mujeres.—Grupo -asqueroso.—¡Adiós!—Una faja pampa.—Arrepentimiento.—Trepando -un médano.—Desparramo.—Perdidos.—El Brasil -puede alguna vez salvar á los Argentinos.—Llegamos al toldo -de Ramón.</p> -</div> - -<p>Mi comadre Carmen vivía con su madre, su hija y -un individuo viejo, entre gallinas y perros.</p> - -<p>Me esperaba, los demás dormían.</p> - -<p>Conversamos de lo que nos interesaba y á la media -hora nos separamos para siempre, quizá.</p> - -<p>Yo había cumplido mi promesa de visitarla antes -de salir de Tierra Adentro, ella la suya, comunicándome -ciertas intrigas contra mí, que por una casualidad -había descubierto.</p> - -<p>Nuestra despedida fué como todas las despedidas, -triste.</p> - -<p>Me dirigí al toldo de Villarreal, pensando en lo -que es la mujer.</p> - -<p>Me acordaba de lo que me habían hecho gozar y exclamaba -interiormente: son adorables.</p> - -<p>Me acordaba de lo que me habían hecho sufrir y -exclamaba: son infames.</p> - -<p>Estudiándolas y analizándolas, las hallaba física<span class="pagenum"><a id="Page_268"></a>[Pg 268]</span>mente -perfectas; espiritualmente me parecían monstruosas.</p> - -<p>¡Qué cabellos, qué ojos, qué boca, qué tez, qué gentileza -tienen algunas!</p> - -<p>Son hermosas como Niobe, dignas del amor de un -dios olímpico.</p> - -<p>Cualquier mortal daría cien vidas por ellas si cien -vidas tuviera.</p> - -<p>Y muriendo, todavía encontraría dulce la muerte -después de tan supremo bien.</p> - -<p>¡Pero qué corazón tienen!</p> - -<p>Son inconmovibles como las rocas, frías como el -hielo, volubles como el viento, olvidadizas como la -mentira.</p> - -<p>¡Qué feas, qué desairadas son otras!</p> - -<p>Nadie repara en ellas.</p> - -<p>Pero acercaos á su lado, oídlas, tratadlas.</p> - -<p>¡Qué alma tienen!</p> - -<p>Son buenas como la caridad, dulces como los querubines, -puras como las auras del Elíseo.</p> - -<p>Se puede vivir al lado de ellas y amar la vida.</p> - -<p>¡Ah! ellas nos hacen comprender que hay una belleza -cuyos encantos el tiempo no destruye, la belleza -moral.</p> - -<p>¿Por qué han de ser tan lindas y tan malas: por qué -tanta donosura, al lado de tanta perfidia á veces?</p> - -<p>¿Por qué esos rostros angélicos y esos corazones satánicos?</p> - -<p>¿Por qué han de ser tan repelentes y tan buenas; -por qué tanta seducción oculta, al lado de tanta exterioridad -desagradable?</p> - -<p>¿Por qué esas caras defectuosas y esos corazones -que son un dechado?</p> - -<p>¿Por qué ha hecho Dios cosas tan contradictorias, -como una mujer adorable y mala?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_269"></a>[Pg 269]</span></p> - -<p>Si su poder es tan grande, ¿por qué lo que más -amamos ha de ser, como esas flores venenosas de ricos -matices, susceptibles de fascinarnos con su mirada y -de intoxicarnos con su aliento maldito?</p> - -<p>¡Qué! ¿no bastaba que hubiera hombres malos?</p> - -<p>¿Para completar el infierno de este mundo, había -acaso necesidad de que las mujeres fueran demonios?</p> - -<p>Yo habría hecho iguales á todas las mujeres.</p> - -<p>¿Las rosas no exhalan todas el mismo suavísimo -perfume?</p> - -<p>Las cosas bellas, deberían serlo en todo y por todo.</p> - -<p>Soliloqueando así iba yo, cuando un murmullo humano, -parecido á un gruñido de perros, llamó mi atención.</p> - -<p>Me detuve, estaba á dos pasos del toldo de Villarreal; -puse el oído, oí hablar confusamente en araucano; -miré en esa dirección y vi el espectáculo más -repugnante.</p> - -<p>Un candil de grasa de potro, hecho en un hoyo, -ardía en el suelo; un tufo rojizo era toda la luz que -despedía.</p> - -<p>Bajo la enramada del toldo, la chusma viciosa y -corrompida saboreaba, con irritante desenfreno, los -restos aguardentosos de una saturnal que había empezado -al amanecer.</p> - -<p>Hombres y mujeres, jóvenes y viejas, todos estaban -mezclados y revueltos unos con otros; desgreñados -los cerdudos cabellos, rotas las sucias camisas, -sueltos los grasientos pilquenes; medio vestidos los -unos, desnudos los otros; sin pudor las hembras, sin -vergüenza los machos; echando blanca babaza éstos, -vomitando aquéllas; sucias y pintadas las caras, -chispeantes de lubricidad los ojos de los que aun no -habían perdido el conocimiento, lánguida la mirada<span class="pagenum"><a id="Page_270"></a>[Pg 270]</span> -de los que el mareo iba postrando ya; hediendo, gruñendo, -vociferando, maldiciendo, riendo, llorando, -acostados unos sobre otros, despachurrados, encogidos, -estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos.</p> - -<p>Sentí humillación y horror, viendo á la humanidad -en aquel estado y entré en el toldo.</p> - -<p>Mi gente estaba pronta.</p> - -<p>Sólo Villarreal, su mujer y su cuñada, no estaban -ebrios.</p> - -<p>Me esperaban con agua caliente y todo preparado -para cebarme un mate de café.</p> - -<p>Tuve, pues, que sentarme un rato.</p> - -<p>No siéndole posible acompañarme á Villarreal hasta -el toldo de Ramón ni darme quien lo hiciera, porque -toda su chusma estaba <em>achumada</em>, lo que hacía que él -no pudiese dejar sola su familia, llamé á Camilo Arias, -y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara -del camino.</p> - -<p>Villarreal, como indio ladino, dió todas las señas -del campo que debíamos cruzar; advirtió las rastrilladas -que debían dejarse á la derecha ó á la izquierda, -los bañados guadalosos que debían excusarse; los -médanos que debían rodearse, los que debían cruzarse -trepando por ellos; los toldos y los sembrados que -quedaban cerca de la morada del Cacique.</p> - -<p>Una vez enterado Camilo de todo, me despedí de -Villarreal y su familia.</p> - -<p>Nos abrazaron á todos con cariño, rogando á Dios -en lengua castellana, que tuviéramos feliz viaje, y -nos acompañaron hasta el palenque, pidiéndonos, como -lo hubieran hecho las gentes mejor criadas, mil -disculpas por la pobrísima hospitalidad que nos habían -dispensado.</p> - -<p>Como la noche estaba tan hermosa, y no teníamos<span class="pagenum"><a id="Page_271"></a>[Pg 271]</span> -ningún monte que atravesar, mandé echar las tropillas -por delante para que los animales montados marcharan -más ganosos.</p> - -<p>Le previne á Camilo que cada diez minutos hiciera -alto para que no nos fuéramos á extraviar, por no oir -los cencerros, ¡en marcha! grité y partieron todos.</p> - -<p>Yo me detuve un instante á encender un cigarro.</p> - -<p>Encendiéndolo estaba, cuando una sombra se acercó -á mi lado.</p> - -<p>Reconocí una mujer.</p> - -<p>—Aquí vengo á traerle esto—me dijo, poniendo en -mis manos un pequeño envoltorio de papel.</p> - -<p>—¿Y qué es eso?—le pregunté.</p> - -<p>—Es un recuerdo.</p> - -<p>—¿Un recuerdo?</p> - -<p>—Sí, una faja pampa, bordada por mí.</p> - -<p>—Gracias, ¿por qué se ha incomodado?</p> - -<p>Dió un suspiro y con acento conmovido y tono de -reproche amable, exclamó:</p> - -<p>—¡Incomodado!</p> - -<p>—¡Adiós!—le dije, recogiendo mi caballo.</p> - -<p>—¡Adiós!—me contestó tristemente.</p> - -<p>—¡Adiós! ¡adiós!—dijeron Villarreal y su mujer.</p> - -<p>—¡Adiós! ¡adiós!—repuse yo, y partí al galope, -murmurando:</p> - -<p>—Saben querer desinteresadamente y olvidar también.</p> - -<p>No son ni ángeles, ni demonios.</p> - -<p>Pero participan de las dos naturalezas á la vez. -Cuando son buenas, no hay nada comparable á ellas; -cuando son malas, son execrables.</p> - -<p>Y, con todos sus defectos, sus contradicciones y -sus veleidades, la existencia sin ellas sería como una -peregrinación nocturna por una tierra de hielo y bajo -un cielo sin luz.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_272"></a>[Pg 272]</span></p> - -<p>Sí, todos exclaman tarde ó temprano, después de -tantos arranques frenéticos:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p>Yes! my adored, yet most unkind!<br /> -Though thou wilt never love again,<br /> -To me 'tis doubly sweet to find<br /> -Remembrance of that love remain.</p> - -<p class="p1">Yes! 'tis a glorious thought to me<br /> -Nor longer shall my soul repine,<br /> -Whate'er thou art or e'er shall be,<br /> -That thou hast been dearly, solely, mine. -<a id="FNanchor_4" href="#Footnote_4" class="fnanchor">[4]</a></p> -</div> -</div> - -<p>El cencerro de las tropillas me servía de guía; mi -caballo iba brioso lo que oía y rumbeaba al fin para -la querencia.</p> - -<p>Llegué al pie de un médano bastante elevado y me -encontré con Camilo Arias que me esperaba.</p> - -<p>Oyendo el cencerro y no viendo las tropillas, se me -ocurrió que alguna novedad había.</p> - -<p>—¿Qué hay?—le pregunté.</p> - -<p>—Nada, señor—me contestó,—por precaución lo he -esperado aquí; vamos á cruzar este médano, tiene -muchas caídas y es muy fácil perderse.</p> - -<p>—¡Bueno, adelante! ¡vamos! es mucho más de media -noche; no perdamos tiempo, le dije.</p> - -<p>Trepó al médano y le seguí. Los caballos hacían -esfuerzos supremos para repecharlo, se enterraban -hasta los ijares en la blanda y deleznable arena; -pero subían poco á poco. Llegamos al borde de la -cresta, y cuando yo creía tramontar el obstáculo, me</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_273"></a>[Pg 273]</span></p> -<p>hallé con una hondonada profunda, de cuyo fondo -manaba puro y cristalino un espejo de agua. Las tropillas -bebían reflejándose en él y la luna, desde un -cielo limpio y azul, iluminaba el agreste y poético paisaje.</p> - -<p>Seguimos andando, subimos y bajamos.</p> - -<p>De repente, á pesar de las precauciones tomadas, -Camilo Arias me dijo:</p> - -<p>—Señor, estamos perdidos.</p> - -<p>—¡Alto! ¡alto!—grité, y contestándole á Camilo.</p> - -<p>—Busca la senda, pues.</p> - -<p>Echamos pie á tierra y esperamos.</p> - -<p>Un momento después volvió el ecuestre piloto diciendo:</p> - -<p>—Por allí va.</p> - -<p>Marchamos.</p> - -<p>La noche se iba toldando; parecía querer llover al -entrarse la luna.</p> - -<p>Caímos á un bañado salitroso, y siendo tantos los -rastros que lo cruzaban y los arbustos espinosos de -que estaba cubierto, las tropillas se desparramaron.</p> - -<p>Era una confusión, de todos lados sonaban cencerros -y se oían los silbidos de los tropilleros <em>repuntando</em> los -caballos menos amadrinados.</p> - -<p>Nosotros mismos tuvimos que diseminarnos; las sendas -eran muy tortuosas y los caballos no se seguían.</p> - -<p>El salitral blanqueaba como la mansa superficie de -un lago helado; crujía estrepitosamente bajo los cascos -de los cien caballos que lo cruzaban, hundiéndose -aquí en el guadal, empinándose allí en las carquejas -que tanto abundan en las pampas, espantándose de -repente de los fuegos fatuos que como una fosforescencia -errante corrían acá y allá.</p> - -<p>La noche se encapotaba; la luna declinaba con sombría -majestad por entre anchas fajas jaspeadas y las<span class="pagenum"><a id="Page_274"></a>[Pg 274]</span> -estrellas apenas alumbraban, al través del velo acuoso -que cubría los cielos.</p> - -<p>Crucé el bañado.</p> - -<p>Camilo Arias no se había separado de mí.</p> - -<p>Algunos habían pasado ya y esperaban en la orilla; -otros estaban acabando de pasar.</p> - -<p>Con las tropillas sucedía lo mismo, no estaban reunidas -aún.</p> - -<p>Esperé un rato, y mientras tanto se buscó en vano -el camino.</p> - -<p>Viendo que no lo hallaban y que el capitán Rivadavia -y otros no parecían, mandé quemar el campo; no -se pudo por la humedad y falta de sebo; se dieron voces, -nadie contestó; silbamos, silencio profundo.</p> - -<p>Destaqué tres descubridores; á las cansadas volvieron -dos, sin haber visto ni oído nada.</p> - -<p>Faltaba el otro, y contestó de ahí cerca; hacía un -rato que giraba perdido á nuestro alrededor.</p> - -<p>La lluvia amenazaba volver á desplomarse por momentos.</p> - -<p>Marchemos al rumbo—le dije á Camilo,—hasta que -lleguemos á un campo más alto que éste; los demás -jinetes y caballos los hallaremos de día.</p> - -<p>Marchamos.</p> - -<p>Y marchando íbamos cuando ladraron perros.</p> - -<p>—Allí hay un toldo—dijo Camilo.</p> - -<p>Miré en la dirección que me indicaba, no vi sino tinieblas.</p> - -<p>—Pues hagamos alto aquí y que vayan á averiguar -dónde queda el de Ramón—le contesté.</p> - -<p>Despachó una pareja de jinetes.</p> - -<p>Volvieron diciendo que íbamos mal; que el camino -quedaba á la izquierda, es decir, al Poniente, y que el -toldo de Ramón estaba muy cerca, que en cuanto cruzáramos -una cañada lo veríamos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_275"></a>[Pg 275]</span></p> - -<p>Cambiamos de rumbo y seguimos la marcha en la -dirección indicada, y á poco andar, caímos á un campo -bajo, húmedo y guadaloso.</p> - -<p>—Aquí debe ser la cañada—dijo Camilo,—ya debemos -estar cerca.</p> - -<p>Entre los extraviados iba un perro mío llamado -<em>Brasil</em>, que después de haber hecho la campaña del -Paraguay en el Batallón 12 de línea, me acompañaba -valientemente en aquella excursión.</p> - -<p>Brasil era un sabueso criollo inteligentísimo, mezcla -de galgo y de podenco de presa, fuerte, guapo, ligero, -listo, gran cazador de peludos y mulitas, de gamos y -avestruces, y enemigo declarado de los zorros, únicos -con quienes no siempre salía bien.</p> - -<p>Todos lo querían; le acariciaban y le cuidaban.</p> - -<p>Los soldados conocían sus ladridos lo mismo que -mi voz.</p> - -<p>Cruzábamos la cañada cuando se oyeron unos ecos -perrunos.</p> - -<p>—¡Ése es Brasil!—dijeron varios á la vez.</p> - -<p>—Ahí ha de estar el capitán Rivadavia—dijo Camilo -Arias.</p> - -<p>Con efecto, guiados por los ladridos de Brasil, no -tardamos en reunirnos á él.</p> - -<p>Faltaban, sin embargo, algunos.</p> - -<p>El capitán Rivadavia, con los que le seguían, después -de haber buscado inútilmente su incorporación -á mí, resolvió esperar allí y hacía un buen rato que -me esperaba.</p> - -<p>Seguimos la marcha, y al entrar en unos <em>vizcacherales</em>, -Camilo Arias me observó que debíamos estar muy -cerca de algún toldo.</p> - -<p>Las vizcachas auguran siempre una población cercana.</p> - -<p>Corriéndolas Brasil, husmeó un rastro de jinetes y -caballos.</p> - -<p>—Por allí debe de ir Rufino Pereyra,—que era uno -de mis asistentes de confianza que faltaba,—con su -tropilla—dijo Camilo al oirlo.</p> - -<p>Un momento después oyéronse con más fuerza los -ladridos de Brasil y de otros de su jaez.</p> - -<p>Á no dudarlo, íbamos á llegar al toldo de Ramón ó -á otro.</p> - -<p>Seguimos la dirección de los ladridos, y al llegar -á un gran corral, apareció Rufino Pereyra con su -tropilla.</p> - -<p>La madrina había perdido el cencerro en el <em>carquejal</em> -del bañado salitroso.</p> - -<p>Estábamos en donde queríamos.</p> - -<p>Me aproximé al toldo.</p> - -<p>Salió un indio—me dijo que Ramón había estado -en pie, con toda la familia, esperándome, hasta media -noche con la cena pronta; que no se levantaba porque -estaba medio indispuesto, que me apeara, que aquella -era mi casa, que me acomodase como gustara.</p> - -<p>Eché, pues, pie á tierra, me instalé en el espacioso -salón, donde Ramón tenía la <em>fragua de su platería</em>, -se acomodaron los caballos, se recogieron de la huerta -zapallos y choclos en abundancia, se hizo fuego; cenamos -y nos acostamos á dormir alegres y contentos, -como si hubiéramos llegado al palacio de un príncipe -y estuviéramos haciendo noche en él.</p> - -<p>¡Cuán cierto es que el arte de la felicidad consiste -en saber conformar los deseos á los medios y en desear -solamente los placeres posibles!</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_276"></a>[Pg 276]</span></p> -</div> - - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 big2 center">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_4" href="#FNanchor_4" class="label">[4]</a> Sí, amiga adorada aunque inconstante, en vano no me amarás -ya: es para mí un consuelo saber que el recuerdo de nuestro -amor no se borrará de tu corazón. -</p> -<p> -Sí, será para mí un triunfo, y ahogaré las penas de mi alma pensando -que, seas lo que seas, te vuelvas lo que te vuelvas, <em>tú has -sido mía y sólo mía</em>.</p></div></div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_277"></a>[Pg 277]</span></p> -<h2 class="nobreak" >XXVIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>El sueño no tiene amo.—El toldo de Ramón nada deja que desear.—Una -fragua primitiva.—Diálogo entre la civilización y -la barbarie.—Tengo que humillarme.—Se presenta Ramón.—Doña -Fermina Zárate.—Una lección de filosofía práctica.—Petrona -Jofré y los cordones de Nuestro Padre San Francisco.—Veinte -yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes -por una mujer.—Rasgo generoso de Crisóstomo.—El hombre -ni es un ángel ni una bestia.</p> -</div> - -<p>Un proverbio negro dice: el sueño no tiene amo.</p> - -<p>Todos dormimos perfectamente bien.</p> - -<p>El cansancio nos hizo hallar deliciosa la morada del -cacique Ramón.</p> - -<p>Cuando yo me desperté eran las ocho de la mañana; -mis compañeros roncaban aún con una expansión pulmonar -envidiable.</p> - -<p>Llamé un asistente, pedí mate y me quedé un rato -más en cama gozando del placer de no hacer nada, -placer tan combatido y censurado cuanto generalmente -codiciado.</p> - -<p>Según un amigo, pensador no vulgar y egregio poeta, -no hacer nada es descansar. Así él sostiene que el -día es hecho para eso y la noche para dormir.</p> - -<p>¡Lástima que un mortal de gustos tan patriarcales, -que sería dichoso con muy poca cosa, se vea condena<span class="pagenum"><a id="Page_278"></a>[Pg 278]</span>do -como tanto hijo de vecino, á la dura ley del trabajo, -cuando innumerables prójimos desperdician lo superfluo -y aun lo necesario!</p> - -<p>¡Qué hacer! el mundo está organizado así y el Eclesiastés, -que sabe más que mi amigo y yo juntos, dice:</p> - -<p>«El insensato tiene los brazos cruzados y se consume -<em>diciendo</em>:</p> - -<p>«Lleno el hueco de una mano, con reposo, vale más -que las dos llenas con trabajo y mortificación de espíritu.»</p> - -<p>Con la luz del día examiné el lecho en que había -dormido tan cómodamente, como en elástica cama á la -<em>Balzac</em> provista de sus correspondientes accesorios, almohadones -de finísimas plumas y sedosos cobertores. -Eran unos cueros de potro mal estaqueados y unas pieles -de carnero, la cabecera un mortero cubierto con mis -cojinillos.</p> - -<p>En seguida tendí la vista á mi alrededor.</p> - -<p>En Tierra Adentro yo no había pernoctado bajo techumbre -mejor.</p> - -<p>El toldo del cacique Ramón superaba á todos los demás.</p> - -<p>Mi alojamiento era un galpón de madera y paja, de -doce varas de largo por cuatro de ancho y tres de alto.</p> - -<p>Estaba perfectamente aseado.</p> - -<p>En un costado, se veía la fragua y al lado una mesa -de madera tosca y un yunque de hierro.</p> - -<p>Ya he dicho que Ramón es platero y que este arte -es común entre los indios.</p> - -<p>Ellos trabajan espuelas, estribos, cabezadas, pretales, -aros, pulseras, prendedores y otros adornos femeninos -y masculinos, como sortijas y yesqueros.</p> - -<p>Funden la plata, la purifican en el crisol, la ligan, -la baten á martillo, dándole la forma que quieren y la -cincelan.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_279"></a>[Pg 279]</span></p> - -<p>En la <em>chafalonía</em>, prefieren el gusto chileno; porque -con Chile tienen comercio y es de allí de donde llevan -toda clase de prendas, que cambalachean por ganado -vacuno, lanar y caballar.</p> - -<p>La fragua consistía en un paralelepípedo de adobe -crudo.</p> - -<p>Tenía dos fuelles y se conocía que el día anterior habían -trabajado; las cenizas estaban tibias aún.</p> - -<p>En un saco de cuero había carbón de leña y sobre la -mesa se veían varios instrumentos cortantes, martillos -y limas rotas.</p> - -<p>Los fuelles llamaron sobremanera mi atención por -su extraña estructura.</p> - -<p>Antes de examinar su construcción entablé un diálogo -conmigo mismo.</p> - -<p>—Á ver, me dije, representante orgulloso de la civilización -y del progreso moderno en la pampa, ¿cómo -harías tú un fuelle?</p> - -<p>—¿Un fuelle?</p> - -<p>—Sí, un fuelle, ¿no se llama así por la Academia -española «un instrumento para recoger viento y volverlo -á dar», aunque habría sido más comprensible y -digno de ella decir: un instrumento construido según -ciertos principios de física, para recoger aire por medio -de una válvula, y volverle á despedir con más ó -menos violencia, á voluntad del que lo maneje, por un -cañón colocado á su extremo?</p> - -<p>—Entiendo, entiendo.</p> - -<p>—Y bien, si entiendes, dime, ¿cómo lo harías?</p> - -<p>—¿Cómo lo haría?</p> - -<p>—¡Sí, hombre, por Dios! parece que te hubiera puesto -un problema insoluble.</p> - -<p>—No digo eso.</p> - -<p>—¿Entonces?</p> - -<p>—Es que...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_280"></a>[Pg 280]</span></p> - -<p>—¡Ah! es que eres un pobre diablo, un fatuo del siglo -<small>XIX</small>, un erudito á la violeta, un insensato que no -quieres confesar tu falta de ingenio.</p> - -<p>—¿Yo?...</p> - -<p>—Sí, tú, has entrado en el miserable toldo de un indio -á quien un millón de veces has calificado de bárbaro, -cuyo exterminio has preconizado en todos los tonos, -en nombre de tu decantada y clemente civilización, -te ves derrotado y no quieres confesar tu ignorancia.</p> - -<p>—¿Mi ignorancia?</p> - -<p>—Tu ignorancia, sí.</p> - -<p>—¿Quieres acaso que me humille?</p> - -<p>—Sí, humíllate y aprende una vez más que el mundo -no se estudia en los libros.</p> - -<p>Incliné la frente, me acerqué á la fragua, cogí el -manubrio de ambos fuelles, los que estaban colocados -en la misma línea horizontal, tiré, aflojé y se levantó -una nube de ceniza.</p> - -<p>Eran feos; pero surtían el efecto necesario, despidiendo -una corriente de aire bastante fuerte para inflamar -el carbón encendido.</p> - -<p>Todo era obra del mismo Ramón; invento exclusivo -suyo.</p> - -<p>Con una panza seca de vaca y sobada había hecho -una manga de una vara de largo y un pie de diámetro; -con <em>tientos</em> la había plegado, formándole tres grandes -buches con comunicación; en un extremo había colocado -la mitad del cañón de una carabina y en el otro un -tarugo de palo labrado con el cuchillo; el cañón estaba -embutido en la fragua y sujeto con ataduras á un -piquete. Naturalmente, tirando y apretando aquel aparato -hasta aplastar los buches, el aire entraba y salía -produciendo el mismo efecto que cualquier otro fuelle.</p> - -<p>Pensaba el tiempo que habría empleado yo con to<span class="pagenum"><a id="Page_281"></a>[Pg 281]</span>dos -los recursos de la civilización, si por necesidad ó -afición á las artes liberales me hubiese propuesto hacer -un fuelle; se me ocurría que quizás habría tenido -que darme por derrotado, cuando un cautivo, blanco -y rubio, de doce á catorce años, entró en el galpón y -después de saludarme con el mayor respeto tratándome -de <em>usía</em>, me dijo:</p> - -<p>—Dice el cacique Ramón que si se le puede ver ya; -que cómo ha pasado la noche.</p> - -<p>Le contesté que estaba á su disposición, que podía -verme en el acto, si quería, y que había dormido muy -bien.</p> - -<p>Salió el cautivo, y un momento después se presentó -Ramón, vestido como un paisano prolijo, aseado que -daba gusto verle; sus manos acostumbradas al trabajo, -parecían las de un caballero, tenía las uñas irreprochablemente -limpias, ni cortas ni largas y redondeadas -con igualdad.</p> - -<p>No estuvo ceremonioso.</p> - -<p>Al contrario, me trató como á un antiguo conocido, -me repitió que aquella era mi casa, que dispusiera de -él, me anunció que ya me iban á traer el almuerzo, que -más tarde me presentaría á su familia y me dejó solo.</p> - -<p>En seguida volvió, se sentó y trajeron el almuerzo.</p> - -<p>Era lo consabido, puchero con zapallo, choclos, asado, -etc.</p> - -<p>Todo estaba hecho con el mayor esmero; hacía mucho -tiempo que yo no veía un caldo más rico.</p> - -<p>Durante el almuerzo hablamos de agricultura y de -ganadería.</p> - -<p>El indio era entendido en todo.</p> - -<p>Sus corrales eran grandes y bien hechos, sus sementeras -vastas, sus ganados mansos como ninguno.</p> - -<p>Es fama que Ramón ama mucho á los cristianos; lo -cierto es que en su tribu es donde hay más.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_282"></a>[Pg 282]</span></p> - -<p>Una de sus mujeres, en la que tiene tres hijos, es -nada menos que doña Fermina Zárate, de la Villa de -la Carlota.</p> - -<p>La cautivaron siendo joven, tendría veinte años; -ahora ya es vieja.</p> - -<p>¡Allí estaba la pobre!</p> - -<p>Delante de ella, Ramón me dijo:</p> - -<p>—La señora es muy buena, me ha acompañado muchos -años, yo le estoy muy agradecido, por eso le he dicho -ya que puede salir cuando quiera volverse á su tierra, -donde está su familia.</p> - -<p>Doña Fermina le miró con una expresión indefinible, -con una mezcla de cariño y de horror, de un modo -que sólo una mujer observadora y penetrante habría -podido comprender, y contestó:</p> - -<p>—Señor, Ramón es un buen hombre. ¡Ojalá todos -fueran como él! Menos sufrirían las cautivas. Yo, ¡para -qué me he de quejar! Dios sabrá lo que ha hecho.</p> - -<p>Y esto diciendo se echó á llorar, sin recatarse.</p> - -<p>Ramón dijo:</p> - -<p>—Es muy buena la señora,—se levantó, salió, y me -dejó solo con ella.</p> - -<p>Doña Fermina Zárate no tiene nada de notable en -su fisonomía; es un tipo de mujer como hay muchas, -aunque su frente y sus ojos revelan cierta conformidad -paciente con los decretos providenciales.</p> - -<p>Está menos vieja de lo que ella se cree.</p> - -<p>—¿Y por qué no se viene usted conmigo señora?—le -dije.</p> - -<p>—¡Ah! señor—me contestó con amargura—¿y qué -voy á hacer yo entre los cristianos?</p> - -<p>—Para reunirse á su familia. Yo la conozco, está -en la Carlota, todos se acuerdan de usted con gran cariño -y la lloran mucho.</p> - -<p>—¿Y mis hijos, señor?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_283"></a>[Pg 283]</span></p> - -<p>—Sus hijos...</p> - -<p>—Ramón me deja salir á mí; porque realmente no -es mal hombre, á mí al menos me ha tratado bien, después -que fuí madre. Pero mis hijos, mis hijos no quiere -que los lleve.</p> - -<p>No me resolví á decirle: Déjelos usted, son el fruto -de la violencia.</p> - -<p>¡Eran sus hijos!</p> - -<p>Ella prosiguió:</p> - -<p>—Además, señor, ¿qué vida sería la mía entre los -cristianos después de tantos años que falto de mi pueblo? -Yo era joven y buena moza cuando me cautivaron. -Y ahora ya ve, estoy vieja. Parezco cristiana, -porque Ramón me permite vestirme como ellas, pero -vivo como india; francamente; me parece que soy más -india que cristiana, aunque creo en Dios, como que todos -los días le encomiendo mis hijos y mi familia.</p> - -<p>—¿Á pesar de estar usted cautiva cree en Dios?</p> - -<p>—¿Y él qué culpa tiene de que me agarraran los indios? -la culpa la tendrán los cristianos que no saben -cuidar sus mujeres ni sus hijos.</p> - -<p>No contesté; tan alta filosofía en boca de aquella -mujer, la concubina jubilada de aquel bárbaro, me -humilló más que el soliloquio á propósito del fuelle.</p> - -<p>Una mujer joven y hermosa, demacrada, sucia y andrajosa -se presentó diciendo con tonada cordobesa:</p> - -<p>—¿Usted será, mi señor, el coronel Mansilla?</p> - -<p>—Yo soy, hija, ¿qué quiere usted?</p> - -<p>—Vengo á pedirle que me haga el favor de hacer que -los padrecitos me den á besar el cordón de Nuestro Padre -San Francisco.</p> - -<p>—¡Pues no! con mucho gusto, y esto diciendo llamé -á los santos varones.</p> - -<p>Vinieron.</p> - -<p>Al verlos entrar, la desdichada Petrona Jofré se<span class="pagenum"><a id="Page_284"></a>[Pg 284]</span> -postró de hinojos ante ellos y con efusión ferviente -tomó los cordones del padre Marcos, después los del -padre Moisés y los besó repetidas veces.</p> - -<p>Los buenos franciscanos, viéndola tan angustiosa, -la exhortaron, la acariciaron paternalmente y consiguieron -tranquilizarla, aunque no del todo.</p> - -<p>Sollozaba como una criatura.</p> - -<p>Partía el corazón verla y oirla.</p> - -<p>Calmóse poco á poco y nos relató la breve y tocante -historia de sus dolores.</p> - -<p>Doña Fermina confirmaba todas sus referencias.</p> - -<p>La vida de aquella desdichada de la Cañada Honda, -mujer de Cruz Bustos, era una verdadera <i lang="la" xml:lang="la">viacrucis</i>.</p> - -<p>La tenía un indio malísimo llamado Carrapí.</p> - -<p>Estaba frenéticamente enamorado de ella, y ella resistía -con heroísmo á su lujuria.</p> - -<p>De ahí su martirio.</p> - -<p>—Primero me he de dejar matar, ó lo he de matar -yo, que hacer lo que el indio quiere, decía con expresión -enérgica y salvaje.</p> - -<p>Doña Fermina meneaba la cabeza y exclamaba:</p> - -<p>—¡Vea qué vida, señor!</p> - -<p>Yo estaba desesperado.</p> - -<p>¿Qué otro efecto puede producir la simpatía impotente?</p> - -<p>Nada podía hacer por aquella desdichada, nada tenía -que darle.</p> - -<p>No me quedaba sino lo puesto.</p> - -<p>Ni pañuelo de manos llevaba ya.</p> - -<p>Doña Fermina me contó que Carrapí no quería venderla -para que la sacaran, y que un cristiano, por caridad, -la andaba por comprar.</p> - -<p>El indio pedía por ella veinte yeguas, sesenta pesos -bolivianos, un poncho de paño y cinco chiripáes colorados.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_285"></a>[Pg 285]</span></p> - -<p>—¿Y quién es ese cristiano?—le pregunté.</p> - -<p>—Crisóstomo—me contestó.</p> - -<p>—¿Crisóstomo?...</p> - -<p>—Sí, señor, Crisóstomo.</p> - -<p>Crisóstomo era el hombre aquél que en Calcumuleu -hubo de pasar á caballo por entre los franciscanos: -que tanto me exasperó, que me dió de comer después -y me relató su interesante historia.</p> - -<p>Está visto: los malvados también tienen corazón.</p> - -<p>Bien dice Pascal:</p> - -<p>El hombre no es un ángel ni una bestia.</p> - -<p>Es un ser indefinible, hace el mal por placer y goza -con el bien.</p> - -<p>En medio de todo es consolador. -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_286"></a>[Pg 286]<br /><a id="Page_287"></a>[Pg 287]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXIX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>La familia del cacique Ramón.—Spañol.—Una invasión.—Despacho -al capitán Rivadavia.—Cuestión de amor propio.—Buen -sentido de un indio.—En Carrilobo soplaba mejor viento que -en Leubucó.—Suenan los cencerros.—Atíncar (véase bórax).—El -hombre civilizado nunca acaba de aprender.—Me despido.—Cómo -doman los bárbaros.—¡Últimos hurrahs!</p> -</div> - -<p>Me invitaron á pasar al toldo de Ramón.</p> - -<p>Dejé á doña Fermina Zárate y á Petrona Jofré con -los franciscanos y entré en él.</p> - -<p>La familia del cacique constaba de cinco concubinas, -de distintas edades, una cristiana y cuatro indias; -de siete hijos varones y de tres hijas mujeres, -dos de ellas púberes ya.</p> - -<p>Éstas últimas, y la concubina que hacía cabeza, se -habían vestido de gala para recibirme.</p> - -<p>No hay indio ranquel más rico que Ramón, como -que es estanciero, labrador y platero.</p> - -<p>Su familia gasta lujo.</p> - -<p>Ostentaban hermosos prendedores de pecho, zarcillos, -pulseras y collares, todo de plata maciza y pura, -hecho á martillo y cincelado por Ramón; mantas, fajas -y pilquenes de ricos tejidos pampas.</p> - -<p>Las dos hijas mayores se llamaban, Comeñé, la primera, -que quiere decir <em>ojos lindos</em>, de <em>come</em>, lindo, y<span class="pagenum"><a id="Page_288"></a>[Pg 288]</span> -de <em>ñé</em>, ojos; Pichicaiun la segunda, que quiere decir -<em>boca chica</em>, de <em>pichicai</em>, chico, y de <em>un</em> boca.</p> - -<p>Se habían pintado con carmín los labios, las mejillas -y las uñas de las manos; se habían sombreado los -párpados y puesto muchos lunarcitos negros.</p> - -<p>Tanto Pichicaiun, como Comeñé, tenían nombres -muy apropiados; la una se distinguía por una boca -pequeñita lindísima; la otra por unos grandes ojos -negros llenos de fuego. Ambas estaban en la plenitud -del desarrollo físico, y en cualquier parte un hombre -de buen gusto las hubiera mirado largo rato con placer.</p> - -<p>Me recibieron con graciosa timidez.</p> - -<p>Me senté, Ramón se puso á mi lado, su mujer principal -y sus hijas enfrente.</p> - -<p>Las dos chinitas sabían que eran bonitas; coqueteaban -como lo hubieran hecho dos cristianas.</p> - -<p>Ramón es muy conversador, no me dejaban conversar -con él; el lenguaraz trabucaba sus razones y las mías.</p> - -<p>¡Qué maldita condición tienen nuestras caras compañeras!</p> - -<p>Con su permiso diré, que son como los gatos: antes -de matar la presa juegan con ella.</p> - -<p>—¡Spañol! ¡Spañol!—gritó Ramón.—El cautivo -blanco y rubio se presentó. Recibió órdenes, se marchó -y volvió trayendo cubiertos y platos.</p> - -<p>Sirvieron la comida.</p> - -<p>Yo acababa de almorzar. Pero no podía rehusar el -convite que se me hacía. Me habría desacreditado.</p> - -<p>Comí, pues.</p> - -<p>El cautivo no le quitaba los ojos á Ramón; éste lo -manejaba con la vista.</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?—le pregunté, creyendo que las -palabras ¡Spañol! ¡Spañol! tenían una significación -araucana.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_289"></a>[Pg 289]</span></p> - -<p>—Spañol—me contestó.</p> - -<p>—¿Spañol?—repetí yo, mirando á Mora y á Ramón -alternativamente.</p> - -<p>—Sí, señor, Spañol—me dijo Mora,—así les llaman -á algunos cautivos.</p> - -<p>—Spañol—afirmó Ramón, que había entendido mi -pregunta.</p> - -<p>—¿Pero qué nombre tenías en tu tierra?—le pregunté -al cautivo.</p> - -<p>—No sé, se me ha olvidado; era muy chico cuando -me trajeron—repuso.</p> - -<p>—¿De dónde eres?</p> - -<p>—No sé.</p> - -<p>—¡Cómo no has de saber! ¿Te han prohibido que -digas tu verdadero nombre y el lugar en donde te cautivaron?</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—Si no ha de saber nada, señor—dijo Mora,—por eso -le llaman Spañol, hasta que sea más grande y le den -nombre de indio.</p> - -<p>—¿Y ésa es la costumbre?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—Pregúntele á Ramón ¿qué quiere decir Spañol?</p> - -<p>Ramón contestó.</p> - -<p>—Spañol, quiere decir, de otra tierra.</p> - -<p>En esto estábamos, cuando el capitán Rivadavia se -me presentó, y hablándome al oído, me dijo:</p> - -<p>Que Crisóstomo acababa de llegar de Leubucó y que -á su salida se decía allí que había habido invasión -por San Luis.</p> - -<p>Le pedí permiso á Ramón para retirarme, comunicándole -la ocurrencia; me retiré, y un momento después -el capitán Rivadavia se separaba de mí con una -carta bastante fuerte para Mariano Rosas.</p> - -<p>Le exigía en ella el castigo de los invasores apoyán<span class="pagenum"><a id="Page_290"></a>[Pg 290]</span>dome -en el Tratado de paz y le decía que en la Verde -esperaba su contestación; que á la tarde estaría allí.</p> - -<p>Ramón vino á hablar conmigo y me manifestó su -disgusto por el hecho; me dijo que había de ser Wenchenao, -calificándolo de <em>gaucho ladrón</em> y me preguntó -que á qué hora pensaba ponerme en marcha.</p> - -<p>Le dije que en cuanto medio quisiera ladear el sol, -estilo gauchesco, que vale tanto como después de las -doce.</p> - -<p>Me hizo presente que entonces había tiempo de carnear -una res gorda y unas ovejas para que llevara -carne fresca.</p> - -<p>Le expresé que no se incomodara, y me hizo entender -que no era incomodidad sino deber y que extrañaba -mucho que Mariano Rosas me hubiera dejado salir -de Leubucó sin darme carne.</p> - -<p>En efecto, de allí habíamos salido con una mano -atrás y otra adelante, resueltos á comernos las mulas.</p> - -<p>Yo había hecho el firme propósito de no pedir qué comer -á nadie.</p> - -<p>Era una cuestión de orgullo bien entendida en una -tierra donde los alimentos no se compran; donde el -que tiene necesidad <em>pide con vuelta</em>.</p> - -<p>Trajeron una vaca gorda y dos ovejas, mandé á mi -gente á carnearlas y entramos con Ramón á la platería.</p> - -<p>El indio me habló así:</p> - -<p>—Yo soy amigo de los cristianos, porque me gusta el -trabajo; yo deseo vivir en paz, porque tengo qué perder; -yo quiero saber si esta paz durará y si me podré -ir con mi indiada al Cuero, que es mejor campo que -éste.</p> - -<p>Le contesté:</p> - -<p>Que me alegraba mucho de oirlo discurrir así; que -eso probaba que era un hombre de juicio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_291"></a>[Pg 291]</span></p> - -<p>Añadió:</p> - -<p>—Yo conozco la razón; ¿usted cree que no me gustaría -á mí vivir como Coliqueo?<a id="FNanchor_5" href="#Footnote_5" class="fnanchor">[5]</a> ¡Pero cuándo van -los otros!</p> - -<p>¡Están muy asustadizos! Es preciso que pase mucho -tiempo para que le tomen gusto á la paz.</p> - -<p>Yo repuse:</p> - -<p>—¿Entonces usted cree que es mejor vivir juntos y -no desparramados?</p> - -<p>—Ya lo creo—me contestó,—viviendo así tan lejos -unos de otros, todos son perjuicios, no hay comercio.</p> - -<p>Llegaron algunas visitas. Tuve que recibirlas. Entre -ellas venía el padre de Ramón, un indio valetudinario -y setentón. Me contó su vida, sus servicios, me -ponderó sus méritos con un cinismo comparable solamente -al de un hombre civilizado; me dijo que había -abdicado en su hijo el gobierno de la tribu, porque -Ramón era como él, me hizo mil ofertas, mil protestas -de amistad y por último me pidió un chaquetón de paño -forrado en bayeta.</p> - -<p>Me avisaron que la carneada estaba hecha; mandé -arrimar las tropillas y le previne á Ramón que ya -pensaba marcharme, á lo cual contestó que yo era dueño -de mi voluntad; que cómo había de ser, si no podía -hacerle una visita más larga y que iba á tener el gusto -de acompañarme con algunos amigos hasta por ahí.</p> - -<p>Le di las gracias por su fineza, le manifesté que para -qué quería incomodarse, que no hiciera ceremonia, y -me respondió que no había incomodidad en cumplir con -un deber, que quizá no nos volveríamos á ver.</p> - -<p>Yo no tenía qué replicar.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_292"></a>[Pg 292]</span></p> -<p>Pensé un momento para mis adentros, que en Carrilobo -soplaba un viento mucho mejor que en Leubucó, -como que Ramón no tenía á su lado cristianos que -le adularan; que era el indio más radical en sus costumbres; -el que me había recibido más á la usanza -ranquelina, era el que se manifestaba á mi regreso más -caballero y cumplido; y acabé por hacerme esta pregunta: -¿El contacto de la civilización será corruptor -de la buena fe primitiva?</p> - -<p>Sentí el cencerro de las tropillas que llegaban, mandé -ensillar y le dije á Ramón:</p> - -<p>—Bueno, amigo, ¿qué tiene que encargarme?</p> - -<p>—Necesito algunas cosas para la platería—me contestó.</p> - -<p>—Yo se las mandaré, y esto diciendo saqué mi libro -de memorias para apuntar en él los encargos—añadiendo,—qué -son:</p> - -<p>—Un yunque.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Un martillo.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Unas tenazas.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Un torno.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Una lima fina.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Un alicate.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Un crisol.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Un bruñidor.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>—Piedra lápiz.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_293"></a>[Pg 293]</span></p> - -<p>—Atíncar.</p> - -<p>Ramón había ido enumerando las palabras anteriores, -sin necesidad de lenguaraz, pronunciándolas correctamente.</p> - -<p>Al oirle decir atíncar, le pregunté:</p> - -<p>—¿Atíncar?</p> - -<p>—Sí, atíncar—repuso.</p> - -<p>—Dígame el nombre en lengua de cristiano.</p> - -<p>—Así es, atíncar.</p> - -<p>Iba á decirle: ése será el nombre en araucano; pero -me acordé de las lecciones que acababa de recibir, de -mi humillación en presencia del fuelle, de mi humillación -ante doña Fermina, discurriendo como un filósofo -consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté:</p> - -<p>—¿Está usted cierto?</p> - -<p>—Cierto, atíncar es, así le llaman los chilenos; y -esto diciendo se levantó, se acercó á la fragua, metió -la mano en un saquito de cuero que estaba colgado al -lado de la horqueta de una tijera del techo, y desenvolviéndolo -y pasándomelo, me dijo:</p> - -<p>—Esto es atíncar.</p> - -<p>Era una substancia blanquecina, amarga, como la -sal.</p> - -<p>Apunté <em>atíncar</em>, convencido que la palabra no era -castellana.</p> - -<p>En cuanto llegué al Río 4.º, uno de mis primeros -cuidados fué tomar el diccionario.</p> - -<p>La palabra <em>atíncar</em> trotaba por mi imaginación.</p> - -<p>Atíncar hallé en la página 82, masculino, véase: -<em>bórax</em>.</p> - -<p>—¡Alabado sea Dios!—exclamé.—Yo sabía lo que -era bórax; sabía que era una sal que se encuentra en -disolución en ciertos lagos; sabía que en metalurgia -se la empleaba como fundente, como reactivo y como<span class="pagenum"><a id="Page_294"></a>[Pg 294]</span> -soldadura. ¡Loado sea Dios!—volví á exclamar,—que -así castiga sin palo ni piedra.</p> - -<p>Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto -que leemos y estudiamos.</p> - -<p>¿Y para qué?</p> - -<p>Para despreciar á un pobre indio, llamándole bárbaro, -salvaje; para pedir su exterminio, porque su -sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles -de asimilarse con nuestra civilización empírica, -que se dice humanitaria, recta y justiciera, aunque -hace morir á hierro al que á hierro mata, y se ensangrienta -por cuestión de amor propio, de avaricia, -de engrandecimiento, de orgullo, que para todo nos -presenta en nombre del derecho el filo de una espada, -en una palabra, que mantiene la pena del talión, porque -si yo mato me matan; que en definitiva, lo que -más respeta, es la fuerza, desde que cualquier Breno -de las batallas ó del dinero es capaz de hacer inclinar -de su lado la balanza de la justicia.</p> - -<p>¡Ah! mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio -ése, que rechazamos y despreciamos, como si todos no -derivásemos de un tronco común, como si la <em>planta -hombre</em> no fuese única en su especie, el día menos pensado -nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos -en la ignorancia, de una vanidad descomunal, -irritante, que ha penetrado en la obscuridad nebulosa -de los cielos con el telescopio, que ha suprimido las -distancias por medio de la electricidad y del vapor, -que volará mañana, quizá, convenido; pero que no -destruirá jamás, hasta <em>aniquilarla</em>, una simple partícula -de la materia, ni le arrancará al hombre los secretos -recónditos del corazón.</p> - -<p>Todo estaba pronto para la marcha.</p> - -<p>Me despedí de la familia de Ramón, cuyas hijas, -apartándose de la costumbre de la tierra, nos abraza<span class="pagenum"><a id="Page_295"></a>[Pg 295]</span>ron -y nos dieron la mano, regalándoles sortijas de plata -á algunos de los que me acompañaban.</p> - -<p>En seguida marché, me acompañaban Ramón y -cincuenta de los suyos al son de cornetas.</p> - -<p>Ramón montaba un caballo bayo domado por él.</p> - -<p>Parecía un animal vigoroso.</p> - -<p>—Yo no soy haragán, amigo—me dijo.—Yo mismo -domo mis caballos, me gusta más el modo de los indios -que el de los cristianos.</p> - -<p>—¿Y qué, doman de otro modo ustedes?—le pregunté.</p> - -<p>—Sí—me contestó.</p> - -<p>—¿Cómo hacen?</p> - -<p>—Nosotros no maltratamos el animal; lo atamos á -un palo; tratamos de que pierda el miedo; no le damos -de comer si no deja que se le acerquen; lo palmeamos -de á pie; lo ensillamos y no lo montamos, hasta -que se acostumbra al recado, hasta que no siente ya -cosquillas; después lo enfrenamos, por eso nuestros caballos -son tan briosos y tan mansos.</p> - -<p>Los cristianos les enseñan más cosas, á trotar más -lindo; nosotros los amansamos mejor.</p> - -<p>—Hasta en esto—dije para mis adentros,—los bárbaros -pueden darles lecciones de humanidad á los que -les desprecian.</p> - -<p>Ramón me había acompañado como una legua.</p> - -<p>—Hasta aquí no más—le dije, haciendo alto.</p> - -<p>—Como guste—me contestó.</p> - -<p>Nos dimos la mano, nos abrazamos y nos separamos.</p> - -<p>Su comitiva me saludó con un ¡hurrah!</p> - -<p>—¡Adiós! ¡adiós!—gritaron varios á una.</p> - -<p>—¡Adiós! ¡adiós! ¡amigo!—gritaron otros.</p> - -<p>Y ellos partieron para el Sur, y nosotros para el -Norte, envueltos en remolinos de arena que obscurecían -el horizonte como negra cortina.</p> - -<p>Mi cálculo era llegar á la Verde al ponerse el sol.</p> - -<p>Llegué á un campo pastoso, hice alto un momento, -la arena nos ahogaba.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_296"></a>[Pg 296]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_5" href="#FNanchor_5" class="label">[5]</a> Coliqueo, indio amigo establecido en su tribu entre los departamentos -de Junín y 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires.</p></div></div> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_297"></a>[Pg 297]</span></p> -<h2 class="nobreak" >XXX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Á la vista de la Verde.—Murmuraciones.—Defecto de lectores y -de caminantes.—Dos cuentos al caso.—Reglas para viajar en -la Pampa.—La monotonía es capaz de hacer dormir al mejor -amigo.—Dos polvos.—Suerte de Brasil.—Reproche de los franciscanos.—¿Tendrán -alma los perros?—Un obstáculo.</p> -</div> - - -<p>Los médanos de la Verde estaban á la vista, y es -probable que, en mi caso, otro viajero no se hubiera -detenido. Pero la experiencia es madre de la ciencia, -y yo me reía de algunos de mis oficiales que, viendo -el objetivo tan cerca, murmuraban:—¿Por qué se parará -aquí este hombre?</p> - -<p>Ellos no habían recorrido como yo cuatro partes -del mundo, en buque de vela, en vapor, en ferrocarril, -en carreta, á caballo, á pie, en coche, en palanquín, -en elefante, en camello, en globo, en burro, en silla de -manos, á lomo de mula y de hombre.</p> - -<p>Es defecto de lectores y de caminantes apurarse demasiado.</p> - -<p>Unos y otros debieran tener presente que la igualdad -del movimiento produce en el espíritu el mismo efecto -que hace en los oídos la igualdad de la entonación.</p> - -<p>Voltaire lo ha dicho:</p> - -<p>«<i lang="fr" xml:lang="fr">L'ennui naquit un jour de l'uniformité.</i>»</p> - -<p>Lo que nos sucede cuando oimos leer en alta voz<span class="pagenum"><a id="Page_298"></a>[Pg 298]</span> -con excesiva rapidez olvidando la marcha más ó menos -mesurada del autor, la fuerza, energía ó pasión -del pensamiento, nos sucede también viajando en ferrocarril.</p> - -<p>La velocidad de la locomoción no hace efecto porque -es continua.</p> - -<p>Siempre que oigo leer en alta voz muy aprisa, me -acuerdo de un cuento, y cuando recorro á caballo las -pampas argentinas me acuerdo de otro.</p> - -<p>En una comedia de Sedaine, no estoy cierto si en -<cite>Rose et Colas</cite>, hay una escena muy larga entre dos aldeanos, -y cuentan las crónicas que los actores á fin -de terminar cuanto antes el ensayo, se apuraban demasiado, -y que no por eso la escena parecía más -corta.</p> - -<p>Consultando al autor á ver si se prestaba á hacer -algunas supresiones, contestó:</p> - -<p>«Díganla más despacio y harán que parezca más -corta.»</p> - -<p>Sedaine tuvo, á no dudarlo, presente el dicho de -otro poeta francés como él:</p> - -<p>«Dans tout ce que tu <i lang="fr" xml:lang="fr">lis</i>, hâte-toi lentement.»</p> - -<p>Pues lo mismo sucede cuando se recorre un país á -todo galope; todo parece lejos y nada se ve bien, se -llega al término de la jornada abrumado de cansancio -y sin haber disfrutado de los agradables espectáculos -de la Naturaleza.</p> - -<p>Y eso es cuando se llega, que á veces se queda uno -en el camino.</p> - -<p>Era tarde, poníase el sol, un viajero ecuestre galopaba -á toda brida por los campos.</p> - -<p>Encontróse con un gaucho y le preguntó:</p> - -<p>—¿Á qué hora llegaré á tal parte?</p> - -<p>—Si sigue al galope—le contestó,—llegará mañana; -si marcha al trotecito llegará <em>lueguito</em> no más.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_299"></a>[Pg 299]</span></p> - -<p>—¿Y cuántas leguas hay?</p> - -<p>—Así como dos.</p> - -<p>—¿Y cómo es eso; si está tan cerca, cómo he de -tardar más andando más ligero?</p> - -<p>—¡Oh!—contestó el paisano, echándole una mirada -de compasión al caballo de su interlocutor;—es que -si lo sigue apurando al <em>mancarrón</em>, <em>ahorita</em> no más se -le va á aplastar.</p> - -<p>Lo cual, oido por el viajero, hizo que recogiendo la -rienda se pusiera al trote.</p> - -<p>La aplicación de mis máximas, viajando en todas -estaciones, de día y de noche, con buen y mal tiempo, -por las vastas soledades del desierto, me ha dado -siempre el mejor resultado.</p> - -<p>He llegado adonde me proponía el día anunciado -de antemano, sin dejar caballos cansados en el camino -y sin fatigar física ni moralmente á los que me acompañaban.</p> - -<p>Mi regla era inalterable.</p> - -<p>Partía al trote, galopaba un cuarto de hora, sujetaba, -seguía al tranco cinco minutos, trotaba en seguida -otros cinco, galopaba luego otro cuarto de hora, -y por último hacía alto, echaba pie á tierra descansando -cinco minutos y dejaba descansar los caballos -prosiguiendo después la marcha con la misma inflexible -regularidad, toda vez que el terreno lo permitía.</p> - -<p>Los maturrangos que me seguían se quejaban de -que cambiara tanto el aire de la marcha y de las continuas -paradas, primero, por falta de reflexión; segundo, -porque á ellos una vez que el cuerpo se les calienta, -lo que menos les incomoda es el galope. Pero -los caballos, más jueces en la materia que los que los -montan, estoy cierto que en su interior decían, cada<span class="pagenum"><a id="Page_300"></a>[Pg 300]</span> -vez que oían la voz de alto y la orden de <em>saquen los -frenos</em>: ¡bendito sea este Coronel!</p> - -<p>Lo repito, viajando sucede lo mismo que leyendo.</p> - -<p>Las lecturas más largas son ésas en las que no hay -alteración ni en la cadencia ni en la dicción.</p> - -<p>El autor de la tragedia <em>Leonidas</em> había invitado varios -de sus amigos para leerles una nueva composición.</p> - -<p>Nadie se hizo esperar.</p> - -<p>Á la hora convenida doce jueces selectos, entre los -que había algunos académicos, se hallaban reunidos -ocupando cómodos sillones, y enfrente de ellos, con una -mesa por delante, el poeta.</p> - -<p>La lectura empezó leyendo el mismo autor, que poseía -el arte de hacer magníficos versos; pero que no -sabía leer.</p> - -<p>Leía con una voz sepulcral monótona é invariable.</p> - -<p>Durante la primera media hora la amistad soportó -el suplicio, aplaudiendo los dos primeros actos.</p> - -<p>Terminaba el tercero, y como el autor no oyese la -más leve muestra de aprobación, levantó la vista del -manuscrito, y echando una mirada á su alrededor, -encontró que el auditorio dormía profundamente.</p> - -<p>Comprendiendo lo que había pasado, apaga las luces, -y en lugar de continuar leyendo, se pone á declamar -á obscuras el resto de la tragedia que sabía de -memoria.</p> - -<p>La lectura en alta voz y la declamación son dos artes -diferentes.</p> - -<p>Todos se despiertan exclamando: ¡bravo! ¡bravo!</p> - -<p>El autor no se detiene, sus amigos creen que aquello -es un sueño, que están ciegos, porque abren los -ojos y nada ven, vuelven en sí después de un momento -de espanto y la escena termina con esta enseñanza -útil:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_301"></a>[Pg 301]</span></p> - -<p>La monotonía es capaz de hacer dormir á los mejores -amigos.</p> - -<p>¿Mis oficiales no pensaban en nada de esto al censurar -mi parada á la vista de los médanos de la Verde, -como no pensaron en ocasiones anteriores qué habría -sido de los pobres caballos y de nosotros mismos, -si hubiéramos marchado en alas de la impaciencia -siempre al galope?</p> - -<p>Habríamos tardado más en llegar á Leubucó, más -en salir de allí, más en volver al punto de partida y -el trayecto lo hubiéramos hecho entre el sueño y la -fatiga.</p> - -<p>Que se acuerden de lo que les pasó, yendo de la -Verde al fuerte «Sarmiento» y cuando en cumplimiento -de mis órdenes tuvieron que hacer la marcha al -trote, y nada más que al trote.</p> - -<p>Todos querían galopar ó <em>tranquear</em>.</p> - -<p>Los franciscanos clamaban al cielo.</p> - -<p>La consigna era al trote y al trote se marchaba y -las distancias parecían más largas y las horas eternas -y todos se dormían y se llevaban los árboles por -delante é interiormente exclamaban: malhaya el Coronel.</p> - -<p>El Coronel tuvo, sin embargo, sus razones para dar -esas órdenes, razones que no son del caso y que respondían -á un sentimiento de prudencia previsora.</p> - -<p>La parada no se efectuó únicamente por alterar la -monotonía de la marcha ó por hacer descansar los caballos. -La diplomacia tuvo en ello gran parte.</p> - -<p>Yo tenía motivos para retardar mi arribo á la Verde, -en donde no quería detenerme, sino encontrarme, -en todo caso, con el capitán Rivadavia, ó con algún embajador -de Mariano Rosas.</p> - -<p>Cuando después de haber medido las distancias con -el compás de la imaginación, el reloj me dijo que era<span class="pagenum"><a id="Page_302"></a>[Pg 302]</span> -hora de proseguir la marcha, mandé poner los frenos -y cinchar.</p> - -<p>Al tiempo de movernos descubriéronse á retaguardia -dos polvos siguiendo la misma dirección de la rastrillada, -siendo más pequeño el que estaba más cerca de -nosotros, que el que remolineaba más lejos.</p> - -<p>—Es uno que corre un avestruz—decían éstos;—es -uno que corre una gama—decían aquéllos;—no es -nada de eso—decía Camilo Arias:—es un indio que -corre una cosa que no es animal del campo.</p> - -<p>Mis oficiales y yo observábamos, haciendo conjeturas, -y hasta los franciscanos que se iban haciendo gauchos, -metían su cuchara calculando qué serían los tales -polvos.</p> - -<p>Ya estábamos á caballo.</p> - -<p>Yo vacilaba; quería seguir y salir de dudas.</p> - -<p>Camilo Arias, cuya mirada taladraba el espacio, por -decirlo así, hasta tocar los objetos, dijo entonces con -su aire de seguridad habitual:</p> - -<p>—Es un indio que corre un perro.</p> - -<p>—Ha de ser <em>Brasil</em> que se ha de haber escapado—exclamaron -varios á una.</p> - -<p>Y los dos franciscanos:</p> - -<p>—¡Pobrecito! ¡Cuánto me alegro!</p> - -<p>Y esto diciendo, me miraron como reprochándome -una vez más lo que había hecho en Carrilobo.</p> - -<p>Mi pecado no era grande, empero.</p> - -<p>Estábamos conversando con Ramón en su toldo, -cuando el valiente <em>Brasil</em>,—hablo del perro—vino -mansamente á echarse á mi lado, mirándome como -quien dice: ¿cuándo nos vamos de esta tierra? meneando -al mismo tiempo la cola como un plumero, como -cuando con una sonrisa afable ó con una palmada -cariñosa queremos neutralizar el efecto de una frase -picante.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_303"></a>[Pg 303]</span></p> - -<p>No sé si lo he dicho, que <em>Brasil</em>, á más de ser muy -guapo, era un can gordo y macizo, de reluciente pelo -color oro muy amarillo.</p> - -<p>Pero sí recuerdo haber dicho estando allá por las -tierras de mi compadre Baigorrita, que los perros de -los indios pasan verdaderamente una vida de perros. -Siempre hambrientos, se les ven las costillas, tal es -su flacura; parece que no tuvieran carne ni sangre; -diríase al verlos, que son habitantes fósiles de las remotas -épocas antediluvianas, en que sólo vivían disecados -por una temperatura plutoniana los enroscados -amonitas y los alados y cartilaginosos pterodáctilos -de largo pescuezo y magna cabeza.</p> - -<p>Ramón enamoróse de la magnificencia de <em>Brasil</em>, cuya -gordura contrastaba con la estiptiquez de sus perros, -lo mismo que un prisionero paraguayo con un -morrudo soldado riograndés.</p> - -<p>—¡Qué perro tan gordo, hermano—me dijo,—y qué -lindo! y los míos ¡qué flacos!</p> - -<p>—No les dará de comer, hermano—le contesté.</p> - -<p>—¡Pues no!</p> - -<p>—¿Y qué les da de comer?</p> - -<p>—Lo que sobra.</p> - -<p>Lo que sobra, dije yo para mis adentros. Y sabiendo -que los indios se comen hasta la sangre humeante de -la res, pensé: Yo no quisiera estar en el pellejo de estos -perros, recordando que alguna vez había tenido -envidia de ciertos perritos de larga lana y lúbricos -ojos, que algunas damas de copete y otras que no lo -son, adoran con locura, durmiendo hasta con ellos, -tal es el progreso humanitario del siglo <small>XIX</small>, progreso -que si sigue puede hacer que el año 2000 un perro -se llame <em>Monsieur Bijou</em>, <em>Mister Pinch</em> ó el <em>señor don -Barcino</em>.</p> - -<p>Y dirigiéndome á mi interlocutor, repuse:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_304"></a>[Pg 304]</span></p> - -<p>—Eso no basta.</p> - -<p>Ramón contestó:</p> - -<p>—Es que son <em>maulas</em> estos míos. Usted podía regalarme -el suyo para que encastara aquí.</p> - -<p>¿Qué le había de decir?</p> - -<p>—Está bueno, hermano—le contesté,—tómelo; pero -hágalo atar ahora mismo, porque de lo contrario no -ha de parar en el toldo, se ha de ir conmigo.</p> - -<p>Ramón llamó, y al punto se presentaron tres cautivos.</p> - -<p>Hablóles en su lengua; quisieron ponerle un dogal -al cuello con un lazo que por allí estaba, mas fué en -vano.</p> - -<p><em>Brasil</em> mostraba sus aguzados y blancos colmillos, -gruñía, se encrespaba, encogiendo nerviosamente la -cola y los tímidos cautivos no se atrevían á violentarlo.</p> - -<p>Me parecía que los desgraciados comprendían mejor -que yo la libertad, y que no era por cobardía sino por -un sentimiento de amor confuso y vago que respetaban -al orgulloso mastín.</p> - -<p>Tuve yo mismo que ser el verdugo de mi fiel compañero.</p> - -<p><em>Brasil</em> me miró cuando me levanté á tomar el lazo, -echóse patas arriba mostrándome el pecho como diciéndome: -mátame si quieres.</p> - -<p>Al atarle la soga en el pescuezo me miré en la niña -de sus ojos, que parecían cristalizados.</p> - -<p>Y me vi horrible, y á no ser la palabra empeñada, -me habría creído infame.</p> - -<p><em>Brasil</em> se dejó atar humildemente á un palo.</p> - -<p>Intentó ladrar y le hice callar con una mirada severa -y un ademán de silencio.</p> - -<p>Al abandonar el toldo de Ramón entré en él á despedirme -de su familia.</p> - -<p>El movimiento que reinaba, dijo claramente al ins<span class="pagenum"><a id="Page_305"></a>[Pg 305]</span>tinto -del animal que su libertad había concluido; -viéndome salir sin él, prorrumpió en alaridos que desgarraban -el corazón.</p> - -<p>¡Quién sabe cuánto tiempo ladró!</p> - -<p>Probablemente no se cansó de ladrar y Ramón, cansado -de sus lamentaciones, le soltó viéndonos ya lejos.</p> - -<p><em>Brasil</em> se dijo probablemente también, viéndose -suelto:</p> - -<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Ils vont, l'éspace est grand</i>, pero yo les alcanzaré, y -se lanzó en pos de nosotros huyendo de aquella tierra -donde los de su especie le habían hecho perder la buena -opinión que tuviera de la humanidad.</p> - -<p>Los dos polvos avanzaban hacia nosotros con celeridad.</p> - -<p>Teníamos la vista clavada en ellos.</p> - -<p>De repente, la nube más cercana se condensó y Camilo -Arias gritó:</p> - -<p>—¡Ahí lo bolean!</p> - -<p>Lo confieso, persuadido de que era <em>Brasil</em> que venía -hacia nosotros, las palabras de Camilo me hicieron el -mismo efecto que me habría hecho en un campo de -batalla ver caer prisionero á un compañero de peligros -y de glorias.</p> - -<p>Los buenos franciscanos estaban pálidos, mis oficiales -y los soldados tristes.</p> - -<p>El mal no tenía remedio.</p> - -<p>—Vamos—dije, y partí al galope.</p> - -<p>—¿Y qué, lo dejamos?—exclamaron los franciscanos.</p> - -<p>—Vamos, vamos—contesté; y una idea fijó mi mente, -mortificándome largo rato.</p> - -<p>¿Por qué, me preguntaba, pensando en la suerte de -<em>Brasil</em>, no ha de tener alma como yo un ser sensible, -que siente el hambre, la sed, el calor y el frío; en dos -palabras: el dolor y el placer sensual como yo?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_306"></a>[Pg 306]</span></p> - -<p>Y pensando en esto procuraba explicarme la razón -filosófica de por qué se dice:</p> - -<p>Ese hombre es muy perro, y nunca cuando un perro -es bravo ó malo: Ese perro es muy hombre.</p> - -<p>¿No somos nosotros los opresores de todo cuanto -respira, inclusive nuestra propia raza?</p> - -<p>¿La moral será algún día una ciencia exacta?</p> - -<p>¿Adónde iremos á parar si la anatomía comparada, -la fisiología, la frenología, la biología, en fin, llegan -á hacer progresos tan extraordinarios, como la física -ó la química los hacen todos los días, tanto que ya no -va habiendo en el mundo material nada recóndito para -el hombre?</p> - -<p>¿Qué le falta descubrir?</p> - -<p>Por medio de la electricidad, de la óptica y del vapor -ha penetrado ya en las entrañas de la tierra y en -los abismos del mar hasta insondables profundidades; -ha descubierto en los cielos remotos é invisibles luminares -y su palabra recorre millares de leguas con mágica -y pasmosa rapidez.</p> - -<p>Soñando en esas cosas iba distraído, cuando mi caballo -se detuvo en presencia de un obstáculo, no sintiendo -ni el rebenque ni la espuela.</p> - -<p>Estábamos al pie de los médanos de la Verde.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_307"></a>[Pg 307]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >XXXI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> -<p>Otra vez en la Verde.—Últimos ofrecimientos de Mariano Rosas.—Más -ó menos todo el mundo es como Leubucó.—Augurios -de la Naturaleza.—Presentimientos.—Resuelvo separarme de -mis compañeros.—Impresiones.—¡Adiós!—Un fantasma.—Laguna -del Bagual.—Encuentro nocturno.—Un cielo al revés.—<em>Agustinillo.</em>—Miseria -del hombre.</p> -</div> - -<p>El lector conoce ya la Verde, en cuya hoya profunda -y circular mana fresca, abundante y límpida el agua -dulce, y donde todos los que entran ó salen, por los caminos -del Cuero y Bagual, se detienen para abrevar -sus cabalgaduras y guarecerse durante algunas horas -bajo el tupido ramaje de los algarrobos, ó de los chañares -y espinillos, que hermosean el plano inclinado, -que en abruptas caídas conduce hasta el borde de la -laguna, cubierto de verdes juncos, de amarillentas -espadañas y filosas totoras de semi-cilíndricas hojas, -entre las cuales los sapos y las ranas celebran escondidos, -en eterno y monótono coro, la paz inalterable de -aquellas regiones solitarias y calladas...</p> - -<p>Allí hay sombra, fresca gramilla y perfumado trébol, -durante las horas en que el sol vibra implacable -sus rayos sobre la tierra; refugio durante las noches -tempestuosas, en que las aguas se desploman á torren<span class="pagenum"><a id="Page_308"></a>[Pg 308]</span>tes -del cielo, leña siempre para encender el alegre fogón.</p> - -<p>Yo coronaba con mi gente las crestas arenosas del -médano, al mismo tiempo que en una dirección que -formaba con la mía un ángulo recto, aparecía un pequeño -grupo de jinetes viniendo de Leubucó.</p> - -<p>Debe ser, dije para mis adentros, la contestación -del capitán Rivadavia, y picando mi caballo descendí -rápidamente por la cuesta, recibiendo pocos instantes -después una carta suya, pues, en efecto, los que venían -eran mensajeros de aquel fiel y valiente servidor.</p> - -<p>Mariano Rosas había escuchado mi reclamo diplomático, -y, á fuer de hombre versado en los negocios -públicos, me ofrecía en cumplimiento del tratado de -paz, perseguir, aprehender y castigar á los que, según -mis noticias, habían andado <em>maloqueando</em> por San -Luis, mientras yo tenía mis conferencias á campo raso -con los notables de Baigorrita, de Mariano y de Ramón.</p> - -<p>Promesas no ayudan á pagar; pero sirven siempre -para salir del paso, y los indios incansables cuando se -trata de pedir, no se andan con escrúpulos cuando se -trata de prometer.</p> - -<p>Más ó menos el mundo anda así en todas partes, y -los individuos, lo mismo que las naciones, encuentran -todos los días en el arsenal de las perfidias humanas, -pretextos y razones para faltar á la fe pública empeñada; -y las muchedumbres en uno y otro hemisferio, -se dejan llevar constantemente de las narices por los -ambiciosos que las engañan y alucinan para explotarlas -y dominarlas.</p> - -<p>Ayer era Napoleón III erigido en campeón de las -nacionalidades, triunfador en Magenta y Solferino, -en nombre de la <em>Federación Italiana</em>; hoy es Bismarck -en nombre del <em>Germanismo</em> al grito de la <em>galofobia</em>;<span class="pagenum"><a id="Page_309"></a>[Pg 309]</span> -mañana será otro Pedro el Grande en nombre del -<em>Panslavismo</em>, valiéndose de la turbulencia Moscovita, -de la ignorancia de los siervos y del fanatismo religioso.</p> - -<p>En América hemos tenido á Rosas, á Monagas, á -López.</p> - -<p>Todos ellos supieron encontrar la palabra misteriosa -y magnética para fascinar al pueblo.</p> - -<p>La libertad y la fraternidad universal siguen mientras -tanto siendo una bella utopía, una santa aspiración -del alma, y de <em>hegemonía</em> en <em>hegemonía</em>, dominados -hoy por los unos, mañana por los otros, el hombre -individual y el hombre colectivo caminan por rumbos -distintos quién sabe dónde...</p> - -<p>La perfección y la perfectibilidad parecen ser dos -grandes quimeras.</p> - -<p>Rodamos á la desventura, y la mentira es la única -verdad de que estamos en posesión.</p> - -<p>Parece que Dios hubiera querido ponerle una gran -barrera á la conciencia humana, para detenerla siempre -que se atreve á penetrar en los tenebrosos limbos -del mundo moral.</p> - -<p>El sol se ponía majestuosamente, el horizonte estaba -limpio y despejado; terso el cielo azul; sólo una -que otra nube esmaltada con los colores del arco iris y -suspendida á inmensas alturas, se descubría en la gigantesca -bóveda; soplaba una brisa ricamente oxigenada, -blanda y fresca; las espadañas se columpiaban -graciosamente sobre su tallo flexible reflejándose en -las claras aguas de la laguna, hasta humedecer en ellas -sus albos penachos, como voluptuosas Náyades de bella -y blanca faz que al borde de la fuente empaparan las -puntas de sus sueltos cabellos, mirándose distraídas y -enamoradas de sí mismas, en el espejo líquido y sereno.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_310"></a>[Pg 310]</span></p> - -<p>El cielo y la tierra con sus indicios seguros, auguraban -una noche apacible y un día tan hermoso como el -que acababa de transcurrir.</p> - -<p>Convenía, pues, aprovechar los pocos momentos de -luz que quedaban.</p> - -<p>No sé qué vago y falso presentimiento oprimía angustiosamente -mi pecho.</p> - -<p>¿Era que iba á separarme de mis compañeros, de -los que en aquella extraña peregrinación habían compartido -conmigo todas las privaciones, todas las fatigas, -todos los azares de que nos vimos rodeados, y que -unas veces dominé con la paciencia, otras con la audacia -y el desprecio de la vida?</p> - -<p>¿Ó que habiendo pasado el peligro, la imaginación -se abismaba en sí misma absorta en la contemplación -de sus propios fantasmas?</p> - -<p>¿No os ha sucedido alguna vez después de uno de -esos trances heroicos, en que se ve de cerca la muerte -con ánimo sereno, sentir algo como un estremecimiento, -y tener miedo de lo que ha pasado?</p> - -<p>¿No os ha sucedido alguna vez, luchar brazo á brazo -con la muerte, vencer y experimentar en seguida, después -que la crisis ha pasado completamente, un sacudimiento -nervioso, que es como si un eco interior os -dijese: Parece imposible?</p> - -<p>¿No habéis corrido alguna vez á salvar un objeto -querido al borde del precipicio, salvarle instintivamente, -y mirándole sano y salvo, algo como un desvanecimiento -de cabeza no os ha hecho comprender que la -existencia es un bien supremo, á pesar de las espinas -que nos hincan y lastiman en las asperezas de la jornada?</p> - -<p>¿No habéis estado alguna vez horas enteras á la cabecera -de un doliente amado, dominado por la idea de -la vida, mecido por los halagos de la esperanza, y al -<span class="pagenum"><a id="Page_311"></a>[Pg 311]</span> -verle convaleciente, lívido el rostro, brillante la mirada, -no os ha hecho el efecto del espectro de la muerte, -y sólo entonces habéis comprendido el terrible arcano -que se encierra entre el ser y el no ser?</p> - -<p>Entonces comprenderéis las impresiones de mi alma, -tan distintas en aquel momento de lo que habían sido -antes en ese mismo lugar, cuando resuelto á todos sin -previo aviso y desarmado, me dirigí al corazón de las -tolderías seguido de un puñado de hombres animosos.</p> - -<p>En el fondo del médano había ya como un crepúsculo, -mientras que en sus crestas reverberaban todavía -los últimos rayos solares.</p> - -<p>Bandadas interminables de aves acuáticas, que se -retiraban á sus nidos lejanos, cruzaban por sobre nuestras -cabezas, batiendo las alas con estrépito en sus evoluciones -caprichosas, y nuestras cabalgaduras después -de haberse refrescado, <em>chapaleaban</em> el agua de la orilla -de la laguna, se revolcaban, mordían acá y allá las más -incitantes matas de pasto y relinchaban mirando en -dirección al Norte, con las orejas tiesas y fijas como la -flecha de un cuadrante que marcara el punto de dirección, -cuando llamando á los buenos franciscanos y á -mis oficiales les comuniqué que había resuelto separarme -de ellos.</p> - -<p>El sentimiento de la disciplina no mata los grandes -afectos, es mentira; pero hace que el hombre, reprimiéndose, -se acostumbre á disimular todas sus impresiones, -hasta las más tiernas y honrosas.</p> - -<p>¡Cuántas veces á causa de eso no pasan por seres -sin corazón los que se hallan sujetos á las terribles -leyes de la obediencia pasiva, á esas leyes que en todas -partes mantienen divorciado al soldado con el ciudadano, -que contra el espíritu del siglo permanecen estacionarias, -como monumentos inamovibles de esclavitud, -sin que la marea generosa que agita al mundo civiliza<span class="pagenum"><a id="Page_312"></a>[Pg 312]</span>do -desde la caída del imperio romano, las haya conmovido, -y, que, por eso mismo, hacen al soldado tanto -más grande, cuanto mayor es la servidumbre que le -oprime!</p> - -<p>Al recibir aquéllos la orden de formar dos grupos, -de los cuales el más numeroso seguiría por el camino -conocido del Cuero, y el más pequeño, encabezado por -mí, tomaría el desconocido de la laguna del Bagual, -algo como un tinte de tristeza vagó por sus fisonomías.</p> - -<p>Nadie replicó, todos corrieron á disponer lo referente -á la marcha nocturna. Pero yo comprendí que más de -un corazón sentía vivamente separarse de mí, no sólo -por esa simpatía secreta, que como vínculo une á los -hombres, sea cual sea su posición respectiva, sino por -ese amor á lo desconocido y esa inclinación genial al -combate y á la lucha, propia de las criaturas varoniles, -que hace apetecible la vida, cuando ella no se consume -monótonamente en la molicie y los placeres.</p> - -<p>Cumplidas mis órdenes y escritas las instrucciones -correspondientes en una hoja del libro de memorias del -mayor Lemlenyi, se formaron los dos grupos determinados.</p> - -<p>Me despedí de éste, de los franciscanos, de Ozarowski, -de todos en fin; repetí, como lo hubiera hecho un -viejo regañón y fastidioso, varias veces la misma cosa, -monté á caballo y eché á andar seguido de los cuatro -compañeros que componían mi grupo.</p> - -<p>El de Lemlenyi me precedía.</p> - -<p>Los caballos que montábamos estaban frescos, de modo -que trepamos sin dificultad á la cresta del médano, -por la gran rastrillada del Norte.</p> - -<p>Una vez allí, volvimos á decirnos adiós.</p> - -<p>Lemlenyi y los suyos tomaron el ramal de la derecha, -yo tomé el de la izquierda, que seguía el rumbo -del Poniente, y gritando todavía una vez más:—¡cui<span class="pagenum"><a id="Page_313"></a>[Pg 313]</span>dado -con galopar!—le hice comprender á mi caballo -con una presión nerviosa de las piernas en los ijares, -que debía tomar un aire de marcha más vivo.</p> - -<p>El entendido animal tomó el trote; mis dos tropillas -pasaron adelante y el tan tan metálico del cencerro, vibrando -sonoro en medio del profundo silencio de la -pampa, animaba hasta los mismos jinetes haciéndonos -el efecto de un precursor seguro.</p> - -<p>Relinchos fortísimos iban y venían de un grupo á -otro, como si los animales se dijeran: ¿por qué nos -han separado?</p> - -<p>Yo y los míos dimos vuelta varias veces, hasta que -la distancia y las nubes de polvo hicieron invisibles á -los que trotaban sin interrupción al Norte, á fin de -poder hacer su primer parada en <em>Lonco-uaca</em>, aguada -abundante y permanente, buena para apaciguar la -sed del hombre y de los animales.</p> - -<p>Probablemente, ellos hicieron lo mismo que nosotros; -varias veces mirarían atrás á ver si nos descubrían.</p> - -<p>¡Valientes compañeros! réstame aún decir antes de -perderlos de vista del todo, que hicieron su travesía -con felicidad, cumpliendo mis órdenes estrictamente, -con bastante hambre y trotando consecutivamente dos -días y dos noches, hasta llegar al fuerte «Sarmiento».</p> - -<p>Los franciscanos sacudidos por el trote casi se deshicieron; -á pesar de su mansedumbre lo calificaban de -infernal, repitiendo más de una vez durante el trayecto: -¿por qué no galopamos un poquito?</p> - -<p>Mis oficiales contestaban: primero, porque la orden -es que la marcha se haga al trote; segundo, porque si -galopamos no llegaremos en dos días.</p> - -<p>El padre Marcos alegaba que su caballo era superior.</p> - -<p>Los oficiales le decían por hacerlo rabiar un poco—<span class="pagenum"><a id="Page_314"></a>[Pg 314]</span>cosa -á la que creo no se opone la orden de Nuestro -R. P. San Francisco,—también era superior el moro -que maltrató usted la vez pasada.</p> - -<p>Aquella marcha ha dejado recuerdos imperecederos -en la memoria de los que la hicieron; y no hay ninguno -de ellos que no esté de acuerdo con la teoría que he -desarrollado en mi carta anterior, á propósito de las -hablillas que tuvieron lugar cuando hice alto á la vista -de la Verde.</p> - -<p>Las sombras de la noche iban envolviendo poco á -poco el espacio, los accidentes del terreno desaparecían -entre las tinieblas, flotábamos en un piélago obscuro -como el de la primera noche del Génesis—como -dicen en la tierra,—estaba toldado, las estrellas no -podían enviarnos su luz al través de los opacos nubarrones -que á manera de inmensa sábana mortuoria, se -habían extendido por el cielo.</p> - -<p>Hacía algunas horas que trotábamos y galopábamos.</p> - -<p>Un punto negro, más negro que la negra noche, aparecía -á corta distancia, en las mismas dereceras de la -rastrillada, alzándose como un fantasma colosal, y un -ruido que no se oye sino en la pampa, á la orilla de -las lagunas, cuando la creación duerme, íbase haciendo -cada vez más perceptible.</p> - -<p>Era que íbamos á llegar á la laguna del Bagual.</p> - -<p>El fantasma ese era un médano cubierto de arbustos; -el ruido peculiar, el cuchicheo nocturno de las aves, -que murmuran sus inocentes amores, salvándose del -inclemente rocío entre las pajas.</p> - -<p>La laguna del Bagual es por este camino un punto -estratégico como lo es por el otro la Verde: se seca rara -vez, siendo fácil hacer brotar el agua por medio de jagüeles, -y no tiene nada de notable, presentando la for<span class="pagenum"><a id="Page_315"></a>[Pg 315]</span>ma -común de los abrevaderos pampeanos,—la de una -honda taza.</p> - -<p>Cuando el desertor ó el bandido, que se refugia entre -los indios, sediento y cansado, zumbándole aún en los -oídos el galopar de la partida que le persigue, llega á -la laguna del Bagual, recién suspira con libertad, recién -se apea, recién se tiende tranquilo á dormir el sueño -inquieto del fugitivo.</p> - -<p>Saliendo de las tolderías, sucede lo contrario; allí -se detiene el malón organizado, grande ó chico, el indio -gaucho que solo ó acompañado, sale á <em>trabajar</em> de su -cuenta y riesgo, el cautivo que huye con riesgo de la -vida.</p> - -<p>Una vez en los médanos del Bagual, el que entra ya -no mira para atrás, el que sale sólo mira adelante.</p> - -<p>El Bagual es un verdadero Rubicón, no tanto por la -distancia que hay de allí á las tolderías, cuanto por -su situación topográfica.</p> - -<p>Es que por el camino del Bagual, entrando ó saliendo, -jamás se carece de agua, de esa agua que es el -más formidable enemigo del caminante y de su valiente -caballo, en el desierto de las pampas Argentinas.</p> - -<p>Al Sud, avanzando hacia las tolderías, Ranquilco y -el Médano Colorado ofrecen seguras aguadas y pasto, -quedando sobre el mismo camino.</p> - -<p>Era temprano aún, había galopado bien; y no teniendo -por qué apurarme, seguí la marcha á ver si llegaba -á <em>Agustinillo</em> antes de salir la luna.</p> - -<p>Galopábamos cruzando las sendas tortuosas de un -monte espeso, cuando distinguimos cinco bultos á derecha -é izquierda del camino.</p> - -<p>—¿Qué es eso?—le pregunté á Camilo.</p> - -<p>—Son caballos—me contestó.</p> - -<p>—Pues arreemos con ellos—agregué.</p> - -<p>Y esto diciendo formamos un ala y arrebatamos del<span class="pagenum"><a id="Page_316"></a>[Pg 316]</span> -campo los cinco animales, incorporándolos á las tropillas.</p> - -<p>¿Á quién pertenecían?...</p> - -<p>Aquella noche comprendí la tendencia irresistible -de nuestros gauchos á apropiarse lo que encuentran -en su camino, murmurando interiormente el aforismo -de Proudhon: «la propiedad es un robo».</p> - -<p>Mora dijo:</p> - -<p>—Han de ser de los indios.</p> - -<p>Yo contesté:</p> - -<p>—El que roba á un ladrón tiene cien días de perdón.</p> - -<p>Contentos con el hallazgo nos reíamos á carcajadas, -resonando nuestros ecos por la espesura...</p> - -<p>De repente oyéronse unos silbidos, que llamando mi -atención, me hicieron recogerle las riendas al caballo -y cambiar el aire de la marcha.</p> - -<p>Los silbidos seguían saliendo de diferentes direcciones.</p> - -<p>—Han de ser indios—me dijo Mora.</p> - -<p>—¿Qué indios?—le pregunté.</p> - -<p>—Los de la <em>Jarilla</em>.</p> - -<p>—¿Y por qué silban?</p> - -<p>—Nos han de haber sentido y no saben lo que es.</p> - -<p>Mora me inspiraba confianza, hice alto; pero temiendo -una celada, me dispuse á la lucha, haciendo -que mis cuatro compañeros echaran pie á tierra.</p> - -<p>Si son más que nosotros, me dije, pie á tierra somos -más fuertes, y si no vienen con mala intención, se -acercarán á reconocernos.</p> - -<p>Efectivamente, apenas nos desmontamos, aparecieron -siete indios armados de lanzas.</p> - -<p>La luna asomaba en aquel mismo momento como un -filete de plata luminoso, por entre un montón de nubes.</p> - -<p>—Háblales en la lengua—le dije á Mora.</p> - -<p>Mora obedeció dirigiéndoles algunas palabras.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_317"></a>[Pg 317]</span></p> - -<p>Los indios avanzaron cautelosamente soslayando los -caballos.</p> - -<p>Camilo Arias con ese instinto admirable que tenía -dijo:</p> - -<p>—Están con miedo.</p> - -<p>—Háblales otra vez—le dije á Mora.</p> - -<p>Obedeció éste, habló nuevamente, y los indios se acercaron -al tronco con las lanzas enristradas, haciendo alto -á unos veinte metros.</p> - -<p>—¿Con permiso de quién pasando?—dijeron.</p> - -<p>—¿Con permiso de quién andando por acá?—les contesté.</p> - -<p>—¿Ése quién siendo?—repusieron.</p> - -<p>—Coronel Mansilla, <em>peñi</em>—agregué.</p> - -<p>Y esto oyendo los indios recogieron sus lanzas y se -acercaron á nosotros confiadamente.</p> - -<p>Nos saludamos, nos dimos las manos, conversamos -un rato, les devolvimos los cinco caballos que les acabábamos -de <em>robar</em>, pues eran de ellos, les dimos algunos -tragos de anís, toda la hierba, azúcar y cigarros que -pudimos; mi ayudante Demetrio Rodríguez les dió su -poncho viendo que uno de ellos estaba casi desnudo y -por último nos dijimos adiós, separándonos como los -mejores amigos del mundo.</p> - -<p>—¿Qué indios son éstos?—le pregunté á Mora.</p> - -<p>—Son indios de la Jarilla—me contestó.</p> - -<p>—¿Y ése que no hablaba, que estaba bien vestido y -se tapaba la cara, quién sería?</p> - -<p>—Ése es Ancañao.</p> - -<p>Ancañao era un indio gaucho que estando yo en -Buenos Aires, había hecho una correría muy atrevida -por mi frontera, llegando hasta la laguna del Tala de -los Puntanos, donde tomó é hirió malamente á un cabo -del Regimiento 7.º de caballería, que llevaba comunicaciones -para el Río 4.º.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_318"></a>[Pg 318]</span></p> - -<p>En esas pláticas íbamos, cuando la luna, rompiendo -al fin los celajes que se oponían á que brillara con todo -su esplendor, derramó su luz sobre la blanca sábana de -un vasto salitral, de cuya superficie refulgente y plateada, -se alzaron innumerables luces, como si la tierra -estuviera sembrada de brillantes y zafiros.</p> - -<p>Era un espectáculo hermosísimo; la luna, las estrellas -y hasta las mismas opacas nubes, se retrataban en -aquel espejo inmóvil, haciendo el efecto de un cielo al -revés.</p> - -<p>Las huellas de la última invasión que por allí había -pasado, estaban aún impresas en el suelo cristalino.</p> - -<p>Hice alto un momento, probé la sal y era excelente.</p> - -<p>Los indios que viven más cerca de allí, la recogen en -grandes cantidades y hacen uso de ella para cocinar, -sin someterla á ninguna preparación previa.</p> - -<p>Seguimos la marcha; un rato después estábamos en -Agustinillo, acampados al borde de una linda laguna -y al abrigo de grandes chañares.</p> - -<p>Hice tender mi cama, porque hacía fresco, lo más -cerca posible del fogón, y mientras preparaban un asado, -estando mis miembros fatigados y hallándonos -completamente fuera de peligro, traté de echar un -sueño.</p> - -<p>¡Imposible dormir!</p> - -<p>Mi mente, predispuesta á la meditación, no se dejaba -subyugar por la materia.</p> - -<p>Pensaba en las escenas extraordinarias que algunos -días antes eran un ideal, gozaba en la contemplación -de ellas, y me decía en ese lenguaje mudo y grave con -que nos habla la voz del espíritu en sus horas de reconcentración: -la miseria del hombre consiste en ver -frustradas sus miras y en vivir de conjeturas; porque -la realidad es el supremo bien y la belleza suprema.</p> - -<p>En efecto, entre el ideal soñado y el ideal realizado,<span class="pagenum"><a id="Page_319"></a>[Pg 319]</span> -hay un mundo de goces, que sólo pueden apreciar como -es debido, los que habiendo anhelado fuertemente, han -conseguido después de grandes padecimientos y dolores -lo que se proponían.</p> - -<p>¿La virtud y la felicidad son acaso otra cosa que la -ciencia de lo real?</p> - -<p>Platón lo ha dicho hablando de lo <small>BELLO</small>:</p> - -<p>«El alma que no ha percibido nunca la verdad, no -puede revestir la forma humana.»</p> - -<p>¡Pues, como el sabio, felicitémonos de que la verdad -sea tan saludable, y de abrigar la esperanza de -descubrir algún día la substancia <em>efectiva</em> de todo, -para que todo no sea símbolo y sueño! -</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_320"></a>[Pg 320]<br /><a id="Page_321"></a>[Pg 321]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >EPÍLOGO</h2> -</div> - -<div class="block1"> - -<p>«¿No nos ordenan la religión y la humanidad -aliviar á los pacientes? ¿No son hermanos -todos los hombres? ¿No deben compartirse -los bienes y los males que deben á -su autor común? ¿Es lícito mostrarse inexorable -y sin piedad con alguno de sus -semejantes?»</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; ">C<small>OMTE.</small></p> - - - -<p class="p1">«El destino de la naturaleza organizada es -la perfectibilidad y ¿quién puede asignarle -límites? Al hombre le toca dominar el caos, -desparramar en todas partes, durante la -vida, las simientes de la ciencia y de la -poesía, á fin de que los climas, los cereales, -los animales y los <em>hombres</em> se suavicen, y -para que los gérmenes del amor y del bien -se multipliquen.»</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; ">E<small>MERSON.</small></p> -</div> - - -<p>El sol no comenzaba aún á disipar el cristalino rocío -que una noche serena había depositado sobre la agreste -alfombra de la Pampa, y ya galopábamos aprovechando -la fresca de una lindísima mañana de abril.</p> - -<p>Era necesario hacerlo así para no pasar otra noche -en el camino.</p> - -<p>Yo no tenía que contemplar tanto las cabalgaduras, -como los que habían seguido por el camino del Cuero.</p> - -<p>El itinerario del Bagual está sembrado de hermosas<span class="pagenum"><a id="Page_322"></a>[Pg 322]</span> -lagunas de agua dulce y permanente; en sus bañados -vastísimos hay siempre excelente pasto y en las -profundas sinuosidades de un terreno quebrado y montuoso, -sombra y leña.</p> - -<p>Dichas lagunas, saliendo de Agustinillo hasta llegar -frente á la Villa de Mercedes, sobre el Río 5.º, -son: Overamanca, el Chañar, Loncomatro, la Seña; -aquí se abren dos caminos, uno para el 3 de Febrero y -otro para las Totoritas, las Acollaradas, el Corralito, -el Machomuerto, Santiago Pozo, la Hallada, el Tala, -el Bajohondo, el Guanaco, Sallape, Pozo de los avestruces -y Pozo escondido.</p> - -<p>Todas ellas presentan más ó menos la misma fisonomía.</p> - -<p>Aquellos campos desiertos, é inhabitados, tienen -un porvenir grandioso, y con la solemne majestad de -su silencio, piden brazos y trabajo.</p> - -<p>¿Cuándo brillará para ellos esa aurora color de rosa?</p> - -<p>¡Cuándo!...</p> - -<p>¡Ay! cuando los Ranqueles hayan sido exterminados -ó reducidos, cristianizados y civilizados.</p> - -<p>¿Y cuántos son los Ranqueles, de cuya vida, usos y -costumbres he procurado dar una ligera idea en el -transcurso de las páginas antecedentes?</p> - -<p>De ocho á diez mil almas, inclusive unos seiscientos -ú ochocientos cautivos cristianos de ambos sexos, niños, -adultos, jóvenes y viejos.</p> - -<p>¿En qué me fundo para decirlo?</p> - -<p>En ciertas observaciones oculares, en datos que he -recogido y en un cálculo estadístico muy sencillo.</p> - -<p>Las tres tribus de Mariano Rosas, de Baigorrita y -de Ramón, que constituyen la gran familia ranquelina, -cuentan los tres caciques principales susodichos, -dos caciques menores, Epumer y Yanquetruz y sesenta -capitanejos, cuyos nombres son:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_323"></a>[Pg 323]</span></p> - -<p>Caniupán, Melideo, Relmo, Manghin, Chuwailau, -Caiunao, Ignal, Tripailao, Millalaf, Quintuano, Nillacaóe, -Peñaloza, Ancañao, Millanao, Pancho, Carrinamón, -Cristo, Naupai, Antengher, Nagüel, Lefín, -Quentreú, Jacinto, Tuquinao, Tropa, Wachulco, Tapaio, -Caiomuta, Quinchao, Epuequé, Yanque, Anteleu, -Licán, Millaqueo, Painé, Mariqueo, Caiupán, José, -Manqué, Manuel, Achauentrú, Güeral, Islaí, Mulatu, -Lebín, Guiñal, Chañilao, Estanislao, Wiliner, -Palfuleo, Cainecal, Coronel, Cuiqueo, Frangol, Yancaqueo, -Yancaó, Gabriel, Buta y Paulo.</p> - -<p>Cada uno de estos capitanejos acaudilla diez, quince, -veinte, veinticinco hasta treinta <em>indios de pelea</em>.</p> - -<p>Por indio de pelea se entiende, el varón sano y robusto, -de dieciséis hasta cincuenta años.</p> - -<p>Tomando por término medio que cada caudillo, cacique, -ó capitanejo pueda poner en armas veinte indios, -resultarían <em>mil trescientos</em>.</p> - -<p>Efectivamente, esta cifra está en concordancia con -lo que parece fuera de duda, á saber: que Mariano -Rosas y Ramón tienen cerca de seiscientos indios de -pelea y Baigorrita un poco más.</p> - -<p>Esas ocho ó diez mil almas ocupan una zona de tierra -próximamente de dos mil leguas cuadradas, entre -los 63º y 66º de latitud Sud; y los 35º y 37º de longitud -Este, cuyos límites naturales pueden determinarse -así:</p> - -<p>Al Norte, la laguna del Cuero; al Sud, la punta del -Río Salado; al Oeste, este mismo río, y al Este, la -Pampa.</p> - -<p>En ese vasto perímetro se hallan diseminados unos -cuatrocientos ó seiscientos toldos.</p> - -<p>Cada toldo constituye una familia, que no baja nunca -de diez personas, y no hay toldo en el que no se encuentre -un cautivo ó cautiva grande ó chico.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_324"></a>[Pg 324]</span></p> - -<p>Según este dato resultaría una población de cuatro -á seis mil almas.</p> - -<p>Pero nótese que el cálculo se basa en el mínimum -de personas que forma la familia.</p> - -<p>De consiguiente, suponiéndose que el punto de partida -de cuatrocientos ó seiscientos toldos fuese exagerado, -siempre resultaría una población más ó menos -de cuatro á seis mil almas, desde que la cifra de diez -personas por familia, es reducida.</p> - -<p>Todos los toldos que yo he visto tenían de veinte -personas arriba.</p> - -<p>Ahora, siendo un principio estadístico, que cada -diez mil almas suministran sin esfuerzo, mil útiles -para el servicio de las armas, resulta que la cifra de -mil trescientos indios de pelea es una hipótesis racional -para determinar la población de los Ranqueles.</p> - -<p>Sea de esto lo que fuere, la triste realidad es que -los indios están ahí amenazando constantemente la -propiedad, el hogar y la vida de los cristianos.</p> - -<p>¿Y qué han hecho éstos, qué han hecho los Gobiernos, -qué ha hecho la civilización en bien de una raza -desheredada, que roba, mata y destruye, forzada á -ello por la dura ley de la necesidad?</p> - -<p>¿Qué ha hecho?...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Oigamos discurrir á los bárbaros.</p> - -<p>Conversando un día con Mariano Rosas, yo hablé así:</p> - -<p>—Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora lo -que han podido, y harán en adelante cuanto puedan, -por los indios.</p> - -<p>Su contestación fué con visible expresión de ironía.</p> - -<p>—Hermano, cuando los cristianos han podido nos -han muerto; y si mañana pueden matarnos á todos, -nos matarán. Nos han enseñado á usar ponchos finos, -á tomar mate, á fumar, á comer azúcar, á beber vino,<span class="pagenum"><a id="Page_325"></a>[Pg 325]</span> -á usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni á trabajar, -ni nos han hecho conocer á su Dios. Y entonces, -hermano, ¿qué servicios les debemos?</p> - -<p>Yo habría deseado que Sócrates hubiese estado dentro -de mí en aquel momento á ver qué contestaba con -toda su sabiduría.</p> - -<p>Por mi parte, hice acto de conciencia y callé...</p> - -<p>Hasta entonces había cumplido con mi deber, en mi -humilde esfera, según lo entendía.</p> - -<p>Pero mi conducta personal ni podía ni debía ser -un argumento contra las humillantes objeciones del -bárbaro.</p> - -<p>No me cansaré de repetirlo.</p> - -<p>No hay peor mal que la civilización sin clemencia.</p> - -<p>Es el gran reproche que un historiador famoso le -ha dirigido á su propio país, censurando su política -en la India como conquistador...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Los Ranqueles derivan de los Araucanos, con los -que mantienen relaciones de parentesco y de amistad.</p> - -<p>Tienen la frente algo estrecha, los juanetes salientes, -la nariz corta y achatada, la boca grande, los labios -gruesos, los ojos sensiblemente deprimidos en el -ángulo externo, los cabellos abundantes y cerdosos, la -barba y el bigote ralos, los órganos del oído y de la -vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza, -á veces blancoamarillenta, la talla mediana, las -espaldas anchas, los miembros fornidos.</p> - -<p>Pero estos caracteres físicos van desapareciendo á -medida que se cruzan con nuestra raza, ganando en -estatura, en elegancia de formas, en blancura y hasta -en sagacidad y actividad.</p> - -<p>En una palabra, los Ranqueles son una raza sólida, -sana, bien constituida, sin esa persistencia <em>semítica</em> -que aleja á otras razas de toda tendencia á cruzarse<span class="pagenum"><a id="Page_326"></a>[Pg 326]</span> -y mezclarse, como lo prueba su predilección por nuestras -mujeres, en las que hallan más belleza que en las -indias, observación que podría inducir á sostener, que -el sentimiento estético es universal.</p> - -<p>Conversando con un indio, cambiamos estas palabras:</p> - -<p>—¿Qué te gusta más, una china ó una cristiana?</p> - -<p>—Una cristiana, pues.</p> - -<p>—¿Y por qué?</p> - -<p>—Ese cristiana, más blanco, más alto, más pelo -fino, ese cristiana más lindo...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>La conquista pacífica de los Ranqueles, cuya fisonomía -física y moral conocemos ya, para absorberlos y -refundirlos, por decirlo así, en el molde criollo, ¿sería -un bien ó un mal?</p> - -<p>En el día parece ser un punto fuera de disputa, -que la fusión de las razas mejora las condiciones de -la humanidad.</p> - -<p>Cuando nuestros primeros padres los españoles llegaron -á América, ¿qué mujeres traían?</p> - -<p>¿El Gobierno de la Metrópoli hizo con sus colonias -lo que los Gobiernos de Francia é Inglaterra hicieron -con las suyas?</p> - -<p>¿Mandó á ellas cargamento de prostitutas?</p> - -<p>¿No tuvieron los conquistadores que casarse con -mujeres indígenas, entroncando recién entre sí, pasada -la primera generación?</p> - -<p>Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos -sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante -de exterminio contra los bárbaros?</p> - -<p>Los hechos que se han observado sobre la constitución -física y las facultades intelectuales y morales de -ciertas razas, son demasiado aislados para sacar de ellos -las consecuencias generales, cuando se trata de condenar -poblaciones enteras á la <small>MUERTE</small> ó la <small>BARBARIE</small>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_327"></a>[Pg 327]</span></p> - -<p>¿Quién puede decir cuál es el punto donde se ha -de detener una raza por efecto de su propia naturaleza?</p> - -<p>¿Cuál es el orden de verdades al alcance de ciertas -razas, vedadas para otras?</p> - -<p>¿Cuál es la clase de operaciones practicables para -los órganos de tal pueblo, que no conseguirá jamás -practicar otro?</p> - -<p>¿Cuáles son las virtudes propias de tal ó cual organización?</p> - -<p>¿La frenología ha pronunciado acaso su última palabra?</p> - -<p>¿Entre las razas reputadas más perfectibles, no se -hallan naciones tan bárbaras, tan esclavas y viciosas -como en las demás?</p> - -<p>Nos horrorizamos de que entre los Ranqueles se vendan -las mujeres, y de que nos traigan terribles malones -para cautivar y apropiarse las nuestras.</p> - -<p>¿Y entre los hebreos, en tiempo de los Patriarcas, el -esposo no le pagaba al padre el <em>mohar</em> o precio de la -hija?</p> - -<p>¿Y entre los árabes la viuda no constituía parte de -la herencia ó de los bienes que dejaba el difunto?</p> - -<p>¿Y en Roma, no existía el <em>coemptio</em>, es decir, la <em>compra</em> -y el <i lang="la" xml:lang="la">usus</i>, ó sea la posesión de la mujer?</p> - -<p>¿Y en Germania, como lo muestra la ley Sajona, no -existían el <i lang="la" xml:lang="la">mundium</i>, y costumbres análogas?</p> - -<p>¿Y los visigodos, no tenían las <em>arras</em>, especie de precio -nupcial, que reemplazaba la compra pura y simple, -recordando la vieja usanza?</p> - -<p>¿Y los francos, no pagaban el valor de las esposas -á los padres que éstos dividían con aquéllas?</p> - -<p>Si hay algo imposible de determinar, es el grado de -civilización á que llegará cada raza; y si hay alguna -teoría calculada para justificar el despotismo, es la -teoría de la fatalidad histórica.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_328"></a>[Pg 328]</span></p> - -<p>Las grandes calamidades que afligen á la humanidad, -nacen de los odios de razas, de las preocupaciones -inveteradas, de la falta de benevolencia y de amor.</p> - -<p>Por eso el medio más eficaz de extinguir la antipatía -que suele observarse entre ciertas razas en los países -donde los privilegios han creado dos clases sociales, una -de opresores y otra de oprimidos, <small>ES LA JUSTICIA</small>.</p> - -<p>Pero esta palabra seguirá siendo un nombre vano, -mientras al lado de la declaración de que todos los -hombres son iguales, se produzca el hecho irritante de -que los mismos servicios y las mismas virtudes no merecen -las mismas recompensas, que los mismos vicios -y los mismos delitos no son igualmente castigados.</p> - -<hr class="r5" /> - -<p>Por más que galopé tuve que dormir otra noche en -el camino.</p> - -<p>Al día siguiente temprano llegaba á orillas del -Río 5.º.</p> - -<p>Había andado doscientas cincuenta leguas, había visto -un mundo desconocido y había soñado...</p> - -<p>Las galas de abril embellecían el verde panorama -de la Villa de Mercedes, donde los esbeltos álamos y -los melancólicos sauces llorones crecen frondosos á millares.</p> - -<p>El día estaba en calma, mi alma alegre.</p> - -<p>Reímos sin inquietud cuando debiéramos estar taciturnos -ó gemir.</p> - -<p>¡Somos unos insensatos!</p> - -<p>Y cuando tenemos un momento lúcido es para exclamar -amargamente, ¡ay!...</p> - -<p>Yo amo sin embargo el dolor, y hasta el remordimiento, -porque me devuelve la conciencia de mí mismo.</p> - - -<p class="p2 center big1">FIN</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_329"></a>[Pg 329]</span></p> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles - Tomo 2, by Lucio Mansilla - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - -***** This file should be named 63767-h.htm or 63767-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/3/7/6/63767/ - -Produced by Andrés V. 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Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/63767-h/images/cover.jpg b/old/63767-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 48cf5ee..0000000 --- a/old/63767-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/63767-h/images/portada_ilo.jpg b/old/63767-h/images/portada_ilo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index ac2efff..0000000 --- a/old/63767-h/images/portada_ilo.jpg +++ /dev/null |
