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-The Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles -
-Tomo 2, by Lucio Mansilla
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-Title: Una excursión a los indios ranqueles - Tomo 2
-
-Author: Lucio Mansilla
-
-Release Date: November 14, 2020 [EBook #63767]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS ***
-
-
-
-
-Produced by Andrés V. Galia, Sanly Bowitts, Santiago and
-the Online Distributed Proofreading Team at
-https://www.pgdp.net (This file was produced from images
-generously made available by The Internet Archive)
-
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-
- NOTAS DEL TRANSCRIPTOR
-
-Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la
-presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a
-las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió,
-fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó",
-"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido
-respetado.
-
-El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el
-de seguir las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese
-entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios
-Académicos de la Real Academia Española.
-
-Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que
-el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que
-un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión
-pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado.
-En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las
-mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.
-
-Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.
-
-El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final,
-ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.
-
-
- * * * * *
-
- BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»
-
-
- LUCIO V. MANSILLA
-
- UNA EXCURSIÓN
-
- Á LOS
-
- INDIOS RANQUELES
-
- OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
- GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875)
-
- TOMO II
-
- [Illustración]
-
- BUENOS AIRES
- 1909
-
-
- Imp. y estereotipia de LA NACIÓN .--Buenos Aires
-
-
-
-
- ÍNDICE
-
-
- Cap. Pág.
-
- I. Visita del cacique Ramón.--Un almuerzo y una
- conferencia en el toldo de Mariano Rosas.--Mi
- futura ahijada.--Ideas de Mariano Rosas sobre
- el gobierno de los indios comparado con el de
- los cristianos.--Reflexiones al caso.--Explico
- lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.--El
- pueblo comprenderá siempre mejor
- lo que es la vara de la ley, que la ley 5
-
- II. Camargo y José de visita en los momentos de
- recogerme.--Me llevaban una música.--_Horresco
- referens._--Fisonomía de Camargo.--Zalamerías
- de José.--Por qué lo respetan los indios á
- Camargo.--Vida de Camargo contada por él
- mismo.--Por qué produce esta tierra tipos como
- el de Camargo 13
-
- III. Noche de hielo.--Dónde es realmente triste la
- vida.--Preparativos para la misa.--Resuena
- por primera vez en el desierto el _Confiteor Deo
- Omnipotenti_.--Recuerdo de mi madre.--Trabajos
- de Mariano Rosas, preparando los ánimos
- para la junta.--Como y duermo.--Conferencia
- diplomática.--El archivo de Mariano Rosas.--En
- Leubucó reciben la «Tribuna».--Imperturbabilidad
- de Mariano Rosas.--Mi comadre Carmen
- en el fogón 21
-
- IV. Creencias de los indios.--Son uniteístas y
- antropomorfistas.--_Gualicho._--Respeto por los
- muertos.--Plata enterrada.--¿Será cierto que
- la civilización corrompe?--Crueldad de Bargas,
- bandido cordobés.--Triste condición de los cautivos
- entre los indios.--Heroicidad de algunas
- mujeres.--Unas con otras.--Modos de vender.-- Eufonía
- de la lengua araucana.--¿La carne de
- yegua puede ser un antídoto para la tisis? 31
-
- V. Preparativos para la marcha á las tierras de
- Baigorrita.--Camargo debía acompañarme.--Motivos
- de mi excursión á Quenque.--Coliqueo.--Recuerdo
- odioso de él.--Unos y otros se han
- valido de los indios en las guerras civiles.--En
- lo que consistía mi diplomacia.--En viaje rumbo
- al Sud.--Confidencia de un espía.--El espionaje
- en Leubucó.--Poitaua.--El algarrobo.--Pasión
- de los indios por el tabaco.--Cómo hacen
- sus pipas.--Pitralauquen.--Baño y comida.--Mi
- lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral 43
-
- VI. Una noche eterna.--Aspecto del campo al amanecer
- después de la helada.--En marcha.--Encuentro
- con indios.--Me habían descubierto de
- muy lejos.--Medios que emplean los indios para
- conocer á la distancia si un objeto se mueve
- ó no.--La carda.--Un monte.--Gente de Baigorrita sale
- á encontrarnos.--Baigorrita.--Su toldo.--Conferencia
- y regalos.--Las _botas_ de mis
- manos.--Carneada.--Una cara patibularia 53
-
- VII. Qué es la vida.--Reflexiones.--Los perros de los
- indios.--Recuerdos que deben tener de mi
- magnificencia.--Un intérprete.--Cambio de
- _razones_.--_Sans façon._--_Yapaí_ y
- _yapaí_.--Detalles.--En Santiago y Córdoba los pobres
- hacen lo mismo que los indios.--Fingimiento.--Otra
- vez la cara patibularia.--Averiguaciones.--Una navaja
- de barba mal empleada 63
-
- VIII. Dos desconocidos.--El cuarterón.--El mayor
- Colchao y su hijo.--Una cautiva explica
- quién era Colchao y refiere su historia.--Provocaciones
- de Caiomuta.--_Gualicho_ redondo.--Contradicciones
- del cuarterón.--Juan de Dios
- San Martín.--Dudas sobre la fidelidad conyugal.--Picando
- tabaco.--Retrato de Baigorrita.--Un
- espía de Calfucurá 73
-
- IX. Cansancio.--Puesta del sol.--Un fogón de dos
- filas.--Mis caballos no estaban seguros.--Aviso
- de Baigorrita.--Los indios viven robándose
- unos á otros.--La justicia.--Los pobres son como
- los caballos _patrios_.--Cena y sueño.--Intentan
- robarme mis caballos.--Cantan los gallos.--Visión.--El
- mate.--Un cañonazo 87
-
- X. Baigorrita se levanta al amanecer y se
- baña.--Saludos.--En el toldo de mi futuro compadre.--El
- primer bautismo en Quenque.--Deberes
- recíprocos del padrino y del ahijado.--Nociones
- de los indios sobre Dios.--Promesas de mi
- compadre sobre mi ahijado.--Me hablan de una
- cosa y contesto otra.--Lucio Victorio Mansilla
- sería algún día un gran cacique.--Pensamientos
- locos.--Visita al toldo de Caniupán.--Usos
- y costumbres ranquelinas.--Un fumador sempiterno 97
-
- XI. El cuarterón cuenta su historia.--Recuerdo de Julián
- Murga.--Los niños de hoy.--Diálogo con el
- cuarterón.--Insultos.--Nuestros juicios son
- siempre imperfectos.--Un recuerdo de la _Imitación de
- Cristo_.--Dudas filosóficas.--Última mirada al
- fogón.--El cuarterón me da lástima.--Alarma.--Caiomuta
- ebrio, quiere matarme.--Un reptil humano 107
-
- XII. Medio dormido.--Un palote humano.--Un
- baño de aguardiente.--Los perros son más leales
- que los hombres.--Preparativos.--El comercio
- entre los indios.--Dar y pedir con _vuelta_.--Peligros
- á que me expuso mi pera.--En
- marcha para Añacué.--Una águila mirando al
- Norte, buena señal 117
-
- XIII. Mi compadre Baigorrita me pide caballos
- prestados.--El que entre lobos anda á aullar
- aprende.--Aves de la Pampa.--En un monte.--Perdido.--Las
- tinieblas.--Fantasmas de la
- imaginación.--¿Somos felices?--Disertación
- sobre el derecho.--El miedo.--Hallo camino.--Me
- incorporo á mis compañeros.--Clarines y
- cornetas 127
-
- XIV. Mariano Rosas y su gente.--¡Qué valiente
- animal es el caballo!--Un parlamento de noche.--Respeto
- por los ancianos.--Reflexiones.--La
- humanidad es buena.--Si así no fuese estaría
- perturbado el equilibrio social.--El arrepentimiento
- es infalible.--Lo dejo á mi compadre Baigorrita
- y me retiro.--Un recién llegado.--Chañilao.--Su
- retrato 135
-
- XV. Quién es Chañilao.--Su historia.--El carácter
- es un defecto para las medianías.--Diferencia
- entre el gaucho y el paisano.--El primero
- no es nada, el segundo es siempre federal.--¿Tenemos
- pueblo propiamente hablando?--Sentimientos
- de un maestro de posta cordobés
- cuando estalló la guerra con el Paraguay.--Chañilao
- y yo.--Frescas.--Intrigas.--Una china 145
-
-
- XVI. Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado
- á los de Leubucó.--Censura pública.--Nubes
- diplomáticas.--Camargo conocía bien á
- los indios.--Confío en él.--Camilo y Chañilao
- no se entienden.--En marcha para la junta
- grande.--Quieren que salude á quien no debo.--Me
- niego á ello.--Ceden saludos.--Empieza la
- conversación.--Discurso inaugural.--Entusiasmo
- que produce Mariano Rosas.--El debate.--Un
- tonto no será nunca un héroe 155
-
- XVII. Repito la lectura de los artículos del tratado
- de paz.--Los indios piden más qué comer.--Mi
- elocuencia.--Mímica.--Dificultades.--El
- recuerdo de un sermón de Viernes Santo me
- salva.--El representante de la _Liberté_ en Bruselas
- y yo.--Cargos mutuos.--Argumentos etnográficos.--Recursos
- oratorios.--En el banco
- de los acusados.--Interpelaciones _ad hominem_.--El
- traidor calla.--Redoblo mi energía é impongo
- con ella.--Se establece la calma.--Apéndice.--Once
- mortales horas en el suelo 165
-
- XVIII. Revelación.--Más había sido el ruido que
- las nueces.--Nuevas presentaciones.--El último
- abrazo y el último adiós de mi compadre Baigorrita.--Otra
- vez adiós.--Mariano Rosas después
- de la junta.--¡Qué dulce es la vida lejos
- del ruido y de los artificios de la civilización!--Los
- enanos nos dan la medida de los gigantes y
- los bárbaros la medida de la civilización.--Una
- mujer azotada.--No era posible dormir tranquilo
- en Leubucó 183
-
- XIX. La paz estaba definitivamente hecha.--El
- doctor Macías.--Gotas maravillosas.--Padre é
- hijo indios.--Lo pido á Macías.--Visita á Epumer 193
-
- XX. Fama de Epumer.--Me esperaban en su
- toldo.--Recepción.--Indias y cristianas.--Pasteles
- y carbonada entre los indios.--Amabilidades.--Celo
- apostólico del padre Marcos.--Puchero
- de yegua.--Insisto en sacar á Macías.--Negativas.--Un
- indio teólogo.--Un espectro vivo 203
-
-
- XXI. Intrigas contra Macías.--Envidia de los
- cristianos.--Preparativos para el bautismo.--Animación
- de Leubucó.--Aspavientos de las
- madres.--Sentimiento que las dominaba.--El
- mal de este mundo es materia de religión.--Mi
- ahijada, la hija de Mariano Rosas.--De gala, con
- botas de potro de cuero de gato, y vestido de
- brocado.--Invencible curiosidad.--No puedo explicar
- lo que sentí.--Una cristalización en el
- cerebro.--Regalos recíprocos.--Pobre humanidad 213
-
- XXII. Se acerca la hora de partida.--Desaliento
- de Macías.--El negro del acordeón y un envoltorio.--Era
- un queso.--Calixto Oyarzábal anuncia
- que hay baile.--Baile de los indios y de las
- chinas.--En un detalle encuentro á los indios
- menos civilizados que nosotros 223
-
- XXIII. Solo en el fogón.--¿Qué habría pensado yo
- si hubiera tenido menos de treinta años?--Con
- las mujeres es mejor no estar uno solo.--El crimen
- es hijo de las tinieblas.--El silencio es un
- síntoma alarmante en la mujer.--Visitas inesperadas.--Yo
- no sueño sino disparates.--Los filósofos
- antiguos han escrito muchas necedades 231
-
- XXIV. La loca de Séneca.--El sueño Cesáreo se
- me había convertido en substancia.--Salida
- inesperada de Mariano Rosas.--Un bárbaro pretende
- que un hombre civilizado sea su instrumento.--Confianza
- en Dios.--El hijo del comandante
- Araya.--Dios es grande.--Una seña misteriosa 239
-
- XXV. Astucia y resolución de Camilo Arias.--Última
- tentativa para sacar á Macías.--Un indio entre
- dos cristianos.--_Confitemini Domino._--Frialdad
- á la salida.--La palabra amigo en Leubucó
- y en otras partes.--El camino de Carrilobo.--_Horrible,
- most horrible!_--Todavía el negro
- del acordeón.--Felicidad pasajera de Macías 247
-
- XXVI. Á orillas de un monte.--Un barómetro humano.--En
- marcha con antorchas.--Ecos extraños.--Conjeturas.--Un
- chañar convertido en
- lámpara.--Aparición de Macías.--Inspiración
- del gaucho.--Alrededores del toldo de Villarreal.--Una
- cena.--Cumplo mi palabra 257
-
- XXVII. Con quién vivía mi comadre Carmen.--Una
- despedida igual á todas.--Yo habría hecho igual á
- todas las mujeres.--Grupo asqueroso.--¡Adiós!--Una
- faja pampa.--Arrepentimiento.--Trepando
- un médano.--Desparramo.--Perdidos.--El
- Brasil puede alguna vez salvar á los
- Argentinos.--Llegamos al toldo de Ramón 267
-
- XXVIII. El sueño no tiene amo.--El toldo de Ramón
- nada dejaba que desear.--Una fragua primitiva.--Diálogo
- entre la civilización y la barbarie.--Tengo
- que humillarme.--Se presenta
- Ramón.--Doña Fermina Zárate.--Una lección
- de filosofía práctica.--Petrona Jofré y los cordones
- de Nuestro Padre San Francisco.--Veinte
- yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes
- por una mujer.--Rasgo generoso de Crisóstomo.--El
- hombre ni es un ángel ni una bestia 277
-
- XXIX. La familia del cacique Ramón.--Spañol.--Una
- invasión.--Despacho al capitán Rivadavia.--Cuestión
- de amor propio.--Buen sentido de
- un indio.--En Carrilobo soplaba mejor viento
- que en Leubucó.--Suenan los cencerros.--Atíncar
- (véase bórax).--El hombre civilizado nunca
- acaba de aprender.--Me despido.--Cómo doman
- los bárbaros.--¡Últimos hurrahs! 287
-
- XXX. Á la vista de la Verde.--Murmuraciones.--Defecto
- de lectores y de caminantes.--Dos cuentos
- al caso.--Reglas para viajar en la Pampa.--La
- monotonía es capaz de hacer dormir al mejor
- amigo.--Dos polvos.--Suerte de Brasil.--Reproche
- de los franciscanos.--¿Tendrán alma los perros?--Un
- obstáculo 297
-
- XXXI. Otra vez en la Verde.--Últimos ofrecimientos
- de Mariano Rosas.--Más ó menos todo el mundo es como
- Leubucó.--Augurios de la
- Naturaleza.--Presentimientos.--Resuelvo separarme de mis
- compañeros.--Impresiones.--¡Adiós!--Un
- fantasma.--Laguna del Bagual.--Encuentro
- nocturno.--Un cielo al revés.--_Agustinillo._--Miseria
- del hombre 307
-
- Epílogo 321
-
-
-
-
- UNA EXCURSIÓN
- Á LOS INDIOS RANQUELES
-
-
-
-
- I
-
-
-Visita del cacique Ramón.--Un almuerzo y una conferencia en el toldo
-de Mariano Rosas.--Mi futura ahijada.--Ideas de Mariano Rosas sobre el
-gobierno de los indios comparado con el de los cristianos.--Reflexiones
-al caso.--Explico lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.--El
-pueblo comprenderá siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la
-ley.
-
-Al día siguiente recibí la visita del cacique Ramón, que llegó con una
-numerosa comitiva.
-
-Charlamos duro y parejo, como se dice en la tierra; bebimos sendos
-tragos á la usanza araucana, y quedamos apalabrados para vernos en la
-raya de las tierras de Baigorrita, el día de la junta, que no tardaría
-en tener lugar.
-
-Bustos, el mestizo que tan buena voluntad me manifestó en Alliancó,
-venía con él.
-
-Le di algo de lo poco que me había quedado, y al cacique le regalé mi
-revólver de veinte tiros, enseñándole el modo de servirse de él, cómo
-se armaba y desarmaba. No pareció muy contento del arma. Es linda, me
-dijo; pero aquí no nos sirven las cosas así, porque cuando se nos
-acaban las balas no tenemos de dónde sacarlas.
-
-Le prometí surtirlo de ellas, si teníamos la fortuna de observar fiel y
-estrictamente la paz celebrada.
-
-Me contestó que por su parte no omitiría esfuerzo en ese sentido,
-apelando al testimonio de Bustos para probarme que él era muy amigo de
-los cristianos. En la Carlota tengo parientes; mi madre era de allí, me
-repitió varias veces, agregando siempre: ¡cómo no he de querer á los
-cristianos si tengo su sangre!
-
-Después que se marchó, mandé ver con el capitán Rivadavia si Mariano
-Rosas estaba en disposición de que habláramos de nuestro asunto,--el
-tratado de paz.
-
-Mi viaje tenía por objeto orillar ciertas dificultades que surgían de
-la forma en que había sido aceptado.
-
-Me contestó que estaba á mis órdenes, que fuera á su toldo cuando
-gustara.
-
-No le hice esperar.
-
-Entré en el toldo.
-
-El hombre almorzaba rodeado de sus hijos y mujeres.
-
-Se pusieron de pie todos, me saludaron atenta y respetuosamente, y
-antes de que hubiera tenido tiempo de acomodarme en el asiento que
-me designaron, me pusieron por delante un gran plato de madera con
-mazamorra de leche muy bien hecha.
-
-Me preguntaron si me gustaba así ó con azúcar.
-
-Contesté que del último modo, y volando la trajeron en una bolsita de
-tela pampa.
-
-No había almorzado aún. Comí, pues, el plato de mazamorra sin
-ceremonias.
-
-Me ofrecieron más y acepté.
-
-Mis aires francos, mis posturas primitivas, mis bromas con los
-indiecitos y las chinas le hacían el mejor efecto al cacique.
-
---Usted ha de dispensar, hermano, me decía á cada momento.
-
-Cuando le miraba fijamente, bajaba la cara, y cuando creía que yo no le
-veía, me miraba de hito en hito.
-
-Hablamos de una porción de cosas insignificantes, mientras duró la
-mazamorra, que á eso sólo se redujo el almuerzo.
-
-Meses antes, por cartas me había invitado para que nos hiciéramos
-compadres.
-
-Me presentó á mi futura ahijada.
-
-Era una chinita como de siete años, hija de cristiana.
-
-Más predominaba en ella el tipo español que el araucano.
-
-La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña.
-
-Por fin, entramos á hablar de las paces, como se dice allí.
-
-Mariano fué quien tomó la palabra.
-
---Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y tengo lo bastante
-para mi familia cuidándolo. Algunos no la han querido; pero les he
-hecho entender que nos conviene. Si me he tardado tanto en aceptar
-lo que usted me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades que
-consultar.
-
-En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos.
-
-Allí manda el que manda y todos obedecen.
-
-Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los
-capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son
-iguales.
-
-Como se ve, para Mariano Rosas nosotros vivimos en plena dictadura y
-los indios en plena democracia.
-
-No creí necesario corregir sus ideas.
-
-Por otra parte me hubiera visto un tanto atado para demostrarle
-y probarle que el Gobierno, la autoridad, el poder, la fuerza
-disciplinada y organizada no son omnipotentes en nuestra turbulenta
-república.
-
-Aquí donde todos los días declamamos sobre la necesidad de prestigiar,
-robustecer y rodear al poder, siendo así que el hecho histórico
-persistente, enseña á todos los que tienen ojos y quieren ver, que la
-mayor parte de nuestras desgracias provienen del abuso de autoridad.
-
-Recién vamos adquiriendo conciencia de nuestra personalidad; recién
-va encarnándose en las muchedumbres, cuya aspiración ardiente es
-conquistar y afianzar la libertad racional sobre los inamovibles
-quicios de la eterna justicia; recién vamos convenciéndonos de que lo
-que se llama soberanía popular es el ejercicio y la práctica del santo
-derecho; recién vamos entendiendo que el pueblo es todo, y que así como
-nadie puede reivindicar el honroso título de caballero si deja que se
-juegue con su dignidad personal, así también la entidad colectiva no
-puede enorgullecerse de sus conquistas morales, de sus progresos, de su
-civilización, si dócil y sumisa, irresoluta y cobarde se deja uncir al
-carro del poder para arrastrarlo según su capricho.
-
-Por más entendido que fuera Mariano Rosas, ¿á qué había de perder
-tiempo en disertaciones políticas con él?
-
-Como yo era en aquellos momentos un embajador (sic), y como siendo uno
-embajador debe tomar las cosas á lo serio, después de algunas palabras
-encomiando su conducta entré á explicar que el tratado de paz debiendo
-ser sometido á la aprobación del Congreso, no podía ser puesto en
-ejercicio inmediatamente.
-
-Me valí para que el indio comprendiera lo que es Poder Ejecutivo,
-Parlamento, Presupuesto y otras hierbas, de figuras de retórica
-campesinas. Y sea que estuve inspirado, cosa que no me suele
-suceder,--no recuerdo haberlo estado más que una vez, cuando renuncié
-á estudiar la guitarra, convencido de la depresión frenológica que
-puede notarse observando en mi cráneo el órgano de los tonos,--y sea
-que estuve inspirado, decía, el hecho es de que Mariano Rosas se
-edificó.
-
-Me convencieron de ello sus bostezos.
-
-Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala de mis talentos
-oratorios, de mis conocimientos en la ciencia del derecho
-constitucional, de las seducciones que el hombre civilizado cree
-siempre tener para el bárbaro.
-
-Me resolví, pues, á hacerle esta interpelación:
-
---¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?
-
---¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el tratado por el
-Presidente, que es el que manda, nos costará mucho hacerles entender á
-los otros indios eso que usted me ha estado explicando.
-
---Haremos--continuó,--una junta grande, y en ella entre usted y yo,
-diremos lo que hay.
-
---Mientras tanto, hermano, cuente conmigo para ayudarlo en todo.
-
---Yo cuento con usted, porque veo que si no quisiera á los indios no
-habría venido á esta tierra.
-
-Le contesté, como era de esperarse, asegurándole que el Presidente
-de la República era un hombre muy bueno; que se había envejecido
-trabajando para que se educaran todos los niños chicos de mi tierra;
-que no les había de abandonar á su ignorancia; que por carácter y
-por tendencias era hombre manso, que no amaba á la guerra; y que por
-otra parte, la Constitución le mandaba al Congreso _conservar el
-tratado pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al
-catolicismo_; que el Congreso le había de dar al Presidente toda la
-plata que necesitase para esas cosas, y que como eran muy amigos no se
-habían de pelear si pensaban de distinto modo, porque los dos juntos
-gobernaban el país.
-
---Y dígame, hermano--me preguntó;--¿cómo se llama el Presidente?
-
---Domingo F. Sarmiento.
-
---¿Y es amigo suyo?
-
---Muy amigo.
-
---Y si dejan de ser amigos, ¿cómo andarán las paces con nosotros que ha
-hecho usted?
-
---Pero bien, no más, hermano, porque yo no puedo pelearme con el
-Presidente, aunque me castigue. Yo no soy más que un triste coronel, y
-mi obligación es obedecer.
-
-El Presidente tiene mucho poder, él manda todo el ejército. Además,
-si yo me voy, vendrá otro jefe, y ese jefe tendrá que hacer lo que le
-mande el general Arredondo, que es de quien dependo yo.
-
---¿Arredondo es amigo del Presidente?
-
---Muy amigo.
-
---¿Más amigo que usted?
-
---Eso no le puedo decir, hermano, porque, como usted sabe, la amistad
-no se mide, se prueba.
-
---Y dígame, hermano, ¿cómo se llama la Constitución?
-
-Aquí se me quemaron los libros. Y, sin embargo, si el Presidente podía
-llamarse D. F. Sarmiento, ¿por qué para aquel bárbaro, la Constitución,
-no se había de llamar de algún otro modo también?
-
-Me vi en figurillas.
-
---La Constitución, hermano... La Constitución... se llama así no más,
-pues, Constitución.
-
---¿Entonces, no tiene nombre?
-
---Ése es el nombre.
-
---¿Entonces no tiene más que un nombre, y el Presidente tiene dos?
-
---Sí.
-
---¿Y es buena ó mala la Constitución?
-
---Hermano, los unos dicen que sí, y los otros dicen que no.
-
---¿Y usted es amigo de la Constitución?
-
---Muy amigo, por supuesto.
-
---¿Y Arredondo?
-
---También.
-
---¿Y cuál de los dos es más amigo de la Constitución?
-
---Los dos somos muy amigos de ella.
-
---¿Y el Congreso, cómo se llama?
-
---El Congreso... el Congreso... se llama Congreso.
-
---¿Entonces no tiene más que un solo nombre, lo mismo que la otra?
-
---Uno sólo, sí.
-
---¿Y es bueno ó es malo el Congreso?
-
---(¡Hum!)
-
-Confieso que esta pregunta me dejó perplejo. Pero había que contestar.
-Hice mis cálculos para responder en conciencia, y cuando iba á hacerlo,
-dos perros que andaban por allí se echaron sobre un hueso y armaron una
-singuizarra infernal, interrumpiendo el diálogo.
-
-Mariano se levantó para espantarlos gritando «¡fuera! ¡fuera!»
-
-Yo aproveché la coyuntura para retirarme.
-
-Entré en mi rancho, me senté en la cama, apoyé los codos en los muslos,
-la cara en las manos y me quedé por largo rato sumido en profunda
-meditación.
-
-«He perdido el tiempo, me decía, con los ecos del espíritu. No es tan
-fácil explicar lo que es una Constitución, lo que es un Congreso.»
-
-Mariano Rosas había entendido perfectamente lo que es un presidente,
-primero, porque tenía otro nombre, porque se llamaba Domingo lo mismo
-que habría podido llamarse Bartolo; segundo, porque mandaba el ejército.
-
-Por consiguiente, resulta de mi estudio sobre las entendederas de un
-indio, que el pueblo comprenderá siempre mejor lo que es la vara de la
-ley, que la ley.
-
-Los símbolos impresionan más la imaginación de las multitudes, que las
-alegorías.
-
-De ahí, que en todas las partes del mundo donde hay una Constitución y
-un Congreso, le teman más al Presidente.
-
-Algunas horas después volví á verme con Mariano.
-
-Viéndole festivo, aproveché sus buenas disposiciones y le pedí permiso
-para decir una misa, al día siguiente, manifestándole el vehemente
-deseo de oirla que tenían muchos de los cristianos cautivos y
-refugiados en Tierra Adentro.
-
-Llevéles la buena nueva á mis franciscanos, y, como verdaderos
-apóstoles de Jesucristo, la recibieron con júbilo.
-
-Resolvimos decirla, si el tiempo estaba bueno, si no había viento ó
-tierra, en campo raso, apoyando el altar sagrado en el viejo tronco de
-un chañar inmenso, cuyos gajos corpulentos le servirían de bóveda.
-
-Mañana estaremos de misa.
-
-
-
-
- II
-
- Camargo y José de visita en los momentos de recogerme.--Me llevaban
- una música.--_Horresco referens._--Fisonomía de Camargo.--Zalamerías
- de José.--Por qué lo respetan los indios á Camargo.--Vida de Camargo
- contada por él mismo.--Por qué produce esta tierra tipos como el de
- Camargo.
-
-
-Arreglaba mi cama para recogerme, después de haber cenado y convenido
-con los franciscanos que la misa se diría al día siguiente, de ocho á
-nueve, cuando una visita inesperada se presentó en mi rancho.
-
-Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces de Mariano
-Rosas, llamado José, nativo de Mendoza, casado entre los indios, cuyos
-hábitos y costumbres ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar sea
-cristiano. Es hombre que tiene algo, porque, como se dice allí, ha
-_trabajado_ bien, y en quien depositan la mayor confianza, tanta cuanta
-depositarían en un capitanejo.
-
-José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza al desierto.
-
-Los indios, que conocen el corazón humano lo mismo que cualquier hijo
-de vecino, lo saben perfectamente bien.
-
-Le miran, pues, como á uno de ellos.
-
-Ambos venían con los instrumentos del placer en la mano,--con una
-botella de aguardiente.
-
-Les ofrecí asiento, y haciendo grandísimos esfuerzos para disimular su
-estado, lo aceptaron, invitándome á saborear con ellos el alcohólico
-brevaje, usando, por supuesto, de la fórmula consagrada.
-
-Tuve que aceptar el _yapaí_.
-
-Pero como estábamos solos, entre puros nosotros como dicen los
-paisanos, me creí eximido de ser tan deferente como en otras ocasiones.
-
-No lo llevaron á mal.
-
-Mis fueros de coronel, por una parte, por otra la comunidad de religión
-y de origen, circunstancia que en todas las situaciones de la vida
-establece fácilmente cierta cordialidad entre los hombres, ponían á mis
-huéspedes en el caso de no abusar de mi hospitalidad.
-
-Además, ellos se consideraban honrados de ser admitidos á horas
-incompetentes en mi rancho; les bastaba fraternizar conmigo y beber
-solos con mi permiso.
-
-Me lo pidieron con toda la picardía gauchesca, diciéndome:
-
---Dispénsenos, mi Coronel, si no estamos muy buenos; queremos acabar
-esta botellita aquí, en su rancho; si le parece mal, si le incomodamos,
-nos retiraremos.
-
---Estén á gusto--les contesté,--yo no soy hombre etiquetero.
-
---Ya lo sabemos--contestaron á dúo,--por eso hemos venido.
-
-Y esto diciendo, José, que era muy zalamero, que había sido muy
-obsequiado por mí en el Río 4.º, me abrazaba, diciéndole á Camargo:
-
---Éste es mi padre--y mirándome significativamente:--Ya sabe, mi
-Coronel, quién es José.
-
-Quedo enterado, decía yo para mis adentros, sabiendo mejor que él á lo
-que me debía atener.
-
-Declaraciones de beodos son lo mismo que promesas de mujer.
-
-¡Necio de aquél que se chupa el dedo!
-
-Necio de aquél que al entregarle su corazón, sus esperanzas y sus
-ilusiones, olvida el dicho de Ninón de Lenclos:
-
-_Tout passe, tout casse, tout lasse._
-
-Ser amable no es pecado.
-
-Al contrario, es un deber cuya práctica nos hace simpáticos á los ojos
-del mundo.
-
-Yo era, pues, tan amable con mis visitas, como el tiempo y el lugar lo
-permitían.
-
-Todos los días le doy gracias á Dios por haberme concedido bastante
-flexibilidad de carácter para encontrarme á gusto, alegre y contento,
-lo mismo en los suntuosos salones del rico, que en el desmantelado
-rancho del pobre paisano; lo mismo cuando me siento en elásticas
-poltronas, que cuando me acomodo alrededor del flamante fogón del
-humilde y paciente soldado.
-
-Las botellas, que no tenían la magia de ser inagotables, _espichaban_
-ya: José estaba completamente en las viñas del Señor.
-
-Camargo, más fuerte, se mantenía en completa posesión de sus sentidos.
-
---¿Sabe, mi Coronel, que le traemos una música? Con su permiso.
-
---Muchas gracias, hombre, ¿para qué se han incomodado?
-
-Camargo se levantó, apoyándose en los horcones del rancho, se
-asomó á la puerta, dijo algo, volvió á sentarse y acto continuo se
-presentó--_horresco referens_,--el negro del acordeón.
-
---¡Uff!--hice,--eso no, Camargo--le dije.--Denme todas las músicas que
-quieran. Pero con el acordeón, no, no. Estoy harto de la facha de ese
-demonio.
-
-Y dirigiéndome al negro, proseguí en estos términos:
-
---¡Vete! ¡vete!
-
-El negro no me obedeció.
-
-Como pegado al suelo describía con su cuerpo curvas á derecha é
-izquierda, adelante y atrás.
-
-Estaba ebrio como una cabra.
-
---¡Vete! ¡vete! lejos de aquí, volví á decir.
-
-Y Camargo, viendo que el negro me revolvía la bilis, se levantó, y
-tomándole de un brazo le enseñó el portante.
-
-Libre de aquella bestia, verdaderamente negra, resollé dando un
-resoplido como cuando en día canicular, jadeantes de fatiga, nos
-tendemos á nuestras anchas sobre cómodo sofá, habiendo escapado á las
-garras de alguno de esos _soleros_ cuya vida es contar sus pleitos ó
-sus cuitas con la autoridad.
-
-José se había quedado dormido.
-
-Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente cayó en una
-especie de letargo.
-
-Examiné su fisonomía.
-
-Es lo que se llama un gaucho lindo.
-
-Tiene una larga melena negra, gruesa como cerda, unos grandes ojos,
-rasgados, brillantes y vivos, como los de un caballo brioso; unas
-cejas y unas pestañas largas, sedosas y pobladas; una gran nariz algo
-aguileña; una boca un tanto deprimida, y el labio inferior bastante
-grueso.
-
-Es blanco como un hombre de raza fina, tiene algunos hoyos en la cara y
-poca barba.
-
-Es alto, delgado y musculoso.
-
-Su frente achatada y espaciosa, sus pómulos saltados, su barba aguda,
-sus anchas espaldas, su pecho en forma de bóveda y sus manos siempre
-húmedas y descarnadas, revelan la audacia, el vigor, la rigidez
-susceptible de rayar en la crueldad.
-
-Camargo es uno de esos hombres por cuyo lado no se pasa, yendo uno
-solo, sin sentir algo parecido al temor de una agresión.
-
-Los indios le respetan, porque ellos respetan todo lo que es fuerte y
-varonil, al que desprecia la vida.
-
-Y Camargo se cura poco de ella.
-
-Pruébanlo bien las cicatrices de cuchilladas que tiene en las manos,
-su existencia agitada, turbulenta, azarosa, que se consume entre el
-aguardiente y las reyertas de incesantes saturnales, entre el estrépito
-de los malones y de las montoneras, como que hoy está entre los indios,
-mañana en los llanos de la Rioja con Elizondo y Guayama, volviendo
-después de la derrota á su guarida de Tierra Adentro, sobre el lomo del
-veloz é indómito potro.
-
-Este gaucho, seame permitido decirlo, reivindica en los casos heroicos
-el honor de los cristianos. Cuando le place, lo mismo cara á cara que
-por detrás, cuerpo á cuerpo, que entre varios, apostrofa á los indios
-de «bárbaros». Yo le oí decir muchas veces á voz en cuello:
-
-«Á mí, que no me anden con vueltas éstos, porque yo los conozco bien, y
-al que le acomode una puñalada se la ha de ir á curar al otro mundo.»
-
-Después que examiné detenidamente aquel tipo de férrea estructura, en
-el que los caracteres semíticos de la persistencia estaban estampados,
-le dirigí la palabra, sacándole del silencio indeliberado en que había
-caído.
-
---¿Cómo te hallas aquí?--le pregunté.
-
-Habla con mucha vivacidad, pero esta vez, contra su costumbre habitual,
-en lugar de contestarme, dió un suspiro, y se envolvió en las nieblas
-de sus recuerdos dolorosos.
-
---Vamos, hombre--le dije,--cuéntame tu vida.
-
---Señor--me contestó.--Mi vida es corta y no tiene nada de particular.
-No soy mal hombre, pero he sido muy desgraciado.
-
-Yo soy de San Luis; de allá por Renca; mis padres han sido gente
-honrada y de posibles. Me querían mucho y me dieron buena educación.
-
-Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiquito era medio
-soberbio. Cuando me hice hombrecito, se me figuraba que nadie podía ser
-más que yo. Cuando oía decir que había un gaucho guapo, lo buscaba á
-ver si me decía algo.
-
-Me gustaba ser militar, y soñaba con ser general. No había hecho mal á
-nadie, aunque tenía bastante mala cabeza.
-
-Siempre andaba en parrandas, jugadas y peleas; pero nadie dirá que le
-pegué de atrás.
-
-Me enamoré de la hija del comandante N... La muchacha me quería. Yo
-era joven, pues aquí donde me ve no tengo más que veinticuatro años
-(parecía tener treinta y dos).
-
-Á más de eso como mis padres tenían alguna platita, yo andaba siempre
-aviao. El comandante N... sabía mis amores con su hija, no le gustaban.
-Un día me atropelló en las carreras, y vino á darme una pechada; yo le
-enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con flete y todo. Era muy
-fantástico y no me lo perdonó.
-
-Desde esa vez, decía siempre que me había de matar. Yo estaba en
-guardia. Me achacaron varias cosas, nada me probaron. Hubo una bulla de
-revolución.
-
-Me fueron á _prender_. Eran cuatro de la partida. ¡Qué me habían de
-tomar! Sabía bien que me iba en la parada el número uno. Hice un
-desparramo y me fuí á los montoneros.
-
-Le interrumpí preguntándole:
-
---¿Y qué opinión tenías?
-
---¿Opinión? Yo no tenía más opinión que ser hombre alegre y divertirme.
-Las carreras y las mujeres eran toda mi opinión.
-
---¿Y qué hiciste con la montonera?
-
---Hicimos el diablo. Anduve una porción de tiempo con el Chacho, que
-era un bárbaro. Después que lo mataron anduve á monte. Cuando vino don
-Juan Saa, con otros nos juntamos á su gente. Nos derrotó en San Ignacio
-el general Arredondo, me vine con los indios de Baigorrita para acá.
-
---¿Y después de eso, qué has hecho, qué vida has llevado?
-
---Me fuí para San Luis, de oculto, traje mi mujer, mis hijos y algunos
-parientes, y aquí están todos.
-
---¿Y has andado en las invasiones con los indios?
-
---En algunas, señor.
-
---¿Y es cierto que tú has tenido la culpa de que los indios matasen una
-porción de cristianos?
-
---Es falso.
-
-He estado en las casas de algunos pícaros, pero me he opuesto á que los
-degüellen. ¡Ah si no hubiera sido por mí! Habría unos cuantos diantres
-menos en este mundo.
-
-Por aquí íbamos de nuestro coloquio cuando el negro del acordeón
-preludió una tocata, del lado de afuera.
-
-Camargo se levantó, salió, y por ciertos vocablos con que rellenaba
-su intimación de que se alejara, calculé que el desgraciado Orfeo de
-Leubucó no era tratado como los artistas pretenden generalmente que se
-les trate, aunque sean malos.
-
-Música y negro se fueron á otra parte. Camargo volvió, y, sin entrar,
-me dijo de la puerta del rancho: Buenas noches, mi Coronel, y dispense.
-
-Era hora de pensar en dormir. Mis ayudantes Lemlenyi, Rodríguez,
-Ozarowski y los dos benditos franciscanos que habían asistido á la
-visita y confidencias de Camargo, bostezaban á todo trapo.
-
-Desperté á José, llamé dos asistentes, y le hice llevar á un toldo
-vecino.
-
-Y en tanto me aprestaba para pasar una noche toledana, porque soplaba
-viento muy fresco, y la tierra entraba al toldo como en su casa, por
-cuanto resquicio tenía, meditaba sobre esas existencias argentinas,
-sobre esos tipos crudos medio primitivos, que tanto abundan en nuestro
-país, que se sacrifican ó mueren por una opinión prestada. Porque
-nos sobran instituciones y leyes y nos falta la eterna justicia, la
-justicia que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el hogar del
-desvalido que la mansión suntuosa del rico potentado.
-
-Bajo estas impresiones tuve un sueño--yo soy tan soñador,--_I had a
-dream, which was not all a dream._
-
-¡Soñaba!...
-
-¡Si en este país hay quien ahorque á un hombre que tiene diez millones
-de pesos!
-
-
-
-
- III
-
- Noche de hielo.--Donde es realmente triste la vida.--Preparativos
- para la misma.--Resuena por primera vez en el desierto el _Confiteor
- Deo Omnipotenti_.--Recuerdo de mi madre.--Trabajos de Mariano Rosas,
- preparando los ánimos para la junta.--Como y duermo.--Conferencia
- diplomática.--El archivo de Mariano Rosas.--En Leubucó reciben la
- «Tribuna».--Imperturbabilidad de Mariano Rosas.--Mi comadre Carmen en
- el fogón.
-
-
-La noche fué de hielo, larga y fastidiosa.
-
-La arena entraba en el rancho por todas partes, como zarandeada.
-
-Cuando la luz del día alumbró el cuadro que formaban mis oficiales y
-los frailes, acostados en el suelo, y yo, sobre mi tantas veces mentada
-cama, miré por una abertura que á guisa de respiradero había formado
-con las cobijas.
-
-Mis compañeros habían desaparecido, cubiertos por una capa amarillenta,
-que presentaba el aspecto sinuoso de un medanito, cuya superficie se
-movía apenas al compás del resuello de los que yacían bajo su leve
-peso, durmiendo tranquilos el sueño de la vida.
-
-¡Qué pensamiento tirano podía preocuparlos en aquellas alturas!
-
-La existencia no es realmente triste, agitada y difícil sino en los
-grandes centros de población; allí donde todas las necesidades que
-excitan las pasiones nos condenan sin apelación á la dura ley del
-trabajo, verdadera rueda de Ixión, que, mal de nuestro grado, tenemos
-que mover, hasta que llegando al instante supremo tantas veces ansiado
-como temido, les damos un eterno adiós á las eternas vanidades, que
-eternamente nos corroen, nos subyugan y nos dominan, gastando los
-resortes de acero de las almas mejor templadas.
-
-Sacudimos la pereza, la enervante y dulce pereza, de la que lo mismo
-se goza cuando los miembros están fatigados, reclinándose en el frío
-y duro umbral de una puerta de calle, que en elástica y confortable
-otomana cubierta de terciopelo.
-
-Una vez en pie, nos pusimos en movimiento.
-
-Los franciscanos sacaron afuera el baúl que contenía los ornamentos
-sagrados, preparándolos en seguida para la ceremonia de la misa.
-
-Yo, después de bañarme en el jagüel, y de un ligero desayuno de mate
-con yerba y café, fuí á examinar el sitio donde debía hacerse el altar,
-si el viento calmaba.
-
-El cielo estaba límpido, el sol brillaba espléndido.
-
-Las horas se deslizaron sin sentir, arreglando lo que se necesitaba.
-
-Se avisó á los cristianos circunvecinos, y viendo que no era posible
-celebrar los oficios divinos en campo raso, como yo lo deseaba, se
-buscó un rancho.
-
-Todos estábamos muy contrariados.
-
-El mismo sentimiento nos dominaba.
-
-Como verdaderos creyentes, reconocíamos que á la inmensa majestad
-de Dios le cuadraba adorarla bajo las vastas cúpulas azuladas del
-firmamento, ó bajo las bóvedas macizas de las soberbias basílicas,
-cuyas torres audaces empinándose á grandes alturas parecen querer
-tocar las nubes, y hacer llegar al cielo los cánticos sagrados.
-
-Allí donde el hombre eleva su espíritu al Ser Supremo, debe procurarse
-que la grandeza del espectáculo le inspire recogimiento.
-
-La mística plegaria es más ferviente cuando la imaginación sufre las
-influencias poéticas del mundo exterior.
-
-El viento no cesaba.
-
-Tuvimos que resignarnos á recurrir al rancho de un sargento de la gente
-de Ayala.
-
-Le asearon lo mejor posible, y en un momento los franciscanos
-improvisaron el altar.
-
-Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres, y ocupando sus puestos.
-
-Los pobres se habían vestido con la mejor ropita que tenían. Hincados,
-sentados ó de pie, esperaban con respetuoso silencio la aparición de
-los sacerdotes.
-
-Miré el reloj, marcaba las nueve.--Es la hora, Padres, les dije, y me
-dirigí con ellos, acompañado de mis oficiales, á la capilla.
-
-No podía ser más modesta.
-
-Me consolé, recordando que aquél cuyo sacrificio íbamos á honrar había
-nacido en un establo, durmiendo en pajas.
-
-Con ponchos y mantas los franciscanos habían tapizado el suelo y las
-paredes del rancho.
-
-El viento no incomodaba, las velas ardían iluminando un crucifijo de
-madera, en el que se destacaba, salpicada de sangre, la demacrada y
-tétrica faz de Cristo; el altar brillaba cubierto de encajes y de
-brocado pintado de doradas flores, resaltando en él la reluciente
-custodia y las vinajeras plateadas.
-
-Todo estaba muy bonito, incitaba á rezar.
-
-El padre Marcos debía oficiar, ayudándole el padre Moisés y yo, aunque
-de mi latín de sacristía no me habían quedado sino recuerdos confusos y
-vagos.
-
-Pero mi deber era dar el ejemplo en todo.
-
-Lo revestimos al padre Marcos, y los oficios empezaron.
-
-Grupos de indios curiosos nos acechaban.
-
-Reinaba un profundo silencio.
-
-La metálica campanilla vibró, invitando á hacer acto de contricción por
-la sangre del Redentor.
-
-Era la primera vez que en aquellas soledades, que entre aquellos
-bárbaros, resonaban los ecos del humilde _Confiteor Deo Omnipotenti_.
-
-Los cristianos oraban con intensa devoción.
-
-Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitía darle el flanco al
-altar.
-
-Entre ellos había varios indios.
-
-En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento ó de dolor; en
-otras vagaba por su fisonomía algo parecido á un destello de esperanza.
-
-Todos parecían estar íntimamente satisfechos de haberse reconciliado
-con Dios, elevando su espíritu á él en presencia de la cruz y del altar.
-
-Mientras duraron los oficios sagrados, yo pensé constantemente en mi
-madre.
-
-Recordaba los martirios infantiles por que me había hecho pasar,
-llevándome todos los domingos á la iglesia de San Juan, para que
-ayudara á misa bajo su vigilante mirada:
-
---¡Pobre mi madre!--me decía,--¡qué lejos estás!
-
-Rogaba á Dios por ella y por todos los que amaba; y le daba gracias por
-esos martirios, porque debido á ellos me era permitido experimentar el
-placer de prestigiar á la religión entre los infieles, tomando parte
-en la celebración de la augusta ceremonia que allí nos congregaba.
-
-Después que se acabó todo, que los padres repartieron sus bendiciones,
-se deshizo el altar, se arrancaron los ponchos y mantas, y la capilla
-volvió á quedar convertida en lo que era, en un miserable rancho.
-
-Se guardaron los ornamentos, se puso el baúl en mi rancho, y en seguida
-nos fuimos con los franciscanos á darle las gracias á Mariano Rosas.
-
-Estaba lleno de visitas y almorzaban. Cada cual tenía delante de sí un
-plato de abundante puchero con choclos y zapallo.
-
-El cacique nos recibió como siempre, cortésmente, se puso de pie,
-nos dió la mano, hizo que nos sentáramos y nos presentó á todos los
-circunstantes.
-
-Estaba ocupado en algo muy grave.
-
-Preparaba los ánimos para la gran junta que debía tener lugar, para
-que se vea que entre los indios, lo mismo que entre los cristianos, el
-éxito de los negocios de Estado es siempre dudoso, si no se recurre á
-la tarea de la persuasión previa.
-
-Los franciscanos se retiraron y me dejaron solo.
-
-Mariano Rosas hablaba unas veces en general, otras en particular; su
-palabra es fácil, calculada é insinuante; generalmente sus discursos
-eran templados, pero á veces se exaltaba levantando la voz, fijando su
-mirada en el indio á quien le contestaba, y accionando con los brazos,
-contra costumbre.
-
-Me trajeron de comer y comí.
-
-La conferencia iba larga.
-
-Me retiré, pues, conviniendo en que más tarde fijaríamos el día de la
-junta.
-
-Yo quería saberlo con alguna anticipación, porque me proponía pasar
-hasta las tierras de Baigorrita.
-
-Dormí una buena siesta.
-
-El capitán Rivadavia me hizo interrumpirla.
-
-Mariano Rosas se había quedado solo, estaba en la enramada y me
-invitaba á pasar á ella.
-
-Acudí á su llamado.
-
-Entrábamos en materia cuando el negro del acordeón haciendo cabriolas y
-dándole duro á su instrumento, salió del toldo.
-
-Aquel diablo me hacía el efecto de un _gettatore_.
-
-Pero allí no había más remedio que aguantarle.
-
-Ya he dicho que el dueño de casa gozaba inmensamente con él.
-
-Mientras el negro estuvo ahí, fué excusado hablar de cosas serias.
-
-El Cacique no estaba sino para bromas.
-
-Me hizo una larga serie de preguntas, referentes todas á Buenos Aires y
-á la familia de Rosas. Sus recuerdos eran indelebles.
-
-Me parecía que su objeto se reducía á cerciorarse de si efectivamente
-yo era sobrino del Dictador, cuyo retrato me pidió diciéndome que era
-el único que no tenía en su colección.
-
-Y efectivamente así era.
-
-Díjole al negro que trajera los retratos.
-
-Entró éste al toldo y volvió con una cajita de cartón muy sucia, en la
-que había una porción de fotografías, la de Urquiza, la de Mitre, la
-de Juan Saa, la del general Pedernera, la de Juan Pablo López, la de
-Varela, el caudillo catamarqueño, y otras.
-
-Devolvióle al negro la cajita para que la pusiera _en su lugar_.
-
-El favorito la llevó, y felizmente se quedó en el toldo.
-
-Entramos en materia.
-
-Todo estaba arreglado con los notables del desierto.
-
-La junta se haría á los cuatro días porque había que hacer citaciones.
-
-No habría novedad.
-
-Yo expondría en ella los objetos de mi viaje, y Mariano me apoyaría en
-todo.
-
-Sólo había un punto dudoso.
-
-¿Por qué insistía yo tanto en comprar la _posesión_ de la tierra?
-
-Mariano me dijo:
-
---Ya sabe, hermano, que los indios son muy desconfiados.
-
---Ya lo sé; pero del actual Presidente de la República, con cuya
-autorización he hecho estas paces, no deben ustedes desconfiar, le
-contesté.
-
---¿Usted me asegura que es buen hombre?--me preguntó.
-
---Sí, hermano, se lo aseguro--repuse.
-
---¿Y para qué quieren tanta tierra cuando al Sur del Río 5.º, entre
-Langheló y Melincué, entre Aucaló y el Chañar, hay tantos campos
-despoblados?
-
-Le expliqué que para la seguridad de la frontera y para el buen
-resultado del tratado de paz, era conveniente que á retaguardia de la
-línea hubiera por lo menos quince leguas de desierto, y á vanguardia
-otras tantas en las que los indios renunciasen á establecerse y á hacer
-boleadas cuando les diera la gana sin pasaporte.
-
-Me arguyó que la tierra era de ellos.
-
-Le expliqué que la tierra no era sino de los que la hacían productiva;
-que el gobierno les compraba, no el derecho á ella, sino la posesión
-reconociendo que en alguna parte habían de vivir.
-
-Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros tiempos los indios
-habían vivido entre el Río 4.º y el Río 5.º, y que todos esos campos
-eran de ellos.
-
-Le expliqué que el hecho de vivir ó haber vivido en un lugar no
-constituía dominio sobre él.
-
-Me arguyó que si yo fuera á establecerme entre los indios, el pedazo de
-tierra que ocupara sería mío.
-
-Le contesté que si podía venderlo á quien me diera la gana.
-
-No le gustó la pregunta, porque era embarazosa la contestación, y
-disimulando mal su contrariedad, me dijo:
-
---¿Mire, hermano, por qué no me habla la verdad?
-
---Le he dicho á usted la verdad--le contesté.
-
---Ahora va á ver, hermano.
-
-Y esto diciendo, se levantó, entró en el toldo y volvió trayendo un
-cajón de pino, con tapa corrediza.
-
-Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas de zaraza con jareta.
-
-Era su archivo.
-
-Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, periódicos.
-
-Él conocía cada papel perfectamente.
-
-Podía apuntar con el dedo al párrafo que quería referirse.
-
-Revolvió su archivo, tomó una bolsita, descorrió la jareta y sacó
-de ella un impreso muy doblado y arrugado, revelando que había sido
-manoseado muchas veces.
-
-Era «La Tribuna» de Buenos Aires.
-
-En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril
-interoceánico.
-
-Me lo indicó, diciéndome:
-
---Lea, hermano.
-
-Conocía el artículo y le dije:
-
---Ya sé, hermano, de lo que trata.
-
---¿Y entonces por qué no es franco?
-
---¿Cómo franco?
-
---Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar las tierras para que
-pase por el Cuero un ferrocarril.
-
-Aquí me vi sumamente embarazado.
-
-Hubiera previsto todo, menos argumento como el que se me acababa de
-hacer.
-
---Hermano--le dije,--eso no se ha de hacer nunca, y si se hace, ¿qué
-daño le resultará á los indios de eso?
-
---¿Qué daño, hermano?
-
---Sí, ¿qué daño?
-
---Que después que hagan el ferrocarril, dirán los cristianos que
-necesitan más campos al Sud, y querrán echarnos de aquí, y tendremos
-que irnos al Sud de Río Negro, á tierras ajenas, porque entre esos
-campos y el Río Colorado ó el Río Negro no hay buenos lugares para
-vivir.
-
-Doblando el diario y dándoselo, le contesté:
-
---Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan honradamente la
-paz.
-
---No, hermano, si los cristianos dicen que es mejor acabar con nosotros.
-
---Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes merecen nuestra
-protección, que no hay inconveniente en que sigan viviendo donde viven,
-si cumplen sus compromisos.
-
-El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así! y me dijo: Hermano,
-en usted yo tengo confianza, ya se lo he dicho, arregle las cosas como
-quiera.
-
-No le contesté, le eché una mirada escrutadora, y nada descubrí, su
-fisonomía tenía la expresión habitual. Mariano Rosas, como todos los
-hombres acostumbrados al mando, tiene un gran dominio sobre sí mismo.
-
-Es excusado querer leer en su cara la sinceridad ó la falsía de
-sus palabras, dice lo que quiere; lo que siente, lo reserva en los
-repliegues de su corazón.
-
-Se puso á acomodar su archivo, y lo que estuvo en orden, cerró el
-cajón, y llamó diciendo: ¡negro, negro!
-
-Me estremecí.
-
-Tomé un pretexto para no verle la cara, y me despedí.
-
-La hora de comer se acercaba. En el fogón había gordos asados
-extendidos ya sobre brasas. Despedían un tufo incitante y no era cosa
-de dejar que se chamuscaran.
-
---Á comer, caballeros--grité.
-
-Se hizo la rueda y empezó la comilona.
-
-Mi comadre Carmen andaba por allí. Le ofrecí asiento, sentóse, y nos
-entretuvo un largo rato contándonos su vida y enterándonos de algunas
-particularidades de los usos y costumbres ranquelinas.
-
-Á Mariano Rosas le llegaron vespertinas visitas, que pasaron la noche
-con él, entregadas á los placeres de la charla y del vino.
-
-
-
-
- IV
-
- Creencias de los indios.--Son uniteístas y
- antropomorfistas.--_Gualicho._--Respeto por los muertos.--Plata
- enterrada.--¿Será cierto que la civilización corrompe?--Crueldad de
- Bargas, bandido cordobés.--Triste condición de los cautivos entre los
- indios.--Heroicidad de algunas mujeres.--Unas con otras.--Modos de
- vender.--Eufonía de la lengua araucana.--¿La carne de yegua puede ser
- un antídoto para la tisis?
-
-
-Mi comadre Carmen vivía en Carrilobo, cerca del toldo de Villarreal, el
-casado con su hermana, y había venido á visitarme trayéndome mi ahijada.
-
-Escuchándola pasamos un rato muy entretenido. Habla con facilidad el
-castellano y posee bastante caudal de expresiones para manifestar sus
-sentimientos é ideas y hacerse entender.
-
-Sobre las creencias de los indios me dió las siguientes nociones:
-
-No se congregan jamás para adorar á Dios, le adoran á solas,
-ocultándose en los bosques.
-
-No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la universalidad de
-los seres vivientes.
-
-Por manera que no son idólatras, ni panteístas.
-
-Son uniteístas y antropomorfistas.
-
-Dios--_Cuchauentrú_, el hombre grande, ó _chachao_, el Padre de
-todos,--tiene la forma humana y está en todas partes; es invisible é
-indivisible; es inmensamente bueno y hay que quererle.
-
-Á quien hay que temerle es al diablo,--_Gualicho_.
-
-Este caballero, á quien nosotros pintamos con cola y cuernos, desnudo
-y echando fuego por la boca, no tiene para ellos forma alguna.
-_Gualicho_, es indivisible é invisible y está en todas partes, lo mismo
-que _Cuchauentrú_. Otro, mientras el uno no piensa en hacerle mal á
-nadie, el otro anda siempre pensando en el mal del prójimo.
-
-_Gualicho_ ocasiona los malones desgraciados, las invasiones de
-cristianos, las enfermedades y la muerte, todas las pestes y
-calamidades que afligen á la humanidad.
-
-_Gualicho_ está en la laguna cuyas aguas son malsanas, en la fruta y
-en la yerba venenosa; en la punta de la lanza que mata; en el cañón de
-la pistola que intimida; en las tinieblas de la noche pavorosa; en el
-reloj que indica las horas; en la aguja de marear que marca el Norte;
-en una palabra; en todo lo que es incomprensible y misterioso.
-
-Con _Gualicho_ hay que andar bien; _Gualicho_ se mete en todo, en el
-vientre y da dolores de barriga; en la cabeza y la hace doler; en las
-piernas y produce la parálisis; en los ojos y deja ciego; en los oídos
-y deja sordo; en la lengua y hace enmudecer.
-
-_Gualicho_, es en extremo ambicioso. Conviene hacerle el gusto en todo.
-Es menester sacrificar de tiempo en tiempo yeguas, caballos, vacas,
-cabras y ovejas; por lo menos una vez cada año, una vez cada doce
-lunas, que es como los indios computan el tiempo.
-
-_Gualicho_ es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas:
-se les introduce quién sabe por dónde y en dónde y las maleficia.
-
-¡Ay de aquélla que está _engualichada_!
-
-La matan.
-
-Es la manera de conjurar el espíritu maligno.
-
-Las pobres viejas sufren extraordinariamente por esta causa.
-
-Cuando no están sentenciadas, andan por sentenciarlas.
-
-Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se enferme un
-indio, ó se muera un caballo; la vieja tiene la culpa, le ha hecho
-daño. _Gualicho_ no se irá de la casa hasta que la infeliz no muera.
-
-Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio
-que tiene dominio sobre la vieja la inmola á la sordina.
-
-En cuanto á los muertos, tienen por ellos el más profundo respeto. Una
-sepultura es lo más sagrado. No hay herejía comparable al hecho de
-desenterrar un cadáver.
-
-Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos, creen en la
-metempsícosis, que el alma abandona la carne después de la muerte,
-transmigrando en un tiempo más ó menos largo á otros países y dándole
-vida á otros cuerpos racionales ó irracionales.
-
-Los ricos resucitan generalmente al Sur del Río Negro, y de allí han de
-volver, aunque no hay memoria de que hasta ahora haya vuelto ninguno.
-
-Por esta razón los entierran junto con el mejor caballo y las prendas
-de plata más valiosas que tuvieron; y alrededor de la sepultura les
-sacrifican caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas, según la riqueza
-que dejan, ó la que poseen sus deudos ó amigos.
-
-El caballo y las prendas enterradas son para que tengan en qué andar en
-la tierra ésa, donde deben resucitar; los demás animales son para que
-tengan qué comer durante el viaje de ida y vuelta.
-
-Las mujeres también resucitan, no se crea que no.
-
-Pretenden algunos que han vivido mucho tiempo entre los indios, que
-á consecuencia de estas costumbres debe haber mucha plata labrada
-enterrada en el Desierto. Por mi parte, creo que los cristianos, que
-ni le tienen tanto miedo á _Gualicho_, ni son pitagóricos, se han
-encargado de desenterrarla.
-
-Lo cierto es, que según las noticias que mi comadre me daba, las honras
-fúnebres no se hacen con tanta pompa como antes.
-
-Queriendo explicar el por qué del hecho, decía: «Yo no sé si será
-porque los cristianos han solido registrar las sepulturas ó porque
-ahora la plata vale más».
-
-Yo me inclino á creer que las dos causas combinadas van haciendo que
-los entierros sean menos lujosos.
-
-En efecto, los indios tienen ahora muchas necesidades, les gusta mucho
-beber, tomar mate dulce, fumar, vestirse con ropa fina; y fácilmente
-se comprende que muriendo un deudo querido honren su memoria con
-sacrificios de caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas y que la plata
-se la guarden.
-
-Mi comadre aseguró que, mientras no hubo cristianos entre los indios,
-no hubo ejemplo de que se violaran las tumbas sagradas.
-
-¿Será cierto que la civilización es corruptora?
-
-Á pesar de lo dicho los indios no son sanguinarios ni feroces; prueba
-de ello es que jamás sacrifican á los manes de sus muertos víctimas
-humanas.
-
-Matan á las viejas, es cierto; pero lo hacen porque las creen poseídas
-de Satanás. Y al fin del cuento, no es tanto lo que se pierde, dirán
-algunos.
-
-Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora que consignar: que
-ciertos cristianos refugiados entre los indios son peores que ellos.
-
-Conozco uno que queriendo sobresalir por su ferocidad, tuvo la
-barbarie de hacer un sacrificio humano en holocausto á un miembro de su
-familia.
-
-Referiré el hecho.
-
-Bargas, es un bandido cordobés, vive en Tierra Adentro, no sé por qué
-crímenes, está casado con varias mujeres y su vida es la de un indio,
-por no decir peor.
-
-Murió uno de sus hijos. Pues bien, este malvado, fingiendo que
-participaba de la preocupación vulgar, de la creencia que hace enterrar
-al muerto con su caballo de predilección, para que en la tierra donde
-resucite tenga en qué andar, le inmoló á su hijo un cautivito de ocho
-años, enterrándole vivo con él, para que tuviese quien le sirviera de
-peón.
-
-Por lo que dejo relatado, se ve que los cautivos son considerados entre
-los indios como cosas.
-
-Calcúlese cuál será su condición.
-
-La más triste y desgraciada.
-
-Lo mismo es el adulto que el adolescente, el niño que la niña, el
-blanco que el negro; todos son iguales los primeros tiempos, hasta que
-inspirando confianza plena se hacen querer.
-
-Con rarísimas excepciones, los primeros tiempos que pasan entre los
-bárbaros son una verdadera _via crucis_ de mortificaciones y dolores.
-
-Deben lavar, cocinar, cortar leña en el bosque con las manos, hacer
-corrales, domar los potros, cuidar los ganados y servir de instrumento
-para los placeres brutales de la concupiscencia.
-
-¡Ay de los que se resisten!
-
-Los matan á azotes ó á balazos.
-
-La humildad y la resignación es el único recurso que les queda.
-
-Y, sin embargo, yo he conocido mujeres heroicas, que se negaron á
-dejarse envilecer, cuyo cuerpo prefirió el martirio á entregarse de
-buena voluntad.
-
-Á una de ellas la habían cubierto de cicatrices; pero no había cedido á
-los furores eróticos de su señor.
-
-Esta pobre me decía, contándome su vida con un candor angelical: «Había
-jurado no entregarme sino á un indio que me gustara, y no encontraba
-ninguno».
-
-Era de San Luis, tengo su nombre apuntado en el Río 4.º. No lo recuerdo
-ahora. La pobre no está ya entre los indios. Tuve la fortuna de
-rescatarla y la mandé á su tierra.
-
-En aquellos mundos de barbarie pasan dramas terribles.
-
-Cuantas más cautivas hay en un toldo, más frecuentes son las escenas
-que despiertan y desencadenan las pasiones, que empequeñecen y degradan
-á la humanidad.
-
-Las cautivas nuevas, viejas ó jóvenes, feas ó bonitas tienen que
-sufrir, no sólo las asechanzas de los indios, sino, lo que es peor aún,
-el odio y las intrigas de las cautivas que les han precedido, el odio y
-las intrigas de las mujeres del dueño de casa, el odio y las intrigas
-de las chinas sirvientas y agregadas.
-
-Los celos y la envidia, todo cuanto hiela y enardece el corazón á la
-vez se conjura contra las desgraciadas.
-
-Mientras dura el temor de que la recién llegada conquiste el amor ó el
-favor del indio, la persecución no cesa.
-
-Las mujeres son siempre implacables con las mujeres.
-
-Frecuentemente sucede que los indios, condoliéndose de las cautivas
-nuevas, las protegen contra las antiguas y las chinas. Pero esto no se
-hace sin empeorar su situación, á no ser que las tomen por concubinas.
-
-Una cautiva á quien yo le averiguaba su vida, preguntándole cómo le
-iba, me contestó:
-
---«Antes, cuando el indio me quería, me iba muy mal, porque las demás
-mujeres y las chinas me mortificaban mucho, en el monte me agarraban
-entre todas y me pegaban. Ahora que ya el indio no me quiere, me va muy
-bien, todas son muy amigas mías».
-
-Estas palabras sencillas resumen toda la existencia de una cautiva.
-
-Agregaré que cuando el indio se cansa, ó tiene necesidad, ó se le
-antoja, la vende ó la regala á quien quiere.
-
-Sucediendo esto, la cautiva entra en un nuevo período de sufrimientos,
-hasta que el tiempo ó la muerte ponen término á sus males.
-
-Poco antes de salir de Leubucó, conocí por casualidad un cristiano que
-hacía diligencias por comprarle á un indio una cautiva, nada más que
-por hacerle á ésta un servicio, por humanidad.
-
-La desdichada decía: «El indio es muy bueno y me venderá si no me han
-de llevar á _otra parte_. Pero las chinas son _malazas_.
-
-Á propósito de llevar á otra parte, esto requiere una explicación.
-
-Hay dos modos de vender: el uno consiste en cambiar simplemente de
-dueño, el otro en la redención. El último es el más caro.
-
-Ya comprenderás, Santiago amigo, que todo lo que dejo dicho en esta
-carta no me lo contó mi comadre Carmen. Una parte se lo debo á ella, el
-resto á otros y á mis propias observaciones.
-
-Lo que sigue, sí, se lo debo á ella exclusivamente.
-
-La noche estaba templada y clara, incitaba á conversar y se podía leer
-sin más luz que la de las estrellas.
-
-Aprovechándola tomé una lección de lengua araucana.
-
-Entonces vine á saber lo que querían decir ciertas palabras, cuyo
-significado buscaba hacía tiempo, como indios _picunches_, _puelches_ y
-_pehuenches_.
-
-_Ché_ es un vocablo que significa, según el lugar que tiene en la
-dicción, _yo_, _hombre_ ó _habitante_.
-
-Los cuatro vientos cardinales se denominan: Norte, _puel_; Sur,
-_cuerró_; Este, _picú_; Oeste, _muluto_.
-
-Así, pues, _Picunche_[1] quiere decir habitante del Este, que es como
-se denominan los indios que viven en cierta parte de la cordillera;
-_Puelche_, habitante del Norte; _Pehuenche_, siguiendo la misma regla,
-significa habitante de los pinos, que es como se denominan los indios
-que viven entre los pinares que crecen colosales en los valles de la
-falda occidental de la Cordillera de los Andes.
-
-Para dar una idea de la eufonía de esta lengua, que se asimila,
-alterándolas ligeramente, todas las palabras de otras, verbigracia,
-llamándole _waca_ á la vaca, y _cauallo_ al caballo, enumeraré algunas
-palabras que me enseñó mi comadre, y que copio de mi vademécum.[2]
-
-Yo--_enchê_, tú ó vos--_eimí_, nosotros--_inchin_, vieja--_cucé_,
-joven--_elchá_, linda--_comê_, fea--_uedá_, madre--_nuqué_, hijo
-de padre--_bôtom_, hijo de madre--_píñem_, grande--_uchaima_,
-chico--_pichicai_, mucho--_entren_, poco--_pichin_, blanco--_lieu_,
-negro--_currü_, cielo--_neno_, sol--_anti_, luna--_quién_,
-tierra--_truquen_, mujer--_curré_, hombre--_uentru_, sí--_maí_,
-así es--_pipi_, (modismo muy usual), no--_müe_, agua--_có_,
-fuego--_quítral_, viento--_cürrüf_, frío--_utré_, calor del
-sol--_comote anti_, calor sin sol--_comotearreün_, pronto--_matu_,
-despacio--_ñochi_, sueño--_umau_, amigo--_weni_, hermano--_peñi_,
-pasto--_cachu_, ceniza--_entruequen_, sal--_chadileubú_ (de
-aquí, Río Salado se dice _chadileubú_), monte--_mamil_,
-árbol--_quiñemamil_ (_quiñe_ quiere decir _uno_), cara--_angé_,
-ojos--_ñé_, boca--_ün_, orejas--_pilun_, nariz--_iu_, mano--_cui_,
-brazo--_lipan_, barba--_payun_, pecho--_rucú_, piernas--_chaan_,
-pies--_mamon_, dedo--_changil_, frente--_tol_, pelo--_loncó_, (de aquí
-_loncotear_--tirarse del pelo), pescuezo--_pel_, cortar--_catril_,
-bailar--_pürrum_, morir--_lai_, se murió--_lai-pi_, risa--_aien_,
-rabia--_yarquen_.
-
-Poco más sé de la lengua araucana, no porque no haya tenido tiempo de
-profundizar mis estudios, sino por las dificultades con que tropezaba á
-cada paso, cuando hacía una pregunta para aclarar alguna duda.
-
-No pude saber nada respecto á la conjugación de los verbos.
-
-Lo mismo digo de los géneros.
-
-Por ejemplo, vieja es _cucé_, viejo--_butá_, y, sin embargo, en ciertos
-adjetivos, como _overo_, la terminación es la que indica el género.
-
-La lengua es muy elíptica. Así, por ejemplo, yegua overa manca, se
-dice: _overa manca_, simplemente, y caballo overo manco--_overo manco_.
-En los dos casos se suprime el sustantivo, porque los adjetivos, _overa
-manca_ ú _overo manco_ no pueden calificar sino un caballo ó una yegua,
-y deben sobreentenderse.
-
-Para que comprendas las dificultades con que tenía que luchar para
-salvar ciertas dudas, bastará repetir lo que decía mi comadre cuando la
-apuraban demasiado: «Yo no sé bien la lengua, se necesita vivir mucho
-para aprenderla; aquí no cualquiera la sabe».
-
-Terminada la lección de araucano, le pedí á mi maestra--que aunque
-tenía hijos no era casada ni viuda,--me contara su vida; y como la cosa
-más sencilla del mundo nos refirió sus aventuras con cierto mancebo
-padre de mi ahijada.
-
-Es una página verde que en cualquier parte pasaría por una seducción.
-Entre los indios es un accidente de la vida que no significa nada.
-
-La especie humana está sujeta á la ley de la reproducción. Nada de
-extraño tiene que siendo la mujer libre se entregue á quien le place, y
-que de la noche á la mañana resulte con hijos.
-
-No es más que una dificultad para casarse; porque generalmente nadie
-quiere cargar con hijos ajenos, aun cuando provengan de matrimonio
-legítimo.
-
-Para concluir ésta, y á propósito de mujeres que resultan con hijos de
-la noche á la mañana, ¡qué curiosa es la farmacopea de los indios!
-
-Toda ella se reduce á hierbas astringentes y purgantes, y agua fría.
-
-Lo último es un remedio por excelencia.
-
-¿Pare una china? Pues en el acto, ella y el fruto de sus entrañas se
-meten en una laguna, sea invierno ó verano.
-
-Una palabra más, antes de que me retire del fogón, en que estoy, y me
-meta en la cama.
-
-Es una observación ajena que puede interesarle al mundo médico.
-
-Mi condiscípulo el Dr. D. Jorge Macías, que ha pasado dos años entre
-los Ranqueles, y que entre ellos estaría á no ser por mí, pretende que
-allí no hay _tísicos_, y lo atribuye al alimento de la carne de _yegua_.
-
-Si la observación fuese exacta y la causa la consignada, de hoy en
-adelante podríamos exclamar: no más tísicos.
-
-No me atrevo á decir si la cosa merece la pena de ser averiguada,
-aunque recuerdo que no hace mucho tiempo más de un galeno se reía
-cuando las curanderas recetaban _buche de avestruz_.
-
-
- NOTAS:
-
-[1] La _n_ se agrega, porque es más agradable al oído decir _picunche_
-que _picuche_.
-
-[2] Las palabras que tienen acento circunflejo son _nasales_ y las que
-tienen diéresis _guturales_.
-
-
-
-
- V
-
- Preparativos para la marcha á las tierras de Baigorrita.--Camargo
- debía acompañarme.--Motivos de mi excursión á
- Quenque.--Coliqueo.--Recuerdo odioso de él.--Unos y otros se han
- valido de los indios en las guerras civiles.--En lo que consistía mi
- diplomacia.--En viaje rumbo al sud.--Confidencia de un espía.--El
- espionaje en Leubucó.--Poitaua.--El algarrobo.--Pasión de los
- indios por el tabaco.--Cómo hacen sus pipas.--Pitralauquen.--Baño y
- comida.--Mi lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral.
-
-
-Al día siguiente, me levanté con el sol, y me ocupé en los preparativos
-de la marcha para las tierras de Baigorrita.
-
-Le anticipé un chasque, de acuerdo con Mariano Rosas, y á las dos de la
-tarde mandé arrimar las tropillas.
-
-Se ensilló en un momento. Hacía días que no andábamos á caballo y todos
-estaban con ganas de sacudir la pereza.
-
-Camargo debía acompañarme. Su misión consistía en observarme de cerca,
-á ver qué conversaba con Baigorrita. Mi hermano Mariano, á pesar de sus
-protestas de adhesión y simpatía, abrigaba desconfianzas. Mi viaje lo
-preocupaba. No comprendía que debiendo verlo á Baigorrita en la junta
-que se celebraría á los cuatro días, me incomodase en ir hasta sus
-tolderías.
-
-La idea de una intriga para hacerlo reñir con su aliado trabajaba su
-imaginación.
-
-Por eso iba Camargo conmigo, con la orden terminante de asistir á todos
-mis parlamentos y entrevistas y el encargo de no separarse un momento
-de mi lado por nada ni para nada.
-
-Debía ser mi sombra.
-
-Mi excursión á Quenque, tenía sin embargo, la explicación más
-plausible. Baigorrita me había convidado hacía algunos meses para que
-nos hiciéramos compadres. Iba, pues, con los franciscanos á bautizar
-mi futuro ahijado, y, al mismo tiempo, á conocer más el desierto,
-penetrando hasta donde es muy raro hallar quien haya llegado en las
-condiciones mías, es decir, en cumplimiento de un deber militar.
-
-Verdad es que las desconfianzas de Mariano tenían también su razón de
-ser. No una vez, sino varias, diferentes administraciones, por medio de
-sus agentes fronterizos, han intentado sembrar la discordia entre él y
-Baigorrita, entre estos dos y el cacique Ramón.
-
-El ejemplo y el recuerdo de lo que sucedió con la tribu de Coliqueo no
-se borra de la memoria de los indios.
-
-La tribu de éste formaba parte de la Confederación de que antes he
-hablado; cuando los sucesos de Cepeda, combatió contra las armas de
-Buenos Aires, y cuando Pavón hizo al revés, combatió contra las armas
-de Urquiza.
-
-Coliqueo es para ellos el tipo más acabado de la perfidia y de la mala
-fe. Mariano Rosas me decía en una de nuestras conversaciones: «Dios no
-lo ha de ayudar nunca, porque traicionó á sus hermanos.»
-
-Efectivamente, Coliqueo no solamente se alzó con su tribu, sino
-que peleó é hizo correr sangre, para venirse á Junín junto con el
-regimiento 7.º de caballería de línea, que guarnecía la frontera de
-Córdoba; se pasó al ejército del general Mitre, que se organizaba en
-Rojas, meses antes de la batalla de Pavón.
-
-Con estos antecedentes y tantos otros que podría citar, para que se vea
-que nuestra civilización no tiene el derecho de ser tan rígida y severa
-con los salvajes, puesto que no una vez sino varias, hoy los unos,
-mañana los otros, todos alternativamente hemos armado su brazo para
-que nos ayudaran á exterminarnos en reyertas fratricidas, como sucedió
-en Monte Caseros, Cepeda y Pavón; con estos antecedentes, decía, se
-comprenden y explican fácilmente las precauciones y temores de Mariano
-Rosas.
-
-Así fué que al notificarme que Camargo me acompañaría, me felicité de
-ello y le di las gracias.
-
-Me había propuesto hacer consistir mi diplomacia en ser franco y
-veraz. Me parecía un deber de conciencia y una regla imprescindible de
-conducta, en mi calidad de cristiano, nombre que debía procurar á toda
-costa dejar bien puesto. De consiguiente, nada tenía que temer de la
-fiscalización de mi astuto agregado.
-
-Eran las dos y media de la tarde cuando nos movimos de Leubucó, alegres
-y contentos, felices y esperanzados, lo mismo que al salir del Fuerte
-Sarmiento.
-
-¡Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por la Pampa, que yo
-no he cruzado nunca sus vastas llanuras, sin sentir palpitar mi corazón
-gozoso!
-
-Mentiría si dijese que al oir retemblar la tierra bajo los cascos de
-mi caballo, he echado alguna vez de menos el ruido tumultuoso de las
-ciudades, donde la existencia se consume en medio de tan variados
-placeres.
-
-Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo,
-su sublime y poética soledad á estas calles encajonadas, á este
-hormiguero de gente atareada, á estos horizontes circunscriptos que
-no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar
-la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando
-serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno.
-
-Hacía un día hermoso.
-
-Íbamos despacio. Las cabalgaduras habían sufrido bastante, extrañando
-la temperatura, el pasto y el agua; debía pensar no tanto en la vuelta
-á Leubucó, como en la vuelta á mi frontera.
-
-Por otra parte, llevaba una mula aparejada, con lo poco que me había
-quedado para Baigorrita, y la jornada sería corta.
-
-Saliendo de Leubucó, rumbo al Sud, se entra en un arenal pesado, se
-cruzan algunos pequeños médanos y á poco andar se entra en el monte.
-Á la salida de éste se encuentra la primera aguada, una lagunita con
-jagüeles, bordada de espadañas y de riente vegetación en sus orillas.
-El terreno es bajo y húmedo. Son como dos leguas de camino que fatigan
-los caballos como cuatro.
-
-Descansamos un rato. Nadie nos apuraba. Allí me hizo Camargo su primer
-conferencia. Como hombre de mundo, estaba convencido de mi buena fe y
-comprendía que no siendo honroso el papel que debía hacer á mi lado,
-convenía ponerme en autos para que me explicase su actitud, de la que
-no podía prescindir, porque á su vez él debía ser espiado por alguien,
-aunque no pudiera decir por quién.
-
-El espionaje recíproco está á la orden del día en la corte de Leubucó.
-
-Varias veces, hablando allí con personas allegadas á Mariano Rosas,
-sobre asuntos que no eran graves, pero que podían prestarse á
-conjeturas y malas interpretaciones, me dijeron aquéllas: «Hable
-despacio, señor, mire que ése que está ahí nos escucha.»
-
-¿Quién era?
-
-Unas veces, un cristiano sucio y rotoso, que andaba por allí haciéndose
-el distraído; otras, un indio pobre, insignificante al parecer, que
-acurrucado se calentaba al sol, y á quien yo le había dirigido la
-palabra, sin obtener una contestación, no obstante que comprendía y
-hablaba bien el castellano.
-
-De esta práctica odiosa nacen mil chismes é intriguillas, que
-mantienen á todos peleados, fraternizando ostensiblemente, y odiándose
-cordialmente en realidad.
-
-Mediante ella, Mariano sabe cuanto pasa á su alrededor y lejos de él.
-
-Esas numerosas visitas que recibe cotidianamente, muchas de las cuales
-vienen juntas del mismo toldo y lugar, son sus agentes secretos; espían
-á los demás y se espían entre sí.
-
-El cristiano ó el indio más cuitado en apariencia, es su confidente,
-conoce sus secretos.
-
-De ahí venían en parte la influencia, los fueros y el favor de que
-disfrutaba el negro del acordeón. No en vano experimentaba yo hacia él
-una repulsión instintiva.
-
-Refrescadas las cabalgaduras, siguió la marcha.
-
-El terreno se iba doblando gradualmente, cruzábamos una sucesión de
-medanitos, que se encumbraban por grados, divisábamos una ceja de
-monte, y en lontananza, hacia el Sudoeste, las alturas de Poitaua, que
-quiere decir: _Lugar desde donde se divisa_, ó atalaya.
-
-Las brisas frescas de la tarde comenzaban á sentirse, galopamos un rato
-y entramos en el monte.
-
-Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últimos abundaban más.
-Es el árbol más útil que tienen los indios. Su leña es excelente para
-el fuego, arde como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece los
-caballos como ningún pienso, les da fuerzas y bríos admirables; sirve
-para elaborar la espumante y soporífera chicha, para hacer _patai_
-pisándola sola, y pisándola con maíz tostado, una comida agradable y
-nutritiva.
-
-Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba, y en sus
-marchas las chupan, lo mismo que los coyas del Perú mascan la coca. Es
-un alimento, y un entretenimiento que reemplaza el cigarro.
-
-Á propósito de cigarro, aprovecharé este momento, Santiago amigo, para
-decirte que los indios aman tanto el tabaco como el aguardiente.
-
-Prefieren el negro del Brasil á cualquier otro. Los pampas Azuleros
-hacen este comercio, y los chilenos les llevan con el nombre de tabaco,
-una planta que no he podido conocer, que he fumado, y me ha hecho el
-mismo efecto del opio, es fortísima.
-
-Todos los indios saben fumar, lo mismo que saben beber; pasaría por
-persona mal educada quien no supiera hacerlo.
-
-Fuman el tabaco de tres modos: en forma de cigarro puro, en forma de
-cigarrillo y en pipa.
-
-Este último modo es el que les gusta más.
-
-No hay indio que no tenga su cachimbito.
-
-Ellos mismos los hacen, y con bastante ingenio.
-
-Buscan un pedazo de madera blanca como de una cuarta de largo y una
-pulgada de diámetro; le dan primero la forma de un paralelepípedo, en
-seguida le hacen una punta cilíndrica, luego un taladro y en uno de los
-lados un agujerito en el que colocan un dedal, con otro agujerito que
-coincide con el taladro.
-
-El que quiera hacer una pipa á lo indio, ya tiene la instrucción.
-
-Recomiendo esta clase de pipas á los aficionados al tabaco fuerte; en
-ellas, como que pronto las pasa la resina, casi todos los tabacos son
-iguales.
-
-Los indios no fuman habitualmente sino de noche, antes de acostarse.
-
-Cargan su pipa, se echan de barriga, se la ponen en la boca, le
-colocan una brasa de fuego en el recipiente y dan una fumada con toda
-su fuerza, tragando todo el humo; en seguida otra, otra, otra del
-mismo modo. Á la cuarta fumada, les viene una especie de convulsión
-nauseabunda, se les cae la pipa de la boca y se quedan profundamente
-dormidos.
-
-Salíamos del monte, descendiendo por un plano ligeramente inclinado
-hacia una cañada. Allí íbamos á parar, haciendo noche al borde de una
-lagunita llamada _Pitralauquen_, lo que quiere decir _laguna de los
-flamencos_. Trae su nombre de que en aquel paraje hay siempre muchos de
-estos pájaros.
-
-El sol se ponía tras de las alturas de Poitaua, y sus arreboles teñían
-las nubes del lejano horizonte, cuando hacíamos alto y echábamos pie á
-tierra.
-
-La lagunita que tiene como cien metros de diámetro, y forma circular,
-estaba llena de agua. Centenares de rosados flamencos, de blancos
-cisnes y gansos, de pardos patos y gallaretas, se deslizaban mansamente
-sobre la líquida superficie.
-
-Los indios no tienen costumbre de matar las aves acuáticas, así es que
-no se inquietaron por nuestra aproximación.
-
-Acampamos cerca de unos chañarcitos, se acomodaron bien las tropillas,
-organizando la ronda, no fueran á darnos malón, se buscó leña y no
-tardó en alegrar el cuadro un hermosísimo fogón.
-
-Los franciscanos se habían molido un poco.
-
-Su pensamiento dominante era descansar; en tanto hacían un buen asado.
-Como verdaderos veteranos se echaron, pues, sobre las blandas pajas.
-Mis ayudantes y yo nos dimos un baño, turbando la quietud de las
-aves, que se dispersaron volando en todas direcciones, y cuyos nidos
-saqueamos inhumanamente haciendo un acopio de huevos.
-
-Salimos del agua, junto con las primeras estrellas; nos vestimos de
-prisa, porque hacía fresco, y ganando el fogón, que á una vara de
-distancia quemaba, en un momento dejamos de tiritar.
-
-Al rato comíamos, y Mora, mi lenguaraz, nos entretenía contándonos sus
-aventuras. Ya he dicho quién era en una de mis primeras cartas, y si no
-estoy trascordado, ofrecí contar su vida.
-
-Mora es un hombrecito como hay muchos, de regular estatura. Un
-observador vulgar le creería tonto; se pierde de vista. Es gaucho
-como pocos, astuto, resuelto y rumbeador. No hay ejemplo de que se
-haya perdido por los campos. En las noches más tenebrosas él marcha
-rectamente adonde quiere. Cuando vacila se apea, arranca un puñado de
-pasto, lo prueba y sabe dónde está. Conoce los vientos por el olor.
-Tiene una retentiva admirable y el órgano frenológico en que reside
-la memoria de las localidades muy desarrollado. Cara y lugar que
-vió una vez no las olvida jamás. Sólo estudiando con mucha atención
-su fisonomía se descubre que tiene sangre de indio en las venas. Su
-padre era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito con aquél á
-las tolderías de los Ranqueles, formando parte de una caravana de
-comerciantes, se enamoró de una china, se enredó con ella, le gustó la
-vida y se quedó agregado á la tribu de Ramón. En Chile su padre había
-sido lenguaraz de un jefe fronterizo, peón y pulpero. Vivía entre los
-cristianos. Mora es industrioso y trabajador, tiene hijos, quiere mucho
-á su mujer, posee algo y saldría del desierto si pudiese arrear con
-cuanto tiene. Pero ¿cómo? Es empresa difícil, imposible. Mora ha estado
-á mi servicio unos cuantos meses, sirviéndome con decisión y fidelidad.
-Tiene buenos sentimientos, ideas muy racionales, conoce que la vida
-civilizada es mejor que la del desierto; pero ya lo he dicho, está
-vinculado á él hasta la muerte, por el amor, la familia y la propiedad.
-Habla el castellano á la chilena, perfectamente, disminuyendo lo mismo
-los sustantivos, que los adjetivos y los adverbios. _Nunquita_, me ha
-sucedido perderme por _allicito_ yendo solito, es como él dirá. El
-araucano lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes
-que he visto. Ser lenguaraz, es un arte difícil; porque los indios
-carecen de los equivalentes de ciertas expresiones nuestras. El
-lenguaraz no puede traducir literalmente, tiene que hacerlo libremente,
-y para hacerlo como es debido ha de ser muy penetrante. Por ejemplo,
-esta frase: Si usted tiene conciencia debe tener honor, no puede
-ser vertida literalmente; porque las ideas morales que implican
-_conciencia_ y _honor_ no las tienen los indios. Un buen lenguaraz,
-según me ha explicado Mora, diría: Si usted tiene corazón, ha da tener
-palabra, ó si usted es bueno no me ha de engañar. Por supuesto que
-Mora, no obstante la pintura favorable que de él he hecho, no es nene
-que se retrae de ir á los _malones_. Al contrario, va en la punta, y
-por eso tiene con qué vivir. En unas tierras se trabaja de un modo y en
-otras de otro, como él me dijo, haciéndole yo cargos de que un hombre
-blanco, hijo de cristianos, bautizado en los Ángeles, que podía ganar
-su vida honradamente, llevara la existencia de un salteador.
-
-Cuando Mora dejó la palabra, habiendo dicho poco más ó menos lo que
-queda consignado en el párrafo anterior terminábamos de comer.
-
-Estaba helando.
-
-Hicimos las camas alrededor del fogón, dándole los pies, puse los
-frailes á mi lado--los cuidaba como á las niñas de mis ojos,--y traté
-de dormir.
-
-La Creación estaba en calma, el silencio del desierto no era
-interrumpido sino por uno que otro relincho de los caballos, ó por el
-graznido de las aves de la laguna.
-
-La luna se levantaba, coronando de luces el firmamento, tachonado de
-mustias estrellas.
-
-
-
-
- VI
-
- Una noche eterna.--Aspecto del campo al amanecer después de la
- helada.--En marcha.--Encuentro con indios.--Me habían descubierto
- de muy lejos.--Medios que emplean los indios para conocer á la
- distancia si un objeto se mueve ó no.--La carda.--Un monte.--Gente de
- Baigorrita sale á encontrarnos.--Baigorrita.--Su toldo.--Conferencia y
- regalos.--Las _botas_ de mis manos.--Carneada.--Una cara patibularia.
-
-
-Hizo tanto frío, que ni teniendo lumbre toda la noche pude conciliar el
-sueño. Me di cien vueltas en la cama.
-
-¡Qué envidia me daba oir roncar á los soldados lejos del fogón, hechos
-una bola como el mataco!
-
-Ni la helada, ni el viento, ni la lluvia, ni el polvo les incomoda á
-ellos.
-
-Este mundo se vuelve puras compensaciones. Yo tenía abundantes cobijas,
-quien atizara el fuego toda la noche, y no podía dormir.
-
-Ellos apenas tenían con qué taparse, y dormían como unos santos varones.
-
-La noche me parecía eterna.
-
---En cuanto quiso aclarar, me levanté, puse á todo el mundo en
-movimiento, hice dar vueltas las tropillas para que los animales
-entraran en calor, hasta que llegara la hora conveniente de bajarlos
-á la laguna, que es cuando el sol pica un poco; mandé agrandar el
-fogón, se calentó agua, se pusieron unos churrascos, tomamos mate y nos
-desayunamos.
-
-El campo presentaba el aspecto brillante de una superficie plateada;
-había helado mucho, la escarcha tenía, en los lugares donde la tierra
-estaba más húmeda, cuatro líneas de espesor.
-
-Junto con el sol sopló el cierzo pampeano y comenzó á levantarse la
-niebla en todas direcciones.
-
-La helada iba desapareciendo gradualmente, los rayos solares,
-abriéndose paso al través del velo acuoso que pretendía interceptarlos.
-
-El calórico, causa y efecto de todo cuanto constituye el planeta en que
-vivimos, disipaba el fenómeno que él mismo había originado.
-
-Eran las ocho de la mañana, y el horizonte y el cielo estaban ya
-completamente despejados.
-
-Bebieron los caballos, ensillamos, montamos y rumbeando al Sud, tomamos
-el camino de Quenque, dejando á la izquierda el que conducía á las
-tolderías de Calfucurá.
-
-Galopamos un rato, hasta que los animales sudaron, subiendo siempre por
-un terreno arenoso, salpicado de arbustos; descendimos después entrando
-en una zona más accidentada, y, al rato, descubrimos hacia el Oriente
-los primeros toldos de la tribu de Baigorrita y algún ganado vacuno y
-yeguarizo.
-
-Hice alto para no alarmar á los vigilantes y desconfiados moradores de
-aquellas comarcas, que veloces como el viento no tardaron en ponerse á
-tiro de fusil de nosotros para reconocernos.
-
-Destaqué sobre ellos á Mora, les habló, y al punto estuvieron junto con
-él á mi lado, saludándome y dándome la bienvenida.
-
-Nada sabían de mi visita á Baigorrita.
-
-Pero sabiendo que me hallaba días antes en Leubucó, habían calculado
-que era yo el que llegaba, afirmándolos en sus conjeturas el aire de mi
-marcha y el orden en que la efectuaba.
-
-Me habían descubierto desde que se levantaron los primeros polvos
-en Pitralauquen. La mirada de los indios es como la de los gauchos.
-Descubren á inmensas distancias, sin equivocarse jamás, los objetos,
-distinguiendo perfectamente si el polvo que asoma lo levantan animales
-alzados ó jinetes que corren.
-
-Cuando vacilan, dudando de si el objeto se mueve ó no, recurren á un
-medio muy sencillo para salir de dudas. Toman el cuchillo por el cabo,
-lo colocan perpendicularmente en la nariz y dirigen la visual por el
-filo que sirve de punto de mira; y es claro que si el objeto se desvía
-de él no está inmóvil, debe ser un árbol, un arbusto, una espadaña, una
-carda, cuyas proporciones crecen siempre en el espacio por los efectos
-caprichosos de la luz.
-
-Á propósito de _carda_, no vayas á creer, Santiago amigo, que me
-refiero al _cardo_, que no existe en la Pampa, propiamente hablando.
-
-La carda se le parece algo, es más bien una especie de cactus, crece
-hasta tres varas y produce unas bellotas verdes y granulentas, como la
-fruta mora, en las que, cuando están secas, se encuentra un gusanillo
-que es la crisálida del tábano.
-
-La carda es un gran recurso en el campo. Su leña no es fuerte, pero
-arde admirablemente. Es como yesca, y las bellotas cuando se queman,
-forman unos globulitos preciosos que parecen fuegos artificiales y
-distraen en sumo grado la imaginación.
-
-Alrededor de un fogón de carda puede uno quedarse dos horas enteras
-entretenido, viendo al fuego devorar sin saciarse con pasmosa
-rapidez cuanta leña se le echa, brillar y desaparecer las bellotas
-incandescentes como juegos diamantinos.
-
-La carda tiene otra virtud recóndita.
-
-Cuando el caminante fatigado de cansancio y apurado por la sed,
-encuentra una carda frondosa, se detiene al pie de ella, como el árabe
-en el fresco oasis. Arranca el tallo, y en el alvéolo que quede entre
-las hojas, encuentra siempre gotas de agua cristalina, fresca y pura,
-que son el rocío de la noche guarecido allí contra los inclementes
-rayos del sol.
-
-Conversé un momento con los recién llegados, y después que los avié con
-yerba, azúcar, tabaco y papel, seguí la marcha, cortando ellos para sus
-toldos.
-
-Galopamos un rato y llegamos á un monte bastante tupido y abundante en
-árboles seculares. Las quemazones habían hecho estragos en aquellos
-gigantes de la vegetación. Algunos estaban carbonizados desde el tronco
-hasta la copa, y al menor empuje perdían su quicio y caían deshechos en
-mil pedazos.
-
-Encontré buen pasto y resolví descansar allí un buen rato. Aunque no lo
-hubiera resuelto habría tenido que hacer alto largo tiempo.
-
-Una mula espantadiza se asustó del ruido de un calderón medio quemado,
-que se vino al suelo por arrancar un gajo para hacer fuego y calentar
-agua, disparó é hizo disparar las tropillas.
-
-El tiempo que se tardó en repuntarlas bastó para tomar algunos mates.
-
-Mudamos, y estando á medio camino de Quenque, y siendo temprano, seguí
-la marcha por entre el bosque, tardando como una hora en salir de él.
-
-Caímos á un bajo, cruzamos un salitral y avistamos al mismo tiempo en
-las cuchillas de unos médanos lejanos, unos polvos que venían hacia
-nosotros.
-
-Poco tardamos en encontrarnos.
-
-Era gente de Baigorrita que salía á recibirme.
-
-Hicimos alto, destacamos nuestros respectivos parlamentarios, cambiamos
-muchas _razones_, y formando un solo grupo nos lanzamos al gran galope.
-
-Otros polvos que se alzaron en la misma dirección de los anteriores,
-anunciaron que Baigorrita venía ya.
-
-Yo no podía olvidar que conmigo venían los franciscanos y que me había
-comprometido á que volvieran á su convento sanos y salvos. Veía por
-momentos el instante en que daban una rodada y se rompían el bautismo.
-Recogí la rienda á mi caballo, acorté el galope y seguimos al trote.
-
-Baigorrita se acercaba como con unos cincuenta jinetes. Estábamos á la
-altura de la casa del capitanejo Caniupán, amigo ranquelino que había
-conocido en la frontera; indio manso y caballero, de los pocos que no
-piden cuanto sus ojos ven.
-
-Baigorrita no anduvo con las ceremonias imponentes de Ramón, ni con
-los preámbulos fastidiosos de Mariano Rosas. En cuanto nos pusimos á
-distancia de podernos ver las caras, hicimos alto.
-
-Se destacó solo, y yo también.
-
-Picamos al mismo tiempo nuestros caballos, y sin más ni más, nos dimos
-un apretón de manos y un abrazo, como si fuera la milésima vez que nos
-veíamos.
-
-El grupo que venía y el que iba se confundieron en uno solo.
-
-Galopábamos y conversábamos con Baigorrita, sirviéndole á él de
-lenguaraz, Juan de Dios San Martín, un chilenito, de quien hablaré en
-oportunidad, y á mí, Mora.
-
-Baigorrita no habla en castellano, lo entiende apenas.
-
-En media hora más de camino estuvimos en su toldo.
-
-Allí nos esperaba alguna gente reunida.
-
-Todos me saludaron, lo mismo que á mi gente, con respeto y cariño.
-
-El toldo de Baigorrita no tenía nada de particular. Era más chico que
-el de Mariano Rosas, y estaba desmantelado.
-
-Entramos en él. Mi compadre no brillaba por el aseo de su casa. En su
-toldo había de cuanto Dios crió, muchos ratones, chinches, pulgas y
-algo peor.
-
-Á cada rato sorprendía yo en mi ropa algún animalito imprudente que,
-hambriento, buscaba sangre que chupar. Para un soldado esto no es
-novedad. Los tomaba y con todo disimulo los pulverizaba.
-
-Tuvimos una conferencia larga y pesada. Mi compadre me presentó á sus
-principales capitanejos y á varios indios viejos, importantes por la
-experiencia de sus consejos.
-
-Les regalé sobre tablas algunas bagatelas. Á mi compadre le di mi
-revólver de seis tiros, unas camisas de crimea, calzoncillos y medias.
-Á mi ahijado, dos cóndores de oro.
-
-Los franciscanos y mis ayudantes hicieron también sus regalitos.
-La recepción había sido tan sencilla y cordial, que todos habían
-simpatizado con aquella indiada.
-
-Después que los saludos y presentaciones oficiales pasaron, vino la
-conversación salpicada de dichos y agudezas.
-
-Un indio, que por lo menos tendría sesenta años, muy jovial y chistoso,
-grande amigo de Pichún, el finado padre de Baigorrita, muy querido y
-respetado de éste, viendo mis manos cubiertas con algo de que él no
-tenía idea, me preguntó en buen castellano:
-
---¿Qué es eso, ché?
-
-Eran mis gruesos guantes de castor, prenda que yo estimaba mucho,
-porque tengo la debilidad de cuidarme demasiado quizá las manos.
-
-Me vi embarazado momentáneamente para contestar.
-
---Si decía guantes, me iba á entender tanto como si dijera matraca.
-
-Rumiando la respuesta, le contesté.
-
---Son las botas de las manos.
-
-Los ojos del indio brillaron como si hubiera hecho un descubrimiento, y
-agregó:
-
---Cosa linda, _güena_.
-
-Y esto diciendo, me agarró las dos manos con las suyas.
-
-Retiré una, desabroché el guante y ayudándole á tirar me lo saqué.
-
-El indio se lo puso en el acto.
-
-Hice lo mismo con el otro y se lo di.
-
-También se lo puso, tenía las manos más chicas que yo, así es que
-le hacían el efecto de un par de manoplas, de ésas que suelen verse
-colgadas en las vidrieras de las armerías.
-
-El indio parecía un mono. Abría los dedos y se miraba las manos
-encantado.
-
-Le dejé gozar un rato, y cuando me pareció que había estado bastante
-tiempo en posesión de mis guantes, se los pedí para ponérmelos.
-
---Eso no dando--me contestó.
-
-La jugada no estaba en mis libros. Perder mis guantes equivalía á
-estropearme las manos, sin remisión.
-
---Te los compro--le dije, viendo que cerraba los puños como para
-asegurar mejor su presa.
-
-Hizo un movimiento negativo con la cabeza.
-
-Metí la mano al bolsillo, saqué una libra esterlina y se la ofrecí,
-creyendo picar su codicia.
-
-Tomóla; pero no me dió los guantes.
-
---Dame las botas de las manos--le dije.
-
---Eso no vendiendo--me contestó, llevando á la Junta como cristiano.
-
---Entonces dando la libra esterlina--le dije.
-
---Yo indio pobre, vos cristiano rico--repuso.
-
-Y junto con la contestación se guardó la libra, dejándome con un palmo
-de narices.
-
-Todos los circunstantes festejaron con risotadas espontáneas la treta
-del indio.
-
-Mi compadre Baigorrita, me dijo: Viejo diablo, ¿eh?
-
-Tuve que amoldarme á las circunstancias y que declararme neófito en
-materia de escamoteos.
-
-Las visitas se fueron retirando poco á poco.
-
-Yo estaba cansado, y por ciertas razones tenía necesidad de mudarme la
-ropa.
-
-Salí sin ceremonia del toldo.
-
-Había mucha gente afuera, charlando alegremente con los de mi comitiva,
-al mismo tiempo que le daban un avance á una parva de algarroba. Había
-dos cosechas para el invierno.
-
-Tenía hambre.
-
-Llamé á Juan de Dios San Martín, el chilenito, y lo mismo que si
-hubiera estado en la estancia del amigo más íntimo, le dije: Dile á mi
-compadre que me haga carnear una res para la gente.
-
-Se fué, y al punto volvió diciéndome que ya la traían.
-
-Con efecto, un rato después, dos indios traían una vaca enlazada.
-
-La carnearon las chinas, entregándole la mayor parte á mi gente.
-
-El fogón estaba pronto ya.
-
-No queriendo pernoctar en el toldo de mi compadre, acampé al raso.
-
-La tarde se acercaba.
-
-Las chinas recogían el ganado manso, arreándolo á pie, seguidas de
-muchos perros tan grandes como flacos, que llamaban la atención.
-
-Las cabras y las ovejas venían mezcladas.
-
-Llegaron á la puerta de los corrales; los perros separaron las
-especies, y las chinas las majadas, encerrando cada una de ellas en su
-respectivo corralito.
-
-La operación se hizo con la misma facilidad con que un niño separaría de
-una canastilla llena de cuentas negras y blancas las que quisiera.
-
-Cuando alguna cabra ú oveja se quedaba en la majada que no le
-correspondía, los perros la volvían al redil.
-
-Me avisaron que el asado estaba pronto. Acabé de mudarme, y ocupé mi
-puesto en la rueda del fogón.
-
-Al sentarme, vi cruzar una cara patibularia.
-
-Parecía un indio.
-
-¿Quién era?
-
-
-
-
- VII
-
- Qué es la vida.--Reflexiones.--Los perros de los
- indios.--Recuerdos que deben tener de mi magnificencia.--Un
- intérprete.--Cambio de _razones_.--_Sans façon._--_Yapaí_ y
- _yapaí_.--Detalles.--En Santiago y Córdoba los pobres hacen
- lo mismo que los indios.--Fingimiento.--Otra vez la cara
- patibularia.--Averiguaciones.--Una navaja de barba mal empleada.
-
-
-La vida se pasa sin sentir.
-
-Como dice la sentencia árabe, no es más que el camino de la muerte.
-
-Cuando menos lo esperamos, nos sorprende el invierno y recién como la
-cigarra imprevisora, nos apercibimos de que hemos pasado el verano
-cantando, sin pensar en nada.
-
-Nuestros cabellos, con los que jugueteaba ebúrnea y afilada mano se han
-puesto canos. Nadie los toca ya.
-
-Nuestros ojos han perdido su brillo magnético. Nadie los mira.
-
-Nuestra tez tersa y sonrosada, se ha vuelto amarillento y seco
-pergamino. Nadie repara en ella.
-
-En el corazón apenas arde una llama moribunda semejante al pálido
-resplandor de una lámpara sepulcral. Pero ¡ay! ¿Quién se inflama en el
-tibio calor suyo?
-
-De esperanza en esperanza, de ilusión en ilusión, de desengaño en
-desengaño, de decepción en decepción, de caída en caída, de percance
-en percance, de desvarío en desvarío, rodamos fatalmente y llegamos al
-borde de la tumba, cayendo en su misteriosa obscuridad para cesar de
-sufrir, ó sufrir más.
-
-Hemos aspirado, no hemos hecho nada por nosotros ni por la humanidad, y
-hemos consumido una existencia robusta, exuberante, con cuya savia se
-han alimentado quién sabe cuántos parásitos afortunados, exclamando mil
-veces: _En vain, hélas! en vain!_
-
-Y por todo consuelo, nos contentamos con darle al mundo y á sus pompas
-vanas un adiós irónico, escribiendo en forma de epigrama póstumo un
-epitafio:
-
- _Ci-gît Piron, qui ne fut rien
- Pas même académicien._
-
-Si la vida se pasa así, de cualquier modo, con más razón se pasa
-cualquier noche.
-
-La primera que dormí en Quenque, al raso, cerca del toldo de mi
-compadre Baigorrita, pertenece á ese género. Creo que ni recuerdos tuve.
-
-De ella sólo puedo decir que dormí.
-
-Mi fatigado cuerpo no sintió ni el aire de la noche, ni la dureza
-del suelo, ni la famélica inquietud de los perros, que devoraban
-los rezagos y huesos de nuestro fogón, haciendo crujir sus afilados
-dientes, hasta romperlos y chupar el escondido tuétano.
-
-Los indios no les dan de comer á sus perros, y, sin embargo, tienen
-muchos; en cada toldo tienen una jauría.
-
-Los pobres viven de los bichos del campo que cazan, ó como los
-avestruces, pescando moscas al vuelo.
-
-El hambre les hace adquirir una destreza increíble. Mosca que zumba por
-sus narices va á parar á su estómago.
-
-Los tratan con la mayor dureza; el que no está lleno de chichones tiene
-alguna cicatriz agusanada.
-
-Es lo que sacan cuando se acercan á algún fogón ó cuando al carnear una
-res se arriman tímidamente á ella para chupar siquiera la sangre que
-riega el suelo.
-
-Las chinas son las que tienen alguna compasión de ellos. Son sus
-compañeros inseparables. Van al monte y al agua con ellas; con ellas
-recogen el ganado; y al lado de ellas duermen.
-
-Á los indios no los siguen jamás.
-
-En mi fogón se dieron una panzada que debe haber hecho época entre
-ellos.
-
-En esta hora deben estar cantando con himnos caninos, y en el mismo
-bronco lenguaje con que ladran á la luna, por no decir adoran, la
-generosidad y espléndida magnificencia de unas gentes extrañas, que
-anduvieron por allí, con caras desconocidas, vistiendo trajes que no
-habían visto jamás y hablando un idioma ininteligible, aunque agradable
-á su oído.
-
-Amaneció.
-
-Nos dimos los buenos días con los franciscanos, nos levantamos, tomamos
-mate y nos preparamos para recibir visitas que no tardaron en llegar.
-
-Mi compadre Baigorrita se había bañado muy temprano, y descalzo y con
-los calzoncillos arrollados sobre la rodilla y las mangas de la camisa
-arremangadas, atusaba un caballo que estaba en el palenque.
-
-Me acerqué á él, le saludé, y sin interrumpir su faena me contestó con
-una sonrisa afable, haciéndome decir con Juan de Dios San Martín que
-andaba por ahí: «Que estuviera á gusto, que aquella era mi casa».
-
-Le contesté dándole las gracias.
-
-Y, pegando el último tijeretazo, me invitó á pasar á su toldo.
-
-Acepté, y entramos en él.
-
-Tres fogones ardían.
-
-Alrededor de ellos las chinas y las cautivas preparaban el almuerzo,
-que consistía en puchero y asado.
-
-Nos sentamos quedando mi compadre enfrente de mí.
-
-Empezaron á entrar visitas, se colocaron en dos filas y la charla no se
-hizo esperar.
-
-Eran todas personas de importancia.
-
-No siendo Juan de Dios San Martín bastante buen lenguaraz, mandaron
-llamar otro cristiano, hombre de la entera confianza de Baigorrita.
-
-Era necesario que todos los circunstantes se enterasen perfectamente
-bien de mis _razones_.
-
-Vino Juancito, que así se llamaba el perito, y se colocó entre mi
-compadre y yo, dando la espalda á la entrada del toldo.
-
-Era un zambo motoso, de siete pies de alto, gordo como un pavo cebado.
-
-Su traje consistía en un simple chiripá de jerga pampa.
-
-En su fisonomía estaban grabados con caracteres inequívocos los
-instintos animales más groseros. Todas sus facciones eran deformes, y á
-la manera de los indios, se había arrancado con pinzas los pelos de la
-cara, pintado los pómulos y los labios. Su mirada era chispeante, pero
-no revelaba ferocidad.
-
-Le dije mis primeras _razones_, intentó traducirlas. No pudo, sus oídos
-no habían jamás escuchado un lenguaje tan culto como el mío. Y eso que
-yo me esforzaba siempre en expresarme con toda sencillez. No entendía
-jota.
-
-Al transmitirle á mi compadre Baigorrita mis razones, Camargo y Juan de
-Dios San Martín, le decían:
-
---El Coronel no ha dicho eso.
-
-Las visitas, impacientadas, gruñían contra el zambo. Él, avergonzado
-y turbado de su imbecilidad, sudaba la gota gorda. Su cara y su pelo
-traspiraban como si estuviera en un baño ruso, despidiendo un olor
-grasiento peculiar que volteaba.
-
-Cuando su confusión llegó hasta el punto de sellarle los labios,
-cayó en una especie de furor concentrado. Levantóse de improviso, y
-diciendo: «Me voy, ya no sirvo», se marchó.
-
-Nadie hizo la menor observación.
-
-La conversación continuó, haciendo de intérpretes los otros lenguaraces.
-
-Las mujeres de mi compadre, las chinas y cautivas se pusieron en
-movimiento, y el almuerzo vino.
-
-Á cada cual le tocó, lo mismo que en el toldo de Mariano Rosas, un
-enorme plato de madera con carne cocida, caldo, zapallos y choclos.
-
-Yo, ya estaba en mi centro.
-
-Comí _sans façón_.
-
-Tomaba las posturas que me cuadraban mejor, y calculando que lo que
-iba á hacer produciría buen efecto en el dueño de la casa y en los
-convidados, me quité las botas y las medias, saqué el puñal que llevaba
-á la cintura y me puse á cortar las uñas de los pies, ni más ni menos
-que si hubiera estado solo en mi cuarto, haciendo la policía matutina.
-
-Mi compadre y los convidados estaban encantados. Aquel coronel
-cristiano parecía un indio. ¿Qué más podían ellos desear? Yo iba á
-ellos. Me les asimilaba. Era la conquista de la barbarie sobre la
-civilización. El _Lucius Victorius, imperator_, del sueño que tuve
-en Leubucó la noche en que Mariano Rosas me hizo beber un cuerno de
-aguardiente, estaba allí transfigurado.
-
-Cuando acabé la operación de cortarme las uñas de los pies, me limpié
-las de las manos, y para completar la comedia me escarbé los dientes
-con el puñal.
-
-Trajeron el asado, agua y trapos. En lugar de hacer uso del cuchillo de
-la casa, hice uso del mío.
-
-El indio del día antes, se presentó á la sazón con mis guantes, se me
-sentó al lado y le dió por jugar con mi pera, insistiendo en que la
-había de trenzar, porque era linda, según él decía. Le dejé hacer su
-gusto.
-
-Terminado el almuerzo, trajeron unas cuantas botellas de aguardiente y
-entre _yapaí_ y _yapaí_ las apuramos.
-
-Mi ahijado, á quien el día antes había acariciado, se acercó á mí. Le
-hice un cariño. Una cautiva le habló en la lengua, y el chiquilín juntó
-las manos, y todo ruborizado me dijo: «bendición».
-
---«Dios te haga un buen cristiano, ahijado»--le contesté; y echándole
-los brazos le senté en mis piernas.
-
-El chiquilín se quedó como en misa, saqué el reloj y se lo puse al oído
-para que oyera el tic-tac de la rueda: siguió inmóvil. Guardé el reloj,
-y viendo que por sobre su cabecita caminaban ciertos animalitos de mil
-pies, me puse á expulgarlo.
-
-Comprendo, Santiago amigo, que estos detalles son poco filosóficos é
-instructivos; pero, hijo mío, ya que no puedo cantar las glorias de mi
-espada, permíteme describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre los
-Ranqueles.
-
-El pulcro y respetable público tendrá la bondad de ser indulgente, á no
-ser que prefiera, lo que no suele ser raro, la mentira á la verdad.
-
-_Rien n'est beau que le vrai._
-
-Tomo el dicho por los cabellos y continúo.
-
-Mi ahijado estaba acostumbrado á la operación.
-
-Los indios se la hacen unos á otros, al rayar el sol, con un apéndice
-que dejo á tu perspicacia adivinar.
-
-De gustos no hay nada escrito.
-
-Una ostra cruda es para algunos el bocado más sabroso. Vitelio se
-comía, para abrir el apetito, cuarenta docenas de una sentada.
-
-Algunos buscan el queso hediondo, y prefieren _el que camina_.
-
-Mientras tanto, otros no pueden pasar ni lo uno ni lo otro.
-
-No nos admiremos de las costumbres de los indios.
-
-He de repetir hasta el cansancio, que nuestra civilización no tiene el
-derecho de ser tan orgullosa.
-
-En Santiago del Estero, donde lengua y costumbres tienen un sabor
-primitivo, los pobres hacen lo mismo que los indios.
-
-El que quiera verlo, no tiene más que tomar la mensajería del Norte y
-dar un paseo por aquella provincia argentina.
-
-Y en la sierra de Córdoba hacen igual cosa. Está más cerca y la
-excursión sería más pintoresca.
-
-Mi ahijado se quedó dormido.
-
-Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le dejé quieto.
-
-Las visitas se fueron retirando.
-
-Algunas se echaron, quedándose dormidas.
-
-Yo, siguiendo mi plan de _hacerme interesante_, las imité. ¡Qué había
-de dormir! Era imposible. Cuerpos extraños al mío, me tenían en una
-agitación indescriptible.
-
-Me quedé no obstante en el toldo haciendo que dormía.
-
-Ronqué.
-
-Mi compadre impuso silencio. Debía mirarme con placer.
-
-De repente llamé con voz trémula y débil á Rufino Pereyra.
-
-No contestó; no podía oírme. Lo calculaba.
-
-Entonces, fingiendo un enojo terrible, me incorporé súbito y grité con
-todas mis fuerzas:
-
---¡Rufino! ¡Rufino!
-
-Rufino contestó de lejos:
-
---Voy, señor; y entró volando en el toldo.
-
---¿Por qué no venías?
-
---No había oído.
-
-Le apostrofé.
-
-Mi compadre fumaba tranquilamente su pipa, rodeado de sus tres hijos
-menores dormidos.
-
-Me miró como diciendo para sus adentros: Este hombre, es un hombre.
-
-Mis contrastes le seducían. La dulzura, la aspereza, la calma y la
-irascibilidad hablan muy alto á la imaginación de un salvaje.
-
---Tráeme mi navaja de barba--le dije á Rufino.
-
-Salió.
-
---Compadre--continué, dirigiéndome á mi huésped,--le voy á hacer un
-regalo; veo que usted se afeita.
-
-No contestó, porque no entendía. Los lenguaraces se habían retirado.
-Llamó á Juan de Dios San Martín. Entró éste y junto con él Rufino,
-trayendo la navaja y el asentador, que tenía cuatro faces, una con
-piedra.
-
-Tomélo, y haciéndole ver á mi compadre cómo se asentaba la navaja, le
-di ambas cosas.
-
-Las tomó, y viendo primero si se adaptaban al bolsillo de su tirador,
-las colocó en seguida en él.
-
-Salí del toldo. Me mudé la ropa, después que Carmen me ayudó á eliminar
-los intrusos que se habían guarecido en mis cabellos; di un paseo
-porque tenía necesidad de respirar el aire libre y puro del campo,
-haciendo fuego con el revólver sobre algunos caranchos y teruteros; y
-al rato volví al fogón para acabar de disipar con café los efectos del
-aguardiente.
-
-De regreso de la caminata, pasé por detrás del toldo de mi compadre
-y volví á ver la _cara patibularia_ del día antes, apoyada con aire
-sombrío en la costanera del ranchito que servía de cocina, y que
-sobresalía media vara.
-
-Junto con ella estaba otra juvenil, de aspecto extraño y marcadamente
-de cristiano.
-
-La curiosidad me acercó á ellos.
-
-Les dirigí la palabra, callaron.
-
---¿No entienden?--les dije, con cierta acritud.--Me contestaron en
-lengua de indio.
-
-Comprendí que no querían hablar conmigo.
-
-El hecho acabó de despertar mi curiosidad.
-
-No pude decir por qué, pero lo cierto es que la primera cara me
-alarmaba.
-
-Seguí mi camino con el intento de averiguar quiénes eran aquellos
-desconocidos.
-
-Entré en el toldo de mi compadre.
-
-Estaba solo con sus hijos, en la misma postura en que le había dejado
-hacía un rato, y picaba tabaco.
-
-¿Con qué?
-
-Nada menos que con la navaja de barba que le acababa de regalar.
-
-El asentador le servía de punto de apoyo.
-
---Bien empleado me está--dije para mi coleto,--por haber gastado
-pólvora en chimangos.
-
-Mi compadre se sonrió complacido y con una cara como unas pascuas, y
-mirándose en la superficie tersa y lustrosa de la navaja, me dijo:
-
---Lindo.
-
---Es verdad--le contesté, murmurando:--no te degollarás con ella; y
-agregando al mismo tiempo que hacía el ademán de afeitarme: mejor es
-para esto.
-
-Me entendió, y repuso:
-
---Cuchillo.
-
-Quería decirme que el cuchillo era más aparente para afeitarse.
-
-Llamó á Juan de Dios San Martín.
-
-Mientras éste venía, salí del toldo para contarles á mis ayudantes y á
-los franciscanos qué suerte había corrido la navaja de Rodgers.
-
-
-
-
- VIII
-
- Dos desconocidos.--El cuarterón.--El mayor Colchao y su
- hijo.--Una cautiva explica quién era Colchao y refiere
- su historia.--Provocaciones de Caiomuta.--_Gualicho_
- redondo.--Contradicciones del cuarterón.--Juan de Dios San
- Martín.--Dudas sobre la fidelidad conyugal.--Picando tabaco.--Retrato
- de Baigorrita.--Un espía de Calfucurá.
-
-
-En el fogón no había nadie.
-
-Todos estaban detrás de la cocina, porque en ese sitio no daba el sol.
-
-Buscaba á quien contarle el uso que mi compadre hacía de mi rica navaja
-de barba.
-
-Fuí pues, en busca de mis compañeros de peregrinación.
-
-Hablaban con los dos desconocidos.
-
-Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome dentro, y les conté el
-caso, riéndome á carcajadas.
-
-Unos cuantos, ¡qué bárbaro! se oyeron al mismo tiempo.
-
-Después de un instante de hilaridad, pregunté, ¿qué hombres son ésos
-con quienes hablaban ustedes?
-
---No sabemos--contestaron unos.
-
---Tratábamos de averiguarlo--dijeron los franciscanos.
-
---Vamos á ver--repuse.
-
-Me dirigí á ellos. Todos me siguieron.
-
---¿Cómo te llamas?--le pregunté al primero que había visto.
-
-Era un cuarterón tostado por el sol, como de cuarenta años.
-
-Tenía una cara que daba miedo, grandes ojos negros, redondos, sin
-brillo, nariz aplastada, por cuyas ventanas salían algunos pelos, boca
-grande, en la que vagaba una sonrisa sardónica, dejando entrever dos
-filas de dientes enormes, separados, como los del cocodrilo, todo ello
-encerrado dentro de un óvalo que empezaba con una frente estrecha,
-erizada de cabellos duros y parados como las espinas del puerco espín,
-y terminaba con una barba aguda ligeramente retorcida para arriba.
-
-Estaba gordo y no tenía una sola arruga en el cutis. Llevaba un aro
-de oro en la oreja izquierda, y la barba y el bigote se las había
-arrancado con pinzas, á lo indio, de manera que en los poros irritados,
-se había infiltrado el polvo más tenue, dándole con la transpiración á
-su antipática facha, el mismo aspecto que hubiera tenido si la hubiesen
-escarificado con finísimas agujas y tinta china.
-
-Vestía ropa andrajosa. No llevaba calzado, y en sus pies encallecidos
-resaltaban unas grandes uñas incrustadas como conchas fósiles en
-calcárea roca.
-
-No me contestó. Pero fijó su mirada vaga en mí.
-
-Volví á interrogarle.
-
-Siguió callado, bajó la vista, la fijó en tierra, é hizo un ademán con
-los hombros, hundiendo el pescuezo en ellos, como quien dice: no sé,
-¿qué le importa á usted?
-
---Tú has de ser algún bellaco--le dije.
-
-No contestó.
-
-Entonces, dirigiéndome al más joven:
-
---¿Y tú quién eres?--le pregunté.
-
-Parecía un cuadrumano. Era un mono vestido de gaucho. También estaba
-afeitado á lo indio, y su ropa era nueva y de buena calidad. Tendría
-dieciocho años.
-
---Soy hijo del mayor Colchao--me contestó.
-
---¿Hijo del mayor Colchao?--repuse, con extrañeza.
-
-Una cautiva que se había llegado á nosotros, me dijo:
-
---Es mi marido.
-
---¿Tu marido?
-
---Sí, señor.
-
---¿Cómo es eso?
-
---El cacique me ha casado con él.
-
-Me refirió entonces, que era de San Luis, que durante algún tiempo
-había vivido con un indio muy malo. Que éste había muerto á
-consecuencia de heridas recibidas en la última invasión que llevaron
-los Ranqueles al Río 5.º cuando los derroté en los Pozos Covados, cerca
-de Santa Catalina; y que no habiendo dejado herederos, Baigorrita la
-había recogido y se la había dado al mayor Colchao, montonero de la
-gente del Chacho, refugiado en Tierra Adentro. Agregó que Colchao era
-muy bueno y que ahora era feliz.
-
---Vea, señor--me decía,--cómo me castigaba el indio. Y mostraba los
-brazos y el seno cubiertos de moretones empedernidos y de cicatrices.
-Así, añadía con mezclada expresión de candor y crueldad, yo rogaba á
-Dios que el indio echara por la herida cuanto comiese. Porque tenía un
-balazo en el pescuezo y por ahí se le salía todo, envuelto con el humor
-y...
-
-Me dió asco aquella desdichada, cuyos ojos eran hermosísimos. Tenía una
-lubricidad incitante en la fisonomía. Era esbelta y graciosa.
-
-Á fin de que no continuara el repugnante relato de las agonías de su
-opresor, y queriendo saber quién era ese mayor Colchao, la interrumpí,
-preguntándole:
-
---¿Y quién es Colchao?
-
---Ese hombre que habrá visto, señor, aquí, el que traía enlazada la res
-que le carneamos.
-
-Yo lo había tomado por un indio.
-
-Era un hombre insignificante. Mi compadre tenía mucha confianza en él.
-Hacía de capataz suyo.
-
---¿Y este muchacho, dices que es hijo de Colchao?--volví á preguntarle.
-
---Sí, señor--repitió.
-
---Y, ¿dónde vives tú?--le preguntó á aquél.
-
---En la toldería del capitanejo Estanislao.
-
---¿Cerca de aquí?
-
---No, señor.
-
---¿Qué distancia hay?
-
---Un día de camino (son treinta leguas en lenguaje convencional de los
-indios).
-
---¿Y á ese hombre le conoces?--le pregunté, señalándole al cuarterón.
-
---Sí, señor.
-
---¿Desde cuándo?
-
---Hace tres días.
-
---¿Tres días no más?
-
---Sí señor.
-
---¿Cómo así?
-
---Lo he conocido en el campo, viniendo para acá.
-
---¿De dónde venías?
-
---Del toldo de Estanislao.
-
---¿En qué rumbo queda?
-
---Aquí (señalando al Sudoeste).
-
---¿En qué venía?
-
---Á caballo.
-
---¿Con cuántos caballos?
-
---En el montado.
-
---¿Y de dónde venía?
-
---De lo de Calfucurá.
-
---¿Qué, por ahí va el camino?
-
---Por ahí.
-
---¿Y cuántos días de camino hay del toldo de Estanislao al de Calfucurá?
-
---Dos días y medio.
-
---¿Y habla castellano ese hombre?
-
---Sí, señor.
-
-Aquí interrumpí el diálogo con el hijo de Colchao, y dirigiéndome al
-otro, le dije:
-
---¿Conque te estabas haciendo el zonzo?
-
-No contestó.
-
---Habla, imbécil--le dije.
-
---Tengo vergüenza--me contestó.
-
---Has de ser algún bandido--repuse, y dándole las espaldas, les dije en
-voz baja á mis ayudantes:--averígüenle la vida.
-
-Iba á retirarme, pero se me ocurrió una pregunta esencial. Se la hice.
-
---¿De dónde eres?
-
---De Patagones.
-
---¡Ah!--dijo mi ayudante Rodríguez,--á mí me has dicho hace un rato que
-chileno.
-
---Y á mí, no recuerdo quién, que de Bahía Blanca.
-
---Sí, ha de ser algún pícaro--les contesté.
-
-Y esto diciendo me dirigí al toldo de mi compadre.
-
-Estaba como le había dejado, en la misma postura, seguía picando tabaco
-con la navaja y hablaba con Juan de Dios San Martín.
-
-Me senté, y le hice preguntar por el lenguaraz quién era el desconocido.
-
-Me contestó que no sabía, que lo había visto; pero que había creído que
-era de mi gente.
-
-Juan de Dios San Martín dijo que él no había reparado en semejante
-hombre.
-
-Le observé á mi compadre que cómo había podido tomar por hombre mío un
-rotoso como ése.
-
-Se encogió de hombros, y le ordenó á San Martín que averiguase quién
-era, de dónde venía, qué quería.
-
-San Martín salió.
-
-Yo me eché en el suelo, como en un mullido sofá.
-
-Mi compadre siguió imperturbable picando su tabaco.
-
-Estuvimos en silencio, mientras San Martín indagó lo que queríamos
-saber.
-
-Juan de Dios San Martín era el lenguaraz de mi compadre, su secretario,
-su amigo, sirviente y confidente. Varias veces como representante suyo
-estuvo en el Río 4.º.
-
-Es un _roto_ chileno, vivo como un rayo, taimado y melifluo; que
-sabe tirar y aflojar cuando conviene. Tiene treinta años y sabe leer
-y escribir perfectamente bien. Tenía varios libros, entre ellos un
-tratado de geografía.
-
-Como su cara hay muchas. No tiene nada de notable. Es blanco y de
-sangre pura. Según él, está entre los indios para rescatar algunos
-parientes mendocinos. Será ó no verdad. Yo sólo sé que estando en el
-Río 4.º entre varias cautivas, que me mandó Mariano Rosas, que entregué
-al padre Burela, venía una de unos diecisiete años, que se decía prima
-suya y que le estaba muy agradecida.
-
-Pretendía también San Martín estar muy enamorado de una chiquilla de
-catorce años, _que había sido ya_ querida de mi compadre, quien se la
-había vendido. Y decía que saldría de los indios cuando se le acabara
-de pagar. La chiquilla andaba por allí, era bonita y muy inocentona
-al parecer. Lo mismo que estaba con San Martín hubiera estado con
-otro. Era mendocina y vestía exactamente como una india. Su donosura
-contrastaba en extremo con su desaseo. Reía y jugaba con todos mis
-ayudantes con infantil desenfado, y _su dueño_ no se curaba de ello. El
-derecho de vida ó muerte que tenía sobre la pobre le inspiraba sin duda
-esa confianza. La institución es bárbara, nadie lo pondrá en duda. Pero
-hay que reconocer que entre los indios no _se mata_ por celos. Algo más;
-hay que reconocer que los casos de infidelidad son rarísimos allí.
-
-Mientras llega San Martín con las noticias que ha ido á traer, se me
-ocurre preguntar:
-
-La virtud de la fidelidad conyugal, que no puede ser convencional
-sino que debe tener por base un sentimiento, el amor, ¿dónde está más
-segura, entre los ranqueles ó entre los cristianos?
-
-Me guardo bien de contestar.
-
-Prefiero esperar á San Martín, llamando tu atención, Santiago amigo,
-sobre los tipos que se refugian entre los indios. Calcula si ellos
-conocerán bien á los cristianos, sus ideas, sus tendencias, sus
-proyectos futuros, teniendo á su lado secretarios lenguaraces, amigos
-íntimos por el estilo del que te acabo de bosquejar.
-
-Aquel mundo es realmente digno de estudio. Lo tenemos encima, golpeando
-diariamente nuestras puertas, como los enemigos de Roma, en sus horas
-aciagas, ¿y qué sabemos de él?
-
-Que nos roban.
-
-Es bastante; pero no es una noticia nueva para el país. Tanto valiera
-decirle: hay guerra civil en Entre Ríos. La conciencia pública lo sabe,
-no lo ve, pero lo siente. Ella pregunta otra cosa. ¿Cuál es el remedio
-que costando menos sangre puede conciliar el _hecho con el derecho_? ¿Y
-por qué pregunta eso? Porque mientras para todo le presentéis el filo
-de una espada, la clemencia humana estará en su derecho de exclamar
-_¡fratricidas!_
-
-San Martín volvió, diciendo que el desconocido venía de las tolderías
-de Calfucurá.
-
-Mi compadre no manifestó extrañeza alguna.
-
---¿Y cómo es--le pregunté,--que ustedes no se fijan en los que vienen y
-están una porción de días comiendo en sus casas?
-
---Aquí viene el que quiere, compadre--me contestó.
-
---¿Y si vienen á espiar?
-
---¿Y qué van á espiar?
-
---Pero lo que ustedes hacen.
-
---Nosotros hacemos toda la vida lo mismo.
-
-Le hice una seña á San Martín, salí del toldo y me siguió.
-
-Mi compadre continuó picando su tabaco, le quedaba aún un rollo
-tucumano.
-
-San Martín me había servido con lealtad en otras ocasiones. Le encargué
-que tomara más informes sobre el desconocido, y se marchó.
-
-Al separarse de mí, el padre Marcos vino á decirme que aquél me pedía
-una camisa y unos calzoncillos, hierba, tabaco y papel.
-
-Todo se me había concluido. Pero donde hay soldados no faltan jamás
-corazones desprendidos y generosos.
-
-Llamé un asistente y le dije que me buscara entre sus compañeros una
-camisa y unos calzoncillos, y todo lo demás que pedía el desconocido.
-
-Hizo una junta: á éste pidió una cosa, á aquél otra, al uno yerba, al
-otro azúcar, tabaco y papel y volvió al punto con la contribución.
-
-Le di todo al padre Marcos, y el buen franciscano se fué muy contento,
-llevándoselo todo á su protegido.
-
-Me senté á descansar en un diván que con caronas y ponchos me
-improvisaron los soldados.
-
-Dormitaba, cuando oí un tropel de caballos y una voz de indio que con
-acento de embriaguez preguntaba:
-
---¿Dónde está ese coronel Mansilla?
-
-Hablaba con los que estaban detrás de la cocina.
-
---Ahí--le contestaron.
-
-Un jinete indio se me presentó, pisándome casi con las patas del
-caballo.
-
-Le reconocí en el acto: era Caiomuta, y viendo que estaba ebrio le miré
-con afectado desprecio y no le dije nada.
-
---Vos, coronel Mansilla--gritó el bárbaro, clavándole ferozmente las
-espuelas al caballo, _rayándolo_ y levantando una nube de polvo que me
-envolvió.
-
-Creí que iba á atropellarme.
-
-Callé, me puse en pie y en ademán de defenderme.
-
---Vos, coronel Mansilla--volvió á gritarme.
-
---Sí--le contesté secamente.
-
---¡Ahhhh!--hizo.
-
-Permanecí en silencio, y como se retirara unos cuantos pasos, avancé
-sobre él, cubriendo mi frente con el fogón que presentaba el obstáculo
-de unos grandes montones de leña.
-
---¿Vos amigo indio?--me dijo.
-
---Sí--le contesté, y avancé para darle la mano.
-
-Me rechazó, diciendo:
-
---Yo dando mano, amigo no más.
-
---Yo soy tu amigo.
-
---¿Por qué entonces midiendo tierra, _gualicho redondo_?
-
-_Gualicho redondo_ era mi aguja de marcar óptica, de la que me había
-servido infinidad de veces, en la travesía del Río 5.º á Leubucó.
-
---Eso no es para medir tierra--le contesté.
-
---Vos engañando--repuso.
-
---Yo no miento.
-
---¿Y entonces qué haciendo _gualicho redondo_?
-
---Era para saber el rumbo, dónde quedaba el Norte.
-
---¿Y para qué haciendo eso, teniendo camino y baqueano?
-
---Porque cuando ando por los campos me gusta saber derecho adónde voy.
-
---_¡Winca! ¡winca!_--murmuró. Y en voz alta y volviendo á rayar el
-caballo, en círculos concéntricos para lucir la rienda del animal y su
-destreza, gritó: ¡engañando!
-
-Llegaron varios indios, hablaron á un mismo tiempo y rodeándome me
-dijeron:
-
---Dando camisa.
-
---No tengo--contesté secamente.
-
-Caiomuta, con ojos mal intencionados me echó encima el caballo,
-balanceándose sobre él con dificultad, y me dijo:
-
---Vos rico, dando, pues, pobres indios.
-
---Yo no doy nada á quien no es mi amigo--le contesté, frunciendo el
-ceño y apostrofándole de bárbaro.
-
-Recogió el caballo como para atropellarme. Me retiré. Llegaron mis
-ayudantes y asistentes y me rodearon.
-
---¡Winca! ¡winca!--bramó el indio.
-
-Juan de Dios San Martín se presentó en ese momento y me dijo, que
-decía Baigorrita que no le hicieran caso á su hermano, que me fuera
-á su toldo. Y de su cuenta agregó: Ese indio, señor, tiene muy malas
-entrañas.
-
-Me pareció desdoroso abandonar el campo.
-
-Le contesté á mi compadre que no tuviese cuidado.
-
-Caiomuta se echó al coleto un trago, como un chorro, de una limeta de
-aguardiente que llevaba en la mano derecha, y picando el caballo y
-vociferando insultos contra Baigorrita, á quien tachaba de ladrón, y
-diciéndoles á los otros que le siguieran, se lanzó á toda brida por
-unos arenales donde parecía imposible que el caballo corriera.
-
-Queriendo evitar un segundo diálogo, me dirigí al toldo de mi compadre;
-pero viendo al padre Marcos con el desconocido, hice un rodeo y me
-acerqué á ellos.
-
---¿Y al fin de dónde eres?--le pregunté:--¿de Chile, de Patagones ó de
-Bahía Blanca?
-
-No me contestó.
-
---¿Conque tienes lengua para pedir y no la tienes para
-contestar?--agregué.
-
---Yo no he pedido nada--contestó por primera vez con acento porteño.
-
---Lo que yo debía hacer era quitarte por soberbio lo que te he dado--le
-dije.
-
---Ahí está--murmuró con desprecio.
-
-Me retiré. Aquel hombre me alteraba la sangre, y entré en el toldo de
-mi compadre.
-
-Seguía picando tabaco.
-
-Me hizo señas de que tomara asiento.
-
-Me senté.
-
-Trajeron puchero.
-
-Comí.
-
-Á mi compadre le sirvieron un riñón de cordero, caliente, crudo y un
-bofe de vaca fiambre, aliñado con cebolla y sal.
-
-Me ofreció un bocado.
-
-Acepté.
-
-El riñón era incomible, hedía como álcali volátil; pero lo mastiqué
-procurando no hacer gestos y lo tragué.
-
-El bofe era pasable; pero prefiero no volver á probarlo más en mi vida.
-
-Como no había lenguaraz no hablábamos sino una que otra palabra.
-
-Aproveché el tiempo para observar la fisonomía de aquel _picador de
-tabaco_ imperturbable, especie de patriarca.
-
-Manuel Baigorría, alias Baigorrita, tiene treinta y dos años.
-
-Se llama así porque su padrino de bautismo fué el gaucho puntano de
-ese nombre, que en tiempos del cacique Pichum, de quien era muy amigo,
-vivió en Tierra Adentro. Su madre fué una señora cautiva del Morro.
-Allí vivía no ha mucho con su familia, rescatada, no puedo decir en qué
-época. Baigorrita tiene la talla mediana, predominando en su fisonomía
-el tipo español. Sus ojos son negros, grandes, redondos y brillantes;
-su nariz respingada y abierta; su boca regular; sus labios gruesos; su
-barba corta y ancha. Tiene una cabellera larga, negra y lacia, y una
-frente espaciosa, que no carece de nobleza. Su mirada es dulce, bravía
-algunas veces. En este conjunto sobresalen los instintos carnales y
-cierta inclinación á las emociones fuertes, envuelto todo en las brumas
-de una melancolía genial.
-
-Con otro tipo mi compadre sería un árabe.
-
-Es muy aficionado á las mujeres, jugador y pobre; tiene reputación de
-valiente, de manso y prestigio militar entre sus indios.
-
-Sus costumbres son sencillas, no es lujoso ni en los arreos de su
-caballo.
-
-Me habló varias veces con ternura de la madre, manifestándome el deseo
-de ir al Morro á visitar sus parientes.
-
-Caiomuta es su hermano menor por parte de padre. Son enemigos.
-Caiomuta es rico, ladrón como Caco, borracho como Baco y malo como
-Satanás. Insolente, violento, audaz, aborrecido de la generalidad.
-Pero es fuerte, porque tiene un circulito de desalmados que le siguen
-ciegamente, ayudándole á perpetrar todas sus maldades.
-
-Concluía el estudio de los rasgos fisonómicos de mi compadre, cuando se
-presentó San Martín.
-
-Cambió algunas palabras en lengua araucana con aquél, y diciéndome en
-un aparte que tenía algo que comunicarme, se retiró.
-
---Hasta luego--le dije á Baigorrita, que sin dejar de picar su tabaco,
-me contestó: _¡adió!_ (los indios, como los negros, no pronuncian
-generalmente las eses finales), y fuí á ver qué me quería San Martín.
-
-En cuanto me acerqué á él, me dijo:
-
---Señor, el hombre es un espía de Calfucurá.
-
---¿Y tras de qué anda?
-
---Viene á ver qué hace usted aquí. Allí temen que usted mueva estas
-indiadas contra aquéllas.
-
---¿Y se lo has dicho á Baigorrita ahora lo que hablaste con él?
-
---No, señor.
-
---Avísaselo, pues.
-
-San Martín obedeció.
-
-Yo me quedé pensando en la cautelosa previsión de Calfucurá, el gran
-político y guerrero de la Pampa, tan temido por su poder como por su
-sabiduría.
-
-La noticia de mi arribo á las tolderías de los ranqueles, le había sido
-transmitida por Mariano Rosas, junto con una consulta, en su calidad de
-aliado por simpatía de raza.
-
-Su contestación había sido que la paz convenía, que no vacilase en
-sellarla y cumplirla.
-
-Al mismo tiempo había enviado un emisario secreto.
-
-¿Hombres de Estados cultos habrían procedido de otra manera?
-
-¿La diplomacia moderna es más sincera y menos desconfiada?
-
-Tú, que vives en Europa, donde nacieron y gobernaron Richelieu,
-Mazarino, Walpole, Alberoni, Talleyrand y Maeternich, en Europa, que
-nos da la norma en todo, lo dirás.
-
-
-
-
- IX
-
- Cansancio.--Puesta del sol.--Un fogón de dos filas.--Mis caballos no
- estaban seguros.--Aviso de Baigorrita.--Los indios viven robándose
- unos á otros.--La justicia.--Los pobres son como los caballos
- _patrios_.--Cena y sueño.--Intentan robarme mis caballos.--Cantan los
- gallos.--Visión.--El mate.--Un cañonazo.
-
-
-El día había sido fecundo en impresiones. La tarde, esa hora dulce
-y melancólica, avanzaba. El fuego solar no quemaba ya. La brisa
-vespertina soplaba fresca, batiendo la grama frondosa, el verde y
-florido trébol, el oloroso poleo, y arrancándole sus perfumes suaves y
-balsámicos á los campos, saturaba la atmósfera al pasar con aromáticas
-exhalaciones. Los ganados se retiraban pausadamente al aprisco.
-
-Mi cuerpo tenía necesidad de reposo. Mi estómago pedía un asadito á la
-criolla. Teníamos una carne gorda, que sólo mirarla abría el apetito.
-
-Mandé hacer un buen fogón, con asientos para todos. Proclamé
-cariñosamente á los asistentes, para que trajeran leña gruesa de chañar
-y carda.
-
-Había una enramada llena de cueros viejos, de trebejos inútiles, de
-guascas y chala de maíz. Le eché el ojo, la mandé limpiar, y me dispuse
-á cenar como un príncipe, y á pasar una noche de perlas.
-
-Mis pensamientos eran plácidos, como los del niño que alegre corre y
-juguetea, en tarde primaveral, por las avenidas acordonadas de arrayán
-del verde y pintado pensil.
-
-Las penas andaban huidas, también ellas son veleidosas.
-
-Á veces suelo echarlas de menos.
-
-El sol hundió su frente radiosa tras de las alturas de Quenque,
-augurando el limpio horizonte y el cielo despejado de nubes un nuevo
-hermoso día; las estrellas comenzaron á centellear tímidamente en el
-firmamento; las sombras nocturnas fueron envolviendo poco á poco en
-tinieblas el vasto y dilatado panorama del desierto, y cuando la noche
-extendió completamente su imponente sudario, el fogón ardía, rechinando
-al quemarse los gruesos troncos de amarillento caldén, chisporroteando
-alegre la endeble carda, como si festejara el poder del elemento
-destructor.
-
-La rueda se había hecho sin orden en dos filas. Detrás de cada
-franciscano y de cada oficial había un asistente. El chusco Calixto
-Olazábal, atizaba el fuego, reparaba el asado, tomaba mate y soltaba
-dicharachos sin pararle la lengua un minuto.
-
-Á no haber estado allí los frailes, hubiera podido decirse que parecía
-un Vulcano jocoso entre las llamas, rodeado de condenados; porque
-aquéllas, flameando al viento, chamuscaban su barba, siendo motivo de
-que hiciera toda clase de piruetas y gesticulaciones, lo que provocando
-la risa de los circunstantes completaba el cuadro.
-
-Los ojos se me iban viendo el apetitoso asado.
-
-Pensaba en el pincel y en la paleta de Rembrandt, cuando una voz
-conocida dijo detrás de mí, con acento respetuoso:
-
---¡Buenas noches, señores!
-
-Era Juan de Dios San Martín.
-
---Buenas noches; siéntese, amigo, si gusta--le contesté.
-
---Gracias, señor--repuso;--no puedo ahora. Vengo á decirle, que dice
-Baigorrita que los caballos están mal donde los tiene: que ha sabido
-que andan unos indios ladrones por darle el golpe, y que sería mejor
-los encerrase en el corral.
-
-No pude resolverme de pronto á contestarle que estaba bueno, porque los
-animales tenían necesidad de alimentarse bien. Pero entre que sufrieran
-más y perderlos, el partido no era dudoso.
-
-Después de un instante de reflexión, contesté:
-
---Dile á mi compadre que si hay peligro los haré encerrar.
-
---Es mejor--contestó San Martín.
-
---Pues bien--repuse,--que los encierren.
-
-Y esto diciendo, le ordené al mayor Lemlenyi le hiciera prevenir á
-Camilo Arias que los caballos no dormirían á ronda abierta, sino en el
-corral.
-
-San Martín se fué y volvió diciéndome:
-
---Dice Baigorrita que el corral tiene un portillo, que es preciso
-taparlo con ramas y que pongan una guardia.
-
-Mandé dar las órdenes correspondientes, y como Calixto gritara en ese
-momento, ¡ya está! invité nuevamente al mensajero de mi compadre á que
-se sentara.
-
-Aceptó, ocupó un puesto en la rueda, le entramos al asado, como se dice
-en la tierra, y mientras lo hacíamos desaparecer, se pusieron algunos
-choclos al rescoldo, para tener postre.
-
-Una jauría de perros hambrientos había formado á nuestro alrededor
-una tercera fila. Viendo que no los trataban como los indios, nos
-empujaban, y á más de uno le sucedió le arrebataran la tira de carne
-que llevaba á la boca. La confianza de aquellos convidados de piedra
-de cuatro patas llegó á ser tan impertinente, que para que nos dejaran
-comer en paz hubo que tratarlos á la baqueta.
-
---Pero hombre--le dije á San Martín,--aquí no respetan nada. ¿Será
-posible que se atrevan á robarme mis caballos hasta del corral de
-Baigorrita?
-
---Qué, señor, si son muy ladrones estos indios; el otro día, no más, se
-le han perdido sus caballos á Baigorrita, lo tienen á pie--me contestó.
-
---¿Y qué ha hecho?
-
---Los andan campeando.
-
---¿Entonces aquí viven robándose los unos á los otros?
-
---Así no más viven, ya es vicio el que tienen.
-
---¿Y qué hacen con lo que roban?
-
---Unas veces se lo comen, otras se lo juegan, otras lo llevan y lo
-cambalachean en lo de Mariano ó en lo de Ramón, ó se van á lo de
-Calfucurá, ó se mandan cambiar á Chile.
-
---¿Y se castiga á los ladrones?
-
---Algunas veces, señor.
-
---¿Pero cuando á un indio le roban, qué hacen?
-
---Según y conforme, señor. Unas veces le pone la queja al cacique,
-otras él mismo busca al ladrón y le quita á la fuerza lo que le han
-robado.
-
-Le hice algunas preguntas más, y de sus contestaciones saqué en
-conclusión que la justicia se administraba de dos modos: por medio de
-la autoridad del cacique y por medio de la fuerza del mismo damnificado.
-
-El primer modo es menos usual.
-
-1.º. Porque mientras el cacique manda averiguar quiénes son los
-ladrones, se descubre el hecho y se prueba se pasa mucho tiempo; 2.º,
-porque los agentes de que se vale se dejan seducir por los ladrones;
-3.º, porque este procedimiento no le reporta ningún beneficio al juez.
-
-El segundo modo es el que se practica con más generalidad.
-
-Le roban á un indio una tropilla de yeguas, por ejemplo.
-
-Es Fulano, dice por adivinación, ó porque lo sabe. Cuenta el número de
-hombres de armas de llevar que tiene en su casa, recluta á sus amigos,
-se arman todos, le pegan un malón al ladrón, y le quitan el robo y
-cuanto más pueden.
-
-Generalmente no hay lucha, porque los que van á vindicar la justicia
-son más numerosos que los que acaudilla el ladrón. Contra la fuerza
-toda la resistencia es inútil, máxime si no se tiene razón.
-
-Hecho esto, se le da cuenta al cacique, y de lo que á título de
-indemnización se ha quitado se le hace parte. Este hecho hace inútil
-todo reclamo ante él. Es perder tiempo.
-
-El indio que vaya á decirle: Yo le robé á Fulano diez yeguas. Me las ha
-quitado anoche, y cincuenta más, recibirá esta contestación:
-
---¿Para qué robaste, pues? Róbale vos otra vez, y quítale lo que te ha
-robado.
-
-Cuando llegaba á esta parte de mis investigaciones sobre la justicia
-pampa, le pregunté á San Martín:
-
---¿Y cuando le roban á un indio pobre, que tiene poca familia y pocos
-amigos, y el ladrón es más fuerte que él, qué hace?
-
---Nada--me respondió.
-
---¿Cómo nada?
-
---Señor, si aquí es lo mismo que entre los cristianos; los pobres
-siempre se embroman.
-
-Calixto Olazábal metió su cuchara, y quemándose los dedos y la boca
-con una tira de asado revolcado en la ceniza, dijo:
-
---Y así no más es, pues. Yo entré una vez en una revolución con don
-Olazábal. Después que las bullas pasaron á él lo hicieron Juez en el
-Río 4.º, y á mí me echaron de veterano en el 7 de caballería de línea.
-¡Eh! como á él no le faltaban macuquinos, la sacó bien.
-
---Tú eres un entrometido y un bárbaro--le dije.
-
---Así será, mi Coronel; pero yo creo que tengo razón,--repuso.
-
---¿Qué sabes tú, hombre?
-
---Mi Coronel, si los pobres son como los caballos patrios, todo el
-mundo les da.
-
-La contestación, ó mejor dicho la comparación, les pareció muy buena á
-los circunstantes y todos la festejaron.
-
-Efectivamente no hay nada comparable á la desgraciada condición de lo
-que en nuestro lenguaje argentino se llama un _caballo patrio_.
-
-Empecemos porque le falta una oreja, lo que, desfigurándole, le da el
-mismo antipático aspecto que tendría cualquier conocido sin narices.
-Está siempre flaco, y si no está flaco, tiene una matadura en la
-cruz ó en el lomo; es manco ó bicocho; es rengo ó lunanco; es rabón
-ó tiene una porra enorme en la cola; está mal tusado, y si tiene la
-crin larga hay en ella un abrojal; cuando no es tuerto tiene una
-nube; no tiene buen trote ni buen galope, ni tranco, ni sobrepaso. Y
-sin embargo, todo el que le encuentra le monta. Y no hay ejemplo de
-que un patrio haya podido decir al morir: á mí no me sobaron jamás.
-Todo el que alguna vez lo montó le dió duro hasta postrarlo. ¡Ah! si
-los patrios que á millares yacen sepultados por los campos formando
-sus osamentas una especie de fauna postdiluviana se levantaran como
-espectros de sus tumbas ignoradas y hablasen ¡qué no contarían! ¡Qué
-ideas no suministrarían para la defensa y seguridad de las fronteras!
-¡Pobres patrios! ¿Quién no les echó la culpa de algo? ¡Cuántas batallas
-perdidas por ellos desde el año 20 hasta la guerra del Paraguay,
-cuántas campañas prolongadas como la actual de Entre Ríos! ¡Cuántas
-reputaciones vindicadas á sus costillas por no haber vivido en tiempos
-de Esopo! Los tiempos hacen todo. Está visto. ¡Pobres patrios! Sólo
-ellos han callado. Resignados han sufrido, sufren y sufrirán su suerte
-impía. ¡Pobres patrios! Desde el día en que los hubo, ¿quién no ha
-murmurado y gritado contra la patria? Todo el mundo menos ellos.
-
-_Such is life!_
-
-¡Así es la vida! Los que no deben quejarse se quejan.
-
-Los choclos se cocieron y los comimos; se acabó la cena, siguió un rato
-más la conversación y luego cada cual pensó en hacer su cama.
-
-La mía estaba deliciosa; con cueros le habían hecho cortinas á la
-enramada; el airecito fresco de la noche no podía incomodarme. Me
-acosté.
-
-Después que los asistentes acomodaron las camas de los franciscanos y
-de los oficiales, se posesionaron del fogón y churrasquearon bien.
-
-Yo me dormí arrullado por su charla, y por la bulla del toldo de mi
-compadre, que junto con unos cuantos amigos íntimos y sus chinas,
-saboreaba en el mayor orden el aguardiente que yo le había llevado.
-
-Varias veces me desperté sobrecogido, creyendo ver al negro del
-acordeón y oir su voz.
-
-Estaba profundamente dormido, cuando San Martín, acercándose á mi
-cabecera, me despertó diciéndome:
-
---¡Mi Coronel!
-
-Temiendo que mi compadre quisiera hacerme las de Mariano Rosas, no
-contesté.
-
---¡Mi Coronel! ¡mi Coronel!--repitió San Martín.
-
---No contesté.
-
-Acercóse entonces á la cama de uno de mis oficiales, y le dijo:
-
---El Coronel está muy dormido, no oye, vengo á decirle que acaban de
-correr á unos ladrones que andaban por robarle los caballos y que es
-bueno que mande más gente al corral.
-
-Viendo que no había riesgo en darme por despierto, llamé y ordené que
-cuatro asistentes fueran á reforzar la ronda del corral. Y llamándolo á
-San Martín, le pregunté qué hacía mi compadre.
-
---Se está divirtiendo--me contestó.
-
---Bueno--le dije:--que no me vayan á incomodar llamándome.
-
---No hay cuidado, señor, Baigorrita me ha encargado que repare no lo
-incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por
-eso ha empezado á beber de noche.
-
-Respiré. Me acomodé en la cama, me di unas cuantas vueltas, porque algo
-había que no permitía conciliar el sueño con facilidad, y por fin me
-volví á quedar dormido.
-
-El cuerpo se acostumbra á todo. Dormí sin interrupción unas cuantas
-horas seguidas.
-
-La vida se pasa sin sentir, ya lo he dicho. Pero ni todos los días, ni
-todas las noches son iguales. Si lo fuesen, el peor de los suplicios
-sería vivir. Felizmente en la existencia humana hay contrastes.
-
-Imaginaos un hombre que no hace más que divertirse--ó á quien todo le
-sabe bien,--que no sabe lo que es una contrariedad; y decidme, lector
-sesudo, que acabáis quizá de estar maldiciendo vuestra estrella, si
-os cambiaríais por él. ¡Ah! el que tiene hambre no sabe lo que es un
-opulento enfermo del estómago. Con razón un magnate inglés, á quien
-en los momentos de sentarse en su opípara mesa se le presentó un
-desconocido pidiéndole una limosna y diciéndole que era tan desgraciado
-que se moría de hambre contestó: Vete de mí, tienes hambre y dices que
-eres desgraciado.
-
-El desgraciado soy yo, que rodeado de manjares no puedo pasar ninguno;
-el que no me hace daño me empalaga.
-
-Por eso las mujeres de más talento, las que más interesan, son las que
-renovándose más, se prodigan menos.
-
-Quería decir que la segunda noche de Quenque, no había sido como la
-primera.
-
-En cuanto cantaron los gallos me desperté, llamé á Carmen y le pedí
-mate.
-
-Mientras hacía fuego, calentaba agua y lo cebaba, pasé revista de
-impresiones nocturnas. Había tenido un sueño, un sueño extravagante,
-como son todos los sueños, por más que hayan dicho y escrito sobre el
-particular los grandes soñadores como Simonide, Sevano, el sucesor de
-Pertinax, la madre de París, Alejandro, Amílcar y César.
-
-De una novela de Carlos Juliet, de una fiesta veneciana dada á
-Luigi Metello, de mi almuerzo en el toldo de Baigorrita y otras
-reminiscencias, mi imaginación había hecho un verdadero _imbroglio_.
-
-Había asistido á una cena. Los manjares eran todos de carne humana;
-los convidados eran cristianos disfrazados de indios y la escena
-pasaba á la vez en Quenque y en casa de Héctor Varela. El anfitrión
-era una mujer, Concordia, la hija de Júpiter y de Temis, y alrededor
-de ella estaban los principales hombres argentinos. Cada cual
-tenía una vincha pampa y en ella se leía un mote. Mitre--_Tout ou
-rien._ Rawson--_Frères unis et libres._ Quintana--_Sempre Diritto._
-Alsina--_Remember!_ Argerich--_Liberté._ Gutiérrez José María--_Odi
-et amo._ Avellaneda--_¿Dormir? Rêver?_ Varela Mariano--_Honni soit
-qui mal y pense?_ Vélez Sarsfield--_De l'or!_ Gorostiaga--_Assez._
-Elizalde--_jamais, toujours_. Gainza--_Veni, vidi, vinci._ López
-Jordán--_Muriamur._ Sarmiento--_Lasciate ogni speranza._
-
-Había muchos otros convidados, veía aún como entre sueños sus caras,
-mas no podía recordar quiénes eran.
-
-¡Algunos comían, los más rechazaban la carne humana con asco y con
-horror!
-
-Una gran orquesta de instrumentos, que parecían de viento, como
-trompetas de papel de diario tocaban un aire militar y un coro como el
-que produciría el eco del pueblo agrupado en la plaza pública, cantaba:
-
- «There is no hope for nations! Search the page
- Of many thousand years--the daily scene;
- The flow and ebb of each recurring age.
- The everlasting to be which hath been,
- Hath taught us nought or little.»
-
-Lo que traducido en prosa quiere decir:
-
-No hay ya esperanza para las naciones. Recorred las páginas de los
-siglos. ¿Qué nos han enseñado sus vicisitudes periódicas, el flujo y el
-reflujo de las edades y esa eterna repetición de los acontecimientos?
-Nada ó muy poco.
-
-Carmen llegó con el mate y me sacó de la meditación retrospectiva en
-que estaba.
-
-En ese momento se oyó un cañonazo.
-
-Era una descarga eléctrica, un trueno seco.
-
-El fenómeno es frecuente en la Pampa.
-
-
-
-
- X
-
- Baigorrita se levanta al amanecer y se baña.--Saludos.--En el toldo
- de mi futuro compadre.--El primer bautismo en Quenque.--Deberes
- recíprocos del padrino y del ahijado.--Nociones de los indios sobre
- Dios.--Promesas de mi compadre sobre mi ahijado.--Me hablan de una
- cosa y contesto otra.--Lucio Victoriano Mansilla, sería algún día un
- gran cacique.--Pensamientos locos.--Visita al toldo de Caniupán.--Usos
- y costumbres ranquelinas.--Un fumador sempiterno.
-
-
-Baigorrita se levantó muy temprano, se fué á la laguna y se bañó, para
-corregir los excesos de la noche. Sus huéspedes y las chinas hicieron
-lo mismo, regresando todos frescos y acicalados, con los labios y las
-mejillas pintadas y lunarcitos postizos en los pómulos.
-
-Las chinas asearon el toldo, recogieron leña, hicieron fuego, carnearon
-una res y se pusieron á cocinar el almuerzo.
-
-Baigorrita y sus amigos, ensillaron los caballos que estaban en el
-palenque, montaron en ellos, y durante media hora los varearon,
-haciéndolos correr el tiro de una legua por el campo más quebrado y
-escabroso.
-
-Mi compadre regresó solo, soltó su caballo, ensilló otro, entró en su
-toldo, se sentó, armó cigarros y se puso á fumar.
-
-Juan de Dios San Martín vino de parte de él á preguntarme cómo había
-pasado la noche, y si no se habían perdido algunos caballos.
-
-Le contesté que había dormido muy bien, que no había ninguna novedad y
-que así que almorzara iría á hacerle una visita.
-
-Llevó San Martín el mensaje y volvió diciéndome, que mi compadre se
-alegraba mucho de que hubiera pasado la noche á gusto; que me invitaba
-á ir á su toldo; que iban á llegar visitas nuevas y quería que me
-conocieran: que allí almorzaría, si no tenía algo mejor que comer que
-lo suyo.
-
-Hablaba con San Martín, cuando se presentó un indio con otro mensaje de
-Caniupán y un regalo. Me mandaba saludar, vivía de allí legua y media,
-y me enviaba una bola de pataí, pisada con maíz tostado, grande como
-una bala de cañón de á cuarenta y ocho.
-
-Traté al mensajero como lo merecía, con todo cariño. Le hice algunos
-regalitos, sacando contribuciones á los oficiales y soldados; le
-agradecí á Caniupán su atención y le envié una camisa de Crimea
-que llevaba exprofeso para él, azúcar, tabaco, hierba y papel,
-prometiéndole visita para la tarde.
-
-En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba tranquilamente
-rodeado de sus hijos: no se movió, me insinuó un asiento con la sonrisa
-más dulce y amable, y apenas me había acomodado en él, le dijo á mi
-ahijado: padrino, bendición.
-
-El indiecito vino hacia mí con cierta timidez; le atraje del todo
-echándole los brazos, le cogí las manecitas que había unido,
-obedeciendo al mandato de su padre, le acaricié y le senté á mi lado,
-contestándole á su bendición padrino, Dios lo haga bueno, ahijado.
-
-La madre, que hablaba español, le preguntó desde el fogón ¿cómo te
-llamas?
-
-No contestó. Le repitió la pregunta en lengua araucana y respondió
-mirándome con recelo: Lucio Mansilla.
-
-Mi compadre se sonrió complacido. La madre, las chinas y cautivas que
-cocinaban festejaron mucho la respuesta. Una de las más ladinas dijo:
-coronel Mansilla, chico.
-
-Mi compadre llamó á San Martín.
-
-San Martín me dijo:
-
---Dice Baigorrita, que cuándo se hace el bautismo.
-
---Dile que cuando quiera, que ahora mismo, si le parece, antes que
-entren visitas.
-
-Contestó que bueno.
-
-Llamé al padre Marcos, y el franciscano no se hizo esperar.
-
-En cuanto entró, mi compadre le hizo decir con San Martín, que si le
-hace el favor de bautizarle su hijo.
-
---Con mucho placer--contestó el padre.
-
-Salió, volvió con fray Moisés Álvarez, se revistieron, nos hincamos,
-rezamos el Padre Nuestro, haciendo coro los cautivos que lo sabían y mi
-ahijado fué bautizado con el nombre de Lucio Victorio.
-
-Terminada la ceremonia, Baigorrita les dió las gracias á los
-franciscanos y les invitó á sentarse á almorzar.
-
-Hizo una seña y nos sirvieron. Había puchero de dos clases, de carne
-de vaca y de yegua; asado ídem. Yo comí carne de yegua, mi compadre lo
-mismo, los frailes de vaca.
-
-Mientras almorzábamos, llegaron visitas. Á todos se les obsequió como
-á nosotros; los unos eran conocidos del día antes, los otros recién
-llegados. Baigorrita me presentó á todos sucesivamente. Hubo abrazos
-y apretones de mano hasta el fastidio, las preguntas y respuestas de
-siempre.
-
-Mi compadre explicó lo que significaba entre los indios darle al
-ahijado el nombre y apellido del padrino.
-
-Era ponerlo bajo su patrocinio para toda la vida; pasar del dominio
-del padre al del padrino; obligarse á quererle siempre, á respetarle
-en todo, á seguir sus consejos, á no poder en ningún tiempo combatir
-contra él, so pena de provocar la cólera del cielo.
-
-El padrino se obliga por su parte á mirar al ahijado como hijo propio,
-á educarlo, socorrerlo, aconsejarlo y encaminarlo por la senda del
-bien, so pena de ser maldecido por Dios.
-
-Eran dos seres que se identificaban por un voto solemne.
-
-Con este motivo me habló del gaucho puntano Manuel Baigorria,
-manifestando el deseo de que se le diera permiso para que le hiciera
-una visita.
-
-Le dije que una vez hecha la paz, no había inconveniente en que tuviera
-ese gusto, si Mariano Rosas lo permitía.
-
-Le agregué que Baigorria no era buen hombre, que había sido mal
-cristiano y mal indio, que á unos y á otros los había traicionado.
-
-Me contestó que no desconocía mis razones. Pero que al fin era su
-padrino, que llevaba su nombre y que él no podía dejar de quererle.
-
-Le dije que sus sentimientos le honraban; porque probaban su lealtad, y
-que le honraban tanto más cuanto que convenía en que su padrino había
-sido infiel á sus compromisos y á su palabra.
-
-Varios de los visitantes aprobaron mis observaciones.
-
-Los franciscanos á su turno explicaron con mansedumbre, claridad y
-sencillez lo que significaba el bautismo.
-
-Dijeron que el que se bautizaba entraba en gracia de Dios.
-
-Que Dios era eterno, inmenso, misericordioso; que tenía un poder
-infinito, que hacía cosas grandes que los hombres no podían comprender;
-que su voluntad era que todos se amaran como hermanos, que no mataran,
-que no robaran, que no mintieran; que los que se casaran lo hicieran
-con una sola mujer; que los que tuvieran hijos los educaran y enseñaran
-á vivir del trabajo; que para ser buen cristiano era necesario tener
-presente siempre esas cosas.
-
-San Martín tradujo _las razones_ de los franciscanos, y todos los
-presentes las escucharon con suma atención.
-
-Mi compadre prometió educar á su hijo en la ley de los cristianos, que
-no se casaría con varias mujeres, ni con dos, que lo enseñaría á vivir
-de su trabajo.
-
-Entraron más visitas. Tuvimos una larga conferencia y expliqué el
-Tratado de paz celebrado con Mariano Rosas.
-
-Todo el que quería me dirigía una pregunta. Baigorrita me hacía decir
-con San Martín que tuviera paciencia, y Camargo me aconsejaba que no
-dejara de contestar.
-
-Cuando la interpelación era intermitente, Camargo me zumbaba al oído:
-diga, señor, cuántas yeguas se dan por el Tratado.
-
---Pero hombre--le observaba yo,--¿qué tiene que ver la pregunta con
-eso? Nada, señor, conteste lo que yo le digo; yo le diré después cómo
-son éstos. Era una comedia. Me hablaban de pitos y contestaba flautas.
-Y el resultado de cada diálogo era siempre el mismo: Bueno, lo que haga
-Baigorrita está bien hecho. Mi compadre agachaba la cabeza en señal de
-asentimiento; y Camargo me decía entre dientes, como hombre que sabía
-el terreno que pisaba: No ve, señor, si lo que quieren es hacerle creer
-á Baigorrita que ellos también saben hablar.
-
-No menos de cuatro horas duró la broma aquélla. Pero á poco fueron
-desapareciendo los grandes dignatarios de la tribu. Por fin nos
-quedamos _tête à tête_ con mi compadre. Me dijo entonces que todo
-el Tratado le parecía bueno. Pero que deseaba saber quién le iba á
-entregar á él su parte. Le contesté que Mariano Rosas era quien debía
-hacerlo; que tanto él como Ramón lo habían apoderado para tratar.
-Convino en ello, y terminamos pidiéndome dejara bien arreglado con
-Mariano, que á su tribu le tocaba la mitad de todo lo que el Gobierno
-iba á entregar, lo que prometí hacer.
-
-Mi ahijado, el futuro cacique Lucio Victorio Mansilla, no se movió de
-mi lado mientras duró la conferencia. Viéndolo cabecear le acomodé la
-cabecita en el respaldo de mi asiento y se quedó dormido. Era hora de
-siesta. Me acosté sin decirle una palabra á mi compadre y dormí hasta
-que el desasosiego me despertó. Mi cuerpo hervía.
-
-Me levanté, salí del toldo y lo dejé á mi compadre fumando y haciéndose
-expulgar por una de sus chinas.
-
-Cambié de ropa, y en tanto que me vestía pensaba que el plan soñado
-de hacerme proclamar emperador de los Ranqueles bien valía la pena de
-aquellos sacrificios.
-
-Murmuré: _Lucius Victorius, imperator_. Me pareció sonoro. Pero la
-onomancia me dijo: ¡loco! Me miré la palma de la mano, consulté sus
-rayas, y la quiromancia me dijo, dos veces ¡loco! ¡Vi cruzar una
-bandada de loros, observé su vuelo, y la ornitomancia me dijo, tres
-veces ¡¡¡loco!!!
-
-La visión de la patria cruzó entre una nube de fuego por mi mente en
-ese instante, y viéndola tan bella me ruboricé de mis pensamientos y de
-no haber hecho hasta ahora nada grande, útil, ni bueno por ella.
-
-Mandé ensillar un caballo, y me fuí á visitar á Caniupán.
-
-Galopé media hora y llegué á su toldo.
-
-Iba á echar pie á tierra, San Martín que me acompañaba, me dijo:
-todavía no, señor, la costumbre es otra.
-
-Salió un indio del toldo, y haciendo callar los perros que habían sido
-los heraldos de nuestra aproximación dijo:
-
---¡Buenas tardes, hermanos!
-
---Buenas tardes--contestó San Martín.
-
---¿No quieren apearse?--añadió.
-
---Vamos á hacerlo--repuso San Martín.
-
-Y dirigiéndose á mí: ahora es tiempo, señor, apéese, me dijo.
-
-Quise avanzar y me detuvo.
-
-El indio dijo:
-
---Pase adelante.
-
---Vamos, señor--me dijo San Martín contestando.
-
---Ya vamos.
-
-Quise manear mi caballo y San Martín me dijo: todavía no.
-
---¿Por qué no atan los caballos?--dijo el indio.
-
---Vamos á hacerlo--contestó San Martín.
-
-Y dirigiéndose á mí, me dijo: atemos, señor, los caballos y entremos.
-
-Los atamos y entramos en el toldo.
-
-Caniupán estaba sentado, se levantó, nos recibió con gran agasajo y nos
-hizo sentar.
-
---¿Viene á quedarse?
-
---No, vengo por un rato--le contesté.
-
-San Martín me explicó la pregunta. Si hubiera dicho que sí, en el acto
-habrían mandado desensillar mi caballo, las chinas ó cautivas habrían
-hecho un lío del apero y lo habrían guardado como cosa sagrada.
-
-Al toldo de un indio se acerca el que quiere. Pero no puede apearse del
-caballo, ni entrar en él sin que primero se lo ofrezcan. Una vez hecho
-el ofrecimiento, la hospitalidad dura una hora, un día, un mes, un
-año, toda la vida. Lo que entra al toldo es cuidado escrupulosamente.
-Nada se pierde. Sería una deshonra para la casa. Sólo de los caballos
-no responden. Sea conocido ó desconocido el huésped, se lo previenen,
-diciéndole: aquí ni lo de uno está seguro. Y es la verdad.
-
-El indio no rehusa jamás hospitalidad al pasajero. Sea rico ó pobre,
-el que llame á su toldo es admitido. Si en lugar de ser ave de paso se
-queda en la casa, el dueño de ella no exige en cambio del techo y de
-los alimentos que da,--tampoco da otra cosa,--sino que en saliendo á
-malón le acompañen.
-
-El toldo de Caniupán estaba perfectamente construido y aseado. Sus
-mujeres, sus chinas y cautivas, limpias. Cocinaron con una rapidez
-increíble un cordero, haciendo puchero y asado, y me dieron de comer.
-
-El indio hizo los honores de su casa con una naturalidad y una gracia
-encantadoras. Me habría quedado allí de buena gana un par de días.
-Los cueros de carnero de los asientos y camas, las mantas y ponchos
-parecían recién lavados, no tenían una mancha, ni tierra ni abrojos.
-
-Me presentó todas sus mujeres, que eran tres, sus hijos, que eran
-cuatro y varios parientes, excepto la suegra, que vivía con él; pero
-con la que según la costumbre no podía verse, porque, como me parece
-haberte dicho antes, los indios creen que todas las suegras tienen
-_gualicho_, y el modo de estar bien con ellas es no verlas ni oirlas.
-
-Pasé un rato muy entretenido, comí un buen asado de cordero, excelente
-pataí de postre, bebí un trago de aguardiente, y al caer la tardecita
-me despedí y me volví al toldo de Baigorrita.
-
-Á mi compadre lo encontré como lo había dejado, sentado y fumando.
-
-Unas chinas de los alrededores me esperaban de visita. Iban á dormir
-conmigo, es decir, á pasar la noche cerca de mi fogón, como lo hizo
-Villarreal con su familia cuando me tenían detenido á la orilla de la
-lagunita de Calcumuleu. Es una costumbre de la tierra.
-
-Camargo no estaba. Unos indios amigos lo habían llevado á un baile esa
-tarde. Se había ido con mi permiso, sin pedírmelo.
-
-Cuando pregunté por él me dijeron que había encargado me avisaran, que
-con mi permiso se había ido á divertir. Era un verdadero mensaje de
-gaucho.
-
-Mandé cebar mate y obsequié á mis visitas como correspondía. Eran
-cuatro, se habían puesto muy currutacas y las encabezaba una llamada
-María Jesús Rodríguez, que hablaba el castellano como yo.
-
-Su nombre derivaba del de su madrina. No era cristiana. Se me olvidaba
-decir que entre los indios, el compadrazgo se establece sin necesidad
-de bautismo.
-
-Pero dejemos á las visitas y vamos al fogón. El cuarterón conversa con
-mis ayudantes, oigo que dice que conoce á Julián Murga, y esto pica mi
-curiosidad.
-
-
-
-
- XI
-
- El cuarterón cuenta su historia.--Recuerdo de Julián Murga.--Los
- niños de hoy.--Diálogo con el cuarterón.--Insultos.--Nuestros
- juicios son siempre imperfectos.--Un recuerdo de la _Imitación de
- Cristo_.--Dudas filosóficas.--Última mirada al fogón.--El cuarterón
- me da lástima.--Alarma.--Caiomuta ebrio, quiere matarme.--Un reptil
- humano.
-
-
-Me acerqué al fogón sin que me vieran, y permanecí de pie para no
-interrumpir al cuarterón.
-
-Las llamas iluminaban el cuadro, destacándose en él la horrible y
-deforme cara del espía de Calfucurá.
-
-Contaba su historia.
-
-No había conocido padres. Era natural de Buenos Aires, y había sido
-soldado del coronel Bárcena, de repugnante y sangrienta memoria. Sus
-campañas eran muchas y había presenciado y sido ejecutor de inauditas
-crueldades.
-
-El pronunciamiento de Urquiza contra Rosas le tomó en la Banda
-Oriental, militando en las filas de Oribe. De allí vino incorporado
-á la División de Aquino, ese tipo noble, caballeresco y valiente que
-sucumbió á mano de una soldadesca fanática y desenfrenada.
-
-Estuvo en Caseros, en el sitio de Buenos Aires y en el Azul con el
-general Rivas. De allí desertó. Vivió errante algún tiempo haciendo
-fechorías, mató á uno de una puñalada en una pulpería, ganó los
-indios, anduvo por Patagones comerciando, en calidad de Picunche, y
-allí conoció al coronel Murga.
-
-Yo me he criado con Julián, le quiero mucho; los recuerdos de nuestra
-infancia no se borrarán jamás de mi imaginación; en nuestro barrio,
-el de San Juan, había, como en todos, un caudillo, él era el nuestro.
-Los pulperos, los zapateros, los tenderos y las viejas nos temblaban.
-Éramos el azote de los negros que vendían pasteles, de los lecheros y
-panaderos.
-
-Teníamos nuestro arsenal de piedras para ellos; y una colección de
-apodos que todavía sobreviven. Perseguíamos á muerte los gatos y los
-perros del vecino. Pescábamos por los fondos sus gallinas.
-
-No dejábamos llamador en su lugar, zócalo recién pintado, pared recién
-blanqueada, vidrio sano que no rayáramos ó rompiéramos.
-
-Los locos nos aborrecían, los vigilantes y los serenos preferían estar
-de amigos con la cuadrilla. Nos disfrazábamos y asustábamos á las
-viejas, prefiriendo á nuestras tías.
-
-Los criados de todas las casas conocidas nos abominaban y las
-sirvientas nos toleraban. Julián prometía desde chiquito. Era audaz,
-inventivo, estratégico. Diablura que á él se le ocurría era siempre
-heroica. Una vez se le ocurrió tirarse de una azotea y lo hizo, se
-rompió una pierna; otra que incendiáramos una pulpería lanzando en ella
-un gato bañado en alquitrán y espíritu de vino al que le pegamos fuego,
-y armamos un alboroto de marca mayor. Teníamos la ciudad dividida en
-secciones. Un día le tocaba á una, otro á otra. Esta noche le robábamos
-á Chandery la bota que tenía de muestra y á una paragüería el paraguas,
-y por la mañana, Chandery anunciaba paraguas y la paragüería botas.
-
-Aquellos compañeros auguraban ya lo que serían más adelante algunos de
-la infantil decuria. ¡Cuántas traiciones y debilidades no denunciaron
-nuestros planes! ¡Cuántas cobardías no los hicieron fracasar! ¡Hasta
-espías había entre nosotros pagados por el celo maternal! ¡Ah! ¡los
-niños, los niños! Los niños de hoy han de ser los hombres del porvenir.
-
-Tomad nota de sus buenas y malas cualidades, de sus arranques de
-cólera, de sus ímpetus generosos. Porque más tarde ó más temprano,
-ellos serán comerciantes, sacerdotes, coroneles, generales,
-presidentes, dictadores. El fondo de la humanidad persiste hasta la
-tumba. El barro del Océano nada lo remueve.
-
-Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches, se pusieron todos
-de pie, menos el cuarterón, me hicieron lugar y me senté.
-
-El espía había referido su vida con una ingenuidad y un cinismo que
-revelaban á todas luces cuán familiarizado estaba con el crimen. Robar,
-matar ó morir habían sido lo mismo para él.
-
---¿Conque conoces al coronel Murga?--le pregunté.
-
---Sí, le conozco--me contestó.
-
-Pero no cambió de postura, ni se movió siquiera. Conocía el terreno;
-sabía que allí éramos todos iguales, que podía ser desatento y hasta
-irrespetuoso.
-
---¿Y qué cara tiene?
-
-Me describió la fisonomía de Julián, su estatura.
-
---¿Dónde le has conocido?
-
---En Patagones.
-
-Me explicó á su modo dónde quedaba.
-
---¿Y cómo has ido á Patagones?
-
---Por el camino.
-
---¿Por qué camino?
-
---Por el que sale de lo de Calfucurá.
-
---¿Y cuántos ríos pasaste?
-
---Dos.
-
---¿Cuáles?
-
---El Colorado y el Negro.
-
---¿Sabes leer?
-
---No.
-
---¿Cómo te llamas?
-
---Uchaimañé (ojos grandes).
-
---Te pregunto tu nombre de cristiano.
-
---Se me ha olvidado.
-
---¿Se te ha olvidado?...
-
---Sí.
-
---¿Quieres irte conmigo?
-
---¿Para qué?
-
---Para no llevar la vida miserable que llevas.
-
---¿Me harán soldado?
-
-No le contesté.
-
-El prosiguió: aquí no se vive tan mal, tengo libertad, hago lo que
-quiero, no falta que comer.
-
---Eres un bandido--le dije;--me levanté, abandoné el fogón y me apresté
-á dormir.
-
-La tertulia se deshizo, el cuarterón se quedó como una salamandra al
-lado del fuego. Los perros le rodearon lanzándose famélicos sobre los
-restos de la cena. Refunfuñaban, se mordían, se quitaban la presa unos
-á los otros.
-
-El espía permanecía inmóvil entre ellos. Tomó un hueso disputado y se
-lo dió á uno de los más flacos acariciándole.
-
-Noté aquello y me abismé en reflexiones morales sobre el carácter de la
-humanidad.
-
-El hombre que no había tenido una palabra, un gesto de atención para
-mí, que se había mostrado hasta soberbio en medio de su desnudez, tenía
-un acto de generosidad y un movimiento de compasión para un hambriento
-y ese hambriento era un perro.
-
-Yo le había creído peor de lo que era.
-
-Así son todos nuestros juicios, imperfectos como nuestra propia
-naturaleza.
-
-Cuando no fallan porque consideramos á los demás inferiores á nosotros
-mismos, fallan porque no los hemos examinado con detención. Y cuando no
-fallan por alguna de esas dos razones, fallan porque faltos de caridad,
-no tenemos presente las palabras de la _Imitación de Cristo_:
-
-«Si tuvieses algo bueno, piensa que son mejores los otros.»
-
-¿Quién era aquel hombre? Un desconocido. ¿Qué vida había llevado? La
-de un aventurero. ¿Cuál había sido su teatro, qué espectáculos había
-presenciado? Los campos de batalla, la matanza y el robo. ¿Qué nociones
-del bien y del mal tenía? Ninguna. ¿Qué instintos? ¿Era intrínsecamente
-malo? ¿Era susceptible de compadecerse del hambre ó de la sed de uno de
-sus semejantes? No es permitido dudarlo después de haberle visto, entre
-las tinieblas, sentado cerca del moribundo fogón, sin más testigos
-que sus pensamientos, apiadarse de un perro, que por su flacura y su
-debilidad parecía condenado á presenciar con avidez el nocturno festín
-de sus compañeros.
-
-¿Sería yo mejor que ese hombre, me pregunté, si no supiera quién me
-había dado el ser; si no me hubieran educado, dirigido, aconsejado; si
-mi vida hubiera sido obscura, fugitiva; si me hubiera refugiado entre
-los bárbaros y hubiera adoptado sus costumbres y sus leyes y me hubiera
-cambiado el nombre, embruteciéndome hasta olvidar el que primitivamente
-tuviera?
-
-Si jamás hubiera vivido en sociedad, aprendiendo desde que tuve uso de
-razón á confundir mi interés particular con el interés general, que es
-la base de nuestra moral, ¿sería yo mejor que ese hombre? me pregunté
-por segunda vez.
-
-Si no fuera el miedo del castigo, que unas veces es la reprobación
-y otras los suplicios de la ley, ¿sería yo mejor que ese hombre? me
-pregunté por tercera vez.
-
-No me atreví á contestarme. Nada me ha parecido más audaz que Juan
-Jacobo Rousseau, exclamando: «Yo, sólo yo conozco mi corazón y á los
-hombres. No soy como los demás que he visto, y me atrevo á decir que no
-me parezco á ninguno de los que existen. Si no valgo más que ellos, no
-soy como ellos. Si la Naturaleza ha hecho bien ó mal en romper el molde
-en que me fundió, no puede saberse sino leyéndome.»
-
-Eché la última mirada al fogón.
-
-El cuarterón atizaba el fuego maquinalmente con una mano, y con la
-otra acariciaba al perro flaco, que apoyado sobre las patas traseras
-dobladas y sujetando con las delanteras estiradas un zoquete, en el
-que clavaba los dientes hasta hacer crujir el hueso, miraba á derecha
-é izquierda con inquietud, como temiendo que le arrebataran su presa.
-Una llama vacilante iluminaba con cambiantes de claro-obscuro la cara
-patibularia. Me dió lástima y no me pareció tan fea.
-
-Hacía fresco.
-
-Me acerqué á él y le pregunté:
-
---¿No tienes frío?
-
---Un poco--me contestó,--mirándome con fijeza por primera vez, al
-mismo tiempo que le aplicaba una fuerte palmada á su protegido, que al
-aproximarme gruñó, mostrando los colmillos.
-
-Una calma completa reinaba en derredor; todos dormían, oyéndose sólo la
-respiración cadenciosa de mi gente.
-
-La luna rompía en ese momento un negro celaje, y eclipsando la luz
-de las últimas brasas del fogón, iluminaba con sus tímidos fulgores
-aquella escena silenciosa, en que la civilización y la barbarie se
-confundían, durmiendo en paz al lado del hediondo y desmantelado toldo
-del cacique Baigorrita, todos los que me acompañaban, oficiales,
-frailes y soldados.
-
-Cuidando de no pisarle á alguno la cabeza, el cuerpo ó los pies, busqué
-el sitio donde habían acomodado mi montura. Estaba á la cabecera de mi
-cama. Saqué de ella un poncho calamaco, volví al fogón y se lo di al
-espía de Calfucurá, cuyos grasientos pies lamía el hambriento perro,
-diciéndole:
-
---Toma, tápate.
-
---Gracias--me contestó tomándolo.
-
-Iba á sentarme para seguir interrogándolo, aprovechando la quietud que
-reinaba, cuando oí el galope de varios caballos y gritos de:
-
---¿Dónde está ese coronel Mansilla?
-
-El espía se puso de pie. Tenía un gran cuchillo medio atravesado por
-delante. Le miré. Su cara revelaba curiosidad, pero no mala intención.
-
---¿Qué gritos son ésos?--le pregunté.
-
---Parecen borrachos--me contestó.
-
---Á ver; fíjate--le dije.
-
-Paró la oreja, los gritos seguían aproximándose. Yo no percibía bien lo
-que decían. Ya no resonaba en el silencio de la noche mi nombre, sino
-ecos araucanos.
-
---¿Qué dicen?--le pregunté,--pareciéndome oir una voz conocida.
-
---Es Camargo--me contestó.
-
---¿Camargo?
-
---Sí, viene con unos indios borrachos, ya llegan.
-
-En efecto, sujetaron los caballos é hicieron alto detrás del toldo de
-Baigorrita, presentándoseme acto continuo Camargo.
-
---¡Mi Coronel--me dijo,--echándome el tufo, acuéstese, acuéstese pronto!
-
---¿Por qué, hombre?
-
---¡Acuéstese, señor, acuéstese!
-
---¿Pero por qué?
-
---Caiomuta viene muy borracho.
-
-Y esto diciendo, me tomó del brazo y me empujó hacia la enramada en que
-estaba mi cama.
-
---Acuéstese, señor--dijo el espía también.
-
-Me acosté volando.
-
-Caiomuta había entrado en el toldo de su hermano y le había despertado.
-
-Hablaban con calor, en su lengua. Yo nada comprendía. Estaba tranquilo;
-pero receloso.
-
-De repente un hombre tropezó en mis piernas y se cayó encima de mí.
-
---¡Eh!--grité.
-
---Dispense, señor--me dijo Camargo, reconociendo mi voz.
-
---¿Qué haces, hombre?
-
---Cállese, señor--me contestó en voz baja.
-
-Y arrastrándose en cuatro pies, le vi acercarse al toldo de Baigorrita,
-quedando bastante cerca de mi cama para poder conversar sin alzar la
-voz.
-
---¡Qué indio tan pícaro!--me dijo.
-
---¿Qué hay?
-
---Le dice á Baigorrita, que lo quiere matar á usted.
-
---¿Y mi compadre qué dice?
-
---Le ha dado una trompada y le ha dicho que se atreva.
-
-En ese momento, Baigorrita gritó: ¡San Martín!
-
-Camargo se reía, apretándose la barriga y me decía:
-
---¡Ah! ¡indio malo! no se puede levantar de la trompada que le ha dado
-el hermano.
-
-Toma, por pícaro. ¿Sabe, señor, que me han robado los estribos?
-¡Ladrones! les he tirado todo y me he venido en pelo, ni las riendas he
-traído, le he echado al pingo un medio bozal.
-
---¡San Martín! ¡San Martín!--gritaba Baigorrita.
-
-Vino San Martín, entró en el toldo y mi compadre habló con él,
-repitiendo mi nombre varias veces.
-
---Dícele--dice Camargo,--que lo cuide á usted, que no hagan ruido y que
-si Caiomuta quiere hacer barullo, que lo maten.
-
-Caiomuta, ebrio como estaba, no podía levantarse del sitio en que lo
-había tendido el membrudo brazo de su hermano mayor.
-
-Camargo se arrastró como un reptil, saliendo de donde estaba, y
-acostándose á los pies de mi cama me pidió mil disculpas por haber
-venido alegre; me contó el robo que le habían hecho otra vez; me dijo
-que los indios eran unos pícaros, que él los conocía bien; que por eso
-no les andaba con chicas; que Caiomuta era quien le había hecho robar
-los estribos de plata; que para saberlo había tenido que asustarlo á un
-indio; que le había ofrecido matarlo si no le confesaba la verdad, y
-que, de miedo, no sólo le había contado todo, sino que le había dado un
-chifle de aguardiente que tenía muy guardado hacía tiempo; que al día
-siguiente habían de parecer los estribos, que si no parecían se había
-de volver en pelo á lo de Mariano y lo había de avergonzar á Caiomuta;
-que á una visita no se le robaban las prendas.
-
-Yo no podía pegar los ojos. Oía rugir á Caiomuta y estaba alerta.
-
-San Martín se allegó á mi cama y me miró de cerca.
-
---¿Qué hay?--le dije.
-
---Nada, señor, duerma no más, no hay cuidado--me contestó.
-
---Gracias--repuse.
-
-Me dió las buenas noches y se marchó, entrando en el toldo de
-Baigorrita.
-
-Á ese tiempo, el otro indio que había venido con Caiomuta, y que al
-apearse del caballo, se había caído, permaneciendo un rato tirado en el
-suelo, se levantó y preguntó:
-
---¿Dónde está ese Camargo?
-
-Nadie le contestó.
-
---Ese Camargo mucho asesino--dijo.
-
-Nadie le contestó.
-
---¡Mucho asesino!--gritó.
-
-Camargo se despertó, le echó un terno y el indio no replicó.
-
-Así estuvieron más de una hora.
-
-Yo, al fin me quedé dormido.
-
-De improviso me desperté sobresaltado.
-
-Una cosa, blanda, húmeda y tibia pesaba sobre mi cara.
-
-
-
-
- XII
-
- Medio dormido.--Un palote humano.--Un baño de aguardiente.--Los perros
- son más leales que los hombres.--Preparativos.--El comercio entre
- los indios.--Dar y pedir con _vuelta_.--Peligros á que me expuso mi
- pera.--En marcha para Añacué.--Una águila mirando al Norte, buena
- señal.
-
-
-La luna había terminado su evolución, las estrellas brillaban apenas al
-través de cenicientos nubarrones, reinaba una obscuridad caótica.
-
-Abrí los ojos, no vi nada.
-
-Me apretaban fuertemente, quitándome la respiración; una substancia
-glutinosa, fétida, corría como copioso sudor por mi cara; una mole me
-oprimía el pecho, palpitaba y confundía sus latidos con los míos; otro
-peso gravitaba sobre mi vientre y algo, como brazos, aleteaba.
-
-El sobresalto, el cansancio, el sueño reparador interrumpido, las
-tinieblas me ofuscaban.
-
-Oía como un gruñido y sentía como si diese vuelta por encima de mi
-estirada humanidad, un inmenso palote de amasar.
-
-No podía sacar los brazos de abajo de las cobijas, porque las sujetaban
-de ambos lados; hice un esfuerzo y conseguí sacar uno.
-
-Tanteando con cierto inexplicable temor, á la manera que entre las
-sombras de la noche penetramos en un cuarto cuyos muebles no sabemos
-en qué disposición están colocados, toqué una cosa como la cara de un
-hombre de barba fuerte, que se había afeitado hace tres días. Me hizo
-el efecto de una vejiga de piel de lija.
-
-Conseguí sacar el otro brazo, y siguiendo la exploración, lo llevé á la
-altura del primero; toqué una cosa como la crin de un animal. Luego,
-tanteando con las dos manos á la vez, hallé otra cosa redonda, que no
-me quedó la menor duda era una cabeza humana. Un líquido aguardentoso,
-cayendo sobre mi cara como el último chorro de una pipa al salir por
-ancho bitoque, me ahogó.
-
-Llamé á Camargo angustiosamente. No me oyó. Creí morirme. No sabía lo
-que embargaba mis sentidos. Pegué un empujón con entrambas manos á
-lo que me parecía una cabeza; formé con mis rodillas un triángulo y
-dándole un fuerte empellón al peso que las oprimía, eché á rodar un
-bulto pesado, que gritó, peñi (hermano).
-
-Me puse de pie, como D. Quijote en la escena con Maritornes, y vi un
-cuerpo revolcándose á mi lado. Volví á llamar á Camargo, con todos mis
-pulmones; se levantó rápido, se acercó á mi cama y oyendo que le decía,
-qué es eso, señalándole el bulto, se agachó, miró, echóse á reir y
-exclamó: Es el indio borracho.
-
-Comprendí lo que había pasado; su interlocutor de un rato antes, al
-cruzar por mi enramada había tropezado, se había caído y con la tranca
-no había podido levantarse; había posado su cara sobre la mía y me
-había bañado con sus babas y sus erupciones alcohólicas.
-
-Tuve que llamar á Carmen, que lavarme y mudar de ropa.
-
-El crepúsculo empezaba. Mandé hacer fuego, calentar agua, y fuí á
-sentarme en el fogón.
-
-El cuarterón y el perro estaban allí; dormían.
-
-La madrugada me sorprendió tomando mate. Mi compadre se levantó cuando
-las últimas estrellas desaparecían. Llamó á San Martín, le dió sus
-órdenes, y un momento después Caiomuta salía de su toldo en brazos de
-cuatro indios como un cuerpo muerto.
-
-Le enhorquetaron sobre su caballo, le dieron á éste un rebencazo y el
-animal tomó el camino de la querencia, llevándose á su dueño y señor.
-
-Mi compadre vino en seguida al fogón, y saludándome, se sentó á mi
-lado. Preguntóme si había dormido bien. Le contesté que sí; le di un
-mate y un cigarro, tomó ambas cosas, no habló más y se marchó.
-
-Varias veces, mientras permaneció á mi lado, clavó sus ojos en el
-cuarterón con indiferencia.
-
-Despertóse éste, me dió los buenos días y se levantó.
-
---Siéntate no más--le dije, pasándole un mate.
-
-Obedeció y lo tomó.
-
-Nuevos parroquianos llegaron en ese momento.
-
-Al tomar asiento, mi ayudante Rodríguez viendo al cuarterón allí, le
-dijo:
-
---¿Conque sabías escribir?
-
-El hombre no contestó.
-
-El alférez Ozarowski, dijo:
-
---Si no sabe; ha querido hacer creer que sabía; lo que estuvo
-escribiendo eran unas rayas, y contó que la tarde antes le habían
-visto con un lápiz y aire misterioso detrás de la cocina hacer como
-que tomaba nota de lo que se conversaba. Pero que todo había sido una
-pantomima.
-
-El espía de Calfucurá era un tipo.
-
-Oyendo que se ocupaban de él, se marchó; el perro le siguió.
-
-Había encontrado un hombre que parecía indio, que hablaba una lengua
-que conocía y se había adherido á él por gratitud.
-
-Los perros son más leales que los hombres; los hombres más generosos
-que los perros. El mundo está bien así, mientras no se presente otro
-planeta mejor adonde emigrar. Pero la raza humana tiene, sin embargo,
-mucho que aprender de la canina y viceversa.
-
-Me acordé de que ese día era el prefijado para la gran junta. Llamé á
-San Martín y le hice preguntar á mi compadre á qué hora marcharíamos.
-Me contestó que cuando ladeara el sol.
-
-Di mis órdenes, se pasó la mañana en preparativos para la marcha, y
-cuando todo estuvo dispuesto me fuí al toldo de Baigorrita, entrando en
-él como en mi casa.
-
-Yo observaba movimiento en su gente y tenía curiosidad de saber en qué
-consistía.
-
-La hora se acercaba.
-
-Mi compadre me vió entrar sin salir de su apatía habitual. Había vuelto
-á la faena de picar tabaco con la navaja de Rodgers.
-
-En la cara me conoció que alguna curiosidad me llevaba.
-
-Llamó á San Martín.
-
-Vino éste, y le hice preguntar que si todavía no era hora de ensillar.
-
-Me contestó que teníamos bastante tiempo aún; que de allí á _Añancué_,
-línea divisoria de sus tierras, no había más que dos galopes; que ya
-había mandado traer sus caballos y buscar una res, para que mi gente
-carneara antes de partir; pero que la res tardaría un rato largo en
-llegar, porque estaba lejos.
-
---¿Y qué, mi compadre no tiene vacas gordas aquí?--le pregunté á San
-Martín.
-
---No, señor, si está muy pobre--me contestó.
-
---¿Muy pobre?
-
---Sí, señor.
-
---¿Y cuánto vale una vaca?
-
---No tiene precio.
-
---¿Cómo no tiene precio?
-
-Cuando es para comercio, depende de la abundancia; cuando es para comer
-no vale nada; la comida no se vende aquí, se le pide al que tiene más.
-
---De modo que los que hoy tienen mucho, pronto se quedarán sin tener
-qué dar.
-
---No, señor; porque lo que se da _tiene vuelta_.
-
---¿Qué es eso de vuelta?
-
---Señor, es que aquí el que da una vaca, una yegua, una cabra ó una
-oveja para comer, la cobra después; el que la recibe, algún día ha de
-tener.
-
---Y si á un indio rico le piden veinte indios pobres á la vez, ¿qué
-hace?
-
---Á los veinte les da _con vuelta_ y poco á poco se va cobrando.
-
---Y si mueren los veinte, ¿quién le paga?
-
---La familia.
-
---¿Y si no tienen familia?
-
---Los amigos.
-
---¿Y si no tienen amigos?
-
---No pueden dejar de tener.
-
---Pero todos los hombres no tienen amigos que paguen por ellos.
-
---Aquí sí; no ve, señor, que en cada toldo hay _allegados_, que viven
-de lo que agencia el dueño.
-
---¿Y si se les antoja no pagar?
-
---No sucede nunca.
-
---Puede suceder, sin embargo.
-
---Podría suceder, sí, señor, pero si sucediese, el día que á ellos les
-faltase nadie les daría.
-
---¿Cada indio tendrá una cuenta muy larga de lo que debe y le deben?
-
---Todo el día hablan de lo que han recibido y dado con vuelta.
-
---¿Y no se olvidan?
-
---Un indio no se olvida jamás de lo que da ni de lo que le ofrecen.
-
---¿Me has dicho que cuando una vaca era para comercio tenía precio?
-
---Sí, señor.
-
---¿Explícame eso?
-
---Señor, comercio es, que el que tiene le haga un cambio al que tiene.
-
---¿Entonces si un indio tiene un par de estribos de plata y no tiene
-qué comer, y quiere cambiar los estribos por una vaca, los cambia?
-
---No se usa; le darán la vaca _con vuelta_ y él dará los estribos _con
-vuelta_ también.
-
---¿Y si un indio tiene un par de espuelas de plata y las quiere cambiar
-por un par de estribos?
-
---Las cambia, _con vuelta_ ó _sin vuelta_, según el trato.
-
---¿Y con los indios chilenos, cómo hacen el comercio, lo mismo?
-
---No, señor; con los chilenos el comercio lo hacen como los cristianos,
-á no ser que sean parientes.
-
---¿Y con los indios de Calfucurá y con los Pampas?
-
---Lo mismo, señor.
-
---¿Y hay pleitos aquí?
-
---No faltan, señor.
-
---¿Y cuando dos indios tienen una diferencia, quién los arregla?
-
---Nombran jueces.
-
---¿Y si alguno no se conforma?
-
---Tiene que conformarse.
-
-Estos bárbaros, dije para mis adentros, han establecido la ley del
-Evangelio, hoy por ti, mañana por mí, sin incurrir en las utopías del
-socialismo; la solidaridad, el valor en cambio para transacciones; el
-crédito para las necesidades imperiosas de la vida y el jurado civil;
-entre ellos se necesitan especies para las permutas, crédito para comer.
-
-Es lo contrario de lo que sucede entre los cristianos. El que tiene
-hambre no come si no tiene con qué. Está visto que las instituciones
-humanas son el resultado de las necesidades y de las costumbres, y que
-la gran sabiduría de los legisladores consiste en no perderlo de vista
-al modelar las leyes. Los que á cada rato nos presentan el cartabón de
-otras naciones cuya raza, cuya religión, cuyas tradiciones difieren de
-las nuestras, deberían tomar notas de estas observaciones.
-
-Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los
-guantes de castor se presentó. Venía algo _achumado_.
-
-En cuanto me vió me dijo una cuchufleta. Sentóse á mi lado y me pidió
-el pañuelo de seda que llevaba al cuello. Me negué á dárselo, porque su
-desaparición importaba _una señal_. Pero insistió é insistió y no tuve
-más recurso que ceder. Era una prenda insignificante y quién sabe qué
-se imaginaba mi compadre si no lo daba. De la suspicacia de un indio
-hay que esperarlo todo.
-
-Gran contento experimentó el indio al recibir el pañuelo y en el acto
-se lo puso como yo lo usaba, calándose encima el sombrero.
-
-Siguió jaraneando, siendo mi larga pera objeto de los mayores elogios
-y admiración. Grande, linda, me decía, pasando por ella sus puercas
-manos. Quería levantarme y no me dejaba. Estaba cargoso como cuatro. Y
-no me era dado manifestarle que me atosigaba con sus monadas, porque á
-mi compadre le hacían suma gracia. Además, yo sabía todo el cariño y
-respeto que tenía por él.
-
-Me abrazaba, me besaba, se quedaba mirándome, y gozoso exclamaba: ¡Ese
-coronel Mansilla toro! Era el mayor cumplimiento que podía dirigirme.
-Ya lo he dicho, ser _toro_ es ser todo un hombre.
-
-No sabiendo qué más hacerme, se le ocurrió _trenzarme la pera_.
-
-Era la otra seña convenida con Camilo si algún peligro me amenazaba.
-¿Cómo dejarlo satisfacer su capricho?
-
-Se aferró á él con tanta tenacidad, que me preocupó seriamente.
-
-Y no era para menos, Santiago amigo, si tienes presente la composición
-de lugar hecha con Camilo, para el caso de que los indios no quisieran
-dejarme salir de entre ellos.
-
-Que me hubiera pedido y sacado el pañuelo, se explicaba. Á cualquier
-indio podía habérsele ocurrido pedírmelo. Me había puesto en ese caso.
-Pero que después de haber dado el pañuelo me quisiera trenzar la barba,
-era inexplicable, extraordinario.
-
-No hay previsión que alcance ciertas cosas; con razón dice Napoleón,
-que en la guerra dos tercios deben concedérsele al cálculo y uno á la
-casualidad.
-
-No podía ocurrírseme la idea de una traición, porque los _muchachos_ de
-Camilo eran todos hombres muy seguros. Han conversado entre ellos sobre
-lo convenido, algún espía los ha oído, me decía, y me tienden un lazo;
-quieren ver qué hago.
-
-El indio no declinaba de su empeño. Á Roma por todo, exclamé
-interiormente, y me dejé trenzar la barba, tomando la precaución de
-darle la espalda á la entrada del toldo, no fuera á pasar Camilo, viera
-la señal y se largara para la Villa de Mercedes, llevándole un parte
-falso al general Arredondo.
-
-Estaba en ascuas; los caballos debían llegar de un momento á otro y con
-ellos Camilo, quién según la consigna no me veía hacía días.
-
-Darle aviso de lo que acontecía era imposible. El indio no me dejaba
-salir del toldo. Un hombre _achumado_ es más pesado y fastidioso que
-una mujer enamorada celosa.
-
-La res que había mandado pedir mi compadre llegó, y me sacó de apuros.
-Preguntáronle si la carneaban, contestó que sí, y me hizo decir: que
-cuando gustara podía mandar ensillar.
-
-Me levanté, y destrenzándome la malhadada pera, salí del toldo, á pesar
-de los repetidos, «no se vaya, amigo», del indio.
-
-Tres trompas tocaron llamada, y algunos momentos después comenzaron á
-llegar grupos de jinetes, montando buenos caballos y vistiendo trajes
-de gala. Uno de ellos tenía uniforme completo de teniente coronel y la
-pata en el suelo.
-
-Mi gente estaba pronta. Arrimaron las tropillas y ensillamos.
-
-Me despedí tiernamente de mi ahijado. ¡Extraños fenómenos de la
-simpatía, el chiquilín lagrimeó!
-
-Montamos y partimos al gran galope en dispersión.
-
-El cuarterón iba con nosotros y el perro del toldo de Baigorrita le
-seguía.
-
-Por el camino se incorporaron varios grupos de indios, y cuando
-llegábamos á las alturas de Poitaua era la tarde ya.
-
-Sujeté para esperar á los franciscanos que se habían quedado atrás, y
-mi compadre también.
-
-Sobre la copa de un algarrobo estaba un águila, mirando al Norte.
-
-Baigorrita me hizo decir con San Martín, que era buena seña, que el
-águila nos indicaba el rumbo.
-
-Si hubiese estado mirando al Sud, _todos_ los indios se habrían vuelto.
-
-Es el ave sagrada de ellos y tienen esa preocupación.
-
-Los franciscanos llegaron y seguimos la marcha al trote; iba á reirme
-de la superstición del águila, diciéndoles lo que me había hecho notar
-mi compadre. Pero me acordé de que yo no como donde hay trece, ni mato
-arañas por la noche.
-
-Hay un mundo en el que todos los hombres son iguales; es el mundo
-de las preocupaciones. El más sensato es un bárbaro. Decidme si no,
-lector, ¿por qué aborrecéis á don fulano?
-
-
-
-
- XIII
-
- Mi compadre Baigorrita me pide caballos prestados.--El que
- entre lobos anda á aullar aprende.--Aves de la Pampa.--En un
- monte.--Perdido.--Las tinieblas.--Fantasmas de la imaginación.--¿Somos
- felices?--Disertación sobre el derecho.--El miedo.--Hallo
- camino.--Me incorporo á mis compañeros.--Clarines y cornetas.
-
-
-En _Pitralauquen_, volvimos á hacer alto; los flamencos atornasolados
-saludaron nuestra llegada, batiendo con estrépito sus sonrosadas alas,
-y en ondas caprichosas se perdieron por el éter incoloro.
-
-Mi compadre y sus indios allegados iban tan mal montados, que me pidió
-por favor le prestara algunos caballos para llegar á la raya.
-
-Ordené que se los dieran, y diciéndole á San Martín: parece increíble
-que Baigorrita no tenga más caballos, me contestó: si anoche casi lo
-han dejado á pie.
-
-Descansamos un rato y seguimos la marcha.
-
-Al tiempo de subir á caballo, le robé al indio de los guantes un naco
-de tabaco que llevaba atado á los tientos.
-
-El que entre lobos anda á aullar aprende.
-
-Se lo dije á mi compadre y se rió mucho, festejando la ocurrencia y la
-burla que le harían los demás cuando supieran que se había dejado robar
-por mí.
-
-Galopábamos á toda brida.
-
-Éramos como doscientos y ocupábamos media legua, por el desorden en que
-los indios marchan.
-
-El sol se ponía con un esplendor imponente; sus rayos como dardos
-de fuego despejaban los celajes que intentaban ocultarlo á nuestras
-miradas y refractándose sobre las nubes del opuesto hemisferio, teñían
-el cielo con colores vivaces.
-
-Las aves acuáticas, en numerosas bandadas, hendían los aires con raudo
-vuelo y graznando se retiraban á las lagunas donde anidaban sus huevos.
-
-Es increíble la cantidad de cisnes, blancos como la nieve, de cuello
-flexible y aterciopelado; de gansos manchados, de rojo pico; de patos
-reales, de plumas azules como el lapislázuli; de negras bandurrias,
-de corvo pico; de pardos chorlos, de frágiles patitas; de austeras
-becacinas de grises alas que alegran la Pampa. En cualquier laguna hay
-millares.
-
-¡Cómo gozaría allí un cazador!
-
-Imaginaos que en la «Ramada» los soldados recogieron un día ocho mil
-huevos, después de haber recogido toda la semana grandes cantidades.
-
-¡Cuánto echaba yo de menos mi escopeta!
-
-Entramos en el monte. Anocheció y seguimos al galope. El polvo y la
-obscuridad envolvían en tinieblas profundas los árboles que, como
-fantasmas se alzaban de improviso al acercarnos á ellos; no nos veíamos
-á corta distancia; nos llevábamos por delante unos á los otros; mi
-caballo era superior, yo iba á la cabeza, perdí la senda y me extravié.
-
-Sujeté, hice alto, puse atento el oído en dirección al rumbo que me
-pareció traerían los que me precedían, nada oí.
-
-¿Qué peligro corría?
-
-Ninguno en realidad.
-
-Un tigre no podía hacerme nada. El caballo me habría librado de él.
-Nuestros tigres, el jaguar argentino, no atacan como el tigre de
-Bengala, sino cuando los buscan. Por otra parte, el monte había sufrido
-los estragos de la quemazón y el tigre vive entre los pajonales.
-
-¿Qué me imponía entonces?
-
-Las tinieblas de la noche.
-
-Las sombras tienen para mí un no sé qué de solemne. En la obscuridad,
-cuando estoy solo, me siento anonadado. Me domino; pero tiemblo.
-
-La noche y los perros son mis dos grandes pesadillas. Yo amo la luz
-y á los hombres, aunque he hecho más locuras por las mujeres. No
-puedo decir lo que me aterra cuando estoy solo en un cuarto obscuro,
-cuando voy por la calle en tenebrosas horas, cuando cruzo el monte
-umbrío; como no puedo decir lo que sentía cuando trepaba las laderas
-resbaladizas de la gran cordillera de los Andes, sobre el seguro lomo
-de cautelosa mula.
-
-Pero siento algo de pavoroso, que no está en los sentidos, que está en
-la imaginación; en esa región poética, mística, fantástica, ardiente,
-fría, límpida, nebulosa, transparente, opaca, luminosa, sombría,
-risueña, triste, que es todo y no es nada, que es como los rayos del
-sol y su penumbra, que cría y destruye, que forja sus propias cadenas
-y las rompe,--que se engendra á sí misma y se devora, que hoy entona
-tiernas endechas al dolor, que mañana pulsa el plectro aurífero y canta
-la alegría, que hoy ama la libertad y mañana se inclina sumisa ante la
-oprobiosa tiranía.
-
-¡Ah! ¡si pudiéramos darnos cuenta de todo lo que sentimos!
-
-¡Si nuestra impotente naturaleza pudiera tocar los lindes vedados que
-separan lo finito de lo infinito! ¡Si pudiéramos penetrar en los
-abismos del mundo psicológico, como alcanzamos con el telescopio á las
-más remotas estrellas!
-
-¡Si pudiéramos descomponer los rayos de la mirada del hombre, como el
-espectro solar descompone los rayos del gran luminar! Si pudiéramos
-sondar el corazón, como los bajíos tempestuosos del mar.
-
-¿Seríamos más felices?
-
-¡Más felices!...
-
-¿Somos acaso felices?
-
-Si constantemente hablamos de la felicidad, es porque tenemos idea de
-ella.
-
-Definidme, pues, lo que es.
-
-Quiero saberlo, necesito saberlo, debo saberlo, es mi derecho.
-
-Sí, yo tengo derecho á ser feliz, como tengo derecho á ser libre. Y
-tengo derecho á ser libre, porque he nacido libre.
-
-¿Qué es la libertad?
-
-¿No es el poder de obrar, ó de no obrar, no es la facultad de elegir;
-no es el ejercicio de mi voluntad consciente, reflexiva, deliberada,
-calculada, espere daño ó bien?
-
-¡Os atrevéis á tacharme la definición!
-
-¿Qué me vais á decir?
-
-Que no es jurídica: ¿por qué la libertad _es el poder de hacer lo que
-no daña á otro_?
-
-Os advierto que no hablo como un legista, sino como un filósofo, y os
-admito la diferencia.
-
-Convenido; la libertad es eso, mi derecho corriendo en línea paralela
-con el vuestro una abstracción susceptible de asumir una fórmula
-gráfica.
-
---Á mi derecho:
-
---Á vuestro derecho:
-
-Luego un derecho que se sobrepone á otro no es derecho, es abuso ó
-tiranía.
-
-Yo tengo el derecho de hablar, vos también. Si os impongo silencio y no
-callo, os oprimo. Yo tengo el derecho de trabajar para mí, vos también.
-Si os hago mi esclavo, os tiranizo.
-
-Estamos acordes.
-
-Pues bien. Insisto en ello. Yo tengo el derecho de ser feliz. Lo
-reconozco, me contestáis; no me opongo á ello, no tengo cómo oponerme;
-lo intentaría en vano.
-
-Es mentira, puesto que mi felicidad consiste en que me devolváis el
-amor de la mujer que me habéis robado.
-
-No depende de mí. En todo caso dependerá de ella.
-
-Pero es que si ella volviese á mí, no volvería como antes era; para que
-lo fuera, hubiera debido permanecer inmaculada y la habéis corrompido.
-
-Suponiendo que yo pueda ser responsable de vuestra felicidad, os
-prevengo que hacéis un sofisma cuando la comparáis con el derecho.
-
-No os entiendo.
-
-Quiero decir que el derecho regla las relaciones naturales de la
-humanidad; que si la libertad es un derecho, la felicidad no lo es.
-
-¿Y por qué no ha de ser un derecho aquello que más necesito?
-
-Tanto valiera que me dijerais que respirar no es mi derecho, siendo así
-que tengo el derecho de vivir y que si no respiro muero.
-
-Es que el sofisma consiste en que hacéis de un accidente una necesidad;
-de una cosa contingente una cosa absoluta; de una cosa que está en
-nuestras manos, una cosa que depende de los demás.
-
-¿Pero mi libertad, mi derecho están en ese mismo caso?
-
-No, porque vuestra libertad y vuestro derecho están garantidos por la
-libertad y el derecho ajenos. _Alteri non feceris quod tibi fieri non
-vis._ No hagas á los demás, lo que no quieres que te hagan á ti mismo.
-_Alteri feceris quod tibi fieri velis._ Haz á lo demás lo que quieres
-que te hagan á ti mismo. Estos dos aforismos encierran todos los
-deberes del hombre para con sus semejantes y con la familia.
-
-No protesto contra estos principios, arguyo sólo, que si mi felicidad
-no daña á los demás, tengo el derecho de exigir ser feliz.
-
-¿Á quién?
-
---¿Á quién?...
-
---¿Sí, á quién?
-
-Contestadme.
-
-Os he pedido que me defináis la felicidad.
-
-¿Que os defina la felicidad?
-
-Si la felicidad no es absoluta, es relativa. No es como el bien y el
-mal, como lo bueno y lo malo. Es objetiva y substantiva. Depende de las
-circunstancias, del carácter, de las aspiraciones, de accidentes sin
-fin.
-
-Os entiendo.
-
-Queréis decirme, que un fraile de la Trapa, vicioso, descreído, puede
-vivir más tranquilamente en su retiro que yo, creyente y sano, en el
-bullicio de la sociedad.
-
-Precisamente.
-
-Entonces ¿qué recurso nos queda á los que rodamos fatalmente en ese
-torbellino?
-
-Tomarlo como viene, resignarse.
-
-La conformidad puede convenirle á un esclavo.
-
-¿Y creéis haber dicho algo?
-
-Si no lo creyese, no hubiera hablado.
-
-Os prevengo, sin embargo, que sois esclavo de vuestras pasiones.
-
-¿Y qué me queréis decir?
-
-Quería recordaros, que Dios es inescrutable, que el hecho de no poder
-definir satisfactoriamente una cosa en abstracto, no prueba que la cosa
-deje de existir; en una palabra, que habéis sido insensatos al exclamar
-con desaliento: ¿somos acaso felices?
-
-De consiguiente, porque no pueda definir lo que experimenté cuando me
-vi perdido en el monte, no por eso dejará de creerse que fué miedo.
-
-¿Cuánto duró? Pocos instantes. Quizá si hubiera durado más, lo hubiera
-podido definir.
-
-Me hallaba perplejo, sin saber qué hacer, mi caballo caminaba en la
-dirección que quería, yo estaba desorientado y todo era igual, lo mismo
-un rumbo que otro.
-
-Así había vagado un breve instante á la ventura, cuando sentí un
-tropel, cerca, muy cerca de mí. La emoción, sin duda, no me había
-permitido oirlo antes.
-
-Hay situaciones en que, según las disposiciones del espíritu, el
-zumbido de una mosca, el susurro de una hoja parecen una tempestad; y
-otras en que no se oye ni el estampido del cañón. Yo he visto en el
-campo de batalla hombres asustados, poseídos de terror pánico, huir
-hacia el enemigo, que no reconocían á quien les hablaba, ni oían lo que
-se les decía.
-
-Dando vueltas había caído al camino. Me incorporé á un grupo que pasaba
-al galope y seguí. Salimos á un descampado. Algunas estrellas brillaban
-entre nubes errantes, que, á impulsos de un vientecito que se había
-levantado, corrían de Naciente á Poniente, presagiando que al salir la
-luna tendríamos luz.
-
-Volvimos á entrar en la espesura; caímos á unos barrancos con lagunas
-salitrosas, que parecían espejos de bruñida plata; subimos á la falda
-de los médanos, y al llegar á la cumbre de uno de ellos, la errante
-reina de los cielos asomó su blanca faz, y clavándola en la inmóvil
-superficie de las lagunas, hizo brotar de su seno diamantinas luces.
-
-Oyéronse toques de clarín. Jamás el bélico instrumento resonó en mis
-oídos con más solemnidad. Me hizo el efecto de la trompeta del arcángel
-el día del juicio final. Sus vibraciones se alcanzaban tremulantes unas
-á otras, recorriendo las ondulaciones del vacío.
-
-Los cornetas de Baigorrita contestaron.
-
-Estábamos en la raya.
-
-Hicimos alto. Llegó un parlamento, habló y habló; le contestaron razón
-por razón; lo despacharon; volvió otro y otro, se hizo lo mismo y á las
-cansadas llegó un hijo de Mariano Rosas, invitándonos á avanzar.
-
-Marchamos y llegamos, pasando por una gran playa, que es donde los
-indios, después de sus grandes juntas, juegan á la _chueca_.
-
-
-
-
- XIV
-
- Mariano Rosas y su gente.--¡Qué valiente animal es el caballo!--Un
- parlamento de noche.--Respeto por los ancianos.--Reflexiones.--La
- humanidad es buena.--Si así no fuese estaría perturbado el equilibrio
- social.--El arrepentimiento es infalible.--Lo dejo á mi compadre
- Baigorrita y me retiro.--Un recién llegado.--Chañilao.--Su retrato.
-
-
-Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una colina escarpada;
-trepábamos dificultosamente á la cima, los caballos se hundían hasta
-los ijares en la esponjosa arena; cada paso les costaba un triunfo,
-caían y se enderezaban; temblaban, se esforzaban ardorosos y volvían
-á caer; la espuela y el rebenque los empujaba, por decirlo así;
-endurecían los miembros, recogían las patas delanteras, y sacándolas al
-mismo tiempo, se arrastraban, y desencajaban poco á poco las traseras;
-sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y subían ¡á veces teníamos
-que apearnos, que tirarlos de la rienda y animarlos, accionando con los
-brazos, gritando ¡aaaah!
-
-¡Qué potente y valiente animal es el caballo!
-
-Llegamos á la cumbre de la colina.
-
-Bajo dos coposos algarrobos, había sentado sus reales el Cacique
-general de las tribus ranquelinas.
-
-Parlamentaba solemnemente con los capitanejos é indios circunvecinos y
-lejanos que sucesivamente llegaban al lugar de la cita.
-
-Á todos los recibía con la misma consideración; á todos les hacía
-las mismas preguntas; á todos los conocía por sus nombres, sabía de
-dónde venían, cómo se llamaban sus abuelos, sus padres, sus mujeres,
-sus hijos; y á todos les explicaba el motivo de la junta, que al día
-siguiente se celebraría. Y todos contestaban lo mismo, y después de
-contestar se sentaban en hilera dándoles la derecha á los capitanejos
-más caracterizados y á los viejos. Entre éstos fué objeto de las
-mayores atenciones un tal Estanislao. Venía de muy lejos, de la raya de
-las tierras de Baigorrita con Calfucurá.
-
-Tendría como sesenta años; era alto pero estaba encorvado bajo el peso
-de la edad; sus largos cabellos canos cayendo en lacias crenchas sobre
-sus hombros, le daban á su rugosa cara, tostada por el sol, un aspecto
-simpático de veneración.
-
-Su traje era el de un paisano.
-
-Poncho y chiripá de tela pampa, camisa de crimea, calzoncillos con
-fleco, botas de potro cerradas en la punta. No llevaba sombrero. Una
-ancha vincha azul y blanca adornaba su frente.
-
-Para bajarse del caballo tuvo necesidad de que dos indios robustos le
-prestaran ayuda.
-
-Una vez en tierra le colocaron un par de muletas hechas de tosca madera
-de chañar. Apoyado en ellas, y abriéndole paso todo el mundo, avanzó
-sobre Mariano Rosas. Púsose éste de pie y le recibió con marcadas
-muestras de cariño, echándole los brazos y estrechándolo con efusión.
-
-Los capitanejos é indios de importancia que ocupaban los asientos
-preferentes se corrieron á la derecha, cediéndole el primer puesto, en
-el que se colocó. Aquel homenaje respetuoso en medio del desierto, á
-la luz de las estrellas, tributado por los bárbaros, me hizo comprender
-que el respeto hacia los que nos han precedido en la difícil y
-escabrosa carrera de la vida es innato al corazón humano.
-
-Yo tengo la peor idea de los que no se inclinan reverentes ante la
-ancianidad.
-
-Cuando me encuentro con algún viejo, conocido ó desconocido,
-instintivamente le cedo el paso.
-
-Cualquiera que sea la condición del hombre, sea su porte distinguido
-ó no, vista el rico paño de la opulencia, ó los sucios harapos del
-mendigo, una cabeza helada por el invierno de la vida, me infunde
-siempre religioso respeto.
-
-¡Quién sabe, me digo, al verle pasar, cuántas injusticias no han herido
-ese corazón!
-
-¡Quién sabe cuántos dolores no han desgarrado su alma!
-
-¡Quién sabe de cuántos desdenes no es víctima, después de haber
-sacrificado los más caros intereses en aras de la patria y de la
-amistad!
-
-¡Quién sabe cuántos infortunios indecibles no han anticipado su vejez!
-
-¡Quién sabe si habiéndose hecho la ilusión de ver en el último tercio
-de la vida, amenizado el hogar con los afanes de la tierna esposa, y de
-los hijos, no es un desterrado de la familia por sus liviandades ó por
-la fatalidad!
-
-¡Quién sabe si esa existencia trémula, enfermiza, que se apaga, que
-no destella ya sino moribundos rayos, como el sol de brumoso día al
-ponerse, no necesita un poco de consideración social para disfrutar de
-un soplo más de vida!
-
-¡Los niños y los viejos son como los polos del mundo! opuestos, pero
-iguales.
-
-En los unos hay el candor prístino, en los otros hay la inofensiva
-debilidad.
-
- ............................«Last scene of all,
- That ends this strange eventful history
- Is second childishness, and more oblivious,
- Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.»
-
-Los unos merecen nuestra atención y nuestro amparo, porque vienen; los
-otros nuestra lástima y nuestro sostén porque se van.
-
-Como la luz del día, bella al nacer, bella al morir, así son ellos.
-El alfa y el omega de la humanidad se encierra en estas dos palabras:
-_nacer y morir_.
-
-Nacer es elevarse, sentir, aspirar; morir, es hundirse en el abismo del
-tiempo. La vida y la muerte son dos instantes solemnísimos.
-
-Pensad en el placer de ver venir al mundo un hijo, placer inefable,
-inmenso, y veréis que sólo es comparable á la amarga pesadumbre de
-ver al objeto querido que nos dió el ser darle á esta vida fugaz y
-transitoria un eterno adiós. ¡Los niños! ¡Ah! ¡los niños son una cifra!
-
-¡Cuántas esperanzas para la madre, para el padre, para la familia
-no encierra el recién nacido! ¡Ellos labrarán algún día la soñada
-felicidad de todos! Gratas esperanzas mecen su cuna. Hasta el egoísmo
-se afana por ellos sin darse cuenta de sus recelos. Si muriera,
-¡cuántas ilusiones desvanecidas!
-
-¡El tiempo pasa, la vejez llega! Todos han desaparecido. Sólo el objeto
-de tantos anhelos y cuidados sobrevive, y solo, solo en el mundo, su
-pecho encierra impenetrables arcanos.
-
-¡Cuántas historias lúgubres no sabe!
-
-¡Sus ojos no lloran ya, su corazón está frío, helado! Pero palpita
-aún. El mundo de los recuerdos es su suplicio. ¡Si pudiera olvidar!
-¿Olvidar? ¡No! Debe arrastrar la pesada cadena de sus decepciones, ó de
-sus remordimientos.
-
-¡Ah! ¡los viejos! No desdeñéis esas existencias retrospectivas, que
-adustas ó risueñas, ocultan en insondables profundidades terribles
-misterios de amor y de odio, de constancia y versatilidad, de nobleza y
-ambición, de generosidad y cálculo frío y meditado.
-
-Si ellos os abrieran su pecho, leeríais allí severas lecciones para
-conformar vuestras acciones; para no incurrir en las mismas faltas y
-errores que ellos cometieron.
-
-Callan, porque son discretos; porque la discreción es la última y la
-más difícil de las virtudes que aprendemos.
-
-¡Ah! ¡Si los viejos hablaran!
-
-¡Si en lugar de contarnos sus grandezas, sus glorias, sus triunfos
-juveniles, nos contaran sus miserias! ¡Cuánto desaliento no nos
-infundirían!
-
-Su silencio es la postrer prueba de amor que nos dan. Ellos son
-como las páginas de un libro atroz. Si hablan con su experiencia,
-desencantan, confunden, anonadan.
-
-No os empeñéis en leerlas.
-
-Amad y respetad á los viejos, no porque hayan sido buenos, sino porque
-deben haber sufrido.
-
-El dolor es fecundo y purifica.
-
-No les creáis cuando haciendo esfuerzos levantan erguida la cerviz,
-diciendo con orgullo insolente como J. J. Rousseau: ¿cuál de vosotros
-ha sido mejor que yo?
-
-Van haciendo su papel en la comedia de la vida.
-
-Todos han sido iguales en un sentido. En otro tribunal que no está en
-este mundo habrá quien les arranque con mano segura el antifaz.
-
-Allí será en vano disimular. Mientras tanto, inclinaos ante sus canas.
-
-¡Quién sabe si cuando lleguéis como ellos al último término de la
-jornada no habéis incurrido en sus mismas debilidades!
-
-La vida es así. Lo que no se hace por amor debe hacerse por caridad; lo
-que no se hace por caridad, debe hacerse por reflexión.
-
-Trabajados por opuestos sentimientos y pasiones, caminamos vacilantes,
-pretendiendo que tenemos confianza en nosotros mismos, y es mentira:
-todo lo esperamos de los demás.
-
-En las tribulaciones pasamos revista de los que nos pueden ayudar, y
-dudando ocurrimos á ellos. Y el último de los castigos, es que nos
-sirvan los que menos obligación de servirnos tienen. Sí, es el último
-castigo de los hombres sin fe.
-
-Viven quejándose de la humanidad, y ella está siempre presente ahí
-para socorrerlos en todo, con su bolsa, su sangre, y su vida. La misma
-blasfemia se escapa siempre de sus labios; haz bien y espera mal.
-
-¡Qué ingratos somos!
-
-La mano que ayer recibió nuestra limosna generosa, mañana nos
-desconocerá, quizá. ¡Pero cuántos hijos pródigos no se cruzarán por
-nuestro camino!
-
-El equilibrio social estaría perturbado si las cosas pasaran de otra
-manera. Y Dios que ha echado á rodar los mundos en los espacios sin
-fin, para que giren eternamente sin chocarse jamás, ha querido que la
-ley consoladora de la solidaridad nunca sufra tampoco perturbación
-alguna.
-
-En buena hora; no esperéis el bien de aquél que recibió vuestros
-favores. Esperadlo, sin embargo, de los desconocidos.
-
-Maldeciréis vuestra estrella, renegaréis de la vida en las amargas
-horas, y al encontraros cara á cara con la muerte tendréis que
-reconocer que los hombres no han sido tan malos.
-
-No hay quien á las puertas de la eternidad maldiga á sus hermanos.
-Sea justicia ó pavor, cuando el cuadrante del tiempo marca el minuto
-solemne entre el ser y no ser, todos se arrepienten del mal que
-hicieron ó del bien que dejaron de hacer.
-
-¡Los viejos! ¡los viejos! no les neguéis, os lo vuelvo á repetir, ni el
-paso, ni la mirada, ni el saludo.
-
-¡Cuesta tan poco complacer á los que con un pie en el último escalón de
-este mundo y otro en el dintel de las puertas de la eternidad esperan
-sin rencor ni odio el instante fatal!
-
-Estanislao tuvo un largo diálogo con Mariano Rosas. En seguida le llegó
-su turno á Baigorrita y demás capitanejos é indios de importancia que
-les acompañaban.
-
-Yo saludé al cacique particularmente, me senté al lado de mi compadre,
-y como el ceremonial no rezaba conmigo, me llamé á sosiego. El
-galope había excitado mi estómago, despertando el apetito. Traté de
-abandonar el campo, pero Baigorrita, que se fastidiaba mucho de aquella
-inacabable letanía de dimes y diretes, me dijo que no me fuera, que le
-esperara, que acamparíamos juntos.
-
-Di mis órdenes, mandé que los caballos los rondaran lejos, en lugar
-seguro, que hicieran campamento allí cerca, en un montecito muy tupido,
-y que nos esperaran con buen fuego, puchero y asado.
-
-Mientras mi compadre se desocupaba, no faltó quien me obsequiara con
-mate; Hilarión me pasó una torta riquísima hecha al rescoldo, y á
-hurtadillas, lo mismo que un niño mimado y goloso delante de las
-visitas, me la manduqué.
-
-No hay quien no conserve algún recuerdo imperecedero de ciertas escenas
-de la vida; éste, de una cena espléndida en el Club del Progreso;
-aquél, de otra en el Plata; el uno, de un almuerzo campestre; el otro,
-de un _lunch_ á bordo. Yo no puedo olvidar la torta cocida entre las
-cenizas que me regaló Hilarión con disimulo, diciéndome: «Para usted
-la tenía, Coronel.» La mirada perspicaz de Mariano Rosas se apercibió
-de ello, y calculando que tenía hambre me hizo pasar un par de palomas
-asadas, diciéndome el conductor, que las había hecho cazar para mí.
-Efectivamente, el doctor Macías fué quien cumplió la orden. Al día
-siguiente lo supe. ¡Pobre Macías! Ya tendré ocasión de ocuparme de él.
-¡Qué pena me daba verle! No habíamos sido nunca amigos. Pero conservaba
-por él ese afecto de escuela que muchas veces vincula más á los
-corazones que la sangre misma. ¡Cuántas veces al través del tiempo, lo
-mismo en el seno de la patria que en extranjera playa, sean cuales sean
-las borrascas que hayan azotado el bajel de nuestra fortuna, el título
-de condiscípulo suele ser un talismán!
-
-Viendo que la charla no cesaba y que amenazaba continuar hasta media
-noche, según el número de personajes que aún no habían cambiado sus
-saludos; viendo también que el negro del acordeón andaba por allí y
-que se preparaba á darnos una serenata, le hice una indicación á mi
-compadre.
-
-Me contestó que no podía retirarse todavía; que me fuera, que más tarde
-iría él.
-
-Mariano Rosas estaba en lo más fuerte del entrevero; lucía su
-remarcable retentiva y hacía gala de sus habilidades oratorias. Le
-hice una seña, como diciéndole, me voy, me contestó con otra, como
-diciéndome, hace bien, esto no es con usted; me levanté, me abrí paso
-por entre una espesa muralla de chusma que escuchaba el parlamento,
-llamé á mi asistente, me acercó el caballo, puse pie en el estribo
-y me disponía á montar, cuando unos _acordes destemplados_ hirieron
-mis oídos, de atrás. ¡Era el negro del acordeón! Al mismo tiempo que
-volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un
-fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista
-estaba _achumado_.
-
-Llegué al montecito donde me esperaba mi gente; el fogón ardía
-resplandeciente lo mismo que una hoguera de la inquisición; daba
-ganas de saltarlo, como los muchachos saltan las fogatas de viruta y
-alquitrán en el día de San Juan. Hay tentaciones irresistibles. Piqué
-mi valiente caballo, pasé por encima del fuego é hice un desparramo.
-Y como ni el asado, ni el puchero, ni la caldera cayeron, todos
-aplaudieron de corazón.
-
-Contento de mi triunfo eché pie á tierra, con más agilidad que otras
-veces, ocupé mi puesto en la rueda y empecé á _pegarle_ al mate.
-
-Mi compadre no venía, cenamos; ordené que le guardaran algo, y antes de
-recogerme mandé ver dónde y cómo estaban los caballos.
-
-Más de veinte formábamos el círculo del fogón. Hablábamos quién sabe
-de qué; de repente oyóse un tropel de caballos. Es Baigorrita, dijeron
-unos. Los jinetes sujetaron casi encima de nosotros, y una voz firme,
-varonil, desconocida para mí, dijo: ¡Buenas noches!
-
---Es Chañilao--dijeron unos.
-
---Buenas noches--dijeron otros.
-
---Eche pie á tierra, si gusta--dije yo, fingiendo que no había reparado
-en el recién llegado. Pero á la vislumbre del fogón había visto
-perfectamente bien su cara.
-
-Chañilao se apeó, y hablando en lengua araucana y haciendo sonar unas
-enormes espuelas, se acercó á mí y con aire indiferente se sentó á mi
-lado.
-
-No me moví.
-
-Nadie excepto los indios lo conocía.
-
-Era un hombre alto, delgado, de facciones prominentes y acentuadas,
-de tez blanca, poco quemada; de largos cabellos castaños, tirando al
-rubio; de ojos azules, vivos, penetrantes; de ancha frente, cortada á
-pico; de nariz recta como la de un antiguo heleno; de boca pequeña,
-cuyos labios apenas resaltaban; de barba aguda, retorcida para arriba,
-en la que se veía un hoyo; lampiño, de modales fáciles; vestido como un
-gaucho rico; llevaba un sombrero de paja de Guayaquil, fino; espuelas
-de plata, y un largo facón de lo mismo atravesado en la cintura;
-rebenque con virolas de oro, y su gran cigarro de hoja en la boca.
-
-Sin cuidarse de mí, habló con varios indios ostentando un aire y un
-tono marcadísimos de superioridad.
-
-Me parecía estudiado.
-
-Les hice una seña á mis ayudantes con el dedo, para que no dijeran
-quién era yo.
-
-Le hice pasar un mate y al recibirlo preguntó:
-
---¿Dónde está el amigo Camilo Arias?
-
-Mi compadre Baigorrita se hacía sentir en ese momento.
-
-
-
-
- XV
-
- Quién es Chañilao.--Su historia.--El carácter es un defecto para
- las medianías.--Diferencia entre el gaucho y el paisano.--El
- primero no es nada, el segundo es siempre federal.--¿Tenemos
- pueblo propiamente hablando?--Sentimientos de un maestro de posta
- cordobés cuando estalló la guerra con el Paraguay.--Chañilao y
- yo.--Frescas.--Intrigas.--Una china.
-
-
-Chañilao es el célebre gaucho cordobés Manuel Alfonso, antiguo morador
-de la frontera de Río 4.º.
-
-Vive entre los indios hace años.
-
-No hay un baqueano más experto, ni más valiente que él. Tiene la carta
-topográfica de las provincias fronterizas en la cabeza.
-
-Ha cruzado la Pampa en todas direcciones millares de veces, desde la
-sierra de Córdoba hasta Patagones, desde la Cordillera de los Andes
-hasta las orillas del Plata.
-
-En ese inmenso territorio, no hay un río, un arroyo, una laguna, una
-cañada, un pasto que no conozca bien.
-
-Él ha abierto nuevas rastrilladas y frecuentado las viejas abandonadas
-ya.
-
-En la peligrosa travesía, donde pocos se aventuran, él conoce escondido
-_guaico_, para abrevar la sed del caminante y de sus caballos.
-
-Ha acompañado á los indios en sus más atrevidas excursiones, y muchas
-veces se salvaron por su pericia y su arrojo.
-
-Sus constantes correrías, de noche, de día, con buen ó mal tiempo,
-llueva ó truene, brille el sol ó esté nublado, haya luna ó esté sombrío
-el cielo,--le han hecho adquirir tal práctica, que puede anticipar los
-fenómenos meteorológicos con la exactitud del barómetro, del termómetro
-y del higrómetro.
-
-Es una aguja de marear humana; su mirada marca los rumbos y los medios
-rumbos, con la fijeza del cuadrante.
-
-Habla la lengua de los indios como ellos, tiene mujer propia y vive
-con ellos. Es domador, enlazador, boleador, pialador. Conoce todos los
-trabajos de campo como un estanciero; ha tenido tratos con Rosas y con
-Urquiza, ha caído prisionero varias veces y siempre se ha escapado,
-gracias á su astucia ó su temeridad.
-
-Poco antes de la batalla de Cepeda le tomaron, junto con veinte indios,
-en la frontera Oeste de Buenos Aires. Sólo él burló la vigilancia de
-los guardias y se salvó.
-
-Es un oráculo para los indios cuando invaden y cuando se retiran; vive
-por desconfianza en _Inché_, treinta leguas más al Sud que Baigorrita,
-á cuya indiada pertenece; tiene séquito y es _capitanejo_, con lo cual
-está dicho todo sobre este tipo, planta verdaderamente oriunda del
-suelo argentino.
-
-Chañilao no es sanguinario; ha vivido entre los cristianos y entre los
-indios alternativamente. En el Río 4.º tiene amigos: Camilo Arias, mi
-fiel é inseparable compañero, es uno de ellos. La última vez que emigró
-de allí fué por prevenciones infundadas.
-
-Ésa es nuestra tierra--como nuestra política suele consistir en hacer
-de los amigos enemigos, parias de los hijos del país,--secretarios,
-ministros, embajadores de los que nos han combatido.
-
-Solemos ser justos con los _nuestros_, con los adversarios somos
-siempre débiles. Solemos ser tolerantes con los que transigen, con los
-que se hacen un honor y un deber de tener conciencia, jamás.
-
-Para ello está reservada la crítica irritante, acerba.
-
-El peor papel que puede representar el patriotismo á los ojos de las
-medianías, es tener carácter.
-
-Más hábiles en el arte de reclutar nulidades, de seducir traficantes y
-especuladores, que dispuestos á admirar el talento y la probidad; más
-capaces de claudicar que de imponerse por la elevación moral, prefieren
-los que se doblegan á los que firmes sobre el pedestal de sus creencias
-tienen la osadía de exclamar: ¡yo pienso así!
-
-¡Ah! ¡si el país no estuviera jadeante! ¡Ah! ¡si no estuviera arraigado
-en todos los corazones el convencimiento de que hay que preparar la
-tierra, antes de arrojar en sus entrañas fecundas la semilla!
-
-¡Ah! ¡si no fuera que el hierro mata! ¡Ah! ¡si no fuera que una verdad
-escrita con sangre es siempre una conquista fratricida!
-
-Camilo me había hablado largamente de Manuel Alfonso. Había sido el
-apoderado de los pocos intereses que dejó en la frontera la última vez
-que huyó de ella. Tenía por él ese cariño respetuoso, que el paisano le
-profesa siempre al gaucho cuando no le cree malo; había sido su maestro
-en los campos; y como aborrecía de muerte á los indios, con los que se
-había batido muchas veces cuerpo á cuerpo, perdiendo dos hermanos en
-dos invasiones, se hacía la ilusión de arrancarlo de su guarida.
-
-Camilo Arias, es igual á Manuel Alfonso en un sentido, su reverso en
-otro.
-
-Camilo sabe tanto como Alfonso; es rumbeador como él, jinete como él,
-valiente como él; pero no es aventurero.
-
-Camilo es un paisano gaucho, pero no es un gaucho.
-
-Son dos tipos diferentes. Paisano gaucho es el que tiene hogar,
-paradero fijo, hábitos de trabajo, respeto por la autoridad, de cuyo
-lado estará siempre, aun contra su sentir.
-
-El gaucho neto, es el criollo errante, que hoy está aquí, mañana allá;
-jugador, pendenciero, enemigo de toda disciplina; que huye del servicio
-cuando le toca, que se refugia entre los indios si da una puñalada, ó
-gana la montonera si ésta asoma.
-
-El primero, tiene los instintos de la civilización; imita al hombre
-de las ciudades en su traje, en sus costumbres. El segundo, ama la
-tradición, detesta al _gringo_; su lujo son sus espuelas, su chapeado,
-su tirador, su facón. El primero se quita el poncho para entrar en
-la villa, el segundo entra en ella haciendo ostentación de todos
-sus arreos. El primero es labrador, picador de carretas, acarreador
-de ganado, tropero, peón de mano. El segundo se conchaba para las
-_yerras_. El primero ha sido soldado varias veces. El segundo formó
-alguna vez parte de un contingente y en cuanto vió luz se alzó.
-
-El primero es siempre _federal_, el segundo ya no es nada. El primero
-cree todavía en algo, el segundo en nada. Como ha sufrido más que la
-_gente de frac_, se ha desengañado antes que ella. Va á las elecciones,
-porque el Comandante ó el Alcalde se lo ordena, y con eso se hace
-sufragio universal. Si tiene una demanda la deja porque cree que es
-tiempo perdido, sea dicho con verdad. En una palabra, el primero es un
-hombre útil para la industria y el trabajo, el segundo es un habitante
-peligroso en cualquier parte. Ocurre al juez, porque tiene el instinto
-de creer que le harán justicia de miedo, y hay ejemplos; si no se
-la hacen, se venga, hiere ó mata. El primero compone la masa social
-argentina, el segundo va desapareciendo. Para los que, metidos en la
-crisálida de los grandes centros de población, han visto su tierra y el
-mundo por un agujero; para los que suspiran por conocer el extranjero,
-en lugar de viajar por su país; para los que han surcado el Océano en
-vapor; para los que saben dónde está Riga, ignorando dónde queda Yaví;
-para los que han experimentado la satisfacción febril de tragarse las
-leguas en ferrocarril, sin haber gozado jamás del placer primitivo de
-andar en carreta, para todos ésos el _gaucho_ es un ser ideal.
-
-No lo han visto jamás.
-
-La libertad, el progreso, la inmigración, la larga y lenta palingenesia
-que venimos atravesando hace dieciocho años lo va haciendo desaparecer.
-
-El día en que haya desaparecido del todo será probablemente aquél en
-que se comprenda que tenemos una masa de pueblo sin alma, que en nada,
-ni en nadie cree; que desparramada en inmensas campañas, no tiene
-iglesias, ni escuelas, ni caminos, ni justicia, nada que la ampare
-eficazmente, que la prepare para el gobierno propio, para la verdad del
-sufragio popular, para el respeto siquiera del extranjero que viene á
-compartir con nosotros todo, menos el dolor porque no nos estima, nada,
-nada en fin, sino un caudillejo armado ó togado que la oprima ó la
-explote.
-
-Sólo entonces tendremos, propiamente hablando, pueblo; pueblo con
-corazón, con conciencia, con convicción y pasión.
-
-Entonces no habrá paisanos honrados, con intereses que perder, que
-encerrándose en el egoísmo, que todo lo seca, hasta el patriotismo,
-sientan solos los animales sociales que pueden asolar su casa.
-
-Entonces no habrá en Córdoba un maestro de posta, hacendado, que
-conteste lo que me contestaron á mí en el Molle.
-
-Era el mes de abril del año 1865. Íbamos de pasajeros, de Mendoza para
-Córdoba en una galera, el doctor don Eduardo Costa, Alejandro Paz y don
-Francisco Civit, todos excelentes compañeros de viaje. En el primero,
-sobre todo, nadie habría sospechado un hombre tan avenido y varonil.
-
-En el Río 4.º el general don Emilio Mitre nos había dado la noticia de
-la primera agresión de López. Teníamos una impaciencia febril de llegar
-á Córdoba, donde se hallaba el doctor Rawson.
-
-En la referida posta le pregunté yo al dueño de casa, que era un vejete
-bastante alentado.
-
---¿Y, qué noticias tiene, paisano?
-
---Ningunas--me contestó.
-
---Pero hombre--agregué asombrado;--¿no sabe usted que los paraguayos
-han invadido la Provincia de Corrientes con cuarenta mil hombres; que
-nos han apresado unos vapores; que han robado, incendiado y cautivado
-muchas familias?
-
-Por toda contestación exclamó, con la tonada consabida:
-
---¡Lo bueno que por aquí no han de llegar!
-
-¡Qué consoladora ingenuidad! Pero qué bien pinta el estado moral de un
-país.
-
-Después de esto habladme cuanto queráis del patriotismo argentino. Yo
-os diré que el patriotismo es una virtud cívica, que no apasiona las
-multitudes sino cuando la noción del deber se ha encarnado en ellas;
-que todo deber responde á un ideal; que la libertad, la religión, la
-patria, el honor nacional son un ideal, pero que ese ideal no está
-sino en la conciencia de cierto número de elegidos.
-
-Tenemos el germen, falta difundirlo.
-
-¿De qué manera? Haciendo que la patria sea para el hombre del pueblo,
-la libertad en todas sus manifestaciones, la justicia, el trabajo bien
-remunerado; no el abuso, el privilegio, la miseria.
-
-Entonces no se encontrará quien diga, lo que frecuentemente se oye:
-¡para lo que yo le debo á la patria!
-
-No basta que las constituciones proclamen que todo ciudadano está
-obligado á armarse en defensa de la patria. Es menester que la patria
-deje de ser un mito, una abstracción, para que todos la comprendan y la
-amén con el mismo acendrado amor. Hay fanatismos necesarios, que si no
-existen se deben crear.
-
-Manuel Alfonso volvió á preguntar por el amigo Camilo Arias.
-
---Que lo llamen--dije yo.
-
-El gaucho, ni me miró siquiera.
-
-Pero comprendiendo quién era, y con la intención sin duda de
-_calmarme_, preguntó.
-
---¿Y cómo se entienden estas paces? Aquí de amigos ya, Calfucurá
-invadiéndolo los porteños.
-
---Mire, amigo--le contesté;--delante de mí no me venga hablando
-barbaridades. Si no le gusta la paz mándese mudar.
-
-Se dió vuelta entonces, me miró, y pegando maquinalmente con el
-rebenque en el suelo unas cuantas veces, repuso:
-
---Yo digo lo que me han dicho.
-
---Pues le repito que es una barbaridad, le contesté.
-
-Me miró con más fijeza y por toda contestación se sonrió maliciosamente
-como diciendo: ¡mozo malo!
-
-Estaba provocativo. Iba mal parado si le aflojaba, así es el gaucho
-taimado.
-
---Y este fogón es mío, le agregué, como diciéndole: «no quiero que en
-él se hablen cosas que no me gustan».
-
---¿Y usted quién es?--repuso, jugando siempre con el rebenque y fijando
-la vista en el fogón.
-
---Averigüe--le contesté.
-
-En ese momento una voz conocida dijo al lado mío:
-
---Orden, señor.
-
-Era Camilo Arias que venía á mi llamado.
-
---Aquí tienes un amigo--le dije, señalándole á Manuel Alfonso.
-
-Los paisanos son generalmente fríos, se saludaron como si se hubieran
-visto el día antes.
-
---Vamos--le dijo Camilo.
-
---Vamos--contestó el gaucho, levantándose. Dió las buenas noches y se
-marchó.
-
-Me quedé sumamente preocupado. En un hombre tan sagaz como él, tan
-conocedor de los indios, tan influyente entre ellos por sus servicios,
-sus conocimientos y su valor, aquellas palabras soltadas en mi fogón,
-revelaban malísima intención.
-
-No había subido aún á caballo Manuel Alfonso, cuando mi compadre
-Baigorrita se presentó.
-
-Echó pie á tierra y se sentó á mi lado; pedí su cena, se la trajeron, y
-sacando el cuchillo, me dijo:
-
---¿Conociendo Chañilao?
-
---Ahí va--le contesté indicándoselo. Acababa de armar un cigarro en ese
-instante y lo encendía, montando ya.
-
---Ahí--dijo mi compadre.
-
---¿Hay algo?--le pregunté á San Martín.
-
---¡Creo que sí!--me contestó.
-
-Baigorrita estaba más pensativo que de costumbre. Sus preguntas, sus
-exclamaciones, su aire sombrío, acabaron de convencerme de que Manuel
-Alfonso no había venido á mi fogón á hablar de la paz y de Calfucurá
-sin objeto.
-
-¿Qué podía haber?
-
-En vísperas de una gran junta, cualquier mala disposición era alarmante.
-
---¿Hay alguna cosa, compadre?--le hice preguntar á Baigorrita con San
-Martín.
-
---Sí, compadre--me contestó él mismo.
-
-Habló con San Martín y en seguida me dijo éste:
-
-Que Mariano Rosas le había contado muchas cosas de mí; que estando
-acampado en Calcumuleu los había tratado muy mal á los indios; que á él
-le había mandado decir una porción de desvergüenzas; y que yo era muy
-altanero.
-
-Le referí todo lo que había sucedido y su respuesta fué por boca de San
-Martín:
-
---Alguna intriga, compadre, porque nos ven de amigos.
-
-Comprendí todo.
-
-Durante mi permanencia en Quenque, me habían hecho la cama en Leubucó.
-
-Mi compadre acabó de cenar, él y yo éramos los únicos que quedaban al
-lado del fogón; los demás se habían recogido.
-
---Vamos á dormir, compadre--le dije.
-
---Bueno--me contestó.
-
-Llamé á Carmen.
-
-Me enseñó mi cama. Estaba al pie de un hermoso caldén.
-
-Me sentaba en ella, cuando una china se apeó allí cerca del caballo, y
-viniendo á mí me dijo con aire misterioso:
-
---Tengo que hablarle.
-
-
-
-
- XVI
-
- Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado á los de
- Leubucó.--Censura pública.--Nubes diplomáticas.--Camargo conocía bien
- á los indios.--Confío en él.--Camilo y Chañilao no se entienden.--En
- marcha para la junta grande.--Quieren que salude á quien no debo.--Me
- niego á ello.--Ceden saludos.--Empieza la conversación.--Discurso
- inaugural.--Entusiasmo que produce Mariano Rosas.--El debate.--Un
- tonto no será nunca un héroe.
-
-
-Al día siguiente, antes de amanecer, ya sabía yo con interesantes
-detalles, qué intrigas habían tenido lugar en Leubucó, mientras había
-andado por Quenque.
-
-La noticia de mi compadrazgo con Baigorrita había producido mal efecto
-en Mariano Rosas.
-
-La consagración de ese vínculo es tan sagrado para los indios, que
-aquél se alarmó de una amistad naciente, sellada con el bautismo del
-hijo mayor de su aliado.
-
-Sus allegados, en lugar de tranquilizarlo, halagaban sus
-preocupaciones, diciéndole que no se descuidara, que estuviese en
-guardia.
-
-Mi conducta era públicamente censurada; se me acusaba de haber tratado
-descortésmente á los indios, desde el día en que llegué á Aillancó.
-Se me hacía el cargo de no haber avisado con anticipación mi viaje;
-criticaban mi mezquindad, comparándola con la magnificencia del
-padre Burela, conductor de cincuenta cargas de bebida: decían que no
-era bueno; que les había impuesto el tratado de paz, mandándoles un
-ultimátum; que había llevado un instrumento para medir las tierras;
-que eso era porque los cristianos se preparaban para una invasión; que
-el tratado no tenía más objeto que entretener á los indios para ganar
-tiempo.
-
-El padre Burela parecía ajeno á estas murmuraciones. Pero no las había
-reprobado; y no teniendo nada que hacer en la junta, se hallaba al lado
-de Mariano Rosas. Con él estaba la noche antes, dábase los aires de un
-valido y pretendía que Baigorrita le había desairado, haciéndome su
-compadre, queja asaz extraña en un sacerdote.
-
-El horizonte diplomático se me presentaba cargado de nubes.
-
-La persona que se había tomado el trabajo de venir furtivamente á
-contarme lo que había pasado durante mi ausencia para que estuviera
-prevenido, opinaba que tendríamos una junta tumultuosa.
-
-Las voces malignas que traía Chañilao, hacían más vidriosa la situación.
-
-Antes de estar en mi fogón había estado en el sitio donde parlamentaba
-Mariano Rosas; había hablado con él y con otros; había desparramado sus
-noticias, y la atmósfera de desconfianza se había hecho.
-
-Rayaba el día cuando llegó un mensajero de Mariano Rosas; mandaba
-informarse de cómo había pasado la noche y prevenirme que en cuanto
-saliera el sol nos moveríamos y que la señal sería un toque de corneta.
-
-Le contesté que había pasado la noche sin novedad; que me alegraba de
-que él y su gente hubiesen dormido bien; y que estaba á su disposición.
-
-Hice llamar á Camilo Arias, ordené que arrimaran los caballos, púsose
-toda mi gente en pie y nos aprestamos á marchar.
-
-Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos mate.
-
-Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me había sucedido con
-Chañilao; lo que había pasado en Leubucó durante nuestro paseo por las
-tierras de Baigorrita; lo que Mariano Rosas había conversado con éste;
-y le pedí que me diera con franqueza su opinión.
-
-Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza. Me
-tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo tiene sus misterios. Él
-conocía bien los del suyo, como nadie quizá.
-
-Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque; que se había
-hecho devolver los estribos que le robaron en el toldo de Caiomuta y
-las demás prendas que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle
-su proceder.
-
-Llegaron los caballos y Camilo.
-
-Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su entrevista con
-Manuel Alfonso.
-
-Habían dormido juntos; no se habían entendido, porque el gaucho no
-había simpatizado conmigo; pero se habían separado amigos.
-
-Se oyó un toque de corneta.
-
-Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á caballo y nos
-movimos, rompiendo la marcha en dispersión.
-
-Á poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas, coronando la cumbre
-de una cuchilla.
-
-Tocaron alto, llamada y reunión.
-
-Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría hecho una tropa
-disciplinada.
-
-Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito nos pusimos al frente
-de la línea, y en ese orden avanzamos.
-
-La indiada de Mariano Rosas hizo la misma maniobra. Las dos líneas
-marchaban á encontrarse. Seríamos trescientos de cada parte.
-
-El sol se levantaba en ese momento inundando la azulada esfera con
-su luz, la atmósfera estaba diáfana; los más lejanos objetos se
-transparentaban, como si se hallaran á corta distancia del observador;
-el cielo estaba despejado, sólo una que otra nube nacarada navegaba por
-el vacío, con majestuosa lentitud; la blanda brisa de la mañana apenas
-agitaba la grama color de oro; el rocío, salpicando los campos, los
-hacía brillar como si estuvieran cubiertos por inmenso manto de rica y
-variada pedrería.
-
-Cuando las dos líneas que avanzaban al paso estuvieron á cincuenta
-metros una de otra, los clarines y cornetas tocaron alto, y las dos
-indiadas se saludaron golpeándose la boca.
-
-Los ecos se perdían por los aires, quedaba todo en el más profundo
-silencio, y los gritos se repetían.
-
-Nadie llevaba armas; todo el mundo montaba excelentes caballos, vestía
-su mejor ropa y ostentaba las prendas de plata y los arreos más ricos
-que tenía.
-
-Mariano Rosas destacó un indio; Baigorrita otro; colocáronse
-equidistantes de las dos líneas; cambiaron _sus razones_, y volvieron á
-sus respectivos puntos de partida.
-
-Los dos caciques acababan de saludarse y de invocar la protección de
-Dios para deliberar con acierto.
-
-Tocaron atención, dieron voces de mando en lengua araucana, la segunda
-fila de cada línea retrocedió dos pasos, los que miraban al Norte
-giraron á la izquierda, tocaron marcha y las dos líneas quedaron
-formadas en alas.
-
-Mariano Rosas destacó un indio que se acercó á mí y me habló en su
-lengua.
-
-Camargo, haciendo de lenguaraz, me dijo:
-
---Dice el general Mariano que eche pie á tierra para saludar al padre
-Burela.
-
-Me pareció haber entendido mal.
-
---¿Para saludar á quién?--le pregunté á Camargo con extrañeza.
-
---¡Al padre Burela!--me contestó.
-
---¿Al padre Burela?--exclamé mirando á los franciscanos y á mis
-oficiales.
-
---Es pretensión--agregué.
-
---Dile, proseguí, dirigiéndome á Camargo, que le conteste á Mariano que
-yo no tengo que saludar al padre Burela, que soy aquí el representante
-del Presidente de la República, que en todo caso es el padre Burela
-quien debe saludarme á mí.
-
-El mensajero se marchó y yo me quedé refunfuñando. Estaba indignado.
-
-Lo que pasaba no era más que la consecuencia de las intrigas de Leubucó.
-
-Volvió el indio insistiendo en lo mismo.
-
-Contesté con malísimo modo, que antes que hacer lo que se me exigía, me
-_cortaría_ con mi gente, que hicieran la junta sin mí, si querían, que
-yo no estaba para bromas.
-
-Llevó el indio mi contestación.
-
-Baigorrita que entendía todo lo que yo contestaba, porque Camargo lo
-repetía en lengua araucana, me hizo decir:
-
---Echemos pie á tierra, compadre.
-
-Mariano Rosas recibió mi contestación sin visible alteración;
-conferenció con sus consejeros y su embajador volvió por tercera vez,
-diciéndome:
-
---Dice el General que es para saludar á todos.
-
---Eso es otra cosa--contesté.
-
-Y esto diciendo, mandé echar pie á tierra á los míos haciéndolo yo
-primero.
-
-Mariano Rosas y los suyos me imitaron.
-
-Vino otro indio, habló con Camargo, y siguiendo las indicaciones de
-éste, comenzó el ceremonial.
-
-Mariano Rosas y su séquito estaban formados en ala; Baigorrita y mi
-séquito lo mismo, es decir, que mi izquierda venía á quedar frente á la
-derecha de aquél.
-
-Tiramos á la derecha marchando al Naciente unos cuantos pasos,
-volvimos á girar al Norte, seguimos hasta quedar perpendicularmente
-á la izquierda del séquito de Mariano Rosas, que permanecía inmóvil,
-formando un ángulo, y los saludos empezaron, consistiendo en fuertes
-apretones de manos y abrazos.
-
-Desfilamos por delante de aquéllos, y cuando Baigorrita estrechaba
-la mano de Mariano Rosas y yo la de Epumer, mi cola, hablando
-militarmente, se abrazaba con el último indio del séquito de Mariano
-Rosas.
-
-Hecho esto, seguimos desfilando, hasta que el último de mis asistentes
-saludó á aquél, y volvimos á ocupar el puesto en que estábamos al echar
-pie á tierra.
-
-En seguida Mariano Rosas y los suyos avanzaron veinte pasos;
-Baigorrita, yo y los míos hicimos simultáneamente otro tanto, formando
-dos pelotones.
-
-Las dos líneas de jinetes formaron un círculo conversando á vanguardia,
-á derecha é izquierda, sus respectivas alas; echaron pie á tierra
-Mariano Rosas y los suyos; Baigorrita, yo y los míos quedamos
-encerrados en dos círculos concéntricos, formado el exterior por
-caballos y el interior por indios.
-
-Todas estas evoluciones se hicieron en silencio, con orden, revelando
-que estaban sujetos á una regla de ordenanza conocida.
-
-Ningún indio maneó ni ató su caballo en las pajas. Sólo le bajó las
-riendas. Los mansos animales ni se movían de su puesto.
-
-Mariano Rosas invitó á todo el mundo á sentarse.
-
-Nos sentamos, pues, sobre el pasto humedecido por el rocío de la noche,
-sin que nadie tendiera poncho, ni carona, cruzando las piernas á la
-turca.
-
-Mariano Rosas me cedió á su lenguaraz José; colocóse éste entre él y
-yo, y el parlamento empezó.
-
-Yo estaba bajo la influencia desagradable de las revelaciones que me
-habían hecho y fastidiado con la pretensión rechazada de que saludara
-al padre Burela.
-
-Apoyé los codos en las rodillas, y ocultando la cara entre las manos,
-me dispuse á escuchar el discurso inaugural de Mariano Rosas.
-
-El lenguaraz me previno que todavía no empezaba á hablar conmigo.
-
-El cacique general tomó la palabra y habló largo rato, unas veces con
-templanza, otras con calor, ya bajando la voz hasta el punto de no
-percibirse los vocablos, ya á gritos; ora accionando, con la vista fija
-en tierra, ora mirando al cielo. Por momentos, cuando su elocuencia
-rayaba, sin duda, en lo sublime, sacudía la cabeza y estremecía el
-cuerpo como poseído de un ataque epiléptico.
-
-Las palabras: _Presidente_, _Arredondo_, _Mansilla_, _yeguas_,
-_achúcar_, _yerba_, _tabaco_, _plata_ y otras castellanas que los
-indios no tienen, flotaban entre la peroración á cada paso.
-
-Los oyentes aprobaban y desaprobaban alternativamente.
-
-Cuando aprobaban, el orador bajaba la voz; cuando desaprobaban, gritaba
-como un condenado.
-
-Terminado el discurso inaugural, en medio de entusiastas
-manifestaciones de aprobación, llegó el turno del debate.
-
-El cacique empezó por invocar á Dios.
-
-Me dijo que protegía á los buenos, y castigaba á los malos; me habló
-de la lealtad de los indios, de las _paces_ que en otras épocas habían
-tenido, que si habían fallado, no había sido por culpa de ellos; me
-hizo un curso sobre la libertad con que entre ellos se procedía; agregó
-que por eso había reunido los principales capitanejos, los indios más
-importantes por su fortuna ó por sus años para que dijesen si les
-gustaba el tratado, porque él no hacía sino lo que ellos querían; que
-su deber era velar por su felicidad; que él no les imponía jamás, que
-entre los indios no sucedía como entre los cristianos, donde el que
-mandaba, mandaba; y terminó pidiéndome leyera los artículos del tratado
-referentes á la donación trimestral de yeguas, etc., etc.
-
-Me disponía á contestar, cuando oí que le gritaban con desprecio al
-doctor Macías, que teniendo al hombro una escopeta, regalo mío á
-Mariano Rosas, se había confundido con su gente.
-
---¡Afuera! ¡afuera el _Doctor_!
-
-El pobre Macías agachó la cabeza, y resignado á su suerte se alejó de
-allí, siendo objeto de las risas y rechifles de los indios más ladinos
-y de algunos cristianos.
-
-Metí la mano al bolsillo, saqué mi libro de memorias; busqué en él el
-extracto del tratado de paz, y procurando imitar la mímica oratoria de
-la escuela ranquelina, tomé la palabra.
-
-Expliqué el tratado, punto por punto; hablé de Dios, del Diablo, del
-cielo, de la tierra, de las estrellas, del sol y de la luna; de la
-lealtad de los cristianos, del deseo que tenían de vivir en paz con los
-indios, de ayudarlos en sus necesidades, de enseñarles el trabajo,
-de hacerlos cristianos para que fueran felices, del Presidente de la
-República, del general Arredondo y de mí.
-
-Éste fué mi primer discurso.
-
-Es posible que entre cristianos me hubieran aplaudido.
-
-El efecto que produjo mi retórica y mi acción entre los bárbaros lo
-deduje viendo al indio que me robó los guantes en Quenque, los cuales
-se había puesto, dormido como una piedra á mi lado.
-
-Paturot fué más feliz que yo, la primera vez que de la noche á la
-mañana se vió convertido en orador republicano popular.
-
-Decididamente estamos destinados á recorrer una escala interminable de
-desengaños en la complicada travesía por este pícaro mundo.
-
-No hay más, digan lo que quieran ciertos fanáticos, ni un tonto
-será nunca un héroe, porque la palabra héroe, despertando la idea
-de grandeza, implica inteligencia; ni yo he nacido para orador
-ministerial, mucho menos entre los indios.
-
-
-
-
- XVII
-
- Repito la lectura de los artículos del tratado de paz.--Los indios
- piden más que comer.--Mi elocuencia.--Mímica.--Dificultades.--El
- recurso de un sermón de Viernes Santo me salva.--El representante
- de la _Liberté_ de Bruselas y yo.--Cargos mutuos.--Argumentos
- etnográficos.--Recursos oratorios.--En el banco de los
- acusados.--Interpelaciones _ad hominem_.--El traidor
- calla.--Redoblo mi energía é impongo con ella.--Se establece la
- calma.--Apéndice.--Once mortales horas en el suelo.
-
-
-Mariano Rosas me exigió que repitiera la lectura de los artículos
-que estipulaban la entrega de yeguas, hierba, azúcar, tabaco, etc.,
-diciéndome que quería que todos los indios se enterasen bien de la paz
-que se iba á hacer.
-
-Esta última frase, _que se iba á hacer_, dicha después de estar
-firmado, ratificado y canjeado el tratado de paz, era otra originalidad
-verdaderamente ranquelina.
-
-No una vez sino varias la había oído ya. Me hacía muy mal efecto.
-
-Las disposiciones de los indios en aquellos momentos, no eran las
-más favorables para obtener de ellos un triunfo oratorio; y la junta
-parecía que iba á tomar el carácter de un _meeting_, aprobatorio ó
-reprobatorio, de la conducta del Cacique.
-
-Lo deducía de que varias veces me había soltado esta frase: «recién voy
-á dar cuenta á mis indios de lo que hemos arreglado, y lo que ellos
-decidan, eso será lo que se haga.»
-
-Yo estaba prevenido desde la noche anterior.
-
-Accedí á la exigencia, leyendo otra vez los artículos del tratado que
-más preocupaban ó interesaban.
-
-Comer será siempre un capítulo primordial para la humanidad.
-
-Varias voces gritaron en araucano:
-
---¡Es poco! ¡Es poco!
-
-Lo comprendí porque ciertos cristianos repitieron la frase en
-castellano, con intención, apoyándola con repetidos ¡sí! ¡sí!
-
-Mariano Rosas, notando aquello, me echó un discurso sobre la pobreza de
-los indios, exigiéndome la entrega de más cantidad de yeguas, yerba,
-azúcar y tabaco.
-
-Contesté que los indios eran pobres porque no amaban el trabajo; que
-cuando le tomaran gusto se harían tan ricos como los cristianos, y que
-yo no podía comprometerme á dar más de lo convenido, que no era poco,
-sino mucho.
-
---¡Es poco! ¡es poco!--volvieron á gritar varios á una.
-
---Lo ve usted--me dijo Mariano Rosas, que no me trataba ya de
-hermano,--dicen que es poco.
-
---Lo veo--le contesté;--pero es que no es poco, al contrario, es mucho.
-
---¡Poco! ¡poco! ¡poco!--gritaron simultáneamente más voces que antes.
-
-Tomé la palabra, volví á leer los artículos del tratado estipulando la
-entrega de yeguas, etc., los comparé con lo que se les entregaba á las
-indiadas de Calfucurá, y probé que iban á recibir más que ellos.
-
---Díganme que no es cierto--exclamaba yo, viendo que nadie había
-contradicho mis demostraciones. Y aprovechando la coyuntura, fulminé
-mis rayos oratorios contra Calfucurá.
-
---Calfucurá--les dije,--ha roto la paz porque es un indio muy pícaro y
-de muy mala fe que no teme á Dios. Ha sabido que lo que hemos arreglado
-con Mariano Rosas para estas paces es más de lo que él recibe, y se
-ha vuelto á hacer enemigo de los cristianos, diciendo que los indios
-ranqueles son preferidos. Pero todo es para ver si consigue que le den
-lo mismo que estas indiadas van á recibir por el tratado de paz que ya
-hemos arreglado con mi hermano.
-
-Y al decir _mi hermano_, acentuaba la palabra cuanto podía y me dirigía
-á Mariano Rosas.
-
---Ya ven ustedes--gritaba con toda la fuerza de mis pulmones y mímica
-indiana, para que todos me oyeran y creyendo seducirles con mi
-estilo,--cómo los indios ranqueles son preferidos á los de Calfucurá.
-
-Mariano Rosas me preguntó, que cuántas yeguas se debían ya á los indios
-por el tratado.
-
-Quería decir que desde cuándo había empezado á tener fuerza.
-
-Como se ve, el tratado era y no era el tratado.
-
-Le contesté que el tratado obligaba á los cristianos desde el día en
-que el Presidente de la República le había puesto su firma al pie.
-
-Me contestó que él había creído que era desde el día en que me lo
-devolvió aprobado.
-
-Le contesté que no.
-
-Me preguntó que cuándo lo había firmado el Presidente de la República.
-
-Satisfice su pregunta, y entonces, haciendo sus cuentas, me dijo que ya
-se les debía tanto.
-
-Expliqué lo que antes le había explicado en Leubucó, lo que es el
-Presidente de la República, el Congreso y el Presupuesto de la Nación.
-Les dije que el Gobierno no podía entregar inmediatamente lo convenido,
-porque necesitaba que el Congreso le diera la plata para comprarlo, y
-que éste antes de darle la plata tenía que ver si el tratado convenía ó
-no.
-
-Eso era lo que en cumplimiento de órdenes recibidas debía yo explicar,
-como si fuera tan fácil hacerles entender á bárbaros lo que es nuestra
-complicada máquina constitucional.
-
-Pero por lo pronto, continué diciéndoles: Se va á entregar algo á
-cuenta, lo demás se completará cuando el Congreso apruebe el tratado.
-El Presidente de la República quiere manifestarles de ese modo á los
-indígenas su buena voluntad.
-
-Mientras yo hacía estas observaciones, me parecía que entre la manera
-de discurrir de los indios y la mía, había una perfecta similitud.
-
-Mariano Rosas, me decía para mis adentros, mientras mi lengua
-funcionaba, ha firmado el tratado, yo lo creía concluido, y ahora
-resulta que la junta lo puede anular. Pues es lo mismo que sucede con
-el Presidente y el Congreso.
-
-¿No es verdad que el caso era idéntico? Los extremos se tocan.
-
-Esperaba una interpelación de Mariano Rosas.
-
-Varios indios la hicieron antes que él.
-
---¿Y si el Congreso no aprueba el tratado--preguntaron,--ya no habrá
-paz?
-
-Ponte, Santiago amigo, en mi caso, y dime si no te habrías visto en
-figurillas como yo para contestar.
-
-Contesté que eso no sucedería, que el Congreso y el Presidente eran muy
-amigos, que el Congreso le había de aprobar lo que había hecho, que así
-hacía siempre; dándole toda la plata que necesitaba.
-
-Mariano Rosas me dijo:
-
---¿Pero el Congreso puede desaprobar?
-
-Yo no podía confesar que sí; me exponía á confirmar la sospecha de que
-los cristianos sólo trataban de ganar tiempo; recurrí á la oratoria y á
-la mímica, pronuncié un extenso discurso lleno de fuego, sentimental,
-patético.
-
-Ignoro si estuve inspirado.
-
-Debí estarlo ó debieron entenderme; porque noté corrientes de
-aprobación.
-
-La elocuencia tiene sus secretos.
-
-Yo me acuerdo siempre, en ciertos casos, cuando veo á la muchedumbre
-conmovida por la resonancia de una dicción eufónica, rimbombante,
-sonora, de un predicador catamarqueño.
-
-Predicaba un sermón de Viernes Santo.
-
-Un muchacho oculto en el fondo del púlpito se lo soplaba.
-
-Había llegado á lo más tocante, al instante en que el Redentor va
-á expirar ya ultimado por los fariseos. La agonía del mártir había
-empezado á arrancar lágrimas de los fieles, amargos sollozos vibraban
-en las bóvedas del templo.
-
-El predicador conmovido á su vez, iba perdiendo el hilo. Miró al fondo
-del púlpito; el muchacho se había dormido.
-
-Era imposible continuar hablando.
-
-Recurrió á la mímica.
-
-Cicerón lo ha dicho: _quasi sermo corporis_. Esta vez quedó probado.
-
-El dolor crecía como la marea. No había más que ayudar un poco para
-producir la crisis y completar el cuadro.
-
-Á falta de palabras, el orador apeló á sus brazos y á sus pulmones;
-accionaba y se estremecía dando ayes desgarradores.
-
-El auditorio sobreexcitado, jadeante, aturdido por sus propios gemidos,
-nada oía. Veía, sentía, calculaba que el predicador debía estar sublime
-y lo ahogaba con su lloro y sus lamentaciones.
-
-La sacra efigie inclinó la cabeza por última vez, una oleada de dolor
-estremeció á todo el mundo y el predicador desapareció.
-
-Últimamente en Bruselas, en un banquete de periodistas presidido por el
-rey Leopoldo, el más aplaudido de los oradores ha sido el representante
-de _La Liberté_ de París.
-
-Á los repetidos, que hable _La Liberté_, se puso de pie.
-
-Las luces, el vino, la penosa elaboración de la digestión de una comida
-opípara, la charla, habían ya producido en todos una especie de mareo.
-
-Era un rapaz vivo como él solo.
-
---Señores--dijo,--en presencia de _sa majesté_, ¡aplausos!
-
-No le dejaban continuar.
-
-Comenzó á mover la cabeza, á batir los brazos como remos, ¡aplausos!
-¡hurrahs!
-
---_Liberté!_--dijo,--¡más aplausos! ¡más hurrahs!
-
---_Egalité!_ ¡dobles aplausos! ¡dobles hurrahs!
-
---_Fraternité!_ ¡triples aplausos! ¡triples hurrahs!
-
-El orador deja de hablar, los aplausos, los hurrahs cesan por fin, y un
-éxito completo corona el triunfo de la pantomima sentimental sobre el
-arte ciceroniano.
-
-Hay resortes de los que no se debe abusar. Traté de no gastar los míos.
-
-Dejé la palabra, viendo que los oyentes estaban convencidos de que el
-Presidente y el Congreso no se habían de pelear por cuatro reales, ni
-por un millón, ni por cosas mayores.
-
-Mariano Rosas la tomó.
-
-Me preguntó con qué derecho habíamos ocupado el Río 5.º; dijo que esas
-tierras habían sido siempre de los indios, que sus padres y sus abuelos
-habían vivido por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá, por
-el cerrillo de la Plata y Langheló; agregó que no contentos con eso
-todavía, los cristianos querían _acopiar_ (fué la palabra de que se
-valió) más tierra.
-
-Estas interpelaciones y cargos hallaron un eco alarmante.
-
-Algunos indios estrecharon la rueda, acercándose á mí para escuchar
-mejor lo que contestaba.
-
-Me pareció cobardía callar contra mis sentimientos y mi conciencia,
-aunque el público se compusiera de bárbaros.
-
-Siempre con los codos en los muslos y la cara entre las manos, fija la
-mirada en el suelo, tomé la palabra y contesté:
-
-Que la tierra no era de los indios, sino de los que la hacían
-productiva trabajando.
-
-No me dejó continuar, é interrumpiéndome, me dijo:
-
---¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido en ella?
-
-Le contesté que si creía que la tierra donde nacía un cristiano era de
-él; y como no me interrumpiera proseguí:
-
---Las fuerzas del Gobierno han ocupado el Río 5.º para mayor seguridad
-de la frontera; pero esas tierras no pertenecen á los cristianos
-todavía; son de todos y no son de nadie; serán algún día de uno, de dos
-ó de más, cuando el Gobierno las venda, para criar en ellas ganados,
-sembrar trigo, maíz.
-
-¿Usted me pregunta con qué derecho acopiamos la tierra?
-
-Yo les pregunto á ustedes ¿con qué derecho nos invaden para acopiar
-ganados?
-
---No es lo mismo--me interrumpieron varios;--nosotros no sabemos
-trabajar; nadie nos ha enseñado á hacerlo como á los cristianos, somos
-pobres, tenemos que ir á malón para vivir.
-
---Pero ustedes roban lo ajeno--les dije,--porque las vacas, los
-caballos, las yeguas, las ovejas que se traen no son de ustedes.
-
---Y ustedes los cristianos--me contestaron,--nos quitan la tierra.
-
---No es lo mismo--les dije:--primero, porque nosotros no reconocemos
-que la tierra sea de ustedes, y ustedes reconocen que los ganados que
-nos roban son nuestros; segundo, porque con la tierra no se vive, es
-preciso trabajarla.
-
-Mariano Rosas observó:
-
---¿Por qué no nos han enseñado ustedes á trabajar, después que nos han
-quitado nuestros ganados?
-
---¡Es verdad! ¡es verdad!--exclamaron muchas voces, flotando un
-murmullo sordo por el círculo de cabezas humanas.
-
-Eché una mirada rápida á mi alrededor, y vi brillar más de una cara
-amenazante.
-
---No es cierto que los cristianos les hayan robado á ustedes nunca sus
-ganados--les contesté.
-
---Sí, es cierto--dijo Mariano Rosas;--mi padre me ha contado que en
-otros tiempos, por las Lagunas del Cuero y del Bagual había muchos
-animales alzados.
-
---Eran de las estancias de los cristianos--les contesté.--Ustedes son
-unos ignorantes que no saben lo que dicen; si fueran cristianos, si
-supieran trabajar, sabrían lo que yo sé; no serían pobres, serían ricos.
-
-Oigan, bárbaros, lo que os voy á decir:
-
-Todos somos hijos de Dios, todos somos argentinos.
-
---¿No es verdad que somos argentinos?--decía mirando á algunos
-cristianos; y esta palabra mágica, hiriendo la fibra sensible del
-patriotismo, les arrancaba involuntarios:--Sí, somos argentinos.
-
-Y ustedes también son argentinos, les decía á los indios. ¿Y si no, qué
-son? les gritaba; yo quiero saber lo que son.
-
-¿Contéstenme, díganme, qué son?
-
-¿Van á decir que son indios?
-
-Pues yo también soy indio.
-
-¿Ó creen que soy _gringo_?
-
-Oigan lo que les voy á decir:
-
-Ustedes no saben nada, porque no saben leer; porque no tienen libros.
-Ustedes no saben más de lo que les han oído á su padre ó á su abuelo.
-Yo sé muchas cosas que han pasado antes.
-
-Oigan lo que les voy á decir para que no vivan equivocados.
-
-Y no me digan que no es verdad lo que están oyendo; porque si á
-cualquiera de ustedes le pregunto cómo se llamaba el abuelo de su
-abuelo no me sabrían dar razón.
-
-Pero los cristianos sabemos esas cosas.
-
-Oigan lo que les voy á decir:
-
-Hace muchísimos años que los _gringos_ desembarcaron en Buenos Aires.
-
-Entonces los indios vivían por ahí donde sale el sol, á la orilla de
-un río muy grande; eran puros hombres los _gringos_ que vinieron, y no
-traían mujeres; los indios eran muy zonzos, no sabían andar á caballo,
-porque en esta tierra no había caballos; los _gringos_ trajeron la
-primer yegua y el primer caballo, trajeron vacas, trajeron ovejas.
-
-¿Qué están creyendo ustedes?
-
-Ya ven cómo no saben nada.
-
---No es cierto--gritaron algunos,--lo que está diciendo ese.
-
---No sean bárbaros, no me interrumpan, óiganme--les contesté, y
-proseguí:
-
-Los _gringos_ les quitaron sus mujeres á los indios, tuvieron hijos en
-ellas, y es por eso que les he dicho que todos los que han nacido en
-esta tierra son indios, no _gringos_.
-
-Óiganme con atención.
-
-Ustedes eran muy pobres entonces, los hijos de los _gringos_, que son
-los cristianos, que somos nosotros, indios como ustedes, les hemos
-enseñado una porción de cosas. Les hemos enseñado á andar á caballo, á
-enlazar, á bolear, á usar poncho, chiripá, calzoncillos, bota fuerte,
-espuela, chapeado.
-
---No es cierto--me interrumpió Mariano Rosas;--aquí había vacas,
-caballos y todo antes que vinieran los _gringos_, y todo era nuestro.
-
---Están equivocados--les contesté;--los _gringos_, que eran los
-españoles, trajeron todas esas cosas. Voy á probárselo:
-
-Ustedes le llaman al caballo _cauallo_, á la vaca _uaca_, al toro
-_toro_, á la yegua _yegua_, al ternero _ternero_, á la oveja _oveja_,
-al poncho _poncho_, al lazo _lazo_, á la hierba _hierba_, al azúcar
-_achúcar_ y á una porción de cosas lo mismo que los cristianos.
-
-¿Y por qué no les llaman de otro modo á esas cosas?
-
-Porque ustedes no las conocían hasta que las trajeron los _gringos_. Si
-las hubieran conocido les habrían dado otro nombre.
-
-¿Por qué le llaman al hermano _peñi_?
-
-Porque antes de que vinieran los padres de los cristianos ustedes ya
-sabían lo que era hermano.
-
-¿Por qué le llaman á la luna _quién_, y no luna, como los cristianos?
-Por la misma razón. Porque antes de que vinieran los _gringos_ á
-Buenos Aires, ya la luna estaba en el cielo y ustedes la conocían.
-
-No pudiendo Mariano refutar esta argumentación etnológica, me contestó
-irritado:
-
---¿Y qué tiene que ver todo eso con el tratado de paz? ¿Cuándo yo le he
-preguntado esas cosas para que me las diga?
-
---¿Y qué tienen que ver las preguntas que usted me ha hecho con el
-tratado de paz que ya está firmado por usted? ¿Acaso he venido á la
-junta para que lo aprueben? Ya está aprobado por usted y lo tiene que
-cumplir.
-
---¿Y ustedes lo cumplirán?--me contestó.
-
---Sí, lo cumpliremos--repuse:--porque los cristianos tenemos palabra de
-honor.
-
---Dígame, entonces, si tienen palabra de honor--repuso,--¿por qué
-estando en paz con los indios, Manuel López hizo degollar en el Sauce
-doscientos indios? Dígame entonces si tienen palabra, ¿por qué estando
-en paz con los indios, su tío Juan Manuel Rosas mandó degollar ciento
-cincuenta indios en el cuartel del Retiro? (cito casi textualmente sus
-palabras).
-
---¡Que diga! ¡que diga!--gritaron varios indios.
-
-La junta empezaba á tomar todo el aspecto de la efervescencia popular,
-y yo de embajador, me convertía en acusado.
-
---Á mí no me pidan cuentas--les dije,--de lo que han hecho otros; el
-Presidente que ahora tenemos no es como los otros que antes teníamos.
-Yo también les pido á ustedes cuenta de las matanzas de cristianos que
-han hecho los indios siempre que han podido, y devolviéndole la pelota
-á Mariano Rosas, le pregunté:
-
---¿Qué tienen que hacer las degollaciones de López y de Rosas con el
-tratado de paz?
-
-No le di tiempo para que me contestara y proseguí:
-
---Ustedes han hecho más matanza de cristianos que los cristianos de
-indios.
-
-Inventé todas las matanzas imaginables, y las relaté junto con las que
-recordaba.
-
---¡Winca! ¡winca! ¡mintiendo!--gritaron algunos.
-
-Y en varios puntos del círculo se hizo como un tumulto.
-
-Era el peor de los síntomas.
-
-Varios de mis ayudantes se habían retirado guareciéndose bajo la sombra
-de un algarrobo.
-
-El sol quemaba como fuego, y hacía ya largas horas que la discusión
-duraba.
-
-Á mi lado no habían quedado más que los dos frailes franciscanos y el
-ayudante Demetrio Rodríguez.
-
-Viendo que la situación se hacía peligrosa, lo miré á mi compadre
-Baigorrita, que no había hablado una palabra, permaneciendo inmóvil
-como una estatua. No hallé su mirada.
-
-Busqué otras caras conocidas para decirles con los ojos: Aplaquen esta
-turba desenfrenada.
-
-Todas ellas estaban atónitas.
-
-Si me miraban no me veían.
-
---Es que--dijo Mariano Rosas,--los indios somos muy pocos y los
-cristianos muchos. Un indio vale más que un cristiano.
-
-Estuve por no contestar.
-
-Pero antes que arriar la bandera, exclamé interiormente: que me maten;
-pero me han de oir.
-
---No diga barbaridades, hermano--le contesté;--todos los hombres son
-iguales, lo mismo un cristiano que un indio, porque todos son hijos de
-Dios.
-
-Y dirigiéndome al padre Burela que, como el convidado de piedra de Don
-Juan Tenorio, presenciaba aquella escena turbulenta sin tener ni una
-mirada ni una palabra de apoyo para mí, dije:
-
---Que conteste ese venerable sacerdote, que se encuentra entre los
-indios en nombre de la caridad cristiana; que diga él, á quien el
-Gobierno y los ricos de Buenos Aires le han dado plata para que rescate
-cautivos, si no es cierto lo que acabo de decir.
-
-El reverendo no contestó, tenía la cara larga, caídos los labios, más
-abiertos los ojos que de costumbre, inflamada la nariz, sudaba la gota
-gorda y estaba pálido como la cera.
-
-¡Qué contraste hacía con el padre Marcos y el padre Moisés!
-
-Ellos no hablaban porque no podían hablar, nadie los interpelaba; pero
-en sus rostros simpáticos estaba impresa la tranquilidad evangélica,
-y la inquietud generosa del amigo que ve á otro comprometido en una
-demanda desigual.
-
---Que diga--continué,--el padre Burela, que no tiene espada, de quien
-ustedes no pueden desconfiar, si los cristianos aborrecen á los indios.
-
-El reverendo no contestó, su facha me hacía el efecto de un condenado.
-
-La voz de la conciencia, sin duda, le trababa la lengua al hipócrita.
-
---Que diga el padre Burela--proseguí,--si los cristianos no desean
-que los indios vivan tranquilos, todos juntos, renunciando á la vida
-errante, como viven los indios de Coliqueo cerca de Junín.
-
-El reverendo no contestó.
-
-En ese momento, sea que los caballos se espantaron; sea lo que se
-fuere, no puedo decir lo que hubo, sintióse algo parecido á un
-estremecimiento de la multitud. Lo confieso, temí una agresión.
-
-Redoblé mi energía y seguí hablando.
-
---Yo soy aquí--les dije,--el representante del Presidente de la
-República; yo les prometo á ustedes que los cristianos no faltarán
-á la palabra empeñada; que si ustedes cumplen, el Tratado de paz se
-cumplirá.
-
-Ustedes pueden faltar á sus compromisos; pero tarde ó temprano tendrán
-que arrepentirse; como les sucederá á los cristianos si los engañaran á
-ustedes.
-
-Yo no he venido aquí á mentir. He venido á decir la verdad y la estoy
-diciendo.
-
-Si los cristianos abusasen de la buena fe de ustedes, harían bien en
-vengarse de la falsía de ellos, así como si ustedes no me tratasen á
-mí y á los que me acompañan con todo respeto y consideración, si no me
-dejasen volver ó me matasen, día más, día menos, vendría un ejército
-que los pasaría á todos por el filo de la espada, por traidores; y en
-estas pampas inmensas, en estos bosques solitarios, no quedarían ni
-recuerdos ni vestigio de que ustedes vivieron en ellos.
-
-Camargo se acercó á mí en ese instante, y me dijo al oído:
-
---Hable de lo que se da por el Tratado, Coronel, hable de eso.
-
---¿Y qué más quieren--continué diciendo,--que hagan los cristianos? ¿No
-les van á dar dos mil yeguas para que se repartan entre los pobres;
-azúcar, hierba, tabaco, papel, aguardiente, ropa, bueyes, arados,
-semillas para sembrar, plata para los caciques y los capitanejos?
-
-¿Qué más quieren?
-
-Mariano Rosas tomó la palabra después de un largo silencio, y dijo:
-
---Ya estamos arreglados; pero queremos saber qué cantidad de cada cosa
-nos van á dar.
-
---Diga, hermano--agregó.
-
-Y, dirigiéndose á los indios:
-
---Oigan bien.
-
-Volví á hacer la enumeración de lo que se había de entregar según el
-Tratado.
-
-La calma se restablecía y la junta parecía tocar á su fin.
-
-Aproveché las buenas disposiciones que renacían para hacer presente, á
-fin de quitar todo motivo de resentimiento futuro:
-
-Que la paz no era hecha conmigo, que yo era un representante del
-Gobierno y un subalterno del general Arredondo, mi jefe, con cuyo
-permiso me hallaba entre los indios; que no creyesen si otro jefe me
-reemplazaba, que por eso la paz se había de alterar, que ese jefe
-tendría que cumplir el Tratado y las órdenes que el Gobierno le diera;
-que ellos estaban acostumbrados á confundir á los jefes con quienes se
-entendían con el Gobierno; que así, en ningún tiempo la desaparición
-mía de la frontera debía ser un motivo de queja, una razón para que se
-negaran á observar fielmente lo convenido; que cerca ó lejos tendrían
-siempre en mí un amigo que haría por el bien de ellos, si lo merecían,
-todo cuanto pudiera.
-
-Mariano Rosas se puso de pie, y con una sonrisa la más afable, me dijo:
-
---Ya se acabó, hermano.
-
-Nueve horas consecutivas los frailes y yo habíamos estado sentados en
-la misma postura y en el mismo lugar; cuando quisimos levantarnos, las
-piernas entumidas no obedecían.
-
-Para incorporarnos tuvimos que prestarnos mutua ayuda.
-
-Nos levantamos.
-
-Mariano Rosas me dijo que algunos indios de importancia querían
-conversar particularmente conmigo.
-
-Para conferencias estaba yo.
-
-¡Pero qué hacer!
-
-Accedí.
-
-Mi primer interlocutor fué el viejo de las muletas.
-
-Nos sentamos cara á cara en el suelo, nombramos nuestros respectivos
-lenguaraces y empezó la plática.
-
-El viejo era un conversador lo más recalcitrante.
-
-Me habló de sus antepasados, de sus servicios, de su ciencia y
-paciencia, de las leguas que había galopado para venir á la junta, de
-este mundo y el otro, en fin, y cuando yo creía que me iba á decir que
-había tenido muchísimo gusto en conocerme, me salió con esta pata de
-gallo:
-
---He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me
-ha gustado.
-
---Pues estoy fresco--dije para mi capote.--¿Si querrá éste armarme
-alguna gresca?
-
-Varios indios le habían formado rueda, asintiendo á lo que acababa de
-decir.
-
-Tomé la palabra y le contesté:
-
---Que me alegraba mucho de haberle conocido; que sentía infinito que
-un anciano tan respetable como él, tan lleno de experiencia y de
-servicios, tan digno del aprecio de los indios, se hubiera incomodado
-en venir desde tan lejos para verme, que cuando fuera de paseo al Río
-4.º tendría mucho gusto en alojarlo en mi casa y regalarlo, y que ahora
-que la paz estaba hecha y que iban á recibir tantas cosas--las enumeré
-todas,--todos debíamos mirarnos como hijos de un mismo Dios.
-
-El indio reprodujo al pie de la letra todo lo que me había dicho
-anteriormente, y acabó con la muletilla:
-
---He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me
-ha gustado.
-
-Hice lo mismo que él: reproduje mi contestación.
-
-Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él lo mismo, nueve
-veces le contesté yo lo mismo también.
-
-Cedió el viejo.
-
-En pos de él vinieron otros personajes; con todos tuve que hablar,
-todos me dijeron casi la misma cosa y á todos les contesté casi la
-misma cosa también.
-
-Dios se apiadó de mí; y después de once mortales horas inolvidables,
-como jamás las he pasado ni espero volverlas á pasar en lo que me resta
-de vida, me vi libre de gente incómoda.
-
-Aquel día valió por todos los otros, y eso que no he hecho sino pintar
-á brocha gorda el cuadro. Para iluminarlo con todos sus colores habría
-tenido necesidad del marco de un libro entero.
-
-Estaba harto y cansado; me eché sobre la blanda hierba, y me quedé
-pensativo un rato viendo á los indios desparramarse como moscas en
-todas direcciones y desaparecer veloces como la felicidad.
-
-
-
-
- XVIII
-
- Revelación.--Más había sido el ruido que las nueces.--Nuevas
- presentaciones.--El último abrazo y el último adiós de mi compadre
- Baigorrita.--Otra vez adiós.--Mariano Rosas después de la junta.--¡Qué
- dulce es la vida lejos del ruido y de los artificios de la
- civilización!--Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los
- bárbaros la medida de la civilización.--Una mujer azotada.--No era
- posible dormir tranquilo en Leubucó.
-
-
-Mientras arrimaban las tropillas, descansaba y pensaba en el extraño
-concilio á que acababa de asistir, estaba completamente abstraído
-cuando se me presentó mi compadre Baigorrita.
-
-Después de haberlo acompañado á Mariano Rosas cierta distancia, por
-el camino de Leubucó, volvía sobre sus pasos con la intención de ir á
-dormir en Quenque.
-
-Llegó donde yo estaba, echó pie á tierra, se sentó á mi lado y me hizo
-decir con San Martín.
-
-Que ya se iba, que no extrañase que no hubiera hablado en la junta en
-defensa mía, que no lo había hecho por los indios de Mariano, que si lo
-hubiese hecho habrían dicho, que era más amigo mío que de ellos; que
-yo tenía mucha _razón en mis razones_, que los hombres de experiencia
-lo habían conocido, que ninguno lo había conocido mejor que Mariano
-Rosas, pero que había tenido que portarse así, porque si no, sus
-indios habrían dicho, que era más amigo mío que de ellos; que me fuera
-sin cuidado, que Mariano era mi amigo, que tenía confianza en mí, y que
-con él contara en todo tiempo para lo que gustara, que para qué nos
-habíamos hecho compadres entonces.
-
-Este lenguaje fué una revelación.
-
-Recién comencé á ver claro y explicarme la actitud indiferente,
-reconcentrada, ceñuda de mi compadre durante toda la junta. Á fuer de
-diplomático, que conoce perfectamente bien el terreno que pisa, había
-estado haciendo su papel.
-
-Más había sido el ruido que las nueces, según se ve.
-
-Faltaba averiguar si aquellos discípulos de Machiavello me habrían
-dejado sacrificar dado el caso que el _pueblo bárbaro_, exasperado por
-la razón de mis sinrazones, se me hubiera ido encima.
-
-Estaba impaciente de conversar con Mariano Rosas á ver si me hablaba
-con la misma franqueza de Baigorrita su aliado, á la vez que su rival
-en la justa pretensión de adquirir prestigios entre todas las indiadas.
-
-San Martín, completando el pensamiento de mi compadre, me dijo de su
-cuenta:
-
---Así son los indios, señor; y como Baigorrita es cacique principal,
-tiene que tener mucho cuidado con Mariano; los indios son muy
-desconfiados y celosos; para andar bien con ellos, es preciso no
-aparecer amigos de los cristianos.
-
-Baigorrita le interrumpió y me hizo decir que ya era tarde, que quería
-ponerse en marcha.
-
-Mis tropillas acabaron de llegar; mandé mudar, la operación se hizo
-prontamente y un momento después abandonamos la raya.
-
-Ordené que mi séquito se fuera despacio por el camino de Leubucó, y
-con Camilo Arias y un asistente tomé para el Sud en compañía de mi
-compadre.
-
-Varios indios, entre ellos el de las muletas, le acompañaban. Me
-presentó á algunos que no me habían visitado en Quenque; tuve que
-sufrir sus saludos, apretones de manos, abrazos y pedidos, y en el
-sitio donde habíamos pasado la noche que precedió á la junta, nos
-dijimos ¡adiós!
-
-Conforme fué cordial la recepción de Baigorrita, así fué fría la
-despedida.
-
-Partimos al galope en opuestas direcciones.
-
-Silencioso, contemplando la verde sábana de aquellas soledades, dejaba
-que mi caballo se tendiera á sus anchas, cuando sentí un tropel á
-retaguardia. Sin sujetar di vuelta, vi un grupo de jinetes; entre ellos
-venía Baigorrita corriendo por alcanzarme.
-
-Hice alto, alguna novedad ocurría.
-
-Mi compadre llegó y San Martín me dijo:
-
---Dice Baigorrita, que viene á darle el último abrazo y el último
-¡adiós!
-
-Nos abrazamos, pues.
-
-El indio me estrechó con efusión, y al desapartarnos, tomándome
-vigorosamente la mano derecha y sacudiéndomela con fuerza, me dijo, con
-visible expresión de cariño: ¡adiós! ¡compadre! ¡amigo!
-
---¡Adiós! ¡compadre! ¡amigo!--le contesté, y volvimos á separarnos.
-
-Galopaba yo, apurando mi caballo por ver si alcanzaba mi gente antes de
-que se pusiera el sol, cuando un jinete me alcanzó.
-
-Era San Martín; lo mandaba Baigorrita á decirme otra vez adiós, me
-enviaba sus más fervientes votos de felicidad, me hacía presente que le
-había ofrecido otra visita, y para no desmentir en ningún momento que
-era indio, me pedía que le mandara unas espuelas de plata.
-
-Contesté á todo como debía, despaché al mensajero y seguí por el camino
-que acababa de tomar.
-
-Á poco andar me incorporé á mi gente. Adelante de ella iban varios
-indios desparramados.
-
-Entre ellos reconocí á Mariano Rosas, le acompañaba á la par su hijo
-mayor.
-
-Sintió el tropel de mis caballos, miró atrás, y al ver que era yo,
-sujetó.
-
---Buenas tardes, hermano--me dijo con marcada amabilidad.
-
-Jamás le había visto un aire tan amistoso.
-
---Buenas tardes--le contesté con estudiosa sequedad.
-
---Cómo le ha ido--prosiguió, diciéndole á su hijo:
-
---Saca esas perdices para mi hermano.
-
-El hijo obedeció, y de unas alforjas sacó dos hermosas martinetas
-cocidas y una torta.
-
-Yo contesté:
-
---Me ha ido regular, hermano.
-
-Tomó las perdices y la torta y me las pasó, diciéndome:
-
---Coma, hermano.
-
-Su cara tenía una expresión de malicia particular; parecía que el indio
-se reía interiormente.
-
-Tomé las perdices, le pasé una, y media torta á los frailes, y el resto
-lo partí con él.
-
-Íbamos al trote masticando sin hablar.
-
---Galopemos--me dijo.
-
---No, mis caballos están pesados, no tengo apuro en llegar; galope
-usted si tiene prisa--le contesté.
-
---¿Qué le ha parecido la junta?--me preguntó.
-
---¿Qué me ha parecido?--repuse, fijando en él mis ojos, como
-diciéndole: Ya lo calculará usted.
-
-Me entendió y dijo:
-
---Con estos indios se precisa mucha paciencia, es preciso conocerlos
-bien, son muy desconfiados, en cuanto ven que uno es amigo de los
-cristianos, ya piensan que los engañan. ¡Los han traicionado tantas
-veces! Ya ve cómo ha estado su compadre Baigorrita.
-
---¿Pero de mí, qué podían temer?--le contesté.
-
---Nada, de usted nada.
-
---¿Y entonces?
-
---Pero si yo hubiera aprobado todas sus razones, quién sabe qué
-hubieran dicho.
-
---¿Y si me hubiesen insultado, ó me hubieran querido matar?
-
---¡Cuándo!--fué toda su respuesta.
-
-Y esto diciendo, se tendió al galope, añadiendo:
-
---Bueno, hermano, hasta luego, lo espero á comer.
-
---Bueno, hermano, ahorita no más estoy en Leubucó, voy á descansar un
-rato en la Aguada--le contesté.
-
-El sol se hundía del todo en la raya lejana: una ancha faja cárdena,
-resplandeciente, radiosa, teñía el horizonte y con su lumbre purpúrea,
-cambiante, hermosa, doraba las apiñadas nubes del Occidente, que, como
-encumbradas montañas movedizas coronadas de eternas nieves, se alzaban
-hasta el cielo á la manera de inmensas espirales y de informes figuras
-de inconmensurable grandor.
-
-El seco aquilón plegaba sus alas; las mansas y apacibles auras
-jugueteaban galanas, refrescando la frente del viajero; el pasto
-ondulaba como el irritado mar en sus profundidades insondables después
-de la tempestad; las silvestres flores se erguían sobre su flexible
-tallo, pintando los campos con colores vivaces; un perfume suavísimo,
-delicado, imperceptible como la confusa reminiscencia del primer ósculo
-de amor, vagaba envuelto entre las brisas embriagadoras.
-
-Los últimos rayos solares refractándose en la atmósfera, envolvían
-la tierra con el poético manto crepuscular; la moribunda luz del día
-confundiéndose con las místicas sombras de la noche le abrían el paso á
-la celeste viajera.
-
-La luna brillaba ya entre tremulantes estrellas, como casta matrona
-de plateados cabellos entre púdicas doncellas de rubia faz, cuando
-llegábamos al borde de una lagunita, en cuyo espejo cristalino
-innumerables aves acuáticas piaban en coro.
-
-Hicimos alto, mandé mudar caballos, y sediento de reposo, me tendí
-sobre las blandas pajas, haciendo de mis brazos cruzados cómoda
-almohada.
-
-¡Qué dulce es la vida, lejos del ruido y de los artificios de la
-civilización!
-
-¡Ay! una hora de libertad por los campos es un placer salvaje que yo
-trocaría mañana mismo por un día entero de esta existencia vertiginosa.
-
-Mientras ensillaban pensé en los sucesos del día, y, francamente, los
-indios me trajeron á la memoria lo que pasa en los parlamentos de los
-cristianos.
-
-Mariano Rosas y Baigorrita, como dos jefes de partido, tenían el
-terreno preparado, la votación segura; pero uno y otro antes de imponer
-su voluntad habían lisonjeado las preocupaciones populares.
-
-¿No es esto lo que vemos todos los días?
-
-La paz y la guerra, ¿no se resuelve así?
-
-¿El pueblo no tolera todo, hasta que se juegue su destino, con tal que
-se le deje gritar un poco?
-
-¿No hacen presidentes, gobernadores, diputados en nombre de ciertas
-ideas, de ciertas tendencias, de ciertas aspiraciones, y las
-camarillas, no hacen después lo que quieren y las muchedumbres no
-callan?
-
-¿No pretende que lo gobierne la justicia y no lo gobierna eternamente
-esa inicua inmoralidad, que los políticos sin conciencia llaman la
-_razón de estado_?
-
-¿Pasa otra cosa en el mundo civilizado?
-
-Mariano Rosas, después de haber resuelto la paz, acusándome en público
-de las matanzas de López y de Rosas; Baigorrita dominado por la misma
-idea, silencioso, irresoluto en presencia de la multitud, ¿no hacían
-el mismo papel de Napoleón III proclamando: _el imperio es la paz_, al
-mismo tiempo que se armaba hasta los dientes?
-
-¿No mentían?
-
-¿No hacían lo mismo que los que en nombre de la Constitución y de las
-leyes, de la civilización y de la humanidad arman al pueblo contra el
-pueblo?
-
-¿No mentían?
-
-¿No hacían lo mismo que los que después de haber sostenido que el
-pueblo tiene el derecho de equivocarse se han rebelado contra él,
-porque tuvo la energía de inmolar uno de sus tiranos?
-
-¿No mentían?
-
-Mariano Rosas y Baigorrita, declarando en una junta, después de haber
-firmado el tratado de paz, que harían lo que la mayoría resolviese, ¿no
-imitaban á los que más de una vez han declarado en nuestros Congresos
-lo contrario de lo que habían convenido con el extranjero?
-
-¡Cuánto he aprendido en esta correría!
-
-Si me hubieran dicho que los indios me iban á enseñar á conocer la
-humanidad, una carcajada homérica habría sido mi contestación.
-
-Como Gulliver en su viaje á Liliput, yo he visto al mundo tal cual es
-en mi viaje á los Ranqueles.
-
-Somos unos pobres diablos.
-
-Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los bárbaros la medida
-de la civilización.
-
-Resta saber si seríamos más felices poniendo en la silla curul de
-nuestros magnates, pigmeos, y cambiando el coturno francés por la bota
-de potro.
-
-Los héroes prueban tan mal y la moda es tan tiránica en sus
-imposiciones, que vale la pena de meditar sobre las ventajas y las
-consecuencias de una revolución social.
-
-De todos modos, nuestros ídolos de ayer no resisten á la crítica; son
-como los ranqueles, capaces de engañar al más pintado.
-
-Por esos trigales de Dios iban mis reflexiones, en el instante en que
-Calixto Oyarzábal, acercándoseme, me dijo:
-
---Ya está el caballo, señor.
-
-Me levanté: á caballo, grité y diciendo y haciendo monté y tomé al
-galope la gran rastrillada de Leubucó, entrando luego en el monte.
-
-El cielo se encapotaba; caíamos á un descampado pantanoso; unas
-lucecitas fugaces, macilentas, aparecían y desaparecían; creía llegar á
-ellas, y se alejaban de mí como rápidas mariposas. Eran las emanaciones
-de la tierra; cruzábamos un cementerio de indios y estábamos á las
-puertas de la toldería de Mariano Rosas.
-
-Llegamos.
-
-Me esperaban con la comida pronta y con música. Comí, soporté al negro
-del acordeón una vez más, y viendo que mi presunto compadre Mariano
-estaba muy bien templado, le pedí la libertad del Dr. Macías.
-
-Me contestó que sí.
-
-Veremos después lo que vale el sí de un indio.
-
-Me despedí, salí del toldo, me senté al lado del fogón de los
-asistentes, y aunque no tenía sueño, me quedé dormido.
-
-Unos ladridos de perro me despertaron.
-
-En el toldo de Mariano Rosas se oían gritos de mujer.
-
-Me acerqué ocultándome.
-
-El cacique había castigado á una de sus mujeres, quería castigar á otra
-y el hijo se oponía, amenazando al padre con un puñal si tocaba á la
-madre.
-
-Era una escena horrible y tocante á la vez.
-
-Habían bebido, el toldo era un caos, las mujeres y los perros se
-habían refugiado en un rincón, los indiecitos y las chinitas desnudas
-lloraban, y un fogón expirante era toda la luz.
-
-Mariano Rosas rugía de cólera.
-
-Pero retrocedía ante la actitud del hijo protector de la madre.
-
-Según se dijo al día siguiente, era muy capaz de haber muerto al padre,
-si no se hubiera contenido, para que se vea que, hasta entre los
-bárbaros, el ser querido que nos ha llevado en sus entrañas, que nos
-ha amamantado en su seno y nos ha mecido en su regazo es un objeto de
-culto sagrado.
-
-Me acosté con la intención y la esperanza de dormir.
-
-Pero estaba de Dios que en Leubucó las noches habían de ser toledanas
-para mí.
-
-Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo,
-presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, _achumados_ á cual
-más, me despertó.
-
-Fué en vano resistir.
-
-Hubo cohetes y aguardiente como para que los _yapaí_ duraran un buen
-rato.
-
-Yo en lugar de beber, hacía el ademán y derramaba el nauseabundo
-líquido por donde caía.
-
-Al fin se _remató_ la impertinente chusma y me escurrí, pasando el
-resto de la noche sin novedad.
-
-
-
-
- XIX
-
- La paz estaba definitivamente hecha.--El Doctor Macías.--Gotas
- maravillosas.--Padre é hijo indios.--Lo pido á Macías.--Visita á
- Epumer.
-
-
-Las paces estaban definitivamente hechas.
-
-El sufragio popular les había puesto su sello soberano en la junta.
-
-Las sospechas habían desaparecido.
-
-Yo era mirado ya como un indio.
-
-Numerosas visitas llegaban á saludarme.
-
-El viento de Leubucó me era favorable.
-
-Los intrigantes, corridos y avergonzados, solicitaban mi perdón con
-estudiadas sonrisas y amabilidades.
-
-Fingí que no me había apercibido de sus manejos; estaba en tierra
-diplomática, y reservé el castigo para la oportunidad debida.
-
-El Dr. Macías me preocupaba.
-
-Su espíritu abatido por las humillaciones y padecimientos que había
-sufrido durante dos años, nada esperaba de los hombres.
-
-Como el náufrago que después de haber luchado brazo á brazo con la
-muerte, viendo venir la onda irritada que va á tragarle y sumergirle en
-las frías y tenebrosas cavernas del océano, hace un esfuerzo supremo y
-coge una tabla de salvación, que otros le arrebatan desesperados en el
-instante mismo en que la barca del arrojado pescador viene en su ayuda,
-así es la vida.
-
-Las penas secan los ojos, las ingratitudes hielan el corazón; los
-desengaños matan las últimas ilusiones; parecemos momias ambulantes,
-descendiendo marcialmente sin consuelo por los obscuros escalones de la
-eternidad, y sin embargo, algo nos estremece y nos conforta aún á la
-manera de un sacudimiento galvánico, inefable: es la esperanza en Dios.
-
-¡Ay de aquél que después de haber perdido la fe en todo, no conserva en
-su esqueleto un santuario siquiera para refugiar en él esa fe pura!
-
-Macías no creía que yo me atrevería á exigir su libertad; aunque no me
-lo decía, lo comprendía. Abatido por el infortunio, me confundía con
-los aduladores del cacique.
-
-Su actitud era digna; aprovechaba toda ocasión de manifestar que su
-existencia se hacía cada día más insoportable, pero no suplicaba.
-
-El desgraciado tenía impresas en su frente las huellas de un dolor
-punzante, reconcentrado; celaje de amargura; sus grandes ojos negros
-rasgados, vagaban inquietos, fijábanse á veces en tierra, y al
-recordar, sin duda, la dulce libertad perdida, brillaban cristalizados
-por comprimido lloro.
-
-Macías tiene cuarenta años; es hijo de una respetable familia de Buenos
-Aires y está enlazado á una joven de origen inglés.
-
-Su padre es un español conocido en este comercio.
-
-Imaginaos un árabe con gran nariz aguileña, de barba y cabello canos y
-tendréis su retrato.
-
-Sus primeros estudios los hizo en la escuela del señor don Juan A. de
-la Peña, donde yo le conocí.
-
-Después cursó las aulas universitarias, preparándose para entrar en la
-escuela de Medicina, de la que salió doctor.
-
-Su vida ha tenido grandes alternativas; ha sido médico, leñatero en
-las islas del Paraná é industrial en el Chaco, entre cuyos indios pasó
-algunos años voluntariamente. Hay algo de poético, de novelesco y
-misterioso en esta existencia, mas yo no debo descorrer el velo sino
-hasta aquí.
-
-Por muchísimos años, Macías y yo nos perdimos de vista; desde la última
-vez que nos vimos en la escuela de primeras letras, no nos habíamos
-vuelto á encontrar hasta el día de mi arribo á Leubucó.
-
-Macías había tenido el desgraciado talento de ponerse mal en Tierra
-Adentro con casi todos los que habían podido ayudarle á pasar los menos
-malos ratos posibles.
-
-Tiene un carácter extraño, indómito y dócil, firme y versátil á la vez.
-Es capaz de acometer una empresa arriesgada y no tiene valor personal.
-
-Estas dos últimas fases de su carácter explican su presencia entre los
-indios, sin ser cautivo, y su falta de prestigio entre ellos.
-
-Macías estaba en el Río 4.º por el año 1867.
-
-El coronel Elía, jefe de la frontera de Córdoba, había iniciado una
-negociación de paz con los indios.
-
-Se ofreció y partió con las credenciales correspondientes.
-
-Pero sea que el coronel Elía no estaba autorizado para negociar un
-tratado de paz, sea lo que fuera, el hecho es que el plenipotenciario
-fué abandonado á sus propios recursos y á su suerte.
-
-Por falta de tacto ó por falta de suerte, fatalidad que suele
-obscurecer las dotes más relevantes del hombre, burlar sus planes
-y desvanecer sus ilusiones unas tras otras, lo mismo que los
-vendavales deshojan los árboles más frondosos, Macías se convirtió de
-plenipotenciario en prisionero.
-
-Escribió y escribió; sus cartas no fueron contestadas. Hasta el soldado
-que en calidad de asistente le acompañaba, le abandonó.
-
-Sólo, sin sirviente ni medios de subsistencia, _maturrango_, ¿de qué
-había de vivir, ni cómo había de escaparse?
-
-Tuvo que aceptar el pan de los indios y de los cristianos refugiados
-entre ellos por causas políticas.
-
-Por debilidad, por falsos cálculos, por conveniencia, qué sé yo por
-qué, se vinculó á los últimos y riñó con ellos después.
-
-No le quedaba más arbitrio que apelar á los indios: se hizo amigo de
-Mariano Rosas.
-
-Mejoró de condición, y de prisionero se elevó á la categoría de
-_secretario_.
-
-Las primeras notas que yo recibí en el Río 4.º de aquel cacique, eran
-escritas por mi antiguo condiscípulo.
-
-Á la distancia le juzgué mal.
-
-Corrían tantas historias sobre los motivos que lo llevaron á los
-indios, que era muy difícil substraerse á la influencia de las
-sospechas populares.
-
-¿Quién resiste á los juicios de los conocidos sobre los desconocidos?
-
-¿Cuál es la cabeza bastante fuerte para despreciarlos, para esperar?
-
-¿El criterio que tenemos de la generalidad de las personas es acaso el
-resultado de nuestra observación directa?
-
-¿No amamos, no aborrecemos, no simpatizamos, no _antipatizamos_ por
-refracción?
-
-Una secretaría hace celosos en cualquier parte, lo mismo en París que
-en Berlín, en Buenos Aires que en Leubucó.
-
-Macías despertó la emulación de los cristianos.
-
-Temieron su ascendiente.
-
-Comenzaron á intrigarle y lo consiguieron.
-
-Yo, desde el Río 4.º contribuí sin intención dañina á su caída.
-
-Le juzgaba mal, ya he dicho por qué, y le escribí á Mariano Rosas, que
-el secretario que tenía no era bueno, que sus notas decían todo lo
-contrario de los recados que me llevaban sus mensajeros.
-
-El hecho era cierto.
-
-Lo que faltaba averiguar era: si Macías ponía lo que le mandaba ó no;
-si las contradicciones entre lo que me escribían y me decían, no eran
-gramática parda, diplomacia ranquelina.
-
-El tiempo, iniciándome en las cosas de Leubucó, me aclaró el misterio
-de todo.
-
-Macías cumplía al pie de la letra las órdenes que recibía, sus notas le
-eran leídas á Mariano Rosas por otros cristianos antes de salir de la
-Cancillería de Tierra Adentro.
-
-Macías cayó, pues, de la gracia y del favor.
-
-Los que viéndole de secretario le consideraban, le abandonaron, y los
-que ni por eso le habían considerado, redoblaron sus hostilidades.
-
-Tuvo que pasar por todo linaje de humillaciones, quedando agregado como
-uno de tantos al toldo del cacique.
-
-Dormía donde le tomaba la noche; comía donde le daban la limosna de una
-_tumba_ de carne; sus vestiduras eran pobrísimas.
-
-¡Desgraciado Macías!
-
-Cuando yo le vi, su traje consistía en una camisa sucia y rota, en
-unos calzoncillos de algodón ordinario y un chiripá de paño viejo
-colorado; un resto de sombrero cubría su frente y unas botas llenas de
-agujeros era todo su calzado. Sus pies estaban destrozados, sus manos
-encallecidas.
-
-En una bolsa de cuero de gato tenía todo su caudal, hilo, botones,
-piedritas, agujas, azúcar, hierbas medicinales, tabaco, hierba, papel,
-y envuelto en un trapito un relicario de oro de cuatro fases, con los
-retratos de sus padres y de sus dos hijos.
-
-¡Desgraciado Macías!
-
-¡Ah! imaginaos el efecto que me haría ver aquel hombre que había nacido
-bien, que había recibido educación, gozado de la vida y frecuentado la
-buena sociedad, reducido á aquella condición!
-
-¡Él mismo no lo comprendió!
-
-Me veía alegre, festivo, contento, fingiendo que todo cuanto me rodeaba
-me parecía óptimo, y me creía insensible al infortunio.
-
-Su corazón, atrofiado por el dolor, creía que el mío estaba seco.
-
-¡Desgraciado Macías!
-
-Los indios hablaban mal de él, le creían loco.
-
-Los cristianos lo mismo; contaban cosas horribles del pobre.
-
-Todos sus vicios se los atribuían á él.
-
-En tal situación escribió al Presidente de la República.
-
-No le contestaron.
-
-¿Cómo le habían de contestar?
-
-Sus cartas habían sido interceptadas y detenidas.
-
-Llamé al capitán Rivadavia y le mandé preguntar con él á Mariano Rosas
-si estaba visible.
-
-Me contestó que fuera cuando quisiese, que estaba por almorzar.
-
-Entré en su toldo.
-
-Su cara revelaba la agitación de la noche; estaba más pálido que de
-costumbre.
-
-Al verme entrar me dijo, sin cambiar de postura (estaba sentado al lado
-del fogón):
-
---Buenos días, hermano, dispense que no me pare, estoy medio enfermo.
-
-Me insinuó un asiento á su lado.
-
-Sentándome le contesté:
-
---Esté cómodo, hermano, ¿cómo ha pasado la noche?
-
---Mal--repuso, arrugando la frente como cuando un recuerdo mortificante
-nos asalta.
-
---¿Qué tiene?
-
---Me duele la cabeza.
-
---¿Quiere tomar un remedio muy bueno que yo traigo?
-
---Lo tomaré si usted lo conoce.
-
-Salí y volví al punto con un frasquito de _gotas_ maravillosas de la
-corona.
-
-Era todo mi botiquín.
-
-Abrí el frasquito, pedí un jarro de agua, lo derramé dejándole sólo dos
-dedos y eché en él sesenta gotas.
-
-Para que las bebiera sin aprensión, le dije:
-
---Vea--proseguí, y esto diciendo tomé un trago.
-
---Si no tengo recelo, hermano--me contestó,--y tomándome el jarro bebió
-hasta la última gota que contenía.
-
---Un poco amargo no más--dijo.
-
---Sí--repuse.
-
---¿Y ha descansado bien?
-
---Muy bien.
-
---¡Qué diablo de indios, eh!
-
---¡Hum! anduvo medio mal la cosa en la junta.
-
---¡Eh! no todos comprenden.
-
---¡Es cierto!
-
---Y su amigo, el padre Burela ¿por qué no le ayudó?
-
---No sé, estaba medio asustado, me parece.
-
-Se sonrió, como diciendo, «uno y medio», y acariciando á uno de sus
-hijos que se echó sobre sus rodillas, exclamó:
-
---¡Ese toro!
-
-Era el hijo que había defendido á la madre la noche antes.
-
---Tiene muy buena cara--le dije.
-
---Pero no es bueno, ya me ha querido matar,--repuso, mirando al hijo
-con una mezcla de complacencia y admiración.
-
-El indiecito entendía lo que su padre hablaba; pero no le prestaba
-atención.
-
-Se desperezó, bostezó, se levantó, habló en la lengua y salió
-_quebrándose_ como lo hacen sólo nuestros gauchos.
-
-Mariano le siguió con la vista hasta la puerta del toldo, y volvió á
-repetir:
-
---¡Toro, hermano!
-
---¿Cuántos años tiene?
-
---Debe tener...--me hizo la seña de doce con las manos.
-
---Es muy chico todavía.
-
---Pero es gaucho ya.
-
-Trajeron el almuerzo; era lo de siempre: puchero con choclos y zapallo,
-carne asada, de vaca y de yegua.
-
---Bueno, hermano--le dije,--yo pienso irme pronto para mandarle cuanto
-antes las raciones.
-
---Cuando quiera, hermano--me contestó;--yo no tengo ya sino un poquito
-que conversar con usted.
-
---Pienso irme dentro de dos días.
-
---Hablaremos mañana entonces.
-
---Está bien.
-
-Me lo voy á llevar á Macías.
-
-No me contestó; en su cara leí una negativa.
-
---Á usted no le sirve de nada aquí.
-
-Siguió callado.
-
---Es un pobre diablo--le dije.
-
---Mire, hermano--me contestó; iba á proseguir; unas visitas nos
-interrumpieron.
-
-Saludaron y se sentaron.
-
-Yo seguí almorzando, acabé, me levanté y diciéndole á Mariano: luego
-conversaremos, salí del toldo bastante contrariado.
-
-En seguida me fuí á visitar al cacique Epumer.
-
-Mariano Rosas me prestó su caballo.
-
-En el toldo de Epumer me recibieron con toda galantería.
-
-En un rincón, acurrucado como un tullido, estaba el espía de Calfucurá,
-que tanta curiosidad me dió en Quenque.
-
-Me vió entrar como á un perro.
-
-¿Qué hacía allí?
-
-
-
-
- XX
-
- Fama de Epumer.--Me esperaban en su toldo.--Recepción.--Indias
- y cristianas.--Pasteles y carbonada entre los
- Indios.--Amabilidades.--Celo apostólico del Padre Marcos.--Puchero de
- yegua.--Insisto en sacar á Macías.--Negativas.--Un indio teólogo.--Un
- espectro vivo.
-
-
-El toldo de Epumer distaba un cuarto de legua del de Mariano Rosas.
-
-No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible
-en la paz cuando está _achumado_.
-
-El aguardiente lo pone demente.
-
-Sea adulación, sea verdad, todos dicen que no estando malo de la cabeza
-es muy bueno.
-
-No tiene más que una mujer, cosa rara entre los indios, y la quiere
-mucho.
-
-Vive bien y con lujo; todo el mundo llega á su casa y es bien recibido.
-
-Á mí me esperaban hacía rato.
-
-El toldo acababa de ser barrido y regado; todo estaba en orden.
-
-Epumer estaba sentado en un asiento alto, de cueros de carnero y mantas.
-
-Enfrente había otro más elevado, que era el destinado para mí.
-
-Las chinas aguardaban de pie, con la comida pronta para servirla á la
-primera indicación.
-
-Las cautivas atizaban el fuego.
-
-Epumer se levantó, me estrechó la mano, me abrazó, me dijo que aquella
-era mi casa, me hizo sentar, y después que me senté se sentó él.
-
-Los demás circunstantes que eran todos _chusma_ agregada al toldo, no
-se sentaron hasta que Epumer se lo insinuó.
-
-La conversación rodó sobre las costumbres de los indios, pidiéndome
-disculpas de no poder obsequiarme, en razón de su pobreza, como yo lo
-merecía.
-
-Un cristiano bien educado, modesto y obsequioso, no habría hecho mejor
-el agasajo.
-
-Epumer me presentó su mujer, que se llamaba Quintuiner, sus hijas, que
-eran dos, y hasta las cautivas, cuyo aire de contento y de salud llamó
-grandemente mi atención.
-
---¿Cómo les va, hijas?--les pregunté á éstas.
-
---Muy bien, señor--me contestaron.
-
---¿No tienen ganas de salir?
-
-No contestaron y se ruborizaron.
-
-Epumer me dijo:
-
---Si tienen hijos y no les falta hombre.
-
-Las cautivas añadieron:
-
---Nos quieren mucho.
-
---Me alegro--repuse.
-
-Una de ellas exclamó:
-
---Ojalá todas pudieran decir lo mismo, _güeselencia_.
-
-Era una cordobesa.
-
-Epumer les indicó á su mujer y á sus hijas que se sentaran, y mandó que
-sirvieran la comida.
-
-Obedecieron.
-
-Estaban vestidas con lo más nuevo y rico que tenían.
-
-El _pilquén_ era de paño encarnado bastante fino; los collares y
-cinturones, las pulseras de pies y manos, de cuentas, los grandes aros
-en forma triangular y el alfiler de pecho redondo, de plata maciza
-labrada.
-
-La manta era, contra la costumbre, de pañuelo escocés de lana.
-
-Se habían pintado los labios y las uñas de las manos con carmín, se
-habían puesto muchos lunarcitos negros en las mejillas y sombreado los
-párpados inferiores y las pestañas.
-
-Estaban muy bonitas.
-
-La mujer de Epumer, sobre todo, me recordaba cierta dama elegantísima
-de Buenos Aires, que no quiero nombrar.
-
-¡Pues no faltaría más; compararla á ella, tan simpática y prestigiosa
-por la gracia y la belleza, por su carácter dulce, su talle flexible
-como el mimbre, su voz de soprano, que tan bien interpreta los acentos
-delicados de Campanna, con una china!
-
-Trajeron la comida, platos de loza, cubiertos, vasos y mantel.
-
-Empezamos por pasteles á la criolla. Una cautiva los había hecho.
-Aunque acababa de almorzar con Mariano, comí dos. Luego trajeron
-carbonada con zapallo y choclos. Epumer me dijo: que me habían buscado
-el gusto, que le habían preguntado á mi asistente lo que me gustaba. No
-pude rehusar y comí un plato. Estaba inmejorable; la carne era gorda,
-la grasa finísima.
-
-En seguida vino el asado, de cordero y de vaca, después puchero. El
-pan, eran tortas al rescoldo. El postre fueron miel de avispa, queso y
-maíz frito pisado con algarroba.
-
-Con la carbonada quedé repleto como un lego; rehusé de lo demás. Fué en
-vano. Me instaron y me instaron. Tuve que comer de todo.
-
-¡Pobres gentes! Á cada rato me decían: si no está bueno, dispense.
-Aquélla lo ha hecho--y señalaban á tal ó cual cautiva,--y ésta me
-miraba, como diciendo: Por usted nos hemos esmerado.
-
-¡Qué escena aquella! En medio del desierto, en la Pampa, entre los
-bárbaros, un remedo de civilización es cosa que hace una impresión
-indescriptible.
-
-El espía de Calfucurá, como un búho, observaba con inquieta mirada
-cuanto pasaba.
-
---¿Quién es ese?--le pregunté á Epumer.
-
---No le conozco--me contestó.
-
---Pues yo sí.
-
---Llegó hace un rato, tenía hambre y le hemos dado de comer.
-
---¿Y no le conocen ustedes?
-
---¡No!
-
---Es un pillo mentiroso.
-
---¡Y aquí, qué mal nos puede hacer un pobre!
-
-La contestación me avergonzó. El perro de Quenque estaba con el
-cuarterón. Me acordé de que aquel hombre tenía corazón, que era quizá
-más desgraciado que yo, y cambié de conversación.
-
-El espía me oyó hablar de él y no hizo más que lanzarme una mirada
-extraña y replegarse más y más sobre sí mismo.
-
-Saqué mi libro de memorias, les pregunté á Epumer y su familia qué
-querían que les mandara del Río 4.º y tomé nota de sus encargos.
-
-Bien poca cosa me pidieron; tela para pilquenes, hilo y agujas.
-
-Epumer me dijo que quería un chaleco de seda...
-
---¿Colorado?--le interrumpí.
-
---No--me contestó;--negro.
-
-Me levanté, me despedí, me acompañaron, violando los usos de la tierra,
-hasta el palenque, monté á caballo y partí.
-
-Á cierta distancia di la vuelta.
-
-Me seguían con la vista.
-
-Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo.
-
-Llegué al toldo de Mariano Rosas.
-
-Estaba sentado en la enramada, solo. Las visitas se habían retirado.
-
-Eché pie á tierra, até su caballo en el palenque, le di las gracias,
-pasando de largo, y me metí en mi rancho.
-
-Los franciscanos disfrutaban en santa paz las delicias de la siesta.
-
-El ruido que hice al entrar los despertó.
-
-Les conté mi visita al toldo de Epumer, discurrimos un rato sobre la
-franca y cordial hospitalidad que me había dispensado después de las
-escenas tumultuarias de los primeros días, y, por último, les comuniqué
-que había resuelto partir á los dos días.
-
-El padre Marcos me manifestó el deseo de quedarse, á ver si arreglaba
-lo concerniente á la fundación de la capilla de que hablaba el tratado
-de paz. No pareciéndome prudente su resolución, me opuse amistosamente
-á ella. Le hice algunas reflexiones con tal motivo, y el padre Moisés,
-deduciendo de ellas que mi negativa provenía de que no quería que
-su compañero se quedara solo, me observó que él le acompañaría,
-permaneciendo á su lado. Le tranquilicé viendo su generosa oferta;
-amplié las razones de mi negativa, y, finalmente, les dije que pensaran
-en hacer al día siguiente algunos bautismos.
-
-Al efecto le indiqué al padre Marcos fuera á hablar con Mariano Rosas,
-solicitando como cosa suya el permiso competente.
-
-Mandó ver con su asistente si estaba en disposición de recibirle y
-contestó que sí.
-
-Salió el Padre y entró en el toldo del Cacique, que acababa de recibir
-visitas.
-
-Detrás de él me fuí yo.
-
-Mariano Rosas le había sentado á su lado; le había concedido el permiso
-solicitado y le había rogado le bautizara su hija mayor, de la que yo
-sería padrino.
-
-Trajeron de comer.
-
-Era un puchero de carne de yegua.
-
---Padre--le dijo Mariano al buen franciscano,--para probarle que soy
-buen cristiano, y el gusto con que veo aquí unos hombres como ustedes,
-comamos en el mismo plato.
-
-Y esto diciendo puso entre él y el Padre uno que le daban en ese
-momento.
-
---Con mucho gusto--le contestó aquél.
-
-Y sin más preámbulo, empuñó el tenedor y el cuchillo y sin repugnancia
-alguna, comenzó á engullir la carne de yegua, como si hubiera sido
-bocado de cardenal.
-
-Yo rehusé comer, explicando el por qué, no lo atribuyeran á desaire.
-
-En la tierra, la costumbre es comer al cabo del día tantas veces
-cuantas hay ocasión.
-
-Algunas de las visitas eran conocidos. Entablé conversación con ellos.
-El padre Marcos por su parte, le hizo á Mariano Rosas una larga
-explicación de lo que significaba el bautismo, quien varias veces
-contestó: Ya sé. Le exigió que á la hijita que iban á bautizar la
-educara como cristiana, lo que le fué prometido; dejó de comer puchero
-cuando el plato dijo no hay más, y en seguida se despidió y salió.
-
-Yo me quedé en mi puesto, busqué una postura cómoda, la hallé acostado,
-dejé que Mariano Rosas hablara con sus visitas y me dormí.
-
-Cuando me desperté, el toldo estaba solo.
-
-Salí de él; Mariano había vuelto á la enramada, me senté á su lado y le
-dije:
-
---Hermano, y, ¿me lo llevo ó no á Macías?
-
---Entremos--me contestó, levantándose y dirigiéndose al toldo.
-
-Le seguí y entramos, cediéndome él el paso en la puerta.
-
-Nos sentamos.
-
-Tomó la palabra y habló así:
-
---Hermano, el _dotor_ es mejor que se quede.
-
---Usted me lo había cedido ya--le contesté.
-
---Es cierto; pero es mejor que se quede.
-
---¿Y el tratado de paz, hermano? ¿Usted olvida que Macías no es
-cautivo, que si me exige que lo saque, yo lo debo reclamar y que usted
-no me lo puede negar?
-
---Yo no se lo niego, hermano, le digo que se lo daré después.
-
---¿Y qué dirán en el Río 4.º los cristianos lo que sepan que vuelvo sin
-Macías? Dirán que no me he atrevido á reclamarlo, se quejarán y con
-razón. Usted me compromete, hermano.
-
-Macías entró en ese momento, con el intento de cruzar por el toldo.
-
-Mariano Rosas le miró airado, y con voz irritada le dijo _textualmente_:
-
---Donde conversa la gente no se entra. Salga.
-
-Macías retrocedió humillado, murmurando:
-
---Creía...
-
---¡Salga, dotor!--le repitió con énfasis, y el desdichado salió.
-
-Comprendí que alguien había influido en el ánimo del indio y me pareció
-de buena táctica no insistir mucho.
-
-Hice, empero, una insinuación final diciéndole con expresión:
-
---¿Y, hermano?
-
-Fijó sus ojos en los míos y me dijo _textualmente_:
-
---¡Hermano, el corazón de ese hombre es mío!
-
---¿Qué misterio hay aquí?--dije para mis adentros, y como no le
-contestara y siguiera mirándole, añadió _textualmente_:
-
---La conciencia de ese hombre es mía.
-
-Una mezcla de asombro y de temor por la vida de Macías me selló los
-labios.
-
-Se levantó el indio, tomó de sobre su cama el cajón del archivo, lo
-abrió, revolvió sus bolsitas, halló lo que quería, sacó de ella unos
-papeles y dándomelos, me dijo:
-
---¡Lea, hermano!
-
-Tomé los papeles, que eran manuscritos, abrí uno de ellos, reconocí la
-letra de Macías y leí.
-
-Era una larga carta dirigida al Presidente de la República.
-
-Macías le relataba cómo se hallaba entre los indios; pintaba con
-colores bastante animados su vida; daba una noticia de lo que eran los
-cristianos en Tierra Adentro; los comparaba con los indios, quedando
-aquéllos en peor punto de vista; y por último invocaba la protección
-del Gobierno para reivindicar su libertad perdida.
-
-La carta estaba mal redactada; Macías no escribe bien; pero tenía la
-elocuencia del dolor.
-
-Mientras yo leía, Mariano Rosas se limpiaba las uñas con el puñal.
-
-Acabé de leer la carta y le miré,--no me vió.
-
-Leí otro de los papeles, era otra carta, muy parecida á la anterior,
-dirigida al gobernador de Mendoza.
-
-Los otros papeles eran apuntes sin importancia, eran de un corazón
-lacerado por el infortunio.
-
-Terminada la lectura de todo el mamotreto, exclamé:
-
---¡Ya he concluido!
-
---¿Y, ha visto?
-
---Sí.
-
---¿Qué le parece?
-
---No hallo nada contra usted.
-
---¿Nada?
-
-Y esto diciendo me miró, como preguntándome: ¿me engaña usted?
-
---¡Nada! ¡nada!--repetí.
-
---¡Hermano!--me dijo con intención.
-
---Nada, hermano, le doy mi palabra.
-
-Y como no me contestara y no me quitara los ojos y le conociera que
-quería sondear mis pensamientos, agregué:
-
---Hermano, si alguien le ha dicho que estas cartas hablan mal de usted,
-lo ha engañado.
-
---Léamelas, hermano.
-
---¿Quiere más bien que venga el Padre y se las lea él?
-
---No, léamelas usted, hermano.
-
-Se las leí; la lectura duraría un cuarto de hora.
-
-Mientras leía le miré varias veces; tenía los ojos clavados en el suelo
-y la frente plegada.
-
-Cuando acabé de leer, le dije:
-
---¿Y qué dice ahora?
-
---Que ese hombre es un desagradecido. (Textual).
-
---¿Por qué, hermano?
-
---Porque habla mal de los cristianos que le han dado de comer.
-(Textual).
-
-Hice una composición de lugar con la rapidez del relámpago, y dije:
-
---Tiene usted razón, hermano; que se quede entonces.
-
---Sí--me contestó,--dos años más.
-
---El tiempo que usted quiera.
-
-Tomó los papeles, los puso en orden, los colocó en su bolsita, cerró el
-cajón y me dijo:
-
---Mañana bautizaremos á su ahijada.
-
---Está bien--le contesté, y salí, dándole las buenas tardes.
-
-Macías estaba á la puerta del rancho.
-
-Parecía un espectro.
-
-Nada había oído. Pero su corazón sabía lo que había pasado.
-
-El corazón de los que sufren suele ser profético; anticipándose al
-dolor, lo prolonga.
-
-Le miré sonriéndome por tranquilizarle, y exhalando un hondo suspiro,
-me dijo al pasar:
-
---Ya sé que te ha ido mal.
-
---Nunca es tarde, hombre, cuando la dicha es buena--le contesté.
-
-Meneó la cabeza como diciéndome: Me había engañado; y para acabar de
-tranquilizarle, agregué:
-
---Todavía no le he hablado.
-
-
-
-
- XXI
-
- Intrigas contra Macías.--Envidia de los cristianos.--Preparativos
- para el bautismo.--Animación de Leubucó.--Aspavientos de las
- madres.--Sentimiento que las dominaba.--El mal de este mundo es
- materia de religión.--Mi ahijada, la hija de Mariano Rosas.--De gala,
- con botas de potro de cuero de gato, y vestido de brocado.--Invencible
- curiosidad.--No puedo explicar lo que sentí.--Una cristalización en el
- cerebro.--Regalos recíprocos.--Pobre humanidad.
-
-
-Macías me inspiraba tanta lástima, que toda la noche soñé con él.
-
-Redimirlo del cautiverio, era para mí no sólo una obra de caridad, sino
-el cumplimiento de un deber.
-
-La paz estaba solemnemente hecha y Mariano Rosas obligado, por un
-tratado, á dejar en completa tranquilidad á todos los que, habiéndose
-refugiado en Tierra Adentro, quisieran volver á sus hogares.
-
-En cuanto amaneció llamé al capitán Rivadavia para tener una consulta
-con él.
-
-Era el único hombre que me inspiraba completa confianza. Había vivido
-más tiempo que yo entre los indios, haciéndome respetar de ellos y de
-los cristianos, que no es poco decir, y Mariano Rosas le tenía gran
-afición.
-
-Conocía las costumbres de los unos, las mañas de los otros, todos los
-títeres, en fin, de aquel mundo, donde el estudio del corazón humano es
-tan difícil como en cualquier otra parte.
-
-Si él no salvaba mis dudas, ¡quién las había de salvar!
-
-Le referí todo lo que había sucedido, cambiamos nuestras ideas y
-resultó que Macías era víctima de una nueva intriga.
-
-Mariano Rosas les había, sin duda alguna, comunicado sus conferencias
-conmigo á sus confidentes y éstos le habían disuadido de su resolución
-de cedérmelo.
-
-Había en esto represalias por parte de los que se creían ofendidos con
-los informes consignados en la correspondencia interceptada, egoísmo ó
-envidia.
-
-Los cristianos refugiados entre los indios por causas políticas,
-fingían toda la mayor conformidad. Otra cosa tenían en el fondo de su
-alma. La salida de Macías á quien tanto habían mortificado y ultrajado,
-haciéndole pagar caro el pedazo de carne que le daban, los contrariaba.
-
-Él se iba y ellos se quedaban. Ellos, que gozaban del favor del
-cacique, no podían volver al seno de su familia, y Macías, el loco
-Macías, de quien tantas veces se habían mofado, de quien todavía
-delante de mí se reían, ¡estaba á punto de romper las cadenas de su
-cautividad!
-
-Ellos eran libres y se quedaban, Macías no lo era y se marchaba.
-
-En verdad, sólo nobles corazones podían regocijarse de que un
-desgraciado sacudiera el ominoso yugo.
-
-Los galeotes reciben con júbilo al nuevo condenado y maltratan en
-vísperas de su salida al que ha cumplido la terrible condena.
-
-Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán. Mal de muchos
-consuelo de ingratos, debiera decir.
-
-Era preciso aprovechar el día.
-
-Teníamos que bautizar una porción de criaturas, hijas de cristianos
-refugiados, de cautivas y de indios.
-
-Les recordé á los buenos franciscanos que no teníamos tiempo que
-perder; mandamos mensajeros en todas direcciones y se preparó el altar
-en el mismo rancho en que se había celebrado la misa el día antes.
-
-Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres cristianos con sus hijos,
-indios é indias con los suyos.
-
-El toldo de Mariano Rosas era un jubileo.
-
-Reinaba verdadera animación; todo el mundo se había vestido de gala.
-Yo estaba encantado viendo aquellos infelices honrar instintivamente á
-Dios. Los frailes contentos como si se tratara de unos óleos regios.
-
-Cualquiera que hubiese llegado á aquellas comarcas ese día--sin estar
-en antecedentes,--se habría creído transportando á una tribu indígena
-convertida al cristianismo.
-
-Cuando todo estuvo pronto, se le mandó prevenir á Mariano Rosas,
-pidiéndole permiso para empezar, é invitándolo á presenciar la
-ceremonia.
-
-Contestó que podíamos dar comienzo cuando gustáramos y que no le era
-posible acompañarnos, porque en ese momento acababan de entrarle
-visitas.
-
-El rancho que hacía de capilla, era estrecho para contener la
-concurrencia. Con cada criatura venían los padres, sus parientes, sus
-amigos, los padrinos y madrinas.
-
-Los chiquillos estaban azorados. Todos ellos, lo mismo los grandes
-que los chicos, lloraban. El altar, los sacerdotes revestidos, las
-caras extrañas, el aire de solemnidad de los circunstantes, el empeño
-inusitado en que estuvieran con juicio ó callados, todo, todo les
-impresionaba. Las madres se volvían puros aspavientos. Ésta decía:
-¡Jesús, qué criatura! Aquélla: ¡Ay! ¡qué chiquilla! La una: ¡Qué
-vergüenza! La otra: ¡Cállate, por Dios! Acariciaban, reprendían,
-amonestaban, amenazaban, recurrían, en fin, á todos los ardides
-maternales para imponer silencio.
-
-¡Imposible! El destemplado coro seguía.
-
-Yo observaba aquella escena _sui géneris_, y al través de la parodia
-veía la tendencia humana hacia las cosas graves y solemnes.
-
-Esas pobres mujeres, andrajosas las unas, bastante bien vestidas
-las otras, cristianas unas, chinas otras, hacían allí, al pie
-del improvisado altar lo mismo que habrían hecho bajo las naves
-monumentales de una catedral.
-
-¿Qué sentimiento las dominaba? cuando llorosas ó radiantes de júbilo
-exclamaban, como varias veces lo escuché, viéndolas abrazar con efusión
-el fruto de sus entrañas: ¡al fin vas á ser cristiana, hija mía, hijo
-mío!
-
-Sí, ¿qué sentimiento las dominaba?
-
-¡Ah! un sentimiento innato al corazón humano.
-
-Un sentimiento que Voltaire mismo ha explicado en una frase célebre:
-
-«_Si Dieu n'existait pas, il faudrait l'inventer_».
-
-Si Dios no existiese sería menester inventarlo.
-
-Aquellas gentes, alejadas de la civilización quién sabe desde cuándo,
-desgraciadas ó pervertidas, resignadas á su suerte ó desesperadas,
-ignorantes, vulgares; aquellas mujeres cristianas en el nombre,
-aquellas chinas, aquellos indios sosteniendo en sus brazos sus hijos
-con recogimiento y devoción, comprendían por un instinto especialmente
-humano, que entre este mundo y el otro, entre esta vida y la otra,
-necesitamos un vínculo, y que ese vínculo es Dios, cualquiera que sea
-la forma en que le adoremos.
-
-El mal de este mundo no consiste en profesar una mala religión, sino en
-no profesar ninguna.
-
-¡Ah! y si la religión que se profesa es consoladora por su moral, si
-como una fuente inagotable de poesía, ella nos ofrece un refugio en las
-tribulaciones y una tabla de salvación en las últimas congojas de la
-vida, ¡qué bien inmenso no es creer, adorar y confiar en Dios!
-
-Con razón aquellas gentes estaban de fiesta y consideraban dichosos á
-sus hijos de que recibieran el bautismo.
-
-Cualquiera ceremonia que hubiese sido como la consagración de un culto,
-habría sido lo mismo.
-
-Bautizar treinta ó más criaturas una después de otra, era obra de
-todo el día. El ritual permitía, lo que yo ignoraba, administrar el
-sacramento en masa.
-
-Respiré.
-
-Mi ahijada no comparecía.
-
-Mandé decir á mi compadre que la esperábamos, y un instante después la
-pusieron en mis brazos.
-
-Era una chiquilla como de ocho años, hija de cristiana, trigueñita,
-ñatita, de grandes y negros ojos, simpática, aunque un tanto huraña.
-Lloró como una Magdalena un largo rato, haciendo llorar á otras
-criaturas cuyas lágrimas se habían aplacado y obligándonos á diferir el
-momento de empezar.
-
-Calmóse por fin y la sagrada ceremonia empezó. Resonaban los latines
-y los _Padre Nuestros_; mi ahijada permanecía en mis brazos, ora
-inquieta, ora tranquila. Me miraba, huía de mis ojos, se sonreía, hacía
-fuerzas, cedía; á mí me dominaba sólo una idea.
-
-La chiquilla había sido vestida con su mejor ropa, con la más lujosa;
-era un vestido de brocado encarnado bien cortado, con adornos de oro
-y encajes, que parecían bastante finos. Á falta de zapatos, le habían
-puesto unas botitas de potro, de cuero de gato. La civilización y la
-barbarie se estaban dando la mano.
-
-¿Qué vestido es ese? ¿de dónde venía? ¿quién lo había hecho? era todo
-mi pensamiento.
-
-Quería atender á lo que el sacerdote hacía y decía. ¡En vano!
-
-El vestido y las botas me absorbían. Examinaba el primero con minucioso
-cuidado. Estaba perfectamente bien hecho y cortado.
-
-Las mangas eran á lo María Estuardo. Aquello no era obra de modista
-de Tierra Adentro. Tampoco podía ser regalo de cristianos, ni tomado
-en el saqueo de una tropa de carretas, estancia, diligencia ó villa
-fronteriza. Entre nosotros ninguna niña se viste así.
-
-Mi curiosidad era sólo comparable á la incongruencia del traje y de las
-botas de potro.
-
-Era una curiosidad rara.
-
-Á veces me venía como un rayo de luz y me decía: Ya caigo, ese vestido
-viene de tal parte. No, no podía ser eso, era una extravagancia.
-
-Cuando me tocaba contestar _amén_, otro tenía que hacerlo por mí.
-Distraído, no veía sino el vestido, no pensaba sino en el contraste que
-formaban con él las botas.
-
-Á mi lado estaba un cristiano, agregado al toldo de Mariano Rosas, cuya
-cara de forajido daba miedo.
-
-Era uno de esos tipos repelentes, cuya simple vista estremece. Jamás me
-había dirigido la palabra, ni yo se la había dirigido á él.
-
-La curiosidad pudo más que la repugnancia que me inspiraba y le
-pregunté con disimulo:
-
---¿De dónde ha sacado mi compadre este vestido?
-
---¡Oh!--me dijo, con voz bronca y tonada cordobesa--, ése es el vestido
-de la Virgen de la Villa de la Paz.
-
---¿De la Virgen?--le pregunté, haciéndome la ilusión de que había oído
-mal, aunque el hombre pronunció la frase netamente.
-
---Sí, pues--repuso;--cuando la invasión que hicimos lo trajimos y lo
-dimos al General.
-
-Y esto diciendo, sostuvo á mi ahijada, que casi se me escapó de los
-brazos.
-
-Con unas pobres palabras humanas, yo no pude expresar el efecto extraño
-que hizo en mis nervios, la voz, el aire y la tonada de aquella
-revelación.
-
-No sentí lo que se siente en presencia de una profanación; no
-experimenté lo que se experimenta ante un sacrilegio; no me conmoví
-como cuando un sortilegio nos llena de estúpida superstición. Sentí
-y experimenté una impresión fenomenal, me conmoví de una manera
-diabólica, como en la infancia me imaginaba que se estremecía el diablo
-cuando le echaban agua bendita.
-
-Mi ahijada María, la hija de Mariano Rosas, está ligada á los recuerdos
-de mi vida, por una impresión tan singular, que su vestido y sus botas
-me hacen todavía el efecto de un _cauchemar_.
-
-Yo no puedo ya ver una Virgen sin que esos atavíos sarcásticos se
-presenten á mi imaginación. Tengo el retrato de mi ahijada como
-cristalizado en el cerebro, y el vozarrón del bandido que me sacó
-de dudas me zumba al oído todavía. Hay ecos inolvidables. Son como
-el rugido del mar cuando, silbando el viento, azota encrespado la
-pedregosa orilla. Se le oye una vez en la vida y no se le olvida jamás.
-
-Terminados los bautismos, el padre Marcos dirigió á las madres de los
-recién cristianizados un breve sermón, exhortándolas á educar á sus
-hijos en la ley de Jesucristo, único modo de que ganaran el cielo
-después de la muerte.
-
-Todos quedaron muy alegres y contentos y me agradecieron el favor que
-acababan de merecer, debido á mí.
-
---¡Ah! ¡si no fuera por usted, señor, qué habría sido de nosotras!--me
-dijeron varias mujeres.
-
-Yo fuí padrino de cuatro criaturas, inclusive la hija de Mariano Rosas.
-Poco tenía para obsequiar á mis ahijados y ahijadas. Pero como cuando
-hay deseo y buena voluntad nunca falta algo con qué manifestarlo, con
-todos ellos quedé bien.
-
-Deshicimos el altar, guardamos los ornamentos y en seguida nos fuimos
-al toldo de Mariano Rosas.
-
-Nos esperaba con el almuerzo pronto.
-
-Estaba plácido como nunca.
-
---Ya somos compadres, hermano--me dijo:--ahora usted dirá cómo nos
-hemos de tratar.
-
---Compadre--le contesté,--como antes, no más, de hermanos.
-
---Es lo mismo, le doy las gracias--repuso,--y dirigiéndose á los
-frailes, añadió: ¿muchos cristianos ahora aquí, eh?
-
---Es verdad--le contestaron,--¡Dios los ayude á todos!
-
-Sirvieron el almuerzo, almorzamos y nos despedimos para retirarnos.
-
-Yo antes de salir le dije á mi compadre:
-
---Esta tarde acabaremos de conversar.
-
---Cuando guste--me contestó.
-
-Iba á salir del toldo; me llamó y sacándose el poncho pampa que tenía
-puesto, me dijo, dándomelo:
-
---Tome, hermano, úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principal.
-
-Acepté el obsequio, que tenía una gran significación y se lo devolví,
-dándole yo mi poncho de goma.
-
-Al recibirlo, me dijo:
-
---Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han de matar, hermano,
-viéndole ese poncho.
-
---Hermano--le contesté;--si algún día no hay paces y nos encontramos
-por ahí, lo he de sacar á usted por esa prenda.
-
-La gran significación que el poncho de Mariano Rosas tenía, no era que
-pudiera servirme de escudo en un peligro, sino que el poncho tejido por
-la mujer principal, es entre los indios un gaje de amor, es como el
-anillo nupcial entre los cristianos.
-
-Cuando salí del toldo y me vieron con el poncho del cacique, una
-expresión de sorpresa se pintó en todas las fisonomías.
-
-La gente de _palacio_ se mostró más atenta y solícita que nunca.
-
-¡Pobre humanidad!
-
-
-
-
- XXII
-
- Se acerca la hora de partida.--Desaliento de Macías.--El negro del
- acordeón y un envoltorio.--Era un queso.--Calixto Oyarzábal anuncia
- que hay baile.--Baile de los Indios y de las chinas.--En un detalle
- encuentro á los Indios menos civilizados que nosotros.
-
-
-Macías veía llegar la hora de mi partida, y con suspiros y monosílabos
-me hacía comprender que iba perdiendo hasta la esperanza.
-
-Me senté en el fogón y él se puso á mi lado.
-
-Yo estaba de muy buen humor, quizá porque al día siguiente pensaba
-rumbear para la _querencia_. Somos así, versátiles aun en medio de
-la felicidad. Todo es poco, nada nos sacia. Y sólo tarde, muy tarde,
-comprendemos que en este mundo sublunar, los que lo han pasado mejor
-son los que contentos con el presente no se han apurado nunca por nadie
-ni por nada; los que estrechando el horizonte de sus miradas, limitando
-sus aspiraciones y sacudiendo la férula de las exigencias sociales, han
-_subjetivado_ la vida hasta el extremo de identificarse con su frac.
-
-¡Ah! cuántos á quienes estériles combates consumieron; cuántos que
-despiertos ó dormidos tuvieron visiones de amor, de odio, de gloria,
-de orgullo, de riqueza, de envidia, de miedo, olvidando que _velar es
-soñar de pie_ y que _el sueño no es más que el noviciado de la muerte_,
-cuántos de ésos, decía, no habrían sido más dichosos si al fin de la
-jornada hubiesen podido exclamar:
-
- «Sois-moi fidèle ô pauvre habit que j'aime!
- Ensemble nous devenons vieux.
- Depuis dix ans je te brosse moi même.
- Et Socrate n'eût pas fait mieux.
- Quand le sort á ta mince étoffe
- Livrerait de nouveaux combats,
- Imite-moi résiste en philosophe.
- Mon vieil ami, ne nous séparerons pas.»[3]
-
-Yo reía, charlaba, jaraneaba con todos los que rodeaban el fogón, en el
-que un apetitoso asado se doraba al calor de abundante leña.
-
-El triste prisionero, taciturno, reconcentrado, sombrío como la imagen
-de la desesperación, me echaba de vez en cuando miradas furtivas.
-
-Quería decirme algo y no se atrevía; quería hacerme un reproche y no
-hallaba palabras adecuadas; sus pensamientos fluctuaban, como algas
-marinas entre opuestas corrientes; iba á hablar y callaba; sus ojos
-brillaban, sin rencor; pero sus labios comprimidos revelaban claramente
-que balbuceaba una ironía.
-
---¿En qué piensas?--le dije.
-
---En que estás muy alegre--me contestó.
-
---El que se aflige se muere--repuse.
-
---¡Ah! tú te vas, yo me quedo.
-
---Ya te he dicho que nunca es tarde cuando la dicha es buena--le
-contesté.
-
---¡Cómo ha de ser!--volvió á exclamar y levantándose de improviso se
-quiso marchar.
-
-En ese momento Calixto Oyarzábal, tomando el asador, poniéndolo
-horizontalmente y raspando el asado con un cuchillo para quitarle la
-ceniza, dijo:
-
---Ya está, mi Coronel.
-
---¡Á comer, caballeros!--grité yo á mi vez, y dirigiéndome á Macías, le
-dije: Ven, hombre, come; sobra tiempo para ahorcarse de desesperación.
-
-Volvió sobre sus pasos, se sentó nuevamente á mi lado, sacó su
-cuchillo, y como el asado incitaba, siguiendo los usos campestres de la
-tierra, cortó una tira.
-
-Una olla de puchero hervía, rebosando de choclos y zapallo angola.
-
-Acabamos con el asado y en un santiamén con ella.
-
-Íbamos á tomar el mate de café, no teniendo postre, cuando el negro del
-acordeón se presentó, trayendo una cosa en la mano envuelta en un trapo.
-
---¡El acordeón!--dije, para mis adentros, me espeluzné y con aire y voz
-imperativa:
-
---¡Fuera de aquí, negro!--le grité, antes que desplegara los labios.
-
---Mi amo--contestó sonriéndose,--si vengo solo.
-
---¿Y eso?--le pregunté, señalándole la cosa que traía envuelta.
-
---Esto--repuso, mostrando dos filas de hermosos dientes, tan blancos y
-tan iguales que me dieron envidia,--esto, ¡es un queso!
-
---¡Un queso!
-
---Sí, mi amo, y se lo manda el General á su _mercé_ para que lo coma en
-nombre de su ahijada, la niña María.
-
-Y esto diciendo, desenvolvió el queso y lo puso en mis manos.
-
---Dile á mi hermano que le doy las gracias--le dije, y haciéndole una
-indicación con la mano, agregué:--¡Vete!
-
-Obedeció, y así que estuvo á cierta distancia, me preguntó con malicia:
-
---¿Quiere su _mercé_ que vuelva con el instrumento?
-
-Le contesté con un caracú que estaba á mano, en medio de una explosión
-de risa de los circunstantes.
-
---Y está de baile--dijo Calixto.
-
---¿De baile?--le pregunté.
-
---Sí, mi Coronel.
-
---¿Y dónde hay baile?
-
---Allí en un toldo--dijo señalándolo.
-
---Pues probemos el queso, tomemos el café y vamos á ver el fandango
-aunque haya acordeón y negro.
-
-Despachamos todo, mandé á Calixto á averiguar á qué hora era el baile y
-volvió diciendo que ya iba á empezar.
-
-Dejamos el fogón y nos fuimos á ver la fiesta.
-
-Era lo único que me faltaba.
-
-Mi reloj marcaba las cuatro, las cuatro de la tarde, bien entendido.
-
-Los indios, más razonables que nosotros, duermen de noche y se
-divierten de día.
-
-Esta costumbre tiene una ventaja sobre la usanza de la civilización;
-no hay que pensar en luminarias de ningún género, ni en velas, ni en
-kerosene, ni en gas.
-
-El baile era de varones y al aire libre.
-
-En aquellas tierras las mujeres no tienen sino dos destinos: trabajar y
-procrear.
-
-No me atrevo á decir, si á este respecto los indios andan más acertados
-que nosotros.
-
-Pero considerando los infinitos desaguisados que acontecen y
-presenciamos de enero á enero con motivo de la mezcolanza de sexos; las
-mujeres que abandonan sus maridos, los maridos que olvidan sus mujeres,
-las reyertas por celos, los pleitos por alimentos, los divorcios,
-los raptos voluntarios de inocentes doncellas, hechos desconocidos en
-Tierra Adentro, considerando todo esto, decía, lo cierto es que nuestra
-civilización es un asunto muy serio.
-
-¡Con razón se predica tanto contra el baile!
-
-Yo comprendo la indispensable necesidad que un hombre de estado tiene
-de saber bailar. Porque, como decía Molière por boca de uno de sus
-personajes, cuando se dice que un ministro ha dado un mal paso, es
-porque no ha aprendido la danza, con lo cual el maestro de este arte le
-probaba al del florete la superioridad del baile sobre la esgrima.
-
-Pero no comprendo la necesidad de que un médico ó un abogado bailen.
-
-Por supuesto, que los indios, comprendiendo que bailar es un ejercicio,
-que á la vez que obra sobre el sistema nervioso de una manera fruitiva,
-conviene á la higiene del cuerpo, porque despierta el apetito y
-contribuye al desarrollo de la musculatura, les permiten á sus mujeres
-bailar solas de vez en cuando, reservándose ellos la parte que más
-adelante se verá.
-
-El salón de baile, ó mejor dicho, la arena, tendría unas cuarenta varas
-de circuito.
-
-Imagínate la era de trillar las mieses, rodeada de palos, á modo de
-corral; ponle con el pensamiento, Santiago amigo, un mogote de tierra
-en el centro como de dos varas de diámetro y una de alto y tendrás una
-idea de lo que he intentado describir.
-
-Los concurrentes estaban colocados alrededor del círculo del lado de
-afuera.
-
-Aquí viene bien hacer notar que los indios en materia de coreografía
-son menos egoístas que nosotros.
-
-Ellos bailan para divertir á sus amigos; nosotros por divertirnos
-nosotros mismos.
-
-Para divertirnos viendo bailar, tenemos que gastar nuestro dinero.
-
-Es otro inconveniente de la civilización.
-
-La música instrumental consistía en unas especies de tamboriles; eran
-de madera y cuero de carnero y los tocaban con los dedos ó con baquetas.
-
-El baile empezó con una especie de llamada militar redoblada.
-
-Oyéronse unos gritos agudos, descompasados y cinco indios en hilera se
-presentaron haciendo piruetas _acancanadas_.
-
-Venían todos tapados con mantas.
-
-Entraron en la arena, dieron unas cuantas vueltas al son de la música,
-alrededor del mogote de tierra, como pisando sobre huevos, de repente
-arrojaron las mantas y se descubrieron.
-
-Se habían arrollado los calzoncillos hasta los muslos, la camisa se la
-habían quitado; se habían pintado de colorado las piernas, los brazos,
-el pecho, la cara; en la cabeza llevaban plumas de avestruz en forma
-de plumero, en el pescuezo collares que hacían ruido y las mechas les
-caían sobre la frente.
-
-Las mantas las arrojaron sin hacer alto, sacudieron la cabeza, como
-dándose á conocer, y empezó una serie de figuras, sin perder los
-bailarines el orden de hilera.
-
-Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando la cabeza á derecha
-é izquierda, de arriba abajo, para atrás, para adelante, se ponían unos
-á otros las manos en los hombros, excepto el que hacía cabeza, que
-batía los brazos; se soltaban, se volvían á unir formando una cadena,
-se atropellaban, quedando pegados como una rosca; se dislocaban,
-pataleaban, sudaban á mares, hedían á potro, hacían mil muecas,
-se besaban, se mordían, se tiraban manotones obscenos, se hacían
-colita; en fin, parecían cinco sátiros beodos, ostentando cínicos la
-resistencia del cuerpo y la lubricidad de sus pasiones.
-
-El aire de las evoluciones determinaba el compás del tamborileo, que de
-cuando en cuando era acompañado de una especie de canto ora triste, ora
-grave, ora burlesco, según lo que la infernal cuadrilla parodiaba.
-
-Quince fueron los que bailaron, en tres tandas; la concurrencia
-guardó el mayor orden; no aplaudía, pero se comía con los ojos á los
-bailarines.
-
-Aquello era un verdadero _alcázar lírico_ en plena Pampa.
-
-Sin mujeres, sin _garçons_, sin mesas de mármol, sin limonada gaseosa y
-otras hierbas.
-
-Le hallé la ventaja de la entrada gratis.
-
-Cerca de dos horas duró la farsa; se ponía el sol cuando yo volvía á mi
-fogón, harto de gestos, alaridos y tamboriles.
-
-Mi buena estrella quiso que el negro del acordeón no formara parte de
-la orquesta.
-
-Se hizo de noche, y como estuviese fresco, me guarecí tras de mi
-rancho, dándole la espalda al viento.
-
-En el acto brilló el fogón.
-
-Á la luz de su lumbre me contaron cómo bailan las chinas.
-
-En un local como el que ya describí, pintadas y ataviadas, entran
-quince ó veinte; se toman las manos, hacen una rueda, y comienzan á
-dar vueltas alrededor del mogote, ni más ni menos que si jugaran á la
-_ronga_, _catonga_.
-
-Los concurrentes entran en el recinto del baile, y al pasar las chinas
-por delante de ellos les hacen una porción de iniquidades, hasta que no
-pudiéndolas soportar deshacen la rueda y se escapan por donde pueden.
-
-Francamente, en este detalle encuentro á los indios menos civilizados
-que nosotros, aunque hay ejemplos en las crónicas policiales de
-caballeros que durmieron bajo las llaves de la alcaldía por tener las
-manos demasiado largas en los atrios de las iglesias.
-
-El efecto de esos abusos y licencias de los indios con las chinas
-cuando bailan, hace que ellas se abstengan de la inofensiva diversión,
-lo que prueba que en todas partes la mujer es igual.
-
-Perdona todo, menos que la maltraten.
-
-Yo les hallo muchísima razón, aunque declaro que ellas, sin
-maltratarnos, abusando de sus ventajas, suelen _tratarnos mal_.
-
-
- NOTAS:
-
-[3] Béranger, _Mont habit_.
-
-
-
-
- XXIII
-
- Solo en el fogón.--¿Qué habría pensado yo si hubiera tenido menos de
- treinta años?--Con las mujeres es mejor no estar uno solo.--El crimen
- es hijo de las tinieblas.--El silencio es un síntoma alarmante en
- la mujer.--Visitas inesperadas.--Yo no sueño sino disparates.--Los
- filósofos antiguos han escrito muchas necedades.
-
-
-Me había quedado solo en el fogón, viendo arder las brasas.
-
-Brillaban carbonizadas, y cuando más bellas estaban, el viento las
-redujo á cenizas, lo mismo que los desengaños desvanecen nuestras más
-gratas ilusiones.
-
-Mis pensamientos flotaban entre dos mundos.
-
-Ya eran prácticos, ya quiméricos, ora me parecían de fácil realización,
-ora imposible de realizar; me sentía grande y fuerte; pequeño y débil;
-dormitaba y me despertaba; quería salir de allí y no salía.
-
---¿Por qué?
-
-Porque el hombre no es dueño de sí mismo, sino cuando tiene ideas fijas
-ó determinadas.
-
-Una voz dulce me sacó de aquella indecisión, murmurando á mi oído:
-
---Buenas noches. Di vuelta y al pálido resplandor de las últimas brasas
-que se apagaban, reconocí á una mujer.
-
-Era mi comadre Carmen.
-
---¿Comadre, usted por aquí y á esta hora?--le dije.
-
---Compadre, he sabido que se va mañana--me contestó.
-
-La hice que se sentara.
-
-Su rostro tenía una expresión tierna; su seno palpitaba con violencia,
-agitando levemente los pliegues de su camisa, más ajustada al cuello
-que de costumbre, y su mirada traicionaba una inquietud mal disimulada.
-
---¿Usted tiene algo, comadre?--le dije.
-
---No, compadre--me contestó,--clavando la vista en el moribundo fogón y
-comprimiendo un suspiro.
-
-Si yo no me hubiese hallado en ese período de la vida en que el poeta
-exclamaba:
-
- «My days are in the yellow leaf;
- The flowers and fruits of love are gone.»
-
-¡Quién sabe qué hubiera pensado!
-
-El viento había calmado, el cielo estaba cubierto de nubes, las
-estrellas brillaban tímidamente, como luces lejanas al través de opacas
-cortinas, el fogón eran tibias cenizas, mi visita y yo nos veíamos como
-dos sombras envueltas en sutil crespón.
-
-El silencio de la noche, interrumpido apenas por la respiración
-acompasada de los que dormían cerca de allí; la soledad poética
-del lugar; los pensamientos, que como visiones de una edad más
-bella, cruzaron como ráfagas de fuego por mi imaginación, le dieron
-momentáneamente al cuadro un tinte novelesco.
-
-Desperté á Calixto, se levantó, le ordené que avivara el fuego y cebara
-mate.
-
-Removió las cenizas, descubrió algunas brasas, sopló haciendo con las
-manos una especie de fuelle y un momento después el fogón flameaba.
-
-Durante un rato, mi comadre y yo permanecimos mudos, oyendo hervir el
-agua y crujir la leña.
-
-El fuego ejerce una influencia magnética, irresistible sobre los
-sentidos, y he observado que al calor de las llamas resplandecientes
-el corazón se dilata, que las ideas germinan placenteras y el alma se
-eleva hacia la cumbre de lo grande y de lo bello, en alas de ráfagas
-generosas y sublimes.
-
-Por eso el crimen es hijo de las tinieblas y se ceba en la obscuridad.
-
-Calixto me pasó un mate; lo tomé, y dándoselo á mi comadre, la dije:
-
---¿Por qué se ha quedado tan callada?
-
-Suspiró por toda contestación.
-
-Está visto que las mujeres son iguales en todas las constelaciones, lo
-mismo en las montañas, donde las nieves reinan eternamente, que entre
-las selvas románticas donde el tímido _urutau_ entona tristes endechas;
-lo mismo á orillas del majestuoso Río de la Plata, que en las dilatadas
-llanuras de la Pampa Argentina.
-
-Suspirar, creen que es hablar.
-
-Confieso que es un lenguaje demasiado místico para un ser tan prosaico
-como yo.
-
---¿Pero qué tiene, comadre?--le volví á preguntar.
-
---Compadre--me contestó,--estoy triste porque se va.
-
---¿Y qué, le gustaría á usted que no me dejaran volver?
-
---No quiero decir eso.
-
---¿Y entonces?
-
---Quiero decir que siento no poder acompañarlo.
-
---¿Y por qué no se viene á pasear al Río 4.º conmigo?
-
---Porque no puedo.
-
---¿No es usted libre?
-
---¡Libre!
-
---Libre, sí, ¿no es usted viuda?
-
---¡Ah! compadre--exclamó con amargura,--usted no sabe cómo es mi vida;
-usted no conoce esta tierra.
-
-Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando si alguien había
-escuchado su indiscreta confesión.
-
-Su voz tenía algo de significativo y de misterioso.
-
-Me parecía que quería decirme algo más y que estaba temerosa de que
-algún espía nocturno la oyera.
-
-Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábamos solos y me senté
-más cerca de ella, diciéndole:
-
---No hay nadie.
-
---Compadre--me dijo;--no se vaya sin pasar por mi toldo que queda en
-Carrilobo, cerca del de Villarreal, allí lo espero; estará mi hermana,
-es mujer de confianza y lo quiere, tengo algo que decirle, que le
-interesa mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar, por eso
-he venido, nadie me ha visto todavía...
-
-En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios
-_achumados_.
-
-Se levantó de golpe y diciéndome:--No quiero que me vean aquí,--se
-deslizó por entre las sombras de la noche.
-
-La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió en la
-obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de inquietud, de una inquietud
-inexplicable, oyendo al mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el
-vocerío de la chusma ebria.
-
-La luz de mi fogón los atrajo.
-
-Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo.
-
-Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino, donde habían estado
-de _mamaran_.
-
-Traía en la mano una limeta de bebida y venía bastante _caldeado_. Sin
-apearse, me dijo:
-
---¡Yapaí, hermano!
-
---Yapaí, hermano--le contesté.
-
-Bebimos alternativamente, y tras del primer yapaí, vinieron otros y
-otros.
-
-Afortunadamente, el aguardiente estaba muy aguado y no traía cuerno, ni
-vaso, lo que me permitía mojar sólo los labios, pues teníamos que tomar
-con la botella.
-
-Viendo que se ponían muy fastidiosos, que me amenazaban con un largo
-_solo_, le dije á Calixto:
-
---Ché, mira que hace frío, alcánzame el poncho.
-
-No tenía más que el que esa mañana me había regalado Mariano Rosas;
-quise ver qué impresión hacía verme con él.
-
-Me trajo Calixto el poncho y me lo puse.
-
-Como lo había calculado, surtió un efecto completo mi ardid.
-
---¡Ese coronel Mansilla toro!--exclamaron algunos.
-
---¡Ese coronel Mansilla gaucho!--otros.
-
-Muchos me dieron la mano y otros me abrazaron y hasta me besaron con
-sus bocas hediondas.
-
-Epumer me dijo repetidas veces:
-
---¡Mansilla _peñi_! (hermano).
-
-En esos coloquios estábamos cuando un ruido semejante al de un organito
-descompuesto se oyó, junto con unas coplas, dedicadas á mí.
-
-Me dieron escalofríos, experimentando frío y calor á la vez y una
-destemplanza nerviosa como la que produce el roce de una lima en los
-dientes.
-
-¿De dónde salía aquel maldito negro con su execrable acordeón, pues él
-en cuerpo y alma era el de la música?
-
-¡Á qué averiguarlo!
-
-No pude resistir, y explotando la respetabilidad de que me revestía el
-poncho de mi _compadre_ y _hermano_, le dije á Epumer y á su séquito:
-
---Caballeros, buenas noches, es tarde, estoy cansado y mañana me voy;
-tengo ganas de dormir.
-
-Y los dejé y me metí en mi rancho, y le mandé á Calixto que cerrara
-bien la puerta, atando con _guascas_ el cuero que la cubría.
-
-Las visitas me saludaron con varias exclamaciones, como ¡adiós, _peñi_!
-¡adiós, amigo! ¡adiós, toro! gritaron un rato, apagaron el fogón
-saltando por encima con los caballos, alborotando los perros, hicieron
-un gran barullo, y cuando se cansaron se fueron.
-
-Arrullado por su infernal gangolina me dormí.
-
-Toda la noche tuve los sueños más estrafalarios. Así como casi todos
-los sentimientos de nuestra alma proceden de las sensaciones de la
-_bestia_, así también casi todas las visiones del espíritu dormido
-vienen de lo que hemos visto ó contemplado despiertos, con los ojos del
-cuerpo ó con los de la imaginación.
-
-Yo soy como los patanes.
-
-Nunca tengo presentimientos en sueños.
-
-Yo no he de ver nunca, como Píndaro, que las abejas depositan su miel
-en mis labios;
-
-Ni como Hesiodo, nueve mujeres hechiceras, que fueron las musas que lo
-inspiraron;
-
-Ni como Escipión, Numancia destruida, ó Cartago derribada;
-
-Ni como Alejandro delante de Tiro, que Hércules me presenta la mano
-desde lo alto de las murallas.
-
-Para que yo viese, á la verdad, en sueños, sería menester que fuese
-más sobrio y virtuoso, ó es falso lo que dice Sócrates, que un
-cuerpo saciado de placer ó repleto de alimentos y de vino, le hace
-experimentar al alma sueños extravagantes; de donde se deduce que los
-emperadores, los reyes, los presidentes, los ministros y los diputados,
-todos, todos aquéllos, en fin, que deben saber lo que hacen, y que á
-más de esto deben procurar leer en lo futuro, _desde que gobernar es
-prever_, deben ser gente muy parca en el comer y muy moderada en el
-beber, amén de otras cosas indispensables para que la digestión se haga
-regularmente.
-
-Yo no puedo tener sueños sino como los que tuve la última noche que
-pasé en Leubucó.
-
-Ó he de ver disparates, que no se han de cumplir, ó he de ver
-disparatadas las cosas que se cumplieron.
-
-Ó he de soñar que me han proclamado emperador de los Ranqueles, que
-_Lucius Victorius, Imperator_, ha hecho coronar emperatriz á la china
-Carmen; ó he de soñar que el baile de los indios está en moda en Buenos
-Aires y que el botín con taco á lo Luis XV ha sido reemplazado por la
-botita de potro de cuero de gato.
-
-Por el estilo fueron mis sueños.
-
-Y diga después Platón que el espíritu divino nos revela en sueños el
-porvenir; y diga después Estrabón, que los sueños nos dan á conocer la
-verdad, porque, durante la noche, el entendimiento es más activo, más
-puro, más claro que durante el día.
-
-Los tales antiguos eran unos utopistas de marca mayor.
-
-Los respeto sólo porque ya son viejos y murieron.
-
-
-
-
- XXIV
-
- La loca de Séneca.--El sueño Cesáreo se me había convertido en
- substancia.--Salida inesperada de Mariano Rosas.--Un bárbaro pretende
- que un hombre civilizado sea su instrumento.--Confianza en Dios.--El
- hijo del Comandante Araya.--Dios es grande.--Una seña misteriosa.
-
-
-Me desperté con la cabeza hecha un horno; había soñado tanto que mis
-ideas eran un embolismo.
-
-De pronto no pude darme cuenta de lo sucedido durante la noche.
-
-Confundía los hechos reales con las visiones; me parecía que había
-soñado con mi comadre Carmen, con Epumer y el negro del acordeón, y que
-lo que había visto en sueños era verdad.
-
-Amanecía; la luz del crepúsculo entraba en el rancho por sus
-innumerables agujeros y lo iluminaba con fantásticos resplandores.
-
-La cama era tan dura que estaba entumecido; me movía con dificultad.
-
-Las impresiones del sueño persistían; no dormía y veía lo mismo que
-había visto dormido.
-
-Durante un largo rato estuve como la loca de Séneca, era ciega y no lo
-sabía; pedía que la hicieran cambiar de casa porque en la que habitaba
-no se veía nada.
-
-Yo estaba despierto y no lo sabía.
-
-¡Caramba! ¡cómo cuesta cuando se ha soñado un imperio convencerse al
-despertar que no es uno emperador!
-
-De tal modo se me había convertido en substancia el sueño del poder,
-que á no ser los ladridos de unos perros, que despertaron á mis
-oficiales, creo que me levanto arrastrando el poncho de Mariano Rosas á
-guisa de imperial manto de armiños.
-
-Unos «Buenos días, mi Coronel», de mi ayudante Rodríguez, me despejaron
-los sentidos del todo.
-
-Abrí los ojos, que apretaba nerviosamente.
-
-Era de día, la claridad del rancho completa.
-
-La visión del imperio ranquelino desapareció de mi retina. Pero como
-una sombra chinesca que se desvanece, todavía cruzó por mi imaginación.
-
-Me pareció que había dormido un año. Yo no sé por qué pintan el tiempo
-con alas. Yo lo pintaría con pies de plomo. Será que las cosas que más
-deseo, son siempre las que más tardan en suceder.
-
-Verdad es que las que más me gustan me parece que pasan con demasiada
-velocidad.
-
-Llamé un asistente, vino, abrió la puerta, me levanté, me vestí y salí
-del rancho.
-
-Decididamente me iba ese mismo día y no era emperador. Lo uno me
-consoló de lo otro. Francamente, el imperio ranquelino era más hermoso
-visto en sueños que despierto.
-
-Me trajeron el parte de que en las tropillas no había novedad y le hice
-prevenir á Camilo Arias que las tuviera prontas para cuando cayera el
-sol.
-
-En seguida le hice preguntar á Mariano Rosas con el capitán Rivadavia
-si estaba en disposición de que acabáramos de conversar.
-
-Me contestó que sí.
-
-Entré en su toldo; se acababa de bañar, tomaba mate y una china le
-desenredaba los cabellos.
-
---Hermano--me dijo al entrar, sin moverse,--siéntese y dispense.
-
---No hay de qué--repuse, sentándome.
-
---¿Y cómo ha pasado la noche?--me preguntó.
-
---Muy bien--le contesté.
-
---¿Y siempre se va hoy?
-
---Si usted no dispone otra cosa.
-
---Usted es libre, hermano.
-
---Bueno; quiero que me diga, ¿qué se le ofrece?
-
---Hermano, deseo que no me apure por los cautivos que debo entregar.
-
---Entréguemelos según pueda.
-
---Ya faltan pocos.
-
---¿Cómo pocos?
-
---Sí, pues.
-
---No lo entiendo.
-
-Me hizo una relación de los cautivos que en diversas épocas había
-remitido al Río 4.º, y concluyó diciéndome: que agregando á esa cuenta
-ocho, se completaba el número.
-
-Era una salida inesperada.
-
-¿Qué tenía que hacer el nuevo tratado de paz con los cautivos
-anteriores?
-
-¿La idea era de él ó se la habían sugerido?
-
-Quise explorar el campo, fué en vano; circunspecto y reservado no
-soltaba prendas.
-
-Resolví hablarle categóricamente, porque el incidente era de tal
-naturaleza que _las paces_ podían frustrarse, y le dije:
-
---Hermano, usted está equivocado; los cautivos que ha dado antes no
-tiene nada que ver con los que me debe dar á mí; lea bien el Tratado y
-verá.
-
---Sí, ya sé; pero yo lo decía porque usted pudiera ser que lo pudiese
-arreglar.
-
---¿Y cómo quiere que lo arregle?
-
---Diciéndole al que los gobierna que se han recibido los que yo digo.
-
---¿Y cómo le voy á decir eso?
-
---Yo le doy los nombres de los viejos.
-
---No puedo hacer eso.
-
---¿Entonces?...
-
---¿Y entonces qué?...
-
---Haremos lo que usted dice.
-
---Eso es--le contesté.
-
-Y para mis adentros dije: Era lo único que me faltaba, que este bárbaro
-me hiciera instrumento suyo.
-
-No me contestó.
-
---¿Y, no tiene otra cosa que decirme?--le pregunté.
-
---Sí, pero lo dejaremos para más tarde--me contestó.
-
---¿Tendremos tiempo?
-
---Sí, hemos de tener.
-
-Me quedé callado á mi vez.
-
-En los tres fogones del toldo cocinaban.
-
---Vamos á almorzar--me dijo, y pidió en su lengua que nos sirvieran.
-
-No le contesté.
-
-Trajeron platos y cubiertos y pusieron una olla de puchero de vaca
-entre él y yo.
-
-Me sirvió un platazo. Comí y callé.
-
-Hacía largo rato que comíamos sin mirarnos ni hablarnos, cuando se
-presentó un indio, que le habló en araucano con suma vivacidad, y á
-quien le contestó de igual manera.
-
-Nada entendí; sólo percibí varias veces las palabras: indio Blanco.
-
-Me dió curiosidad.
-
-Pero me dominé; nada pregunté.
-
-El indio se fué.
-
-Continuamos en silencio.
-
---Es el indio Blanco--me dijo.
-
---¿Y qué hay?--repuse.
-
---Anda hablando de usted: dice que le va á salir á la cruzada.
-
-¿Si será una composición de lugar para asustarme y hacerme suspender el
-viaje? reflexioné, preguntándole.
-
---¿Y qué piensa hacerme?
-
---Matarlo--me contestó sonriéndose.
-
---¡Matarme, eh!
-
---Así dice él.
-
---Pues dígale que nos veremos las caras.
-
---Le he mandado decir que se deje de andar _valaqueando_; que si no
-le gustan las paces, por qué se ha vuelto de Chile; que ya le hice
-prevenir el otro día que anduviera derecho.
-
-Y como me dijera todo esto con aire de verdad, pintándose en su
-fisonomía cierta prevención contra el indio Blanco, le dije en tono
-amistoso:
-
---Gracias, hermano.
-
-Seguimos callados.
-
-No me miraba, tenía la vista fija en un zoquete de carne que pelaba con
-los dedos; me pareció que quería que yo hablara, que le pidiera algo, y
-resolví no hacerlo.
-
-Volvió el que había ido con el mensaje para el indio Blanco, habló unas
-pocas palabras y se marchó.
-
---Dice el indio Blanco que se va para el Toay--me dijo.
-
---¿Para el Toay?
-
---Sí, y dice que va á buscar ovejas á la provincia de Buenos Aires,
-porque están á muy buen precio en Chile.
-
---¡Pícaro!--exclamé.
-
---¡Es muy pícaro!--exclamó él.
-
-Seguimos callados.
-
-Al rato me dijo:
-
---¿Á qué hora es la marcha?
-
---Á las cuatro--le contesté.
-
-Seguimos callados.
-
-Por fin me dijo:
-
---¿Y dígame, hermano, usted qué me encarga?
-
---¿Qué le encargo?
-
---¡Sí!
-
---Que se acuerde en todo tiempo de su compadre.
-
-Y esto diciendo me levanté y salí del toldo.
-
-Ordené que todo el mundo se aprestara á marchar, y me fuí á decirles
-adiós á algunos conocidos que moraban en los toldos vecinos.
-
-Á la hora estuve de vuelta; mi gente estaba pronta, no faltaba sino que
-arrimaran las tropillas y ensillar.
-
-Hacía un día hermosísimo; íbamos á tener una tarde deliciosa.
-
-Muchos se preparaban para acompañarme.
-
-El desgraciado Macías veía los preparativos recostado en un horcón
-de mi rancho y su tétrica fisonomía revelaba el sufrimiento de la
-desesperación.
-
-Me acerqué á él y le dije:
-
---¡Ten confianza en Dios!
-
---¡En Dios!--murmuró.
-
---Sí, ¡en Dios!--le repetí, lanzándole una mirada en la que debió leer
-el pensamiento:--El que desespera en Dios no merece la libertad,--y
-entré en el rancho de Ayala.
-
-Me había ofrecido entregarme un niño cautivo que tenía. Era un hijo
-del comandante Araya, vecino de la Cruz Alta. El pobrecito lo sabía,
-veía que yo me marchaba por momentos, que nada le decía de prepararse,
-y sentado en el fogón de mis soldados lloraba desconsolado. Partía el
-corazón verle.
-
-Ayala me dijo, que no tenía inconveniente en cumplirme su promesa; pero
-que tenía que avisárselo á Mariano Rosas.
-
---Y qué, ¿no está prevenido desde el otro día?--le pregunté.
-
---Sí, sí está.
-
---¿Y entonces?
-
---Puede haber cambiado de opinión.
-
---Bueno, vaya, pues; háblele para que se apronte el niño.
-
-Salió, y volvió diciéndome que era necesario pagar en prendas de plata
-doscientos pesos bolivianos.
-
---¿Y qué prendas han de ser?--le pregunté á Ayala.
-
---Estribos--me contestó.
-
-Mandé en el acto al capitán Rivadavia que se los comprara á uno de los
-pulperos que había llevado el padre Burela, ofreciéndole en pago una
-letra sobre Mendoza.
-
-Mientras tanto el pobre cautivo se aprestaba para la marcha con
-infantil alegría.
-
-Volvió el capitán Rivadavia con los estribos, se los di á Ayala y éste
-fué á llevárselos á Mariano Rosas.
-
-Volvió cabizbajo.
-
-¡Qué mundo aquél! ¡El cacique había vuelto á cambiar de parecer! Ya no
-quería sólo estribos; quería cien pesos en prendas y cien en plata.
-
-Se buscaron los cien pesos y se hallaron.
-
-Le entregué todo á Ayala, se lo llevó á Mariano Rosas; al punto estuvo
-de regreso, contestándome todo cortado que el _General_ había mudado
-una vez más de parecer.
-
-Me dió un acceso de cólera; vociferé cuanto se me vino á la boca,
-apostrofando á Mariano é insultándolo, hasta que cediendo á los ruegos
-de Ayala, que parecía muy contrariado, me calmé un poco.
-
-Para hacerme callar del todo, me dijo en voz baja:
-
---No me comprometa, mire que estamos rodeados de espías.
-
-Y esto diciendo me señaló unos indios rotosos y mugrientos en quienes
-nadie reparaba, que estaban por allí acurrucados y echados de barriga
-en el suelo, como animales.
-
-Con el alma dolorida é irritado de mi impotencia, entré en mi rancho,
-llamé al hijito de Araya, y con paternal estudio le preparé á recibir
-el terrible desengaño.
-
-¡Qué contento estaba!
-
-¡Qué mustio y lloroso quedó!
-
-¡Qué fugaces son las horas de la felicidad!
-
-Le abracé, le acaricié, le rogué por sus padres que tuviera valor; le
-ofrecí rescatarlo pronto, ofrecimiento que cumplí, y hasta que no le vi
-resignado á su suerte, no me separé de él.
-
-Al salir de mi rancho, Macías me dijo:
-
---¿Qué te parece?
-
---¡Dios es grande!--le contesté.
-
-Suspiró, y exclamó como dudando de la omnipotencia divina: ¡Dios!...
-
-Yo me dirigí al toldo de Mariano Rosas.
-
-La hora de partir se acercaba.
-
-Camilo Arias me hizo una seña misteriosa.
-
-
-
-
- XXV
-
- Astucia y resolución de Camilo Arias.--Última tentativa para
- sacar á Macías.--Un indio entre dos cristianos.--_Confitemini
- Domino._--Frialdad de la salida.--La palabra amigo en Leubucó
- y en otras partes.--El camino de Carrilobo.--_Horrible, most
- horrible!_--Todavía el negro del acordeón.--Felicidad pasajera de
- Macías.
-
-
-Ya he dicho que Camilo Arias conocía la lengua de los indios y que
-éstos lo ignoraban. Algo había oído, cuando espiaba la ocasión de
-hacerme una seña. Mis órdenes no habían variado; conmigo no tenía que
-hablar sino en casos urgentes y graves.
-
-¿Qué habrá? me dije, al entrar en el toldo de Mariano Rosas; me detuve,
-y diciéndole á éste: Ahora vuelvo, haciendo como que buscaba en mis
-bolsillos un objeto extraviado, di media vuelta, salí y me dirigí á mi
-rancho.
-
-El astuto vigilante Camilo agachó la cabeza, fijó la vista en tierra,
-caminó distraído y sin rumbo, al parecer, y por medio de una maniobra
-casual para quien no hubiera estado en autos, al mismo tiempo que yo
-entraba en mi rancho, él se recostaba en sus pajizas paredes y por uno
-de sus resquicios me decía:
-
---Hay novedad, señor.
-
---Entra--le contesté,--llamando á varios oficiales y asistentes para
-que no se notara su entrada.
-
-Entraron unos y otros, les di ciertas órdenes, se retiraron y así que
-estuvimos solos con Camilo, le pregunté:
-
---¿Qué hay?
-
---Acabo de oirles, en el corral, una conversación á unos indios--me
-contestó.
-
---¿Qué decían?
-
---Que nos iban á salir á la cruzada.
-
---¿Por dónde?
-
---Por los montes de la Jarilla.
-
---¿Y qué más decían?
-
---Que á mí me tenían mucha gana; que yo he muerto muchos indios; que á
-un capitanejo le he dado un sablazo en la cara, que todavía tiene la
-cicatriz, que á otro lo hice prisionero y se lo llevaron á Córdoba.
-
---¿Nada más decían?
-
---Sí, señor; decían más; que usted me ha traído á mí para burlarse de
-ellos.
-
---¿Y saben que me voy hoy?
-
---Sí, señor, y que va á dormir en el toldo de Ramón.
-
-Me decía esto, cuando una voz que yo no podía oir sin experimentar una
-conmoción nerviosa, dijo desde la puerta del rancho sin asomarse:
-
---Con el permiso de su mercé.
-
-No necesitaba dar vuelta y mirar, para ver quién era. No sonaba el
-acordeón; pero él estaba ahí, con sus notas paradas.
-
-Sin darme tiempo para contestarle y entrando, añadió:
-
---Dice el General que por qué no va.
-
---Dile que ya voy--le contesté.
-
-Salió el negro, le pregunté á Camilo que si los indios ésos que habían
-estado hablando estaban ahí, me contestó que sí; le despedí y pasé al
-toldo de Mariano Rosas.
-
-Lo que los indios decían de Camilo era cierto.
-
-Varias veces, siendo soldado raso, midió sus armas con los indios, mató
-algunos, hirió á un capitanejo muy mentado y á otro lo tomó prisionero.
-
-Yo estuve por no llevarle conmigo.
-
-Pero tenía tanta confianza en él, me era tan útil en el campo, por su
-instinto admirable, que prescindí de los antecedentes referidos y lo
-agregué á mi comitiva.
-
-Por supuesto que para acabar de probar el temple de su alma, antes
-de darle la orden de aprontarse para marchar le pregunté si no tenía
-recelo de ir conmigo á los indios, á lo cual me contestó:
-
---Señor, donde usted vaya voy yo.
-
---¿Y si los indios te conocen?--le observé.
-
---Señor--repuso,--yo no les he peleado á traición.
-
-Entré en el toldo de Mariano Rosas.
-
-Estaba con visitas.
-
-Todos eran indios conocidos, excepto uno en cuya cara se veía una
-herida longitudinal que si hubiera sido más oblicua, lo deja sin
-narices.
-
-Mariano Rosas me recibió con más afabilidad que nunca, y después de
-preguntarme si ya estaba pronto, me dijo, señalando al indio de la
-herida:
-
---¿Lo conoce, hermano?
-
---No--le contesté.
-
---Ese sablazo se lo ha dado Camilo Arias--agregó.
-
---Eso tiene andar en guerra--repuse.
-
---Es verdad, hermano--me contestó.
-
-Oyendo una contestación tan razonable, le referí lo que acababa de
-decirme Camilo Arias.
-
-No me contestó.
-
-Habló con las visitas, levantando mucho la voz; las despidió con un
-ademán, y no bien habían salido del toldo, me dijo:
-
---No tenga cuidado, hermano, nadie lo ha de incomodar en su viaje,
-ahora estamos de paces.
-
---Así lo espero.
-
-Y sin darle tiempo á hablar, agregué:
-
---Hermano, mis caballos están prontos. Deseo me diga qué se le ofrece.
-
-Me hizo una porción de preguntas relativas al Tratado, me anunció en
-prenda de amistad, una invasión de Calfucurá á la frontera Norte de
-Buenos Aires por la Mula Colorada, me hizo varios encargos, y terminó
-pidiéndome, que las partidas corredoras de campo de mi frontera no
-avanzaran tanto al Sur, como tenían costumbre de hacerlo; fundándose
-en que eso alarmaba mucho á los indios; porque los que salían á
-_boleadas_, cruzaban siempre sus rastros y venían llenos de temores.
-
-Satisfice sus preguntas sobre el Tratado, le ofrecí llenar sus
-encargos, le prometí que las partidas corredoras de campo harían el
-servicio de otro modo, y me quedé estudiosamente distraído con la
-mirada fija en el suelo.
-
---¿Se va contento, hermano?
-
-En lugar de contestarle, miré como diciéndole: ¿y me lo pregunta usted?
-
---Yo he hecho todo cuanto he podido por servirle y porque lo pasara
-bien--me dijo.
-
---Así será; pero yo le he pedido una cosa y me la ha negado--le
-contesté.
-
---¿Qué cosa, hermano?
-
---¿Para qué se lo he de decir?
-
---Dígamelo, hermano.
-
---Me voy sin Macías, y usted sabe que es un compromiso para mí.
-
---¡Macías! ¡Macías! ¿Y para qué quiere ese _dotor_, hermano?--exclamó.
-
---Ya se lo he dicho á usted; Macías no es un cautivo. Usted está
-obligado por el Tratado á dejarlo en libertad, él quiere irse y usted
-no lo deja salir.
-
-Se quedó pensativo...
-
-Yo le observaba de reojo.
-
-Llamó...
-
-Vino un indio.
-
---Ayala--le dijo,--y el indio salió.
-
-Permanecimos en silencio.
-
-Vino Ayala.
-
-Mariano Rosas le habló así. Repito sus palabras casi textualmente:
-
---Coronel, mi hermano quiere sacarlo al _dotor_, yo pensaba dejarlo
-dos años más para que pagase lo que ha hecho contra ustedes, que son
-hombres buenos y fieles.
-
-Ayala no contestó, sus ojos se encontraron con los míos.
-
---Coronel--le dije,--Macías es un pobre hombre, ¿qué ganan ustedes
-con que esté aquí? Sean ustedes generosos; si él no ha correspondido
-como debía á la hospitalidad que le han dispensado, perdónenlo, tengan
-ustedes presente que no es un cautivo, que el Tratado le obliga á mi
-hermano á dejarlo en libertad y que reteniéndolo me comprometen á mí,
-le comprometen á él y comprometen la paz que tanto nos ha costado
-arreglar.
-
-Ayala no contestó, se encogió de hombros.
-
-Mariano Rosas le miró con aire consultivo y le dijo:
-
---Resuelva, Coronel.
-
-No le di lugar á que contestase y le dije:
-
---Amigo, piense usted que ese hombre no está aquí por su gusto, y
-que si ustedes se oponen á que salga, quedará justificado cuanto ha
-escrito en las cartas que mi hermano me ha hecho leer.
-
-Ayala lo miró á Mariano Rosas como diciéndole: Resuelva usted.
-
-Viendo que vacilaba en contestar, me levanté, y estirándole la mano, le
-dije:
-
---Hermano, ya me voy.
-
---Aguárdese un momento--me contestó,--y dirigiéndose á Ayala, le dijo:
-
---¿Y qué hacemos?
-
---¡Adiós! ¡adiós! hermano, ya me voy, volví á decirle.
-
---Que se lo lleve--contestó Ayala.
-
---Bueno, hermano--dijo Mariano Rosas,--y se puso de pie, me estrechó la
-mano y me abrazó reiterando sus seguridades de amistad.
-
-Salí del toldo.
-
-Mi gente estaba pronta, Macías perplejo, fluctuando entre la esperanza
-y la desesperación.
-
---¡Ensillen!--grité.
-
---Y...--me preguntó Macías,--brillando sus ojos con esa expresión
-lánguida que destellan, cuando el convencimiento le dice al prisionero:
-¡Todo es en vano!--y el instinto de la libertad: ¡Todavía puede ser,
-valor!
-
-Me acordé del salmo de Fray Luis de León _Confitemini Domino_, y le
-contesté:
-
- «Cantemos juntamente,
- cuán bueno es Dios con todos, cuán clemente.
- Canten los libertados,
- los que libró el Señor del poderío
- del áspero enemigo...»
-
---¿De veras?--me preguntó enternecido.
-
---De veras--le contesté, y diciéndole en voz baja,--disimula tu
-alegría, le grité á Camilo Arias: ¡un caballo para el Dr. Macías!
-
-Entré al rancho de Ayala, me despedí de Hilarión Nicolai y de algunas
-infelices cautivas, y un momento después estaba á caballo.
-
-Los que me habían ofrecido acompañarme, viendo que Mariano Rosas no
-se movía, se quedaron con los caballos de la rienda, ni siquiera se
-atrevieron á disculparse.
-
-La entrada había sido festejada con cohetes, descargas de fusilería,
-cornetas y vítores; la salida era el reverso de la medalla: me echaban,
-por decirlo así, con cajas destempladas.
-
-Sólo un hombre me dijo adiós, con cariño, sin ocultarse de nadie, ni
-recelo: Camargo.
-
-Aquel bandido tenía el corazón grande.
-
-El cacique se mostraba indiferente; los amigos habían desaparecido.
-
-En Leubucó, lo mismo que en otras partes, la palabra amigo ya se sabe
-lo que significa.
-
-Amigo, le decimos á un postillón, te doy un escudo si me haces llegar
-en una hora á Versalles, dice el conde de Segur, hablando de la
-amistad. Amigo, le decía un transeúnte á un pillo, iréis al cuerpo de
-guardia si hacéis ruido. Amigo, le dice un juez al malvado, saldréis en
-libertad si no hay pruebas contra vos; si las hay, os ahorcarán.
-
-Con razón dicen los árabes, que para hacer de un hombre un amigo, se
-necesita comer junto con él una fanega de sal.
-
-Mariano Rosas estaba en su enramada, mirándome con indiferencia,
-recostado en un horcón.
-
-Me acerqué á él, y dándole la mano, le dije por última vez:--¡Adiós,
-hermano!
-
-Me puse en marcha. El camino por donde había caído á Leubucó venía del
-Norte. Para pasar por las tolderías de Carrilobo y visitar á Ramón,
-tenía que tomar otro rumbo. Mariano Rosas no me ofreció baqueano.
-Partí, pues, solo, confiado en el olfato de perro perdiguero de Camilo
-Arias. Sólo me acompañaba el capitán Rivadavia, que regresaría de
-la Verde, para permanecer en Tierra Adentro hasta que llegasen las
-primeras raciones estipuladas en el tratado de paz.
-
-¿Qué había determinado la mudanza de Mariano Rosas después de tantas
-protestas de amistad? Lo ignoro aún.
-
-Galopábamos por un campo arenoso, yo iba adelante, Camilo Arias á mi
-lado, mi gente desparramada.
-
-Era la tarde, el sol declinaba, en lontananza divisábamos un monte,
-cruzábamos una sucesión de médanos, tendía de vez en cuando la vista
-atrás, Leubucó se alejaba poco á poco, me parecía un sueño.
-
-Llegamos á una aguadita, donde Camargo tenía su _puesto_. Hallé allí
-un compadre, el indio Manuel López, educado en Córdoba, que sabe leer
-y escribir. Eché pie á tierra para esperar que llegara toda mi gente y
-marchar unidos; íbamos á entrar en el monte y la noche se acercaba.
-
-Sucesivamente se me incorporaron los que se habían quedado atrás.
-Viendo que faltaba Macías, pregunté por él. Ahí viene, me contestaron.
-Efectivamente, á poca distancia se veía el polvo de un jinete. Llegó
-éste. Yo conversaba con Manuel López mirando en otra dirección. Al
-sentir sujetar un caballo, di vuelta, y creyendo ver á Macías, vi......
-¡horrible visión! _horrible, most horrible!_ al negro del acordeón.
-Quiso hacer sonar su abominable instrumento, se lo impedí.
-
-¿Qué venía á hacer?
-
-Después lo sabremos.
-
-Esperé á Macías un rato.
-
-No apareció.
-
---Lo han de haber hecho quedar--me dijo el capitán Rivadavia;--yo por
-eso le dije, cuando usted se puso en marcha, viéndolo que perdía el
-tiempo en despedidas: Siga, amigo, con el Coronel.
-
-Estábamos en un bajo hondo; mandé dos hombres al galope á ver si
-divisaban algunos polvos.
-
-Partieron, y cuando ya iba á obscurecer, volvieron diciéndome que nada
-se veía.
-
-No era posible esperar más.
-
-Hice algunas prevenciones sobre el orden de la marcha por el monte,
-porque la noche estaría muy obscura, y partimos.
-
-¡Qué poco había durado la felicidad de Macías!
-
-
-
-
- XXVI
-
- Á orillas de un monte.--Un barómetro humano.--En marcha con
- antorchas.--Ecos extraños.--Conjeturas.--Un chañar convertido en
- lámpara.--Aparición de Macías.--Inspiración del gaucho.--Alrededores
- del toldo de Villarreal.--Una cena.--Cumplo mi palabra.
-
-
-Al llegar á la orilla del monte, la obscuridad de la noche era completa.
-
-No nos veíamos á corta distancia.
-
-Seguíamos un camino enmarañado, cuyos surcos profundos y tortuosos
-comenzaban á abrirse como un gran abanico desplegado.
-
-Hicimos alto; reconocimos la senda que debíamos tomar y combinamos
-un plan de señales para el caso de que alguien se extraviara en la
-espesura.
-
-Era lo más factible.
-
-Soplaba un viento fresco de _abajo_, grupos inmensos de pardas nubes
-recorrían rápidamente el espacio, flotando como fantasmas informes por
-el piélago incoloro del vacío; los relámpagos brillaban como saetas de
-fuego, lanzadas del cielo á la tierra; el trueno rugía imponente y sus
-sordas detonaciones, haciendo temblar al suelo, llegaron hasta nosotros
-como el estampido de lejanas descargas de cañón.
-
-La tempestad era inminente.
-
-Ya caían algunas gotas de agua; el viento silbaba, giraba, calmaba,
-volvía á soplar y remolineaba, azotando con ímpetu fragoroso el bosque
-umbrío.
-
-Las tropillas se movían circularmente, de un lado á otro y el metálico
-cencerro mezclaba sus vibraciones con las armonías del viento.
-
-Yo vacilaba entre seguir la marcha ó acampar.
-
-Llamé á Camilo Arias y le pregunté:
-
---¿Qué te parece, lloverá?
-
-Miró el cielo, siguió el curso de las nubes, le tomó el olor al viento,
-y me contestó:
-
---Si calma el viento, lloverá; si no, no.
-
---¿Entonces, seguiremos?
-
---Me parece mejor; en el monte sufrirán menos los animales, porque si
-llueve caerá piedra.
-
---¡Y no se perderán algunos caballos?
-
---No se han de mover, los tendremos á ronda cerrada en alguna abra.
-
---¿Y has tomado la senda?
-
---Sí, señor.
-
---¿Estás cierto?
-
---¡Cómo no!
-
---¿No te parece prudente que llevemos luces de señal?
-
---Sería bueno, señor.
-
---Bien, pues; que hagan pronto unos manojos de paja y sebo.
-
-Se retiró, volvió un momento después y me avisó que todo estaba pronto.
-
-Nuestros paisanos hacen algunas cosas con una rapidez admirable.
-
-Las señales consistían en antorchas de pasto seco, atadas en la punta
-de unos palos largos.
-
---¡En marcha!--grité,--y cuidado con apartarse de la senda; marchen
-en hilera; si alguno se separa y se extravía, dé dos silbidos, se le
-contestará con palmadas; ¡sigan la luz!
-
-Y esto diciendo me puse detrás de Camilo, que hacía de faro ambulante.
-
-Desfilábamos; el huracán bramaba, tronchando los árboles, las baterías
-eléctricas fulminaban la negra esfera con rápidas intermitencias,
-el rayo serpenteaba horizontalmente, de arriba abajo, en líneas
-rectas y oblicuas, descubriendo entre sombras y luz algunas remotas
-estrellas; el bronco trueno, en incesante repercusión, conmovía la masa
-aérea impalpable y el alma de los nocturnos caminantes se replegaba
-sobrecogida sobre sí misma como cuando signos materiales visibles le
-auguran un peligro cercano.
-
-Oyóse un eco semejante al que saldría de las entrañas de la tierra si
-los que descansan en eternal reposo exhalaran gemidos desgarradores de
-profunda desesperación.
-
-Se repitió varias veces.
-
-Unas veces parecía venir de atrás, otras de delante, ya de la
-izquierda, ya de la derecha.
-
-El camino daba interminables vueltas, buscando el terreno menos
-gualdaloso y evitando los lugares más tupidos.
-
---Es una voz de hombre--me dijo Camilo.
-
---¿Se habrá perdido alguien?
-
---Silbaría, señor.
-
---¿Y entonces? ¿Será algún indio?
-
---Puede ser que se haya encontrado con algún tigre. ¡Les tienen tanto
-miedo!
-
-El viento iba amainando; gruesas gotas de agua caían ya.
-
---Va á llover, señor--me dijo Camilo.
-
---Hagamos alto aquí.
-
-Estábamos en un pequeño descampado.
-
-Cesó el viento del todo, chocáronse dos nubes que seguían opuestas
-direcciones y simultáneamente se desplomó la lluvia, apagando las
-antorchas.
-
---¡Pronto! ¡pronto! que maneen las madrinas; todo el mundo de
-fonda--grité.
-
-El agua caía á torrentes, nos veíamos unos á otros al fulgor de los
-relámpagos, las tropillas estaban quietas, no faltaba nadie.
-
-El eco misterioso se oía de vez en cuando, ora se acercaba, ora se
-alejaba.
-
-Al fin pudieron percibirlo todos.
-
---No es voz de indio--dijo Camilo.
-
---¿Y qué es?--le pregunté.
-
-Su oído era como su vista, jamás le engañaba. No me contestó,
-permaneció atento. Resonó el eco, ahogándolo un trueno.
-
---¿Qué es?--le pregunté.
-
---No es voz de indio--dijo Camilo.
-
-No se oía nada.
-
-En medio de la luz del rayo, del trueno bramador y del ruido monótono
-del agua, estábamos envueltos en un profundo silencio.
-
-Volvióse á oir el eco.
-
---Gritan--dijo Camilo.
-
---¿Qué cosa?
-
---Gritan no más, señor.
-
---¿Pero qué gritan?
-
---Gritan ¡eeeeeh!
-
---¿Será alguno que va arreando animales?
-
---No me parece, señor.
-
---¡Escucha! ¡escucha!
-
-El agua disminuía y el viento soplaba con fuerza de nuevo. El cielo se
-despejaba, las nubes se rarificaban, el rayo y el trueno se alejaban,
-refrescaba, y un aire más puro y balsámico, dilatando los pulmones,
-anunciaba la bonanza.
-
-Cesó la lluvia, se serenó el cielo, brillaron las estrellas, la luna
-asomó su rostro bello y el eco del que gritaba se oyó perceptiblemente.
-
---Es un cristiano--dijo Camilo.
-
---Contéstenle.
-
---¡Aaaaah!--hicieron varios á un tiempo.
-
---Yo...--pareció oirse otra vez.
-
-No había duda, era un cristiano extraviado en el bosque, quién sabe
-desde cuándo, que oía el cencerro de las madrinas y desesperado pedía
-ayuda.
-
---¿Quién es?--gritaron unos.
-
---Por acá, otros.
-
-Y en eso estábamos, sin poder percibir más que el eco de las últimas
-sílabas de lo que nos contestaban.
-
---Ha de ser algún cautivo que se ha escapado, y como oye cencerro,
-calcula que somos nosotros--dijo el capitán Rivadavia.
-
---Es verdad que ellos no usan cencerro, le contesté, pareciéndome
-justísima su conjetura.
-
-Los gritos misteriosos no resonaban ya.
-
-Mandé silbar; lo hicieron varios á una.
-
-No contestaron.
-
-Estábamos con el oído atento, cuando los resplandores de una llamarada
-brillaron de improviso, iluminando el cuadro que formábamos alrededor
-de un espinillo formidable y coposo.
-
-El ingenioso Camilo, á fuerza de sebo y de paja, de soplar y soplar,
-había conseguido hacer fuego en la horquilla que formaba la extremidad
-del tronco de un carcomido chañar, medio carbonizado.
-
-La luz debía verse de bastante lejos á pesar de los árboles.
-
-Varios á un tiempo gritaron:
-
---¡Aaaaah!
-
-Una voz contestó algo que no se pudo comprender bien. Continuamos
-telegrafiando de esa manera; el improvisado fanal ardía y los ecos de
-mi gente se perdían por la selva.
-
-De repente se oyó una voz que á varios nos pareció conocida.
-
---Es el doctor Macías--dijo Camilo.
-
-Efectivamente era su voz, ú otra tan parecida á la suya, que se
-confundían.
-
---¡Pronto! ¡pronto! salgan unos cuantos y hagan señas, ordené,
-previniendo no perdieran de vista el fuego.
-
-La voz seguía oyéndose.
-
---Es el doctor, señor, volvió á afirmar Camilo, añadiendo: y viene con
-el caballo muy pesado.
-
---¿Y en qué le conoces, hombre?
-
---Si se oyen ya hasta los rebencazos que le da; oiga, señor, oiga.
-
-Mi oído no era de tísico como el suyo.
-
---¡Macías! ¡Macías!--grité.
-
---¡Lucio! ¡Lucio!--me contestaron.
-
-Era él.
-
---¡Por acá! ¡por acá!--gritaban los hombres que acababa de destacar.
-
-Macías se presentó, como nosotros, hecho una sopa.
-
---¿Y qué es esto?--le pregunté.
-
---Me quedé atrás por despedirme de algunos conocidos; cuando salí de
-Leubucó, ustedes iban como á una legua, se divisaba muy bien el polvo,
-y no quise apurar mi caballo; subía yo al último médano, y ustedes
-llegaban á la orilla del monte; calculé mal el tiempo, obscureció y me
-perdí.
-
---¿Y de qué conocidos tenías que despedirte?
-
---De algunos indios que más de una vez me dieron de comer.
-
---¿Y de Mariano Rosas también te despediste?
-
---Por supuesto, no me ha tratado tan mal.
-
-El esclavo no conoce su condición, sino cuando respira la atmósfera de
-la libertad, pensé y me dispuse á seguir la marcha.
-
-En Carrilobo me esperaban con una cena en el toldo de Villarreal.
-
---Señor--me dijo Camilo,--el caballo del doctor está _pesadón_.
-
---Que lo muden.
-
-Un instante después caminábamos.
-
-Salimos del bosque y entramos en un campo quebrado y pastoso. Las
-martinetas se alzaban á cada paso espantando los caballos con el
-zumbido de su vuelo inopinado y rápido.
-
-El cielo estaba limpio y sereno, la luna y las estrellas brillaban como
-luces de diamantes; de la borrasca no quedaban más indicios que unos
-nubarrones lejanos.
-
-Lo mismo que luciérnagas en negra noche se divisaron unos fuegos.
-
-Á esa hora y en desierto, era sumamente extraño.
-
-El gaucho argentino tiene la inspiración de todos los fenómenos del
-campo.
-
-De noche y de día es su talento.
-
---Esos fuegos han de ser en un toldo; los vemos por la puerta ó por
-alguna rotura de las paredes--dijo Camilo.
-
---¿Y en qué lo conoces?--le pregunté.
-
---En que la llama no se mueve porque no tiene viento.
-
-Así conversábamos cuando nuestros caballos se detuvieron de improviso.
-
-Habíamos llegado al borde de una zanja.
-
-Observamos atentamente el terreno, teníamos al frente un gran sembrado
-de maíz.
-
---Aquí es el toldo de Villarreal--dijo el capitán Rivadavia.
-
---Se oyen ladridos de perros--dijeron otros.
-
-Costeamos la zanja en la dirección que indicó el capitán Rivadavia y
-dimos con otro sembrado de zapallos y sandías; nos costó hallar la
-rastrillada que conducía al toldo; pero guiados por los ladridos de los
-perros y por los fuegos, saliendo de un sembrado y entrando en otro, la
-hallamos al fin.
-
-Llegamos al toldo.
-
-Villarreal, su mujer y su hermana nos esperaban.
-
-Eran las diez y media.
-
-Nos recibieron con el mayor cariño.
-
-Yo no quería detenerme por lo avanzado de la hora.
-
-Me instaron mucho y tuve que ceder.
-
-Entramos en el toldo, que era grande y cómodo, de techo y paredes
-pintarrajeadas.
-
-Ardían en él tres grandes fogones.
-
---Señor--me dijo la mujer de Villarreal,--lo hemos esperado hasta hace
-un momento con unos corderos asados, pero viendo que era tan tarde
-y que no llegaba, creíamos que ya no sería hasta mañana y acaban de
-comérselos los muchachos, que _ahora se están divirtiendo_; no han
-quedado más que los fiambres y la mazamorra, ¡siéntense! ¡siéntense!
-estén ustedes como en su casa.
-
-Nos sentamos alrededor de uno de los fogones, y mientras nos secábamos
-y comíamos, mandé mudar caballos.
-
-Yo no tenía hambre, en cambio Lemlenyi, Rodríguez, Rivadavia, Ozarowski
-y los franciscanos parecían animados de un entusiasmo gastronómico.
-
-Trajeron unas cuantas gallinas cocidas y una hermosa olla de mazamorra
-muy bien preparada, tortas hechas al rescoldo y zapallo asado.
-
-En un extremo del toldo se oía el ruido de la chusma ebria; casi todos
-los nichos estaban vacíos; en el que estaba detrás de mí dormía una
-vieja.
-
-Tenía la cabeza apoyada en un brazo arrugado y flaco como el de un
-esqueleto y descubría un seno cartilaginoso que daba asco.
-
-La cena empezó.
-
-La mujer de Villarreal, viendo que yo no comía, me hizo una seña, se
-levantó y salió.
-
-Salí tras de ella, y una vez afuera me dijo, con aire confidencial
-y brillándole los ojos como sólo le brillan á las mujeres cuando un
-pensamiento picaresco cruza por su imaginación.
-
---Carmen lo espera.
-
---¿Y dónde está mi comadre?
-
---Allí.
-
-Me indicaba un toldo vecino.
-
-Llamé á un soldado para que me acompañara; lo confieso, tenía miedo de
-los perros; y mientras mis compañeros llenaban el precioso hueco del
-estómago fuí á hacer la visita prometida.
-
-El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque ellas suelen ser
-tan pérfidas y tan malas; las cosas han de tener algún fin.
-
-
-
-
- XXVII
-
- Con quién vivía mi comadre Carmen.--Una despedida igual á
- todas.--Yo habría hecho igual á todas las mujeres.--Grupo
- asqueroso.--¡Adiós!--Una faja pampa.--Arrepentimiento.--Trepando un
- médano.--Desparramo.--Perdidos.--El Brasil puede alguna vez salvar á
- los Argentinos.--Llegamos al toldo de Ramón.
-
-
-Mi comadre Carmen vivía con su madre, su hija y un individuo viejo,
-entre gallinas y perros.
-
-Me esperaba, los demás dormían.
-
-Conversamos de lo que nos interesaba y á la media hora nos separamos
-para siempre, quizá.
-
-Yo había cumplido mi promesa de visitarla antes de salir de Tierra
-Adentro, ella la suya, comunicándome ciertas intrigas contra mí, que
-por una casualidad había descubierto.
-
-Nuestra despedida fué como todas las despedidas, triste.
-
-Me dirigí al toldo de Villarreal, pensando en lo que es la mujer.
-
-Me acordaba de lo que me habían hecho gozar y exclamaba interiormente:
-son adorables.
-
-Me acordaba de lo que me habían hecho sufrir y exclamaba: son infames.
-
-Estudiándolas y analizándolas, las hallaba físicamente perfectas;
-espiritualmente me parecían monstruosas.
-
-¡Qué cabellos, qué ojos, qué boca, qué tez, qué gentileza tienen
-algunas!
-
-Son hermosas como Niobe, dignas del amor de un dios olímpico.
-
-Cualquier mortal daría cien vidas por ellas si cien vidas tuviera.
-
-Y muriendo, todavía encontraría dulce la muerte después de tan supremo
-bien.
-
-¡Pero qué corazón tienen!
-
-Son inconmovibles como las rocas, frías como el hielo, volubles como el
-viento, olvidadizas como la mentira.
-
-¡Qué feas, qué desairadas son otras!
-
-Nadie repara en ellas.
-
-Pero acercaos á su lado, oídlas, tratadlas.
-
-¡Qué alma tienen!
-
-Son buenas como la caridad, dulces como los querubines, puras como las
-auras del Elíseo.
-
-Se puede vivir al lado de ellas y amar la vida.
-
-¡Ah! ellas nos hacen comprender que hay una belleza cuyos encantos el
-tiempo no destruye, la belleza moral.
-
-¿Por qué han de ser tan lindas y tan malas: por qué tanta donosura, al
-lado de tanta perfidia á veces?
-
-¿Por qué esos rostros angélicos y esos corazones satánicos?
-
-¿Por qué han de ser tan repelentes y tan buenas; por qué tanta
-seducción oculta, al lado de tanta exterioridad desagradable?
-
-¿Por qué esas caras defectuosas y esos corazones que son un dechado?
-
-¿Por qué ha hecho Dios cosas tan contradictorias, como una mujer
-adorable y mala?
-
-Si su poder es tan grande, ¿por qué lo que más amamos ha de ser, como
-esas flores venenosas de ricos matices, susceptibles de fascinarnos con
-su mirada y de intoxicarnos con su aliento maldito?
-
-¡Qué! ¿no bastaba que hubiera hombres malos?
-
-¿Para completar el infierno de este mundo, había acaso necesidad de que
-las mujeres fueran demonios?
-
-Yo habría hecho iguales á todas las mujeres.
-
-¿Las rosas no exhalan todas el mismo suavísimo perfume?
-
-Las cosas bellas, deberían serlo en todo y por todo.
-
-Soliloqueando así iba yo, cuando un murmullo humano, parecido á un
-gruñido de perros, llamó mi atención.
-
-Me detuve, estaba á dos pasos del toldo de Villarreal; puse el oído,
-oí hablar confusamente en araucano; miré en esa dirección y vi el
-espectáculo más repugnante.
-
-Un candil de grasa de potro, hecho en un hoyo, ardía en el suelo; un
-tufo rojizo era toda la luz que despedía.
-
-Bajo la enramada del toldo, la chusma viciosa y corrompida saboreaba,
-con irritante desenfreno, los restos aguardentosos de una saturnal que
-había empezado al amanecer.
-
-Hombres y mujeres, jóvenes y viejas, todos estaban mezclados y
-revueltos unos con otros; desgreñados los cerdudos cabellos, rotas
-las sucias camisas, sueltos los grasientos pilquenes; medio vestidos
-los unos, desnudos los otros; sin pudor las hembras, sin vergüenza
-los machos; echando blanca babaza éstos, vomitando aquéllas; sucias y
-pintadas las caras, chispeantes de lubricidad los ojos de los que aun
-no habían perdido el conocimiento, lánguida la mirada de los que el
-mareo iba postrando ya; hediendo, gruñendo, vociferando, maldiciendo,
-riendo, llorando, acostados unos sobre otros, despachurrados,
-encogidos, estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos.
-
-Sentí humillación y horror, viendo á la humanidad en aquel estado y
-entré en el toldo.
-
-Mi gente estaba pronta.
-
-Sólo Villarreal, su mujer y su cuñada, no estaban ebrios.
-
-Me esperaban con agua caliente y todo preparado para cebarme un mate de
-café.
-
-Tuve, pues, que sentarme un rato.
-
-No siéndole posible acompañarme á Villarreal hasta el toldo de Ramón ni
-darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba _achumada_, lo que
-hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé á Camilo Arias, y
-mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.
-
-Villarreal, como indio ladino, dió todas las señas del campo que
-debíamos cruzar; advirtió las rastrilladas que debían dejarse á la
-derecha ó á la izquierda, los bañados guadalosos que debían excusarse;
-los médanos que debían rodearse, los que debían cruzarse trepando por
-ellos; los toldos y los sembrados que quedaban cerca de la morada del
-Cacique.
-
-Una vez enterado Camilo de todo, me despedí de Villarreal y su familia.
-
-Nos abrazaron á todos con cariño, rogando á Dios en lengua castellana,
-que tuviéramos feliz viaje, y nos acompañaron hasta el palenque,
-pidiéndonos, como lo hubieran hecho las gentes mejor criadas, mil
-disculpas por la pobrísima hospitalidad que nos habían dispensado.
-
-Como la noche estaba tan hermosa, y no teníamos ningún monte que
-atravesar, mandé echar las tropillas por delante para que los animales
-montados marcharan más ganosos.
-
-Le previne á Camilo que cada diez minutos hiciera alto para que no nos
-fuéramos á extraviar, por no oir los cencerros, ¡en marcha! grité y
-partieron todos.
-
-Yo me detuve un instante á encender un cigarro.
-
-Encendiéndolo estaba, cuando una sombra se acercó á mi lado.
-
-Reconocí una mujer.
-
---Aquí vengo á traerle esto--me dijo, poniendo en mis manos un pequeño
-envoltorio de papel.
-
---¿Y qué es eso?--le pregunté.
-
---Es un recuerdo.
-
---¿Un recuerdo?
-
---Sí, una faja pampa, bordada por mí.
-
---Gracias, ¿por qué se ha incomodado?
-
-Dió un suspiro y con acento conmovido y tono de reproche amable,
-exclamó:
-
---¡Incomodado!
-
---¡Adiós!--le dije, recogiendo mi caballo.
-
---¡Adiós!--me contestó tristemente.
-
---¡Adiós! ¡adiós!--dijeron Villarreal y su mujer.
-
---¡Adiós! ¡adiós!--repuse yo, y partí al galope, murmurando:
-
---Saben querer desinteresadamente y olvidar también.
-
-No son ni ángeles, ni demonios.
-
-Pero participan de las dos naturalezas á la vez. Cuando son buenas, no
-hay nada comparable á ellas; cuando son malas, son execrables.
-
-Y, con todos sus defectos, sus contradicciones y sus veleidades, la
-existencia sin ellas sería como una peregrinación nocturna por una
-tierra de hielo y bajo un cielo sin luz.
-
-Sí, todos exclaman tarde ó temprano, después de tantos arranques
-frenéticos:
-
- Yes! my adored, yet most unkind!
- Though thou wilt never love again,
- To me 'tis doubly sweet to find
- Remembrance of that love remain.
-
- Yes! 'tis a glorious thought to me
- Nor longer shall my soul repine,
- Whate'er thou art or e'er shall be,
- That thou hast been dearly, solely, mine.[4]
-
-El cencerro de las tropillas me servía de guía; mi caballo iba brioso
-lo que oía y rumbeaba al fin para la querencia.
-
-Llegué al pie de un médano bastante elevado y me encontré con Camilo
-Arias que me esperaba.
-
-Oyendo el cencerro y no viendo las tropillas, se me ocurrió que alguna
-novedad había.
-
---¿Qué hay?--le pregunté.
-
---Nada, señor--me contestó,--por precaución lo he esperado aquí; vamos
-á cruzar este médano, tiene muchas caídas y es muy fácil perderse.
-
---¡Bueno, adelante! ¡vamos! es mucho más de media noche; no perdamos
-tiempo, le dije.
-
-Trepó al médano y le seguí. Los caballos hacían esfuerzos supremos para
-repecharlo, se enterraban hasta los ijares en la blanda y deleznable
-arena; pero subían poco á poco. Llegamos al borde de la cresta, y
-cuando yo creía tramontar el obstáculo, me hallé con una hondonada
-profunda, de cuyo fondo manaba puro y cristalino un espejo de agua. Las
-tropillas bebían reflejándose en él y la luna, desde un cielo limpio y
-azul, iluminaba el agreste y poético paisaje.
-
-Seguimos andando, subimos y bajamos.
-
-De repente, á pesar de las precauciones tomadas, Camilo Arias me dijo:
-
---Señor, estamos perdidos.
-
---¡Alto! ¡alto!--grité, y contestándole á Camilo.
-
---Busca la senda, pues.
-
-Echamos pie á tierra y esperamos.
-
-Un momento después volvió el ecuestre piloto diciendo:
-
---Por allí va.
-
-Marchamos.
-
-La noche se iba toldando; parecía querer llover al entrarse la luna.
-
-Caímos á un bañado salitroso, y siendo tantos los rastros que lo
-cruzaban y los arbustos espinosos de que estaba cubierto, las tropillas
-se desparramaron.
-
-Era una confusión, de todos lados sonaban cencerros y se oían los
-silbidos de los tropilleros _repuntando_ los caballos menos amadrinados.
-
-Nosotros mismos tuvimos que diseminarnos; las sendas eran muy tortuosas
-y los caballos no se seguían.
-
-El salitral blanqueaba como la mansa superficie de un lago helado;
-crujía estrepitosamente bajo los cascos de los cien caballos que lo
-cruzaban, hundiéndose aquí en el guadal, empinándose allí en las
-carquejas que tanto abundan en las pampas, espantándose de repente de
-los fuegos fatuos que como una fosforescencia errante corrían acá y
-allá.
-
-La noche se encapotaba; la luna declinaba con sombría majestad por
-entre anchas fajas jaspeadas y las estrellas apenas alumbraban, al
-través del velo acuoso que cubría los cielos.
-
-Crucé el bañado.
-
-Camilo Arias no se había separado de mí.
-
-Algunos habían pasado ya y esperaban en la orilla; otros estaban
-acabando de pasar.
-
-Con las tropillas sucedía lo mismo, no estaban reunidas aún.
-
-Esperé un rato, y mientras tanto se buscó en vano el camino.
-
-Viendo que no lo hallaban y que el capitán Rivadavia y otros no
-parecían, mandé quemar el campo; no se pudo por la humedad y falta de
-sebo; se dieron voces, nadie contestó; silbamos, silencio profundo.
-
-Destaqué tres descubridores; á las cansadas volvieron dos, sin haber
-visto ni oído nada.
-
-Faltaba el otro, y contestó de ahí cerca; hacía un rato que giraba
-perdido á nuestro alrededor.
-
-La lluvia amenazaba volver á desplomarse por momentos.
-
-Marchemos al rumbo--le dije á Camilo,--hasta que lleguemos á un campo
-más alto que éste; los demás jinetes y caballos los hallaremos de día.
-
-Marchamos.
-
-Y marchando íbamos cuando ladraron perros.
-
---Allí hay un toldo--dijo Camilo.
-
-Miré en la dirección que me indicaba, no vi sino tinieblas.
-
---Pues hagamos alto aquí y que vayan á averiguar dónde queda el de
-Ramón--le contesté.
-
-Despachó una pareja de jinetes.
-
-Volvieron diciendo que íbamos mal; que el camino quedaba á la
-izquierda, es decir, al Poniente, y que el toldo de Ramón estaba muy
-cerca, que en cuanto cruzáramos una cañada lo veríamos.
-
-Cambiamos de rumbo y seguimos la marcha en la dirección indicada, y á
-poco andar, caímos á un campo bajo, húmedo y guadaloso.
-
---Aquí debe ser la cañada--dijo Camilo,--ya debemos estar cerca.
-
-Entre los extraviados iba un perro mío llamado _Brasil_, que después
-de haber hecho la campaña del Paraguay en el Batallón 12 de línea, me
-acompañaba valientemente en aquella excursión.
-
-Brasil era un sabueso criollo inteligentísimo, mezcla de galgo y de
-podenco de presa, fuerte, guapo, ligero, listo, gran cazador de peludos
-y mulitas, de gamos y avestruces, y enemigo declarado de los zorros,
-únicos con quienes no siempre salía bien.
-
-Todos lo querían; le acariciaban y le cuidaban.
-
-Los soldados conocían sus ladridos lo mismo que mi voz.
-
-Cruzábamos la cañada cuando se oyeron unos ecos perrunos.
-
---¡Ése es Brasil!--dijeron varios á la vez.
-
---Ahí ha de estar el capitán Rivadavia--dijo Camilo Arias.
-
-Con efecto, guiados por los ladridos de Brasil, no tardamos en
-reunirnos á él.
-
-Faltaban, sin embargo, algunos.
-
-El capitán Rivadavia, con los que le seguían, después de haber buscado
-inútilmente su incorporación á mí, resolvió esperar allí y hacía un
-buen rato que me esperaba.
-
-Seguimos la marcha, y al entrar en unos _vizcacherales_, Camilo Arias
-me observó que debíamos estar muy cerca de algún toldo.
-
-Las vizcachas auguran siempre una población cercana.
-
-Corriéndolas Brasil, husmeó un rastro de jinetes y caballos.
-
---Por allí debe de ir Rufino Pereyra,--que era uno de mis asistentes de
-confianza que faltaba,--con su tropilla--dijo Camilo al oirlo.
-
-Un momento después oyéronse con más fuerza los ladridos de Brasil y de
-otros de su jaez.
-
-Á no dudarlo, íbamos á llegar al toldo de Ramón ó á otro.
-
-Seguimos la dirección de los ladridos, y al llegar á un gran corral,
-apareció Rufino Pereyra con su tropilla.
-
-La madrina había perdido el cencerro en el _carquejal_ del bañado
-salitroso.
-
-Estábamos en donde queríamos.
-
-Me aproximé al toldo.
-
-Salió un indio--me dijo que Ramón había estado en pie, con toda la
-familia, esperándome, hasta media noche con la cena pronta; que no se
-levantaba porque estaba medio indispuesto, que me apeara, que aquella
-era mi casa, que me acomodase como gustara.
-
-Eché, pues, pie á tierra, me instalé en el espacioso salón, donde
-Ramón tenía la _fragua de su platería_, se acomodaron los caballos,
-se recogieron de la huerta zapallos y choclos en abundancia, se hizo
-fuego; cenamos y nos acostamos á dormir alegres y contentos, como si
-hubiéramos llegado al palacio de un príncipe y estuviéramos haciendo
-noche en él.
-
-¡Cuán cierto es que el arte de la felicidad consiste en saber conformar
-los deseos á los medios y en desear solamente los placeres posibles!
-
-
- NOTAS:
-
-[4] Sí, amiga adorada aunque inconstante, en vano no me amarás ya: es
-para mí un consuelo saber que el recuerdo de nuestro amor no se borrará
-de tu corazón.
-
-Sí, será para mí un triunfo, y ahogaré las penas de mi alma pensando
-que, seas lo que seas, te vuelvas lo que te vuelvas, _tú has sido mía y
-sólo mía_.
-
-
-
-
- XXVIII
-
- El sueño no tiene amo.--El toldo de Ramón nada deja que desear.--Una
- fragua primitiva.--Diálogo entre la civilización y la barbarie.--Tengo
- que humillarme.--Se presenta Ramón.--Doña Fermina Zárate.--Una lección
- de filosofía práctica.--Petrona Jofré y los cordones de Nuestro Padre
- San Francisco.--Veinte yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco
- chiripáes por una mujer.--Rasgo generoso de Crisóstomo.--El hombre ni
- es un ángel ni una bestia.
-
-
-Un proverbio negro dice: el sueño no tiene amo.
-
-Todos dormimos perfectamente bien.
-
-El cansancio nos hizo hallar deliciosa la morada del cacique Ramón.
-
-Cuando yo me desperté eran las ocho de la mañana; mis compañeros
-roncaban aún con una expansión pulmonar envidiable.
-
-Llamé un asistente, pedí mate y me quedé un rato más en cama gozando
-del placer de no hacer nada, placer tan combatido y censurado cuanto
-generalmente codiciado.
-
-Según un amigo, pensador no vulgar y egregio poeta, no hacer nada es
-descansar. Así él sostiene que el día es hecho para eso y la noche para
-dormir.
-
-¡Lástima que un mortal de gustos tan patriarcales, que sería dichoso
-con muy poca cosa, se vea condenado como tanto hijo de vecino, á la
-dura ley del trabajo, cuando innumerables prójimos desperdician lo
-superfluo y aun lo necesario!
-
-¡Qué hacer! el mundo está organizado así y el Eclesiastés, que sabe más
-que mi amigo y yo juntos, dice:
-
-«El insensato tiene los brazos cruzados y se consume _diciendo_:
-
-«Lleno el hueco de una mano, con reposo, vale más que las dos llenas
-con trabajo y mortificación de espíritu.»
-
-Con la luz del día examiné el lecho en que había dormido tan
-cómodamente, como en elástica cama á la _Balzac_ provista de sus
-correspondientes accesorios, almohadones de finísimas plumas y sedosos
-cobertores. Eran unos cueros de potro mal estaqueados y unas pieles de
-carnero, la cabecera un mortero cubierto con mis cojinillos.
-
-En seguida tendí la vista á mi alrededor.
-
-En Tierra Adentro yo no había pernoctado bajo techumbre mejor.
-
-El toldo del cacique Ramón superaba á todos los demás.
-
-Mi alojamiento era un galpón de madera y paja, de doce varas de largo
-por cuatro de ancho y tres de alto.
-
-Estaba perfectamente aseado.
-
-En un costado, se veía la fragua y al lado una mesa de madera tosca y
-un yunque de hierro.
-
-Ya he dicho que Ramón es platero y que este arte es común entre los
-indios.
-
-Ellos trabajan espuelas, estribos, cabezadas, pretales, aros, pulseras,
-prendedores y otros adornos femeninos y masculinos, como sortijas y
-yesqueros.
-
-Funden la plata, la purifican en el crisol, la ligan, la baten á
-martillo, dándole la forma que quieren y la cincelan.
-
-En la _chafalonía_, prefieren el gusto chileno; porque con Chile tienen
-comercio y es de allí de donde llevan toda clase de prendas, que
-cambalachean por ganado vacuno, lanar y caballar.
-
-La fragua consistía en un paralelepípedo de adobe crudo.
-
-Tenía dos fuelles y se conocía que el día anterior habían trabajado;
-las cenizas estaban tibias aún.
-
-En un saco de cuero había carbón de leña y sobre la mesa se veían
-varios instrumentos cortantes, martillos y limas rotas.
-
-Los fuelles llamaron sobremanera mi atención por su extraña estructura.
-
-Antes de examinar su construcción entablé un diálogo conmigo mismo.
-
---Á ver, me dije, representante orgulloso de la civilización y del
-progreso moderno en la pampa, ¿cómo harías tú un fuelle?
-
---¿Un fuelle?
-
---Sí, un fuelle, ¿no se llama así por la Academia española «un
-instrumento para recoger viento y volverlo á dar», aunque habría sido
-más comprensible y digno de ella decir: un instrumento construido
-según ciertos principios de física, para recoger aire por medio de una
-válvula, y volverle á despedir con más ó menos violencia, á voluntad
-del que lo maneje, por un cañón colocado á su extremo?
-
---Entiendo, entiendo.
-
---Y bien, si entiendes, dime, ¿cómo lo harías?
-
---¿Cómo lo haría?
-
---¡Sí, hombre, por Dios! parece que te hubiera puesto un problema
-insoluble.
-
---No digo eso.
-
---¿Entonces?
-
---Es que...
-
---¡Ah! es que eres un pobre diablo, un fatuo del siglo XIX, un erudito
-á la violeta, un insensato que no quieres confesar tu falta de ingenio.
-
---¿Yo?...
-
---Sí, tú, has entrado en el miserable toldo de un indio á quien
-un millón de veces has calificado de bárbaro, cuyo exterminio has
-preconizado en todos los tonos, en nombre de tu decantada y clemente
-civilización, te ves derrotado y no quieres confesar tu ignorancia.
-
---¿Mi ignorancia?
-
---Tu ignorancia, sí.
-
---¿Quieres acaso que me humille?
-
---Sí, humíllate y aprende una vez más que el mundo no se estudia en los
-libros.
-
-Incliné la frente, me acerqué á la fragua, cogí el manubrio de ambos
-fuelles, los que estaban colocados en la misma línea horizontal, tiré,
-aflojé y se levantó una nube de ceniza.
-
-Eran feos; pero surtían el efecto necesario, despidiendo una corriente
-de aire bastante fuerte para inflamar el carbón encendido.
-
-Todo era obra del mismo Ramón; invento exclusivo suyo.
-
-Con una panza seca de vaca y sobada había hecho una manga de una
-vara de largo y un pie de diámetro; con _tientos_ la había plegado,
-formándole tres grandes buches con comunicación; en un extremo había
-colocado la mitad del cañón de una carabina y en el otro un tarugo de
-palo labrado con el cuchillo; el cañón estaba embutido en la fragua y
-sujeto con ataduras á un piquete. Naturalmente, tirando y apretando
-aquel aparato hasta aplastar los buches, el aire entraba y salía
-produciendo el mismo efecto que cualquier otro fuelle.
-
-Pensaba el tiempo que habría empleado yo con todos los recursos de
-la civilización, si por necesidad ó afición á las artes liberales me
-hubiese propuesto hacer un fuelle; se me ocurría que quizás habría
-tenido que darme por derrotado, cuando un cautivo, blanco y rubio, de
-doce á catorce años, entró en el galpón y después de saludarme con el
-mayor respeto tratándome de _usía_, me dijo:
-
---Dice el cacique Ramón que si se le puede ver ya; que cómo ha pasado
-la noche.
-
-Le contesté que estaba á su disposición, que podía verme en el acto, si
-quería, y que había dormido muy bien.
-
-Salió el cautivo, y un momento después se presentó Ramón, vestido
-como un paisano prolijo, aseado que daba gusto verle; sus manos
-acostumbradas al trabajo, parecían las de un caballero, tenía las uñas
-irreprochablemente limpias, ni cortas ni largas y redondeadas con
-igualdad.
-
-No estuvo ceremonioso.
-
-Al contrario, me trató como á un antiguo conocido, me repitió que
-aquella era mi casa, que dispusiera de él, me anunció que ya me iban á
-traer el almuerzo, que más tarde me presentaría á su familia y me dejó
-solo.
-
-En seguida volvió, se sentó y trajeron el almuerzo.
-
-Era lo consabido, puchero con zapallo, choclos, asado, etc.
-
-Todo estaba hecho con el mayor esmero; hacía mucho tiempo que yo no
-veía un caldo más rico.
-
-Durante el almuerzo hablamos de agricultura y de ganadería.
-
-El indio era entendido en todo.
-
-Sus corrales eran grandes y bien hechos, sus sementeras vastas, sus
-ganados mansos como ninguno.
-
-Es fama que Ramón ama mucho á los cristianos; lo cierto es que en su
-tribu es donde hay más.
-
-Una de sus mujeres, en la que tiene tres hijos, es nada menos que doña
-Fermina Zárate, de la Villa de la Carlota.
-
-La cautivaron siendo joven, tendría veinte años; ahora ya es vieja.
-
-¡Allí estaba la pobre!
-
-Delante de ella, Ramón me dijo:
-
---La señora es muy buena, me ha acompañado muchos años, yo le estoy
-muy agradecido, por eso le he dicho ya que puede salir cuando quiera
-volverse á su tierra, donde está su familia.
-
-Doña Fermina le miró con una expresión indefinible, con una mezcla
-de cariño y de horror, de un modo que sólo una mujer observadora y
-penetrante habría podido comprender, y contestó:
-
---Señor, Ramón es un buen hombre. ¡Ojalá todos fueran como él! Menos
-sufrirían las cautivas. Yo, ¡para qué me he de quejar! Dios sabrá lo
-que ha hecho.
-
-Y esto diciendo se echó á llorar, sin recatarse.
-
-Ramón dijo:
-
---Es muy buena la señora,--se levantó, salió, y me dejó solo con ella.
-
-Doña Fermina Zárate no tiene nada de notable en su fisonomía; es un
-tipo de mujer como hay muchas, aunque su frente y sus ojos revelan
-cierta conformidad paciente con los decretos providenciales.
-
-Está menos vieja de lo que ella se cree.
-
---¿Y por qué no se viene usted conmigo señora?--le dije.
-
---¡Ah! señor--me contestó con amargura--¿y qué voy á hacer yo entre los
-cristianos?
-
---Para reunirse á su familia. Yo la conozco, está en la Carlota, todos
-se acuerdan de usted con gran cariño y la lloran mucho.
-
---¿Y mis hijos, señor?
-
---Sus hijos...
-
---Ramón me deja salir á mí; porque realmente no es mal hombre, á mí al
-menos me ha tratado bien, después que fuí madre. Pero mis hijos, mis
-hijos no quiere que los lleve.
-
-No me resolví á decirle: Déjelos usted, son el fruto de la violencia.
-
-¡Eran sus hijos!
-
-Ella prosiguió:
-
---Además, señor, ¿qué vida sería la mía entre los cristianos después de
-tantos años que falto de mi pueblo? Yo era joven y buena moza cuando me
-cautivaron. Y ahora ya ve, estoy vieja. Parezco cristiana, porque Ramón
-me permite vestirme como ellas, pero vivo como india; francamente; me
-parece que soy más india que cristiana, aunque creo en Dios, como que
-todos los días le encomiendo mis hijos y mi familia.
-
---¿Á pesar de estar usted cautiva cree en Dios?
-
---¿Y él qué culpa tiene de que me agarraran los indios? la culpa la
-tendrán los cristianos que no saben cuidar sus mujeres ni sus hijos.
-
-No contesté; tan alta filosofía en boca de aquella mujer, la concubina
-jubilada de aquel bárbaro, me humilló más que el soliloquio á propósito
-del fuelle.
-
-Una mujer joven y hermosa, demacrada, sucia y andrajosa se presentó
-diciendo con tonada cordobesa:
-
---¿Usted será, mi señor, el coronel Mansilla?
-
---Yo soy, hija, ¿qué quiere usted?
-
---Vengo á pedirle que me haga el favor de hacer que los padrecitos me
-den á besar el cordón de Nuestro Padre San Francisco.
-
---¡Pues no! con mucho gusto, y esto diciendo llamé á los santos varones.
-
-Vinieron.
-
-Al verlos entrar, la desdichada Petrona Jofré se postró de hinojos
-ante ellos y con efusión ferviente tomó los cordones del padre Marcos,
-después los del padre Moisés y los besó repetidas veces.
-
-Los buenos franciscanos, viéndola tan angustiosa, la exhortaron, la
-acariciaron paternalmente y consiguieron tranquilizarla, aunque no del
-todo.
-
-Sollozaba como una criatura.
-
-Partía el corazón verla y oirla.
-
-Calmóse poco á poco y nos relató la breve y tocante historia de sus
-dolores.
-
-Doña Fermina confirmaba todas sus referencias.
-
-La vida de aquella desdichada de la Cañada Honda, mujer de Cruz Bustos,
-era una verdadera _viacrucis_.
-
-La tenía un indio malísimo llamado Carrapí.
-
-Estaba frenéticamente enamorado de ella, y ella resistía con heroísmo á
-su lujuria.
-
-De ahí su martirio.
-
---Primero me he de dejar matar, ó lo he de matar yo, que hacer lo que
-el indio quiere, decía con expresión enérgica y salvaje.
-
-Doña Fermina meneaba la cabeza y exclamaba:
-
---¡Vea qué vida, señor!
-
-Yo estaba desesperado.
-
-¿Qué otro efecto puede producir la simpatía impotente?
-
-Nada podía hacer por aquella desdichada, nada tenía que darle.
-
-No me quedaba sino lo puesto.
-
-Ni pañuelo de manos llevaba ya.
-
-Doña Fermina me contó que Carrapí no quería venderla para que la
-sacaran, y que un cristiano, por caridad, la andaba por comprar.
-
-El indio pedía por ella veinte yeguas, sesenta pesos bolivianos, un
-poncho de paño y cinco chiripáes colorados.
-
---¿Y quién es ese cristiano?--le pregunté.
-
---Crisóstomo--me contestó.
-
---¿Crisóstomo?...
-
---Sí, señor, Crisóstomo.
-
-Crisóstomo era el hombre aquél que en Calcumuleu hubo de pasar á
-caballo por entre los franciscanos: que tanto me exasperó, que me dió
-de comer después y me relató su interesante historia.
-
-Está visto: los malvados también tienen corazón.
-
-Bien dice Pascal:
-
-El hombre no es un ángel ni una bestia.
-
-Es un ser indefinible, hace el mal por placer y goza con el bien.
-
-En medio de todo es consolador.
-
-
-
-
- XXIX
-
- La familia del cacique Ramón.--Spañol.--Una invasión.--Despacho al
- capitán Rivadavia.--Cuestión de amor propio.--Buen sentido de un
- indio.--En Carrilobo soplaba mejor viento que en Leubucó.--Suenan los
- cencerros.--Atíncar (véase bórax).--El hombre civilizado nunca acaba
- de aprender.--Me despido.--Cómo doman los bárbaros.--¡Últimos hurrahs!
-
-
-Me invitaron á pasar al toldo de Ramón.
-
-Dejé á doña Fermina Zárate y á Petrona Jofré con los franciscanos y
-entré en él.
-
-La familia del cacique constaba de cinco concubinas, de distintas
-edades, una cristiana y cuatro indias; de siete hijos varones y de tres
-hijas mujeres, dos de ellas púberes ya.
-
-Éstas últimas, y la concubina que hacía cabeza, se habían vestido de
-gala para recibirme.
-
-No hay indio ranquel más rico que Ramón, como que es estanciero,
-labrador y platero.
-
-Su familia gasta lujo.
-
-Ostentaban hermosos prendedores de pecho, zarcillos, pulseras y
-collares, todo de plata maciza y pura, hecho á martillo y cincelado por
-Ramón; mantas, fajas y pilquenes de ricos tejidos pampas.
-
-Las dos hijas mayores se llamaban, Comeñé, la primera, que quiere
-decir _ojos lindos_, de _come_, lindo, y de _ñé_, ojos; Pichicaiun la
-segunda, que quiere decir _boca chica_, de _pichicai_, chico, y de _un_
-boca.
-
-Se habían pintado con carmín los labios, las mejillas y las uñas de
-las manos; se habían sombreado los párpados y puesto muchos lunarcitos
-negros.
-
-Tanto Pichicaiun, como Comeñé, tenían nombres muy apropiados; la una
-se distinguía por una boca pequeñita lindísima; la otra por unos
-grandes ojos negros llenos de fuego. Ambas estaban en la plenitud del
-desarrollo físico, y en cualquier parte un hombre de buen gusto las
-hubiera mirado largo rato con placer.
-
-Me recibieron con graciosa timidez.
-
-Me senté, Ramón se puso á mi lado, su mujer principal y sus hijas
-enfrente.
-
-Las dos chinitas sabían que eran bonitas; coqueteaban como lo hubieran
-hecho dos cristianas.
-
-Ramón es muy conversador, no me dejaban conversar con él; el lenguaraz
-trabucaba sus razones y las mías.
-
-¡Qué maldita condición tienen nuestras caras compañeras!
-
-Con su permiso diré, que son como los gatos: antes de matar la presa
-juegan con ella.
-
---¡Spañol! ¡Spañol!--gritó Ramón.--El cautivo blanco y rubio se
-presentó. Recibió órdenes, se marchó y volvió trayendo cubiertos y
-platos.
-
-Sirvieron la comida.
-
-Yo acababa de almorzar. Pero no podía rehusar el convite que se me
-hacía. Me habría desacreditado.
-
-Comí, pues.
-
-El cautivo no le quitaba los ojos á Ramón; éste lo manejaba con la
-vista.
-
---¿Cómo te llamas?--le pregunté, creyendo que las palabras ¡Spañol!
-¡Spañol! tenían una significación araucana.
-
---Spañol--me contestó.
-
---¿Spañol?--repetí yo, mirando á Mora y á Ramón alternativamente.
-
---Sí, señor, Spañol--me dijo Mora,--así les llaman á algunos cautivos.
-
---Spañol--afirmó Ramón, que había entendido mi pregunta.
-
---¿Pero qué nombre tenías en tu tierra?--le pregunté al cautivo.
-
---No sé, se me ha olvidado; era muy chico cuando me trajeron--repuso.
-
---¿De dónde eres?
-
---No sé.
-
---¡Cómo no has de saber! ¿Te han prohibido que digas tu verdadero
-nombre y el lugar en donde te cautivaron?
-
---No, señor.
-
---Si no ha de saber nada, señor--dijo Mora,--por eso le llaman Spañol,
-hasta que sea más grande y le den nombre de indio.
-
---¿Y ésa es la costumbre?
-
---Sí, señor.
-
---Pregúntele á Ramón ¿qué quiere decir Spañol?
-
-Ramón contestó.
-
---Spañol, quiere decir, de otra tierra.
-
-En esto estábamos, cuando el capitán Rivadavia se me presentó, y
-hablándome al oído, me dijo:
-
-Que Crisóstomo acababa de llegar de Leubucó y que á su salida se decía
-allí que había habido invasión por San Luis.
-
-Le pedí permiso á Ramón para retirarme, comunicándole la ocurrencia; me
-retiré, y un momento después el capitán Rivadavia se separaba de mí con
-una carta bastante fuerte para Mariano Rosas.
-
-Le exigía en ella el castigo de los invasores apoyándome en el Tratado
-de paz y le decía que en la Verde esperaba su contestación; que á la
-tarde estaría allí.
-
-Ramón vino á hablar conmigo y me manifestó su disgusto por el hecho; me
-dijo que había de ser Wenchenao, calificándolo de _gaucho ladrón_ y me
-preguntó que á qué hora pensaba ponerme en marcha.
-
-Le dije que en cuanto medio quisiera ladear el sol, estilo gauchesco,
-que vale tanto como después de las doce.
-
-Me hizo presente que entonces había tiempo de carnear una res gorda y
-unas ovejas para que llevara carne fresca.
-
-Le expresé que no se incomodara, y me hizo entender que no era
-incomodidad sino deber y que extrañaba mucho que Mariano Rosas me
-hubiera dejado salir de Leubucó sin darme carne.
-
-En efecto, de allí habíamos salido con una mano atrás y otra adelante,
-resueltos á comernos las mulas.
-
-Yo había hecho el firme propósito de no pedir qué comer á nadie.
-
-Era una cuestión de orgullo bien entendida en una tierra donde los
-alimentos no se compran; donde el que tiene necesidad _pide con vuelta_.
-
-Trajeron una vaca gorda y dos ovejas, mandé á mi gente á carnearlas y
-entramos con Ramón á la platería.
-
-El indio me habló así:
-
---Yo soy amigo de los cristianos, porque me gusta el trabajo; yo deseo
-vivir en paz, porque tengo qué perder; yo quiero saber si esta paz
-durará y si me podré ir con mi indiada al Cuero, que es mejor campo que
-éste.
-
-Le contesté:
-
-Que me alegraba mucho de oirlo discurrir así; que eso probaba que era
-un hombre de juicio.
-
-Añadió:
-
---Yo conozco la razón; ¿usted cree que no me gustaría á mí vivir como
-Coliqueo?[5] ¡Pero cuándo van los otros!
-
-¡Están muy asustadizos! Es preciso que pase mucho tiempo para que le
-tomen gusto á la paz.
-
-Yo repuse:
-
---¿Entonces usted cree que es mejor vivir juntos y no desparramados?
-
---Ya lo creo--me contestó,--viviendo así tan lejos unos de otros, todos
-son perjuicios, no hay comercio.
-
-Llegaron algunas visitas. Tuve que recibirlas. Entre ellas venía el
-padre de Ramón, un indio valetudinario y setentón. Me contó su vida,
-sus servicios, me ponderó sus méritos con un cinismo comparable
-solamente al de un hombre civilizado; me dijo que había abdicado en su
-hijo el gobierno de la tribu, porque Ramón era como él, me hizo mil
-ofertas, mil protestas de amistad y por último me pidió un chaquetón de
-paño forrado en bayeta.
-
-Me avisaron que la carneada estaba hecha; mandé arrimar las tropillas
-y le previne á Ramón que ya pensaba marcharme, á lo cual contestó que
-yo era dueño de mi voluntad; que cómo había de ser, si no podía hacerle
-una visita más larga y que iba á tener el gusto de acompañarme con
-algunos amigos hasta por ahí.
-
-Le di las gracias por su fineza, le manifesté que para qué quería
-incomodarse, que no hiciera ceremonia, y me respondió que no había
-incomodidad en cumplir con un deber, que quizá no nos volveríamos á ver.
-
-Yo no tenía qué replicar.
-
-Pensé un momento para mis adentros, que en Carrilobo soplaba un
-viento mucho mejor que en Leubucó, como que Ramón no tenía á su lado
-cristianos que le adularan; que era el indio más radical en sus
-costumbres; el que me había recibido más á la usanza ranquelina, era el
-que se manifestaba á mi regreso más caballero y cumplido; y acabé por
-hacerme esta pregunta: ¿El contacto de la civilización será corruptor
-de la buena fe primitiva?
-
-Sentí el cencerro de las tropillas que llegaban, mandé ensillar y le
-dije á Ramón:
-
---Bueno, amigo, ¿qué tiene que encargarme?
-
---Necesito algunas cosas para la platería--me contestó.
-
---Yo se las mandaré, y esto diciendo saqué mi libro de memorias para
-apuntar en él los encargos--añadiendo,--qué son:
-
---Un yunque.
-
---Bueno.
-
---Un martillo.
-
---Bueno.
-
---Unas tenazas.
-
---Bueno.
-
---Un torno.
-
---Bueno.
-
---Una lima fina.
-
---Bueno.
-
---Un alicate.
-
---Bueno.
-
---Un crisol.
-
---Bueno.
-
---Un bruñidor.
-
---Bueno.
-
---Piedra lápiz.
-
---Bueno.
-
---Atíncar.
-
-Ramón había ido enumerando las palabras anteriores, sin necesidad de
-lenguaraz, pronunciándolas correctamente.
-
-Al oirle decir atíncar, le pregunté:
-
---¿Atíncar?
-
---Sí, atíncar--repuso.
-
---Dígame el nombre en lengua de cristiano.
-
---Así es, atíncar.
-
-Iba á decirle: ése será el nombre en araucano; pero me acordé de las
-lecciones que acababa de recibir, de mi humillación en presencia del
-fuelle, de mi humillación ante doña Fermina, discurriendo como un
-filósofo consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté:
-
---¿Está usted cierto?
-
---Cierto, atíncar es, así le llaman los chilenos; y esto diciendo se
-levantó, se acercó á la fragua, metió la mano en un saquito de cuero
-que estaba colgado al lado de la horqueta de una tijera del techo, y
-desenvolviéndolo y pasándomelo, me dijo:
-
---Esto es atíncar.
-
-Era una substancia blanquecina, amarga, como la sal.
-
-Apunté _atíncar_, convencido que la palabra no era castellana.
-
-En cuanto llegué al Río 4.º, uno de mis primeros cuidados fué tomar el
-diccionario.
-
-La palabra _atíncar_ trotaba por mi imaginación.
-
-Atíncar hallé en la página 82, masculino, véase: _bórax_.
-
---¡Alabado sea Dios!--exclamé.--Yo sabía lo que era bórax; sabía que
-era una sal que se encuentra en disolución en ciertos lagos; sabía
-que en metalurgia se la empleaba como fundente, como reactivo y como
-soldadura. ¡Loado sea Dios!--volví á exclamar,--que así castiga sin
-palo ni piedra.
-
-Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto que leemos y
-estudiamos.
-
-¿Y para qué?
-
-Para despreciar á un pobre indio, llamándole bárbaro, salvaje; para
-pedir su exterminio, porque su sangre, su raza, sus instintos, sus
-aptitudes no son susceptibles de asimilarse con nuestra civilización
-empírica, que se dice humanitaria, recta y justiciera, aunque hace
-morir á hierro al que á hierro mata, y se ensangrienta por cuestión
-de amor propio, de avaricia, de engrandecimiento, de orgullo, que
-para todo nos presenta en nombre del derecho el filo de una espada,
-en una palabra, que mantiene la pena del talión, porque si yo mato me
-matan; que en definitiva, lo que más respeta, es la fuerza, desde que
-cualquier Breno de las batallas ó del dinero es capaz de hacer inclinar
-de su lado la balanza de la justicia.
-
-¡Ah! mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio ése, que
-rechazamos y despreciamos, como si todos no derivásemos de un tronco
-común, como si la _planta hombre_ no fuese única en su especie, el
-día menos pensado nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos en
-la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante, que ha penetrado
-en la obscuridad nebulosa de los cielos con el telescopio, que ha
-suprimido las distancias por medio de la electricidad y del vapor, que
-volará mañana, quizá, convenido; pero que no destruirá jamás, hasta
-_aniquilarla_, una simple partícula de la materia, ni le arrancará al
-hombre los secretos recónditos del corazón.
-
-Todo estaba pronto para la marcha.
-
-Me despedí de la familia de Ramón, cuyas hijas, apartándose de
-la costumbre de la tierra, nos abrazaron y nos dieron la mano,
-regalándoles sortijas de plata á algunos de los que me acompañaban.
-
-En seguida marché, me acompañaban Ramón y cincuenta de los suyos al son
-de cornetas.
-
-Ramón montaba un caballo bayo domado por él.
-
-Parecía un animal vigoroso.
-
---Yo no soy haragán, amigo--me dijo.--Yo mismo domo mis caballos, me
-gusta más el modo de los indios que el de los cristianos.
-
---¿Y qué, doman de otro modo ustedes?--le pregunté.
-
---Sí--me contestó.
-
---¿Cómo hacen?
-
---Nosotros no maltratamos el animal; lo atamos á un palo; tratamos
-de que pierda el miedo; no le damos de comer si no deja que se le
-acerquen; lo palmeamos de á pie; lo ensillamos y no lo montamos, hasta
-que se acostumbra al recado, hasta que no siente ya cosquillas; después
-lo enfrenamos, por eso nuestros caballos son tan briosos y tan mansos.
-
-Los cristianos les enseñan más cosas, á trotar más lindo; nosotros los
-amansamos mejor.
-
---Hasta en esto--dije para mis adentros,--los bárbaros pueden darles
-lecciones de humanidad á los que les desprecian.
-
-Ramón me había acompañado como una legua.
-
---Hasta aquí no más--le dije, haciendo alto.
-
---Como guste--me contestó.
-
-Nos dimos la mano, nos abrazamos y nos separamos.
-
-Su comitiva me saludó con un ¡hurrah!
-
---¡Adiós! ¡adiós!--gritaron varios á una.
-
---¡Adiós! ¡adiós! ¡amigo!--gritaron otros.
-
-Y ellos partieron para el Sur, y nosotros para el Norte, envueltos en
-remolinos de arena que obscurecían el horizonte como negra cortina.
-
-Mi cálculo era llegar á la Verde al ponerse el sol.
-
-Llegué á un campo pastoso, hice alto un momento, la arena nos ahogaba.
-
-
- NOTAS:
-
-[5] Coliqueo, indio amigo establecido en su tribu entre los
-departamentos de Junín y 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires.
-
-
-
-
- XXX
-
- Á la vista de la Verde.--Murmuraciones.--Defecto de lectores y
- de caminantes.--Dos cuentos al caso.--Reglas para viajar en la
- Pampa.--La monotonía es capaz de hacer dormir al mejor amigo.--Dos
- polvos.--Suerte de Brasil.--Reproche de los franciscanos.--¿Tendrán
- alma los perros?--Un obstáculo.
-
-
-Los médanos de la Verde estaban á la vista, y es probable que, en mi
-caso, otro viajero no se hubiera detenido. Pero la experiencia es madre
-de la ciencia, y yo me reía de algunos de mis oficiales que, viendo el
-objetivo tan cerca, murmuraban:--¿Por qué se parará aquí este hombre?
-
-Ellos no habían recorrido como yo cuatro partes del mundo, en buque de
-vela, en vapor, en ferrocarril, en carreta, á caballo, á pie, en coche,
-en palanquín, en elefante, en camello, en globo, en burro, en silla de
-manos, á lomo de mula y de hombre.
-
-Es defecto de lectores y de caminantes apurarse demasiado.
-
-Unos y otros debieran tener presente que la igualdad del movimiento
-produce en el espíritu el mismo efecto que hace en los oídos la
-igualdad de la entonación.
-
-Voltaire lo ha dicho:
-
-«_L'ennui naquit un jour de l'uniformité._»
-
-Lo que nos sucede cuando oimos leer en alta voz con excesiva rapidez
-olvidando la marcha más ó menos mesurada del autor, la fuerza, energía
-ó pasión del pensamiento, nos sucede también viajando en ferrocarril.
-
-La velocidad de la locomoción no hace efecto porque es continua.
-
-Siempre que oigo leer en alta voz muy aprisa, me acuerdo de un cuento,
-y cuando recorro á caballo las pampas argentinas me acuerdo de otro.
-
-En una comedia de Sedaine, no estoy cierto si en _Rose et Colas_, hay
-una escena muy larga entre dos aldeanos, y cuentan las crónicas que
-los actores á fin de terminar cuanto antes el ensayo, se apuraban
-demasiado, y que no por eso la escena parecía más corta.
-
-Consultando al autor á ver si se prestaba á hacer algunas supresiones,
-contestó:
-
-«Díganla más despacio y harán que parezca más corta.»
-
-Sedaine tuvo, á no dudarlo, presente el dicho de otro poeta francés
-como él:
-
-«Dans tout ce que tu _lis_, hâte-toi lentement.»
-
-Pues lo mismo sucede cuando se recorre un país á todo galope; todo
-parece lejos y nada se ve bien, se llega al término de la jornada
-abrumado de cansancio y sin haber disfrutado de los agradables
-espectáculos de la Naturaleza.
-
-Y eso es cuando se llega, que á veces se queda uno en el camino.
-
-Era tarde, poníase el sol, un viajero ecuestre galopaba á toda brida
-por los campos.
-
-Encontróse con un gaucho y le preguntó:
-
---¿Á qué hora llegaré á tal parte?
-
---Si sigue al galope--le contestó,--llegará mañana; si marcha al
-trotecito llegará _lueguito_ no más.
-
---¿Y cuántas leguas hay?
-
---Así como dos.
-
---¿Y cómo es eso; si está tan cerca, cómo he de tardar más andando más
-ligero?
-
---¡Oh!--contestó el paisano, echándole una mirada de compasión
-al caballo de su interlocutor;--es que si lo sigue apurando al
-_mancarrón_, _ahorita_ no más se le va á aplastar.
-
-Lo cual, oido por el viajero, hizo que recogiendo la rienda se pusiera
-al trote.
-
-La aplicación de mis máximas, viajando en todas estaciones, de día y de
-noche, con buen y mal tiempo, por las vastas soledades del desierto, me
-ha dado siempre el mejor resultado.
-
-He llegado adonde me proponía el día anunciado de antemano, sin dejar
-caballos cansados en el camino y sin fatigar física ni moralmente á los
-que me acompañaban.
-
-Mi regla era inalterable.
-
-Partía al trote, galopaba un cuarto de hora, sujetaba, seguía al
-tranco cinco minutos, trotaba en seguida otros cinco, galopaba luego
-otro cuarto de hora, y por último hacía alto, echaba pie á tierra
-descansando cinco minutos y dejaba descansar los caballos prosiguiendo
-después la marcha con la misma inflexible regularidad, toda vez que el
-terreno lo permitía.
-
-Los maturrangos que me seguían se quejaban de que cambiara tanto el
-aire de la marcha y de las continuas paradas, primero, por falta
-de reflexión; segundo, porque á ellos una vez que el cuerpo se les
-calienta, lo que menos les incomoda es el galope. Pero los caballos,
-más jueces en la materia que los que los montan, estoy cierto que en
-su interior decían, cada vez que oían la voz de alto y la orden de
-_saquen los frenos_: ¡bendito sea este Coronel!
-
-Lo repito, viajando sucede lo mismo que leyendo.
-
-Las lecturas más largas son ésas en las que no hay alteración ni en la
-cadencia ni en la dicción.
-
-El autor de la tragedia _Leonidas_ había invitado varios de sus amigos
-para leerles una nueva composición.
-
-Nadie se hizo esperar.
-
-Á la hora convenida doce jueces selectos, entre los que había algunos
-académicos, se hallaban reunidos ocupando cómodos sillones, y enfrente
-de ellos, con una mesa por delante, el poeta.
-
-La lectura empezó leyendo el mismo autor, que poseía el arte de hacer
-magníficos versos; pero que no sabía leer.
-
-Leía con una voz sepulcral monótona é invariable.
-
-Durante la primera media hora la amistad soportó el suplicio,
-aplaudiendo los dos primeros actos.
-
-Terminaba el tercero, y como el autor no oyese la más leve muestra de
-aprobación, levantó la vista del manuscrito, y echando una mirada á su
-alrededor, encontró que el auditorio dormía profundamente.
-
-Comprendiendo lo que había pasado, apaga las luces, y en lugar de
-continuar leyendo, se pone á declamar á obscuras el resto de la
-tragedia que sabía de memoria.
-
-La lectura en alta voz y la declamación son dos artes diferentes.
-
-Todos se despiertan exclamando: ¡bravo! ¡bravo!
-
-El autor no se detiene, sus amigos creen que aquello es un sueño, que
-están ciegos, porque abren los ojos y nada ven, vuelven en sí después
-de un momento de espanto y la escena termina con esta enseñanza útil:
-
-La monotonía es capaz de hacer dormir á los mejores amigos.
-
-¿Mis oficiales no pensaban en nada de esto al censurar mi parada á
-la vista de los médanos de la Verde, como no pensaron en ocasiones
-anteriores qué habría sido de los pobres caballos y de nosotros mismos,
-si hubiéramos marchado en alas de la impaciencia siempre al galope?
-
-Habríamos tardado más en llegar á Leubucó, más en salir de allí, más en
-volver al punto de partida y el trayecto lo hubiéramos hecho entre el
-sueño y la fatiga.
-
-Que se acuerden de lo que les pasó, yendo de la Verde al fuerte
-«Sarmiento» y cuando en cumplimiento de mis órdenes tuvieron que hacer
-la marcha al trote, y nada más que al trote.
-
-Todos querían galopar ó _tranquear_.
-
-Los franciscanos clamaban al cielo.
-
-La consigna era al trote y al trote se marchaba y las distancias
-parecían más largas y las horas eternas y todos se dormían y se
-llevaban los árboles por delante é interiormente exclamaban: malhaya el
-Coronel.
-
-El Coronel tuvo, sin embargo, sus razones para dar esas órdenes,
-razones que no son del caso y que respondían á un sentimiento de
-prudencia previsora.
-
-La parada no se efectuó únicamente por alterar la monotonía de la
-marcha ó por hacer descansar los caballos. La diplomacia tuvo en ello
-gran parte.
-
-Yo tenía motivos para retardar mi arribo á la Verde, en donde no quería
-detenerme, sino encontrarme, en todo caso, con el capitán Rivadavia, ó
-con algún embajador de Mariano Rosas.
-
-Cuando después de haber medido las distancias con el compás de la
-imaginación, el reloj me dijo que era hora de proseguir la marcha,
-mandé poner los frenos y cinchar.
-
-Al tiempo de movernos descubriéronse á retaguardia dos polvos siguiendo
-la misma dirección de la rastrillada, siendo más pequeño el que estaba
-más cerca de nosotros, que el que remolineaba más lejos.
-
---Es uno que corre un avestruz--decían éstos;--es uno que corre una
-gama--decían aquéllos;--no es nada de eso--decía Camilo Arias:--es un
-indio que corre una cosa que no es animal del campo.
-
-Mis oficiales y yo observábamos, haciendo conjeturas, y hasta los
-franciscanos que se iban haciendo gauchos, metían su cuchara calculando
-qué serían los tales polvos.
-
-Ya estábamos á caballo.
-
-Yo vacilaba; quería seguir y salir de dudas.
-
-Camilo Arias, cuya mirada taladraba el espacio, por decirlo así, hasta
-tocar los objetos, dijo entonces con su aire de seguridad habitual:
-
---Es un indio que corre un perro.
-
---Ha de ser _Brasil_ que se ha de haber escapado--exclamaron varios á
-una.
-
-Y los dos franciscanos:
-
---¡Pobrecito! ¡Cuánto me alegro!
-
-Y esto diciendo, me miraron como reprochándome una vez más lo que había
-hecho en Carrilobo.
-
-Mi pecado no era grande, empero.
-
-Estábamos conversando con Ramón en su toldo, cuando el valiente
-_Brasil_,--hablo del perro--vino mansamente á echarse á mi lado,
-mirándome como quien dice: ¿cuándo nos vamos de esta tierra? meneando
-al mismo tiempo la cola como un plumero, como cuando con una sonrisa
-afable ó con una palmada cariñosa queremos neutralizar el efecto de una
-frase picante.
-
-No sé si lo he dicho, que _Brasil_, á más de ser muy guapo, era un can
-gordo y macizo, de reluciente pelo color oro muy amarillo.
-
-Pero sí recuerdo haber dicho estando allá por las tierras de mi
-compadre Baigorrita, que los perros de los indios pasan verdaderamente
-una vida de perros. Siempre hambrientos, se les ven las costillas,
-tal es su flacura; parece que no tuvieran carne ni sangre; diríase
-al verlos, que son habitantes fósiles de las remotas épocas
-antediluvianas, en que sólo vivían disecados por una temperatura
-plutoniana los enroscados amonitas y los alados y cartilaginosos
-pterodáctilos de largo pescuezo y magna cabeza.
-
-Ramón enamoróse de la magnificencia de _Brasil_, cuya gordura
-contrastaba con la estiptiquez de sus perros, lo mismo que un
-prisionero paraguayo con un morrudo soldado riograndés.
-
---¡Qué perro tan gordo, hermano--me dijo,--y qué lindo! y los míos ¡qué
-flacos!
-
---No les dará de comer, hermano--le contesté.
-
---¡Pues no!
-
---¿Y qué les da de comer?
-
---Lo que sobra.
-
-Lo que sobra, dije yo para mis adentros. Y sabiendo que los indios
-se comen hasta la sangre humeante de la res, pensé: Yo no quisiera
-estar en el pellejo de estos perros, recordando que alguna vez había
-tenido envidia de ciertos perritos de larga lana y lúbricos ojos, que
-algunas damas de copete y otras que no lo son, adoran con locura,
-durmiendo hasta con ellos, tal es el progreso humanitario del siglo XIX,
-progreso que si sigue puede hacer que el año 2000 un perro se llame
-_Monsieur Bijou_, _Mister Pinch_ ó el _señor don Barcino_.
-
-Y dirigiéndome á mi interlocutor, repuse:
-
---Eso no basta.
-
-Ramón contestó:
-
---Es que son _maulas_ estos míos. Usted podía regalarme el suyo para
-que encastara aquí.
-
-¿Qué le había de decir?
-
---Está bueno, hermano--le contesté,--tómelo; pero hágalo atar ahora
-mismo, porque de lo contrario no ha de parar en el toldo, se ha de ir
-conmigo.
-
-Ramón llamó, y al punto se presentaron tres cautivos.
-
-Hablóles en su lengua; quisieron ponerle un dogal al cuello con un lazo
-que por allí estaba, mas fué en vano.
-
-_Brasil_ mostraba sus aguzados y blancos colmillos, gruñía, se
-encrespaba, encogiendo nerviosamente la cola y los tímidos cautivos no
-se atrevían á violentarlo.
-
-Me parecía que los desgraciados comprendían mejor que yo la libertad, y
-que no era por cobardía sino por un sentimiento de amor confuso y vago
-que respetaban al orgulloso mastín.
-
-Tuve yo mismo que ser el verdugo de mi fiel compañero.
-
-_Brasil_ me miró cuando me levanté á tomar el lazo, echóse patas arriba
-mostrándome el pecho como diciéndome: mátame si quieres.
-
-Al atarle la soga en el pescuezo me miré en la niña de sus ojos, que
-parecían cristalizados.
-
-Y me vi horrible, y á no ser la palabra empeñada, me habría creído
-infame.
-
-_Brasil_ se dejó atar humildemente á un palo.
-
-Intentó ladrar y le hice callar con una mirada severa y un ademán de
-silencio.
-
-Al abandonar el toldo de Ramón entré en él á despedirme de su familia.
-
-El movimiento que reinaba, dijo claramente al instinto del animal
-que su libertad había concluido; viéndome salir sin él, prorrumpió en
-alaridos que desgarraban el corazón.
-
-¡Quién sabe cuánto tiempo ladró!
-
-Probablemente no se cansó de ladrar y Ramón, cansado de sus
-lamentaciones, le soltó viéndonos ya lejos.
-
-_Brasil_ se dijo probablemente también, viéndose suelto:
-
-_Ils vont, l'éspace est grand_, pero yo les alcanzaré, y se lanzó en
-pos de nosotros huyendo de aquella tierra donde los de su especie le
-habían hecho perder la buena opinión que tuviera de la humanidad.
-
-Los dos polvos avanzaban hacia nosotros con celeridad.
-
-Teníamos la vista clavada en ellos.
-
-De repente, la nube más cercana se condensó y Camilo Arias gritó:
-
---¡Ahí lo bolean!
-
-Lo confieso, persuadido de que era _Brasil_ que venía hacia nosotros,
-las palabras de Camilo me hicieron el mismo efecto que me habría hecho
-en un campo de batalla ver caer prisionero á un compañero de peligros y
-de glorias.
-
-Los buenos franciscanos estaban pálidos, mis oficiales y los soldados
-tristes.
-
-El mal no tenía remedio.
-
---Vamos--dije, y partí al galope.
-
---¿Y qué, lo dejamos?--exclamaron los franciscanos.
-
---Vamos, vamos--contesté; y una idea fijó mi mente, mortificándome
-largo rato.
-
-¿Por qué, me preguntaba, pensando en la suerte de _Brasil_, no ha de
-tener alma como yo un ser sensible, que siente el hambre, la sed, el
-calor y el frío; en dos palabras: el dolor y el placer sensual como yo?
-
-Y pensando en esto procuraba explicarme la razón filosófica de por qué
-se dice:
-
-Ese hombre es muy perro, y nunca cuando un perro es bravo ó malo: Ese
-perro es muy hombre.
-
-¿No somos nosotros los opresores de todo cuanto respira, inclusive
-nuestra propia raza?
-
-¿La moral será algún día una ciencia exacta?
-
-¿Adónde iremos á parar si la anatomía comparada, la fisiología,
-la frenología, la biología, en fin, llegan á hacer progresos tan
-extraordinarios, como la física ó la química los hacen todos los días,
-tanto que ya no va habiendo en el mundo material nada recóndito para el
-hombre?
-
-¿Qué le falta descubrir?
-
-Por medio de la electricidad, de la óptica y del vapor ha penetrado ya
-en las entrañas de la tierra y en los abismos del mar hasta insondables
-profundidades; ha descubierto en los cielos remotos é invisibles
-luminares y su palabra recorre millares de leguas con mágica y pasmosa
-rapidez.
-
-Soñando en esas cosas iba distraído, cuando mi caballo se detuvo en
-presencia de un obstáculo, no sintiendo ni el rebenque ni la espuela.
-
-Estábamos al pie de los médanos de la Verde.
-
-
-
-
- XXXI
-
- Otra vez en la Verde.--Últimos ofrecimientos de Mariano
- Rosas.--Más ó menos todo el mundo es como Leubucó.--Augurios
- de la Naturaleza.--Presentimientos.--Resuelvo separarme de
- mis compañeros.--Impresiones.--¡Adiós!--Un fantasma.--Laguna
- del Bagual.--Encuentro nocturno.--Un cielo al
- revés.--_Agustinillo._--Miseria del hombre.
-
-
-El lector conoce ya la Verde, en cuya hoya profunda y circular mana
-fresca, abundante y límpida el agua dulce, y donde todos los que entran
-ó salen, por los caminos del Cuero y Bagual, se detienen para abrevar
-sus cabalgaduras y guarecerse durante algunas horas bajo el tupido
-ramaje de los algarrobos, ó de los chañares y espinillos, que hermosean
-el plano inclinado, que en abruptas caídas conduce hasta el borde de
-la laguna, cubierto de verdes juncos, de amarillentas espadañas y
-filosas totoras de semi-cilíndricas hojas, entre las cuales los sapos
-y las ranas celebran escondidos, en eterno y monótono coro, la paz
-inalterable de aquellas regiones solitarias y calladas...
-
-Allí hay sombra, fresca gramilla y perfumado trébol, durante las horas
-en que el sol vibra implacable sus rayos sobre la tierra; refugio
-durante las noches tempestuosas, en que las aguas se desploman á
-torrentes del cielo, leña siempre para encender el alegre fogón.
-
-Yo coronaba con mi gente las crestas arenosas del médano, al mismo
-tiempo que en una dirección que formaba con la mía un ángulo recto,
-aparecía un pequeño grupo de jinetes viniendo de Leubucó.
-
-Debe ser, dije para mis adentros, la contestación del capitán
-Rivadavia, y picando mi caballo descendí rápidamente por la cuesta,
-recibiendo pocos instantes después una carta suya, pues, en efecto, los
-que venían eran mensajeros de aquel fiel y valiente servidor.
-
-Mariano Rosas había escuchado mi reclamo diplomático, y, á fuer de
-hombre versado en los negocios públicos, me ofrecía en cumplimiento
-del tratado de paz, perseguir, aprehender y castigar á los que, según
-mis noticias, habían andado _maloqueando_ por San Luis, mientras yo
-tenía mis conferencias á campo raso con los notables de Baigorrita, de
-Mariano y de Ramón.
-
-Promesas no ayudan á pagar; pero sirven siempre para salir del paso,
-y los indios incansables cuando se trata de pedir, no se andan con
-escrúpulos cuando se trata de prometer.
-
-Más ó menos el mundo anda así en todas partes, y los individuos, lo
-mismo que las naciones, encuentran todos los días en el arsenal de las
-perfidias humanas, pretextos y razones para faltar á la fe pública
-empeñada; y las muchedumbres en uno y otro hemisferio, se dejan llevar
-constantemente de las narices por los ambiciosos que las engañan y
-alucinan para explotarlas y dominarlas.
-
-Ayer era Napoleón III erigido en campeón de las nacionalidades,
-triunfador en Magenta y Solferino, en nombre de la _Federación
-Italiana_; hoy es Bismarck en nombre del _Germanismo_ al grito de
-la _galofobia_; mañana será otro Pedro el Grande en nombre del
-_Panslavismo_, valiéndose de la turbulencia Moscovita, de la ignorancia
-de los siervos y del fanatismo religioso.
-
-En América hemos tenido á Rosas, á Monagas, á López.
-
-Todos ellos supieron encontrar la palabra misteriosa y magnética para
-fascinar al pueblo.
-
-La libertad y la fraternidad universal siguen mientras tanto siendo
-una bella utopía, una santa aspiración del alma, y de _hegemonía_ en
-_hegemonía_, dominados hoy por los unos, mañana por los otros, el
-hombre individual y el hombre colectivo caminan por rumbos distintos
-quién sabe dónde...
-
-La perfección y la perfectibilidad parecen ser dos grandes quimeras.
-
-Rodamos á la desventura, y la mentira es la única verdad de que estamos
-en posesión.
-
-Parece que Dios hubiera querido ponerle una gran barrera á la
-conciencia humana, para detenerla siempre que se atreve á penetrar en
-los tenebrosos limbos del mundo moral.
-
-El sol se ponía majestuosamente, el horizonte estaba limpio y
-despejado; terso el cielo azul; sólo una que otra nube esmaltada con
-los colores del arco iris y suspendida á inmensas alturas, se descubría
-en la gigantesca bóveda; soplaba una brisa ricamente oxigenada, blanda
-y fresca; las espadañas se columpiaban graciosamente sobre su tallo
-flexible reflejándose en las claras aguas de la laguna, hasta humedecer
-en ellas sus albos penachos, como voluptuosas Náyades de bella y blanca
-faz que al borde de la fuente empaparan las puntas de sus sueltos
-cabellos, mirándose distraídas y enamoradas de sí mismas, en el espejo
-líquido y sereno.
-
-El cielo y la tierra con sus indicios seguros, auguraban una noche
-apacible y un día tan hermoso como el que acababa de transcurrir.
-
-Convenía, pues, aprovechar los pocos momentos de luz que quedaban.
-
-No sé qué vago y falso presentimiento oprimía angustiosamente mi pecho.
-
-¿Era que iba á separarme de mis compañeros, de los que en aquella
-extraña peregrinación habían compartido conmigo todas las privaciones,
-todas las fatigas, todos los azares de que nos vimos rodeados, y que
-unas veces dominé con la paciencia, otras con la audacia y el desprecio
-de la vida?
-
-¿Ó que habiendo pasado el peligro, la imaginación se abismaba en sí
-misma absorta en la contemplación de sus propios fantasmas?
-
-¿No os ha sucedido alguna vez después de uno de esos trances heroicos,
-en que se ve de cerca la muerte con ánimo sereno, sentir algo como un
-estremecimiento, y tener miedo de lo que ha pasado?
-
-¿No os ha sucedido alguna vez, luchar brazo á brazo con la muerte,
-vencer y experimentar en seguida, después que la crisis ha pasado
-completamente, un sacudimiento nervioso, que es como si un eco interior
-os dijese: Parece imposible?
-
-¿No habéis corrido alguna vez á salvar un objeto querido al borde del
-precipicio, salvarle instintivamente, y mirándole sano y salvo, algo
-como un desvanecimiento de cabeza no os ha hecho comprender que la
-existencia es un bien supremo, á pesar de las espinas que nos hincan y
-lastiman en las asperezas de la jornada?
-
-¿No habéis estado alguna vez horas enteras á la cabecera de un doliente
-amado, dominado por la idea de la vida, mecido por los halagos de la
-esperanza, y al verle convaleciente, lívido el rostro, brillante la
-mirada, no os ha hecho el efecto del espectro de la muerte, y sólo
-entonces habéis comprendido el terrible arcano que se encierra entre el
-ser y el no ser?
-
-Entonces comprenderéis las impresiones de mi alma, tan distintas en
-aquel momento de lo que habían sido antes en ese mismo lugar, cuando
-resuelto á todos sin previo aviso y desarmado, me dirigí al corazón de
-las tolderías seguido de un puñado de hombres animosos.
-
-En el fondo del médano había ya como un crepúsculo, mientras que en sus
-crestas reverberaban todavía los últimos rayos solares.
-
-Bandadas interminables de aves acuáticas, que se retiraban á sus nidos
-lejanos, cruzaban por sobre nuestras cabezas, batiendo las alas con
-estrépito en sus evoluciones caprichosas, y nuestras cabalgaduras
-después de haberse refrescado, _chapaleaban_ el agua de la orilla de
-la laguna, se revolcaban, mordían acá y allá las más incitantes matas
-de pasto y relinchaban mirando en dirección al Norte, con las orejas
-tiesas y fijas como la flecha de un cuadrante que marcara el punto de
-dirección, cuando llamando á los buenos franciscanos y á mis oficiales
-les comuniqué que había resuelto separarme de ellos.
-
-El sentimiento de la disciplina no mata los grandes afectos, es
-mentira; pero hace que el hombre, reprimiéndose, se acostumbre á
-disimular todas sus impresiones, hasta las más tiernas y honrosas.
-
-¡Cuántas veces á causa de eso no pasan por seres sin corazón los que
-se hallan sujetos á las terribles leyes de la obediencia pasiva, á
-esas leyes que en todas partes mantienen divorciado al soldado con el
-ciudadano, que contra el espíritu del siglo permanecen estacionarias,
-como monumentos inamovibles de esclavitud, sin que la marea generosa
-que agita al mundo civilizado desde la caída del imperio romano, las
-haya conmovido, y, que, por eso mismo, hacen al soldado tanto más
-grande, cuanto mayor es la servidumbre que le oprime!
-
-Al recibir aquéllos la orden de formar dos grupos, de los cuales el más
-numeroso seguiría por el camino conocido del Cuero, y el más pequeño,
-encabezado por mí, tomaría el desconocido de la laguna del Bagual, algo
-como un tinte de tristeza vagó por sus fisonomías.
-
-Nadie replicó, todos corrieron á disponer lo referente á la marcha
-nocturna. Pero yo comprendí que más de un corazón sentía vivamente
-separarse de mí, no sólo por esa simpatía secreta, que como vínculo une
-á los hombres, sea cual sea su posición respectiva, sino por ese amor á
-lo desconocido y esa inclinación genial al combate y á la lucha, propia
-de las criaturas varoniles, que hace apetecible la vida, cuando ella no
-se consume monótonamente en la molicie y los placeres.
-
-Cumplidas mis órdenes y escritas las instrucciones correspondientes en
-una hoja del libro de memorias del mayor Lemlenyi, se formaron los dos
-grupos determinados.
-
-Me despedí de éste, de los franciscanos, de Ozarowski, de todos en fin;
-repetí, como lo hubiera hecho un viejo regañón y fastidioso, varias
-veces la misma cosa, monté á caballo y eché á andar seguido de los
-cuatro compañeros que componían mi grupo.
-
-El de Lemlenyi me precedía.
-
-Los caballos que montábamos estaban frescos, de modo que trepamos sin
-dificultad á la cresta del médano, por la gran rastrillada del Norte.
-
-Una vez allí, volvimos á decirnos adiós.
-
-Lemlenyi y los suyos tomaron el ramal de la derecha, yo tomé el de la
-izquierda, que seguía el rumbo del Poniente, y gritando todavía una vez
-más:--¡cuidado con galopar!--le hice comprender á mi caballo con una
-presión nerviosa de las piernas en los ijares, que debía tomar un aire
-de marcha más vivo.
-
-El entendido animal tomó el trote; mis dos tropillas pasaron adelante y
-el tan tan metálico del cencerro, vibrando sonoro en medio del profundo
-silencio de la pampa, animaba hasta los mismos jinetes haciéndonos el
-efecto de un precursor seguro.
-
-Relinchos fortísimos iban y venían de un grupo á otro, como si los
-animales se dijeran: ¿por qué nos han separado?
-
-Yo y los míos dimos vuelta varias veces, hasta que la distancia y las
-nubes de polvo hicieron invisibles á los que trotaban sin interrupción
-al Norte, á fin de poder hacer su primer parada en _Lonco-uaca_, aguada
-abundante y permanente, buena para apaciguar la sed del hombre y de los
-animales.
-
-Probablemente, ellos hicieron lo mismo que nosotros; varias veces
-mirarían atrás á ver si nos descubrían.
-
-¡Valientes compañeros! réstame aún decir antes de perderlos de vista
-del todo, que hicieron su travesía con felicidad, cumpliendo mis
-órdenes estrictamente, con bastante hambre y trotando consecutivamente
-dos días y dos noches, hasta llegar al fuerte «Sarmiento».
-
-Los franciscanos sacudidos por el trote casi se deshicieron; á pesar de
-su mansedumbre lo calificaban de infernal, repitiendo más de una vez
-durante el trayecto: ¿por qué no galopamos un poquito?
-
-Mis oficiales contestaban: primero, porque la orden es que la marcha se
-haga al trote; segundo, porque si galopamos no llegaremos en dos días.
-
-El padre Marcos alegaba que su caballo era superior.
-
-Los oficiales le decían por hacerlo rabiar un poco--cosa á la que
-creo no se opone la orden de Nuestro R. P. San Francisco,--también era
-superior el moro que maltrató usted la vez pasada.
-
-Aquella marcha ha dejado recuerdos imperecederos en la memoria de los
-que la hicieron; y no hay ninguno de ellos que no esté de acuerdo con
-la teoría que he desarrollado en mi carta anterior, á propósito de las
-hablillas que tuvieron lugar cuando hice alto á la vista de la Verde.
-
-Las sombras de la noche iban envolviendo poco á poco el espacio, los
-accidentes del terreno desaparecían entre las tinieblas, flotábamos en
-un piélago obscuro como el de la primera noche del Génesis--como dicen
-en la tierra,--estaba toldado, las estrellas no podían enviarnos su
-luz al través de los opacos nubarrones que á manera de inmensa sábana
-mortuoria, se habían extendido por el cielo.
-
-Hacía algunas horas que trotábamos y galopábamos.
-
-Un punto negro, más negro que la negra noche, aparecía á corta
-distancia, en las mismas dereceras de la rastrillada, alzándose como
-un fantasma colosal, y un ruido que no se oye sino en la pampa, á la
-orilla de las lagunas, cuando la creación duerme, íbase haciendo cada
-vez más perceptible.
-
-Era que íbamos á llegar á la laguna del Bagual.
-
-El fantasma ese era un médano cubierto de arbustos; el ruido peculiar,
-el cuchicheo nocturno de las aves, que murmuran sus inocentes amores,
-salvándose del inclemente rocío entre las pajas.
-
-La laguna del Bagual es por este camino un punto estratégico como lo es
-por el otro la Verde: se seca rara vez, siendo fácil hacer brotar el
-agua por medio de jagüeles, y no tiene nada de notable, presentando la
-forma común de los abrevaderos pampeanos,--la de una honda taza.
-
-Cuando el desertor ó el bandido, que se refugia entre los indios,
-sediento y cansado, zumbándole aún en los oídos el galopar de la
-partida que le persigue, llega á la laguna del Bagual, recién suspira
-con libertad, recién se apea, recién se tiende tranquilo á dormir el
-sueño inquieto del fugitivo.
-
-Saliendo de las tolderías, sucede lo contrario; allí se detiene
-el malón organizado, grande ó chico, el indio gaucho que solo ó
-acompañado, sale á _trabajar_ de su cuenta y riesgo, el cautivo que
-huye con riesgo de la vida.
-
-Una vez en los médanos del Bagual, el que entra ya no mira para atrás,
-el que sale sólo mira adelante.
-
-El Bagual es un verdadero Rubicón, no tanto por la distancia que hay de
-allí á las tolderías, cuanto por su situación topográfica.
-
-Es que por el camino del Bagual, entrando ó saliendo, jamás se carece
-de agua, de esa agua que es el más formidable enemigo del caminante y
-de su valiente caballo, en el desierto de las pampas Argentinas.
-
-Al Sud, avanzando hacia las tolderías, Ranquilco y el Médano Colorado
-ofrecen seguras aguadas y pasto, quedando sobre el mismo camino.
-
-Era temprano aún, había galopado bien; y no teniendo por qué apurarme,
-seguí la marcha á ver si llegaba á _Agustinillo_ antes de salir la luna.
-
-Galopábamos cruzando las sendas tortuosas de un monte espeso, cuando
-distinguimos cinco bultos á derecha é izquierda del camino.
-
---¿Qué es eso?--le pregunté á Camilo.
-
---Son caballos--me contestó.
-
---Pues arreemos con ellos--agregué.
-
-Y esto diciendo formamos un ala y arrebatamos del campo los cinco
-animales, incorporándolos á las tropillas.
-
-¿Á quién pertenecían?...
-
-Aquella noche comprendí la tendencia irresistible de nuestros gauchos á
-apropiarse lo que encuentran en su camino, murmurando interiormente el
-aforismo de Proudhon: «la propiedad es un robo».
-
-Mora dijo:
-
---Han de ser de los indios.
-
-Yo contesté:
-
---El que roba á un ladrón tiene cien días de perdón.
-
-Contentos con el hallazgo nos reíamos á carcajadas, resonando nuestros
-ecos por la espesura...
-
-De repente oyéronse unos silbidos, que llamando mi atención, me
-hicieron recogerle las riendas al caballo y cambiar el aire de la
-marcha.
-
-Los silbidos seguían saliendo de diferentes direcciones.
-
---Han de ser indios--me dijo Mora.
-
---¿Qué indios?--le pregunté.
-
---Los de la _Jarilla_.
-
---¿Y por qué silban?
-
---Nos han de haber sentido y no saben lo que es.
-
-Mora me inspiraba confianza, hice alto; pero temiendo una celada, me
-dispuse á la lucha, haciendo que mis cuatro compañeros echaran pie á
-tierra.
-
-Si son más que nosotros, me dije, pie á tierra somos más fuertes, y si
-no vienen con mala intención, se acercarán á reconocernos.
-
-Efectivamente, apenas nos desmontamos, aparecieron siete indios armados
-de lanzas.
-
-La luna asomaba en aquel mismo momento como un filete de plata
-luminoso, por entre un montón de nubes.
-
---Háblales en la lengua--le dije á Mora.
-
-Mora obedeció dirigiéndoles algunas palabras.
-
-Los indios avanzaron cautelosamente soslayando los caballos.
-
-Camilo Arias con ese instinto admirable que tenía dijo:
-
---Están con miedo.
-
---Háblales otra vez--le dije á Mora.
-
-Obedeció éste, habló nuevamente, y los indios se acercaron al tronco
-con las lanzas enristradas, haciendo alto á unos veinte metros.
-
---¿Con permiso de quién pasando?--dijeron.
-
---¿Con permiso de quién andando por acá?--les contesté.
-
---¿Ése quién siendo?--repusieron.
-
---Coronel Mansilla, _peñi_--agregué.
-
-Y esto oyendo los indios recogieron sus lanzas y se acercaron á
-nosotros confiadamente.
-
-Nos saludamos, nos dimos las manos, conversamos un rato, les devolvimos
-los cinco caballos que les acabábamos de _robar_, pues eran de ellos,
-les dimos algunos tragos de anís, toda la hierba, azúcar y cigarros
-que pudimos; mi ayudante Demetrio Rodríguez les dió su poncho viendo
-que uno de ellos estaba casi desnudo y por último nos dijimos adiós,
-separándonos como los mejores amigos del mundo.
-
---¿Qué indios son éstos?--le pregunté á Mora.
-
---Son indios de la Jarilla--me contestó.
-
---¿Y ése que no hablaba, que estaba bien vestido y se tapaba la cara,
-quién sería?
-
---Ése es Ancañao.
-
-Ancañao era un indio gaucho que estando yo en Buenos Aires, había hecho
-una correría muy atrevida por mi frontera, llegando hasta la laguna
-del Tala de los Puntanos, donde tomó é hirió malamente á un cabo del
-Regimiento 7.º de caballería, que llevaba comunicaciones para el Río
-4.º.
-
-En esas pláticas íbamos, cuando la luna, rompiendo al fin los celajes
-que se oponían á que brillara con todo su esplendor, derramó su luz
-sobre la blanca sábana de un vasto salitral, de cuya superficie
-refulgente y plateada, se alzaron innumerables luces, como si la tierra
-estuviera sembrada de brillantes y zafiros.
-
-Era un espectáculo hermosísimo; la luna, las estrellas y hasta las
-mismas opacas nubes, se retrataban en aquel espejo inmóvil, haciendo el
-efecto de un cielo al revés.
-
-Las huellas de la última invasión que por allí había pasado, estaban
-aún impresas en el suelo cristalino.
-
-Hice alto un momento, probé la sal y era excelente.
-
-Los indios que viven más cerca de allí, la recogen en grandes
-cantidades y hacen uso de ella para cocinar, sin someterla á ninguna
-preparación previa.
-
-Seguimos la marcha; un rato después estábamos en Agustinillo, acampados
-al borde de una linda laguna y al abrigo de grandes chañares.
-
-Hice tender mi cama, porque hacía fresco, lo más cerca posible del
-fogón, y mientras preparaban un asado, estando mis miembros fatigados y
-hallándonos completamente fuera de peligro, traté de echar un sueño.
-
-¡Imposible dormir!
-
-Mi mente, predispuesta á la meditación, no se dejaba subyugar por la
-materia.
-
-Pensaba en las escenas extraordinarias que algunos días antes eran un
-ideal, gozaba en la contemplación de ellas, y me decía en ese lenguaje
-mudo y grave con que nos habla la voz del espíritu en sus horas de
-reconcentración: la miseria del hombre consiste en ver frustradas sus
-miras y en vivir de conjeturas; porque la realidad es el supremo bien y
-la belleza suprema.
-
-En efecto, entre el ideal soñado y el ideal realizado, hay un mundo
-de goces, que sólo pueden apreciar como es debido, los que habiendo
-anhelado fuertemente, han conseguido después de grandes padecimientos y
-dolores lo que se proponían.
-
-¿La virtud y la felicidad son acaso otra cosa que la ciencia de lo real?
-
-Platón lo ha dicho hablando de lo BELLO:
-
-«El alma que no ha percibido nunca la verdad, no puede revestir la
-forma humana.»
-
-¡Pues, como el sabio, felicitémonos de que la verdad sea tan saludable,
-y de abrigar la esperanza de descubrir algún día la substancia
-_efectiva_ de todo, para que todo no sea símbolo y sueño!
-
-
-
-
- EPÍLOGO
-
- «¿No nos ordenan la religión y la humanidad aliviar á los pacientes?
- ¿No son hermanos todos los hombres? ¿No deben compartirse los bienes y
- los males que deben á su autor común? ¿Es lícito mostrarse inexorable
- y sin piedad con alguno de sus semejantes?»
-
- COMTE.
-
- «El destino de la naturaleza organizada es la perfectibilidad y
- ¿quién puede asignarle límites? Al hombre le toca dominar el caos,
- desparramar en todas partes, durante la vida, las simientes de la
- ciencia y de la poesía, á fin de que los climas, los cereales, los
- animales y los _hombres_ se suavicen, y para que los gérmenes del
- amor y del bien se multipliquen.»
-
- EMERSON.
-
-
-El sol no comenzaba aún á disipar el cristalino rocío que una noche
-serena había depositado sobre la agreste alfombra de la Pampa, y ya
-galopábamos aprovechando la fresca de una lindísima mañana de abril.
-
-Era necesario hacerlo así para no pasar otra noche en el camino.
-
-Yo no tenía que contemplar tanto las cabalgaduras, como los que habían
-seguido por el camino del Cuero.
-
-El itinerario del Bagual está sembrado de hermosas lagunas de agua
-dulce y permanente; en sus bañados vastísimos hay siempre excelente
-pasto y en las profundas sinuosidades de un terreno quebrado y
-montuoso, sombra y leña.
-
-Dichas lagunas, saliendo de Agustinillo hasta llegar frente á la Villa
-de Mercedes, sobre el Río 5.º, son: Overamanca, el Chañar, Loncomatro,
-la Seña; aquí se abren dos caminos, uno para el 3 de Febrero y otro
-para las Totoritas, las Acollaradas, el Corralito, el Machomuerto,
-Santiago Pozo, la Hallada, el Tala, el Bajohondo, el Guanaco, Sallape,
-Pozo de los avestruces y Pozo escondido.
-
-Todas ellas presentan más ó menos la misma fisonomía.
-
-Aquellos campos desiertos, é inhabitados, tienen un porvenir grandioso,
-y con la solemne majestad de su silencio, piden brazos y trabajo.
-
-¿Cuándo brillará para ellos esa aurora color de rosa?
-
-¡Cuándo!...
-
-¡Ay! cuando los Ranqueles hayan sido exterminados ó reducidos,
-cristianizados y civilizados.
-
-¿Y cuántos son los Ranqueles, de cuya vida, usos y costumbres he
-procurado dar una ligera idea en el transcurso de las páginas
-antecedentes?
-
-De ocho á diez mil almas, inclusive unos seiscientos ú ochocientos
-cautivos cristianos de ambos sexos, niños, adultos, jóvenes y viejos.
-
-¿En qué me fundo para decirlo?
-
-En ciertas observaciones oculares, en datos que he recogido y en un
-cálculo estadístico muy sencillo.
-
-Las tres tribus de Mariano Rosas, de Baigorrita y de Ramón, que
-constituyen la gran familia ranquelina, cuentan los tres caciques
-principales susodichos, dos caciques menores, Epumer y Yanquetruz y
-sesenta capitanejos, cuyos nombres son:
-
-Caniupán, Melideo, Relmo, Manghin, Chuwailau, Caiunao, Ignal,
-Tripailao, Millalaf, Quintuano, Nillacaóe, Peñaloza, Ancañao, Millanao,
-Pancho, Carrinamón, Cristo, Naupai, Antengher, Nagüel, Lefín, Quentreú,
-Jacinto, Tuquinao, Tropa, Wachulco, Tapaio, Caiomuta, Quinchao,
-Epuequé, Yanque, Anteleu, Licán, Millaqueo, Painé, Mariqueo, Caiupán,
-José, Manqué, Manuel, Achauentrú, Güeral, Islaí, Mulatu, Lebín, Guiñal,
-Chañilao, Estanislao, Wiliner, Palfuleo, Cainecal, Coronel, Cuiqueo,
-Frangol, Yancaqueo, Yancaó, Gabriel, Buta y Paulo.
-
-Cada uno de estos capitanejos acaudilla diez, quince, veinte,
-veinticinco hasta treinta _indios de pelea_.
-
-Por indio de pelea se entiende, el varón sano y robusto, de dieciséis
-hasta cincuenta años.
-
-Tomando por término medio que cada caudillo, cacique, ó capitanejo
-pueda poner en armas veinte indios, resultarían _mil trescientos_.
-
-Efectivamente, esta cifra está en concordancia con lo que parece fuera
-de duda, á saber: que Mariano Rosas y Ramón tienen cerca de seiscientos
-indios de pelea y Baigorrita un poco más.
-
-Esas ocho ó diez mil almas ocupan una zona de tierra próximamente de
-dos mil leguas cuadradas, entre los 63º y 66º de latitud Sud; y los 35º
-y 37º de longitud Este, cuyos límites naturales pueden determinarse así:
-
-Al Norte, la laguna del Cuero; al Sud, la punta del Río Salado; al
-Oeste, este mismo río, y al Este, la Pampa.
-
-En ese vasto perímetro se hallan diseminados unos cuatrocientos ó
-seiscientos toldos.
-
-Cada toldo constituye una familia, que no baja nunca de diez personas,
-y no hay toldo en el que no se encuentre un cautivo ó cautiva grande ó
-chico.
-
-Según este dato resultaría una población de cuatro á seis mil almas.
-
-Pero nótese que el cálculo se basa en el mínimum de personas que forma
-la familia.
-
-De consiguiente, suponiéndose que el punto de partida de cuatrocientos
-ó seiscientos toldos fuese exagerado, siempre resultaría una población
-más ó menos de cuatro á seis mil almas, desde que la cifra de diez
-personas por familia, es reducida.
-
-Todos los toldos que yo he visto tenían de veinte personas arriba.
-
-Ahora, siendo un principio estadístico, que cada diez mil almas
-suministran sin esfuerzo, mil útiles para el servicio de las armas,
-resulta que la cifra de mil trescientos indios de pelea es una
-hipótesis racional para determinar la población de los Ranqueles.
-
-Sea de esto lo que fuere, la triste realidad es que los indios están
-ahí amenazando constantemente la propiedad, el hogar y la vida de los
-cristianos.
-
-¿Y qué han hecho éstos, qué han hecho los Gobiernos, qué ha hecho
-la civilización en bien de una raza desheredada, que roba, mata y
-destruye, forzada á ello por la dura ley de la necesidad?
-
-¿Qué ha hecho?...
-
- * * * * *
-
-Oigamos discurrir á los bárbaros.
-
-Conversando un día con Mariano Rosas, yo hablé así:
-
---Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora lo que han podido, y
-harán en adelante cuanto puedan, por los indios.
-
-Su contestación fué con visible expresión de ironía.
-
---Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana
-pueden matarnos á todos, nos matarán. Nos han enseñado á usar ponchos
-finos, á tomar mate, á fumar, á comer azúcar, á beber vino, á usar
-bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni á trabajar, ni nos han hecho
-conocer á su Dios. Y entonces, hermano, ¿qué servicios les debemos?
-
-Yo habría deseado que Sócrates hubiese estado dentro de mí en aquel
-momento á ver qué contestaba con toda su sabiduría.
-
-Por mi parte, hice acto de conciencia y callé...
-
-Hasta entonces había cumplido con mi deber, en mi humilde esfera, según
-lo entendía.
-
-Pero mi conducta personal ni podía ni debía ser un argumento contra las
-humillantes objeciones del bárbaro.
-
-No me cansaré de repetirlo.
-
-No hay peor mal que la civilización sin clemencia.
-
-Es el gran reproche que un historiador famoso le ha dirigido á su
-propio país, censurando su política en la India como conquistador...
-
- * * * * *
-
-Los Ranqueles derivan de los Araucanos, con los que mantienen
-relaciones de parentesco y de amistad.
-
-Tienen la frente algo estrecha, los juanetes salientes, la nariz
-corta y achatada, la boca grande, los labios gruesos, los ojos
-sensiblemente deprimidos en el ángulo externo, los cabellos abundantes
-y cerdosos, la barba y el bigote ralos, los órganos del oído y de la
-vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza, á veces
-blancoamarillenta, la talla mediana, las espaldas anchas, los miembros
-fornidos.
-
-Pero estos caracteres físicos van desapareciendo á medida que se cruzan
-con nuestra raza, ganando en estatura, en elegancia de formas, en
-blancura y hasta en sagacidad y actividad.
-
-En una palabra, los Ranqueles son una raza sólida, sana, bien
-constituida, sin esa persistencia _semítica_ que aleja á otras razas de
-toda tendencia á cruzarse y mezclarse, como lo prueba su predilección
-por nuestras mujeres, en las que hallan más belleza que en las indias,
-observación que podría inducir á sostener, que el sentimiento estético
-es universal.
-
-Conversando con un indio, cambiamos estas palabras:
-
---¿Qué te gusta más, una china ó una cristiana?
-
---Una cristiana, pues.
-
---¿Y por qué?
-
---Ese cristiana, más blanco, más alto, más pelo fino, ese cristiana más
-lindo...
-
- * * * * *
-
-La conquista pacífica de los Ranqueles, cuya fisonomía física y moral
-conocemos ya, para absorberlos y refundirlos, por decirlo así, en el
-molde criollo, ¿sería un bien ó un mal?
-
-En el día parece ser un punto fuera de disputa, que la fusión de las
-razas mejora las condiciones de la humanidad.
-
-Cuando nuestros primeros padres los españoles llegaron á América, ¿qué
-mujeres traían?
-
-¿El Gobierno de la Metrópoli hizo con sus colonias lo que los Gobiernos
-de Francia é Inglaterra hicieron con las suyas?
-
-¿Mandó á ellas cargamento de prostitutas?
-
-¿No tuvieron los conquistadores que casarse con mujeres indígenas,
-entroncando recién entre sí, pasada la primera generación?
-
-Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos sangre de indio
-en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los
-bárbaros?
-
-Los hechos que se han observado sobre la constitución física y las
-facultades intelectuales y morales de ciertas razas, son demasiado
-aislados para sacar de ellos las consecuencias generales, cuando se
-trata de condenar poblaciones enteras á la MUERTE ó la BARBARIE.
-
-¿Quién puede decir cuál es el punto donde se ha de detener una raza por
-efecto de su propia naturaleza?
-
-¿Cuál es el orden de verdades al alcance de ciertas razas, vedadas para
-otras?
-
-¿Cuál es la clase de operaciones practicables para los órganos de tal
-pueblo, que no conseguirá jamás practicar otro?
-
-¿Cuáles son las virtudes propias de tal ó cual organización?
-
-¿La frenología ha pronunciado acaso su última palabra?
-
-¿Entre las razas reputadas más perfectibles, no se hallan naciones tan
-bárbaras, tan esclavas y viciosas como en las demás?
-
-Nos horrorizamos de que entre los Ranqueles se vendan las mujeres, y
-de que nos traigan terribles malones para cautivar y apropiarse las
-nuestras.
-
-¿Y entre los hebreos, en tiempo de los Patriarcas, el esposo no le
-pagaba al padre el _mohar_ o precio de la hija?
-
-¿Y entre los árabes la viuda no constituía parte de la herencia ó de
-los bienes que dejaba el difunto?
-
-¿Y en Roma, no existía el _coemptio_, es decir, la _compra_ y el
-_usus_, ó sea la posesión de la mujer?
-
-¿Y en Germania, como lo muestra la ley Sajona, no existían el
-_mundium_, y costumbres análogas?
-
-¿Y los visigodos, no tenían las _arras_, especie de precio nupcial, que
-reemplazaba la compra pura y simple, recordando la vieja usanza?
-
-¿Y los francos, no pagaban el valor de las esposas á los padres que
-éstos dividían con aquéllas?
-
-Si hay algo imposible de determinar, es el grado de civilización á que
-llegará cada raza; y si hay alguna teoría calculada para justificar el
-despotismo, es la teoría de la fatalidad histórica.
-
-Las grandes calamidades que afligen á la humanidad, nacen de los
-odios de razas, de las preocupaciones inveteradas, de la falta de
-benevolencia y de amor.
-
-Por eso el medio más eficaz de extinguir la antipatía que suele
-observarse entre ciertas razas en los países donde los privilegios han
-creado dos clases sociales, una de opresores y otra de oprimidos, ES LA
-JUSTICIA.
-
-Pero esta palabra seguirá siendo un nombre vano, mientras al lado de la
-declaración de que todos los hombres son iguales, se produzca el hecho
-irritante de que los mismos servicios y las mismas virtudes no merecen
-las mismas recompensas, que los mismos vicios y los mismos delitos no
-son igualmente castigados.
-
- * * * * *
-
-Por más que galopé tuve que dormir otra noche en el camino.
-
-Al día siguiente temprano llegaba á orillas del Río 5.º.
-
-Había andado doscientas cincuenta leguas, había visto un mundo
-desconocido y había soñado...
-
-Las galas de abril embellecían el verde panorama de la Villa de
-Mercedes, donde los esbeltos álamos y los melancólicos sauces llorones
-crecen frondosos á millares.
-
-El día estaba en calma, mi alma alegre.
-
-Reímos sin inquietud cuando debiéramos estar taciturnos ó gemir.
-
-¡Somos unos insensatos!
-
-Y cuando tenemos un momento lúcido es para exclamar amargamente, ¡ay!...
-
-Yo amo sin embargo el dolor, y hasta el remordimiento, porque me
-devuelve la conciencia de mí mismo.
-
-
- FIN
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles
- Tomo 2, by Lucio Mansilla
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS ***
-
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- Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II, by Lucio V. Mansilla&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-/* Transcriber's notes */
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-
-<pre>
-
-The Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles -
-Tomo 2, by Lucio Mansilla
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
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-
-Title: Una excursión a los indios ranqueles - Tomo 2
-
-Author: Lucio Mansilla
-
-Release Date: November 14, 2020 [EBook #63767]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS ***
-
-
-
-
-Produced by Andrés V. Galia, Sanly Bowitts, Santiago and
-the Online Distributed Proofreading Team at
-https://www.pgdp.net (This file was produced from images
-generously made available by The Internet Archive)
-
-
-
-
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-</pre>
-
-
-<div class="figcenter illowp52" id="cover" style="max-width: 52.4375em;">
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-</div>
-
-<div class="chapter">
-<div class="tnote">
-<p class="center p2 big1">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p>
-
-<p>Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la
-presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a
-las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió,
-fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó",
-"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido
-respetado.</p>
-
-<p>El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el
-de seguir las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese
-entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios
-Académicos de la Real Academia Española.</p>
-
-<p>Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que
-el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que
-un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión
-pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado.
-En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las
-mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.</p>
-
-<p>Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.</p>
-
-<p>El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final,
-ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.</p>
-</div>
-</div>
-
-
-<hr class="tb" />
-
-
-<div class="chapter">
-<p class="p2 center big1">BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»</p>
-<p class="p4 center big3">LUCIO V. MANSILLA</p>
-
-<h1>UNA EXCURSIÓN<br />
-<small>Á LOS</small><br />
-<big>INDIOS RANQUELES</big></h1>
-
-<p class="p2 center big1">OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL<br />
-GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875)</p>
-
-<hr class="r5" />
-<p class="center big2">TOMO II</p>
-<hr class="r5" />
-
-<div class="figcenter illowp75" id="portadailo" style="max-width: 3.75em;">
- <img class="w100" src="images/portada_ilo.jpg" alt="" />
-</div>
-
-<p class="p2 center">BUENOS AIRES<br />
-1909</p>
-</div>
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_5"></a>[Pg 5]</span></p>
-<hr class="fullb" />
-<p class="center p2">Imp. y estereotipia de L<small>A</small> N<small>ACIÓN</small>.&mdash;Buenos Aires</p>
-</div>
-
-<div class="chapter">
-<p class="p4 center big2">ÍNDICE</p>
-</div>
-
-<div class="autotable-container">
-<div class="autotable">
-<table class="autotable" border="0" summary=""><tr>
-<th class="tdr">Cap.</th>
-<td class="tdl"></td>
-<th class="tdl">Pág.</th>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">I.</td>
-<td class="tdl">Visita del cacique Ramón.&mdash;Un almuerzo y una<br />
-conferencia en el toldo de Mariano Rosas.&mdash;Mi<br />
-futura ahijada.&mdash;Ideas de Mariano Rosas sobre<br />
-el gobierno de los indios comparado con el de<br />
-los cristianos.&mdash;Reflexiones al caso.&mdash;Explico<br />
-lo que es Presupuesto, Presidente y Constitución.&mdash;El<br />
-pueblo comprenderá siempre mejor<br />
-lo que es la vara de la ley, que la ley</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_5">5</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">II.</td>
-<td class="tdl">Camargo y José de visita en los momentos de<br />
-recogerme.&mdash;Me llevaban una música.&mdash;<i lang="la" xml:lang="la">Horresco<br />
-referens.</i>&mdash;Fisonomía de Camargo.&mdash;Zalamerías<br />
-de José.&mdash;Por qué lo respetan los indios á<br />
-Camargo.&mdash;Vida de Camargo contada por él<br />
-mismo.&mdash;Por qué produce esta tierra tipos como<br />
-el de Camargo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_13">13</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">III.</td>
-<td class="tdl">Noche de hielo.&mdash;Dónde es realmente triste la<br />
-vida.&mdash;Preparativos para la misa.&mdash;Resuena<br />
-por primera vez en el desierto el <i lang="la" xml:lang="la">Confiteor Deo<br />
-Omnipotenti</i>.&mdash;Recuerdo de mi madre.&mdash;Trabajos<br />
-de Mariano Rosas, preparando los ánimos<br />
-para la junta.&mdash;Como y duermo.&mdash;Conferencia<br />
-diplomática.&mdash;El archivo de Mariano Rosas.&mdash;En<br />
-Leubucó reciben la «Tribuna».&mdash;Imperturbabilidad<br />
-de Mariano Rosas.&mdash;Mi comadre Carmen<br />
-en el fogón</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_21">21</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IV.</td>
-<td class="tdl">Creencias de los indios.&mdash;Son uniteístas y<br />
-antropomorfistas.&mdash;<em>Gualicho.</em>&mdash;Respeto por los<br />
-muertos.&mdash;Plata enterrada.&mdash;¿Será cierto que<br />
-la civilización corrompe?&mdash;Crueldad de Bargas,<br />
-bandido cordobés.&mdash;Triste condición de los cautivos<br />
-entre los indios.&mdash;Heroicidad de algunas<br />
-mujeres.&mdash;Unas con otras.&mdash;Modos de vender.&mdash;Eufonía<br />
-de la lengua araucana.&mdash;¿La carne de<br />
-yegua puede ser un antídoto para la tisis?</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_31">31</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">V.</td>
-<td class="tdl">Preparativos para la marcha á las tierras de<br />
-Baigorrita.&mdash;Camargo debía acompañarme.&mdash;Motivos<br />
-de mi excursión á Quenque.&mdash;Coliqueo.&mdash;Recuerdo<br />
-odioso de él.&mdash;Unos y otros se han<br />
-valido de los indios en las guerras civiles.&mdash;En<br />
-lo que consistía mi diplomacia.&mdash;En viaje rumbo<br />
-al Sud.&mdash;Confidencia de un espía.&mdash;El espionaje<br />
-en Leubucó.&mdash;Poitaua.&mdash;El algarrobo.&mdash;Pasión<br />
-de los indios por el tabaco.&mdash;Cómo hacen<br />
-sus pipas.&mdash;Pitralauquen.&mdash;Baño y comida.&mdash;Mi<br />
-lenguaraz Mora, su fisonomía física y moral</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_43">43</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VI.</td>
-<td class="tdl">Una noche eterna.&mdash;Aspecto del campo al amanecer<br />
-después de la helada.&mdash;En marcha.&mdash;Encuentro<br />
-con indios.&mdash;Me habían descubierto de<br />
-muy lejos.&mdash;Medios que emplean los indios para<br />
-conocer á la distancia si un objeto se mueve<br />
-ó no.&mdash;La carda.&mdash;Un monte.&mdash;Gente de Baigorrita sale<br />
-á encontrarnos.&mdash;Baigorrita.&mdash;Su toldo.&mdash;Conferencia<br />
-y regalos.&mdash;Las <em>botas</em> de mis<br />
-manos.&mdash;Carneada.&mdash;Una cara patibularia</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_53">53</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VII.</td>
-<td class="tdl">Qué es la vida.&mdash;Reflexiones.&mdash;Los perros de los<br />
-indios.&mdash;Recuerdos que deben tener de mi<br />
-magnificencia.&mdash;Un intérprete.&mdash;Cambio de<br />
-<em>razones</em>.&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Sans façon.</i>&mdash;<em>Yapaí</em> y<br />
-<em>yapaí</em>.&mdash;Detalles.&mdash;En Santiago y Córdoba los pobres<br />
-hacen lo mismo que los indios.&mdash;Fingimiento.&mdash;Otra<br />
-vez la cara patibularia.&mdash;Averiguaciones.&mdash;Una navaja<br />
-de barba mal empleada</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_63">63</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VIII.</td>
-<td class="tdl">Dos desconocidos.&mdash;El cuarterón.&mdash;El mayor<br />
-Colchao y su hijo.&mdash;Una cautiva explica<br />
-quién era Colchao y refiere su historia.&mdash;Provocaciones<br />
-de Caiomuta.&mdash;<em>Gualicho</em> redondo.&mdash;Contradicciones<br />
-del cuarterón.&mdash;Juan de Dios<br />
-San Martín.&mdash;Dudas sobre la fidelidad conyugal.&mdash;Picando<br />
-tabaco.&mdash;Retrato de Baigorrita.&mdash;Un<br />
-espía de Calfucurá</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_73">73</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IX.</td>
-<td class="tdl">Cansancio.&mdash;Puesta del sol.&mdash;Un fogón de dos<br />
-filas.&mdash;Mis caballos no estaban seguros.&mdash;Aviso<br />
-de Baigorrita.&mdash;Los indios viven robándose<br />
-unos á otros.&mdash;La justicia.&mdash;Los pobres son como<br />
-los caballos <em>patrios</em>.&mdash;Cena y sueño.&mdash;Intentan<br />
-robarme mis caballos.&mdash;Cantan los gallos.&mdash;Visión.&mdash;El<br />
-mate.&mdash;Un cañonazo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_87">87</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">X.</td>
-<td class="tdl">Baigorrita se levanta al amanecer y se<br />
-baña.&mdash;Saludos.&mdash;En el toldo de mi futuro compadre.&mdash;El<br />
-primer bautismo en Quenque.&mdash;Deberes<br />
-recíprocos del padrino y del ahijado.&mdash;Nociones<br />
-de los indios sobre Dios.&mdash;Promesas de mi<br />
-compadre sobre mi ahijado.&mdash;Me hablan de una<br />
-cosa y contesto otra.&mdash;Lucio Victorio Mansilla<br />
-sería algún día un gran cacique.&mdash;Pensamientos<br />
-locos.&mdash;Visita al toldo de Caniupán.&mdash;Usos<br />
-y costumbres ranquelinas.&mdash;Un fumador sempiterno</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_97">97</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XI.</td>
-<td class="tdl">El cuarterón cuenta su historia.&mdash;Recuerdo de Julián<br />
-Murga.&mdash;Los niños de hoy.&mdash;Diálogo con el<br />
-cuarterón.&mdash;Insultos.&mdash;Nuestros juicios son<br />
-siempre imperfectos.&mdash;Un recuerdo de la<br />
-<cite>Imitación de Cristo</cite>.&mdash;Dudas<br />
-filosóficas.&mdash;Última mirada al<br />
-fogón.&mdash;El cuarterón me da lástima.&mdash;Alarma.&mdash;Caiomuta<br />
-ebrio, quiere matarme.&mdash;Un reptil humano</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_107">107</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XII.</td>
-<td class="tdl">Medio dormido.&mdash;Un palote humano.&mdash;Un<br />
-baño de aguardiente.&mdash;Los perros son más leales<br />
-que los hombres.&mdash;Preparativos.&mdash;El comercio<br />
-entre los indios.&mdash;Dar y pedir con <em>vuelta</em>.&mdash;Peligros<br />
-á que me expuso mi pera.&mdash;En<br />
-marcha para Añacué.&mdash;Una águila mirando al<br />
-Norte, buena señal</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_117">117</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIII.</td>
-<td class="tdl">Mi compadre Baigorrita me pide caballos<br />
-prestados.&mdash;El que entre lobos anda á aullar<br />
-aprende.&mdash;Aves de la Pampa.&mdash;En un monte.&mdash;Perdido.&mdash;Las<br />
-tinieblas.&mdash;Fantasmas de la<br />
-imaginación.&mdash;¿Somos felices?&mdash;Disertación<br />
-sobre el derecho.&mdash;El miedo.&mdash;Hallo camino.&mdash;Me<br />
-incorporo á mis compañeros.&mdash;Clarines y<br />
-cornetas</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_127">127</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIV.</td>
-<td class="tdl">Mariano Rosas y su gente.&mdash;¡Qué valiente<br />
-animal es el caballo!&mdash;Un parlamento de noche.&mdash;Respeto<br />
-por los ancianos.&mdash;Reflexiones.&mdash;La<br />
-humanidad es buena.&mdash;Si así no fuese estaría<br />
-perturbado el equilibrio social.&mdash;El arrepentimiento<br />
-es infalible.&mdash;Lo dejo á mi compadre Baigorrita<br />
-y me retiro.&mdash;Un recién llegado.&mdash;Chañilao.&mdash;Su<br />
-retrato</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_135">135</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XV.</td>
-<td class="tdl">Quién es Chañilao.&mdash;Su historia.&mdash;El carácter<br />
-es un defecto para las medianías.&mdash;Diferencia<br />
-entre el gaucho y el paisano.&mdash;El primero<br />
-no es nada, el segundo es siempre federal.&mdash;¿Tenemos<br />
-pueblo propiamente hablando?&mdash;Sentimientos<br />
-de un maestro de posta cordobés<br />
-cuando estalló la guerra con el Paraguay.&mdash;Chañilao<br />
-y yo.&mdash;Frescas.&mdash;Intrigas.&mdash;Una china</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_145">145</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVI.</td>
-<td class="tdl">Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado<br />
-á los de Leubucó.&mdash;Censura pública.&mdash;Nubes<br />
-diplomáticas.&mdash;Camargo conocía bien á<br />
-los indios.&mdash;Confío en él.&mdash;Camilo y Chañilao<br />
-no se entienden.&mdash;En marcha para la junta<br />
-grande.&mdash;Quieren que salude á quien no debo.&mdash;Me<br />
-niego á ello.&mdash;Ceden saludos.&mdash;Empieza la<br />
-conversación.&mdash;Discurso inaugural.&mdash;Entusiasmo<br />
-que produce Mariano Rosas.&mdash;El debate.&mdash;Un<br />
-tonto no será nunca un héroe</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_155">155</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVII.</td>
-<td class="tdl">Repito la lectura de los artículos del tratado<br />
-de paz.&mdash;Los indios piden más qué comer.&mdash;Mi<br />
-elocuencia.&mdash;Mímica.&mdash;Dificultades.&mdash;El<br />
-recuerdo de un sermón de Viernes Santo me<br />
-salva.&mdash;El representante de la <i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté</i> en Bruselas<br />
-y yo.&mdash;Cargos mutuos.&mdash;Argumentos etnográficos.&mdash;Recursos<br />
-oratorios.&mdash;En el banco<br />
-de los acusados.&mdash;Interpelaciones <em>ad hominem</em>.&mdash;El<br />
-traidor calla.&mdash;Redoblo mi energía é impongo<br />
-con ella.&mdash;Se establece la calma.&mdash;Apéndice.&mdash;Once<br />
-mortales horas en el suelo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_165">165</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVIII.</td>
-<td class="tdl">Revelación.&mdash;Más había sido el ruido que<br />
-las nueces.&mdash;Nuevas presentaciones.&mdash;El último<br />
-abrazo y el último adiós de mi compadre Baigorrita.&mdash;Otra<br />
-vez adiós.&mdash;Mariano Rosas después<br />
-de la junta.&mdash;¡Qué dulce es la vida lejos<br />
-del ruido y de los artificios de la civilización!&mdash;Los<br />
-enanos nos dan la medida de los gigantes y<br />
-los bárbaros la medida de la civilización.&mdash;Una<br />
-mujer azotada.&mdash;No era posible dormir tranquilo<br />
-en Leubucó</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_183">183</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIX.</td>
-<td class="tdl">La paz estaba definitivamente hecha.&mdash;El<br />
-doctor Macías.&mdash;Gotas maravillosas.&mdash;Padre é<br />
-hijo indios.&mdash;Lo pido á Macías.&mdash;Visita á Epumer</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_193">193</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XX.</td>
-<td class="tdl">Fama de Epumer.&mdash;Me esperaban en su<br />
-toldo.&mdash;Recepción.&mdash;Indias y cristianas.&mdash;Pasteles<br />
-y carbonada entre los indios.&mdash;Amabilidades.&mdash;Celo<br />
-apostólico del padre Marcos.&mdash;Puchero<br />
-de yegua.&mdash;Insisto en sacar á Macías.&mdash;Negativas.&mdash;Un<br />
-indio teólogo.&mdash;Un espectro vivo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_203">203</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXI.</td>
-<td class="tdl">Intrigas contra Macías.&mdash;Envidia de los<br />
-cristianos.&mdash;Preparativos para el bautismo.&mdash;Animación<br />
-de Leubucó.&mdash;Aspavientos de las<br />
-madres.&mdash;Sentimiento que las dominaba.&mdash;El<br />
-mal de este mundo es materia de religión.&mdash;Mi<br />
-ahijada, la hija de Mariano Rosas.&mdash;De gala, con<br />
-botas de potro de cuero de gato, y vestido de<br />
-brocado.&mdash;Invencible curiosidad.&mdash;No puedo explicar<br />
-lo que sentí.&mdash;Una cristalización en el<br />
-cerebro.&mdash;Regalos recíprocos.&mdash;Pobre humanidad</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_213">213</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXII.</td>
-
-<td class="tdl"> Se acerca la hora de partida.&mdash;Desaliento<br />
-de Macías.&mdash;El negro del acordeón y un envoltorio.&mdash;Era<br />
-un queso.&mdash;Calixto Oyarzábal anuncia<br />
-que hay baile.&mdash;Baile de los indios y de las<br />
-chinas.&mdash;En un detalle encuentro á los indios<br />
-menos civilizados que nosotros</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_223">223</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIII. </td>
-
-<td class="tdl">Solo en el fogón.&mdash;¿Qué habría pensado yo<br />
-si hubiera tenido menos de treinta años?&mdash;Con<br />
-las mujeres es mejor no estar uno solo.&mdash;El crimen<br />
-es hijo de las tinieblas.&mdash;El silencio es un<br />
-síntoma alarmante en la mujer.&mdash;Visitas inesperadas.&mdash;Yo<br />
-no sueño sino disparates.&mdash;Los filósofos<br />
-antiguos han escrito muchas necedades</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_231">231</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIV.</td>
-<td class="tdl">La loca de Séneca.&mdash;El sueño Cesáreo se<br />
-me había convertido en substancia.&mdash;Salida<br />
-inesperada de Mariano Rosas.&mdash;Un bárbaro pretende<br />
-que un hombre civilizado sea su instrumento.&mdash;Confianza<br />
-en Dios.&mdash;El hijo del comandante<br />
-Araya.&mdash;Dios es grande.&mdash;Una seña misteriosa</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_239">239</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXV.</td>
-<td class="tdl">Astucia y resolución de Camilo Arias.&mdash;Última<br />
-tentativa para sacar á Macías.&mdash;Un indio entre<br />
-dos cristianos.&mdash;<em>Confitemini Domino.</em>&mdash;Frialdad<br />
-á la salida.&mdash;La palabra amigo en Leubucó<br />
-y en otras partes.&mdash;El camino de Carrilobo.&mdash;<em>Horrible,<br />
-most horrible!</em>&mdash;Todavía el negro<br />
-del acordeón.&mdash;Felicidad pasajera de Macías</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_247">247</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVI.</td>
-<td class="tdl">Á orillas de un monte.&mdash;Un barómetro humano.&mdash;En<br />
-marcha con antorchas.&mdash;Ecos extraños.&mdash;Conjeturas.&mdash;Un<br />
-chañar convertido en<br />
-lámpara.&mdash;Aparición de Macías.&mdash;Inspiración<br />
-del gaucho.&mdash;Alrededores del toldo de Villarreal.&mdash;Una<br />
-cena.&mdash;Cumplo mi palabra</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_257">257</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVII.</td>
-<td class="tdl">Con quién vivía mi comadre Carmen.&mdash;Una<br />
-despedida igual á todas.&mdash;Yo habría hecho igual á<br />
-todas las mujeres.&mdash;Grupo asqueroso.&mdash;¡Adiós!&mdash;Una<br />
-faja pampa.&mdash;Arrepentimiento.&mdash;Trepando<br />
-un médano.&mdash;Desparramo.&mdash;Perdidos.&mdash;El<br />
-Brasil puede alguna vez salvar á los<br />
-Argentinos.&mdash;Llegamos al toldo de Ramón</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_267">267</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVIII.</td>
-<td class="tdl">El sueño no tiene amo.&mdash;El toldo de Ramón<br />
-nada dejaba que desear.&mdash;Una fragua primitiva.&mdash;Diálogo<br />
-entre la civilización y la barbarie.&mdash;Tengo<br />
-que humillarme.&mdash;Se presenta<br />
-Ramón.&mdash;Doña Fermina Zárate.&mdash;Una lección<br />
-de filosofía práctica.&mdash;Petrona Jofré y los cordones<br />
-de Nuestro Padre San Francisco.&mdash;Veinte<br />
-yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes<br />
-por una mujer.&mdash;Rasgo generoso de Crisóstomo.&mdash;El<br />
-hombre ni es un ángel ni una bestia</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_277">277</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIX.</td>
-<td class="tdl">La familia del cacique Ramón.&mdash;Spañol.&mdash;Una<br />
-invasión.&mdash;Despacho al capitán Rivadavia.&mdash;Cuestión<br />
-de amor propio.&mdash;Buen sentido de<br />
-un indio.&mdash;En Carrilobo soplaba mejor viento<br />
-que en Leubucó.&mdash;Suenan los cencerros.&mdash;Atíncar<br />(véase bórax).&mdash;El hombre civilizado nunca<br />
-acaba de aprender.&mdash;Me despido.&mdash;Cómo doman<br />
-los bárbaros.&mdash;¡Últimos hurrahs!</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_287">287</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXX.</td>
-<td class="tdl">Á la vista de la Verde.&mdash;Murmuraciones.&mdash;Defecto<br />
-de lectores y de caminantes.&mdash;Dos cuentos<br />
-al caso.&mdash;Reglas para viajar en la Pampa.&mdash;La<br />
-monotonía es capaz de hacer dormir al mejor<br />
-amigo.&mdash;Dos polvos.&mdash;Suerte de Brasil.&mdash;Reproche<br />
-de los franciscanos.&mdash;¿Tendrán alma los perros?&mdash;Un<br />
-obstáculo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_297">297</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXI.</td>
-<td class="tdl">Otra vez en la Verde.&mdash;Últimos ofrecimientos<br />
-de Mariano Rosas.&mdash;Más ó menos todo el mundo es como<br />
-Leubucó.&mdash;Augurios de la<br />
-Naturaleza.&mdash;Presentimientos.&mdash;Resuelvo separarme de mis<br />
-compañeros.&mdash;Impresiones.&mdash;¡Adiós!&mdash;Un<br />
-fantasma.&mdash;Laguna del Bagual.&mdash;Encuentro<br />
-nocturno.&mdash;Un cielo al revés.&mdash;<em>Agustinillo.</em>&mdash;Miseria<br />
-del hombre</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_307">307</a></td>
-</tr>
-
-<tr>
-<td class="tdl"></td>
-<td class="tdl">Epílogo</td>
-<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_321">321</a></td>
-</tr>
-</table>
-</div>
-</div>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p class="p4 center big2">UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES</p>
-<hr class="r5" />
-
-
-<h2 class="nobreak" >I</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Visita del cacique Ramón.&mdash;Un almuerzo y una conferencia en el
-toldo de Mariano Rosas.&mdash;Mi futura ahijada.&mdash;Ideas de Mariano
-Rosas sobre el gobierno de los indios comparado con el
-de los cristianos.&mdash;Reflexiones al caso.&mdash;Explico lo que es
-Presupuesto, Presidente y Constitución.&mdash;El pueblo comprenderá
-siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la ley.</p>
-</div>
-
-
-<p>Al día siguiente recibí la visita del cacique Ramón,
-que llegó con una numerosa comitiva.</p>
-
-<p>Charlamos duro y parejo, como se dice en la tierra;
-bebimos sendos tragos á la usanza araucana, y quedamos
-apalabrados para vernos en la raya de las tierras
-de Baigorrita, el día de la junta, que no tardaría en
-tener lugar.</p>
-
-<p>Bustos, el mestizo que tan buena voluntad me manifestó
-en Alliancó, venía con él.</p>
-
-<p>Le di algo de lo poco que me había quedado, y al cacique
-le regalé mi revólver de veinte tiros, enseñándole
-el modo de servirse de él, cómo se armaba y desarmaba.
-No pareció muy contento del arma. Es linda,
-me dijo; pero aquí no nos sirven las cosas así, por<span class="pagenum"><a id="Page_6"></a>[Pg 6]</span>que
-cuando se nos acaban las balas no tenemos de dónde
-sacarlas.</p>
-
-<p>Le prometí surtirlo de ellas, si teníamos la fortuna
-de observar fiel y estrictamente la paz celebrada.</p>
-
-<p>Me contestó que por su parte no omitiría esfuerzo
-en ese sentido, apelando al testimonio de Bustos para
-probarme que él era muy amigo de los cristianos. En
-la Carlota tengo parientes; mi madre era de allí, me
-repitió varias veces, agregando siempre: ¡cómo no he
-de querer á los cristianos si tengo su sangre!</p>
-
-<p>Después que se marchó, mandé ver con el capitán
-Rivadavia si Mariano Rosas estaba en disposición de
-que habláramos de nuestro asunto,&mdash;el tratado de paz.</p>
-
-<p>Mi viaje tenía por objeto orillar ciertas dificultades
-que surgían de la forma en que había sido aceptado.</p>
-
-<p>Me contestó que estaba á mis órdenes, que fuera á
-su toldo cuando gustara.</p>
-
-<p>No le hice esperar.</p>
-
-<p>Entré en el toldo.</p>
-
-<p>El hombre almorzaba rodeado de sus hijos y mujeres.</p>
-
-<p>Se pusieron de pie todos, me saludaron atenta y respetuosamente,
-y antes de que hubiera tenido tiempo
-de acomodarme en el asiento que me designaron, me
-pusieron por delante un gran plato de madera con mazamorra
-de leche muy bien hecha.</p>
-
-<p>Me preguntaron si me gustaba así ó con azúcar.</p>
-
-<p>Contesté que del último modo, y volando la trajeron
-en una bolsita de tela pampa.</p>
-
-<p>No había almorzado aún. Comí, pues, el plato de
-mazamorra sin ceremonias.</p>
-
-<p>Me ofrecieron más y acepté.</p>
-
-<p>Mis aires francos, mis posturas primitivas, mis bromas
-con los indiecitos y las chinas le hacían el mejor
-efecto al cacique.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_7"></a>[Pg 7]</span></p>
-
-<p>&mdash;Usted ha de dispensar, hermano, me decía á cada
-momento.</p>
-
-<p>Cuando le miraba fijamente, bajaba la cara, y cuando
-creía que yo no le veía, me miraba de hito en hito.</p>
-
-<p>Hablamos de una porción de cosas insignificantes,
-mientras duró la mazamorra, que á eso sólo se redujo
-el almuerzo.</p>
-
-<p>Meses antes, por cartas me había invitado para que
-nos hiciéramos compadres.</p>
-
-<p>Me presentó á mi futura ahijada.</p>
-
-<p>Era una chinita como de siete años, hija de cristiana.</p>
-
-<p>Más predominaba en ella el tipo español que el araucano.</p>
-
-<p>La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña.</p>
-
-<p>Por fin, entramos á hablar de las paces, como se dice
-allí.</p>
-
-<p>Mariano fué quien tomó la palabra.</p>
-
-<p>&mdash;Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y
-tengo lo bastante para mi familia cuidándolo. Algunos
-no la han querido; pero les he hecho entender que nos
-conviene. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted
-me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades
-que consultar.</p>
-
-<p>En esta tierra el que gobierna no es como entre los
-cristianos.</p>
-
-<p>Allí manda el que manda y todos obedecen.</p>
-
-<p>Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques,
-con los capitanejos, con los hombres antiguos.
-Todos son libres y todos son iguales.</p>
-
-<p>Como se ve, para Mariano Rosas nosotros vivimos
-en plena dictadura y los indios en plena democracia.</p>
-
-<p>No creí necesario corregir sus ideas.</p>
-
-<p>Por otra parte me hubiera visto un tanto atado para
-demostrarle y probarle que el Gobierno, la autoridad,<span class="pagenum"><a id="Page_8"></a>[Pg 8]</span>
-el poder, la fuerza disciplinada y organizada no son
-omnipotentes en nuestra turbulenta república.</p>
-
-<p>Aquí donde todos los días declamamos sobre la necesidad
-de prestigiar, robustecer y rodear al poder,
-siendo así que el hecho histórico persistente, enseña
-á todos los que tienen ojos y quieren ver, que la mayor
-parte de nuestras desgracias provienen del abuso de
-autoridad.</p>
-
-<p>Recién vamos adquiriendo conciencia de nuestra personalidad;
-recién va encarnándose en las muchedumbres,
-cuya aspiración ardiente es conquistar y afianzar
-la libertad racional sobre los inamovibles quicios
-de la eterna justicia; recién vamos convenciéndonos
-de que lo que se llama soberanía popular es el ejercicio
-y la práctica del santo derecho; recién vamos entendiendo
-que el pueblo es todo, y que así como nadie
-puede reivindicar el honroso título de caballero si deja
-que se juegue con su dignidad personal, así también
-la entidad colectiva no puede enorgullecerse de sus conquistas
-morales, de sus progresos, de su civilización,
-si dócil y sumisa, irresoluta y cobarde se deja uncir al
-carro del poder para arrastrarlo según su capricho.</p>
-
-<p>Por más entendido que fuera Mariano Rosas, ¿á qué
-había de perder tiempo en disertaciones políticas
-con él?</p>
-
-<p>Como yo era en aquellos momentos un embajador
-(sic), y como siendo uno embajador debe tomar las cosas
-á lo serio, después de algunas palabras encomiando
-su conducta entré á explicar que el tratado de paz debiendo
-ser sometido á la aprobación del Congreso, no
-podía ser puesto en ejercicio inmediatamente.</p>
-
-<p>Me valí para que el indio comprendiera lo que es
-Poder Ejecutivo, Parlamento, Presupuesto y otras
-hierbas, de figuras de retórica campesinas. Y sea que
-estuve inspirado, cosa que no me suele suceder,&mdash;no<span class="pagenum"><a id="Page_9"></a>[Pg 9]</span>
-recuerdo haberlo estado más que una vez, cuando renuncié
-á estudiar la guitarra, convencido de la depresión
-frenológica que puede notarse observando en mi
-cráneo el órgano de los tonos,&mdash;y sea que estuve inspirado,
-decía, el hecho es de que Mariano Rosas se
-edificó.</p>
-
-<p>Me convencieron de ello sus bostezos.</p>
-
-<p>Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala
-de mis talentos oratorios, de mis conocimientos en
-la ciencia del derecho constitucional, de las seducciones
-que el hombre civilizado cree siempre tener para
-el bárbaro.</p>
-
-<p>Me resolví, pues, á hacerle esta interpelación:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el
-tratado por el Presidente, que es el que manda, nos
-costará mucho hacerles entender á los otros indios eso
-que usted me ha estado explicando.</p>
-
-<p>&mdash;Haremos&mdash;continuó,&mdash;una junta grande, y en ella
-entre usted y yo, diremos lo que hay.</p>
-
-<p>&mdash;Mientras tanto, hermano, cuente conmigo para
-ayudarlo en todo.</p>
-
-<p>&mdash;Yo cuento con usted, porque veo que si no quisiera
-á los indios no habría venido á esta tierra.</p>
-
-<p>Le contesté, como era de esperarse, asegurándole
-que el Presidente de la República era un hombre muy
-bueno; que se había envejecido trabajando para que se
-educaran todos los niños chicos de mi tierra; que no
-les había de abandonar á su ignorancia; que por carácter
-y por tendencias era hombre manso, que no
-amaba á la guerra; y que por otra parte, la Constitución
-le mandaba al Congreso <em>conservar el tratado pacífico
-con los indios y promover la conversión de ellos al
-catolicismo</em>; que el Congreso le había de dar al Presidente
-toda la plata que necesitase para esas cosas, y<span class="pagenum"><a id="Page_10"></a>[Pg 10]</span>
-que como eran muy amigos no se habían de pelear si
-pensaban de distinto modo, porque los dos juntos gobernaban
-el país.</p>
-
-<p>&mdash;Y dígame, hermano&mdash;me preguntó;&mdash;¿cómo se llama
-el Presidente?</p>
-
-<p>&mdash;Domingo F. Sarmiento.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y es amigo suyo?</p>
-
-<p>&mdash;Muy amigo.</p>
-
-<p>&mdash;Y si dejan de ser amigos, ¿cómo andarán las paces
-con nosotros que ha hecho usted?</p>
-
-<p>&mdash;Pero bien, no más, hermano, porque yo no puedo
-pelearme con el Presidente, aunque me castigue. Yo
-no soy más que un triste coronel, y mi obligación es
-obedecer.</p>
-
-<p>El Presidente tiene mucho poder, él manda todo el
-ejército. Además, si yo me voy, vendrá otro jefe, y ese
-jefe tendrá que hacer lo que le mande el general Arredondo,
-que es de quien dependo yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Arredondo es amigo del Presidente?</p>
-
-<p>&mdash;Muy amigo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Más amigo que usted?</p>
-
-<p>&mdash;Eso no le puedo decir, hermano, porque, como usted
-sabe, la amistad no se mide, se prueba.</p>
-
-<p>&mdash;Y dígame, hermano, ¿cómo se llama la Constitución?</p>
-
-<p>Aquí se me quemaron los libros. Y, sin embargo, si
-el Presidente podía llamarse D. F. Sarmiento, ¿por qué
-para aquel bárbaro, la Constitución, no se había de
-llamar de algún otro modo también?</p>
-
-<p>Me vi en figurillas.</p>
-
-<p>&mdash;La Constitución, hermano... La Constitución... se
-llama así no más, pues, Constitución.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces, no tiene nombre?</p>
-
-<p>&mdash;Ése es el nombre.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_11"></a>[Pg 11]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces no tiene más que un nombre, y el Presidente
-tiene dos?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y es buena ó mala la Constitución?</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, los unos dicen que sí, y los otros dicen
-que no.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y usted es amigo de la Constitución?</p>
-
-<p>&mdash;Muy amigo, por supuesto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y Arredondo?</p>
-
-<p>&mdash;También.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuál de los dos es más amigo de la Constitución?</p>
-
-<p>&mdash;Los dos somos muy amigos de ella.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el Congreso, cómo se llama?</p>
-
-<p>&mdash;El Congreso... el Congreso... se llama Congreso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces no tiene más que un solo nombre, lo
-mismo que la otra?</p>
-
-<p>&mdash;Uno sólo, sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y es bueno ó es malo el Congreso?</p>
-
-<p>&mdash;(¡Hum!)</p>
-
-<p>Confieso que esta pregunta me dejó perplejo. Pero
-había que contestar. Hice mis cálculos para responder
-en conciencia, y cuando iba á hacerlo, dos perros que
-andaban por allí se echaron sobre un hueso y armaron
-una singuizarra infernal, interrumpiendo el diálogo.</p>
-
-<p>Mariano se levantó para espantarlos gritando «¡fuera!
-¡fuera!»</p>
-
-<p>Yo aproveché la coyuntura para retirarme.</p>
-
-<p>Entré en mi rancho, me senté en la cama, apoyé los
-codos en los muslos, la cara en las manos y me quedé
-por largo rato sumido en profunda meditación.</p>
-
-<p>«He perdido el tiempo, me decía, con los ecos del
-espíritu. No es tan fácil explicar lo que es una Constitución,
-lo que es un Congreso.»</p>
-
-<p>Mariano Rosas había entendido perfectamente lo<span class="pagenum"><a id="Page_12"></a>[Pg 12]</span>
-que es un presidente, primero, porque tenía otro nombre,
-porque se llamaba Domingo lo mismo que habría
-podido llamarse Bartolo; segundo, porque mandaba el
-ejército.</p>
-
-<p>Por consiguiente, resulta de mi estudio sobre las entendederas
-de un indio, que el pueblo comprenderá
-siempre mejor lo que es la vara de la ley, que la ley.</p>
-
-<p>Los símbolos impresionan más la imaginación de
-las multitudes, que las alegorías.</p>
-
-<p>De ahí, que en todas las partes del mundo donde hay
-una Constitución y un Congreso, le teman más al Presidente.</p>
-
-<p>Algunas horas después volví á verme con Mariano.</p>
-
-<p>Viéndole festivo, aproveché sus buenas disposiciones
-y le pedí permiso para decir una misa, al día siguiente,
-manifestándole el vehemente deseo de oirla que tenían
-muchos de los cristianos cautivos y refugiados en
-Tierra Adentro.</p>
-
-<p>Llevéles la buena nueva á mis franciscanos, y, como
-verdaderos apóstoles de Jesucristo, la recibieron con
-júbilo.</p>
-
-<p>Resolvimos decirla, si el tiempo estaba bueno, si no
-había viento ó tierra, en campo raso, apoyando el altar
-sagrado en el viejo tronco de un chañar inmenso,
-cuyos gajos corpulentos le servirían de bóveda.</p>
-
-<p>Mañana estaremos de misa.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_13"></a>[Pg 13]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >II</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Camargo y José de visita en los momentos de recogerme.&mdash;Me
-llevaban una música.&mdash;<i lang="la" xml:lang="la">Horresco referens.</i>&mdash;Fisonomía de Camargo.&mdash;Zalamerías
-de José.&mdash;Por qué lo respetan los indios
-á Camargo.&mdash;Vida de Camargo contada por él mismo.&mdash;Por
-qué produce esta tierra tipos como el de Camargo.</p>
-</div>
-
-<p>Arreglaba mi cama para recogerme, después de haber
-cenado y convenido con los franciscanos que la misa
-se diría al día siguiente, de ocho á nueve, cuando
-una visita inesperada se presentó en mi rancho.</p>
-
-<p>Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces
-de Mariano Rosas, llamado José, nativo de
-Mendoza, casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres
-ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar
-sea cristiano. Es hombre que tiene algo, porque, como
-se dice allí, ha <em>trabajado</em> bien, y en quien depositan
-la mayor confianza, tanta cuanta depositarían en
-un capitanejo.</p>
-
-<p>José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza
-al desierto.</p>
-
-<p>Los indios, que conocen el corazón humano lo mismo
-que cualquier hijo de vecino, lo saben perfectamente
-bien.</p>
-
-<p>Le miran, pues, como á uno de ellos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_14"></a>[Pg 14]</span></p>
-
-<p>Ambos venían con los instrumentos del placer en la
-mano,&mdash;con una botella de aguardiente.</p>
-
-<p>Les ofrecí asiento, y haciendo grandísimos esfuerzos
-para disimular su estado, lo aceptaron, invitándome
-á saborear con ellos el alcohólico brevaje, usando,
-por supuesto, de la fórmula consagrada.</p>
-
-<p>Tuve que aceptar el <em>yapaí</em>.</p>
-
-<p>Pero como estábamos solos, entre puros nosotros como
-dicen los paisanos, me creí eximido de ser tan deferente
-como en otras ocasiones.</p>
-
-<p>No lo llevaron á mal.</p>
-
-<p>Mis fueros de coronel, por una parte, por otra la comunidad
-de religión y de origen, circunstancia que en
-todas las situaciones de la vida establece fácilmente
-cierta cordialidad entre los hombres, ponían á mis
-huéspedes en el caso de no abusar de mi hospitalidad.</p>
-
-<p>Además, ellos se consideraban honrados de ser admitidos
-á horas incompetentes en mi rancho; les bastaba
-fraternizar conmigo y beber solos con mi permiso.</p>
-
-<p>Me lo pidieron con toda la picardía gauchesca, diciéndome:</p>
-
-<p>&mdash;Dispénsenos, mi Coronel, si no estamos muy buenos;
-queremos acabar esta botellita aquí, en su rancho;
-si le parece mal, si le incomodamos, nos retiraremos.</p>
-
-<p>&mdash;Estén á gusto&mdash;les contesté,&mdash;yo no soy hombre
-etiquetero.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sabemos&mdash;contestaron á dúo,&mdash;por eso hemos
-venido.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, José, que era muy zalamero, que
-había sido muy obsequiado por mí en el Río 4.º, me
-abrazaba, diciéndole á Camargo:</p>
-
-<p>&mdash;Éste es mi padre&mdash;y mirándome significativamente:&mdash;Ya
-sabe, mi Coronel, quién es José.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_15"></a>[Pg 15]</span></p>
-
-<p>Quedo enterado, decía yo para mis adentros, sabiendo
-mejor que él á lo que me debía atener.</p>
-
-<p>Declaraciones de beodos son lo mismo que promesas
-de mujer.</p>
-
-<p>¡Necio de aquél que se chupa el dedo!</p>
-
-<p>Necio de aquél que al entregarle su corazón, sus esperanzas
-y sus ilusiones, olvida el dicho de Ninón de
-Lenclos:</p>
-
-<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Tout passe, tout casse, tout lasse.</i></p>
-
-<p>Ser amable no es pecado.</p>
-
-<p>Al contrario, es un deber cuya práctica nos hace
-simpáticos á los ojos del mundo.</p>
-
-<p>Yo era, pues, tan amable con mis visitas, como el
-tiempo y el lugar lo permitían.</p>
-
-<p>Todos los días le doy gracias á Dios por haberme
-concedido bastante flexibilidad de carácter para encontrarme
-á gusto, alegre y contento, lo mismo en los suntuosos
-salones del rico, que en el desmantelado rancho
-del pobre paisano; lo mismo cuando me siento en elásticas
-poltronas, que cuando me acomodo alrededor del
-flamante fogón del humilde y paciente soldado.</p>
-
-<p>Las botellas, que no tenían la magia de ser inagotables,
-<em>espichaban</em> ya: José estaba completamente en las
-viñas del Señor.</p>
-
-<p>Camargo, más fuerte, se mantenía en completa posesión
-de sus sentidos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabe, mi Coronel, que le traemos una música?
-Con su permiso.</p>
-
-<p>&mdash;Muchas gracias, hombre, ¿para qué se han incomodado?</p>
-
-<p>Camargo se levantó, apoyándose en los horcones del
-rancho, se asomó á la puerta, dijo algo, volvió á sentarse
-y acto continuo se presentó&mdash;<i lang="la" xml:lang="la">horresco referens</i>,&mdash;el
-negro del acordeón.</p>
-
-<p>&mdash;¡Uff!&mdash;hice,&mdash;eso no, Camargo&mdash;le dije.&mdash;Denme<span class="pagenum"><a id="Page_16"></a>[Pg 16]</span>
-todas las músicas que quieran. Pero con el acordeón,
-no, no. Estoy harto de la facha de ese demonio.</p>
-
-<p>Y dirigiéndome al negro, proseguí en estos términos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Vete! ¡vete!</p>
-
-<p>El negro no me obedeció.</p>
-
-<p>Como pegado al suelo describía con su cuerpo curvas
-á derecha é izquierda, adelante y atrás.</p>
-
-<p>Estaba ebrio como una cabra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vete! ¡vete! lejos de aquí, volví á decir.</p>
-
-<p>Y Camargo, viendo que el negro me revolvía la bilis,
-se levantó, y tomándole de un brazo le enseñó el portante.</p>
-
-<p>Libre de aquella bestia, verdaderamente negra, resollé
-dando un resoplido como cuando en día canicular,
-jadeantes de fatiga, nos tendemos á nuestras anchas
-sobre cómodo sofá, habiendo escapado á las garras
-de alguno de esos <em>soleros</em> cuya vida es contar sus
-pleitos ó sus cuitas con la autoridad.</p>
-
-<p>José se había quedado dormido.</p>
-
-<p>Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente
-cayó en una especie de letargo.</p>
-
-<p>Examiné su fisonomía.</p>
-
-<p>Es lo que se llama un gaucho lindo.</p>
-
-<p>Tiene una larga melena negra, gruesa como cerda,
-unos grandes ojos, rasgados, brillantes y vivos, como
-los de un caballo brioso; unas cejas y unas pestañas
-largas, sedosas y pobladas; una gran nariz algo aguileña;
-una boca un tanto deprimida, y el labio inferior
-bastante grueso.</p>
-
-<p>Es blanco como un hombre de raza fina, tiene algunos
-hoyos en la cara y poca barba.</p>
-
-<p>Es alto, delgado y musculoso.</p>
-
-<p>Su frente achatada y espaciosa, sus pómulos saltados,
-su barba aguda, sus anchas espaldas, su pecho en<span class="pagenum"><a id="Page_17"></a>[Pg 17]</span>
-forma de bóveda y sus manos siempre húmedas y descarnadas,
-revelan la audacia, el vigor, la rigidez susceptible
-de rayar en la crueldad.</p>
-
-<p>Camargo es uno de esos hombres por cuyo lado no
-se pasa, yendo uno solo, sin sentir algo parecido al temor
-de una agresión.</p>
-
-<p>Los indios le respetan, porque ellos respetan todo lo
-que es fuerte y varonil, al que desprecia la vida.</p>
-
-<p>Y Camargo se cura poco de ella.</p>
-
-<p>Pruébanlo bien las cicatrices de cuchilladas que tiene
-en las manos, su existencia agitada, turbulenta, azarosa,
-que se consume entre el aguardiente y las reyertas
-de incesantes saturnales, entre el estrépito de los
-malones y de las montoneras, como que hoy está entre
-los indios, mañana en los llanos de la Rioja con Elizondo
-y Guayama, volviendo después de la derrota á
-su guarida de Tierra Adentro, sobre el lomo del veloz
-é indómito potro.</p>
-
-<p>Este gaucho, seame permitido decirlo, reivindica en
-los casos heroicos el honor de los cristianos. Cuando le
-place, lo mismo cara á cara que por detrás, cuerpo á
-cuerpo, que entre varios, apostrofa á los indios de
-«bárbaros». Yo le oí decir muchas veces á voz en
-cuello:</p>
-
-<p>«Á mí, que no me anden con vueltas éstos, porque
-yo los conozco bien, y al que le acomode una puñalada
-se la ha de ir á curar al otro mundo.»</p>
-
-<p>Después que examiné detenidamente aquel tipo de
-férrea estructura, en el que los caracteres semíticos de
-la persistencia estaban estampados, le dirigí la palabra,
-sacándole del silencio indeliberado en que había
-caído.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te hallas aquí?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>Habla con mucha vivacidad, pero esta vez, contra su
-costumbre habitual, en lugar de contestarme, dió un<span class="pagenum"><a id="Page_18"></a>[Pg 18]</span>
-suspiro, y se envolvió en las nieblas de sus recuerdos
-dolorosos.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, hombre&mdash;le dije,&mdash;cuéntame tu vida.</p>
-
-<p>&mdash;Señor&mdash;me contestó.&mdash;Mi vida es corta y no tiene
-nada de particular. No soy mal hombre, pero he
-sido muy desgraciado.</p>
-
-<p>Yo soy de San Luis; de allá por Renca; mis padres
-han sido gente honrada y de posibles. Me querían mucho
-y me dieron buena educación.</p>
-
-<p>Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiquito
-era medio soberbio. Cuando me hice hombrecito,
-se me figuraba que nadie podía ser más que yo.
-Cuando oía decir que había un gaucho guapo, lo buscaba
-á ver si me decía algo.</p>
-
-<p>Me gustaba ser militar, y soñaba con ser general.
-No había hecho mal á nadie, aunque tenía bastante
-mala cabeza.</p>
-
-<p>Siempre andaba en parrandas, jugadas y peleas; pero
-nadie dirá que le pegué de atrás.</p>
-
-<p>Me enamoré de la hija del comandante N... La muchacha
-me quería. Yo era joven, pues aquí donde me
-ve no tengo más que veinticuatro años (parecía tener
-treinta y dos).</p>
-
-<p>Á más de eso como mis padres tenían alguna platita,
-yo andaba siempre aviao. El comandante N... sabía
-mis amores con su hija, no le gustaban. Un día me
-atropelló en las carreras, y vino á darme una pechada;
-yo le enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con
-flete y todo. Era muy fantástico y no me lo perdonó.</p>
-
-<p>Desde esa vez, decía siempre que me había de matar.
-Yo estaba en guardia. Me achacaron varias cosas,
-nada me probaron. Hubo una bulla de revolución.</p>
-
-<p>Me fueron á <em>prender</em>. Eran cuatro de la partida.
-¡Qué me habían de tomar! Sabía bien que me iba en<span class="pagenum"><a id="Page_19"></a>[Pg 19]</span>
-la parada el número uno. Hice un desparramo y me
-fuí á los montoneros.</p>
-
-<p>Le interrumpí preguntándole:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué opinión tenías?</p>
-
-<p>&mdash;¿Opinión? Yo no tenía más opinión que ser hombre
-alegre y divertirme. Las carreras y las mujeres
-eran toda mi opinión.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué hiciste con la montonera?</p>
-
-<p>&mdash;Hicimos el diablo. Anduve una porción de tiempo
-con el Chacho, que era un bárbaro. Después que lo mataron
-anduve á monte. Cuando vino don Juan Saa, con
-otros nos juntamos á su gente. Nos derrotó en San Ignacio
-el general Arredondo, me vine con los indios de
-Baigorrita para acá.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y después de eso, qué has hecho, qué vida has
-llevado?</p>
-
-<p>&mdash;Me fuí para San Luis, de oculto, traje mi mujer,
-mis hijos y algunos parientes, y aquí están todos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y has andado en las invasiones con los indios?</p>
-
-<p>&mdash;En algunas, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y es cierto que tú has tenido la culpa de que los
-indios matasen una porción de cristianos?</p>
-
-<p>&mdash;Es falso.</p>
-
-<p>He estado en las casas de algunos pícaros, pero me
-he opuesto á que los degüellen. ¡Ah si no hubiera sido
-por mí! Habría unos cuantos diantres menos en este
-mundo.</p>
-
-<p>Por aquí íbamos de nuestro coloquio cuando el negro
-del acordeón preludió una tocata, del lado de
-afuera.</p>
-
-<p>Camargo se levantó, salió, y por ciertos vocablos con
-que rellenaba su intimación de que se alejara, calculé
-que el desgraciado Orfeo de Leubucó no era tratado
-como los artistas pretenden generalmente que se les
-trate, aunque sean malos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_20"></a>[Pg 20]</span></p>
-
-<p>Música y negro se fueron á otra parte. Camargo volvió,
-y, sin entrar, me dijo de la puerta del rancho:
-Buenas noches, mi Coronel, y dispense.</p>
-
-<p>Era hora de pensar en dormir. Mis ayudantes Lemlenyi,
-Rodríguez, Ozarowski y los dos benditos franciscanos
-que habían asistido á la visita y confidencias
-de Camargo, bostezaban á todo trapo.</p>
-
-<p>Desperté á José, llamé dos asistentes, y le hice llevar
-á un toldo vecino.</p>
-
-<p>Y en tanto me aprestaba para pasar una noche toledana,
-porque soplaba viento muy fresco, y la tierra
-entraba al toldo como en su casa, por cuanto resquicio
-tenía, meditaba sobre esas existencias argentinas, sobre
-esos tipos crudos medio primitivos, que tanto
-abundan en nuestro país, que se sacrifican ó mueren
-por una opinión prestada. Porque nos sobran instituciones
-y leyes y nos falta la eterna justicia, la justicia
-que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el hogar
-del desvalido que la mansión suntuosa del rico potentado.</p>
-
-<p>Bajo estas impresiones tuve un sueño&mdash;yo soy tan
-soñador,&mdash;<i lang="en" xml:lang="en">I had a dream, which was not all a dream.</i></p>
-
-<p>¡Soñaba!...</p>
-
-<p>¡Si en este país hay quien ahorque á un hombre
-que tiene diez millones de pesos!</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_21"></a>[Pg 21]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >III</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Noche de hielo.&mdash;Donde es realmente triste la vida.&mdash;Preparativos
-para la misma.&mdash;Resuena por primera vez en el desierto
-el <i lang="la" xml:lang="la">Confiteor Deo Omnipotenti</i>.&mdash;Recuerdo de mi madre.&mdash;Trabajos
-de Mariano Rosas, preparando los ánimos para la junta.&mdash;Como
-y duermo.&mdash;Conferencia diplomática.&mdash;El archivo
-de Mariano Rosas.&mdash;En Leubucó reciben la «Tribuna».&mdash;Imperturbabilidad
-de Mariano Rosas.&mdash;Mi comadre Carmen en
-el fogón.</p>
-</div>
-
-
-<p>La noche fué de hielo, larga y fastidiosa.</p>
-
-<p>La arena entraba en el rancho por todas partes,
-como zarandeada.</p>
-
-<p>Cuando la luz del día alumbró el cuadro que formaban
-mis oficiales y los frailes, acostados en el suelo,
-y yo, sobre mi tantas veces mentada cama, miré
-por una abertura que á guisa de respiradero había
-formado con las cobijas.</p>
-
-<p>Mis compañeros habían desaparecido, cubiertos por
-una capa amarillenta, que presentaba el aspecto sinuoso
-de un medanito, cuya superficie se movía apenas
-al compás del resuello de los que yacían bajo su
-leve peso, durmiendo tranquilos el sueño de la vida.</p>
-
-<p>¡Qué pensamiento tirano podía preocuparlos en
-aquellas alturas!</p>
-
-<p>La existencia no es realmente triste, agitada y di<span class="pagenum"><a id="Page_22"></a>[Pg 22]</span>fícil
-sino en los grandes centros de población; allí
-donde todas las necesidades que excitan las pasiones
-nos condenan sin apelación á la dura ley del trabajo,
-verdadera rueda de Ixión, que, mal de nuestro grado,
-tenemos que mover, hasta que llegando al instante
-supremo tantas veces ansiado como temido, les damos
-un eterno adiós á las eternas vanidades, que eternamente
-nos corroen, nos subyugan y nos dominan, gastando
-los resortes de acero de las almas mejor templadas.</p>
-
-<p>Sacudimos la pereza, la enervante y dulce pereza, de
-la que lo mismo se goza cuando los miembros están
-fatigados, reclinándose en el frío y duro umbral
-de una puerta de calle, que en elástica y confortable
-otomana cubierta de terciopelo.</p>
-
-<p>Una vez en pie, nos pusimos en movimiento.</p>
-
-<p>Los franciscanos sacaron afuera el baúl que contenía
-los ornamentos sagrados, preparándolos en seguida
-para la ceremonia de la misa.</p>
-
-<p>Yo, después de bañarme en el jagüel, y de un ligero
-desayuno de mate con yerba y café, fuí á examinar
-el sitio donde debía hacerse el altar, si el viento calmaba.</p>
-
-<p>El cielo estaba límpido, el sol brillaba espléndido.</p>
-
-<p>Las horas se deslizaron sin sentir, arreglando lo que
-se necesitaba.</p>
-
-<p>Se avisó á los cristianos circunvecinos, y viendo que
-no era posible celebrar los oficios divinos en campo
-raso, como yo lo deseaba, se buscó un rancho.</p>
-
-<p>Todos estábamos muy contrariados.</p>
-
-<p>El mismo sentimiento nos dominaba.</p>
-
-<p>Como verdaderos creyentes, reconocíamos que á la
-inmensa majestad de Dios le cuadraba adorarla bajo
-las vastas cúpulas azuladas del firmamento, ó bajo
-las bóvedas macizas de las soberbias basílicas, cuyas<span class="pagenum"><a id="Page_23"></a>[Pg 23]</span>
-torres audaces empinándose á grandes alturas parecen
-querer tocar las nubes, y hacer llegar al cielo los cánticos
-sagrados.</p>
-
-<p>Allí donde el hombre eleva su espíritu al Ser Supremo,
-debe procurarse que la grandeza del espectáculo
-le inspire recogimiento.</p>
-
-<p>La mística plegaria es más ferviente cuando la imaginación
-sufre las influencias poéticas del mundo exterior.</p>
-
-<p>El viento no cesaba.</p>
-
-<p>Tuvimos que resignarnos á recurrir al rancho de un
-sargento de la gente de Ayala.</p>
-
-<p>Le asearon lo mejor posible, y en un momento los
-franciscanos improvisaron el altar.</p>
-
-<p>Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres, y
-ocupando sus puestos.</p>
-
-<p>Los pobres se habían vestido con la mejor ropita que
-tenían. Hincados, sentados ó de pie, esperaban con
-respetuoso silencio la aparición de los sacerdotes.</p>
-
-<p>Miré el reloj, marcaba las nueve.&mdash;Es la hora, Padres,
-les dije, y me dirigí con ellos, acompañado de mis
-oficiales, á la capilla.</p>
-
-<p>No podía ser más modesta.</p>
-
-<p>Me consolé, recordando que aquél cuyo sacrificio
-íbamos á honrar había nacido en un establo, durmiendo
-en pajas.</p>
-
-<p>Con ponchos y mantas los franciscanos habían tapizado
-el suelo y las paredes del rancho.</p>
-
-<p>El viento no incomodaba, las velas ardían iluminando
-un crucifijo de madera, en el que se destacaba,
-salpicada de sangre, la demacrada y tétrica faz de
-Cristo; el altar brillaba cubierto de encajes y de brocado
-pintado de doradas flores, resaltando en él la reluciente
-custodia y las vinajeras plateadas.</p>
-
-<p>Todo estaba muy bonito, incitaba á rezar.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_24"></a>[Pg 24]</span></p>
-
-<p>El padre Marcos debía oficiar, ayudándole el padre
-Moisés y yo, aunque de mi latín de sacristía no me habían
-quedado sino recuerdos confusos y vagos.</p>
-
-<p>Pero mi deber era dar el ejemplo en todo.</p>
-
-<p>Lo revestimos al padre Marcos, y los oficios empezaron.</p>
-
-<p>Grupos de indios curiosos nos acechaban.</p>
-
-<p>Reinaba un profundo silencio.</p>
-
-<p>La metálica campanilla vibró, invitando á hacer
-acto de contricción por la sangre del Redentor.</p>
-
-<p>Era la primera vez que en aquellas soledades, que
-entre aquellos bárbaros, resonaban los ecos del humilde
-<cite>Confiteor Deo Omnipotenti</cite>.</p>
-
-<p>Los cristianos oraban con intensa devoción.</p>
-
-<p>Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitía
-darle el flanco al altar.</p>
-
-<p>Entre ellos había varios indios.</p>
-
-<p>En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento
-ó de dolor; en otras vagaba por su fisonomía
-algo parecido á un destello de esperanza.</p>
-
-<p>Todos parecían estar íntimamente satisfechos de haberse
-reconciliado con Dios, elevando su espíritu á él
-en presencia de la cruz y del altar.</p>
-
-<p>Mientras duraron los oficios sagrados, yo pensé constantemente
-en mi madre.</p>
-
-<p>Recordaba los martirios infantiles por que me había
-hecho pasar, llevándome todos los domingos á la
-iglesia de San Juan, para que ayudara á misa bajo
-su vigilante mirada:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre mi madre!&mdash;me decía,&mdash;¡qué lejos estás!</p>
-
-<p>Rogaba á Dios por ella y por todos los que amaba;
-y le daba gracias por esos martirios, porque debido á
-ellos me era permitido experimentar el placer de prestigiar
-á la religión entre los infieles, tomando parte en<span class="pagenum"><a id="Page_25"></a>[Pg 25]</span>
-la celebración de la augusta ceremonia que allí nos
-congregaba.</p>
-
-<p>Después que se acabó todo, que los padres repartieron
-sus bendiciones, se deshizo el altar, se arrancaron
-los ponchos y mantas, y la capilla volvió á quedar
-convertida en lo que era, en un miserable rancho.</p>
-
-<p>Se guardaron los ornamentos, se puso el baúl en mi
-rancho, y en seguida nos fuimos con los franciscanos
-á darle las gracias á Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Estaba lleno de visitas y almorzaban. Cada cual tenía
-delante de sí un plato de abundante puchero con
-choclos y zapallo.</p>
-
-<p>El cacique nos recibió como siempre, cortésmente, se
-puso de pie, nos dió la mano, hizo que nos sentáramos
-y nos presentó á todos los circunstantes.</p>
-
-<p>Estaba ocupado en algo muy grave.</p>
-
-<p>Preparaba los ánimos para la gran junta que debía
-tener lugar, para que se vea que entre los indios, lo
-mismo que entre los cristianos, el éxito de los negocios
-de Estado es siempre dudoso, si no se recurre á la tarea
-de la persuasión previa.</p>
-
-<p>Los franciscanos se retiraron y me dejaron solo.</p>
-
-<p>Mariano Rosas hablaba unas veces en general, otras
-en particular; su palabra es fácil, calculada é insinuante;
-generalmente sus discursos eran templados,
-pero á veces se exaltaba levantando la voz, fijando su
-mirada en el indio á quien le contestaba, y accionando
-con los brazos, contra costumbre.</p>
-
-<p>Me trajeron de comer y comí.</p>
-
-<p>La conferencia iba larga.</p>
-
-<p>Me retiré, pues, conviniendo en que más tarde fijaríamos
-el día de la junta.</p>
-
-<p>Yo quería saberlo con alguna anticipación, porque me
-proponía pasar hasta las tierras de Baigorrita.</p>
-
-<p>Dormí una buena siesta.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_26"></a>[Pg 26]</span></p>
-
-<p>El capitán Rivadavia me hizo interrumpirla.</p>
-
-<p>Mariano Rosas se había quedado solo, estaba en la
-enramada y me invitaba á pasar á ella.</p>
-
-<p>Acudí á su llamado.</p>
-
-<p>Entrábamos en materia cuando el negro del acordeón
-haciendo cabriolas y dándole duro á su instrumento,
-salió del toldo.</p>
-
-<p>Aquel diablo me hacía el efecto de un <i lang="it" xml:lang="it">gettatore</i>.</p>
-
-<p>Pero allí no había más remedio que aguantarle.</p>
-
-<p>Ya he dicho que el dueño de casa gozaba inmensamente
-con él.</p>
-
-<p>Mientras el negro estuvo ahí, fué excusado hablar de
-cosas serias.</p>
-
-<p>El Cacique no estaba sino para bromas.</p>
-
-<p>Me hizo una larga serie de preguntas, referentes todas
-á Buenos Aires y á la familia de Rosas. Sus recuerdos
-eran indelebles.</p>
-
-<p>Me parecía que su objeto se reducía á cerciorarse de
-si efectivamente yo era sobrino del Dictador, cuyo retrato
-me pidió diciéndome que era el único que no tenía
-en su colección.</p>
-
-<p>Y efectivamente así era.</p>
-
-<p>Díjole al negro que trajera los retratos.</p>
-
-<p>Entró éste al toldo y volvió con una cajita de cartón
-muy sucia, en la que había una porción de fotografías,
-la de Urquiza, la de Mitre, la de Juan Saa, la del general
-Pedernera, la de Juan Pablo López, la de Varela,
-el caudillo catamarqueño, y otras.</p>
-
-<p>Devolvióle al negro la cajita para que la pusiera
-<em>en su lugar</em>.</p>
-
-<p>El favorito la llevó, y felizmente se quedó en el
-toldo.</p>
-
-<p>Entramos en materia.</p>
-
-<p>Todo estaba arreglado con los notables del desierto.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_27"></a>[Pg 27]</span></p>
-
-<p>La junta se haría á los cuatro días porque había
-que hacer citaciones.</p>
-
-<p>No habría novedad.</p>
-
-<p>Yo expondría en ella los objetos de mi viaje, y Mariano
-me apoyaría en todo.</p>
-
-<p>Sólo había un punto dudoso.</p>
-
-<p>¿Por qué insistía yo tanto en comprar la <em>posesión</em>
-de la tierra?</p>
-
-<p>Mariano me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya sabe, hermano, que los indios son muy desconfiados.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé; pero del actual Presidente de la República,
-con cuya autorización he hecho estas paces, no
-deben ustedes desconfiar, le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted me asegura que es buen hombre?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, hermano, se lo aseguro&mdash;repuse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y para qué quieren tanta tierra cuando al Sur
-del Río 5.º, entre Langheló y Melincué, entre Aucaló
-y el Chañar, hay tantos campos despoblados?</p>
-
-<p>Le expliqué que para la seguridad de la frontera y
-para el buen resultado del tratado de paz, era conveniente
-que á retaguardia de la línea hubiera por lo
-menos quince leguas de desierto, y á vanguardia
-otras tantas en las que los indios renunciasen á establecerse
-y á hacer boleadas cuando les diera la gana
-sin pasaporte.</p>
-
-<p>Me arguyó que la tierra era de ellos.</p>
-
-<p>Le expliqué que la tierra no era sino de los que la
-hacían productiva; que el gobierno les compraba, no
-el derecho á ella, sino la posesión reconociendo que en
-alguna parte habían de vivir.</p>
-
-<p>Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros
-tiempos los indios habían vivido entre el Río 4.º y el
-Río 5.º, y que todos esos campos eran de ellos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_28"></a>[Pg 28]</span></p>
-
-<p>Le expliqué que el hecho de vivir ó haber vivido en
-un lugar no constituía dominio sobre él.</p>
-
-<p>Me arguyó que si yo fuera á establecerme entre los
-indios, el pedazo de tierra que ocupara sería mío.</p>
-
-<p>Le contesté que si podía venderlo á quien me diera
-la gana.</p>
-
-<p>No le gustó la pregunta, porque era embarazosa la
-contestación, y disimulando mal su contrariedad, me
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Mire, hermano, por qué no me habla la verdad?</p>
-
-<p>&mdash;Le he dicho á usted la verdad&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora va á ver, hermano.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, se levantó, entró en el toldo y volvió
-trayendo un cajón de pino, con tapa corrediza.</p>
-
-<p>Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas de zaraza
-con jareta.</p>
-
-<p>Era su archivo.</p>
-
-<p>Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores,
-periódicos.</p>
-
-<p>Él conocía cada papel perfectamente.</p>
-
-<p>Podía apuntar con el dedo al párrafo que quería referirse.</p>
-
-<p>Revolvió su archivo, tomó una bolsita, descorrió la
-jareta y sacó de ella un impreso muy doblado y arrugado,
-revelando que había sido manoseado muchas veces.</p>
-
-<p>Era «La Tribuna» de Buenos Aires.</p>
-
-<p>En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril
-interoceánico.</p>
-
-<p>Me lo indicó, diciéndome:</p>
-
-<p>&mdash;Lea, hermano.</p>
-
-<p>Conocía el artículo y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Ya sé, hermano, de lo que trata.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces por qué no es franco?</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo franco?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_29"></a>[Pg 29]</span></p>
-
-<p>&mdash;Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar
-las tierras para que pase por el Cuero un ferrocarril.</p>
-
-<p>Aquí me vi sumamente embarazado.</p>
-
-<p>Hubiera previsto todo, menos argumento como el que
-se me acababa de hacer.</p>
-
-<p>&mdash;Hermano&mdash;le dije,&mdash;eso no se ha de hacer nunca,
-y si se hace, ¿qué daño le resultará á los indios de
-eso?</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué daño, hermano?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ¿qué daño?</p>
-
-<p>&mdash;Que después que hagan el ferrocarril, dirán los
-cristianos que necesitan más campos al Sud, y querrán
-echarnos de aquí, y tendremos que irnos al Sud de Río
-Negro, á tierras ajenas, porque entre esos campos y el
-Río Colorado ó el Río Negro no hay buenos lugares
-para vivir.</p>
-
-<p>Doblando el diario y dándoselo, le contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan
-honradamente la paz.</p>
-
-<p>&mdash;No, hermano, si los cristianos dicen que es mejor
-acabar con nosotros.</p>
-
-<p>&mdash;Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes
-merecen nuestra protección, que no hay inconveniente
-en que sigan viviendo donde viven, si cumplen
-sus compromisos.</p>
-
-<p>El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así!
-y me dijo: Hermano, en usted yo tengo confianza,
-ya se lo he dicho, arregle las cosas como quiera.</p>
-
-<p>No le contesté, le eché una mirada escrutadora, y
-nada descubrí, su fisonomía tenía la expresión habitual.
-Mariano Rosas, como todos los hombres acostumbrados
-al mando, tiene un gran dominio sobre sí
-mismo.</p>
-
-<p>Es excusado querer leer en su cara la sinceridad ó la<span class="pagenum"><a id="Page_30"></a>[Pg 30]</span>
-falsía de sus palabras, dice lo que quiere; lo que siente,
-lo reserva en los repliegues de su corazón.</p>
-
-<p>Se puso á acomodar su archivo, y lo que estuvo en
-orden, cerró el cajón, y llamó diciendo: ¡negro, negro!</p>
-
-<p>Me estremecí.</p>
-
-<p>Tomé un pretexto para no verle la cara, y me despedí.</p>
-
-<p>La hora de comer se acercaba. En el fogón había gordos
-asados extendidos ya sobre brasas. Despedían un
-tufo incitante y no era cosa de dejar que se chamuscaran.</p>
-
-<p>&mdash;Á comer, caballeros&mdash;grité.</p>
-
-<p>Se hizo la rueda y empezó la comilona.</p>
-
-<p>Mi comadre Carmen andaba por allí. Le ofrecí asiento,
-sentóse, y nos entretuvo un largo rato contándonos
-su vida y enterándonos de algunas particularidades de
-los usos y costumbres ranquelinas.</p>
-
-<p>Á Mariano Rosas le llegaron vespertinas visitas, que
-pasaron la noche con él, entregadas á los placeres de la
-charla y del vino.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_31"></a>[Pg 31]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >IV</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Creencias de los indios.&mdash;Son uniteístas y antropomorfistas.&mdash;<em>Gualicho.</em>&mdash;Respeto
-por los muertos.&mdash;Plata enterrada.&mdash;¿Será
-cierto que la civilización corrompe?&mdash;Crueldad de Bargas,
-bandido cordobés.&mdash;Triste condición de los cautivos entre los
-indios.&mdash;Heroicidad de algunas mujeres.&mdash;Unas con otras.&mdash;Modos
-de vender.&mdash;Eufonía de la lengua araucana.&mdash;¿La carne
-de yegua puede ser un antídoto para la tisis?</p>
-</div>
-
-<p>Mi comadre Carmen vivía en Carrilobo, cerca del
-toldo de Villarreal, el casado con su hermana, y había
-venido á visitarme trayéndome mi ahijada.</p>
-
-<p>Escuchándola pasamos un rato muy entretenido. Habla
-con facilidad el castellano y posee bastante caudal
-de expresiones para manifestar sus sentimientos é
-ideas y hacerse entender.</p>
-
-<p>Sobre las creencias de los indios me dió las siguientes
-nociones:</p>
-
-<p>No se congregan jamás para adorar á Dios, le adoran
-á solas, ocultándose en los bosques.</p>
-
-<p>No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la
-universalidad de los seres vivientes.</p>
-
-<p>Por manera que no son idólatras, ni panteístas.</p>
-
-<p>Son uniteístas y antropomorfistas.</p>
-
-<p>Dios&mdash;<em>Cuchauentrú</em>, el hombre grande, ó <em>chachao</em>, el
-Padre de todos,&mdash;tiene la forma humana y está en<span class="pagenum"><a id="Page_32"></a>[Pg 32]</span>
-todas partes; es invisible é indivisible; es inmensamente
-bueno y hay que quererle.</p>
-
-<p>Á quien hay que temerle es al diablo,&mdash;<em>Gualicho</em>.</p>
-
-<p>Este caballero, á quien nosotros pintamos con cola
-y cuernos, desnudo y echando fuego por la boca, no
-tiene para ellos forma alguna. <em>Gualicho</em>, es indivisible
-é invisible y está en todas partes, lo mismo que <em>Cuchauentrú</em>.
-Otro, mientras el uno no piensa en hacerle
-mal á nadie, el otro anda siempre pensando en el mal
-del prójimo.</p>
-
-<p><em>Gualicho</em> ocasiona los malones desgraciados, las invasiones
-de cristianos, las enfermedades y la muerte,
-todas las pestes y calamidades que afligen á la humanidad.</p>
-
-<p><em>Gualicho</em> está en la laguna cuyas aguas son malsanas,
-en la fruta y en la yerba venenosa; en la punta
-de la lanza que mata; en el cañón de la pistola que
-intimida; en las tinieblas de la noche pavorosa; en
-el reloj que indica las horas; en la aguja de marear
-que marca el Norte; en una palabra; en todo lo que es
-incomprensible y misterioso.</p>
-
-<p>Con <em>Gualicho</em> hay que andar bien; <em>Gualicho</em> se mete
-en todo, en el vientre y da dolores de barriga; en la cabeza
-y la hace doler; en las piernas y produce la parálisis;
-en los ojos y deja ciego; en los oídos y deja
-sordo; en la lengua y hace enmudecer.</p>
-
-<p><em>Gualicho</em>, es en extremo ambicioso. Conviene hacerle
-el gusto en todo. Es menester sacrificar de tiempo en
-tiempo yeguas, caballos, vacas, cabras y ovejas; por
-lo menos una vez cada año, una vez cada doce lunas,
-que es como los indios computan el tiempo.</p>
-
-<p><em>Gualicho</em> es muy enemigo de las viejas, sobre todo
-de las viejas feas: se les introduce quién sabe por
-dónde y en dónde y las maleficia.</p>
-
-<p>¡Ay de aquélla que está <em>engualichada</em>!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_33"></a>[Pg 33]</span></p>
-
-<p>La matan.</p>
-
-<p>Es la manera de conjurar el espíritu maligno.</p>
-
-<p>Las pobres viejas sufren extraordinariamente por
-esta causa.</p>
-
-<p>Cuando no están sentenciadas, andan por sentenciarlas.</p>
-
-<p>Basta que en el toldo donde vive una suceda algo,
-que se enferme un indio, ó se muera un caballo; la
-vieja tiene la culpa, le ha hecho daño. <em>Gualicho</em> no se
-irá de la casa hasta que la infeliz no muera.</p>
-
-<p>Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con
-ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja
-la inmola á la sordina.</p>
-
-<p>En cuanto á los muertos, tienen por ellos el más profundo
-respeto. Una sepultura es lo más sagrado. No
-hay herejía comparable al hecho de desenterrar un cadáver.</p>
-
-<p>Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos,
-creen en la metempsícosis, que el alma abandona la
-carne después de la muerte, transmigrando en un
-tiempo más ó menos largo á otros países y dándole vida
-á otros cuerpos racionales ó irracionales.</p>
-
-<p>Los ricos resucitan generalmente al Sur del Río
-Negro, y de allí han de volver, aunque no hay memoria
-de que hasta ahora haya vuelto ninguno.</p>
-
-<p>Por esta razón los entierran junto con el mejor caballo
-y las prendas de plata más valiosas que tuvieron;
-y alrededor de la sepultura les sacrifican caballos,
-vacas, yeguas, cabras y ovejas, según la riqueza
-que dejan, ó la que poseen sus deudos ó amigos.</p>
-
-<p>El caballo y las prendas enterradas son para que
-tengan en qué andar en la tierra ésa, donde deben
-resucitar; los demás animales son para que tengan
-qué comer durante el viaje de ida y vuelta.</p>
-
-<p>Las mujeres también resucitan, no se crea que no.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_34"></a>[Pg 34]</span></p>
-
-<p>Pretenden algunos que han vivido mucho tiempo
-entre los indios, que á consecuencia de estas costumbres
-debe haber mucha plata labrada enterrada en el
-Desierto. Por mi parte, creo que los cristianos, que ni
-le tienen tanto miedo á <em>Gualicho</em>, ni son pitagóricos,
-se han encargado de desenterrarla.</p>
-
-<p>Lo cierto es, que según las noticias que mi comadre
-me daba, las honras fúnebres no se hacen con tanta
-pompa como antes.</p>
-
-<p>Queriendo explicar el por qué del hecho, decía: «Yo
-no sé si será porque los cristianos han solido registrar
-las sepulturas ó porque ahora la plata vale más».</p>
-
-<p>Yo me inclino á creer que las dos causas combinadas
-van haciendo que los entierros sean menos lujosos.</p>
-
-<p>En efecto, los indios tienen ahora muchas necesidades,
-les gusta mucho beber, tomar mate dulce, fumar,
-vestirse con ropa fina; y fácilmente se comprende que
-muriendo un deudo querido honren su memoria con
-sacrificios de caballos, vacas, yeguas, cabras y ovejas
-y que la plata se la guarden.</p>
-
-<p>Mi comadre aseguró que, mientras no hubo cristianos
-entre los indios, no hubo ejemplo de que se violaran
-las tumbas sagradas.</p>
-
-<p>¿Será cierto que la civilización es corruptora?</p>
-
-<p>Á pesar de lo dicho los indios no son sanguinarios
-ni feroces; prueba de ello es que jamás sacrifican á
-los manes de sus muertos víctimas humanas.</p>
-
-<p>Matan á las viejas, es cierto; pero lo hacen porque
-las creen poseídas de Satanás. Y al fin del cuento, no
-es tanto lo que se pierde, dirán algunos.</p>
-
-<p>Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora
-que consignar: que ciertos cristianos refugiados
-entre los indios son peores que ellos.</p>
-
-<p>Conozco uno que queriendo sobresalir por su feroci<span class="pagenum"><a id="Page_35"></a>[Pg 35]</span>dad,
-tuvo la barbarie de hacer un sacrificio humano
-en holocausto á un miembro de su familia.</p>
-
-<p>Referiré el hecho.</p>
-
-<p>Bargas, es un bandido cordobés, vive en Tierra
-Adentro, no sé por qué crímenes, está casado con
-varias mujeres y su vida es la de un indio, por no
-decir peor.</p>
-
-<p>Murió uno de sus hijos. Pues bien, este malvado,
-fingiendo que participaba de la preocupación vulgar,
-de la creencia que hace enterrar al muerto con su caballo
-de predilección, para que en la tierra donde resucite
-tenga en qué andar, le inmoló á su hijo un
-cautivito de ocho años, enterrándole vivo con él, para
-que tuviese quien le sirviera de peón.</p>
-
-<p>Por lo que dejo relatado, se ve que los cautivos son
-considerados entre los indios como cosas.</p>
-
-<p>Calcúlese cuál será su condición.</p>
-
-<p>La más triste y desgraciada.</p>
-
-<p>Lo mismo es el adulto que el adolescente, el niño
-que la niña, el blanco que el negro; todos son iguales
-los primeros tiempos, hasta que inspirando confianza
-plena se hacen querer.</p>
-
-<p>Con rarísimas excepciones, los primeros tiempos que
-pasan entre los bárbaros son una verdadera <i lang="la" xml:lang="la">via crucis</i>
-de mortificaciones y dolores.</p>
-
-<p>Deben lavar, cocinar, cortar leña en el bosque con
-las manos, hacer corrales, domar los potros, cuidar
-los ganados y servir de instrumento para los placeres
-brutales de la concupiscencia.</p>
-
-<p>¡Ay de los que se resisten!</p>
-
-<p>Los matan á azotes ó á balazos.</p>
-
-<p>La humildad y la resignación es el único recurso que
-les queda.</p>
-
-<p>Y, sin embargo, yo he conocido mujeres heroicas,<span class="pagenum"><a id="Page_36"></a>[Pg 36]</span>
-que se negaron á dejarse envilecer, cuyo cuerpo prefirió
-el martirio á entregarse de buena voluntad.</p>
-
-<p>Á una de ellas la habían cubierto de cicatrices; pero
-no había cedido á los furores eróticos de su señor.</p>
-
-<p>Esta pobre me decía, contándome su vida con un
-candor angelical: «Había jurado no entregarme sino á
-un indio que me gustara, y no encontraba ninguno».</p>
-
-<p>Era de San Luis, tengo su nombre apuntado en el
-Río 4.º. No lo recuerdo ahora. La pobre no está ya
-entre los indios. Tuve la fortuna de rescatarla y la
-mandé á su tierra.</p>
-
-<p>En aquellos mundos de barbarie pasan dramas terribles.</p>
-
-<p>Cuantas más cautivas hay en un toldo, más frecuentes
-son las escenas que despiertan y desencadenan
-las pasiones, que empequeñecen y degradan á la humanidad.</p>
-
-<p>Las cautivas nuevas, viejas ó jóvenes, feas ó bonitas
-tienen que sufrir, no sólo las asechanzas de los indios,
-sino, lo que es peor aún, el odio y las intrigas de
-las cautivas que les han precedido, el odio y las intrigas
-de las mujeres del dueño de casa, el odio y las
-intrigas de las chinas sirvientas y agregadas.</p>
-
-<p>Los celos y la envidia, todo cuanto hiela y enardece
-el corazón á la vez se conjura contra las desgraciadas.</p>
-
-<p>Mientras dura el temor de que la recién llegada
-conquiste el amor ó el favor del indio, la persecución
-no cesa.</p>
-
-<p>Las mujeres son siempre implacables con las mujeres.</p>
-
-<p>Frecuentemente sucede que los indios, condoliéndose
-de las cautivas nuevas, las protegen contra las
-antiguas y las chinas. Pero esto no se hace sin em<span class="pagenum"><a id="Page_37"></a>[Pg 37]</span>peorar
-su situación, á no ser que las tomen por concubinas.</p>
-
-<p>Una cautiva á quien yo le averiguaba su vida, preguntándole
-cómo le iba, me contestó:</p>
-
-<p>&mdash;«Antes, cuando el indio me quería, me iba muy
-mal, porque las demás mujeres y las chinas me mortificaban
-mucho, en el monte me agarraban entre todas
-y me pegaban. Ahora que ya el indio no me quiere, me
-va muy bien, todas son muy amigas mías».</p>
-
-<p>Estas palabras sencillas resumen toda la existencia
-de una cautiva.</p>
-
-<p>Agregaré que cuando el indio se cansa, ó tiene necesidad,
-ó se le antoja, la vende ó la regala á quien
-quiere.</p>
-
-<p>Sucediendo esto, la cautiva entra en un nuevo período
-de sufrimientos, hasta que el tiempo ó la muerte
-ponen término á sus males.</p>
-
-<p>Poco antes de salir de Leubucó, conocí por casualidad
-un cristiano que hacía diligencias por comprarle á un
-indio una cautiva, nada más que por hacerle á ésta un
-servicio, por humanidad.</p>
-
-<p>La desdichada decía: «El indio es muy bueno y me
-venderá si no me han de llevar á <em>otra parte</em>. Pero las
-chinas son <em>malazas</em>.</p>
-
-<p>Á propósito de llevar á otra parte, esto requiere una
-explicación.</p>
-
-<p>Hay dos modos de vender: el uno consiste en cambiar
-simplemente de dueño, el otro en la redención.
-El último es el más caro.</p>
-
-<p>Ya comprenderás, Santiago amigo, que todo lo que
-dejo dicho en esta carta no me lo contó mi comadre
-Carmen. Una parte se lo debo á ella, el resto á otros
-y á mis propias observaciones.</p>
-
-<p>Lo que sigue, sí, se lo debo á ella exclusivamente.</p>
-
-<p>La noche estaba templada y clara, incitaba á con<span class="pagenum"><a id="Page_38"></a>[Pg 38]</span>versar
-y se podía leer sin más luz que la de las estrellas.</p>
-
-<p>Aprovechándola tomé una lección de lengua araucana.</p>
-
-<p>Entonces vine á saber lo que querían decir ciertas
-palabras, cuyo significado buscaba hacía tiempo, como
-indios <em>picunches</em>, <em>puelches</em> y <em>pehuenches</em>.</p>
-
-<p><em>Ché</em> es un vocablo que significa, según el lugar que
-tiene en la dicción, <em>yo</em>, <em>hombre</em> ó <em>habitante</em>.</p>
-
-<p>Los cuatro vientos cardinales se denominan: Norte,
-<em>puel</em>; Sur, <em>cuerró</em>; Este, <em>picú</em>; Oeste, <em>muluto</em>.</p>
-
-<p>Así, pues, <em>Picunche</em><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a> quiere decir habitante del
-Este, que es como se denominan los indios que viven
-en cierta parte de la cordillera; <em>Puelche</em>, habitante
-del Norte; <em>Pehuenche</em>, siguiendo la misma regla, significa
-habitante de los pinos, que es como se denominan
-los indios que viven entre los pinares que crecen colosales
-en los valles de la falda occidental de la Cordillera
-de los Andes.</p>
-
-<p>Para dar una idea de la eufonía de esta lengua, que
-se asimila, alterándolas ligeramente, todas las palabras
-de otras, verbigracia, llamándole <em>waca</em> á la vaca,
-y <em>cauallo</em> al caballo, enumeraré algunas palabras que
-me enseñó mi comadre, y que copio de mi vademécum.<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a></p>
-
-<p>Yo&mdash;<em>enchê</em>, tú ó vos&mdash;<em>eimí</em>, nosotros&mdash;<em>inchin</em>, vieja&mdash;<em>cucé</em>,
-joven&mdash;<em>elchá</em>, linda&mdash;<em>comê</em>, fea&mdash;<em>uedá</em>, madre&mdash;<em>nuqué</em>,
-hijo de padre&mdash;<em>bôtom</em>, hijo de madre&mdash;<em>píñem</em>,
-grande&mdash;<em>uchaima</em>, chico&mdash;<em>pichicai</em>, mucho&mdash;<em>entren</em>, poco
-<span class="pagenum"><a id="Page_39"></a>[Pg 39]</span>
-&mdash;<em>pichin</em>,
-blanco&mdash;<em>lieu</em>, negro&mdash;<em>currü</em>, cielo&mdash;<em>neno</em>, sol&mdash;<em>anti</em>,
-luna&mdash;<em>quién</em>, tierra&mdash;<em>truquen</em>, mujer&mdash;<em>curré</em>,
-hombre&mdash;<em>uentru</em>, sí&mdash;<em>maí</em>, así es&mdash;<em>pipi</em>, (modismo muy
-usual), no&mdash;<em>müe</em>, agua&mdash;<em>có</em>, fuego&mdash;<em>quítral</em>, viento&mdash;<em>cürrüf</em>,
-frío&mdash;<em>utré</em>, calor del sol&mdash;<em>comote anti</em>, calor sin
-sol&mdash;<em>comotearreün</em>, pronto&mdash;<em>matu</em>, despacio&mdash;<em>ñochi</em>,
-sueño&mdash;<em>umau</em>, amigo&mdash;<em>weni</em>, hermano&mdash;<em>peñi</em>, pasto&mdash;<em>cachu</em>,
-ceniza&mdash;<em>entruequen</em>, sal&mdash;<em>chadileubú</em> (de aquí,
-Río Salado se dice <em>chadileubú</em>), monte&mdash;<em>mamil</em>, árbol&mdash;<em>quiñemamil</em>
-(<em>quiñe</em> quiere decir <em>uno</em>), cara&mdash;<em>angé</em>,
-ojos&mdash;<em>ñé</em>, boca&mdash;<em>ün</em>, orejas&mdash;<em>pilun</em>, nariz&mdash;<em>iu</em>, mano&mdash;<em>cui</em>,
-brazo&mdash;<em>lipan</em>, barba&mdash;<em>payun</em>, pecho&mdash;<em>rucú</em>, piernas&mdash;<em>chaan</em>,
-pies&mdash;<em>mamon</em>, dedo&mdash;<em>changil</em>, frente&mdash;<em>tol</em>,
-pelo&mdash;<em>loncó</em>, (de aquí <em>loncotear</em>&mdash;tirarse del pelo), pescuezo&mdash;<em>pel</em>,
-cortar&mdash;<em>catril</em>, bailar&mdash;<em>pürrum</em>, morir&mdash;<em>lai</em>,
-se murió&mdash;<em>lai-pi</em>, risa&mdash;<em>aien</em>, rabia&mdash;<em>yarquen</em>.</p>
-
-<p>Poco más sé de la lengua araucana, no porque no
-haya tenido tiempo de profundizar mis estudios, sino
-por las dificultades con que tropezaba á cada paso,
-cuando hacía una pregunta para aclarar alguna duda.</p>
-
-<p>No pude saber nada respecto á la conjugación de
-los verbos.</p>
-
-<p>Lo mismo digo de los géneros.</p>
-
-<p>Por ejemplo, vieja es <em>cucé</em>, viejo&mdash;<em>butá</em>, y, sin embargo,
-en ciertos adjetivos, como <em>overo</em>, la terminación
-es la que indica el género.</p>
-
-<p>La lengua es muy elíptica. Así, por ejemplo, yegua
-overa manca, se dice: <em>overa manca</em>, simplemente, y
-caballo overo manco&mdash;<em>overo manco</em>. En los dos casos se
-suprime el sustantivo, porque los adjetivos, <em>overa manca</em>
-ú <em>overo manco</em> no pueden calificar sino un caballo ó
-una yegua, y deben sobreentenderse.</p>
-
-<p>Para que comprendas las dificultades con que tenía
-que luchar para salvar ciertas dudas, bastará repetir
-lo que decía mi comadre cuando la apuraban<span class="pagenum"><a id="Page_40"></a>[Pg 40]</span>
-demasiado: «Yo no sé bien la lengua, se necesita
-vivir mucho para aprenderla; aquí no cualquiera la
-sabe».</p>
-
-<p>Terminada la lección de araucano, le pedí á mi
-maestra&mdash;que aunque tenía hijos no era casada ni
-viuda,&mdash;me contara su vida; y como la cosa más sencilla
-del mundo nos refirió sus aventuras con cierto
-mancebo padre de mi ahijada.</p>
-
-<p>Es una página verde que en cualquier parte pasaría
-por una seducción. Entre los indios es un accidente de
-la vida que no significa nada.</p>
-
-<p>La especie humana está sujeta á la ley de la reproducción.
-Nada de extraño tiene que siendo la mujer libre
-se entregue á quien le place, y que de la noche á
-la mañana resulte con hijos.</p>
-
-<p>No es más que una dificultad para casarse; porque
-generalmente nadie quiere cargar con hijos ajenos,
-aun cuando provengan de matrimonio legítimo.</p>
-
-<p>Para concluir ésta, y á propósito de mujeres que
-resultan con hijos de la noche á la mañana, ¡qué curiosa
-es la farmacopea de los indios!</p>
-
-<p>Toda ella se reduce á hierbas astringentes y purgantes,
-y agua fría.</p>
-
-<p>Lo último es un remedio por excelencia.</p>
-
-<p>¿Pare una china? Pues en el acto, ella y el fruto de
-sus entrañas se meten en una laguna, sea invierno ó
-verano.</p>
-
-<p>Una palabra más, antes de que me retire del fogón,
-en que estoy, y me meta en la cama.</p>
-
-<p>Es una observación ajena que puede interesarle al
-mundo médico.</p>
-
-<p>Mi condiscípulo el Dr. D. Jorge Macías, que ha pasado
-dos años entre los Ranqueles, y que entre ellos
-estaría á no ser por mí, pretende que allí no hay
-<em>tísicos</em>, y lo atribuye al alimento de la carne de <em>yegua</em>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_41"></a>[Pg 41]</span></p>
-
-<p>Si la observación fuese exacta y la causa la consignada,
-de hoy en adelante podríamos exclamar: no más
-tísicos.</p>
-
-<p>No me atrevo á decir si la cosa merece la pena de
-ser averiguada, aunque recuerdo que no hace mucho
-tiempo más de un galeno se reía cuando las curanderas
-recetaban <em>buche de avestruz</em>.</p>
-
-<div class="chapter">
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_42"></a>[Pg 42]</span></p>
-
-</div>
-
-<div class="footnotes">
-<p class="p4 center big2">NOTAS:</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> La <em>n</em> se agrega, porque es más agradable al oído decir <em>picunche</em>
-que <em>picuche</em>.</p></div>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[2]</a> Las palabras que tienen acento circunflejo son <em>nasales</em> y las
-que tienen diéresis <em>guturales</em>.</p></div></div>
-
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_43"></a>[Pg 43]</span></p>
-<h2 class="nobreak" >V</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-
-<p>Preparativos para la marcha á las tierras de Baigorrita.&mdash;Camargo
-debía acompañarme.&mdash;Motivos de mi excursión á
-Quenque.&mdash;Coliqueo.&mdash;Recuerdo odioso de él.&mdash;Unos y otros
-se han valido de los indios en las guerras civiles.&mdash;En lo que
-consistía mi diplomacia.&mdash;En viaje rumbo al sud.&mdash;Confidencia
-de un espía.&mdash;El espionaje en Leubucó.&mdash;Poitaua.&mdash;El algarrobo.&mdash;Pasión
-de los indios por el tabaco.&mdash;Cómo hacen sus
-pipas.&mdash;Pitralauquen.&mdash;Baño y comida.&mdash;Mi lenguaraz Mora,
-su fisonomía física y moral.</p>
-
-</div>
-
-
-<p>Al día siguiente, me levanté con el sol, y me ocupé
-en los preparativos de la marcha para las tierras de
-Baigorrita.</p>
-
-<p>Le anticipé un chasque, de acuerdo con Mariano Rosas,
-y á las dos de la tarde mandé arrimar las tropillas.</p>
-
-<p>Se ensilló en un momento. Hacía días que no andábamos
-á caballo y todos estaban con ganas de sacudir
-la pereza.</p>
-
-<p>Camargo debía acompañarme. Su misión consistía
-en observarme de cerca, á ver qué conversaba con Baigorrita.
-Mi hermano Mariano, á pesar de sus protestas
-de adhesión y simpatía, abrigaba desconfianzas. Mi
-viaje lo preocupaba. No comprendía que debiendo ver<span class="pagenum"><a id="Page_44"></a>[Pg 44]</span>lo
-á Baigorrita en la junta que se celebraría á los cuatro
-días, me incomodase en ir hasta sus tolderías.</p>
-
-<p>La idea de una intriga para hacerlo reñir con su aliado
-trabajaba su imaginación.</p>
-
-<p>Por eso iba Camargo conmigo, con la orden terminante
-de asistir á todos mis parlamentos y entrevistas
-y el encargo de no separarse un momento de mi lado
-por nada ni para nada.</p>
-
-<p>Debía ser mi sombra.</p>
-
-<p>Mi excursión á Quenque, tenía sin embargo, la explicación
-más plausible. Baigorrita me había convidado
-hacía algunos meses para que nos hiciéramos
-compadres. Iba, pues, con los franciscanos á bautizar
-mi futuro ahijado, y, al mismo tiempo, á conocer
-más el desierto, penetrando hasta donde es muy raro
-hallar quien haya llegado en las condiciones mías, es
-decir, en cumplimiento de un deber militar.</p>
-
-<p>Verdad es que las desconfianzas de Mariano tenían
-también su razón de ser. No una vez, sino varias, diferentes
-administraciones, por medio de sus agentes
-fronterizos, han intentado sembrar la discordia entre
-él y Baigorrita, entre estos dos y el cacique Ramón.</p>
-
-<p>El ejemplo y el recuerdo de lo que sucedió con la tribu
-de Coliqueo no se borra de la memoria de los indios.</p>
-
-<p>La tribu de éste formaba parte de la Confederación
-de que antes he hablado; cuando los sucesos de Cepeda,
-combatió contra las armas de Buenos Aires, y cuando
-Pavón hizo al revés, combatió contra las armas de Urquiza.</p>
-
-<p>Coliqueo es para ellos el tipo más acabado de la perfidia
-y de la mala fe. Mariano Rosas me decía en una
-de nuestras conversaciones: «Dios no lo ha de ayudar
-nunca, porque traicionó á sus hermanos.»</p>
-
-<p>Efectivamente, Coliqueo no solamente se alzó con<span class="pagenum"><a id="Page_45"></a>[Pg 45]</span>
-su tribu, sino que peleó é hizo correr sangre, para venirse
-á Junín junto con el regimiento 7.º de caballería
-de línea, que guarnecía la frontera de Córdoba;
-se pasó al ejército del general Mitre, que se organizaba
-en Rojas, meses antes de la batalla de Pavón.</p>
-
-<p>Con estos antecedentes y tantos otros que podría citar,
-para que se vea que nuestra civilización no tiene
-el derecho de ser tan rígida y severa con los salvajes,
-puesto que no una vez sino varias, hoy los unos, mañana
-los otros, todos alternativamente hemos armado
-su brazo para que nos ayudaran á exterminarnos en
-reyertas fratricidas, como sucedió en Monte Caseros,
-Cepeda y Pavón; con estos antecedentes, decía, se comprenden
-y explican fácilmente las precauciones y temores
-de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Así fué que al notificarme que Camargo me acompañaría,
-me felicité de ello y le di las gracias.</p>
-
-<p>Me había propuesto hacer consistir mi diplomacia
-en ser franco y veraz. Me parecía un deber de conciencia
-y una regla imprescindible de conducta, en mi
-calidad de cristiano, nombre que debía procurar á toda
-costa dejar bien puesto. De consiguiente, nada tenía
-que temer de la fiscalización de mi astuto agregado.</p>
-
-<p>Eran las dos y media de la tarde cuando nos movimos
-de Leubucó, alegres y contentos, felices y esperanzados,
-lo mismo que al salir del Fuerte Sarmiento.</p>
-
-<p>¡Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por
-la Pampa, que yo no he cruzado nunca sus vastas llanuras,
-sin sentir palpitar mi corazón gozoso!</p>
-
-<p>Mentiría si dijese que al oir retemblar la tierra bajo
-los cascos de mi caballo, he echado alguna vez de menos
-el ruido tumultuoso de las ciudades, donde la existencia
-se consume en medio de tan variados placeres.</p>
-
-<p>Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto,
-su cielo, su sublime y poética soledad á estas<span class="pagenum"><a id="Page_46"></a>[Pg 46]</span>
-calles encajonadas, á este hormiguero de gente atareada,
-á estos horizontes circunscriptos que no me permiten
-ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar
-la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente
-de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos
-y ruge el trueno.</p>
-
-<p>Hacía un día hermoso.</p>
-
-<p>Íbamos despacio. Las cabalgaduras habían sufrido
-bastante, extrañando la temperatura, el pasto y el
-agua; debía pensar no tanto en la vuelta á Leubucó,
-como en la vuelta á mi frontera.</p>
-
-<p>Por otra parte, llevaba una mula aparejada, con lo
-poco que me había quedado para Baigorrita, y la jornada
-sería corta.</p>
-
-<p>Saliendo de Leubucó, rumbo al Sud, se entra en un
-arenal pesado, se cruzan algunos pequeños médanos y
-á poco andar se entra en el monte. Á la salida de éste
-se encuentra la primera aguada, una lagunita con jagüeles,
-bordada de espadañas y de riente vegetación
-en sus orillas. El terreno es bajo y húmedo. Son como
-dos leguas de camino que fatigan los caballos como cuatro.</p>
-
-<p>Descansamos un rato. Nadie nos apuraba. Allí me
-hizo Camargo su primer conferencia. Como hombre de
-mundo, estaba convencido de mi buena fe y comprendía
-que no siendo honroso el papel que debía hacer á mi
-lado, convenía ponerme en autos para que me explicase
-su actitud, de la que no podía prescindir, porque á su
-vez él debía ser espiado por alguien, aunque no pudiera
-decir por quién.</p>
-
-<p>El espionaje recíproco está á la orden del día en la
-corte de Leubucó.</p>
-
-<p>Varias veces, hablando allí con personas allegadas
-á Mariano Rosas, sobre asuntos que no eran graves,
-pero que podían prestarse á conjeturas y malas inter<span class="pagenum"><a id="Page_47"></a>[Pg 47]</span>pretaciones,
-me dijeron aquéllas: «Hable despacio,
-señor, mire que ése que está ahí nos escucha.»</p>
-
-<p>¿Quién era?</p>
-
-<p>Unas veces, un cristiano sucio y rotoso, que andaba
-por allí haciéndose el distraído; otras, un indio pobre,
-insignificante al parecer, que acurrucado se calentaba
-al sol, y á quien yo le había dirigido la palabra, sin
-obtener una contestación, no obstante que comprendía
-y hablaba bien el castellano.</p>
-
-<p>De esta práctica odiosa nacen mil chismes é intriguillas,
-que mantienen á todos peleados, fraternizando
-ostensiblemente, y odiándose cordialmente en realidad.</p>
-
-<p>Mediante ella, Mariano sabe cuanto pasa á su alrededor
-y lejos de él.</p>
-
-<p>Esas numerosas visitas que recibe cotidianamente,
-muchas de las cuales vienen juntas del mismo toldo y
-lugar, son sus agentes secretos; espían á los demás y se
-espían entre sí.</p>
-
-<p>El cristiano ó el indio más cuitado en apariencia, es
-su confidente, conoce sus secretos.</p>
-
-<p>De ahí venían en parte la influencia, los fueros y el
-favor de que disfrutaba el negro del acordeón. No en
-vano experimentaba yo hacia él una repulsión instintiva.</p>
-
-<p>Refrescadas las cabalgaduras, siguió la marcha.</p>
-
-<p>El terreno se iba doblando gradualmente, cruzábamos
-una sucesión de medanitos, que se encumbraban
-por grados, divisábamos una ceja de monte, y en lontananza,
-hacia el Sudoeste, las alturas de Poitaua,
-que quiere decir: <em>Lugar desde donde se divisa</em>, ó atalaya.</p>
-
-<p>Las brisas frescas de la tarde comenzaban á sentirse,
-galopamos un rato y entramos en el monte.</p>
-
-<p>Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últi<span class="pagenum"><a id="Page_48"></a>[Pg 48]</span>mos
-abundaban más. Es el árbol más útil que tienen
-los indios. Su leña es excelente para el fuego, arde
-como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece
-los caballos como ningún pienso, les da fuerzas y
-bríos admirables; sirve para elaborar la espumante y
-soporífera chicha, para hacer <em>patai</em> pisándola sola, y
-pisándola con maíz tostado, una comida agradable y
-nutritiva.</p>
-
-<p>Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba,
-y en sus marchas las chupan, lo mismo que los
-coyas del Perú mascan la coca. Es un alimento, y un
-entretenimiento que reemplaza el cigarro.</p>
-
-<p>Á propósito de cigarro, aprovecharé este momento,
-Santiago amigo, para decirte que los indios aman tanto
-el tabaco como el aguardiente.</p>
-
-<p>Prefieren el negro del Brasil á cualquier otro. Los
-pampas Azuleros hacen este comercio, y los chilenos
-les llevan con el nombre de tabaco, una planta que no
-he podido conocer, que he fumado, y me ha hecho el
-mismo efecto del opio, es fortísima.</p>
-
-<p>Todos los indios saben fumar, lo mismo que saben
-beber; pasaría por persona mal educada quien no supiera
-hacerlo.</p>
-
-<p>Fuman el tabaco de tres modos: en forma de cigarro
-puro, en forma de cigarrillo y en pipa.</p>
-
-<p>Este último modo es el que les gusta más.</p>
-
-<p>No hay indio que no tenga su cachimbito.</p>
-
-<p>Ellos mismos los hacen, y con bastante ingenio.</p>
-
-<p>Buscan un pedazo de madera blanca como de una
-cuarta de largo y una pulgada de diámetro; le dan
-primero la forma de un paralelepípedo, en seguida le
-hacen una punta cilíndrica, luego un taladro y en uno
-de los lados un agujerito en el que colocan un dedal,
-con otro agujerito que coincide con el taladro.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_49"></a>[Pg 49]</span></p>
-
-<p>El que quiera hacer una pipa á lo indio, ya tiene
-la instrucción.</p>
-
-<p>Recomiendo esta clase de pipas á los aficionados al
-tabaco fuerte; en ellas, como que pronto las pasa la
-resina, casi todos los tabacos son iguales.</p>
-
-<p>Los indios no fuman habitualmente sino de noche,
-antes de acostarse.</p>
-
-<p>Cargan su pipa, se echan de barriga, se la ponen
-en la boca, le colocan una brasa de fuego en el recipiente
-y dan una fumada con toda su fuerza, tragando
-todo el humo; en seguida otra, otra, otra del mismo
-modo. Á la cuarta fumada, les viene una especie de
-convulsión nauseabunda, se les cae la pipa de la boca
-y se quedan profundamente dormidos.</p>
-
-<p>Salíamos del monte, descendiendo por un plano ligeramente
-inclinado hacia una cañada. Allí íbamos
-á parar, haciendo noche al borde de una lagunita llamada
-<em>Pitralauquen</em>, lo que quiere decir <em>laguna de los
-flamencos</em>. Trae su nombre de que en aquel paraje hay
-siempre muchos de estos pájaros.</p>
-
-<p>El sol se ponía tras de las alturas de Poitaua, y
-sus arreboles teñían las nubes del lejano horizonte,
-cuando hacíamos alto y echábamos pie á tierra.</p>
-
-<p>La lagunita que tiene como cien metros de diámetro,
-y forma circular, estaba llena de agua. Centenares
-de rosados flamencos, de blancos cisnes y gansos,
-de pardos patos y gallaretas, se deslizaban mansamente
-sobre la líquida superficie.</p>
-
-<p>Los indios no tienen costumbre de matar las aves
-acuáticas, así es que no se inquietaron por nuestra
-aproximación.</p>
-
-<p>Acampamos cerca de unos chañarcitos, se acomodaron
-bien las tropillas, organizando la ronda, no fueran
-á darnos malón, se buscó leña y no tardó en alegrar
-el cuadro un hermosísimo fogón.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_50"></a>[Pg 50]</span></p>
-
-<p>Los franciscanos se habían molido un poco.</p>
-
-<p>Su pensamiento dominante era descansar; en tanto
-hacían un buen asado. Como verdaderos veteranos se
-echaron, pues, sobre las blandas pajas. Mis ayudantes
-y yo nos dimos un baño, turbando la quietud de las
-aves, que se dispersaron volando en todas direcciones,
-y cuyos nidos saqueamos inhumanamente haciendo un
-acopio de huevos.</p>
-
-<p>Salimos del agua, junto con las primeras estrellas;
-nos vestimos de prisa, porque hacía fresco, y ganando
-el fogón, que á una vara de distancia quemaba, en un
-momento dejamos de tiritar.</p>
-
-<p>Al rato comíamos, y Mora, mi lenguaraz, nos entretenía
-contándonos sus aventuras. Ya he dicho quién
-era en una de mis primeras cartas, y si no estoy trascordado,
-ofrecí contar su vida.</p>
-
-<p>Mora es un hombrecito como hay muchos, de regular
-estatura. Un observador vulgar le creería tonto;
-se pierde de vista. Es gaucho como pocos, astuto, resuelto
-y rumbeador. No hay ejemplo de que se haya
-perdido por los campos. En las noches más tenebrosas
-él marcha rectamente adonde quiere. Cuando vacila
-se apea, arranca un puñado de pasto, lo prueba y sabe
-dónde está. Conoce los vientos por el olor. Tiene una retentiva
-admirable y el órgano frenológico en que reside
-la memoria de las localidades muy desarrollado.
-Cara y lugar que vió una vez no las olvida jamás. Sólo
-estudiando con mucha atención su fisonomía se descubre
-que tiene sangre de indio en las venas. Su padre
-era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito
-con aquél á las tolderías de los Ranqueles, formando
-parte de una caravana de comerciantes, se enamoró
-de una china, se enredó con ella, le gustó la vida
-y se quedó agregado á la tribu de Ramón. En Chile
-su padre había sido lenguaraz de un jefe fronterizo,<span class="pagenum"><a id="Page_51"></a>[Pg 51]</span>
-peón y pulpero. Vivía entre los cristianos. Mora es
-industrioso y trabajador, tiene hijos, quiere mucho á su
-mujer, posee algo y saldría del desierto si pudiese
-arrear con cuanto tiene. Pero ¿cómo? Es empresa difícil,
-imposible. Mora ha estado á mi servicio unos
-cuantos meses, sirviéndome con decisión y fidelidad.
-Tiene buenos sentimientos, ideas muy racionales, conoce
-que la vida civilizada es mejor que la del desierto;
-pero ya lo he dicho, está vinculado á él hasta
-la muerte, por el amor, la familia y la propiedad.
-Habla el castellano á la chilena, perfectamente, disminuyendo
-lo mismo los sustantivos, que los adjetivos
-y los adverbios. <em>Nunquita</em>, me ha sucedido perderme
-por <em>allicito</em> yendo solito, es como él dirá. El araucano
-lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes
-que he visto. Ser lenguaraz, es un arte difícil;
-porque los indios carecen de los equivalentes de ciertas
-expresiones nuestras. El lenguaraz no puede traducir
-literalmente, tiene que hacerlo libremente, y para
-hacerlo como es debido ha de ser muy penetrante.
-Por ejemplo, esta frase: Si usted tiene conciencia debe
-tener honor, no puede ser vertida literalmente; porque
-las ideas morales que implican <em>conciencia</em> y <em>honor</em>
-no las tienen los indios. Un buen lenguaraz, según me
-ha explicado Mora, diría: Si usted tiene corazón, ha
-da tener palabra, ó si usted es bueno no me ha de engañar.
-Por supuesto que Mora, no obstante la pintura
-favorable que de él he hecho, no es nene que se retrae de
-ir á los <em>malones</em>. Al contrario, va en la punta, y por
-eso tiene con qué vivir. En unas tierras se trabaja de
-un modo y en otras de otro, como él me dijo, haciéndole
-yo cargos de que un hombre blanco, hijo de cristianos,
-bautizado en los Ángeles, que podía ganar su
-vida honradamente, llevara la existencia de un salteador.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_52"></a>[Pg 52]</span></p>
-
-<p>Cuando Mora dejó la palabra, habiendo dicho poco
-más ó menos lo que queda consignado en el párrafo
-anterior terminábamos de comer.</p>
-
-<p>Estaba helando.</p>
-
-<p>Hicimos las camas alrededor del fogón, dándole los
-pies, puse los frailes á mi lado&mdash;los cuidaba como á
-las niñas de mis ojos,&mdash;y traté de dormir.</p>
-
-<p>La Creación estaba en calma, el silencio del desierto
-no era interrumpido sino por uno que otro relincho de
-los caballos, ó por el graznido de las aves de la laguna.</p>
-
-<p>La luna se levantaba, coronando de luces el firmamento,
-tachonado de mustias estrellas.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_53"></a>[Pg 53]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >VI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Una noche eterna.&mdash;Aspecto del campo al amanecer después de
-la helada.&mdash;En marcha.&mdash;Encuentro con indios.&mdash;Me habían
-descubierto de muy lejos.&mdash;Medios que emplean los indios
-para conocer á la distancia si un objeto se mueve ó no.&mdash;La
-carda.&mdash;Un monte.&mdash;Gente de Baigorrita sale á encontrarnos.&mdash;Baigorrita.&mdash;Su
-toldo.&mdash;Conferencia y regalos.&mdash;Las <em>botas</em> de
-mis manos.&mdash;Carneada.&mdash;Una cara patibularia.</p>
-</div>
-
-
-<p>Hizo tanto frío, que ni teniendo lumbre toda la noche
-pude conciliar el sueño. Me di cien vueltas en la
-cama.</p>
-
-<p>¡Qué envidia me daba oir roncar á los soldados lejos
-del fogón, hechos una bola como el mataco!</p>
-
-<p>Ni la helada, ni el viento, ni la lluvia, ni el polvo
-les incomoda á ellos.</p>
-
-<p>Este mundo se vuelve puras compensaciones. Yo
-tenía abundantes cobijas, quien atizara el fuego toda
-la noche, y no podía dormir.</p>
-
-<p>Ellos apenas tenían con qué taparse, y dormían como
-unos santos varones.</p>
-
-<p>La noche me parecía eterna.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto quiso aclarar, me levanté, puse á todo el
-mundo en movimiento, hice dar vueltas las tropillas
-para que los animales entraran en calor, hasta que
-llegara la hora conveniente de bajarlos á la laguna,<span class="pagenum"><a id="Page_54"></a>[Pg 54]</span>
-que es cuando el sol pica un poco; mandé agrandar el
-fogón, se calentó agua, se pusieron unos churrascos,
-tomamos mate y nos desayunamos.</p>
-
-<p>El campo presentaba el aspecto brillante de una
-superficie plateada; había helado mucho, la escarcha
-tenía, en los lugares donde la tierra estaba más húmeda,
-cuatro líneas de espesor.</p>
-
-<p>Junto con el sol sopló el cierzo pampeano y comenzó
-á levantarse la niebla en todas direcciones.</p>
-
-<p>La helada iba desapareciendo gradualmente, los rayos
-solares, abriéndose paso al través del velo acuoso
-que pretendía interceptarlos.</p>
-
-<p>El calórico, causa y efecto de todo cuanto constituye
-el planeta en que vivimos, disipaba el fenómeno que
-él mismo había originado.</p>
-
-<p>Eran las ocho de la mañana, y el horizonte y el cielo
-estaban ya completamente despejados.</p>
-
-<p>Bebieron los caballos, ensillamos, montamos y rumbeando
-al Sud, tomamos el camino de Quenque, dejando
-á la izquierda el que conducía á las tolderías
-de Calfucurá.</p>
-
-<p>Galopamos un rato, hasta que los animales sudaron,
-subiendo siempre por un terreno arenoso, salpicado de
-arbustos; descendimos después entrando en una zona
-más accidentada, y, al rato, descubrimos hacia el
-Oriente los primeros toldos de la tribu de Baigorrita
-y algún ganado vacuno y yeguarizo.</p>
-
-<p>Hice alto para no alarmar á los vigilantes y desconfiados
-moradores de aquellas comarcas, que veloces como
-el viento no tardaron en ponerse á tiro de fusil
-de nosotros para reconocernos.</p>
-
-<p>Destaqué sobre ellos á Mora, les habló, y al punto
-estuvieron junto con él á mi lado, saludándome y
-dándome la bienvenida.</p>
-
-<p>Nada sabían de mi visita á Baigorrita.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_55"></a>[Pg 55]</span></p>
-
-<p>Pero sabiendo que me hallaba días antes en Leubucó,
-habían calculado que era yo el que llegaba, afirmándolos
-en sus conjeturas el aire de mi marcha y el
-orden en que la efectuaba.</p>
-
-<p>Me habían descubierto desde que se levantaron los
-primeros polvos en Pitralauquen. La mirada de los indios
-es como la de los gauchos. Descubren á inmensas
-distancias, sin equivocarse jamás, los objetos, distinguiendo
-perfectamente si el polvo que asoma lo levantan
-animales alzados ó jinetes que corren.</p>
-
-<p>Cuando vacilan, dudando de si el objeto se mueve ó
-no, recurren á un medio muy sencillo para salir de dudas.
-Toman el cuchillo por el cabo, lo colocan perpendicularmente
-en la nariz y dirigen la visual por el
-filo que sirve de punto de mira; y es claro que si el
-objeto se desvía de él no está inmóvil, debe ser un árbol,
-un arbusto, una espadaña, una carda, cuyas proporciones
-crecen siempre en el espacio por los efectos
-caprichosos de la luz.</p>
-
-<p>Á propósito de <em>carda</em>, no vayas á creer, Santiago
-amigo, que me refiero al <em>cardo</em>, que no existe en la
-Pampa, propiamente hablando.</p>
-
-<p>La carda se le parece algo, es más bien una especie
-de cactus, crece hasta tres varas y produce unas bellotas
-verdes y granulentas, como la fruta mora, en las
-que, cuando están secas, se encuentra un gusanillo que
-es la crisálida del tábano.</p>
-
-<p>La carda es un gran recurso en el campo. Su leña
-no es fuerte, pero arde admirablemente. Es como
-yesca, y las bellotas cuando se queman, forman unos
-globulitos preciosos que parecen fuegos artificiales
-y distraen en sumo grado la imaginación.</p>
-
-<p>Alrededor de un fogón de carda puede uno quedarse
-dos horas enteras entretenido, viendo al fuego devorar
-sin saciarse con pasmosa rapidez cuanta leña se le<span class="pagenum"><a id="Page_56"></a>[Pg 56]</span>
-echa, brillar y desaparecer las bellotas incandescentes
-como juegos diamantinos.</p>
-
-<p>La carda tiene otra virtud recóndita.</p>
-
-<p>Cuando el caminante fatigado de cansancio y apurado
-por la sed, encuentra una carda frondosa, se detiene
-al pie de ella, como el árabe en el fresco oasis.
-Arranca el tallo, y en el alvéolo que quede entre las
-hojas, encuentra siempre gotas de agua cristalina,
-fresca y pura, que son el rocío de la noche guarecido
-allí contra los inclementes rayos del sol.</p>
-
-<p>Conversé un momento con los recién llegados, y
-después que los avié con yerba, azúcar, tabaco y papel,
-seguí la marcha, cortando ellos para sus toldos.</p>
-
-<p>Galopamos un rato y llegamos á un monte bastante
-tupido y abundante en árboles seculares. Las quemazones
-habían hecho estragos en aquellos gigantes de
-la vegetación. Algunos estaban carbonizados desde el
-tronco hasta la copa, y al menor empuje perdían su
-quicio y caían deshechos en mil pedazos.</p>
-
-<p>Encontré buen pasto y resolví descansar allí un
-buen rato. Aunque no lo hubiera resuelto habría tenido
-que hacer alto largo tiempo.</p>
-
-<p>Una mula espantadiza se asustó del ruido de un
-calderón medio quemado, que se vino al suelo por
-arrancar un gajo para hacer fuego y calentar agua,
-disparó é hizo disparar las tropillas.</p>
-
-<p>El tiempo que se tardó en repuntarlas bastó para
-tomar algunos mates.</p>
-
-<p>Mudamos, y estando á medio camino de Quenque,
-y siendo temprano, seguí la marcha por entre el bosque,
-tardando como una hora en salir de él.</p>
-
-<p>Caímos á un bajo, cruzamos un salitral y avistamos
-al mismo tiempo en las cuchillas de unos médanos lejanos,
-unos polvos que venían hacia nosotros.</p>
-
-<p>Poco tardamos en encontrarnos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_57"></a>[Pg 57]</span></p>
-
-<p>Era gente de Baigorrita que salía á recibirme.</p>
-
-<p>Hicimos alto, destacamos nuestros respectivos parlamentarios,
-cambiamos muchas <em>razones</em>, y formando
-un solo grupo nos lanzamos al gran galope.</p>
-
-<p>Otros polvos que se alzaron en la misma dirección
-de los anteriores, anunciaron que Baigorrita venía ya.</p>
-
-<p>Yo no podía olvidar que conmigo venían los franciscanos
-y que me había comprometido á que volvieran á
-su convento sanos y salvos. Veía por momentos el instante
-en que daban una rodada y se rompían el bautismo.
-Recogí la rienda á mi caballo, acorté el galope
-y seguimos al trote.</p>
-
-<p>Baigorrita se acercaba como con unos cincuenta jinetes.
-Estábamos á la altura de la casa del capitanejo
-Caniupán, amigo ranquelino que había conocido en la
-frontera; indio manso y caballero, de los pocos que no
-piden cuanto sus ojos ven.</p>
-
-<p>Baigorrita no anduvo con las ceremonias imponentes
-de Ramón, ni con los preámbulos fastidiosos de
-Mariano Rosas. En cuanto nos pusimos á distancia de
-podernos ver las caras, hicimos alto.</p>
-
-<p>Se destacó solo, y yo también.</p>
-
-<p>Picamos al mismo tiempo nuestros caballos, y sin
-más ni más, nos dimos un apretón de manos y un abrazo,
-como si fuera la milésima vez que nos veíamos.</p>
-
-<p>El grupo que venía y el que iba se confundieron en
-uno solo.</p>
-
-<p>Galopábamos y conversábamos con Baigorrita, sirviéndole
-á él de lenguaraz, Juan de Dios San Martín,
-un chilenito, de quien hablaré en oportunidad, y á
-mí, Mora.</p>
-
-<p>Baigorrita no habla en castellano, lo entiende apenas.</p>
-
-<p>En media hora más de camino estuvimos en su
-toldo.</p>
-
-<p>Allí nos esperaba alguna gente reunida.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_58"></a>[Pg 58]</span></p>
-
-<p>Todos me saludaron, lo mismo que á mi gente, con
-respeto y cariño.</p>
-
-<p>El toldo de Baigorrita no tenía nada de particular.
-Era más chico que el de Mariano Rosas, y estaba desmantelado.</p>
-
-<p>Entramos en él. Mi compadre no brillaba por el aseo
-de su casa. En su toldo había de cuanto Dios crió,
-muchos ratones, chinches, pulgas y algo peor.</p>
-
-<p>Á cada rato sorprendía yo en mi ropa algún animalito
-imprudente que, hambriento, buscaba sangre que
-chupar. Para un soldado esto no es novedad. Los tomaba
-y con todo disimulo los pulverizaba.</p>
-
-<p>Tuvimos una conferencia larga y pesada. Mi compadre
-me presentó á sus principales capitanejos y á
-varios indios viejos, importantes por la experiencia
-de sus consejos.</p>
-
-<p>Les regalé sobre tablas algunas bagatelas. Á mi
-compadre le di mi revólver de seis tiros, unas camisas
-de crimea, calzoncillos y medias. Á mi ahijado, dos
-cóndores de oro.</p>
-
-<p>Los franciscanos y mis ayudantes hicieron también
-sus regalitos. La recepción había sido tan sencilla y
-cordial, que todos habían simpatizado con aquella indiada.</p>
-
-<p>Después que los saludos y presentaciones oficiales
-pasaron, vino la conversación salpicada de dichos y
-agudezas.</p>
-
-<p>Un indio, que por lo menos tendría sesenta años,
-muy jovial y chistoso, grande amigo de Pichún, el
-finado padre de Baigorrita, muy querido y respetado
-de éste, viendo mis manos cubiertas con algo de que
-él no tenía idea, me preguntó en buen castellano:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es eso, ché?</p>
-
-<p>Eran mis gruesos guantes de castor, prenda que yo<span class="pagenum"><a id="Page_59"></a>[Pg 59]</span>
-estimaba mucho, porque tengo la debilidad de cuidarme
-demasiado quizá las manos.</p>
-
-<p>Me vi embarazado momentáneamente para contestar.</p>
-
-<p>&mdash;Si decía guantes, me iba á entender tanto como si
-dijera matraca.</p>
-
-<p>Rumiando la respuesta, le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Son las botas de las manos.</p>
-
-<p>Los ojos del indio brillaron como si hubiera hecho
-un descubrimiento, y agregó:</p>
-
-<p>&mdash;Cosa linda, <em>güena</em>.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, me agarró las dos manos con las
-suyas.</p>
-
-<p>Retiré una, desabroché el guante y ayudándole á
-tirar me lo saqué.</p>
-
-<p>El indio se lo puso en el acto.</p>
-
-<p>Hice lo mismo con el otro y se lo di.</p>
-
-<p>También se lo puso, tenía las manos más chicas que
-yo, así es que le hacían el efecto de un par de manoplas,
-de ésas que suelen verse colgadas en las vidrieras
-de las armerías.</p>
-
-<p>El indio parecía un mono. Abría los dedos y se miraba
-las manos encantado.</p>
-
-<p>Le dejé gozar un rato, y cuando me pareció que había
-estado bastante tiempo en posesión de mis guantes,
-se los pedí para ponérmelos.</p>
-
-<p>&mdash;Eso no dando&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>La jugada no estaba en mis libros. Perder mis guantes
-equivalía á estropearme las manos, sin remisión.</p>
-
-<p>&mdash;Te los compro&mdash;le dije, viendo que cerraba los puños
-como para asegurar mejor su presa.</p>
-
-<p>Hizo un movimiento negativo con la cabeza.</p>
-
-<p>Metí la mano al bolsillo, saqué una libra esterlina
-y se la ofrecí, creyendo picar su codicia.</p>
-
-<p>Tomóla; pero no me dió los guantes.</p>
-
-<p>&mdash;Dame las botas de las manos&mdash;le dije.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_60"></a>[Pg 60]</span></p>
-
-<p>&mdash;Eso no vendiendo&mdash;me contestó, llevando á la Junta
-como cristiano.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces dando la libra esterlina&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Yo indio pobre, vos cristiano rico&mdash;repuso.</p>
-
-<p>Y junto con la contestación se guardó la libra, dejándome
-con un palmo de narices.</p>
-
-<p>Todos los circunstantes festejaron con risotadas espontáneas
-la treta del indio.</p>
-
-<p>Mi compadre Baigorrita, me dijo: Viejo diablo,
-¿eh?</p>
-
-<p>Tuve que amoldarme á las circunstancias y que declararme
-neófito en materia de escamoteos.</p>
-
-<p>Las visitas se fueron retirando poco á poco.</p>
-
-<p>Yo estaba cansado, y por ciertas razones tenía necesidad
-de mudarme la ropa.</p>
-
-<p>Salí sin ceremonia del toldo.</p>
-
-<p>Había mucha gente afuera, charlando alegremente
-con los de mi comitiva, al mismo tiempo que le daban
-un avance á una parva de algarroba. Había dos cosechas
-para el invierno.</p>
-
-<p>Tenía hambre.</p>
-
-<p>Llamé á Juan de Dios San Martín, el chilenito, y
-lo mismo que si hubiera estado en la estancia del amigo
-más íntimo, le dije: Dile á mi compadre que me
-haga carnear una res para la gente.</p>
-
-<p>Se fué, y al punto volvió diciéndome que ya la
-traían.</p>
-
-<p>Con efecto, un rato después, dos indios traían una
-vaca enlazada.</p>
-
-<p>La carnearon las chinas, entregándole la mayor parte
-á mi gente.</p>
-
-<p>El fogón estaba pronto ya.</p>
-
-<p>No queriendo pernoctar en el toldo de mi compadre,
-acampé al raso.</p>
-
-<p>La tarde se acercaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_61"></a>[Pg 61]</span></p>
-
-<p>Las chinas recogían el ganado manso, arreándolo á
-pie, seguidas de muchos perros tan grandes como flacos,
-que llamaban la atención.</p>
-
-<p>Las cabras y las ovejas venían mezcladas.</p>
-
-<p>Llegaron á la puerta de los corrales; los perros separaron
-las especies, y las chinas las majadas, encerrando
-cada una de ellas en su respectivo corralito.</p>
-
-<p>La operación se hizo con la misma facilidad con que
-un niño separaría de una canastilla llena de cuentas
-negras y blancas las que quisiera.</p>
-
-<p>Cuando alguna cabra ú oveja se quedaba en la majada
-que no le correspondía, los perros la volvían al
-redil.</p>
-
-<p>Me avisaron que el asado estaba pronto. Acabé de
-mudarme, y ocupé mi puesto en la rueda del fogón.</p>
-
-<p>Al sentarme, vi cruzar una cara patibularia.</p>
-
-<p>Parecía un indio.</p>
-
-<p>¿Quién era?</p>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_62"></a>[Pg 62]<br /><a id="Page_63"></a>[Pg 63]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >VII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Qué es la vida.&mdash;Reflexiones.&mdash;Los perros de los indios.&mdash;Recuerdos
-que deben tener de mi magnificencia.&mdash;Un intérprete.&mdash;Cambio de
-<em>razones</em>.&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Sans façon.</i>&mdash;<em>Yapaí</em> y <em>yapaí</em>.&mdash;Detalles.&mdash;En
-Santiago y Córdoba los pobres hacen lo mismo que los
-indios.&mdash;Fingimiento.&mdash;Otra vez la cara patibularia.&mdash;Averiguaciones.&mdash;Una
-navaja de barba mal empleada.</p>
-</div>
-
-
-<p>La vida se pasa sin sentir.</p>
-
-<p>Como dice la sentencia árabe, no es más que el camino
-de la muerte.</p>
-
-<p>Cuando menos lo esperamos, nos sorprende el invierno
-y recién como la cigarra imprevisora, nos apercibimos
-de que hemos pasado el verano cantando, sin
-pensar en nada.</p>
-
-<p>Nuestros cabellos, con los que jugueteaba ebúrnea y
-afilada mano se han puesto canos. Nadie los toca ya.</p>
-
-<p>Nuestros ojos han perdido su brillo magnético. Nadie
-los mira.</p>
-
-<p>Nuestra tez tersa y sonrosada, se ha vuelto amarillento
-y seco pergamino. Nadie repara en ella.</p>
-
-<p>En el corazón apenas arde una llama moribunda
-semejante al pálido resplandor de una lámpara sepulcral.
-Pero ¡ay! ¿Quién se inflama en el tibio calor
-suyo?</p>
-
-<p>De esperanza en esperanza, de ilusión en ilusión, de<span class="pagenum"><a id="Page_64"></a>[Pg 64]</span>
-desengaño en desengaño, de decepción en decepción, de
-caída en caída, de percance en percance, de desvarío
-en desvarío, rodamos fatalmente y llegamos al borde
-de la tumba, cayendo en su misteriosa obscuridad para
-cesar de sufrir, ó sufrir más.</p>
-
-<p>Hemos aspirado, no hemos hecho nada por nosotros
-ni por la humanidad, y hemos consumido una existencia
-robusta, exuberante, con cuya savia se han alimentado
-quién sabe cuántos parásitos afortunados,
-exclamando mil veces: <i lang="fr" xml:lang="fr">En vain, hélas! en vain!</i></p>
-
-<p>Y por todo consuelo, nos contentamos con darle al
-mundo y á sus pompas vanas un adiós irónico, escribiendo
-en forma de epigrama póstumo un epitafio:</p>
-
-<div class="poetry-container pw15">
-<div class="poetry">
-<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Ci-gît Piron, qui ne fut rien<br />
-Pas même académicien.</i></p>
-</div>
-</div>
-
-<p>Si la vida se pasa así, de cualquier modo, con más
-razón se pasa cualquier noche.</p>
-
-<p>La primera que dormí en Quenque, al raso, cerca
-del toldo de mi compadre Baigorrita, pertenece á ese
-género. Creo que ni recuerdos tuve.</p>
-
-<p>De ella sólo puedo decir que dormí.</p>
-
-<p>Mi fatigado cuerpo no sintió ni el aire de la noche,
-ni la dureza del suelo, ni la famélica inquietud de
-los perros, que devoraban los rezagos y huesos de nuestro
-fogón, haciendo crujir sus afilados dientes, hasta
-romperlos y chupar el escondido tuétano.</p>
-
-<p>Los indios no les dan de comer á sus perros, y, sin
-embargo, tienen muchos; en cada toldo tienen una
-jauría.</p>
-
-<p>Los pobres viven de los bichos del campo que cazan,
-ó como los avestruces, pescando moscas al vuelo.</p>
-
-<p>El hambre les hace adquirir una destreza increíble.
-Mosca que zumba por sus narices va á parar á su estómago.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_65"></a>[Pg 65]</span></p>
-
-<p>Los tratan con la mayor dureza; el que no está lleno
-de chichones tiene alguna cicatriz agusanada.</p>
-
-<p>Es lo que sacan cuando se acercan á algún fogón
-ó cuando al carnear una res se arriman tímidamente á
-ella para chupar siquiera la sangre que riega el suelo.</p>
-
-<p>Las chinas son las que tienen alguna compasión de
-ellos. Son sus compañeros inseparables. Van al monte
-y al agua con ellas; con ellas recogen el ganado; y al
-lado de ellas duermen.</p>
-
-<p>Á los indios no los siguen jamás.</p>
-
-<p>En mi fogón se dieron una panzada que debe haber
-hecho época entre ellos.</p>
-
-<p>En esta hora deben estar cantando con himnos caninos,
-y en el mismo bronco lenguaje con que ladran á
-la luna, por no decir adoran, la generosidad y espléndida
-magnificencia de unas gentes extrañas, que anduvieron
-por allí, con caras desconocidas, vistiendo trajes
-que no habían visto jamás y hablando un idioma ininteligible,
-aunque agradable á su oído.</p>
-
-<p>Amaneció.</p>
-
-<p>Nos dimos los buenos días con los franciscanos, nos
-levantamos, tomamos mate y nos preparamos para recibir
-visitas que no tardaron en llegar.</p>
-
-<p>Mi compadre Baigorrita se había bañado muy temprano,
-y descalzo y con los calzoncillos arrollados sobre
-la rodilla y las mangas de la camisa arremangadas,
-atusaba un caballo que estaba en el palenque.</p>
-
-<p>Me acerqué á él, le saludé, y sin interrumpir su
-faena me contestó con una sonrisa afable, haciéndome
-decir con Juan de Dios San Martín que andaba por
-ahí: «Que estuviera á gusto, que aquella era mi casa».</p>
-
-<p>Le contesté dándole las gracias.</p>
-
-<p>Y, pegando el último tijeretazo, me invitó á pasar
-á su toldo.</p>
-
-<p>Acepté, y entramos en él.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_66"></a>[Pg 66]</span></p>
-
-<p>Tres fogones ardían.</p>
-
-<p>Alrededor de ellos las chinas y las cautivas preparaban
-el almuerzo, que consistía en puchero y asado.</p>
-
-<p>Nos sentamos quedando mi compadre enfrente de mí.</p>
-
-<p>Empezaron á entrar visitas, se colocaron en dos filas
-y la charla no se hizo esperar.</p>
-
-<p>Eran todas personas de importancia.</p>
-
-<p>No siendo Juan de Dios San Martín bastante buen
-lenguaraz, mandaron llamar otro cristiano, hombre de
-la entera confianza de Baigorrita.</p>
-
-<p>Era necesario que todos los circunstantes se enterasen
-perfectamente bien de mis <em>razones</em>.</p>
-
-<p>Vino Juancito, que así se llamaba el perito, y se
-colocó entre mi compadre y yo, dando la espalda á la
-entrada del toldo.</p>
-
-<p>Era un zambo motoso, de siete pies de alto, gordo
-como un pavo cebado.</p>
-
-<p>Su traje consistía en un simple chiripá de jerga
-pampa.</p>
-
-<p>En su fisonomía estaban grabados con caracteres inequívocos
-los instintos animales más groseros. Todas
-sus facciones eran deformes, y á la manera de los indios,
-se había arrancado con pinzas los pelos de la
-cara, pintado los pómulos y los labios. Su mirada era
-chispeante, pero no revelaba ferocidad.</p>
-
-<p>Le dije mis primeras <em>razones</em>, intentó traducirlas.
-No pudo, sus oídos no habían jamás escuchado un lenguaje
-tan culto como el mío. Y eso que yo me esforzaba
-siempre en expresarme con toda sencillez. No entendía
-jota.</p>
-
-<p>Al transmitirle á mi compadre Baigorrita mis razones,
-Camargo y Juan de Dios San Martín, le decían:</p>
-
-<p>&mdash;El Coronel no ha dicho eso.</p>
-
-<p>Las visitas, impacientadas, gruñían contra el zam<span class="pagenum"><a id="Page_67"></a>[Pg 67]</span>bo.
-Él, avergonzado y turbado de su imbecilidad, sudaba
-la gota gorda. Su cara y su pelo traspiraban
-como si estuviera en un baño ruso, despidiendo un olor
-grasiento peculiar que volteaba.</p>
-
-<p>Cuando su confusión llegó hasta el punto de sellarle
-los labios, cayó en una especie de furor concentrado.
-Levantóse de improviso, y diciendo: «Me voy, ya no
-sirvo», se marchó.</p>
-
-<p>Nadie hizo la menor observación.</p>
-
-<p>La conversación continuó, haciendo de intérpretes
-los otros lenguaraces.</p>
-
-<p>Las mujeres de mi compadre, las chinas y cautivas
-se pusieron en movimiento, y el almuerzo vino.</p>
-
-<p>Á cada cual le tocó, lo mismo que en el toldo de Mariano
-Rosas, un enorme plato de madera con carne cocida,
-caldo, zapallos y choclos.</p>
-
-<p>Yo, ya estaba en mi centro.</p>
-
-<p>Comí <i lang="fr" xml:lang="fr">sans façón</i>.</p>
-
-<p>Tomaba las posturas que me cuadraban mejor, y
-calculando que lo que iba á hacer produciría buen
-efecto en el dueño de la casa y en los convidados, me
-quité las botas y las medias, saqué el puñal que llevaba
-á la cintura y me puse á cortar las uñas de los pies,
-ni más ni menos que si hubiera estado solo en mi cuarto,
-haciendo la policía matutina.</p>
-
-<p>Mi compadre y los convidados estaban encantados.
-Aquel coronel cristiano parecía un indio. ¿Qué más
-podían ellos desear? Yo iba á ellos. Me les asimilaba.
-Era la conquista de la barbarie sobre la civilización.
-El <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, imperator</i>, del sueño que tuve en
-Leubucó la noche en que Mariano Rosas me hizo beber
-un cuerno de aguardiente, estaba allí transfigurado.</p>
-
-<p>Cuando acabé la operación de cortarme las uñas de
-los pies, me limpié las de las manos, y para completar
-la comedia me escarbé los dientes con el puñal.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_68"></a>[Pg 68]</span></p>
-
-<p>Trajeron el asado, agua y trapos. En lugar de hacer
-uso del cuchillo de la casa, hice uso del mío.</p>
-
-<p>El indio del día antes, se presentó á la sazón con
-mis guantes, se me sentó al lado y le dió por jugar
-con mi pera, insistiendo en que la había de trenzar,
-porque era linda, según él decía. Le dejé hacer su
-gusto.</p>
-
-<p>Terminado el almuerzo, trajeron unas cuantas botellas
-de aguardiente y entre <em>yapaí</em> y <em>yapaí</em> las apuramos.</p>
-
-<p>Mi ahijado, á quien el día antes había acariciado,
-se acercó á mí. Le hice un cariño. Una cautiva le habló
-en la lengua, y el chiquilín juntó las manos, y
-todo ruborizado me dijo: «bendición».</p>
-
-<p>&mdash;«Dios te haga un buen cristiano, ahijado»&mdash;le
-contesté; y echándole los brazos le senté en mis piernas.</p>
-
-<p>El chiquilín se quedó como en misa, saqué el reloj y
-se lo puse al oído para que oyera el tic-tac de la rueda:
-siguió inmóvil. Guardé el reloj, y viendo que por sobre
-su cabecita caminaban ciertos animalitos de mil pies,
-me puse á expulgarlo.</p>
-
-<p>Comprendo, Santiago amigo, que estos detalles son
-poco filosóficos é instructivos; pero, hijo mío, ya que
-no puedo cantar las glorias de mi espada, permíteme
-describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre los Ranqueles.</p>
-
-<p>El pulcro y respetable público tendrá la bondad de
-ser indulgente, á no ser que prefiera, lo que no suele
-ser raro, la mentira á la verdad.</p>
-
-<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Rien n'est beau que le vrai.</i></p>
-
-<p>Tomo el dicho por los cabellos y continúo.</p>
-
-<p>Mi ahijado estaba acostumbrado á la operación.</p>
-
-<p>Los indios se la hacen unos á otros, al rayar el sol,
-con un apéndice que dejo á tu perspicacia adivinar.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_69"></a>[Pg 69]</span></p>
-
-<p>De gustos no hay nada escrito.</p>
-
-<p>Una ostra cruda es para algunos el bocado más sabroso.
-Vitelio se comía, para abrir el apetito, cuarenta
-docenas de una sentada.</p>
-
-<p>Algunos buscan el queso hediondo, y prefieren <em>el
-que camina</em>.</p>
-
-<p>Mientras tanto, otros no pueden pasar ni lo uno ni
-lo otro.</p>
-
-<p>No nos admiremos de las costumbres de los indios.</p>
-
-<p>He de repetir hasta el cansancio, que nuestra civilización
-no tiene el derecho de ser tan orgullosa.</p>
-
-<p>En Santiago del Estero, donde lengua y costumbres
-tienen un sabor primitivo, los pobres hacen lo mismo
-que los indios.</p>
-
-<p>El que quiera verlo, no tiene más que tomar la mensajería
-del Norte y dar un paseo por aquella provincia
-argentina.</p>
-
-<p>Y en la sierra de Córdoba hacen igual cosa. Está
-más cerca y la excursión sería más pintoresca.</p>
-
-<p>Mi ahijado se quedó dormido.</p>
-
-<p>Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le
-dejé quieto.</p>
-
-<p>Las visitas se fueron retirando.</p>
-
-<p>Algunas se echaron, quedándose dormidas.</p>
-
-<p>Yo, siguiendo mi plan de <em>hacerme interesante</em>, las
-imité. ¡Qué había de dormir! Era imposible. Cuerpos
-extraños al mío, me tenían en una agitación indescriptible.</p>
-
-<p>Me quedé no obstante en el toldo haciendo que dormía.</p>
-
-<p>Ronqué.</p>
-
-<p>Mi compadre impuso silencio. Debía mirarme con
-placer.</p>
-
-<p>De repente llamé con voz trémula y débil á Rufino
-Pereyra.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_70"></a>[Pg 70]</span></p>
-
-<p>No contestó; no podía oírme. Lo calculaba.</p>
-
-<p>Entonces, fingiendo un enojo terrible, me incorporé
-súbito y grité con todas mis fuerzas:</p>
-
-<p>&mdash;¡Rufino! ¡Rufino!</p>
-
-<p>Rufino contestó de lejos:</p>
-
-<p>&mdash;Voy, señor; y entró volando en el toldo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no venías?</p>
-
-<p>&mdash;No había oído.</p>
-
-<p>Le apostrofé.</p>
-
-<p>Mi compadre fumaba tranquilamente su pipa, rodeado
-de sus tres hijos menores dormidos.</p>
-
-<p>Me miró como diciendo para sus adentros: Este
-hombre, es un hombre.</p>
-
-<p>Mis contrastes le seducían. La dulzura, la aspereza,
-la calma y la irascibilidad hablan muy alto á la imaginación
-de un salvaje.</p>
-
-<p>&mdash;Tráeme mi navaja de barba&mdash;le dije á Rufino.</p>
-
-<p>Salió.</p>
-
-<p>&mdash;Compadre&mdash;continué, dirigiéndome á mi huésped,&mdash;le
-voy á hacer un regalo; veo que usted se afeita.</p>
-
-<p>No contestó, porque no entendía. Los lenguaraces
-se habían retirado. Llamó á Juan de Dios San Martín.
-Entró éste y junto con él Rufino, trayendo la navaja
-y el asentador, que tenía cuatro faces, una con piedra.</p>
-
-<p>Tomélo, y haciéndole ver á mi compadre cómo se
-asentaba la navaja, le di ambas cosas.</p>
-
-<p>Las tomó, y viendo primero si se adaptaban al bolsillo
-de su tirador, las colocó en seguida en él.</p>
-
-<p>Salí del toldo. Me mudé la ropa, después que Carmen
-me ayudó á eliminar los intrusos que se habían
-guarecido en mis cabellos; di un paseo porque tenía
-necesidad de respirar el aire libre y puro del campo,
-haciendo fuego con el revólver sobre algunos caranchos
-y teruteros; y al rato volví al fogón para acabar
-de disipar con café los efectos del aguardiente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_71"></a>[Pg 71]</span></p>
-
-<p>De regreso de la caminata, pasé por detrás del toldo
-de mi compadre y volví á ver la <em>cara patibularia</em> del
-día antes, apoyada con aire sombrío en la costanera del
-ranchito que servía de cocina, y que sobresalía media
-vara.</p>
-
-<p>Junto con ella estaba otra juvenil, de aspecto extraño
-y marcadamente de cristiano.</p>
-
-<p>La curiosidad me acercó á ellos.</p>
-
-<p>Les dirigí la palabra, callaron.</p>
-
-<p>&mdash;¿No entienden?&mdash;les dije, con cierta acritud.&mdash;Me
-contestaron en lengua de indio.</p>
-
-<p>Comprendí que no querían hablar conmigo.</p>
-
-<p>El hecho acabó de despertar mi curiosidad.</p>
-
-<p>No pude decir por qué, pero lo cierto es que la primera
-cara me alarmaba.</p>
-
-<p>Seguí mi camino con el intento de averiguar quiénes
-eran aquellos desconocidos.</p>
-
-<p>Entré en el toldo de mi compadre.</p>
-
-<p>Estaba solo con sus hijos, en la misma postura en
-que le había dejado hacía un rato, y picaba tabaco.</p>
-
-<p>¿Con qué?</p>
-
-<p>Nada menos que con la navaja de barba que le acababa
-de regalar.</p>
-
-<p>El asentador le servía de punto de apoyo.</p>
-
-<p>&mdash;Bien empleado me está&mdash;dije para mi coleto,&mdash;por
-haber gastado pólvora en chimangos.</p>
-
-<p>Mi compadre se sonrió complacido y con una cara
-como unas pascuas, y mirándose en la superficie tersa
-y lustrosa de la navaja, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Lindo.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad&mdash;le contesté, murmurando:&mdash;no te degollarás
-con ella; y agregando al mismo tiempo que
-hacía el ademán de afeitarme: mejor es para esto.</p>
-
-<p>Me entendió, y repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Cuchillo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_72"></a>[Pg 72]</span></p>
-
-<p>Quería decirme que el cuchillo era más aparente
-para afeitarse.</p>
-
-<p>Llamó á Juan de Dios San Martín.</p>
-
-<p>Mientras éste venía, salí del toldo para contarles á
-mis ayudantes y á los franciscanos qué suerte había
-corrido la navaja de Rodgers.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_73"></a>[Pg 73]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >VIII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Dos desconocidos.&mdash;El cuarterón.&mdash;El mayor Colchao y su hijo.&mdash;Una
-cautiva explica quién era Colchao y refiere su historia.&mdash;Provocaciones
-de Caiomuta.&mdash;<em>Gualicho</em> redondo.&mdash;Contradicciones
-del cuarterón.&mdash;Juan de Dios San Martín.&mdash;Dudas sobre
-la fidelidad conyugal.&mdash;Picando tabaco.&mdash;Retrato de Baigorrita.&mdash;Un
-espía de Calfucurá.</p>
-</div>
-
-<p>En el fogón no había nadie.</p>
-
-<p>Todos estaban detrás de la cocina, porque en ese sitio
-no daba el sol.</p>
-
-<p>Buscaba á quien contarle el uso que mi compadre
-hacía de mi rica navaja de barba.</p>
-
-<p>Fuí pues, en busca de mis compañeros de peregrinación.</p>
-
-<p>Hablaban con los dos desconocidos.</p>
-
-<p>Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome
-dentro, y les conté el caso, riéndome á carcajadas.</p>
-
-<p>Unos cuantos, ¡qué bárbaro! se oyeron al mismo
-tiempo.</p>
-
-<p>Después de un instante de hilaridad, pregunté, ¿qué
-hombres son ésos con quienes hablaban ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;No sabemos&mdash;contestaron unos.</p>
-
-<p>&mdash;Tratábamos de averiguarlo&mdash;dijeron los franciscanos.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á ver&mdash;repuse.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_74"></a>[Pg 74]</span></p>
-
-<p>Me dirigí á ellos. Todos me siguieron.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te llamas?&mdash;le pregunté al primero que
-había visto.</p>
-
-<p>Era un cuarterón tostado por el sol, como de cuarenta
-años.</p>
-
-<p>Tenía una cara que daba miedo, grandes ojos negros,
-redondos, sin brillo, nariz aplastada, por cuyas
-ventanas salían algunos pelos, boca grande, en la que
-vagaba una sonrisa sardónica, dejando entrever dos
-filas de dientes enormes, separados, como los del cocodrilo,
-todo ello encerrado dentro de un óvalo que empezaba
-con una frente estrecha, erizada de cabellos duros
-y parados como las espinas del puerco espín, y
-terminaba con una barba aguda ligeramente retorcida
-para arriba.</p>
-
-<p>Estaba gordo y no tenía una sola arruga en el cutis.
-Llevaba un aro de oro en la oreja izquierda, y la
-barba y el bigote se las había arrancado con pinzas, á
-lo indio, de manera que en los poros irritados, se había
-infiltrado el polvo más tenue, dándole con la transpiración
-á su antipática facha, el mismo aspecto que hubiera
-tenido si la hubiesen escarificado con finísimas
-agujas y tinta china.</p>
-
-<p>Vestía ropa andrajosa. No llevaba calzado, y en sus
-pies encallecidos resaltaban unas grandes uñas incrustadas
-como conchas fósiles en calcárea roca.</p>
-
-<p>No me contestó. Pero fijó su mirada vaga en mí.</p>
-
-<p>Volví á interrogarle.</p>
-
-<p>Siguió callado, bajó la vista, la fijó en tierra, é
-hizo un ademán con los hombros, hundiendo el pescuezo
-en ellos, como quien dice: no sé, ¿qué le importa
-á usted?</p>
-
-<p>&mdash;Tú has de ser algún bellaco&mdash;le dije.</p>
-
-<p>No contestó.</p>
-
-<p>Entonces, dirigiéndome al más joven:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_75"></a>[Pg 75]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y tú quién eres?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>Parecía un cuadrumano. Era un mono vestido de
-gaucho. También estaba afeitado á lo indio, y su ropa
-era nueva y de buena calidad. Tendría dieciocho años.</p>
-
-<p>&mdash;Soy hijo del mayor Colchao&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hijo del mayor Colchao?&mdash;repuse, con extrañeza.</p>
-
-<p>Una cautiva que se había llegado á nosotros, me
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Es mi marido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tu marido?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo es eso?</p>
-
-<p>&mdash;El cacique me ha casado con él.</p>
-
-<p>Me refirió entonces, que era de San Luis, que durante
-algún tiempo había vivido con un indio muy
-malo. Que éste había muerto á consecuencia de heridas
-recibidas en la última invasión que llevaron los
-Ranqueles al Río 5.º cuando los derroté en los Pozos
-Covados, cerca de Santa Catalina; y que no habiendo
-dejado herederos, Baigorrita la había recogido y se la
-había dado al mayor Colchao, montonero de la gente
-del Chacho, refugiado en Tierra Adentro. Agregó que
-Colchao era muy bueno y que ahora era feliz.</p>
-
-<p>&mdash;Vea, señor&mdash;me decía,&mdash;cómo me castigaba el indio.
-Y mostraba los brazos y el seno cubiertos de moretones
-empedernidos y de cicatrices. Así, añadía con
-mezclada expresión de candor y crueldad, yo rogaba á
-Dios que el indio echara por la herida cuanto comiese.
-Porque tenía un balazo en el pescuezo y por ahí se le
-salía todo, envuelto con el humor y...</p>
-
-<p>Me dió asco aquella desdichada, cuyos ojos eran hermosísimos.
-Tenía una lubricidad incitante en la fisonomía.
-Era esbelta y graciosa.</p>
-
-<p>Á fin de que no continuara el repugnante relato de<span class="pagenum"><a id="Page_76"></a>[Pg 76]</span>
-las agonías de su opresor, y queriendo saber quién era
-ese mayor Colchao, la interrumpí, preguntándole:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién es Colchao?</p>
-
-<p>&mdash;Ese hombre que habrá visto, señor, aquí, el que
-traía enlazada la res que le carneamos.</p>
-
-<p>Yo lo había tomado por un indio.</p>
-
-<p>Era un hombre insignificante. Mi compadre tenía
-mucha confianza en él. Hacía de capataz suyo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y este muchacho, dices que es hijo de Colchao?&mdash;volví
-á preguntarle.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor&mdash;repitió.</p>
-
-<p>&mdash;Y, ¿dónde vives tú?&mdash;le preguntó á aquél.</p>
-
-<p>&mdash;En la toldería del capitanejo Estanislao.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cerca de aquí?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué distancia hay?</p>
-
-<p>&mdash;Un día de camino (son treinta leguas en lenguaje
-convencional de los indios).</p>
-
-<p>&mdash;¿Y á ese hombre le conoces?&mdash;le pregunté, señalándole
-al cuarterón.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Desde cuándo?</p>
-
-<p>&mdash;Hace tres días.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tres días no más?</p>
-
-<p>&mdash;Sí señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo así?</p>
-
-<p>&mdash;Lo he conocido en el campo, viniendo para acá.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde venías?</p>
-
-<p>&mdash;Del toldo de Estanislao.</p>
-
-<p>&mdash;¿En qué rumbo queda?</p>
-
-<p>&mdash;Aquí (señalando al Sudoeste).</p>
-
-<p>&mdash;¿En qué venía?</p>
-
-<p>&mdash;Á caballo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con cuántos caballos?</p>
-
-<p>&mdash;En el montado.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_77"></a>[Pg 77]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y de dónde venía?</p>
-
-<p>&mdash;De lo de Calfucurá.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué, por ahí va el camino?</p>
-
-<p>&mdash;Por ahí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuántos días de camino hay del toldo de Estanislao
-al de Calfucurá?</p>
-
-<p>&mdash;Dos días y medio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y habla castellano ese hombre?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>Aquí interrumpí el diálogo con el hijo de Colchao,
-y dirigiéndome al otro, le dije:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque te estabas haciendo el zonzo?</p>
-
-<p>No contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Habla, imbécil&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Tengo vergüenza&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Has de ser algún bandido&mdash;repuse, y dándole las
-espaldas, les dije en voz baja á mis ayudantes:&mdash;averígüenle
-la vida.</p>
-
-<p>Iba á retirarme, pero se me ocurrió una pregunta
-esencial. Se la hice.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde eres?</p>
-
-<p>&mdash;De Patagones.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!&mdash;dijo mi ayudante Rodríguez,&mdash;á mí me
-has dicho hace un rato que chileno.</p>
-
-<p>&mdash;Y á mí, no recuerdo quién, que de Bahía Blanca.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ha de ser algún pícaro&mdash;les contesté.</p>
-
-<p>Y esto diciendo me dirigí al toldo de mi compadre.</p>
-
-<p>Estaba como le había dejado, en la misma postura,
-seguía picando tabaco con la navaja y hablaba con
-Juan de Dios San Martín.</p>
-
-<p>Me senté, y le hice preguntar por el lenguaraz quién
-era el desconocido.</p>
-
-<p>Me contestó que no sabía, que lo había visto; pero
-que había creído que era de mi gente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_78"></a>[Pg 78]</span></p>
-
-<p>Juan de Dios San Martín dijo que él no había reparado
-en semejante hombre.</p>
-
-<p>Le observé á mi compadre que cómo había podido
-tomar por hombre mío un rotoso como ése.</p>
-
-<p>Se encogió de hombros, y le ordenó á San Martín
-que averiguase quién era, de dónde venía, qué quería.</p>
-
-<p>San Martín salió.</p>
-
-<p>Yo me eché en el suelo, como en un mullido sofá.</p>
-
-<p>Mi compadre siguió imperturbable picando su tabaco.</p>
-
-<p>Estuvimos en silencio, mientras San Martín indagó
-lo que queríamos saber.</p>
-
-<p>Juan de Dios San Martín era el lenguaraz de mi
-compadre, su secretario, su amigo, sirviente y confidente.
-Varias veces como representante suyo estuvo en
-el Río 4.º.</p>
-
-<p>Es un <em>roto</em> chileno, vivo como un rayo, taimado y
-melifluo; que sabe tirar y aflojar cuando conviene.
-Tiene treinta años y sabe leer y escribir perfectamente
-bien. Tenía varios libros, entre ellos un tratado de
-geografía.</p>
-
-<p>Como su cara hay muchas. No tiene nada de notable.
-Es blanco y de sangre pura. Según él, está entre los
-indios para rescatar algunos parientes mendocinos.
-Será ó no verdad. Yo sólo sé que estando en el Río
-4.º entre varias cautivas, que me mandó Mariano Rosas,
-que entregué al padre Burela, venía una de unos
-diecisiete años, que se decía prima suya y que le estaba
-muy agradecida.</p>
-
-<p>Pretendía también San Martín estar muy enamorado
-de una chiquilla de catorce años, <em>que había sido ya</em>
-querida de mi compadre, quien se la había vendido. Y
-decía que saldría de los indios cuando se le acabara
-de pagar. La chiquilla andaba por allí, era bonita y
-muy inocentona al parecer. Lo mismo que estaba con<span class="pagenum"><a id="Page_79"></a>[Pg 79]</span>
-San Martín hubiera estado con otro. Era mendocina y
-vestía exactamente como una india. Su donosura contrastaba
-en extremo con su desaseo. Reía y jugaba con
-todos mis ayudantes con infantil desenfado, y <em>su dueño</em>
-no se curaba de ello. El derecho de vida ó muerte que
-tenía sobre la pobre le inspiraba sin duda esa confianza.
-La institución es bárbara, nadie lo pondrá en duda.
-Pero hay que reconocer que entre los indios no <em>se mata</em>
-por celos. Algo más; hay que reconocer que los casos
-de infidelidad son rarísimos allí.</p>
-
-<p>Mientras llega San Martín con las noticias que ha
-ido á traer, se me ocurre preguntar:</p>
-
-<p>La virtud de la fidelidad conyugal, que no puede
-ser convencional sino que debe tener por base un sentimiento,
-el amor, ¿dónde está más segura, entre los
-ranqueles ó entre los cristianos?</p>
-
-<p>Me guardo bien de contestar.</p>
-
-<p>Prefiero esperar á San Martín, llamando tu atención,
-Santiago amigo, sobre los tipos que se refugian
-entre los indios. Calcula si ellos conocerán bien á los
-cristianos, sus ideas, sus tendencias, sus proyectos futuros,
-teniendo á su lado secretarios lenguaraces, amigos
-íntimos por el estilo del que te acabo de bosquejar.</p>
-
-<p>Aquel mundo es realmente digno de estudio. Lo tenemos
-encima, golpeando diariamente nuestras puertas,
-como los enemigos de Roma, en sus horas aciagas,
-¿y qué sabemos de él?</p>
-
-<p>Que nos roban.</p>
-
-<p>Es bastante; pero no es una noticia nueva para el
-país. Tanto valiera decirle: hay guerra civil en Entre
-Ríos. La conciencia pública lo sabe, no lo ve, pero
-lo siente. Ella pregunta otra cosa. ¿Cuál es el remedio
-que costando menos sangre puede conciliar el <em>hecho
-con el derecho</em>? ¿Y por qué pregunta eso? Porque
-mientras para todo le presentéis el filo de una espada,<span class="pagenum"><a id="Page_80"></a>[Pg 80]</span>
-la clemencia humana estará en su derecho de exclamar
-<em>¡fratricidas!</em></p>
-
-<p>San Martín volvió, diciendo que el desconocido venía
-de las tolderías de Calfucurá.</p>
-
-<p>Mi compadre no manifestó extrañeza alguna.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo es&mdash;le pregunté,&mdash;que ustedes no se fijan
-en los que vienen y están una porción de días comiendo
-en sus casas?</p>
-
-<p>&mdash;Aquí viene el que quiere, compadre&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si vienen á espiar?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué van á espiar?</p>
-
-<p>&mdash;Pero lo que ustedes hacen.</p>
-
-<p>&mdash;Nosotros hacemos toda la vida lo mismo.</p>
-
-<p>Le hice una seña á San Martín, salí del toldo y me
-siguió.</p>
-
-<p>Mi compadre continuó picando su tabaco, le quedaba
-aún un rollo tucumano.</p>
-
-<p>San Martín me había servido con lealtad en otras
-ocasiones. Le encargué que tomara más informes sobre
-el desconocido, y se marchó.</p>
-
-<p>Al separarse de mí, el padre Marcos vino á decirme
-que aquél me pedía una camisa y unos calzoncillos,
-hierba, tabaco y papel.</p>
-
-<p>Todo se me había concluido. Pero donde hay soldados
-no faltan jamás corazones desprendidos y generosos.</p>
-
-<p>Llamé un asistente y le dije que me buscara entre
-sus compañeros una camisa y unos calzoncillos, y
-todo lo demás que pedía el desconocido.</p>
-
-<p>Hizo una junta: á éste pidió una cosa, á aquél
-otra, al uno yerba, al otro azúcar, tabaco y papel y
-volvió al punto con la contribución.</p>
-
-<p>Le di todo al padre Marcos, y el buen franciscano
-se fué muy contento, llevándoselo todo á su protegido.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_81"></a>[Pg 81]</span></p>
-
-<p>Me senté á descansar en un diván que con caronas
-y ponchos me improvisaron los soldados.</p>
-
-<p>Dormitaba, cuando oí un tropel de caballos y una
-voz de indio que con acento de embriaguez preguntaba:</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está ese coronel Mansilla?</p>
-
-<p>Hablaba con los que estaban detrás de la cocina.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí&mdash;le contestaron.</p>
-
-<p>Un jinete indio se me presentó, pisándome casi con
-las patas del caballo.</p>
-
-<p>Le reconocí en el acto: era Caiomuta, y viendo que
-estaba ebrio le miré con afectado desprecio y no le
-dije nada.</p>
-
-<p>&mdash;Vos, coronel Mansilla&mdash;gritó el bárbaro, clavándole
-ferozmente las espuelas al caballo, <em>rayándolo</em> y
-levantando una nube de polvo que me envolvió.</p>
-
-<p>Creí que iba á atropellarme.</p>
-
-<p>Callé, me puse en pie y en ademán de defenderme.</p>
-
-<p>&mdash;Vos, coronel Mansilla&mdash;volvió á gritarme.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;le contesté secamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ahhhh!&mdash;hizo.</p>
-
-<p>Permanecí en silencio, y como se retirara unos
-cuantos pasos, avancé sobre él, cubriendo mi frente con
-el fogón que presentaba el obstáculo de unos grandes
-montones de leña.</p>
-
-<p>&mdash;¿Vos amigo indio?&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;le contesté, y avancé para darle la mano.</p>
-
-<p>Me rechazó, diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Yo dando mano, amigo no más.</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy tu amigo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué entonces midiendo tierra, <em>gualicho redondo</em>?</p>
-
-<p><em>Gualicho redondo</em> era mi aguja de marcar óptica,
-de la que me había servido infinidad de veces, en la
-travesía del Río 5.º á Leubucó.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_82"></a>[Pg 82]</span></p>
-
-<p>&mdash;Eso no es para medir tierra&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Vos engañando&mdash;repuso.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no miento.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces qué haciendo <em>gualicho redondo</em>?</p>
-
-<p>&mdash;Era para saber el rumbo, dónde quedaba el
-Norte.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y para qué haciendo eso, teniendo camino y baqueano?</p>
-
-<p>&mdash;Porque cuando ando por los campos me gusta saber
-derecho adónde voy.</p>
-
-<p>&mdash;<em>¡Winca! ¡winca!</em>&mdash;murmuró. Y en voz alta y
-volviendo á rayar el caballo, en círculos concéntricos
-para lucir la rienda del animal y su destreza, gritó:
-¡engañando!</p>
-
-<p>Llegaron varios indios, hablaron á un mismo tiempo
-y rodeándome me dijeron:</p>
-
-<p>&mdash;Dando camisa.</p>
-
-<p>&mdash;No tengo&mdash;contesté secamente.</p>
-
-<p>Caiomuta, con ojos mal intencionados me echó encima
-el caballo, balanceándose sobre él con dificultad,
-y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Vos rico, dando, pues, pobres indios.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no doy nada á quien no es mi amigo&mdash;le contesté,
-frunciendo el ceño y apostrofándole de bárbaro.</p>
-
-<p>Recogió el caballo como para atropellarme. Me retiré.
-Llegaron mis ayudantes y asistentes y me rodearon.</p>
-
-<p>&mdash;¡Winca! ¡winca!&mdash;bramó el indio.</p>
-
-<p>Juan de Dios San Martín se presentó en ese momento
-y me dijo, que decía Baigorrita que no le hicieran
-caso á su hermano, que me fuera á su toldo. Y de su
-cuenta agregó: Ese indio, señor, tiene muy malas entrañas.</p>
-
-<p>Me pareció desdoroso abandonar el campo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_83"></a>[Pg 83]</span></p>
-
-<p>Le contesté á mi compadre que no tuviese cuidado.</p>
-
-<p>Caiomuta se echó al coleto un trago, como un chorro,
-de una limeta de aguardiente que llevaba en la
-mano derecha, y picando el caballo y vociferando insultos
-contra Baigorrita, á quien tachaba de ladrón,
-y diciéndoles á los otros que le siguieran, se lanzó á
-toda brida por unos arenales donde parecía imposible
-que el caballo corriera.</p>
-
-<p>Queriendo evitar un segundo diálogo, me dirigí al
-toldo de mi compadre; pero viendo al padre Marcos
-con el desconocido, hice un rodeo y me acerqué á ellos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y al fin de dónde eres?&mdash;le pregunté:&mdash;¿de Chile,
-de Patagones ó de Bahía Blanca?</p>
-
-<p>No me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque tienes lengua para pedir y no la tienes
-para contestar?&mdash;agregué.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no he pedido nada&mdash;contestó por primera vez
-con acento porteño.</p>
-
-<p>&mdash;Lo que yo debía hacer era quitarte por soberbio
-lo que te he dado&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí está&mdash;murmuró con desprecio.</p>
-
-<p>Me retiré. Aquel hombre me alteraba la sangre, y
-entré en el toldo de mi compadre.</p>
-
-<p>Seguía picando tabaco.</p>
-
-<p>Me hizo señas de que tomara asiento.</p>
-
-<p>Me senté.</p>
-
-<p>Trajeron puchero.</p>
-
-<p>Comí.</p>
-
-<p>Á mi compadre le sirvieron un riñón de cordero, caliente,
-crudo y un bofe de vaca fiambre, aliñado con
-cebolla y sal.</p>
-
-<p>Me ofreció un bocado.</p>
-
-<p>Acepté.</p>
-
-<p>El riñón era incomible, hedía como álcali volátil;<span class="pagenum"><a id="Page_84"></a>[Pg 84]</span>
-pero lo mastiqué procurando no hacer gestos y lo
-tragué.</p>
-
-<p>El bofe era pasable; pero prefiero no volver á probarlo
-más en mi vida.</p>
-
-<p>Como no había lenguaraz no hablábamos sino una
-que otra palabra.</p>
-
-<p>Aproveché el tiempo para observar la fisonomía de
-aquel <em>picador de tabaco</em> imperturbable, especie de patriarca.</p>
-
-<p>Manuel Baigorría, alias Baigorrita, tiene treinta
-y dos años.</p>
-
-<p>Se llama así porque su padrino de bautismo fué
-el gaucho puntano de ese nombre, que en tiempos del
-cacique Pichum, de quien era muy amigo, vivió en
-Tierra Adentro. Su madre fué una señora cautiva del
-Morro. Allí vivía no ha mucho con su familia, rescatada,
-no puedo decir en qué época. Baigorrita tiene
-la talla mediana, predominando en su fisonomía el
-tipo español. Sus ojos son negros, grandes, redondos y
-brillantes; su nariz respingada y abierta; su boca
-regular; sus labios gruesos; su barba corta y ancha.
-Tiene una cabellera larga, negra y lacia, y una frente
-espaciosa, que no carece de nobleza. Su mirada es
-dulce, bravía algunas veces. En este conjunto sobresalen
-los instintos carnales y cierta inclinación á las
-emociones fuertes, envuelto todo en las brumas de una
-melancolía genial.</p>
-
-<p>Con otro tipo mi compadre sería un árabe.</p>
-
-<p>Es muy aficionado á las mujeres, jugador y pobre;
-tiene reputación de valiente, de manso y prestigio
-militar entre sus indios.</p>
-
-<p>Sus costumbres son sencillas, no es lujoso ni en los
-arreos de su caballo.</p>
-
-<p>Me habló varias veces con ternura de la madre, ma<span class="pagenum"><a id="Page_85"></a>[Pg 85]</span>nifestándome
-el deseo de ir al Morro á visitar sus parientes.</p>
-
-<p>Caiomuta es su hermano menor por parte de padre.
-Son enemigos. Caiomuta es rico, ladrón como Caco,
-borracho como Baco y malo como Satanás. Insolente,
-violento, audaz, aborrecido de la generalidad. Pero es
-fuerte, porque tiene un circulito de desalmados que le
-siguen ciegamente, ayudándole á perpetrar todas sus
-maldades.</p>
-
-<p>Concluía el estudio de los rasgos fisonómicos de mi
-compadre, cuando se presentó San Martín.</p>
-
-<p>Cambió algunas palabras en lengua araucana con
-aquél, y diciéndome en un aparte que tenía algo que
-comunicarme, se retiró.</p>
-
-<p>&mdash;Hasta luego&mdash;le dije á Baigorrita, que sin dejar de
-picar su tabaco, me contestó : <em>¡adió!</em> (los indios, como
-los negros, no pronuncian generalmente las eses finales),
-y fuí á ver qué me quería San Martín.</p>
-
-<p>En cuanto me acerqué á él, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Señor, el hombre es un espía de Calfucurá.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y tras de qué anda?</p>
-
-<p>&mdash;Viene á ver qué hace usted aquí. Allí temen que
-usted mueva estas indiadas contra aquéllas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y se lo has dicho á Baigorrita ahora lo que hablaste
-con él?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor.</p>
-
-<p>&mdash;Avísaselo, pues.</p>
-
-<p>San Martín obedeció.</p>
-
-<p>Yo me quedé pensando en la cautelosa previsión de
-Calfucurá, el gran político y guerrero de la Pampa,
-tan temido por su poder como por su sabiduría.</p>
-
-<p>La noticia de mi arribo á las tolderías de los ranqueles,
-le había sido transmitida por Mariano Rosas, junto
-con una consulta, en su calidad de aliado por simpatía
-de raza.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_86"></a>[Pg 86]</span></p>
-
-<p>Su contestación había sido que la paz convenía, que
-no vacilase en sellarla y cumplirla.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo había enviado un emisario secreto.</p>
-
-<p>¿Hombres de Estados cultos habrían procedido de
-otra manera?</p>
-
-<p>¿La diplomacia moderna es más sincera y menos
-desconfiada?</p>
-
-<p>Tú, que vives en Europa, donde nacieron y gobernaron
-Richelieu, Mazarino, Walpole, Alberoni, Talleyrand
-y Maeternich, en Europa, que nos da la norma
-en todo, lo dirás.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_87"></a>[Pg 87]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >IX</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Cansancio.&mdash;Puesta del sol.&mdash;Un fogón de dos filas.&mdash;Mis caballos
-no estaban seguros.&mdash;Aviso de Baigorrita.&mdash;Los indios
-viven robándose unos á otros.&mdash;La justicia.&mdash;Los pobres son
-como los caballos <em>patrios</em>.&mdash;Cena y sueño.&mdash;Intentan robarme
-mis caballos.&mdash;Cantan los gallos.&mdash;Visión.&mdash;El mate.&mdash;Un cañonazo.</p>
-</div>
-
-
-<p>El día había sido fecundo en impresiones. La tarde,
-esa hora dulce y melancólica, avanzaba. El fuego solar
-no quemaba ya. La brisa vespertina soplaba fresca,
-batiendo la grama frondosa, el verde y florido trébol,
-el oloroso poleo, y arrancándole sus perfumes suaves
-y balsámicos á los campos, saturaba la atmósfera al
-pasar con aromáticas exhalaciones. Los ganados se
-retiraban pausadamente al aprisco.</p>
-
-<p>Mi cuerpo tenía necesidad de reposo. Mi estómago
-pedía un asadito á la criolla. Teníamos una carne gorda,
-que sólo mirarla abría el apetito.</p>
-
-<p>Mandé hacer un buen fogón, con asientos para todos.
-Proclamé cariñosamente á los asistentes, para
-que trajeran leña gruesa de chañar y carda.</p>
-
-<p>Había una enramada llena de cueros viejos, de trebejos
-inútiles, de guascas y chala de maíz. Le eché el
-ojo, la mandé limpiar, y me dispuse á cenar como un
-príncipe, y á pasar una noche de perlas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_88"></a>[Pg 88]</span></p>
-
-<p>Mis pensamientos eran plácidos, como los del niño
-que alegre corre y juguetea, en tarde primaveral, por
-las avenidas acordonadas de arrayán del verde y pintado
-pensil.</p>
-
-<p>Las penas andaban huidas, también ellas son veleidosas.</p>
-
-<p>Á veces suelo echarlas de menos.</p>
-
-<p>El sol hundió su frente radiosa tras de las alturas
-de Quenque, augurando el limpio horizonte y el cielo
-despejado de nubes un nuevo hermoso día; las estrellas
-comenzaron á centellear tímidamente en el firmamento;
-las sombras nocturnas fueron envolviendo poco
-á poco en tinieblas el vasto y dilatado panorama del
-desierto, y cuando la noche extendió completamente
-su imponente sudario, el fogón ardía, rechinando al
-quemarse los gruesos troncos de amarillento caldén,
-chisporroteando alegre la endeble carda, como si festejara
-el poder del elemento destructor.</p>
-
-<p>La rueda se había hecho sin orden en dos filas. Detrás
-de cada franciscano y de cada oficial había un
-asistente. El chusco Calixto Olazábal, atizaba el fuego,
-reparaba el asado, tomaba mate y soltaba dicharachos
-sin pararle la lengua un minuto.</p>
-
-<p>Á no haber estado allí los frailes, hubiera podido
-decirse que parecía un Vulcano jocoso entre las llamas,
-rodeado de condenados; porque aquéllas, flameando
-al viento, chamuscaban su barba, siendo motivo de que
-hiciera toda clase de piruetas y gesticulaciones, lo
-que provocando la risa de los circunstantes completaba
-el cuadro.</p>
-
-<p>Los ojos se me iban viendo el apetitoso asado.</p>
-
-<p>Pensaba en el pincel y en la paleta de Rembrandt,
-cuando una voz conocida dijo detrás de mí, con acento
-respetuoso:</p>
-
-<p>&mdash;¡Buenas noches, señores!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_89"></a>[Pg 89]</span></p>
-
-<p>Era Juan de Dios San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;Buenas noches; siéntese, amigo, si gusta&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias, señor&mdash;repuso;&mdash;no puedo ahora. Vengo
-á decirle, que dice Baigorrita que los caballos están
-mal donde los tiene: que ha sabido que andan unos
-indios ladrones por darle el golpe, y que sería mejor
-los encerrase en el corral.</p>
-
-<p>No pude resolverme de pronto á contestarle que estaba
-bueno, porque los animales tenían necesidad de
-alimentarse bien. Pero entre que sufrieran más y
-perderlos, el partido no era dudoso.</p>
-
-<p>Después de un instante de reflexión, contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Dile á mi compadre que si hay peligro los haré encerrar.</p>
-
-<p>&mdash;Es mejor&mdash;contestó San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;Pues bien&mdash;repuse,&mdash;que los encierren.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, le ordené al mayor Lemlenyi le hiciera
-prevenir á Camilo Arias que los caballos no dormirían
-á ronda abierta, sino en el corral.</p>
-
-<p>San Martín se fué y volvió diciéndome:</p>
-
-<p>&mdash;Dice Baigorrita que el corral tiene un portillo,
-que es preciso taparlo con ramas y que pongan una
-guardia.</p>
-
-<p>Mandé dar las órdenes correspondientes, y como Calixto
-gritara en ese momento, ¡ya está! invité nuevamente
-al mensajero de mi compadre á que se sentara.</p>
-
-<p>Aceptó, ocupó un puesto en la rueda, le entramos
-al asado, como se dice en la tierra, y mientras lo hacíamos
-desaparecer, se pusieron algunos choclos al
-rescoldo, para tener postre.</p>
-
-<p>Una jauría de perros hambrientos había formado á
-nuestro alrededor una tercera fila. Viendo que no los
-trataban como los indios, nos empujaban, y á más de
-uno le sucedió le arrebataran la tira de carne que lle<span class="pagenum"><a id="Page_90"></a>[Pg 90]</span>vaba
-á la boca. La confianza de aquellos convidados
-de piedra de cuatro patas llegó á ser tan impertinente,
-que para que nos dejaran comer en paz hubo que tratarlos
-á la baqueta.</p>
-
-<p>&mdash;Pero hombre&mdash;le dije á San Martín,&mdash;aquí no respetan
-nada. ¿Será posible que se atrevan á robarme
-mis caballos hasta del corral de Baigorrita?</p>
-
-<p>&mdash;Qué, señor, si son muy ladrones estos indios; el
-otro día, no más, se le han perdido sus caballos á Baigorrita,
-lo tienen á pie&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué ha hecho?</p>
-
-<p>&mdash;Los andan campeando.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces aquí viven robándose los unos á los
-otros?</p>
-
-<p>&mdash;Así no más viven, ya es vicio el que tienen.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué hacen con lo que roban?</p>
-
-<p>&mdash;Unas veces se lo comen, otras se lo juegan, otras
-lo llevan y lo cambalachean en lo de Mariano ó en lo
-de Ramón, ó se van á lo de Calfucurá, ó se mandan
-cambiar á Chile.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y se castiga á los ladrones?</p>
-
-<p>&mdash;Algunas veces, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero cuando á un indio le roban, qué hacen?</p>
-
-<p>&mdash;Según y conforme, señor. Unas veces le pone la
-queja al cacique, otras él mismo busca al ladrón y le
-quita á la fuerza lo que le han robado.</p>
-
-<p>Le hice algunas preguntas más, y de sus contestaciones
-saqué en conclusión que la justicia se administraba
-de dos modos: por medio de la autoridad del
-cacique y por medio de la fuerza del mismo damnificado.</p>
-
-<p>El primer modo es menos usual.</p>
-
-<p>1.º. Porque mientras el cacique manda averiguar
-quiénes son los ladrones, se descubre el hecho y se
-prueba se pasa mucho tiempo; 2.º, porque los agentes<span class="pagenum"><a id="Page_91"></a>[Pg 91]</span>
-de que se vale se dejan seducir por los ladrones; 3.º,
-porque este procedimiento no le reporta ningún beneficio
-al juez.</p>
-
-<p>El segundo modo es el que se practica con más generalidad.</p>
-
-<p>Le roban á un indio una tropilla de yeguas, por
-ejemplo.</p>
-
-<p>Es Fulano, dice por adivinación, ó porque lo sabe.
-Cuenta el número de hombres de armas de llevar que
-tiene en su casa, recluta á sus amigos, se arman todos,
-le pegan un malón al ladrón, y le quitan el robo
-y cuanto más pueden.</p>
-
-<p>Generalmente no hay lucha, porque los que van á
-vindicar la justicia son más numerosos que los que
-acaudilla el ladrón. Contra la fuerza toda la resistencia
-es inútil, máxime si no se tiene razón.</p>
-
-<p>Hecho esto, se le da cuenta al cacique, y de lo que
-á título de indemnización se ha quitado se le hace
-parte. Este hecho hace inútil todo reclamo ante él.
-Es perder tiempo.</p>
-
-<p>El indio que vaya á decirle: Yo le robé á Fulano
-diez yeguas. Me las ha quitado anoche, y cincuenta
-más, recibirá esta contestación:</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué robaste, pues? Róbale vos otra vez, y
-quítale lo que te ha robado.</p>
-
-<p>Cuando llegaba á esta parte de mis investigaciones
-sobre la justicia pampa, le pregunté á San Martín:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuando le roban á un indio pobre, que tiene
-poca familia y pocos amigos, y el ladrón es más fuerte
-que él, qué hace?</p>
-
-<p>&mdash;Nada&mdash;me respondió.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo nada?</p>
-
-<p>&mdash;Señor, si aquí es lo mismo que entre los cristianos;
-los pobres siempre se embroman.</p>
-
-<p>Calixto Olazábal metió su cuchara, y quemándose<span class="pagenum"><a id="Page_92"></a>[Pg 92]</span>
-los dedos y la boca con una tira de asado revolcado en
-la ceniza, dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Y así no más es, pues. Yo entré una vez en una
-revolución con don Olazábal. Después que las bullas
-pasaron á él lo hicieron Juez en el Río 4.º, y á mí me
-echaron de veterano en el 7 de caballería de línea.
-¡Eh! como á él no le faltaban macuquinos, la sacó
-bien.</p>
-
-<p>&mdash;Tú eres un entrometido y un bárbaro&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Así será, mi Coronel; pero yo creo que tengo razón,&mdash;repuso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué sabes tú, hombre?</p>
-
-<p>&mdash;Mi Coronel, si los pobres son como los caballos
-patrios, todo el mundo les da.</p>
-
-<p>La contestación, ó mejor dicho la comparación, les
-pareció muy buena á los circunstantes y todos la festejaron.</p>
-
-<p>Efectivamente no hay nada comparable á la desgraciada
-condición de lo que en nuestro lenguaje argentino
-se llama un <em>caballo patrio</em>.</p>
-
-<p>Empecemos porque le falta una oreja, lo que, desfigurándole,
-le da el mismo antipático aspecto que tendría
-cualquier conocido sin narices. Está siempre flaco,
-y si no está flaco, tiene una matadura en la cruz ó
-en el lomo; es manco ó bicocho; es rengo ó lunanco;
-es rabón ó tiene una porra enorme en la cola; está mal
-tusado, y si tiene la crin larga hay en ella un abrojal;
-cuando no es tuerto tiene una nube; no tiene buen
-trote ni buen galope, ni tranco, ni sobrepaso. Y sin
-embargo, todo el que le encuentra le monta. Y no hay
-ejemplo de que un patrio haya podido decir al morir:
-á mí no me sobaron jamás. Todo el que alguna vez lo
-montó le dió duro hasta postrarlo. ¡Ah! si los patrios
-que á millares yacen sepultados por los campos formando
-sus osamentas una especie de fauna postdilu<span class="pagenum"><a id="Page_93"></a>[Pg 93]</span>viana
-se levantaran como espectros de sus tumbas ignoradas
-y hablasen ¡qué no contarían! ¡Qué ideas no
-suministrarían para la defensa y seguridad de las fronteras!
-¡Pobres patrios! ¿Quién no les echó la culpa de
-algo? ¡Cuántas batallas perdidas por ellos desde el
-año 20 hasta la guerra del Paraguay, cuántas campañas
-prolongadas como la actual de Entre Ríos! ¡Cuántas
-reputaciones vindicadas á sus costillas por no haber
-vivido en tiempos de Esopo! Los tiempos hacen
-todo. Está visto. ¡Pobres patrios! Sólo ellos han callado.
-Resignados han sufrido, sufren y sufrirán su
-suerte impía. ¡Pobres patrios! Desde el día en que los
-hubo, ¿quién no ha murmurado y gritado contra la
-patria? Todo el mundo menos ellos.</p>
-
-<p><i lang="en" xml:lang="en">Such is life!</i></p>
-
-<p>¡Así es la vida! Los que no deben quejarse se
-quejan.</p>
-
-<p>Los choclos se cocieron y los comimos; se acabó la
-cena, siguió un rato más la conversación y luego cada
-cual pensó en hacer su cama.</p>
-
-<p>La mía estaba deliciosa; con cueros le habían hecho
-cortinas á la enramada; el airecito fresco de la noche
-no podía incomodarme. Me acosté.</p>
-
-<p>Después que los asistentes acomodaron las camas
-de los franciscanos y de los oficiales, se posesionaron
-del fogón y churrasquearon bien.</p>
-
-<p>Yo me dormí arrullado por su charla, y por la bulla
-del toldo de mi compadre, que junto con unos
-cuantos amigos íntimos y sus chinas, saboreaba en
-el mayor orden el aguardiente que yo le había llevado.</p>
-
-<p>Varias veces me desperté sobrecogido, creyendo ver
-al negro del acordeón y oir su voz.</p>
-
-<p>Estaba profundamente dormido, cuando San Martín,
-acercándose á mi cabecera, me despertó diciéndome:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_94"></a>[Pg 94]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Mi Coronel!</p>
-
-<p>Temiendo que mi compadre quisiera hacerme las de
-Mariano Rosas, no contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mi Coronel! ¡mi Coronel!&mdash;repitió San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;No contesté.</p>
-
-<p>Acercóse entonces á la cama de uno de mis oficiales,
-y le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;El Coronel está muy dormido, no oye, vengo á decirle
-que acaban de correr á unos ladrones que andaban
-por robarle los caballos y que es bueno que mande
-más gente al corral.</p>
-
-<p>Viendo que no había riesgo en darme por despierto,
-llamé y ordené que cuatro asistentes fueran á reforzar
-la ronda del corral. Y llamándolo á San Martín, le pregunté
-qué hacía mi compadre.</p>
-
-<p>&mdash;Se está divirtiendo&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno&mdash;le dije:&mdash;que no me vayan á incomodar
-llamándome.</p>
-
-<p>&mdash;No hay cuidado, señor, Baigorrita me ha encargado
-que repare no lo incomoden. No quiere que usted
-lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado
-á beber de noche.</p>
-
-<p>Respiré. Me acomodé en la cama, me di unas cuantas
-vueltas, porque algo había que no permitía conciliar
-el sueño con facilidad, y por fin me volví á quedar
-dormido.</p>
-
-<p>El cuerpo se acostumbra á todo. Dormí sin interrupción
-unas cuantas horas seguidas.</p>
-
-<p>La vida se pasa sin sentir, ya lo he dicho. Pero ni
-todos los días, ni todas las noches son iguales. Si lo fuesen,
-el peor de los suplicios sería vivir. Felizmente en
-la existencia humana hay contrastes.</p>
-
-<p>Imaginaos un hombre que no hace más que divertirse&mdash;ó
-á quien todo le sabe bien,&mdash;que no sabe lo que
-es una contrariedad; y decidme, lector sesudo, que aca<span class="pagenum"><a id="Page_95"></a>[Pg 95]</span>báis
-quizá de estar maldiciendo vuestra estrella, si os
-cambiaríais por él. ¡Ah! el que tiene hambre no sabe
-lo que es un opulento enfermo del estómago. Con razón
-un magnate inglés, á quien en los momentos de sentarse
-en su opípara mesa se le presentó un desconocido
-pidiéndole una limosna y diciéndole que era tan
-desgraciado que se moría de hambre contestó: Vete
-de mí, tienes hambre y dices que eres desgraciado.</p>
-
-<p>El desgraciado soy yo, que rodeado de manjares no
-puedo pasar ninguno; el que no me hace daño me empalaga.</p>
-
-<p>Por eso las mujeres de más talento, las que más interesan,
-son las que renovándose más, se prodigan menos.</p>
-
-<p>Quería decir que la segunda noche de Quenque, no
-había sido como la primera.</p>
-
-<p>En cuanto cantaron los gallos me desperté, llamé á
-Carmen y le pedí mate.</p>
-
-<p>Mientras hacía fuego, calentaba agua y lo cebaba,
-pasé revista de impresiones nocturnas. Había tenido
-un sueño, un sueño extravagante, como son todos los
-sueños, por más que hayan dicho y escrito sobre el particular
-los grandes soñadores como Simonide, Sevano,
-el sucesor de Pertinax, la madre de París, Alejandro,
-Amílcar y César.</p>
-
-<p>De una novela de Carlos Juliet, de una fiesta veneciana
-dada á Luigi Metello, de mi almuerzo en el toldo
-de Baigorrita y otras reminiscencias, mi imaginación
-había hecho un verdadero <i lang="it" xml:lang="it">imbroglio</i>.</p>
-
-<p>Había asistido á una cena. Los manjares eran todos
-de carne humana; los convidados eran cristianos disfrazados
-de indios y la escena pasaba á la vez en Quenque
-y en casa de Héctor Varela. El anfitrión era una
-mujer, Concordia, la hija de Júpiter y de Temis, y alrededor
-de ella estaban los principales hombres ar<span class="pagenum"><a id="Page_96"></a>[Pg 96]</span>gentinos.
-Cada cual tenía una vincha pampa y en ella
-se leía un mote. Mitre&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Tout ou rien.</i> Rawson&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Frères
-unis et libres.</i> Quintana&mdash;<i lang="it" xml:lang="it">Sempre Diritto.</i> Alsina&mdash;<i lang="en" xml:lang="en">Remember!</i>
-Argerich&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté.</i> Gutiérrez José María&mdash;<i lang="it" xml:lang="it">Odi
-et amo.</i> Avellaneda&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">¿Dormir? Rêver?</i> Varela
-Mariano&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Honni soit qui mal y pense?</i> Vélez Sarsfield&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">De
-l'or!</i> Gorostiaga&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Assez.</i> Elizalde&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">jamais, toujours</i>.
-Gainza&mdash;<i lang="la" xml:lang="la">Veni, vidi, vinci.</i> López Jordán&mdash;<i lang="it" xml:lang="it">Muriamur.</i>
-Sarmiento&mdash;<i lang="it" xml:lang="it">Lasciate ogni speranza.</i></p>
-
-<p>Había muchos otros convidados, veía aún como entre
-sueños sus caras, mas no podía recordar quiénes
-eran.</p>
-
-<p>¡Algunos comían, los más rechazaban la carne humana
-con asco y con horror!</p>
-
-<p>Una gran orquesta de instrumentos, que parecían
-de viento, como trompetas de papel de diario tocaban
-un aire militar y un coro como el que produciría el eco
-del pueblo agrupado en la plaza pública, cantaba:</p>
-
-<div class="poetry-container pw20">
-<div class="poetry">
-<p>«There is no hope for nations! Search the page<br />
-Of many thousand years&mdash;the daily scene;<br />
-The flow and ebb of each recurring age.<br />
-The everlasting to be which hath been,<br />
-Hath taught us nought or little.»</p>
-</div>
-</div>
-
-<p>Lo que traducido en prosa quiere decir:</p>
-
-<p>No hay ya esperanza para las naciones. Recorred las
-páginas de los siglos. ¿Qué nos han enseñado sus vicisitudes
-periódicas, el flujo y el reflujo de las edades y
-esa eterna repetición de los acontecimientos? Nada ó
-muy poco.</p>
-
-<p>Carmen llegó con el mate y me sacó de la meditación
-retrospectiva en que estaba.</p>
-
-<p>En ese momento se oyó un cañonazo.</p>
-
-<p>Era una descarga eléctrica, un trueno seco.</p>
-
-<p>El fenómeno es frecuente en la Pampa.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_97"></a>[Pg 97]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >X</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Baigorrita se levanta al amanecer y se baña.&mdash;Saludos.&mdash;En el
-toldo de mi futuro compadre.&mdash;El primer bautismo en Quenque.&mdash;Deberes
-recíprocos del padrino y del ahijado.&mdash;Nociones
-de los indios sobre Dios.&mdash;Promesas de mi compadre
-sobre mi ahijado.&mdash;Me hablan de una cosa y contesto otra.&mdash;Lucio
-Victoriano Mansilla, sería algún día un gran cacique.&mdash;Pensamientos
-locos.&mdash;Visita al toldo de Caniupán.&mdash;Usos y
-costumbres ranquelinas.&mdash;Un fumador sempiterno.</p>
-</div>
-
-
-<p>Baigorrita se levantó muy temprano, se fué á la laguna
-y se bañó, para corregir los excesos de la noche.
-Sus huéspedes y las chinas hicieron lo mismo, regresando
-todos frescos y acicalados, con los labios y las mejillas
-pintadas y lunarcitos postizos en los pómulos.</p>
-
-<p>Las chinas asearon el toldo, recogieron leña, hicieron
-fuego, carnearon una res y se pusieron á cocinar
-el almuerzo.</p>
-
-<p>Baigorrita y sus amigos, ensillaron los caballos que
-estaban en el palenque, montaron en ellos, y durante
-media hora los varearon, haciéndolos correr el tiro
-de una legua por el campo más quebrado y escabroso.</p>
-
-<p>Mi compadre regresó solo, soltó su caballo, ensilló
-otro, entró en su toldo, se sentó, armó cigarros y se
-puso á fumar.</p>
-
-<p>Juan de Dios San Martín vino de parte de él á pre<span class="pagenum"><a id="Page_98"></a>[Pg 98]</span>guntarme
-cómo había pasado la noche, y si no se habían
-perdido algunos caballos.</p>
-
-<p>Le contesté que había dormido muy bien, que no
-había ninguna novedad y que así que almorzara iría
-á hacerle una visita.</p>
-
-<p>Llevó San Martín el mensaje y volvió diciéndome,
-que mi compadre se alegraba mucho de que hubiera
-pasado la noche á gusto; que me invitaba á ir á su
-toldo; que iban á llegar visitas nuevas y quería que
-me conocieran: que allí almorzaría, si no tenía algo
-mejor que comer que lo suyo.</p>
-
-<p>Hablaba con San Martín, cuando se presentó un
-indio con otro mensaje de Caniupán y un regalo. Me
-mandaba saludar, vivía de allí legua y media, y me
-enviaba una bola de pataí, pisada con maíz tostado,
-grande como una bala de cañón de á cuarenta y ocho.</p>
-
-<p>Traté al mensajero como lo merecía, con todo cariño.
-Le hice algunos regalitos, sacando contribuciones
-á los oficiales y soldados; le agradecí á Caniupán
-su atención y le envié una camisa de Crimea que llevaba
-exprofeso para él, azúcar, tabaco, hierba y papel,
-prometiéndole visita para la tarde.</p>
-
-<p>En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba
-tranquilamente rodeado de sus hijos: no se movió,
-me insinuó un asiento con la sonrisa más dulce y amable,
-y apenas me había acomodado en él, le dijo á mi
-ahijado: padrino, bendición.</p>
-
-<p>El indiecito vino hacia mí con cierta timidez; le
-atraje del todo echándole los brazos, le cogí las manecitas
-que había unido, obedeciendo al mandato de
-su padre, le acaricié y le senté á mi lado, contestándole
-á su bendición padrino, Dios lo haga bueno, ahijado.</p>
-
-<p>La madre, que hablaba español, le preguntó desde
-el fogón ¿cómo te llamas?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_99"></a>[Pg 99]</span></p>
-
-<p>No contestó. Le repitió la pregunta en lengua araucana
-y respondió mirándome con recelo: Lucio Mansilla.</p>
-
-<p>Mi compadre se sonrió complacido. La madre, las
-chinas y cautivas que cocinaban festejaron mucho la
-respuesta. Una de las más ladinas dijo: coronel Mansilla,
-chico.</p>
-
-<p>Mi compadre llamó á San Martín.</p>
-
-<p>San Martín me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Dice Baigorrita, que cuándo se hace el bautismo.</p>
-
-<p>&mdash;Dile que cuando quiera, que ahora mismo, si le
-parece, antes que entren visitas.</p>
-
-<p>Contestó que bueno.</p>
-
-<p>Llamé al padre Marcos, y el franciscano no se hizo
-esperar.</p>
-
-<p>En cuanto entró, mi compadre le hizo decir con San
-Martín, que si le hace el favor de bautizarle su hijo.</p>
-
-<p>&mdash;Con mucho placer&mdash;contestó el padre.</p>
-
-<p>Salió, volvió con fray Moisés Álvarez, se revistieron,
-nos hincamos, rezamos el Padre Nuestro, haciendo
-coro los cautivos que lo sabían y mi ahijado fué
-bautizado con el nombre de Lucio Victorio.</p>
-
-<p>Terminada la ceremonia, Baigorrita les dió las gracias
-á los franciscanos y les invitó á sentarse á almorzar.</p>
-
-<p>Hizo una seña y nos sirvieron. Había puchero de
-dos clases, de carne de vaca y de yegua; asado ídem.
-Yo comí carne de yegua, mi compadre lo mismo, los
-frailes de vaca.</p>
-
-<p>Mientras almorzábamos, llegaron visitas. Á todos
-se les obsequió como á nosotros; los unos eran conocidos
-del día antes, los otros recién llegados. Baigorrita
-me presentó á todos sucesivamente. Hubo abrazos
-y apretones de mano hasta el fastidio, las preguntas
-y respuestas de siempre.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_100"></a>[Pg 100]</span></p>
-
-<p>Mi compadre explicó lo que significaba entre los indios
-darle al ahijado el nombre y apellido del padrino.</p>
-
-<p>Era ponerlo bajo su patrocinio para toda la vida;
-pasar del dominio del padre al del padrino; obligarse
-á quererle siempre, á respetarle en todo, á seguir sus
-consejos, á no poder en ningún tiempo combatir contra
-él, so pena de provocar la cólera del cielo.</p>
-
-<p>El padrino se obliga por su parte á mirar al ahijado
-como hijo propio, á educarlo, socorrerlo, aconsejarlo
-y encaminarlo por la senda del bien, so pena de ser
-maldecido por Dios.</p>
-
-<p>Eran dos seres que se identificaban por un voto solemne.</p>
-
-<p>Con este motivo me habló del gaucho puntano Manuel
-Baigorria, manifestando el deseo de que se le
-diera permiso para que le hiciera una visita.</p>
-
-<p>Le dije que una vez hecha la paz, no había inconveniente
-en que tuviera ese gusto, si Mariano Rosas lo
-permitía.</p>
-
-<p>Le agregué que Baigorria no era buen hombre, que
-había sido mal cristiano y mal indio, que á unos y á
-otros los había traicionado.</p>
-
-<p>Me contestó que no desconocía mis razones. Pero que
-al fin era su padrino, que llevaba su nombre y que él
-no podía dejar de quererle.</p>
-
-<p>Le dije que sus sentimientos le honraban; porque
-probaban su lealtad, y que le honraban tanto más
-cuanto que convenía en que su padrino había sido infiel
-á sus compromisos y á su palabra.</p>
-
-<p>Varios de los visitantes aprobaron mis observaciones.</p>
-
-<p>Los franciscanos á su turno explicaron con mansedumbre,
-claridad y sencillez lo que significaba el bautismo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_101"></a>[Pg 101]</span></p>
-
-<p>Dijeron que el que se bautizaba entraba en gracia
-de Dios.</p>
-
-<p>Que Dios era eterno, inmenso, misericordioso; que
-tenía un poder infinito, que hacía cosas grandes que
-los hombres no podían comprender; que su voluntad
-era que todos se amaran como hermanos, que no mataran,
-que no robaran, que no mintieran; que los que
-se casaran lo hicieran con una sola mujer; que los
-que tuvieran hijos los educaran y enseñaran á vivir
-del trabajo; que para ser buen cristiano era necesario
-tener presente siempre esas cosas.</p>
-
-<p>San Martín tradujo <em>las razones</em> de los franciscanos,
-y todos los presentes las escucharon con suma atención.</p>
-
-<p>Mi compadre prometió educar á su hijo en la ley de
-los cristianos, que no se casaría con varias mujeres,
-ni con dos, que lo enseñaría á vivir de su trabajo.</p>
-
-<p>Entraron más visitas. Tuvimos una larga conferencia
-y expliqué el Tratado de paz celebrado con Mariano
-Rosas.</p>
-
-<p>Todo el que quería me dirigía una pregunta. Baigorrita
-me hacía decir con San Martín que tuviera
-paciencia, y Camargo me aconsejaba que no dejara de
-contestar.</p>
-
-<p>Cuando la interpelación era intermitente, Camargo
-me zumbaba al oído: diga, señor, cuántas yeguas
-se dan por el Tratado.</p>
-
-<p>&mdash;Pero hombre&mdash;le observaba yo,&mdash;¿qué tiene que
-ver la pregunta con eso? Nada, señor, conteste lo que
-yo le digo; yo le diré después cómo son éstos. Era una
-comedia. Me hablaban de pitos y contestaba flautas.
-Y el resultado de cada diálogo era siempre el mismo:
-Bueno, lo que haga Baigorrita está bien hecho. Mi
-compadre agachaba la cabeza en señal de asentimiento;
-y Camargo me decía entre dientes, como hombre<span class="pagenum"><a id="Page_102"></a>[Pg 102]</span>
-que sabía el terreno que pisaba: No ve, señor, si lo
-que quieren es hacerle creer á Baigorrita que ellos también
-saben hablar.</p>
-
-<p>No menos de cuatro horas duró la broma aquélla.
-Pero á poco fueron desapareciendo los grandes dignatarios
-de la tribu. Por fin nos quedamos <i lang="fr" xml:lang="fr">tête à tête</i> con
-mi compadre. Me dijo entonces que todo el Tratado le
-parecía bueno. Pero que deseaba saber quién le iba á
-entregar á él su parte. Le contesté que Mariano Rosas
-era quien debía hacerlo; que tanto él como Ramón
-lo habían apoderado para tratar. Convino en ello, y
-terminamos pidiéndome dejara bien arreglado con
-Mariano, que á su tribu le tocaba la mitad de todo
-lo que el Gobierno iba á entregar, lo que prometí hacer.</p>
-
-<p>Mi ahijado, el futuro cacique Lucio Victorio Mansilla,
-no se movió de mi lado mientras duró la conferencia.
-Viéndolo cabecear le acomodé la cabecita en el
-respaldo de mi asiento y se quedó dormido. Era hora
-de siesta. Me acosté sin decirle una palabra á mi compadre
-y dormí hasta que el desasosiego me despertó.
-Mi cuerpo hervía.</p>
-
-<p>Me levanté, salí del toldo y lo dejé á mi compadre
-fumando y haciéndose expulgar por una de sus chinas.</p>
-
-<p>Cambié de ropa, y en tanto que me vestía pensaba
-que el plan soñado de hacerme proclamar emperador
-de los Ranqueles bien valía la pena de aquellos sacrificios.</p>
-
-<p>Murmuré: <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, imperator</i>. Me pareció
-sonoro. Pero la onomancia me dijo: ¡loco! Me miré
-la palma de la mano, consulté sus rayas, y la quiromancia
-me dijo, dos veces ¡loco! ¡Vi cruzar una bandada
-de loros, observé su vuelo, y la ornitomancia
-me dijo, tres veces ¡¡¡loco!!!</p>
-
-<p>La visión de la patria cruzó entre una nube de fue<span class="pagenum"><a id="Page_103"></a>[Pg 103]</span>go
-por mi mente en ese instante, y viéndola tan bella
-me ruboricé de mis pensamientos y de no haber hecho
-hasta ahora nada grande, útil, ni bueno por ella.</p>
-
-<p>Mandé ensillar un caballo, y me fuí á visitar á Caniupán.</p>
-
-<p>Galopé media hora y llegué á su toldo.</p>
-
-<p>Iba á echar pie á tierra, San Martín que me acompañaba,
-me dijo: todavía no, señor, la costumbre es otra.</p>
-
-<p>Salió un indio del toldo, y haciendo callar los perros
-que habían sido los heraldos de nuestra aproximación
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Buenas tardes, hermanos!</p>
-
-<p>&mdash;Buenas tardes&mdash;contestó San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;¿No quieren apearse?&mdash;añadió.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á hacerlo&mdash;repuso San Martín.</p>
-
-<p>Y dirigiéndose á mí: ahora es tiempo, señor, apéese,
-me dijo.</p>
-
-<p>Quise avanzar y me detuvo.</p>
-
-<p>El indio dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Pase adelante.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, señor&mdash;me dijo San Martín contestando.</p>
-
-<p>&mdash;Ya vamos.</p>
-
-<p>Quise manear mi caballo y San Martín me dijo:
-todavía no.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no atan los caballos?&mdash;dijo el indio.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á hacerlo&mdash;contestó San Martín.</p>
-
-<p>Y dirigiéndose á mí, me dijo: atemos, señor, los caballos
-y entremos.</p>
-
-<p>Los atamos y entramos en el toldo.</p>
-
-<p>Caniupán estaba sentado, se levantó, nos recibió con
-gran agasajo y nos hizo sentar.</p>
-
-<p>&mdash;¿Viene á quedarse?</p>
-
-<p>&mdash;No, vengo por un rato&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>San Martín me explicó la pregunta. Si hubiera dicho
-que sí, en el acto habrían mandado desensillar mi<span class="pagenum"><a id="Page_104"></a>[Pg 104]</span>
-caballo, las chinas ó cautivas habrían hecho un lío del
-apero y lo habrían guardado como cosa sagrada.</p>
-
-<p>Al toldo de un indio se acerca el que quiere. Pero
-no puede apearse del caballo, ni entrar en él sin que
-primero se lo ofrezcan. Una vez hecho el ofrecimiento,
-la hospitalidad dura una hora, un día, un mes,
-un año, toda la vida. Lo que entra al toldo es cuidado
-escrupulosamente. Nada se pierde. Sería una deshonra
-para la casa. Sólo de los caballos no responden.
-Sea conocido ó desconocido el huésped, se lo previenen,
-diciéndole: aquí ni lo de uno está seguro. Y es la verdad.</p>
-
-<p>El indio no rehusa jamás hospitalidad al pasajero.
-Sea rico ó pobre, el que llame á su toldo es admitido.
-Si en lugar de ser ave de paso se queda en la casa, el
-dueño de ella no exige en cambio del techo y de los
-alimentos que da,&mdash;tampoco da otra cosa,&mdash;sino que en
-saliendo á malón le acompañen.</p>
-
-<p>El toldo de Caniupán estaba perfectamente construido
-y aseado. Sus mujeres, sus chinas y cautivas,
-limpias. Cocinaron con una rapidez increíble un cordero,
-haciendo puchero y asado, y me dieron de comer.</p>
-
-<p>El indio hizo los honores de su casa con una naturalidad
-y una gracia encantadoras. Me habría quedado
-allí de buena gana un par de días. Los cueros de
-carnero de los asientos y camas, las mantas y ponchos
-parecían recién lavados, no tenían una mancha,
-ni tierra ni abrojos.</p>
-
-<p>Me presentó todas sus mujeres, que eran tres, sus
-hijos, que eran cuatro y varios parientes, excepto la
-suegra, que vivía con él; pero con la que según la costumbre
-no podía verse, porque, como me parece haberte
-dicho antes, los indios creen que todas las suegras
-tienen <em>gualicho</em>, y el modo de estar bien con ellas
-es no verlas ni oirlas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_105"></a>[Pg 105]</span></p>
-
-<p>Pasé un rato muy entretenido, comí un buen asado
-de cordero, excelente pataí de postre, bebí un trago de
-aguardiente, y al caer la tardecita me despedí y me
-volví al toldo de Baigorrita.</p>
-
-<p>Á mi compadre lo encontré como lo había dejado,
-sentado y fumando.</p>
-
-<p>Unas chinas de los alrededores me esperaban de visita.
-Iban á dormir conmigo, es decir, á pasar la noche
-cerca de mi fogón, como lo hizo Villarreal con su
-familia cuando me tenían detenido á la orilla de la
-lagunita de Calcumuleu. Es una costumbre de la
-tierra.</p>
-
-<p>Camargo no estaba. Unos indios amigos lo habían
-llevado á un baile esa tarde. Se había ido con mi permiso,
-sin pedírmelo.</p>
-
-<p>Cuando pregunté por él me dijeron que había encargado
-me avisaran, que con mi permiso se había ido
-á divertir. Era un verdadero mensaje de gaucho.</p>
-
-<p>Mandé cebar mate y obsequié á mis visitas como correspondía.
-Eran cuatro, se habían puesto muy currutacas
-y las encabezaba una llamada María Jesús Rodríguez,
-que hablaba el castellano como yo.</p>
-
-<p>Su nombre derivaba del de su madrina. No era cristiana.
-Se me olvidaba decir que entre los indios, el
-compadrazgo se establece sin necesidad de bautismo.</p>
-
-<p>Pero dejemos á las visitas y vamos al fogón. El
-cuarterón conversa con mis ayudantes, oigo que dice
-que conoce á Julián Murga, y esto pica mi curiosidad.</p>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_106"></a>[Pg 106]<br /><a id="Page_107"></a>[Pg 107]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>El cuarterón cuenta su historia.&mdash;Recuerdo de Julián Murga.&mdash;Los
-niños de hoy.&mdash;Diálogo con el cuarterón.&mdash;Insultos.&mdash;Nuestros
-juicios son siempre imperfectos.&mdash;Un recuerdo de la
-<cite>Imitación de Cristo</cite>.&mdash;Dudas filosóficas.&mdash;Última mirada al fogón.&mdash;El
-cuarterón me da lástima.&mdash;Alarma.&mdash;Caiomuta ebrio,
-quiere matarme.&mdash;Un reptil humano.</p>
-</div>
-
-
-<p>Me acerqué al fogón sin que me vieran, y permanecí
-de pie para no interrumpir al cuarterón.</p>
-
-<p>Las llamas iluminaban el cuadro, destacándose en
-él la horrible y deforme cara del espía de Calfucurá.</p>
-
-<p>Contaba su historia.</p>
-
-<p>No había conocido padres. Era natural de Buenos
-Aires, y había sido soldado del coronel Bárcena, de
-repugnante y sangrienta memoria. Sus campañas eran
-muchas y había presenciado y sido ejecutor de inauditas
-crueldades.</p>
-
-<p>El pronunciamiento de Urquiza contra Rosas le tomó
-en la Banda Oriental, militando en las filas de Oribe.
-De allí vino incorporado á la División de Aquino,
-ese tipo noble, caballeresco y valiente que sucumbió
-á mano de una soldadesca fanática y desenfrenada.</p>
-
-<p>Estuvo en Caseros, en el sitio de Buenos Aires y en
-el Azul con el general Rivas. De allí desertó. Vivió
-errante algún tiempo haciendo fechorías, mató á uno<span class="pagenum"><a id="Page_108"></a>[Pg 108]</span>
-de una puñalada en una pulpería, ganó los indios, anduvo
-por Patagones comerciando, en calidad de Picunche,
-y allí conoció al coronel Murga.</p>
-
-<p>Yo me he criado con Julián, le quiero mucho; los recuerdos
-de nuestra infancia no se borrarán jamás de
-mi imaginación; en nuestro barrio, el de San Juan,
-había, como en todos, un caudillo, él era el nuestro.
-Los pulperos, los zapateros, los tenderos y las viejas
-nos temblaban. Éramos el azote de los negros que vendían
-pasteles, de los lecheros y panaderos.</p>
-
-<p>Teníamos nuestro arsenal de piedras para ellos; y
-una colección de apodos que todavía sobreviven. Perseguíamos
-á muerte los gatos y los perros del vecino.
-Pescábamos por los fondos sus gallinas.</p>
-
-<p>No dejábamos llamador en su lugar, zócalo recién
-pintado, pared recién blanqueada, vidrio sano que no
-rayáramos ó rompiéramos.</p>
-
-<p>Los locos nos aborrecían, los vigilantes y los serenos
-preferían estar de amigos con la cuadrilla. Nos disfrazábamos
-y asustábamos á las viejas, prefiriendo á nuestras
-tías.</p>
-
-<p>Los criados de todas las casas conocidas nos abominaban
-y las sirvientas nos toleraban. Julián prometía
-desde chiquito. Era audaz, inventivo, estratégico. Diablura
-que á él se le ocurría era siempre heroica. Una
-vez se le ocurrió tirarse de una azotea y lo hizo, se
-rompió una pierna; otra que incendiáramos una pulpería
-lanzando en ella un gato bañado en alquitrán y
-espíritu de vino al que le pegamos fuego, y armamos
-un alboroto de marca mayor. Teníamos la ciudad dividida
-en secciones. Un día le tocaba á una, otro á
-otra. Esta noche le robábamos á Chandery la bota que
-tenía de muestra y á una paragüería el paraguas, y
-por la mañana, Chandery anunciaba paraguas y la paragüería
-botas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_109"></a>[Pg 109]</span></p>
-
-<p>Aquellos compañeros auguraban ya lo que serían
-más adelante algunos de la infantil decuria. ¡Cuántas
-traiciones y debilidades no denunciaron nuestros
-planes! ¡Cuántas cobardías no los hicieron fracasar!
-¡Hasta espías había entre nosotros pagados por el celo
-maternal! ¡Ah! ¡los niños, los niños! Los niños de
-hoy han de ser los hombres del porvenir.</p>
-
-<p>Tomad nota de sus buenas y malas cualidades, de
-sus arranques de cólera, de sus ímpetus generosos.
-Porque más tarde ó más temprano, ellos serán comerciantes,
-sacerdotes, coroneles, generales, presidentes,
-dictadores. El fondo de la humanidad persiste hasta
-la tumba. El barro del Océano nada lo remueve.</p>
-
-<p>Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches,
-se pusieron todos de pie, menos el cuarterón, me
-hicieron lugar y me senté.</p>
-
-<p>El espía había referido su vida con una ingenuidad
-y un cinismo que revelaban á todas luces cuán familiarizado
-estaba con el crimen. Robar, matar ó morir
-habían sido lo mismo para él.</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque conoces al coronel Murga?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, le conozco&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Pero no cambió de postura, ni se movió siquiera.
-Conocía el terreno; sabía que allí éramos todos iguales,
-que podía ser desatento y hasta irrespetuoso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué cara tiene?</p>
-
-<p>Me describió la fisonomía de Julián, su estatura.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde le has conocido?</p>
-
-<p>&mdash;En Patagones.</p>
-
-<p>Me explicó á su modo dónde quedaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo has ido á Patagones?</p>
-
-<p>&mdash;Por el camino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué camino?</p>
-
-<p>&mdash;Por el que sale de lo de Calfucurá.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuántos ríos pasaste?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_110"></a>[Pg 110]</span></p>
-
-<p>&mdash;Dos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuáles?</p>
-
-<p>&mdash;El Colorado y el Negro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes leer?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te llamas?</p>
-
-<p>&mdash;Uchaimañé (ojos grandes).</p>
-
-<p>&mdash;Te pregunto tu nombre de cristiano.</p>
-
-<p>&mdash;Se me ha olvidado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se te ha olvidado?...</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres irte conmigo?</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué?</p>
-
-<p>&mdash;Para no llevar la vida miserable que llevas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Me harán soldado?</p>
-
-<p>No le contesté.</p>
-
-<p>El prosiguió: aquí no se vive tan mal, tengo libertad,
-hago lo que quiero, no falta que comer.</p>
-
-<p>&mdash;Eres un bandido&mdash;le dije;&mdash;me levanté, abandoné
-el fogón y me apresté á dormir.</p>
-
-<p>La tertulia se deshizo, el cuarterón se quedó como
-una salamandra al lado del fuego. Los perros le rodearon
-lanzándose famélicos sobre los restos de la cena.
-Refunfuñaban, se mordían, se quitaban la presa unos
-á los otros.</p>
-
-<p>El espía permanecía inmóvil entre ellos. Tomó un
-hueso disputado y se lo dió á uno de los más flacos
-acariciándole.</p>
-
-<p>Noté aquello y me abismé en reflexiones morales sobre
-el carácter de la humanidad.</p>
-
-<p>El hombre que no había tenido una palabra, un gesto
-de atención para mí, que se había mostrado hasta
-soberbio en medio de su desnudez, tenía un acto de generosidad
-y un movimiento de compasión para un hambriento
-y ese hambriento era un perro.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_111"></a>[Pg 111]</span></p>
-
-<p>Yo le había creído peor de lo que era.</p>
-
-<p>Así son todos nuestros juicios, imperfectos como
-nuestra propia naturaleza.</p>
-
-<p>Cuando no fallan porque consideramos á los demás
-inferiores á nosotros mismos, fallan porque no los hemos
-examinado con detención. Y cuando no fallan por
-alguna de esas dos razones, fallan porque faltos de caridad,
-no tenemos presente las palabras de la <cite>Imitación
-de Cristo</cite>:</p>
-
-<p>«Si tuvieses algo bueno, piensa que son mejores los
-otros.»</p>
-
-<p>¿Quién era aquel hombre? Un desconocido. ¿Qué
-vida había llevado? La de un aventurero. ¿Cuál había
-sido su teatro, qué espectáculos había presenciado?
-Los campos de batalla, la matanza y el robo. ¿Qué nociones
-del bien y del mal tenía? Ninguna. ¿Qué instintos?
-¿Era intrínsecamente malo? ¿Era susceptible de
-compadecerse del hambre ó de la sed de uno de sus semejantes?
-No es permitido dudarlo después de haberle
-visto, entre las tinieblas, sentado cerca del moribundo
-fogón, sin más testigos que sus pensamientos, apiadarse
-de un perro, que por su flacura y su debilidad parecía
-condenado á presenciar con avidez el nocturno festín
-de sus compañeros.</p>
-
-<p>¿Sería yo mejor que ese hombre, me pregunté, si no
-supiera quién me había dado el ser; si no me hubieran
-educado, dirigido, aconsejado; si mi vida hubiera sido
-obscura, fugitiva; si me hubiera refugiado entre los
-bárbaros y hubiera adoptado sus costumbres y sus leyes
-y me hubiera cambiado el nombre, embruteciéndome
-hasta olvidar el que primitivamente tuviera?</p>
-
-<p>Si jamás hubiera vivido en sociedad, aprendiendo
-desde que tuve uso de razón á confundir mi interés
-particular con el interés general, que es la base de<span class="pagenum"><a id="Page_112"></a>[Pg 112]</span>
-nuestra moral, ¿sería yo mejor que ese hombre? me
-pregunté por segunda vez.</p>
-
-<p>Si no fuera el miedo del castigo, que unas veces es
-la reprobación y otras los suplicios de la ley, ¿sería yo
-mejor que ese hombre? me pregunté por tercera vez.</p>
-
-<p>No me atreví á contestarme. Nada me ha parecido
-más audaz que Juan Jacobo Rousseau, exclamando:
-«Yo, sólo yo conozco mi corazón y á los hombres. No
-soy como los demás que he visto, y me atrevo á decir
-que no me parezco á ninguno de los que existen. Si
-no valgo más que ellos, no soy como ellos. Si la Naturaleza
-ha hecho bien ó mal en romper el molde en que
-me fundió, no puede saberse sino leyéndome.»</p>
-
-<p>Eché la última mirada al fogón.</p>
-
-<p>El cuarterón atizaba el fuego maquinalmente con
-una mano, y con la otra acariciaba al perro flaco, que
-apoyado sobre las patas traseras dobladas y sujetando
-con las delanteras estiradas un zoquete, en el que clavaba
-los dientes hasta hacer crujir el hueso, miraba á
-derecha é izquierda con inquietud, como temiendo que
-le arrebataran su presa. Una llama vacilante iluminaba
-con cambiantes de claro-obscuro la cara patibularia.
-Me dió lástima y no me pareció tan fea.</p>
-
-<p>Hacía fresco.</p>
-
-<p>Me acerqué á él y le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿No tienes frío?</p>
-
-<p>&mdash;Un poco&mdash;me contestó,&mdash;mirándome con fijeza por
-primera vez, al mismo tiempo que le aplicaba una fuerte
-palmada á su protegido, que al aproximarme gruñó,
-mostrando los colmillos.</p>
-
-<p>Una calma completa reinaba en derredor; todos dormían,
-oyéndose sólo la respiración cadenciosa de mi
-gente.</p>
-
-<p>La luna rompía en ese momento un negro celaje, y
-eclipsando la luz de las últimas brasas del fogón, ilu<span class="pagenum"><a id="Page_113"></a>[Pg 113]</span>minaba
-con sus tímidos fulgores aquella escena silenciosa,
-en que la civilización y la barbarie se confundían,
-durmiendo en paz al lado del hediondo y desmantelado
-toldo del cacique Baigorrita, todos los que
-me acompañaban, oficiales, frailes y soldados.</p>
-
-<p>Cuidando de no pisarle á alguno la cabeza, el cuerpo
-ó los pies, busqué el sitio donde habían acomodado
-mi montura. Estaba á la cabecera de mi cama. Saqué
-de ella un poncho calamaco, volví al fogón y se lo di
-al espía de Calfucurá, cuyos grasientos pies lamía el
-hambriento perro, diciéndole:</p>
-
-<p>&mdash;Toma, tápate.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias&mdash;me contestó tomándolo.</p>
-
-<p>Iba á sentarme para seguir interrogándolo, aprovechando
-la quietud que reinaba, cuando oí el galope de
-varios caballos y gritos de:</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está ese coronel Mansilla?</p>
-
-<p>El espía se puso de pie. Tenía un gran cuchillo medio
-atravesado por delante. Le miré. Su cara revelaba
-curiosidad, pero no mala intención.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué gritos son ésos?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Parecen borrachos&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Á ver; fíjate&mdash;le dije.</p>
-
-<p>Paró la oreja, los gritos seguían aproximándose. Yo
-no percibía bien lo que decían. Ya no resonaba en el
-silencio de la noche mi nombre, sino ecos araucanos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dicen?&mdash;le pregunté,&mdash;pareciéndome oir una
-voz conocida.</p>
-
-<p>&mdash;Es Camargo&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Camargo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, viene con unos indios borrachos, ya llegan.</p>
-
-<p>En efecto, sujetaron los caballos é hicieron alto detrás
-del toldo de Baigorrita, presentándoseme acto continuo
-Camargo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_114"></a>[Pg 114]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Mi Coronel&mdash;me dijo,&mdash;echándome el tufo, acuéstese,
-acuéstese pronto!</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué, hombre?</p>
-
-<p>&mdash;¡Acuéstese, señor, acuéstese!</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Caiomuta viene muy borracho.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, me tomó del brazo y me empujó hacia
-la enramada en que estaba mi cama.</p>
-
-<p>&mdash;Acuéstese, señor&mdash;dijo el espía también.</p>
-
-<p>Me acosté volando.</p>
-
-<p>Caiomuta había entrado en el toldo de su hermano
-y le había despertado.</p>
-
-<p>Hablaban con calor, en su lengua. Yo nada comprendía.
-Estaba tranquilo; pero receloso.</p>
-
-<p>De repente un hombre tropezó en mis piernas y se
-cayó encima de mí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh!&mdash;grité.</p>
-
-<p>&mdash;Dispense, señor&mdash;me dijo Camargo, reconociendo
-mi voz.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué haces, hombre?</p>
-
-<p>&mdash;Cállese, señor&mdash;me contestó en voz baja.</p>
-
-<p>Y arrastrándose en cuatro pies, le vi acercarse al
-toldo de Baigorrita, quedando bastante cerca de mi cama
-para poder conversar sin alzar la voz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué indio tan pícaro!&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?</p>
-
-<p>&mdash;Le dice á Baigorrita, que lo quiere matar á usted.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y mi compadre qué dice?</p>
-
-<p>&mdash;Le ha dado una trompada y le ha dicho que se
-atreva.</p>
-
-<p>En ese momento, Baigorrita gritó: ¡San Martín!</p>
-
-<p>Camargo se reía, apretándose la barriga y me decía:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¡indio malo! no se puede levantar de la
-trompada que le ha dado el hermano.</p>
-
-<p>Toma, por pícaro. ¿Sabe, señor, que me han robado<span class="pagenum"><a id="Page_115"></a>[Pg 115]</span>
-los estribos? ¡Ladrones! les he tirado todo y me he venido
-en pelo, ni las riendas he traído, le he echado al
-pingo un medio bozal.</p>
-
-<p>&mdash;¡San Martín! ¡San Martín!&mdash;gritaba Baigorrita.</p>
-
-<p>Vino San Martín, entró en el toldo y mi compadre
-habló con él, repitiendo mi nombre varias veces.</p>
-
-<p>&mdash;Dícele&mdash;dice Camargo,&mdash;que lo cuide á usted,
-que no hagan ruido y que si Caiomuta quiere hacer
-barullo, que lo maten.</p>
-
-<p>Caiomuta, ebrio como estaba, no podía levantarse
-del sitio en que lo había tendido el membrudo brazo
-de su hermano mayor.</p>
-
-<p>Camargo se arrastró como un reptil, saliendo de
-donde estaba, y acostándose á los pies de mi cama me
-pidió mil disculpas por haber venido alegre; me contó
-el robo que le habían hecho otra vez; me dijo que
-los indios eran unos pícaros, que él los conocía bien;
-que por eso no les andaba con chicas; que Caiomuta
-era quien le había hecho robar los estribos de plata;
-que para saberlo había tenido que asustarlo á un indio;
-que le había ofrecido matarlo si no le confesaba
-la verdad, y que, de miedo, no sólo le había contado
-todo, sino que le había dado un chifle de aguardiente
-que tenía muy guardado hacía tiempo; que al día siguiente
-habían de parecer los estribos, que si no parecían
-se había de volver en pelo á lo de Mariano y lo
-había de avergonzar á Caiomuta; que á una visita no
-se le robaban las prendas.</p>
-
-<p>Yo no podía pegar los ojos. Oía rugir á Caiomuta y
-estaba alerta.</p>
-
-<p>San Martín se allegó á mi cama y me miró de cerca.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, señor, duerma no más, no hay cuidado&mdash;me
-contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias&mdash;repuse.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_116"></a>[Pg 116]</span></p>
-
-<p>Me dió las buenas noches y se marchó, entrando en
-el toldo de Baigorrita.</p>
-
-<p>Á ese tiempo, el otro indio que había venido con
-Caiomuta, y que al apearse del caballo, se había caído,
-permaneciendo un rato tirado en el suelo, se levantó
-y preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está ese Camargo?</p>
-
-<p>Nadie le contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Ese Camargo mucho asesino&mdash;dijo.</p>
-
-<p>Nadie le contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mucho asesino!&mdash;gritó.</p>
-
-<p>Camargo se despertó, le echó un terno y el indio no
-replicó.</p>
-
-<p>Así estuvieron más de una hora.</p>
-
-<p>Yo, al fin me quedé dormido.</p>
-
-<p>De improviso me desperté sobresaltado.</p>
-
-<p>Una cosa, blanda, húmeda y tibia pesaba sobre mi
-cara.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_117"></a>[Pg 117]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Medio dormido.&mdash;Un palote humano.&mdash;Un baño de aguardiente.&mdash;Los
-perros son más leales que los hombres.&mdash;Preparativos.&mdash;El
-comercio entre los indios.&mdash;Dar y pedir con <em>vuelta</em>.&mdash;Peligros
-á que me expuso mi pera.&mdash;En marcha para Añacué.&mdash;Una
-águila mirando al Norte, buena señal.</p>
-</div>
-
-
-<p>La luna había terminado su evolución, las estrellas
-brillaban apenas al través de cenicientos nubarrones,
-reinaba una obscuridad caótica.</p>
-
-<p>Abrí los ojos, no vi nada.</p>
-
-<p>Me apretaban fuertemente, quitándome la respiración;
-una substancia glutinosa, fétida, corría como
-copioso sudor por mi cara; una mole me oprimía el
-pecho, palpitaba y confundía sus latidos con los míos;
-otro peso gravitaba sobre mi vientre y algo, como brazos,
-aleteaba.</p>
-
-<p>El sobresalto, el cansancio, el sueño reparador interrumpido,
-las tinieblas me ofuscaban.</p>
-
-<p>Oía como un gruñido y sentía como si diese vuelta
-por encima de mi estirada humanidad, un inmenso palote
-de amasar.</p>
-
-<p>No podía sacar los brazos de abajo de las cobijas,
-porque las sujetaban de ambos lados; hice un esfuerzo
-y conseguí sacar uno.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_118"></a>[Pg 118]</span></p>
-
-<p>Tanteando con cierto inexplicable temor, á la manera
-que entre las sombras de la noche penetramos en
-un cuarto cuyos muebles no sabemos en qué disposición
-están colocados, toqué una cosa como la cara de
-un hombre de barba fuerte, que se había afeitado
-hace tres días. Me hizo el efecto de una vejiga de piel
-de lija.</p>
-
-<p>Conseguí sacar el otro brazo, y siguiendo la exploración,
-lo llevé á la altura del primero; toqué una cosa
-como la crin de un animal. Luego, tanteando con las
-dos manos á la vez, hallé otra cosa redonda, que no
-me quedó la menor duda era una cabeza humana. Un
-líquido aguardentoso, cayendo sobre mi cara como el
-último chorro de una pipa al salir por ancho bitoque,
-me ahogó.</p>
-
-<p>Llamé á Camargo angustiosamente. No me oyó.
-Creí morirme. No sabía lo que embargaba mis sentidos.
-Pegué un empujón con entrambas manos á lo que
-me parecía una cabeza; formé con mis rodillas un
-triángulo y dándole un fuerte empellón al peso que las
-oprimía, eché á rodar un bulto pesado, que gritó, peñi
-(hermano).</p>
-
-<p>Me puse de pie, como D. Quijote en la escena con
-Maritornes, y vi un cuerpo revolcándose á mi lado.
-Volví á llamar á Camargo, con todos mis pulmones;
-se levantó rápido, se acercó á mi cama y oyendo que
-le decía, qué es eso, señalándole el bulto, se agachó,
-miró, echóse á reir y exclamó: Es el indio borracho.</p>
-
-<p>Comprendí lo que había pasado; su interlocutor de
-un rato antes, al cruzar por mi enramada había tropezado,
-se había caído y con la tranca no había podido levantarse;
-había posado su cara sobre la mía y me había
-bañado con sus babas y sus erupciones alcohólicas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_119"></a>[Pg 119]</span></p>
-
-<p>Tuve que llamar á Carmen, que lavarme y mudar
-de ropa.</p>
-
-<p>El crepúsculo empezaba. Mandé hacer fuego, calentar
-agua, y fuí á sentarme en el fogón.</p>
-
-<p>El cuarterón y el perro estaban allí; dormían.</p>
-
-<p>La madrugada me sorprendió tomando mate. Mi
-compadre se levantó cuando las últimas estrellas desaparecían.
-Llamó á San Martín, le dió sus órdenes,
-y un momento después Caiomuta salía de su toldo en
-brazos de cuatro indios como un cuerpo muerto.</p>
-
-<p>Le enhorquetaron sobre su caballo, le dieron á éste
-un rebencazo y el animal tomó el camino de la querencia,
-llevándose á su dueño y señor.</p>
-
-<p>Mi compadre vino en seguida al fogón, y saludándome,
-se sentó á mi lado. Preguntóme si había dormido
-bien. Le contesté que sí; le di un mate y un cigarro,
-tomó ambas cosas, no habló más y se marchó.</p>
-
-<p>Varias veces, mientras permaneció á mi lado, clavó
-sus ojos en el cuarterón con indiferencia.</p>
-
-<p>Despertóse éste, me dió los buenos días y se levantó.</p>
-
-<p>&mdash;Siéntate no más&mdash;le dije, pasándole un mate.</p>
-
-<p>Obedeció y lo tomó.</p>
-
-<p>Nuevos parroquianos llegaron en ese momento.</p>
-
-<p>Al tomar asiento, mi ayudante Rodríguez viendo
-al cuarterón allí, le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque sabías escribir?</p>
-
-<p>El hombre no contestó.</p>
-
-<p>El alférez Ozarowski, dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Si no sabe; ha querido hacer creer que sabía; lo
-que estuvo escribiendo eran unas rayas, y contó que
-la tarde antes le habían visto con un lápiz y aire misterioso
-detrás de la cocina hacer como que tomaba nota
-de lo que se conversaba. Pero que todo había sido una
-pantomima.</p>
-
-<p>El espía de Calfucurá era un tipo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_120"></a>[Pg 120]</span></p>
-
-<p>Oyendo que se ocupaban de él, se marchó; el perro
-le siguió.</p>
-
-<p>Había encontrado un hombre que parecía indio,
-que hablaba una lengua que conocía y se había adherido
-á él por gratitud.</p>
-
-<p>Los perros son más leales que los hombres; los hombres
-más generosos que los perros. El mundo está bien
-así, mientras no se presente otro planeta mejor adonde
-emigrar. Pero la raza humana tiene, sin embargo,
-mucho que aprender de la canina y viceversa.</p>
-
-<p>Me acordé de que ese día era el prefijado para la
-gran junta. Llamé á San Martín y le hice preguntar
-á mi compadre á qué hora marcharíamos. Me contestó
-que cuando ladeara el sol.</p>
-
-<p>Di mis órdenes, se pasó la mañana en preparativos
-para la marcha, y cuando todo estuvo dispuesto
-me fuí al toldo de Baigorrita, entrando en él como en
-mi casa.</p>
-
-<p>Yo observaba movimiento en su gente y tenía curiosidad
-de saber en qué consistía.</p>
-
-<p>La hora se acercaba.</p>
-
-<p>Mi compadre me vió entrar sin salir de su apatía
-habitual. Había vuelto á la faena de picar tabaco con
-la navaja de Rodgers.</p>
-
-<p>En la cara me conoció que alguna curiosidad me
-llevaba.</p>
-
-<p>Llamó á San Martín.</p>
-
-<p>Vino éste, y le hice preguntar que si todavía no era
-hora de ensillar.</p>
-
-<p>Me contestó que teníamos bastante tiempo aún; que
-de allí á <em>Añancué</em>, línea divisoria de sus tierras, no
-había más que dos galopes; que ya había mandado
-traer sus caballos y buscar una res, para que mi gente
-carneara antes de partir; pero que la res tardaría
-un rato largo en llegar, porque estaba lejos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_121"></a>[Pg 121]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué, mi compadre no tiene vacas gordas aquí?&mdash;le
-pregunté á San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;No, señor, si está muy pobre&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Muy pobre?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuánto vale una vaca?</p>
-
-<p>&mdash;No tiene precio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no tiene precio?</p>
-
-<p>Cuando es para comercio, depende de la abundancia;
-cuando es para comer no vale nada; la comida no
-se vende aquí, se le pide al que tiene más.</p>
-
-<p>&mdash;De modo que los que hoy tienen mucho, pronto
-se quedarán sin tener qué dar.</p>
-
-<p>&mdash;No, señor; porque lo que se da <em>tiene vuelta</em>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es eso de vuelta?</p>
-
-<p>&mdash;Señor, es que aquí el que da una vaca, una yegua,
-una cabra ó una oveja para comer, la cobra después;
-el que la recibe, algún día ha de tener.</p>
-
-<p>&mdash;Y si á un indio rico le piden veinte indios pobres
-á la vez, ¿qué hace?</p>
-
-<p>&mdash;Á los veinte les da <em>con vuelta</em> y poco á poco se
-va cobrando.</p>
-
-<p>&mdash;Y si mueren los veinte, ¿quién le paga?</p>
-
-<p>&mdash;La familia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si no tienen familia?</p>
-
-<p>&mdash;Los amigos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si no tienen amigos?</p>
-
-<p>&mdash;No pueden dejar de tener.</p>
-
-<p>&mdash;Pero todos los hombres no tienen amigos que paguen
-por ellos.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí sí; no ve, señor, que en cada toldo hay <em>allegados</em>,
-que viven de lo que agencia el dueño.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si se les antoja no pagar?</p>
-
-<p>&mdash;No sucede nunca.</p>
-
-<p>&mdash;Puede suceder, sin embargo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_122"></a>[Pg 122]</span></p>
-
-<p>&mdash;Podría suceder, sí, señor, pero si sucediese, el día
-que á ellos les faltase nadie les daría.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cada indio tendrá una cuenta muy larga de lo
-que debe y le deben?</p>
-
-<p>&mdash;Todo el día hablan de lo que han recibido y dado
-con vuelta.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no se olvidan?</p>
-
-<p>&mdash;Un indio no se olvida jamás de lo que da ni de
-lo que le ofrecen.</p>
-
-<p>&mdash;¿Me has dicho que cuando una vaca era para comercio
-tenía precio?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Explícame eso?</p>
-
-<p>&mdash;Señor, comercio es, que el que tiene le haga un
-cambio al que tiene.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces si un indio tiene un par de estribos de
-plata y no tiene qué comer, y quiere cambiar los estribos
-por una vaca, los cambia?</p>
-
-<p>&mdash;No se usa; le darán la vaca <em>con vuelta</em> y él dará
-los estribos <em>con vuelta</em> también.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si un indio tiene un par de espuelas de plata
-y las quiere cambiar por un par de estribos?</p>
-
-<p>&mdash;Las cambia, <em>con vuelta</em> ó <em>sin vuelta</em>, según el
-trato.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y con los indios chilenos, cómo hacen el comercio,
-lo mismo?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor; con los chilenos el comercio lo hacen
-como los cristianos, á no ser que sean parientes.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y con los indios de Calfucurá y con los Pampas?</p>
-
-<p>&mdash;Lo mismo, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y hay pleitos aquí?</p>
-
-<p>&mdash;No faltan, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuando dos indios tienen una diferencia, quién
-los arregla?</p>
-
-<p>&mdash;Nombran jueces.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_123"></a>[Pg 123]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y si alguno no se conforma?</p>
-
-<p>&mdash;Tiene que conformarse.</p>
-
-<p>Estos bárbaros, dije para mis adentros, han establecido
-la ley del Evangelio, hoy por ti, mañana por mí,
-sin incurrir en las utopías del socialismo; la solidaridad,
-el valor en cambio para transacciones; el crédito
-para las necesidades imperiosas de la vida y el
-jurado civil; entre ellos se necesitan especies para las
-permutas, crédito para comer.</p>
-
-<p>Es lo contrario de lo que sucede entre los cristianos.
-El que tiene hambre no come si no tiene con qué.
-Está visto que las instituciones humanas son el resultado
-de las necesidades y de las costumbres, y que
-la gran sabiduría de los legisladores consiste en no
-perderlo de vista al modelar las leyes. Los que á cada
-rato nos presentan el cartabón de otras naciones cuya
-raza, cuya religión, cuyas tradiciones difieren de las
-nuestras, deberían tomar notas de estas observaciones.</p>
-
-<p>Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio
-que me escamoteó los guantes de castor se presentó.
-Venía algo <em>achumado</em>.</p>
-
-<p>En cuanto me vió me dijo una cuchufleta. Sentóse
-á mi lado y me pidió el pañuelo de seda que llevaba
-al cuello. Me negué á dárselo, porque su desaparición
-importaba <em>una señal</em>. Pero insistió é insistió y no tuve
-más recurso que ceder. Era una prenda insignificante
-y quién sabe qué se imaginaba mi compadre si no
-lo daba. De la suspicacia de un indio hay que esperarlo
-todo.</p>
-
-<p>Gran contento experimentó el indio al recibir el pañuelo
-y en el acto se lo puso como yo lo usaba, calándose
-encima el sombrero.</p>
-
-<p>Siguió jaraneando, siendo mi larga pera objeto de
-los mayores elogios y admiración. Grande, linda, me<span class="pagenum"><a id="Page_124"></a>[Pg 124]</span>
-decía, pasando por ella sus puercas manos. Quería levantarme
-y no me dejaba. Estaba cargoso como cuatro.
-Y no me era dado manifestarle que me atosigaba
-con sus monadas, porque á mi compadre le hacían suma
-gracia. Además, yo sabía todo el cariño y respeto
-que tenía por él.</p>
-
-<p>Me abrazaba, me besaba, se quedaba mirándome,
-y gozoso exclamaba: ¡Ese coronel Mansilla toro!
-Era el mayor cumplimiento que podía dirigirme. Ya
-lo he dicho, ser <em>toro</em> es ser todo un hombre.</p>
-
-<p>No sabiendo qué más hacerme, se le ocurrió <em>trenzarme
-la pera</em>.</p>
-
-<p>Era la otra seña convenida con Camilo si algún
-peligro me amenazaba. ¿Cómo dejarlo satisfacer su
-capricho?</p>
-
-<p>Se aferró á él con tanta tenacidad, que me preocupó
-seriamente.</p>
-
-<p>Y no era para menos, Santiago amigo, si tienes presente
-la composición de lugar hecha con Camilo, para
-el caso de que los indios no quisieran dejarme salir
-de entre ellos.</p>
-
-<p>Que me hubiera pedido y sacado el pañuelo, se explicaba.
-Á cualquier indio podía habérsele ocurrido
-pedírmelo. Me había puesto en ese caso. Pero que después
-de haber dado el pañuelo me quisiera trenzar la
-barba, era inexplicable, extraordinario.</p>
-
-<p>No hay previsión que alcance ciertas cosas; con
-razón dice Napoleón, que en la guerra dos tercios deben
-concedérsele al cálculo y uno á la casualidad.</p>
-
-<p>No podía ocurrírseme la idea de una traición, porque
-los <em>muchachos</em> de Camilo eran todos hombres muy
-seguros. Han conversado entre ellos sobre lo convenido,
-algún espía los ha oído, me decía, y me tienden un
-lazo; quieren ver qué hago.</p>
-
-<p>El indio no declinaba de su empeño. Á Roma por<span class="pagenum"><a id="Page_125"></a>[Pg 125]</span>
-todo, exclamé interiormente, y me dejé trenzar la barba,
-tomando la precaución de darle la espalda á la entrada
-del toldo, no fuera á pasar Camilo, viera la
-señal y se largara para la Villa de Mercedes, llevándole
-un parte falso al general Arredondo.</p>
-
-<p>Estaba en ascuas; los caballos debían llegar de un
-momento á otro y con ellos Camilo, quién según la consigna
-no me veía hacía días.</p>
-
-<p>Darle aviso de lo que acontecía era imposible. El
-indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre <em>achumado</em>
-es más pesado y fastidioso que una mujer enamorada
-celosa.</p>
-
-<p>La res que había mandado pedir mi compadre llegó,
-y me sacó de apuros. Preguntáronle si la carneaban,
-contestó que sí, y me hizo decir: que cuando gustara
-podía mandar ensillar.</p>
-
-<p>Me levanté, y destrenzándome la malhadada pera,
-salí del toldo, á pesar de los repetidos, «no se vaya,
-amigo», del indio.</p>
-
-<p>Tres trompas tocaron llamada, y algunos momentos
-después comenzaron á llegar grupos de jinetes,
-montando buenos caballos y vistiendo trajes de gala.
-Uno de ellos tenía uniforme completo de teniente coronel
-y la pata en el suelo.</p>
-
-<p>Mi gente estaba pronta. Arrimaron las tropillas y
-ensillamos.</p>
-
-<p>Me despedí tiernamente de mi ahijado. ¡Extraños
-fenómenos de la simpatía, el chiquilín lagrimeó!</p>
-
-<p>Montamos y partimos al gran galope en dispersión.</p>
-
-<p>El cuarterón iba con nosotros y el perro del toldo de
-Baigorrita le seguía.</p>
-
-<p>Por el camino se incorporaron varios grupos de indios,
-y cuando llegábamos á las alturas de Poitaua
-era la tarde ya.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_126"></a>[Pg 126]</span></p>
-
-<p>Sujeté para esperar á los franciscanos que se habían
-quedado atrás, y mi compadre también.</p>
-
-<p>Sobre la copa de un algarrobo estaba un águila, mirando
-al Norte.</p>
-
-<p>Baigorrita me hizo decir con San Martín, que era
-buena seña, que el águila nos indicaba el rumbo.</p>
-
-<p>Si hubiese estado mirando al Sud, <em>todos</em> los indios
-se habrían vuelto.</p>
-
-<p>Es el ave sagrada de ellos y tienen esa preocupación.</p>
-
-<p>Los franciscanos llegaron y seguimos la marcha al
-trote; iba á reirme de la superstición del águila, diciéndoles
-lo que me había hecho notar mi compadre.
-Pero me acordé de que yo no como donde hay trece,
-ni mato arañas por la noche.</p>
-
-<p>Hay un mundo en el que todos los hombres son
-iguales; es el mundo de las preocupaciones. El más
-sensato es un bárbaro. Decidme si no, lector, ¿por
-qué aborrecéis á don fulano?</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_127"></a>[Pg 127]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XIII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Mi compadre Baigorrita me pide caballos prestados.&mdash;El que entre
-lobos anda á aullar aprende.&mdash;Aves de la Pampa.&mdash;En un
-monte.&mdash;Perdido.&mdash;Las tinieblas.&mdash;Fantasmas de la imaginación.&mdash;¿Somos
-felices?&mdash;Disertación sobre el derecho.&mdash;El miedo.&mdash;Hallo
-camino.&mdash;Me incorporo á mis compañeros.&mdash;Clarines
-y cornetas.</p>
-</div>
-
-
-<p>En <em>Pitralauquen</em>, volvimos á hacer alto; los flamencos
-atornasolados saludaron nuestra llegada, batiendo
-con estrépito sus sonrosadas alas, y en ondas caprichosas
-se perdieron por el éter incoloro.</p>
-
-<p>Mi compadre y sus indios allegados iban tan mal
-montados, que me pidió por favor le prestara algunos
-caballos para llegar á la raya.</p>
-
-<p>Ordené que se los dieran, y diciéndole á San Martín:
-parece increíble que Baigorrita no tenga más caballos,
-me contestó: si anoche casi lo han dejado á pie.</p>
-
-<p>Descansamos un rato y seguimos la marcha.</p>
-
-<p>Al tiempo de subir á caballo, le robé al indio de los
-guantes un naco de tabaco que llevaba atado á los
-tientos.</p>
-
-<p>El que entre lobos anda á aullar aprende.</p>
-
-<p>Se lo dije á mi compadre y se rió mucho, festejando
-la ocurrencia y la burla que le harían los demás cuando
-supieran que se había dejado robar por mí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_128"></a>[Pg 128]</span></p>
-
-<p>Galopábamos á toda brida.</p>
-
-<p>Éramos como doscientos y ocupábamos media legua,
-por el desorden en que los indios marchan.</p>
-
-<p>El sol se ponía con un esplendor imponente; sus rayos
-como dardos de fuego despejaban los celajes que
-intentaban ocultarlo á nuestras miradas y refractándose
-sobre las nubes del opuesto hemisferio, teñían el
-cielo con colores vivaces.</p>
-
-<p>Las aves acuáticas, en numerosas bandadas, hendían
-los aires con raudo vuelo y graznando se retiraban
-á las lagunas donde anidaban sus huevos.</p>
-
-<p>Es increíble la cantidad de cisnes, blancos como la
-nieve, de cuello flexible y aterciopelado; de gansos
-manchados, de rojo pico; de patos reales, de plumas
-azules como el lapislázuli; de negras bandurrias, de
-corvo pico; de pardos chorlos, de frágiles patitas; de
-austeras becacinas de grises alas que alegran la Pampa.
-En cualquier laguna hay millares.</p>
-
-<p>¡Cómo gozaría allí un cazador!</p>
-
-<p>Imaginaos que en la «Ramada» los soldados recogieron
-un día ocho mil huevos, después de haber recogido
-toda la semana grandes cantidades.</p>
-
-<p>¡Cuánto echaba yo de menos mi escopeta!</p>
-
-<p>Entramos en el monte. Anocheció y seguimos al
-galope. El polvo y la obscuridad envolvían en tinieblas
-profundas los árboles que, como fantasmas se alzaban
-de improviso al acercarnos á ellos; no nos veíamos
-á corta distancia; nos llevábamos por delante
-unos á los otros; mi caballo era superior, yo iba á la
-cabeza, perdí la senda y me extravié.</p>
-
-<p>Sujeté, hice alto, puse atento el oído en dirección al
-rumbo que me pareció traerían los que me precedían,
-nada oí.</p>
-
-<p>¿Qué peligro corría?</p>
-
-<p>Ninguno en realidad.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_129"></a>[Pg 129]</span></p>
-
-<p>Un tigre no podía hacerme nada. El caballo me habría
-librado de él. Nuestros tigres, el jaguar argentino,
-no atacan como el tigre de Bengala, sino cuando
-los buscan. Por otra parte, el monte había sufrido los
-estragos de la quemazón y el tigre vive entre los pajonales.</p>
-
-<p>¿Qué me imponía entonces?</p>
-
-<p>Las tinieblas de la noche.</p>
-
-<p>Las sombras tienen para mí un no sé qué de solemne.
-En la obscuridad, cuando estoy solo, me siento
-anonadado. Me domino; pero tiemblo.</p>
-
-<p>La noche y los perros son mis dos grandes pesadillas.
-Yo amo la luz y á los hombres, aunque he hecho
-más locuras por las mujeres. No puedo decir lo que me
-aterra cuando estoy solo en un cuarto obscuro, cuando
-voy por la calle en tenebrosas horas, cuando cruzo el
-monte umbrío; como no puedo decir lo que sentía
-cuando trepaba las laderas resbaladizas de la gran cordillera
-de los Andes, sobre el seguro lomo de cautelosa
-mula.</p>
-
-<p>Pero siento algo de pavoroso, que no está en los
-sentidos, que está en la imaginación; en esa región
-poética, mística, fantástica, ardiente, fría, límpida,
-nebulosa, transparente, opaca, luminosa, sombría, risueña,
-triste, que es todo y no es nada, que es como los
-rayos del sol y su penumbra, que cría y destruye, que
-forja sus propias cadenas y las rompe,&mdash;que se engendra
-á sí misma y se devora, que hoy entona tiernas
-endechas al dolor, que mañana pulsa el plectro aurífero
-y canta la alegría, que hoy ama la libertad y mañana
-se inclina sumisa ante la oprobiosa tiranía.</p>
-
-<p>¡Ah! ¡si pudiéramos darnos cuenta de todo lo que
-sentimos!</p>
-
-<p>¡Si nuestra impotente naturaleza pudiera tocar los
-lindes vedados que separan lo finito de lo infinito! ¡Si<span class="pagenum"><a id="Page_130"></a>[Pg 130]</span>
-pudiéramos penetrar en los abismos del mundo psicológico,
-como alcanzamos con el telescopio á las más
-remotas estrellas!</p>
-
-<p>¡Si pudiéramos descomponer los rayos de la mirada
-del hombre, como el espectro solar descompone los
-rayos del gran luminar! Si pudiéramos sondar el corazón,
-como los bajíos tempestuosos del mar.</p>
-
-<p>¿Seríamos más felices?</p>
-
-<p>¡Más felices!...</p>
-
-<p>¿Somos acaso felices?</p>
-
-<p>Si constantemente hablamos de la felicidad, es porque
-tenemos idea de ella.</p>
-
-<p>Definidme, pues, lo que es.</p>
-
-<p>Quiero saberlo, necesito saberlo, debo saberlo, es
-mi derecho.</p>
-
-<p>Sí, yo tengo derecho á ser feliz, como tengo derecho
-á ser libre. Y tengo derecho á ser libre, porque
-he nacido libre.</p>
-
-<p>¿Qué es la libertad?</p>
-
-<p>¿No es el poder de obrar, ó de no obrar, no es la facultad
-de elegir; no es el ejercicio de mi voluntad
-consciente, reflexiva, deliberada, calculada, espere daño
-ó bien?</p>
-
-<p>¡Os atrevéis á tacharme la definición!</p>
-
-<p>¿Qué me vais á decir?</p>
-
-<p>Que no es jurídica: ¿por qué la libertad <em>es el poder
-de hacer lo que no daña á otro</em>?</p>
-
-<p>Os advierto que no hablo como un legista, sino como
-un filósofo, y os admito la diferencia.</p>
-
-<p>Convenido; la libertad es eso, mi derecho corriendo
-en línea paralela con el vuestro una abstracción susceptible
-de asumir una fórmula gráfica.</p>
-
-<p>&mdash;Á mi derecho:</p>
-
-<p>&mdash;Á vuestro derecho:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_131"></a>[Pg 131]</span></p>
-
-<p>Luego un derecho que se sobrepone á otro no es derecho,
-es abuso ó tiranía.</p>
-
-<p>Yo tengo el derecho de hablar, vos también. Si os
-impongo silencio y no callo, os oprimo. Yo tengo el
-derecho de trabajar para mí, vos también. Si os hago
-mi esclavo, os tiranizo.</p>
-
-<p>Estamos acordes.</p>
-
-<p>Pues bien. Insisto en ello. Yo tengo el derecho de
-ser feliz. Lo reconozco, me contestáis; no me opongo
-á ello, no tengo cómo oponerme; lo intentaría en vano.</p>
-
-<p>Es mentira, puesto que mi felicidad consiste en
-que me devolváis el amor de la mujer que me habéis
-robado.</p>
-
-<p>No depende de mí. En todo caso dependerá de ella.</p>
-
-<p>Pero es que si ella volviese á mí, no volvería como
-antes era; para que lo fuera, hubiera debido permanecer
-inmaculada y la habéis corrompido.</p>
-
-<p>Suponiendo que yo pueda ser responsable de vuestra
-felicidad, os prevengo que hacéis un sofisma cuando la
-comparáis con el derecho.</p>
-
-<p>No os entiendo.</p>
-
-<p>Quiero decir que el derecho regla las relaciones naturales
-de la humanidad; que si la libertad es un
-derecho, la felicidad no lo es.</p>
-
-<p>¿Y por qué no ha de ser un derecho aquello que
-más necesito?</p>
-
-<p>Tanto valiera que me dijerais que respirar no es mi
-derecho, siendo así que tengo el derecho de vivir y que
-si no respiro muero.</p>
-
-<p>Es que el sofisma consiste en que hacéis de un accidente
-una necesidad; de una cosa contingente una cosa
-absoluta; de una cosa que está en nuestras manos,
-una cosa que depende de los demás.</p>
-
-<p>¿Pero mi libertad, mi derecho están en ese mismo
-caso?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_132"></a>[Pg 132]</span></p>
-
-<p>No, porque vuestra libertad y vuestro derecho están
-garantidos por la libertad y el derecho ajenos. <i lang="la" xml:lang="la">Alteri
-non feceris quod tibi fieri non vis.</i> No hagas á los demás,
-lo que no quieres que te hagan á ti mismo. <i lang="la" xml:lang="la">Alteri
-feceris quod tibi fieri velis.</i> Haz á lo demás lo que
-quieres que te hagan á ti mismo. Estos dos aforismos
-encierran todos los deberes del hombre para con sus
-semejantes y con la familia.</p>
-
-<p>No protesto contra estos principios, arguyo sólo, que
-si mi felicidad no daña á los demás, tengo el derecho
-de exigir ser feliz.</p>
-
-<p>¿Á quién?</p>
-
-<p>&mdash;¿Á quién?...</p>
-
-<p>&mdash;¿Sí, á quién?</p>
-
-<p>Contestadme.</p>
-
-<p>Os he pedido que me defináis la felicidad.</p>
-
-<p>¿Que os defina la felicidad?</p>
-
-<p>Si la felicidad no es absoluta, es relativa. No es
-como el bien y el mal, como lo bueno y lo malo. Es
-objetiva y substantiva. Depende de las circunstancias,
-del carácter, de las aspiraciones, de accidentes sin fin.</p>
-
-<p>Os entiendo.</p>
-
-<p>Queréis decirme, que un fraile de la Trapa, vicioso,
-descreído, puede vivir más tranquilamente en su retiro
-que yo, creyente y sano, en el bullicio de la sociedad.</p>
-
-<p>Precisamente.</p>
-
-<p>Entonces ¿qué recurso nos queda á los que rodamos
-fatalmente en ese torbellino?</p>
-
-<p>Tomarlo como viene, resignarse.</p>
-
-<p>La conformidad puede convenirle á un esclavo.</p>
-
-<p>¿Y creéis haber dicho algo?</p>
-
-<p>Si no lo creyese, no hubiera hablado.</p>
-
-<p>Os prevengo, sin embargo, que sois esclavo de vuestras
-pasiones.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_133"></a>[Pg 133]</span></p>
-
-<p>¿Y qué me queréis decir?</p>
-
-<p>Quería recordaros, que Dios es inescrutable, que el
-hecho de no poder definir satisfactoriamente una cosa
-en abstracto, no prueba que la cosa deje de existir;
-en una palabra, que habéis sido insensatos al exclamar
-con desaliento: ¿somos acaso felices?</p>
-
-<p>De consiguiente, porque no pueda definir lo que
-experimenté cuando me vi perdido en el monte, no por
-eso dejará de creerse que fué miedo.</p>
-
-<p>¿Cuánto duró? Pocos instantes. Quizá si hubiera
-durado más, lo hubiera podido definir.</p>
-
-<p>Me hallaba perplejo, sin saber qué hacer, mi caballo
-caminaba en la dirección que quería, yo estaba desorientado
-y todo era igual, lo mismo un rumbo que
-otro.</p>
-
-<p>Así había vagado un breve instante á la ventura,
-cuando sentí un tropel, cerca, muy cerca de mí. La
-emoción, sin duda, no me había permitido oirlo antes.</p>
-
-<p>Hay situaciones en que, según las disposiciones del
-espíritu, el zumbido de una mosca, el susurro de una
-hoja parecen una tempestad; y otras en que no se
-oye ni el estampido del cañón. Yo he visto en el campo
-de batalla hombres asustados, poseídos de terror pánico,
-huir hacia el enemigo, que no reconocían á quien
-les hablaba, ni oían lo que se les decía.</p>
-
-<p>Dando vueltas había caído al camino. Me incorporé
-á un grupo que pasaba al galope y seguí. Salimos á
-un descampado. Algunas estrellas brillaban entre nubes
-errantes, que, á impulsos de un vientecito que se
-había levantado, corrían de Naciente á Poniente, presagiando
-que al salir la luna tendríamos luz.</p>
-
-<p>Volvimos á entrar en la espesura; caímos á unos
-barrancos con lagunas salitrosas, que parecían espejos
-de bruñida plata; subimos á la falda de los médanos,
-y al llegar á la cumbre de uno de ellos, la errante<span class="pagenum"><a id="Page_134"></a>[Pg 134]</span>
-reina de los cielos asomó su blanca faz, y clavándola
-en la inmóvil superficie de las lagunas, hizo brotar de
-su seno diamantinas luces.</p>
-
-<p>Oyéronse toques de clarín. Jamás el bélico instrumento
-resonó en mis oídos con más solemnidad. Me
-hizo el efecto de la trompeta del arcángel el día del
-juicio final. Sus vibraciones se alcanzaban tremulantes
-unas á otras, recorriendo las ondulaciones del
-vacío.</p>
-
-<p>Los cornetas de Baigorrita contestaron.</p>
-
-<p>Estábamos en la raya.</p>
-
-<p>Hicimos alto. Llegó un parlamento, habló y habló;
-le contestaron razón por razón; lo despacharon; volvió
-otro y otro, se hizo lo mismo y á las cansadas llegó
-un hijo de Mariano Rosas, invitándonos á avanzar.</p>
-
-<p>Marchamos y llegamos, pasando por una gran playa,
-que es donde los indios, después de sus grandes
-juntas, juegan á la <em>chueca</em>.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_135"></a>[Pg 135]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XIV</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Mariano Rosas y su gente.&mdash;¡Qué valiente animal es el caballo!&mdash;Un
-parlamento de noche.&mdash;Respeto por los ancianos.&mdash;Reflexiones.&mdash;La
-humanidad es buena.&mdash;Si así no fuese estaría
-perturbado el equilibrio social.&mdash;El arrepentimiento es infalible.&mdash;Lo
-dejo á mi compadre Baigorrita y me retiro.&mdash;Un recién
-llegado.&mdash;Chañilao.&mdash;Su retrato.</p>
-</div>
-
-<p>Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una
-colina escarpada; trepábamos dificultosamente á la
-cima, los caballos se hundían hasta los ijares en la esponjosa
-arena; cada paso les costaba un triunfo, caían
-y se enderezaban; temblaban, se esforzaban ardorosos
-y volvían á caer; la espuela y el rebenque los empujaba,
-por decirlo así; endurecían los miembros, recogían
-las patas delanteras, y sacándolas al mismo tiempo,
-se arrastraban, y desencajaban poco á poco las traseras;
-sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y
-subían ¡á veces teníamos que apearnos, que tirarlos
-de la rienda y animarlos, accionando con los brazos,
-gritando ¡aaaah!</p>
-
-<p>¡Qué potente y valiente animal es el caballo!</p>
-
-<p>Llegamos á la cumbre de la colina.</p>
-
-<p>Bajo dos coposos algarrobos, había sentado sus reales
-el Cacique general de las tribus ranquelinas.</p>
-
-<p>Parlamentaba solemnemente con los capitanejos é<span class="pagenum"><a id="Page_136"></a>[Pg 136]</span>
-indios circunvecinos y lejanos que sucesivamente llegaban
-al lugar de la cita.</p>
-
-<p>Á todos los recibía con la misma consideración; á
-todos les hacía las mismas preguntas; á todos los conocía
-por sus nombres, sabía de dónde venían, cómo se
-llamaban sus abuelos, sus padres, sus mujeres, sus
-hijos; y á todos les explicaba el motivo de la junta,
-que al día siguiente se celebraría. Y todos contestaban
-lo mismo, y después de contestar se sentaban en hilera
-dándoles la derecha á los capitanejos más caracterizados
-y á los viejos. Entre éstos fué objeto de las mayores
-atenciones un tal Estanislao. Venía de muy lejos,
-de la raya de las tierras de Baigorrita con Calfucurá.</p>
-
-<p>Tendría como sesenta años; era alto pero estaba encorvado
-bajo el peso de la edad; sus largos cabellos canos
-cayendo en lacias crenchas sobre sus hombros, le
-daban á su rugosa cara, tostada por el sol, un aspecto
-simpático de veneración.</p>
-
-<p>Su traje era el de un paisano.</p>
-
-<p>Poncho y chiripá de tela pampa, camisa de crimea,
-calzoncillos con fleco, botas de potro cerradas en la
-punta. No llevaba sombrero. Una ancha vincha azul
-y blanca adornaba su frente.</p>
-
-<p>Para bajarse del caballo tuvo necesidad de que dos
-indios robustos le prestaran ayuda.</p>
-
-<p>Una vez en tierra le colocaron un par de muletas hechas
-de tosca madera de chañar. Apoyado en ellas, y
-abriéndole paso todo el mundo, avanzó sobre Mariano
-Rosas. Púsose éste de pie y le recibió con marcadas
-muestras de cariño, echándole los brazos y estrechándolo
-con efusión.</p>
-
-<p>Los capitanejos é indios de importancia que ocupaban
-los asientos preferentes se corrieron á la derecha,
-cediéndole el primer puesto, en el que se colocó. Aquel<span class="pagenum"><a id="Page_137"></a>[Pg 137]</span>
-homenaje respetuoso en medio del desierto, á la luz de
-las estrellas, tributado por los bárbaros, me hizo comprender
-que el respeto hacia los que nos han precedido
-en la difícil y escabrosa carrera de la vida es innato
-al corazón humano.</p>
-
-<p>Yo tengo la peor idea de los que no se inclinan reverentes
-ante la ancianidad.</p>
-
-<p>Cuando me encuentro con algún viejo, conocido ó
-desconocido, instintivamente le cedo el paso.</p>
-
-<p>Cualquiera que sea la condición del hombre, sea su
-porte distinguido ó no, vista el rico paño de la opulencia,
-ó los sucios harapos del mendigo, una cabeza
-helada por el invierno de la vida, me infunde siempre
-religioso respeto.</p>
-
-<p>¡Quién sabe, me digo, al verle pasar, cuántas injusticias
-no han herido ese corazón!</p>
-
-<p>¡Quién sabe cuántos dolores no han desgarrado su
-alma!</p>
-
-<p>¡Quién sabe de cuántos desdenes no es víctima, después
-de haber sacrificado los más caros intereses en
-aras de la patria y de la amistad!</p>
-
-<p>¡Quién sabe cuántos infortunios indecibles no han
-anticipado su vejez!</p>
-
-<p>¡Quién sabe si habiéndose hecho la ilusión de ver
-en el último tercio de la vida, amenizado el hogar con
-los afanes de la tierna esposa, y de los hijos, no es un
-desterrado de la familia por sus liviandades ó por la
-fatalidad!</p>
-
-<p>¡Quién sabe si esa existencia trémula, enfermiza,
-que se apaga, que no destella ya sino moribundos rayos,
-como el sol de brumoso día al ponerse, no necesita
-un poco de consideración social para disfrutar de un
-soplo más de vida!</p>
-
-<p>¡Los niños y los viejos son como los polos del mundo!
-opuestos, pero iguales.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_138"></a>[Pg 138]</span></p>
-
-<p>En los unos hay el candor prístino, en los otros hay
-la inofensiva debilidad.</p>
-
-<div class="poetry-container pw25">
-<div class="poetry">
-<p>............................«Last scene of all,<br />
-That ends this strange eventful history<br />
-Is second childishness, and more oblivious,<br />
-Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.»</p>
-</div>
-</div>
-
-<p>Los unos merecen nuestra atención y nuestro amparo,
-porque vienen; los otros nuestra lástima y nuestro
-sostén porque se van.</p>
-
-<p>Como la luz del día, bella al nacer, bella al morir,
-así son ellos. El alfa y el omega de la humanidad se
-encierra en estas dos palabras: <em>nacer y morir</em>.</p>
-
-<p>Nacer es elevarse, sentir, aspirar; morir, es hundirse
-en el abismo del tiempo. La vida y la muerte son
-dos instantes solemnísimos.</p>
-
-<p>Pensad en el placer de ver venir al mundo un hijo,
-placer inefable, inmenso, y veréis que sólo es comparable
-á la amarga pesadumbre de ver al objeto querido
-que nos dió el ser darle á esta vida fugaz y transitoria
-un eterno adiós. ¡Los niños! ¡Ah! ¡los niños son una
-cifra!</p>
-
-<p>¡Cuántas esperanzas para la madre, para el padre,
-para la familia no encierra el recién nacido! ¡Ellos labrarán
-algún día la soñada felicidad de todos! Gratas
-esperanzas mecen su cuna. Hasta el egoísmo se afana
-por ellos sin darse cuenta de sus recelos. Si muriera,
-¡cuántas ilusiones desvanecidas!</p>
-
-<p>¡El tiempo pasa, la vejez llega! Todos han desaparecido.
-Sólo el objeto de tantos anhelos y cuidados sobrevive,
-y solo, solo en el mundo, su pecho encierra impenetrables
-arcanos.</p>
-
-<p>¡Cuántas historias lúgubres no sabe!</p>
-
-<p>¡Sus ojos no lloran ya, su corazón está frío, helado!<span class="pagenum"><a id="Page_139"></a>[Pg 139]</span>
-Pero palpita aún. El mundo de los recuerdos es su suplicio.
-¡Si pudiera olvidar! ¿Olvidar? ¡No! Debe
-arrastrar la pesada cadena de sus decepciones, ó de
-sus remordimientos.</p>
-
-<p>¡Ah! ¡los viejos! No desdeñéis esas existencias retrospectivas,
-que adustas ó risueñas, ocultan en insondables
-profundidades terribles misterios de amor
-y de odio, de constancia y versatilidad, de nobleza y
-ambición, de generosidad y cálculo frío y meditado.</p>
-
-<p>Si ellos os abrieran su pecho, leeríais allí severas
-lecciones para conformar vuestras acciones; para no
-incurrir en las mismas faltas y errores que ellos cometieron.</p>
-
-<p>Callan, porque son discretos; porque la discreción
-es la última y la más difícil de las virtudes que aprendemos.</p>
-
-<p>¡Ah! ¡Si los viejos hablaran!</p>
-
-<p>¡Si en lugar de contarnos sus grandezas, sus glorias,
-sus triunfos juveniles, nos contaran sus miserias!
-¡Cuánto desaliento no nos infundirían!</p>
-
-<p>Su silencio es la postrer prueba de amor que nos dan.
-Ellos son como las páginas de un libro atroz. Si hablan
-con su experiencia, desencantan, confunden, anonadan.</p>
-
-<p>No os empeñéis en leerlas.</p>
-
-<p>Amad y respetad á los viejos, no porque hayan sido
-buenos, sino porque deben haber sufrido.</p>
-
-<p>El dolor es fecundo y purifica.</p>
-
-<p>No les creáis cuando haciendo esfuerzos levantan erguida
-la cerviz, diciendo con orgullo insolente como
-J. J. Rousseau: ¿cuál de vosotros ha sido mejor
-que yo?</p>
-
-<p>Van haciendo su papel en la comedia de la vida.</p>
-
-<p>Todos han sido iguales en un sentido. En otro tri<span class="pagenum"><a id="Page_140"></a>[Pg 140]</span>bunal
-que no está en este mundo habrá quien les arranque
-con mano segura el antifaz.</p>
-
-<p>Allí será en vano disimular. Mientras tanto, inclinaos
-ante sus canas.</p>
-
-<p>¡Quién sabe si cuando lleguéis como ellos al último
-término de la jornada no habéis incurrido en sus mismas
-debilidades!</p>
-
-<p>La vida es así. Lo que no se hace por amor debe hacerse
-por caridad; lo que no se hace por caridad,
-debe hacerse por reflexión.</p>
-
-<p>Trabajados por opuestos sentimientos y pasiones,
-caminamos vacilantes, pretendiendo que tenemos confianza
-en nosotros mismos, y es mentira: todo lo esperamos
-de los demás.</p>
-
-<p>En las tribulaciones pasamos revista de los que nos
-pueden ayudar, y dudando ocurrimos á ellos. Y el último
-de los castigos, es que nos sirvan los que menos
-obligación de servirnos tienen. Sí, es el último castigo
-de los hombres sin fe.</p>
-
-<p>Viven quejándose de la humanidad, y ella está siempre
-presente ahí para socorrerlos en todo, con su bolsa,
-su sangre, y su vida. La misma blasfemia se escapa
-siempre de sus labios; haz bien y espera mal.</p>
-
-<p>¡Qué ingratos somos!</p>
-
-<p>La mano que ayer recibió nuestra limosna generosa,
-mañana nos desconocerá, quizá. ¡Pero cuántos hijos
-pródigos no se cruzarán por nuestro camino!</p>
-
-<p>El equilibrio social estaría perturbado si las cosas
-pasaran de otra manera. Y Dios que ha echado á rodar
-los mundos en los espacios sin fin, para que giren
-eternamente sin chocarse jamás, ha querido que la ley
-consoladora de la solidaridad nunca sufra tampoco
-perturbación alguna.</p>
-
-<p>En buena hora; no esperéis el bien de aquél que re<span class="pagenum"><a id="Page_141"></a>[Pg 141]</span>cibió
-vuestros favores. Esperadlo, sin embargo, de los
-desconocidos.</p>
-
-<p>Maldeciréis vuestra estrella, renegaréis de la vida en
-las amargas horas, y al encontraros cara á cara con la
-muerte tendréis que reconocer que los hombres no han
-sido tan malos.</p>
-
-<p>No hay quien á las puertas de la eternidad maldiga
-á sus hermanos. Sea justicia ó pavor, cuando el cuadrante
-del tiempo marca el minuto solemne entre el
-ser y no ser, todos se arrepienten del mal que hicieron
-ó del bien que dejaron de hacer.</p>
-
-<p>¡Los viejos! ¡los viejos! no les neguéis, os lo vuelvo
-á repetir, ni el paso, ni la mirada, ni el saludo.</p>
-
-<p>¡Cuesta tan poco complacer á los que con un pie en
-el último escalón de este mundo y otro en el dintel de
-las puertas de la eternidad esperan sin rencor ni odio
-el instante fatal!</p>
-
-<p>Estanislao tuvo un largo diálogo con Mariano Rosas.
-En seguida le llegó su turno á Baigorrita y demás
-capitanejos é indios de importancia que les acompañaban.</p>
-
-<p>Yo saludé al cacique particularmente, me senté al
-lado de mi compadre, y como el ceremonial no rezaba
-conmigo, me llamé á sosiego. El galope había excitado
-mi estómago, despertando el apetito. Traté de abandonar
-el campo, pero Baigorrita, que se fastidiaba
-mucho de aquella inacabable letanía de dimes y diretes,
-me dijo que no me fuera, que le esperara, que acamparíamos
-juntos.</p>
-
-<p>Di mis órdenes, mandé que los caballos los rondaran
-lejos, en lugar seguro, que hicieran campamento allí
-cerca, en un montecito muy tupido, y que nos esperaran
-con buen fuego, puchero y asado.</p>
-
-<p>Mientras mi compadre se desocupaba, no faltó quien
-me obsequiara con mate; Hilarión me pasó una torta<span class="pagenum"><a id="Page_142"></a>[Pg 142]</span>
-riquísima hecha al rescoldo, y á hurtadillas, lo mismo
-que un niño mimado y goloso delante de las visitas,
-me la manduqué.</p>
-
-<p>No hay quien no conserve algún recuerdo imperecedero
-de ciertas escenas de la vida; éste, de una cena
-espléndida en el Club del Progreso; aquél, de otra en
-el Plata; el uno, de un almuerzo campestre; el otro,
-de un <i lang="en" xml:lang="en">lunch</i> á bordo. Yo no puedo olvidar la torta cocida
-entre las cenizas que me regaló Hilarión con disimulo,
-diciéndome: «Para usted la tenía, Coronel.»
-La mirada perspicaz de Mariano Rosas se apercibió
-de ello, y calculando que tenía hambre me hizo pasar
-un par de palomas asadas, diciéndome el conductor,
-que las había hecho cazar para mí. Efectivamente, el
-doctor Macías fué quien cumplió la orden. Al día siguiente
-lo supe. ¡Pobre Macías! Ya tendré ocasión de
-ocuparme de él. ¡Qué pena me daba verle! No habíamos
-sido nunca amigos. Pero conservaba por él ese
-afecto de escuela que muchas veces vincula más á los
-corazones que la sangre misma. ¡Cuántas veces al través
-del tiempo, lo mismo en el seno de la patria que en
-extranjera playa, sean cuales sean las borrascas que
-hayan azotado el bajel de nuestra fortuna, el título de
-condiscípulo suele ser un talismán!</p>
-
-<p>Viendo que la charla no cesaba y que amenazaba continuar
-hasta media noche, según el número de personajes
-que aún no habían cambiado sus saludos; viendo
-también que el negro del acordeón andaba por allí y
-que se preparaba á darnos una serenata, le hice una
-indicación á mi compadre.</p>
-
-<p>Me contestó que no podía retirarse todavía; que me
-fuera, que más tarde iría él.</p>
-
-<p>Mariano Rosas estaba en lo más fuerte del entrevero;
-lucía su remarcable retentiva y hacía gala de sus
-habilidades oratorias. Le hice una seña, como dicién<span class="pagenum"><a id="Page_143"></a>[Pg 143]</span>dole,
-me voy, me contestó con otra, como diciéndome,
-hace bien, esto no es con usted; me levanté, me abrí
-paso por entre una espesa muralla de chusma que escuchaba
-el parlamento, llamé á mi asistente, me acercó
-el caballo, puse pie en el estribo y me disponía á
-montar, cuando unos <em>acordes destemplados</em> hirieron
-mis oídos, de atrás. ¡Era el negro del acordeón! Al
-mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué
-con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di
-contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba
-<em>achumado</em>.</p>
-
-<p>Llegué al montecito donde me esperaba mi gente;
-el fogón ardía resplandeciente lo mismo que una hoguera
-de la inquisición; daba ganas de saltarlo, como
-los muchachos saltan las fogatas de viruta y alquitrán
-en el día de San Juan. Hay tentaciones irresistibles.
-Piqué mi valiente caballo, pasé por encima del fuego é
-hice un desparramo. Y como ni el asado, ni el puchero,
-ni la caldera cayeron, todos aplaudieron de corazón.</p>
-
-<p>Contento de mi triunfo eché pie á tierra, con más
-agilidad que otras veces, ocupé mi puesto en la rueda
-y empecé á <em>pegarle</em> al mate.</p>
-
-<p>Mi compadre no venía, cenamos; ordené que le
-guardaran algo, y antes de recogerme mandé ver dónde
-y cómo estaban los caballos.</p>
-
-<p>Más de veinte formábamos el círculo del fogón. Hablábamos
-quién sabe de qué; de repente oyóse un tropel
-de caballos. Es Baigorrita, dijeron unos. Los jinetes
-sujetaron casi encima de nosotros, y una voz firme,
-varonil, desconocida para mí, dijo: ¡Buenas noches!</p>
-
-<p>&mdash;Es Chañilao&mdash;dijeron unos.</p>
-
-<p>&mdash;Buenas noches&mdash;dijeron otros.</p>
-
-<p>&mdash;Eche pie á tierra, si gusta&mdash;dije yo, fingiendo que
-no había reparado en el recién llegado. Pero á la vis<span class="pagenum"><a id="Page_144"></a>[Pg 144]</span>lumbre
-del fogón había visto perfectamente bien su
-cara.</p>
-
-<p>Chañilao se apeó, y hablando en lengua araucana y
-haciendo sonar unas enormes espuelas, se acercó á mí
-y con aire indiferente se sentó á mi lado.</p>
-
-<p>No me moví.</p>
-
-<p>Nadie excepto los indios lo conocía.</p>
-
-<p>Era un hombre alto, delgado, de facciones prominentes
-y acentuadas, de tez blanca, poco quemada; de
-largos cabellos castaños, tirando al rubio; de ojos azules,
-vivos, penetrantes; de ancha frente, cortada á
-pico; de nariz recta como la de un antiguo heleno; de
-boca pequeña, cuyos labios apenas resaltaban; de barba
-aguda, retorcida para arriba, en la que se veía un
-hoyo; lampiño, de modales fáciles; vestido como un
-gaucho rico; llevaba un sombrero de paja de Guayaquil,
-fino; espuelas de plata, y un largo facón de lo
-mismo atravesado en la cintura; rebenque con virolas
-de oro, y su gran cigarro de hoja en la boca.</p>
-
-<p>Sin cuidarse de mí, habló con varios indios ostentando
-un aire y un tono marcadísimos de superioridad.</p>
-
-<p>Me parecía estudiado.</p>
-
-<p>Les hice una seña á mis ayudantes con el dedo, para
-que no dijeran quién era yo.</p>
-
-<p>Le hice pasar un mate y al recibirlo preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está el amigo Camilo Arias?</p>
-
-<p>Mi compadre Baigorrita se hacía sentir en ese momento.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_145"></a>[Pg 145]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XV</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Quién es Chañilao.&mdash;Su historia.&mdash;El carácter es un defecto para
-las medianías.&mdash;Diferencia entre el gaucho y el paisano.&mdash;El
-primero no es nada, el segundo es siempre federal.&mdash;¿Tenemos
-pueblo propiamente hablando?&mdash;Sentimientos de un
-maestro de posta cordobés cuando estalló la guerra con el
-Paraguay.&mdash;Chañilao y yo.&mdash;Frescas.&mdash;Intrigas.&mdash;Una china.</p>
-</div>
-
-
-<p>Chañilao es el célebre gaucho cordobés Manuel Alfonso,
-antiguo morador de la frontera de Río 4.º.</p>
-
-<p>Vive entre los indios hace años.</p>
-
-<p>No hay un baqueano más experto, ni más valiente
-que él. Tiene la carta topográfica de las provincias
-fronterizas en la cabeza.</p>
-
-<p>Ha cruzado la Pampa en todas direcciones millares
-de veces, desde la sierra de Córdoba hasta Patagones,
-desde la Cordillera de los Andes hasta las orillas
-del Plata.</p>
-
-<p>En ese inmenso territorio, no hay un río, un arroyo,
-una laguna, una cañada, un pasto que no conozca
-bien.</p>
-
-<p>Él ha abierto nuevas rastrilladas y frecuentado las
-viejas abandonadas ya.</p>
-
-<p>En la peligrosa travesía, donde pocos se aventuran,
-él conoce escondido <em>guaico</em>, para abrevar la sed del
-caminante y de sus caballos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_146"></a>[Pg 146]</span></p>
-
-<p>Ha acompañado á los indios en sus más atrevidas
-excursiones, y muchas veces se salvaron por su pericia
-y su arrojo.</p>
-
-<p>Sus constantes correrías, de noche, de día, con buen
-ó mal tiempo, llueva ó truene, brille el sol ó esté nublado,
-haya luna ó esté sombrío el cielo,&mdash;le han hecho
-adquirir tal práctica, que puede anticipar los fenómenos
-meteorológicos con la exactitud del barómetro,
-del termómetro y del higrómetro.</p>
-
-<p>Es una aguja de marear humana; su mirada marca
-los rumbos y los medios rumbos, con la fijeza del cuadrante.</p>
-
-<p>Habla la lengua de los indios como ellos, tiene mujer
-propia y vive con ellos. Es domador, enlazador,
-boleador, pialador. Conoce todos los trabajos de campo
-como un estanciero; ha tenido tratos con Rosas y con
-Urquiza, ha caído prisionero varias veces y siempre se
-ha escapado, gracias á su astucia ó su temeridad.</p>
-
-<p>Poco antes de la batalla de Cepeda le tomaron,
-junto con veinte indios, en la frontera Oeste de Buenos
-Aires. Sólo él burló la vigilancia de los guardias y se
-salvó.</p>
-
-<p>Es un oráculo para los indios cuando invaden y
-cuando se retiran; vive por desconfianza en <em>Inché</em>,
-treinta leguas más al Sud que Baigorrita, á cuya indiada
-pertenece; tiene séquito y es <em>capitanejo</em>, con lo
-cual está dicho todo sobre este tipo, planta verdaderamente
-oriunda del suelo argentino.</p>
-
-<p>Chañilao no es sanguinario; ha vivido entre los
-cristianos y entre los indios alternativamente. En el
-Río 4.º tiene amigos: Camilo Arias, mi fiel é inseparable
-compañero, es uno de ellos. La última vez que
-emigró de allí fué por prevenciones infundadas.</p>
-
-<p>Ésa es nuestra tierra&mdash;como nuestra política suele
-consistir en hacer de los amigos enemigos, parias de<span class="pagenum"><a id="Page_147"></a>[Pg 147]</span>
-los hijos del país,&mdash;secretarios, ministros, embajadores
-de los que nos han combatido.</p>
-
-<p>Solemos ser justos con los <em>nuestros</em>, con los adversarios
-somos siempre débiles. Solemos ser tolerantes
-con los que transigen, con los que se hacen un honor
-y un deber de tener conciencia, jamás.</p>
-
-<p>Para ello está reservada la crítica irritante, acerba.</p>
-
-<p>El peor papel que puede representar el patriotismo
-á los ojos de las medianías, es tener carácter.</p>
-
-<p>Más hábiles en el arte de reclutar nulidades, de
-seducir traficantes y especuladores, que dispuestos á
-admirar el talento y la probidad; más capaces de
-claudicar que de imponerse por la elevación moral,
-prefieren los que se doblegan á los que firmes sobre
-el pedestal de sus creencias tienen la osadía de exclamar:
-¡yo pienso así!</p>
-
-<p>¡Ah! ¡si el país no estuviera jadeante! ¡Ah! ¡si no
-estuviera arraigado en todos los corazones el convencimiento
-de que hay que preparar la tierra, antes de
-arrojar en sus entrañas fecundas la semilla!</p>
-
-<p>¡Ah! ¡si no fuera que el hierro mata! ¡Ah! ¡si no
-fuera que una verdad escrita con sangre es siempre
-una conquista fratricida!</p>
-
-<p>Camilo me había hablado largamente de Manuel
-Alfonso. Había sido el apoderado de los pocos intereses
-que dejó en la frontera la última vez que huyó
-de ella. Tenía por él ese cariño respetuoso, que el
-paisano le profesa siempre al gaucho cuando no le cree
-malo; había sido su maestro en los campos; y como
-aborrecía de muerte á los indios, con los que se había
-batido muchas veces cuerpo á cuerpo, perdiendo dos
-hermanos en dos invasiones, se hacía la ilusión de
-arrancarlo de su guarida.</p>
-
-<p>Camilo Arias, es igual á Manuel Alfonso en un sentido,
-su reverso en otro.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_148"></a>[Pg 148]</span></p>
-
-<p>Camilo sabe tanto como Alfonso; es rumbeador como
-él, jinete como él, valiente como él; pero no es
-aventurero.</p>
-
-<p>Camilo es un paisano gaucho, pero no es un gaucho.</p>
-
-<p>Son dos tipos diferentes. Paisano gaucho es el que
-tiene hogar, paradero fijo, hábitos de trabajo, respeto
-por la autoridad, de cuyo lado estará siempre, aun
-contra su sentir.</p>
-
-<p>El gaucho neto, es el criollo errante, que hoy está
-aquí, mañana allá; jugador, pendenciero, enemigo de
-toda disciplina; que huye del servicio cuando le toca,
-que se refugia entre los indios si da una puñalada, ó
-gana la montonera si ésta asoma.</p>
-
-<p>El primero, tiene los instintos de la civilización;
-imita al hombre de las ciudades en su traje, en sus
-costumbres. El segundo, ama la tradición, detesta al
-<em>gringo</em>; su lujo son sus espuelas, su chapeado, su tirador,
-su facón. El primero se quita el poncho para entrar
-en la villa, el segundo entra en ella haciendo
-ostentación de todos sus arreos. El primero es labrador,
-picador de carretas, acarreador de ganado, tropero,
-peón de mano. El segundo se conchaba para las
-<em>yerras</em>. El primero ha sido soldado varias veces. El
-segundo formó alguna vez parte de un contingente y
-en cuanto vió luz se alzó.</p>
-
-<p>El primero es siempre <em>federal</em>, el segundo ya no es
-nada. El primero cree todavía en algo, el segundo en
-nada. Como ha sufrido más que la <em>gente de frac</em>, se ha
-desengañado antes que ella. Va á las elecciones, porque
-el Comandante ó el Alcalde se lo ordena, y con eso se
-hace sufragio universal. Si tiene una demanda la deja
-porque cree que es tiempo perdido, sea dicho con verdad.
-En una palabra, el primero es un hombre útil
-para la industria y el trabajo, el segundo es un
-habitante peligroso en cualquier parte. Ocurre al juez,<span class="pagenum"><a id="Page_149"></a>[Pg 149]</span>
-porque tiene el instinto de creer que le harán justicia
-de miedo, y hay ejemplos; si no se la hacen, se venga,
-hiere ó mata. El primero compone la masa social argentina,
-el segundo va desapareciendo. Para los que,
-metidos en la crisálida de los grandes centros de población,
-han visto su tierra y el mundo por un agujero;
-para los que suspiran por conocer el extranjero, en
-lugar de viajar por su país; para los que han surcado
-el Océano en vapor; para los que saben dónde está
-Riga, ignorando dónde queda Yaví; para los que han
-experimentado la satisfacción febril de tragarse las
-leguas en ferrocarril, sin haber gozado jamás del placer
-primitivo de andar en carreta, para todos ésos el
-<em>gaucho</em> es un ser ideal.</p>
-
-<p>No lo han visto jamás.</p>
-
-<p>La libertad, el progreso, la inmigración, la larga y
-lenta palingenesia que venimos atravesando hace dieciocho
-años lo va haciendo desaparecer.</p>
-
-<p>El día en que haya desaparecido del todo será probablemente
-aquél en que se comprenda que tenemos
-una masa de pueblo sin alma, que en nada, ni en nadie
-cree; que desparramada en inmensas campañas,
-no tiene iglesias, ni escuelas, ni caminos, ni justicia,
-nada que la ampare eficazmente, que la prepare para
-el gobierno propio, para la verdad del sufragio popular,
-para el respeto siquiera del extranjero que viene á
-compartir con nosotros todo, menos el dolor porque no
-nos estima, nada, nada en fin, sino un caudillejo armado
-ó togado que la oprima ó la explote.</p>
-
-<p>Sólo entonces tendremos, propiamente hablando,
-pueblo; pueblo con corazón, con conciencia, con convicción
-y pasión.</p>
-
-<p>Entonces no habrá paisanos honrados, con intereses
-que perder, que encerrándose en el egoísmo, que todo<span class="pagenum"><a id="Page_150"></a>[Pg 150]</span>
-lo seca, hasta el patriotismo, sientan solos los animales
-sociales que pueden asolar su casa.</p>
-
-<p>Entonces no habrá en Córdoba un maestro de posta,
-hacendado, que conteste lo que me contestaron á mí
-en el Molle.</p>
-
-<p>Era el mes de abril del año 1865. Íbamos de pasajeros,
-de Mendoza para Córdoba en una galera, el doctor
-don Eduardo Costa, Alejandro Paz y don Francisco
-Civit, todos excelentes compañeros de viaje. En
-el primero, sobre todo, nadie habría sospechado un
-hombre tan avenido y varonil.</p>
-
-<p>En el Río 4.º el general don Emilio Mitre nos había
-dado la noticia de la primera agresión de López. Teníamos
-una impaciencia febril de llegar á Córdoba,
-donde se hallaba el doctor Rawson.</p>
-
-<p>En la referida posta le pregunté yo al dueño de
-casa, que era un vejete bastante alentado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y, qué noticias tiene, paisano?</p>
-
-<p>&mdash;Ningunas&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Pero hombre&mdash;agregué asombrado;&mdash;¿no sabe usted
-que los paraguayos han invadido la Provincia de
-Corrientes con cuarenta mil hombres; que nos han
-apresado unos vapores; que han robado, incendiado y
-cautivado muchas familias?</p>
-
-<p>Por toda contestación exclamó, con la tonada consabida:</p>
-
-<p>&mdash;¡Lo bueno que por aquí no han de llegar!</p>
-
-<p>¡Qué consoladora ingenuidad! Pero qué bien pinta
-el estado moral de un país.</p>
-
-<p>Después de esto habladme cuanto queráis del patriotismo
-argentino. Yo os diré que el patriotismo es
-una virtud cívica, que no apasiona las multitudes sino
-cuando la noción del deber se ha encarnado en ellas;
-que todo deber responde á un ideal; que la libertad,
-la religión, la patria, el honor nacional son un ideal,<span class="pagenum"><a id="Page_151"></a>[Pg 151]</span>
-pero que ese ideal no está sino en la conciencia de
-cierto número de elegidos.</p>
-
-<p>Tenemos el germen, falta difundirlo.</p>
-
-<p>¿De qué manera? Haciendo que la patria sea para
-el hombre del pueblo, la libertad en todas sus manifestaciones,
-la justicia, el trabajo bien remunerado;
-no el abuso, el privilegio, la miseria.</p>
-
-<p>Entonces no se encontrará quien diga, lo que frecuentemente
-se oye: ¡para lo que yo le debo á la
-patria!</p>
-
-<p>No basta que las constituciones proclamen que todo
-ciudadano está obligado á armarse en defensa de la
-patria. Es menester que la patria deje de ser un mito,
-una abstracción, para que todos la comprendan y la
-amén con el mismo acendrado amor. Hay fanatismos
-necesarios, que si no existen se deben crear.</p>
-
-<p>Manuel Alfonso volvió á preguntar por el amigo
-Camilo Arias.</p>
-
-<p>&mdash;Que lo llamen&mdash;dije yo.</p>
-
-<p>El gaucho, ni me miró siquiera.</p>
-
-<p>Pero comprendiendo quién era, y con la intención
-sin duda de <em>calmarme</em>, preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo se entienden estas paces? Aquí de amigos
-ya, Calfucurá invadiéndolo los porteños.</p>
-
-<p>&mdash;Mire, amigo&mdash;le contesté;&mdash;delante de mí no me
-venga hablando barbaridades. Si no le gusta la paz
-mándese mudar.</p>
-
-<p>Se dió vuelta entonces, me miró, y pegando maquinalmente
-con el rebenque en el suelo unas cuantas
-veces, repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Yo digo lo que me han dicho.</p>
-
-<p>&mdash;Pues le repito que es una barbaridad, le contesté.</p>
-
-<p>Me miró con más fijeza y por toda contestación se
-sonrió maliciosamente como diciendo: ¡mozo malo!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_152"></a>[Pg 152]</span></p>
-
-<p>Estaba provocativo. Iba mal parado si le aflojaba,
-así es el gaucho taimado.</p>
-
-<p>&mdash;Y este fogón es mío, le agregué, como diciéndole:
-«no quiero que en él se hablen cosas que no me
-gustan».</p>
-
-<p>&mdash;¿Y usted quién es?&mdash;repuso, jugando siempre con
-el rebenque y fijando la vista en el fogón.</p>
-
-<p>&mdash;Averigüe&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>En ese momento una voz conocida dijo al lado mío:</p>
-
-<p>&mdash;Orden, señor.</p>
-
-<p>Era Camilo Arias que venía á mi llamado.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí tienes un amigo&mdash;le dije, señalándole á
-Manuel Alfonso.</p>
-
-<p>Los paisanos son generalmente fríos, se saludaron
-como si se hubieran visto el día antes.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos&mdash;le dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos&mdash;contestó el gaucho, levantándose. Dió las
-buenas noches y se marchó.</p>
-
-<p>Me quedé sumamente preocupado. En un hombre
-tan sagaz como él, tan conocedor de los indios, tan
-influyente entre ellos por sus servicios, sus conocimientos
-y su valor, aquellas palabras soltadas en mi
-fogón, revelaban malísima intención.</p>
-
-<p>No había subido aún á caballo Manuel Alfonso,
-cuando mi compadre Baigorrita se presentó.</p>
-
-<p>Echó pie á tierra y se sentó á mi lado; pedí su cena,
-se la trajeron, y sacando el cuchillo, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conociendo Chañilao?</p>
-
-<p>&mdash;Ahí va&mdash;le contesté indicándoselo. Acababa de
-armar un cigarro en ese instante y lo encendía, montando
-ya.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí&mdash;dijo mi compadre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hay algo?&mdash;le pregunté á San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;¡Creo que sí!&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Baigorrita estaba más pensativo que de costumbre.<span class="pagenum"><a id="Page_153"></a>[Pg 153]</span>
-Sus preguntas, sus exclamaciones, su aire sombrío,
-acabaron de convencerme de que Manuel Alfonso no
-había venido á mi fogón á hablar de la paz y de Calfucurá
-sin objeto.</p>
-
-<p>¿Qué podía haber?</p>
-
-<p>En vísperas de una gran junta, cualquier mala disposición
-era alarmante.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hay alguna cosa, compadre?&mdash;le hice preguntar
-á Baigorrita con San Martín.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, compadre&mdash;me contestó él mismo.</p>
-
-<p>Habló con San Martín y en seguida me dijo éste:</p>
-
-<p>Que Mariano Rosas le había contado muchas cosas
-de mí; que estando acampado en Calcumuleu los había
-tratado muy mal á los indios; que á él le había mandado
-decir una porción de desvergüenzas; y que yo era
-muy altanero.</p>
-
-<p>Le referí todo lo que había sucedido y su respuesta
-fué por boca de San Martín:</p>
-
-<p>&mdash;Alguna intriga, compadre, porque nos ven de
-amigos.</p>
-
-<p>Comprendí todo.</p>
-
-<p>Durante mi permanencia en Quenque, me habían
-hecho la cama en Leubucó.</p>
-
-<p>Mi compadre acabó de cenar, él y yo éramos los
-únicos que quedaban al lado del fogón; los demás se
-habían recogido.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á dormir, compadre&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Llamé á Carmen.</p>
-
-<p>Me enseñó mi cama. Estaba al pie de un hermoso
-caldén.</p>
-
-<p>Me sentaba en ella, cuando una china se apeó allí
-cerca del caballo, y viniendo á mí me dijo con aire
-misterioso:</p>
-
-<p>&mdash;Tengo que hablarle.</p>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_154"></a>[Pg 154]<br /><a id="Page_155"></a>[Pg 155]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XVI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Mi compadrazgo con Baigorrita había alarmado á los de Leubucó.&mdash;Censura
-pública.&mdash;Nubes diplomáticas.&mdash;Camargo conocía
-bien á los indios.&mdash;Confío en él.&mdash;Camilo y Chañilao no
-se entienden.&mdash;En marcha para la junta grande.&mdash;Quieren que
-salude á quien no debo.&mdash;Me niego á ello.&mdash;Ceden saludos.&mdash;Empieza
-la conversación.&mdash;Discurso inaugural.&mdash;Entusiasmo
-que produce Mariano Rosas.&mdash;El debate.&mdash;Un tonto no será
-nunca un héroe.</p>
-</div>
-
-
-<p>Al día siguiente, antes de amanecer, ya sabía yo con
-interesantes detalles, qué intrigas habían tenido lugar
-en Leubucó, mientras había andado por Quenque.</p>
-
-<p>La noticia de mi compadrazgo con Baigorrita había
-producido mal efecto en Mariano Rosas.</p>
-
-<p>La consagración de ese vínculo es tan sagrado para
-los indios, que aquél se alarmó de una amistad naciente,
-sellada con el bautismo del hijo mayor de su aliado.</p>
-
-<p>Sus allegados, en lugar de tranquilizarlo, halagaban
-sus preocupaciones, diciéndole que no se descuidara,
-que estuviese en guardia.</p>
-
-<p>Mi conducta era públicamente censurada; se me acusaba
-de haber tratado descortésmente á los indios, desde
-el día en que llegué á Aillancó. Se me hacía el cargo
-de no haber avisado con anticipación mi viaje; criticaban
-mi mezquindad, comparándola con la magni<span class="pagenum"><a id="Page_156"></a>[Pg 156]</span>ficencia
-del padre Burela, conductor de cincuenta cargas
-de bebida: decían que no era bueno; que les había
-impuesto el tratado de paz, mandándoles un ultimátum;
-que había llevado un instrumento para medir las
-tierras; que eso era porque los cristianos se preparaban
-para una invasión; que el tratado no tenía más
-objeto que entretener á los indios para ganar tiempo.</p>
-
-<p>El padre Burela parecía ajeno á estas murmuraciones.
-Pero no las había reprobado; y no teniendo nada
-que hacer en la junta, se hallaba al lado de Mariano
-Rosas. Con él estaba la noche antes, dábase los aires
-de un valido y pretendía que Baigorrita le había desairado,
-haciéndome su compadre, queja asaz extraña
-en un sacerdote.</p>
-
-<p>El horizonte diplomático se me presentaba cargado
-de nubes.</p>
-
-<p>La persona que se había tomado el trabajo de venir
-furtivamente á contarme lo que había pasado durante
-mi ausencia para que estuviera prevenido, opinaba que
-tendríamos una junta tumultuosa.</p>
-
-<p>Las voces malignas que traía Chañilao, hacían más
-vidriosa la situación.</p>
-
-<p>Antes de estar en mi fogón había estado en el sitio
-donde parlamentaba Mariano Rosas; había hablado
-con él y con otros; había desparramado sus noticias, y
-la atmósfera de desconfianza se había hecho.</p>
-
-<p>Rayaba el día cuando llegó un mensajero de Mariano
-Rosas; mandaba informarse de cómo había pasado
-la noche y prevenirme que en cuanto saliera el
-sol nos moveríamos y que la señal sería un toque de
-corneta.</p>
-
-<p>Le contesté que había pasado la noche sin novedad;
-que me alegraba de que él y su gente hubiesen dormido
-bien; y que estaba á su disposición.</p>
-
-<p>Hice llamar á Camilo Arias, ordené que arrimaran<span class="pagenum"><a id="Page_157"></a>[Pg 157]</span>
-los caballos, púsose toda mi gente en pie y nos aprestamos
-á marchar.</p>
-
-<p>Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos
-mate.</p>
-
-<p>Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me
-había sucedido con Chañilao; lo que había pasado en
-Leubucó durante nuestro paseo por las tierras de Baigorrita;
-lo que Mariano Rosas había conversado con
-éste; y le pedí que me diera con franqueza su opinión.</p>
-
-<p>Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza.
-Me tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo
-tiene sus misterios. Él conocía bien los del suyo, como
-nadie quizá.</p>
-
-<p>Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque;
-que se había hecho devolver los estribos que le
-robaron en el toldo de Caiomuta y las demás prendas
-que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle
-su proceder.</p>
-
-<p>Llegaron los caballos y Camilo.</p>
-
-<p>Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su
-entrevista con Manuel Alfonso.</p>
-
-<p>Habían dormido juntos; no se habían entendido,
-porque el gaucho no había simpatizado conmigo; pero
-se habían separado amigos.</p>
-
-<p>Se oyó un toque de corneta.</p>
-
-<p>Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á
-caballo y nos movimos, rompiendo la marcha en dispersión.</p>
-
-<p>Á poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas,
-coronando la cumbre de una cuchilla.</p>
-
-<p>Tocaron alto, llamada y reunión.</p>
-
-<p>Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría
-hecho una tropa disciplinada.</p>
-
-<p>Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito<span class="pagenum"><a id="Page_158"></a>[Pg 158]</span>
-nos pusimos al frente de la línea, y en ese orden avanzamos.</p>
-
-<p>La indiada de Mariano Rosas hizo la misma maniobra.
-Las dos líneas marchaban á encontrarse. Seríamos
-trescientos de cada parte.</p>
-
-<p>El sol se levantaba en ese momento inundando la azulada
-esfera con su luz, la atmósfera estaba diáfana;
-los más lejanos objetos se transparentaban, como si se
-hallaran á corta distancia del observador; el cielo estaba
-despejado, sólo una que otra nube nacarada navegaba
-por el vacío, con majestuosa lentitud; la blanda
-brisa de la mañana apenas agitaba la grama color de
-oro; el rocío, salpicando los campos, los hacía brillar
-como si estuvieran cubiertos por inmenso manto de
-rica y variada pedrería.</p>
-
-<p>Cuando las dos líneas que avanzaban al paso estuvieron
-á cincuenta metros una de otra, los clarines y
-cornetas tocaron alto, y las dos indiadas se saludaron
-golpeándose la boca.</p>
-
-<p>Los ecos se perdían por los aires, quedaba todo en el
-más profundo silencio, y los gritos se repetían.</p>
-
-<p>Nadie llevaba armas; todo el mundo montaba excelentes
-caballos, vestía su mejor ropa y ostentaba las
-prendas de plata y los arreos más ricos que tenía.</p>
-
-<p>Mariano Rosas destacó un indio; Baigorrita otro;
-colocáronse equidistantes de las dos líneas; cambiaron
-<em>sus razones</em>, y volvieron á sus respectivos puntos de
-partida.</p>
-
-<p>Los dos caciques acababan de saludarse y de invocar
-la protección de Dios para deliberar con acierto.</p>
-
-<p>Tocaron atención, dieron voces de mando en lengua
-araucana, la segunda fila de cada línea retrocedió dos
-pasos, los que miraban al Norte giraron á la izquierda,
-tocaron marcha y las dos líneas quedaron formadas
-en alas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_159"></a>[Pg 159]</span></p>
-
-<p>Mariano Rosas destacó un indio que se acercó á mí
-y me habló en su lengua.</p>
-
-<p>Camargo, haciendo de lenguaraz, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Dice el general Mariano que eche pie á tierra para
-saludar al padre Burela.</p>
-
-<p>Me pareció haber entendido mal.</p>
-
-<p>&mdash;¿Para saludar á quién?&mdash;le pregunté á Camargo
-con extrañeza.</p>
-
-<p>&mdash;¡Al padre Burela!&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Al padre Burela?&mdash;exclamé mirando á los franciscanos
-y á mis oficiales.</p>
-
-<p>&mdash;Es pretensión&mdash;agregué.</p>
-
-<p>&mdash;Dile, proseguí, dirigiéndome á Camargo, que le
-conteste á Mariano que yo no tengo que saludar al padre
-Burela, que soy aquí el representante del Presidente
-de la República, que en todo caso es el padre Burela
-quien debe saludarme á mí.</p>
-
-<p>El mensajero se marchó y yo me quedé refunfuñando.
-Estaba indignado.</p>
-
-<p>Lo que pasaba no era más que la consecuencia de
-las intrigas de Leubucó.</p>
-
-<p>Volvió el indio insistiendo en lo mismo.</p>
-
-<p>Contesté con malísimo modo, que antes que hacer lo
-que se me exigía, me <em>cortaría</em> con mi gente, que hicieran
-la junta sin mí, si querían, que yo no estaba para
-bromas.</p>
-
-<p>Llevó el indio mi contestación.</p>
-
-<p>Baigorrita que entendía todo lo que yo contestaba,
-porque Camargo lo repetía en lengua araucana, me
-hizo decir:</p>
-
-<p>&mdash;Echemos pie á tierra, compadre.</p>
-
-<p>Mariano Rosas recibió mi contestación sin visible
-alteración; conferenció con sus consejeros y su embajador
-volvió por tercera vez, diciéndome:</p>
-
-<p>&mdash;Dice el General que es para saludar á todos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_160"></a>[Pg 160]</span></p>
-
-<p>&mdash;Eso es otra cosa&mdash;contesté.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, mandé echar pie á tierra á los míos
-haciéndolo yo primero.</p>
-
-<p>Mariano Rosas y los suyos me imitaron.</p>
-
-<p>Vino otro indio, habló con Camargo, y siguiendo las
-indicaciones de éste, comenzó el ceremonial.</p>
-
-<p>Mariano Rosas y su séquito estaban formados en
-ala; Baigorrita y mi séquito lo mismo, es decir, que mi
-izquierda venía á quedar frente á la derecha de aquél.</p>
-
-<p>Tiramos á la derecha marchando al Naciente unos
-cuantos pasos, volvimos á girar al Norte, seguimos
-hasta quedar perpendicularmente á la izquierda del
-séquito de Mariano Rosas, que permanecía inmóvil,
-formando un ángulo, y los saludos empezaron, consistiendo
-en fuertes apretones de manos y abrazos.</p>
-
-<p>Desfilamos por delante de aquéllos, y cuando Baigorrita
-estrechaba la mano de Mariano Rosas y yo la de
-Epumer, mi cola, hablando militarmente, se abrazaba
-con el último indio del séquito de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Hecho esto, seguimos desfilando, hasta que el último
-de mis asistentes saludó á aquél, y volvimos á ocupar
-el puesto en que estábamos al echar pie á tierra.</p>
-
-<p>En seguida Mariano Rosas y los suyos avanzaron
-veinte pasos; Baigorrita, yo y los míos hicimos simultáneamente
-otro tanto, formando dos pelotones.</p>
-
-<p>Las dos líneas de jinetes formaron un círculo conversando
-á vanguardia, á derecha é izquierda, sus respectivas
-alas; echaron pie á tierra Mariano Rosas y
-los suyos; Baigorrita, yo y los míos quedamos encerrados
-en dos círculos concéntricos, formado el exterior
-por caballos y el interior por indios.</p>
-
-<p>Todas estas evoluciones se hicieron en silencio, con
-orden, revelando que estaban sujetos á una regla de
-ordenanza conocida.</p>
-
-<p>Ningún indio maneó ni ató su caballo en las pajas.<span class="pagenum"><a id="Page_161"></a>[Pg 161]</span>
-Sólo le bajó las riendas. Los mansos animales ni se
-movían de su puesto.</p>
-
-<p>Mariano Rosas invitó á todo el mundo á sentarse.</p>
-
-<p>Nos sentamos, pues, sobre el pasto humedecido por
-el rocío de la noche, sin que nadie tendiera poncho,
-ni carona, cruzando las piernas á la turca.</p>
-
-<p>Mariano Rosas me cedió á su lenguaraz José; colocóse
-éste entre él y yo, y el parlamento empezó.</p>
-
-<p>Yo estaba bajo la influencia desagradable de las revelaciones
-que me habían hecho y fastidiado con la
-pretensión rechazada de que saludara al padre Burela.</p>
-
-<p>Apoyé los codos en las rodillas, y ocultando la cara
-entre las manos, me dispuse á escuchar el discurso
-inaugural de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>El lenguaraz me previno que todavía no empezaba
-á hablar conmigo.</p>
-
-<p>El cacique general tomó la palabra y habló largo
-rato, unas veces con templanza, otras con calor, ya
-bajando la voz hasta el punto de no percibirse los vocablos,
-ya á gritos; ora accionando, con la vista fija
-en tierra, ora mirando al cielo. Por momentos, cuando
-su elocuencia rayaba, sin duda, en lo sublime, sacudía
-la cabeza y estremecía el cuerpo como poseído de
-un ataque epiléptico.</p>
-
-<p>Las palabras: <em>Presidente</em>, <em>Arredondo</em>, <em>Mansilla</em>, <em>yeguas</em>,
-<em>achúcar</em>, <em>yerba</em>, <em>tabaco</em>, <em>plata</em> y otras castellanas
-que los indios no tienen, flotaban entre la peroración
-á cada paso.</p>
-
-<p>Los oyentes aprobaban y desaprobaban alternativamente.</p>
-
-<p>Cuando aprobaban, el orador bajaba la voz; cuando
-desaprobaban, gritaba como un condenado.</p>
-
-<p>Terminado el discurso inaugural, en medio de entu<span class="pagenum"><a id="Page_162"></a>[Pg 162]</span>siastas
-manifestaciones de aprobación, llegó el turno
-del debate.</p>
-
-<p>El cacique empezó por invocar á Dios.</p>
-
-<p>Me dijo que protegía á los buenos, y castigaba á los
-malos; me habló de la lealtad de los indios, de las
-<em>paces</em> que en otras épocas habían tenido, que si habían
-fallado, no había sido por culpa de ellos; me hizo un
-curso sobre la libertad con que entre ellos se procedía;
-agregó que por eso había reunido los principales capitanejos,
-los indios más importantes por su fortuna ó
-por sus años para que dijesen si les gustaba el tratado,
-porque él no hacía sino lo que ellos querían; que su
-deber era velar por su felicidad; que él no les imponía
-jamás, que entre los indios no sucedía como entre los
-cristianos, donde el que mandaba, mandaba; y terminó
-pidiéndome leyera los artículos del tratado referentes
-á la donación trimestral de yeguas, etc., etc.</p>
-
-<p>Me disponía á contestar, cuando oí que le gritaban
-con desprecio al doctor Macías, que teniendo al hombro
-una escopeta, regalo mío á Mariano Rosas, se había
-confundido con su gente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Afuera! ¡afuera el <em>Doctor</em>!</p>
-
-<p>El pobre Macías agachó la cabeza, y resignado á su
-suerte se alejó de allí, siendo objeto de las risas y rechifles
-de los indios más ladinos y de algunos cristianos.</p>
-
-<p>Metí la mano al bolsillo, saqué mi libro de memorias;
-busqué en él el extracto del tratado de paz, y
-procurando imitar la mímica oratoria de la escuela
-ranquelina, tomé la palabra.</p>
-
-<p>Expliqué el tratado, punto por punto; hablé de
-Dios, del Diablo, del cielo, de la tierra, de las estrellas,
-del sol y de la luna; de la lealtad de los cristianos, del
-deseo que tenían de vivir en paz con los indios, de
-ayudarlos en sus necesidades, de enseñarles el trabajo,<span class="pagenum"><a id="Page_163"></a>[Pg 163]</span>
-de hacerlos cristianos para que fueran felices, del Presidente
-de la República, del general Arredondo y
-de mí.</p>
-
-<p>Éste fué mi primer discurso.</p>
-
-<p>Es posible que entre cristianos me hubieran aplaudido.</p>
-
-<p>El efecto que produjo mi retórica y mi acción entre
-los bárbaros lo deduje viendo al indio que me robó los
-guantes en Quenque, los cuales se había puesto, dormido
-como una piedra á mi lado.</p>
-
-<p>Paturot fué más feliz que yo, la primera vez que de
-la noche á la mañana se vió convertido en orador republicano
-popular.</p>
-
-<p>Decididamente estamos destinados á recorrer una escala
-interminable de desengaños en la complicada travesía
-por este pícaro mundo.</p>
-
-<p>No hay más, digan lo que quieran ciertos fanáticos,
-ni un tonto será nunca un héroe, porque la palabra
-héroe, despertando la idea de grandeza, implica inteligencia;
-ni yo he nacido para orador ministerial,
-mucho menos entre los indios.</p>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_164"></a>[Pg 164]<br /><a id="Page_165"></a>[Pg 165]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XVII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Repito la lectura de los artículos del tratado de paz.&mdash;Los indios
-piden más que comer.&mdash;Mi elocuencia.&mdash;Mímica.&mdash;Dificultades.&mdash;El
-recurso de un sermón de Viernes Santo me salva.&mdash;El representante
-de la <i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté</i> de Bruselas y yo.&mdash;Cargos mutuos.&mdash;Argumentos
-etnográficos.&mdash;Recursos oratorios.&mdash;En el banco
-de los acusados.&mdash;Interpelaciones <i lang="la" xml:lang="la">ad hominem</i>.&mdash;El traidor
-calla.&mdash;Redoblo mi energía é impongo con ella.&mdash;Se establece
-la calma.&mdash;Apéndice.&mdash;Once mortales horas en el suelo.</p>
-</div>
-
-
-<p>Mariano Rosas me exigió que repitiera la lectura de
-los artículos que estipulaban la entrega de yeguas, hierba,
-azúcar, tabaco, etc., diciéndome que quería que todos
-los indios se enterasen bien de la paz que se iba á
-hacer.</p>
-
-<p>Esta última frase, <em>que se iba á hacer</em>, dicha después
-de estar firmado, ratificado y canjeado el tratado de
-paz, era otra originalidad verdaderamente ranquelina.</p>
-
-<p>No una vez sino varias la había oído ya. Me hacía
-muy mal efecto.</p>
-
-<p>Las disposiciones de los indios en aquellos momentos,
-no eran las más favorables para obtener de ellos un
-triunfo oratorio; y la junta parecía que iba á tomar
-el carácter de un <i lang="en" xml:lang="en">meeting</i>, aprobatorio ó reprobatorio,
-de la conducta del Cacique.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_166"></a>[Pg 166]</span></p>
-
-<p>Lo deducía de que varias veces me había soltado esta
-frase: «recién voy á dar cuenta á mis indios de lo que
-hemos arreglado, y lo que ellos decidan, eso será lo
-que se haga.»</p>
-
-<p>Yo estaba prevenido desde la noche anterior.</p>
-
-<p>Accedí á la exigencia, leyendo otra vez los artículos
-del tratado que más preocupaban ó interesaban.</p>
-
-<p>Comer será siempre un capítulo primordial para la
-humanidad.</p>
-
-<p>Varias voces gritaron en araucano:</p>
-
-<p>&mdash;¡Es poco! ¡Es poco!</p>
-
-<p>Lo comprendí porque ciertos cristianos repitieron la
-frase en castellano, con intención, apoyándola con repetidos
-¡sí! ¡sí!</p>
-
-<p>Mariano Rosas, notando aquello, me echó un discurso
-sobre la pobreza de los indios, exigiéndome la
-entrega de más cantidad de yeguas, yerba, azúcar y
-tabaco.</p>
-
-<p>Contesté que los indios eran pobres porque no amaban
-el trabajo; que cuando le tomaran gusto se harían
-tan ricos como los cristianos, y que yo no podía
-comprometerme á dar más de lo convenido, que no era
-poco, sino mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es poco! ¡es poco!&mdash;volvieron á gritar varios á
-una.</p>
-
-<p>&mdash;Lo ve usted&mdash;me dijo Mariano Rosas, que no me
-trataba ya de hermano,&mdash;dicen que es poco.</p>
-
-<p>&mdash;Lo veo&mdash;le contesté;&mdash;pero es que no es poco, al
-contrario, es mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¡Poco! ¡poco! ¡poco!&mdash;gritaron simultáneamente
-más voces que antes.</p>
-
-<p>Tomé la palabra, volví á leer los artículos del tratado
-estipulando la entrega de yeguas, etc., los comparé
-con lo que se les entregaba á las indiadas de Calfucurá,
-y probé que iban á recibir más que ellos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_167"></a>[Pg 167]</span></p>
-
-<p>&mdash;Díganme que no es cierto&mdash;exclamaba yo, viendo
-que nadie había contradicho mis demostraciones. Y
-aprovechando la coyuntura, fulminé mis rayos oratorios
-contra Calfucurá.</p>
-
-<p>&mdash;Calfucurá&mdash;les dije,&mdash;ha roto la paz porque es un
-indio muy pícaro y de muy mala fe que no teme á
-Dios. Ha sabido que lo que hemos arreglado con Mariano
-Rosas para estas paces es más de lo que él recibe,
-y se ha vuelto á hacer enemigo de los cristianos, diciendo
-que los indios ranqueles son preferidos. Pero
-todo es para ver si consigue que le den lo mismo que
-estas indiadas van á recibir por el tratado de paz que
-ya hemos arreglado con mi hermano.</p>
-
-<p>Y al decir <em>mi hermano</em>, acentuaba la palabra cuanto
-podía y me dirigía á Mariano Rosas.</p>
-
-<p>&mdash;Ya ven ustedes&mdash;gritaba con toda la fuerza de mis
-pulmones y mímica indiana, para que todos me oyeran
-y creyendo seducirles con mi estilo,&mdash;cómo los indios
-ranqueles son preferidos á los de Calfucurá.</p>
-
-<p>Mariano Rosas me preguntó, que cuántas yeguas se
-debían ya á los indios por el tratado.</p>
-
-<p>Quería decir que desde cuándo había empezado á
-tener fuerza.</p>
-
-<p>Como se ve, el tratado era y no era el tratado.</p>
-
-<p>Le contesté que el tratado obligaba á los cristianos
-desde el día en que el Presidente de la República le
-había puesto su firma al pie.</p>
-
-<p>Me contestó que él había creído que era desde el
-día en que me lo devolvió aprobado.</p>
-
-<p>Le contesté que no.</p>
-
-<p>Me preguntó que cuándo lo había firmado el Presidente
-de la República.</p>
-
-<p>Satisfice su pregunta, y entonces, haciendo sus cuentas,
-me dijo que ya se les debía tanto.</p>
-
-<p>Expliqué lo que antes le había explicado en Leu<span class="pagenum"><a id="Page_168"></a>[Pg 168]</span>bucó,
-lo que es el Presidente de la República, el Congreso
-y el Presupuesto de la Nación. Les dije que el
-Gobierno no podía entregar inmediatamente lo convenido,
-porque necesitaba que el Congreso le diera la plata
-para comprarlo, y que éste antes de darle la plata
-tenía que ver si el tratado convenía ó no.</p>
-
-<p>Eso era lo que en cumplimiento de órdenes recibidas
-debía yo explicar, como si fuera tan fácil hacerles
-entender á bárbaros lo que es nuestra complicada máquina
-constitucional.</p>
-
-<p>Pero por lo pronto, continué diciéndoles: Se va á
-entregar algo á cuenta, lo demás se completará cuando
-el Congreso apruebe el tratado. El Presidente de la
-República quiere manifestarles de ese modo á los indígenas
-su buena voluntad.</p>
-
-<p>Mientras yo hacía estas observaciones, me parecía
-que entre la manera de discurrir de los indios y la mía,
-había una perfecta similitud.</p>
-
-<p>Mariano Rosas, me decía para mis adentros, mientras
-mi lengua funcionaba, ha firmado el tratado, yo
-lo creía concluido, y ahora resulta que la junta lo puede
-anular. Pues es lo mismo que sucede con el Presidente
-y el Congreso.</p>
-
-<p>¿No es verdad que el caso era idéntico? Los extremos
-se tocan.</p>
-
-<p>Esperaba una interpelación de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Varios indios la hicieron antes que él.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si el Congreso no aprueba el tratado&mdash;preguntaron,&mdash;ya
-no habrá paz?</p>
-
-<p>Ponte, Santiago amigo, en mi caso, y dime si no te
-habrías visto en figurillas como yo para contestar.</p>
-
-<p>Contesté que eso no sucedería, que el Congreso y el
-Presidente eran muy amigos, que el Congreso le había
-de aprobar lo que había hecho, que así hacía siempre;
-dándole toda la plata que necesitaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_169"></a>[Pg 169]</span></p>
-
-<p>Mariano Rosas me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero el Congreso puede desaprobar?</p>
-
-<p>Yo no podía confesar que sí; me exponía á confirmar
-la sospecha de que los cristianos sólo trataban de
-ganar tiempo; recurrí á la oratoria y á la mímica,
-pronuncié un extenso discurso lleno de fuego, sentimental,
-patético.</p>
-
-<p>Ignoro si estuve inspirado.</p>
-
-<p>Debí estarlo ó debieron entenderme; porque noté
-corrientes de aprobación.</p>
-
-<p>La elocuencia tiene sus secretos.</p>
-
-<p>Yo me acuerdo siempre, en ciertos casos, cuando veo
-á la muchedumbre conmovida por la resonancia de una
-dicción eufónica, rimbombante, sonora, de un predicador
-catamarqueño.</p>
-
-<p>Predicaba un sermón de Viernes Santo.</p>
-
-<p>Un muchacho oculto en el fondo del púlpito se lo
-soplaba.</p>
-
-<p>Había llegado á lo más tocante, al instante en que
-el Redentor va á expirar ya ultimado por los fariseos.
-La agonía del mártir había empezado á arrancar lágrimas
-de los fieles, amargos sollozos vibraban en las
-bóvedas del templo.</p>
-
-<p>El predicador conmovido á su vez, iba perdiendo el
-hilo. Miró al fondo del púlpito; el muchacho se había
-dormido.</p>
-
-<p>Era imposible continuar hablando.</p>
-
-<p>Recurrió á la mímica.</p>
-
-<p>Cicerón lo ha dicho: <i lang="la" xml:lang="la">quasi sermo corporis</i>. Esta vez
-quedó probado.</p>
-
-<p>El dolor crecía como la marea. No había más que
-ayudar un poco para producir la crisis y completar el
-cuadro.</p>
-
-<p>Á falta de palabras, el orador apeló á sus brazos y á<span class="pagenum"><a id="Page_170"></a>[Pg 170]</span>
-sus pulmones; accionaba y se estremecía dando ayes
-desgarradores.</p>
-
-<p>El auditorio sobreexcitado, jadeante, aturdido por
-sus propios gemidos, nada oía. Veía, sentía, calculaba
-que el predicador debía estar sublime y lo ahogaba
-con su lloro y sus lamentaciones.</p>
-
-<p>La sacra efigie inclinó la cabeza por última vez, una
-oleada de dolor estremeció á todo el mundo y el predicador
-desapareció.</p>
-
-<p>Últimamente en Bruselas, en un banquete de periodistas
-presidido por el rey Leopoldo, el más aplaudido
-de los oradores ha sido el representante de <cite>La
-Liberté</cite> de París.</p>
-
-<p>Á los repetidos, que hable <cite>La Liberté</cite>, se puso de pie.</p>
-
-<p>Las luces, el vino, la penosa elaboración de la digestión
-de una comida opípara, la charla, habían ya
-producido en todos una especie de mareo.</p>
-
-<p>Era un rapaz vivo como él solo.</p>
-
-<p>&mdash;Señores&mdash;dijo,&mdash;en presencia de <i lang="fr" xml:lang="fr">sa majesté</i>,
-¡aplausos!</p>
-
-<p>No le dejaban continuar.</p>
-
-<p>Comenzó á mover la cabeza, á batir los brazos como
-remos, ¡aplausos! ¡hurrahs!</p>
-
-<p>&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Liberté!</i>&mdash;dijo,&mdash;¡más aplausos! ¡más hurrahs!</p>
-
-<p>&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Egalité!</i> ¡dobles aplausos! ¡dobles hurrahs!</p>
-
-<p>&mdash;<i lang="fr" xml:lang="fr">Fraternité!</i> ¡triples aplausos! ¡triples hurrahs!</p>
-
-<p>El orador deja de hablar, los aplausos, los hurrahs
-cesan por fin, y un éxito completo corona el triunfo de
-la pantomima sentimental sobre el arte ciceroniano.</p>
-
-<p>Hay resortes de los que no se debe abusar. Traté de
-no gastar los míos.</p>
-
-<p>Dejé la palabra, viendo que los oyentes estaban
-convencidos de que el Presidente y el Congreso no se
-habían de pelear por cuatro reales, ni por un millón,
-ni por cosas mayores.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_171"></a>[Pg 171]</span></p>
-
-<p>Mariano Rosas la tomó.</p>
-
-<p>Me preguntó con qué derecho habíamos ocupado el
-Río 5.º; dijo que esas tierras habían sido siempre de
-los indios, que sus padres y sus abuelos habían vivido
-por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá,
-por el cerrillo de la Plata y Langheló; agregó que no
-contentos con eso todavía, los cristianos querían <em>acopiar</em>
-(fué la palabra de que se valió) más tierra.</p>
-
-<p>Estas interpelaciones y cargos hallaron un eco alarmante.</p>
-
-<p>Algunos indios estrecharon la rueda, acercándose á
-mí para escuchar mejor lo que contestaba.</p>
-
-<p>Me pareció cobardía callar contra mis sentimientos
-y mi conciencia, aunque el público se compusiera de
-bárbaros.</p>
-
-<p>Siempre con los codos en los muslos y la cara entre
-las manos, fija la mirada en el suelo, tomé la palabra
-y contesté:</p>
-
-<p>Que la tierra no era de los indios, sino de los que la
-hacían productiva trabajando.</p>
-
-<p>No me dejó continuar, é interrumpiéndome, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido
-en ella?</p>
-
-<p>Le contesté que si creía que la tierra donde nacía
-un cristiano era de él; y como no me interrumpiera
-proseguí:</p>
-
-<p>&mdash;Las fuerzas del Gobierno han ocupado el Río 5.º
-para mayor seguridad de la frontera; pero esas tierras
-no pertenecen á los cristianos todavía; son de todos
-y no son de nadie; serán algún día de uno, de dos
-ó de más, cuando el Gobierno las venda, para criar en
-ellas ganados, sembrar trigo, maíz.</p>
-
-<p>¿Usted me pregunta con qué derecho acopiamos la
-tierra?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_172"></a>[Pg 172]</span></p>
-
-<p>Yo les pregunto á ustedes ¿con qué derecho nos invaden
-para acopiar ganados?</p>
-
-<p>&mdash;No es lo mismo&mdash;me interrumpieron varios;&mdash;nosotros
-no sabemos trabajar; nadie nos ha enseñado á
-hacerlo como á los cristianos, somos pobres, tenemos
-que ir á malón para vivir.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ustedes roban lo ajeno&mdash;les dije,&mdash;porque
-las vacas, los caballos, las yeguas, las ovejas que se
-traen no son de ustedes.</p>
-
-<p>&mdash;Y ustedes los cristianos&mdash;me contestaron,&mdash;nos
-quitan la tierra.</p>
-
-<p>&mdash;No es lo mismo&mdash;les dije:&mdash;primero, porque nosotros
-no reconocemos que la tierra sea de ustedes, y
-ustedes reconocen que los ganados que nos roban son
-nuestros; segundo, porque con la tierra no se vive, es
-preciso trabajarla.</p>
-
-<p>Mariano Rosas observó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no nos han enseñado ustedes á trabajar,
-después que nos han quitado nuestros ganados?</p>
-
-<p>&mdash;¡Es verdad! ¡es verdad!&mdash;exclamaron muchas voces,
-flotando un murmullo sordo por el círculo de cabezas
-humanas.</p>
-
-<p>Eché una mirada rápida á mi alrededor, y vi brillar
-más de una cara amenazante.</p>
-
-<p>&mdash;No es cierto que los cristianos les hayan robado á
-ustedes nunca sus ganados&mdash;les contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, es cierto&mdash;dijo Mariano Rosas;&mdash;mi padre me
-ha contado que en otros tiempos, por las Lagunas del
-Cuero y del Bagual había muchos animales alzados.</p>
-
-<p>&mdash;Eran de las estancias de los cristianos&mdash;les contesté.&mdash;Ustedes
-son unos ignorantes que no saben lo
-que dicen; si fueran cristianos, si supieran trabajar,
-sabrían lo que yo sé; no serían pobres, serían ricos.</p>
-
-<p>Oigan, bárbaros, lo que os voy á decir:</p>
-
-<p>Todos somos hijos de Dios, todos somos argentinos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_173"></a>[Pg 173]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿No es verdad que somos argentinos?&mdash;decía mirando
-á algunos cristianos; y esta palabra mágica,
-hiriendo la fibra sensible del patriotismo, les arrancaba
-involuntarios:&mdash;Sí, somos argentinos.</p>
-
-<p>Y ustedes también son argentinos, les decía á los indios.
-¿Y si no, qué son? les gritaba; yo quiero saber lo
-que son.</p>
-
-<p>¿Contéstenme, díganme, qué son?</p>
-
-<p>¿Van á decir que son indios?</p>
-
-<p>Pues yo también soy indio.</p>
-
-<p>¿Ó creen que soy <em>gringo</em>?</p>
-
-<p>Oigan lo que les voy á decir:</p>
-
-<p>Ustedes no saben nada, porque no saben leer; porque
-no tienen libros. Ustedes no saben más de lo que
-les han oído á su padre ó á su abuelo. Yo sé muchas
-cosas que han pasado antes.</p>
-
-<p>Oigan lo que les voy á decir para que no vivan equivocados.</p>
-
-<p>Y no me digan que no es verdad lo que están oyendo;
-porque si á cualquiera de ustedes le pregunto cómo
-se llamaba el abuelo de su abuelo no me sabrían
-dar razón.</p>
-
-<p>Pero los cristianos sabemos esas cosas.</p>
-
-<p>Oigan lo que les voy á decir:</p>
-
-<p>Hace muchísimos años que los <em>gringos</em> desembarcaron
-en Buenos Aires.</p>
-
-<p>Entonces los indios vivían por ahí donde sale el sol,
-á la orilla de un río muy grande; eran puros hombres
-los <em>gringos</em> que vinieron, y no traían mujeres; los
-indios eran muy zonzos, no sabían andar á caballo,
-porque en esta tierra no había caballos; los <em>gringos</em> trajeron
-la primer yegua y el primer caballo, trajeron
-vacas, trajeron ovejas.</p>
-
-<p>¿Qué están creyendo ustedes?</p>
-
-<p>Ya ven cómo no saben nada.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_174"></a>[Pg 174]</span></p>
-
-<p>&mdash;No es cierto&mdash;gritaron algunos,&mdash;lo que está diciendo
-ese.</p>
-
-<p>&mdash;No sean bárbaros, no me interrumpan, óiganme&mdash;les
-contesté, y proseguí:</p>
-
-<p>Los <em>gringos</em> les quitaron sus mujeres á los indios,
-tuvieron hijos en ellas, y es por eso que les he dicho
-que todos los que han nacido en esta tierra son indios,
-no <em>gringos</em>.</p>
-
-<p>Óiganme con atención.</p>
-
-<p>Ustedes eran muy pobres entonces, los hijos de los
-<em>gringos</em>, que son los cristianos, que somos nosotros, indios
-como ustedes, les hemos enseñado una porción de
-cosas. Les hemos enseñado á andar á caballo, á enlazar,
-á bolear, á usar poncho, chiripá, calzoncillos, bota
-fuerte, espuela, chapeado.</p>
-
-<p>&mdash;No es cierto&mdash;me interrumpió Mariano Rosas;&mdash;aquí
-había vacas, caballos y todo antes que vinieran
-los <em>gringos</em>, y todo era nuestro.</p>
-
-<p>&mdash;Están equivocados&mdash;les contesté;&mdash;los <em>gringos</em>,
-que eran los españoles, trajeron todas esas cosas. Voy
-á probárselo:</p>
-
-<p>Ustedes le llaman al caballo <em>cauallo</em>, á la vaca <em>uaca</em>,
-al toro <em>toro</em>, á la yegua <em>yegua</em>, al ternero <em>ternero</em>, á la
-oveja <em>oveja</em>, al poncho <em>poncho</em>, al lazo <em>lazo</em>, á la hierba
-<em>hierba</em>, al azúcar <em>achúcar</em> y á una porción de cosas lo
-mismo que los cristianos.</p>
-
-<p>¿Y por qué no les llaman de otro modo á esas cosas?</p>
-
-<p>Porque ustedes no las conocían hasta que las trajeron
-los <em>gringos</em>. Si las hubieran conocido les habrían
-dado otro nombre.</p>
-
-<p>¿Por qué le llaman al hermano <em>peñi</em>?</p>
-
-<p>Porque antes de que vinieran los padres de los cristianos
-ustedes ya sabían lo que era hermano.</p>
-
-<p>¿Por qué le llaman á la luna <em>quién</em>, y no luna, como
-los cristianos? Por la misma razón. Porque antes<span class="pagenum"><a id="Page_175"></a>[Pg 175]</span>
-de que vinieran los <em>gringos</em> á Buenos Aires, ya la luna
-estaba en el cielo y ustedes la conocían.</p>
-
-<p>No pudiendo Mariano refutar esta argumentación
-etnológica, me contestó irritado:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué tiene que ver todo eso con el tratado de
-paz? ¿Cuándo yo le he preguntado esas cosas para que
-me las diga?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué tienen que ver las preguntas que usted
-me ha hecho con el tratado de paz que ya está firmado
-por usted? ¿Acaso he venido á la junta para que lo
-aprueben? Ya está aprobado por usted y lo tiene que
-cumplir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ustedes lo cumplirán?&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, lo cumpliremos&mdash;repuse:&mdash;porque los cristianos
-tenemos palabra de honor.</p>
-
-<p>&mdash;Dígame, entonces, si tienen palabra de honor&mdash;repuso,&mdash;¿por
-qué estando en paz con los indios, Manuel
-López hizo degollar en el Sauce doscientos indios?
-Dígame entonces si tienen palabra, ¿por qué estando
-en paz con los indios, su tío Juan Manuel Rosas mandó
-degollar ciento cincuenta indios en el cuartel del
-Retiro? (cito casi textualmente sus palabras).</p>
-
-<p>&mdash;¡Que diga! ¡que diga!&mdash;gritaron varios indios.</p>
-
-<p>La junta empezaba á tomar todo el aspecto de la
-efervescencia popular, y yo de embajador, me convertía
-en acusado.</p>
-
-<p>&mdash;Á mí no me pidan cuentas&mdash;les dije,&mdash;de lo que
-han hecho otros; el Presidente que ahora tenemos no
-es como los otros que antes teníamos. Yo también les
-pido á ustedes cuenta de las matanzas de cristianos
-que han hecho los indios siempre que han podido, y
-devolviéndole la pelota á Mariano Rosas, le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienen que hacer las degollaciones de López
-y de Rosas con el tratado de paz?</p>
-
-<p>No le di tiempo para que me contestara y proseguí:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_176"></a>[Pg 176]</span></p>
-
-<p>&mdash;Ustedes han hecho más matanza de cristianos que
-los cristianos de indios.</p>
-
-<p>Inventé todas las matanzas imaginables, y las relaté
-junto con las que recordaba.</p>
-
-<p>&mdash;¡Winca! ¡winca! ¡mintiendo!&mdash;gritaron algunos.</p>
-
-<p>Y en varios puntos del círculo se hizo como un tumulto.</p>
-
-<p>Era el peor de los síntomas.</p>
-
-<p>Varios de mis ayudantes se habían retirado guareciéndose
-bajo la sombra de un algarrobo.</p>
-
-<p>El sol quemaba como fuego, y hacía ya largas horas
-que la discusión duraba.</p>
-
-<p>Á mi lado no habían quedado más que los dos frailes
-franciscanos y el ayudante Demetrio Rodríguez.</p>
-
-<p>Viendo que la situación se hacía peligrosa, lo miré
-á mi compadre Baigorrita, que no había hablado una
-palabra, permaneciendo inmóvil como una estatua. No
-hallé su mirada.</p>
-
-<p>Busqué otras caras conocidas para decirles con los
-ojos: Aplaquen esta turba desenfrenada.</p>
-
-<p>Todas ellas estaban atónitas.</p>
-
-<p>Si me miraban no me veían.</p>
-
-<p>&mdash;Es que&mdash;dijo Mariano Rosas,&mdash;los indios somos
-muy pocos y los cristianos muchos. Un indio vale más
-que un cristiano.</p>
-
-<p>Estuve por no contestar.</p>
-
-<p>Pero antes que arriar la bandera, exclamé interiormente:
-que me maten; pero me han de oir.</p>
-
-<p>&mdash;No diga barbaridades, hermano&mdash;le contesté;&mdash;todos
-los hombres son iguales, lo mismo un cristiano
-que un indio, porque todos son hijos de Dios.</p>
-
-<p>Y dirigiéndome al padre Burela que, como el convidado
-de piedra de Don Juan Tenorio, presenciaba
-aquella escena turbulenta sin tener ni una mirada ni
-una palabra de apoyo para mí, dije:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_177"></a>[Pg 177]</span></p>
-
-<p>&mdash;Que conteste ese venerable sacerdote, que se encuentra
-entre los indios en nombre de la caridad cristiana;
-que diga él, á quien el Gobierno y los ricos de
-Buenos Aires le han dado plata para que rescate cautivos,
-si no es cierto lo que acabo de decir.</p>
-
-<p>El reverendo no contestó, tenía la cara larga, caídos
-los labios, más abiertos los ojos que de costumbre, inflamada
-la nariz, sudaba la gota gorda y estaba pálido
-como la cera.</p>
-
-<p>¡Qué contraste hacía con el padre Marcos y el padre
-Moisés!</p>
-
-<p>Ellos no hablaban porque no podían hablar, nadie
-los interpelaba; pero en sus rostros simpáticos estaba
-impresa la tranquilidad evangélica, y la inquietud generosa
-del amigo que ve á otro comprometido en una
-demanda desigual.</p>
-
-<p>&mdash;Que diga&mdash;continué,&mdash;el padre Burela, que no
-tiene espada, de quien ustedes no pueden desconfiar, si
-los cristianos aborrecen á los indios.</p>
-
-<p>El reverendo no contestó, su facha me hacía el efecto
-de un condenado.</p>
-
-<p>La voz de la conciencia, sin duda, le trababa la lengua
-al hipócrita.</p>
-
-<p>&mdash;Que diga el padre Burela&mdash;proseguí,&mdash;si los cristianos
-no desean que los indios vivan tranquilos, todos
-juntos, renunciando á la vida errante, como viven los
-indios de Coliqueo cerca de Junín.</p>
-
-<p>El reverendo no contestó.</p>
-
-<p>En ese momento, sea que los caballos se espantaron;
-sea lo que se fuere, no puedo decir lo que hubo, sintióse
-algo parecido á un estremecimiento de la multitud.
-Lo confieso, temí una agresión.</p>
-
-<p>Redoblé mi energía y seguí hablando.</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy aquí&mdash;les dije,&mdash;el representante del Presidente
-de la República; yo les prometo á ustedes que<span class="pagenum"><a id="Page_178"></a>[Pg 178]</span>
-los cristianos no faltarán á la palabra empeñada; que
-si ustedes cumplen, el Tratado de paz se cumplirá.</p>
-
-<p>Ustedes pueden faltar á sus compromisos; pero tarde
-ó temprano tendrán que arrepentirse; como les sucederá
-á los cristianos si los engañaran á ustedes.</p>
-
-<p>Yo no he venido aquí á mentir. He venido á decir
-la verdad y la estoy diciendo.</p>
-
-<p>Si los cristianos abusasen de la buena fe de ustedes,
-harían bien en vengarse de la falsía de ellos, así como
-si ustedes no me tratasen á mí y á los que me acompañan
-con todo respeto y consideración, si no me dejasen
-volver ó me matasen, día más, día menos, vendría un
-ejército que los pasaría á todos por el filo de la espada,
-por traidores; y en estas pampas inmensas, en estos
-bosques solitarios, no quedarían ni recuerdos ni vestigio
-de que ustedes vivieron en ellos.</p>
-
-<p>Camargo se acercó á mí en ese instante, y me dijo
-al oído:</p>
-
-<p>&mdash;Hable de lo que se da por el Tratado, Coronel, hable
-de eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué más quieren&mdash;continué diciendo,&mdash;que hagan
-los cristianos? ¿No les van á dar dos mil yeguas
-para que se repartan entre los pobres; azúcar, hierba,
-tabaco, papel, aguardiente, ropa, bueyes, arados, semillas
-para sembrar, plata para los caciques y los capitanejos?</p>
-
-<p>¿Qué más quieren?</p>
-
-<p>Mariano Rosas tomó la palabra después de un largo
-silencio, y dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya estamos arreglados; pero queremos saber qué
-cantidad de cada cosa nos van á dar.</p>
-
-<p>&mdash;Diga, hermano&mdash;agregó.</p>
-
-<p>Y, dirigiéndose á los indios:</p>
-
-<p>&mdash;Oigan bien.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_179"></a>[Pg 179]</span></p>
-
-<p>Volví á hacer la enumeración de lo que se había de
-entregar según el Tratado.</p>
-
-<p>La calma se restablecía y la junta parecía tocar á
-su fin.</p>
-
-<p>Aproveché las buenas disposiciones que renacían para
-hacer presente, á fin de quitar todo motivo de resentimiento
-futuro:</p>
-
-<p>Que la paz no era hecha conmigo, que yo era un representante
-del Gobierno y un subalterno del general
-Arredondo, mi jefe, con cuyo permiso me hallaba entre
-los indios; que no creyesen si otro jefe me reemplazaba,
-que por eso la paz se había de alterar, que ese jefe
-tendría que cumplir el Tratado y las órdenes que el
-Gobierno le diera; que ellos estaban acostumbrados á
-confundir á los jefes con quienes se entendían con el
-Gobierno; que así, en ningún tiempo la desaparición
-mía de la frontera debía ser un motivo de queja, una
-razón para que se negaran á observar fielmente lo convenido;
-que cerca ó lejos tendrían siempre en mí un
-amigo que haría por el bien de ellos, si lo merecían,
-todo cuanto pudiera.</p>
-
-<p>Mariano Rosas se puso de pie, y con una sonrisa la
-más afable, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya se acabó, hermano.</p>
-
-<p>Nueve horas consecutivas los frailes y yo habíamos
-estado sentados en la misma postura y en el mismo
-lugar; cuando quisimos levantarnos, las piernas entumidas
-no obedecían.</p>
-
-<p>Para incorporarnos tuvimos que prestarnos mutua
-ayuda.</p>
-
-<p>Nos levantamos.</p>
-
-<p>Mariano Rosas me dijo que algunos indios de importancia
-querían conversar particularmente conmigo.</p>
-
-<p>Para conferencias estaba yo.</p>
-
-<p>¡Pero qué hacer!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_180"></a>[Pg 180]</span></p>
-
-<p>Accedí.</p>
-
-<p>Mi primer interlocutor fué el viejo de las muletas.</p>
-
-<p>Nos sentamos cara á cara en el suelo, nombramos
-nuestros respectivos lenguaraces y empezó la plática.</p>
-
-<p>El viejo era un conversador lo más recalcitrante.</p>
-
-<p>Me habló de sus antepasados, de sus servicios, de
-su ciencia y paciencia, de las leguas que había galopado
-para venir á la junta, de este mundo y el otro, en fin,
-y cuando yo creía que me iba á decir que había tenido
-muchísimo gusto en conocerme, me salió con esta pata
-de gallo:</p>
-
-<p>&mdash;He oído con atención todas las razones de usted y
-ninguna de ellas me ha gustado.</p>
-
-<p>&mdash;Pues estoy fresco&mdash;dije para mi capote.&mdash;¿Si querrá
-éste armarme alguna gresca?</p>
-
-<p>Varios indios le habían formado rueda, asintiendo á
-lo que acababa de decir.</p>
-
-<p>Tomé la palabra y le contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Que me alegraba mucho de haberle conocido; que
-sentía infinito que un anciano tan respetable como él,
-tan lleno de experiencia y de servicios, tan digno del
-aprecio de los indios, se hubiera incomodado en venir
-desde tan lejos para verme, que cuando fuera de paseo
-al Río 4.º tendría mucho gusto en alojarlo en mi
-casa y regalarlo, y que ahora que la paz estaba hecha
-y que iban á recibir tantas cosas&mdash;las enumeré todas,&mdash;todos
-debíamos mirarnos como hijos de un mismo Dios.</p>
-
-<p>El indio reprodujo al pie de la letra todo lo que me
-había dicho anteriormente, y acabó con la muletilla:</p>
-
-<p>&mdash;He oído con atención todas las razones de usted y
-ninguna de ellas me ha gustado.</p>
-
-<p>Hice lo mismo que él: reproduje mi contestación.</p>
-
-<p>Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él
-lo mismo, nueve veces le contesté yo lo mismo también.</p>
-
-<p>Cedió el viejo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_181"></a>[Pg 181]</span></p>
-
-<p>En pos de él vinieron otros personajes; con todos
-tuve que hablar, todos me dijeron casi la misma cosa y
-á todos les contesté casi la misma cosa también.</p>
-
-<p>Dios se apiadó de mí; y después de once mortales
-horas inolvidables, como jamás las he pasado ni espero
-volverlas á pasar en lo que me resta de vida, me vi
-libre de gente incómoda.</p>
-
-<p>Aquel día valió por todos los otros, y eso que no he
-hecho sino pintar á brocha gorda el cuadro. Para iluminarlo
-con todos sus colores habría tenido necesidad
-del marco de un libro entero.</p>
-
-<p>Estaba harto y cansado; me eché sobre la blanda
-hierba, y me quedé pensativo un rato viendo á los indios
-desparramarse como moscas en todas direcciones y
-desaparecer veloces como la felicidad.</p>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_182"></a>[Pg 182]<br /><a id="Page_183"></a>[Pg 183]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XVIII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Revelación.&mdash;Más había sido el ruido que las nueces.&mdash;Nuevas
-presentaciones.&mdash;El último abrazo y el último adiós de mi
-compadre Baigorrita.&mdash;Otra vez adiós.&mdash;Mariano Rosas después
-de la junta.&mdash;¡Qué dulce es la vida lejos del ruido y de
-los artificios de la civilización!&mdash;Los enanos nos dan la medida
-de los gigantes y los bárbaros la medida de la civilización.&mdash;Una
-mujer azotada.&mdash;No era posible dormir tranquilo en
-Leubucó.</p>
-</div>
-
-
-<p>Mientras arrimaban las tropillas, descansaba y pensaba
-en el extraño concilio á que acababa de asistir,
-estaba completamente abstraído cuando se me presentó
-mi compadre Baigorrita.</p>
-
-<p>Después de haberlo acompañado á Mariano Rosas
-cierta distancia, por el camino de Leubucó, volvía sobre
-sus pasos con la intención de ir á dormir en Quenque.</p>
-
-<p>Llegó donde yo estaba, echó pie á tierra, se sentó
-á mi lado y me hizo decir con San Martín.</p>
-
-<p>Que ya se iba, que no extrañase que no hubiera hablado
-en la junta en defensa mía, que no lo había hecho
-por los indios de Mariano, que si lo hubiese hecho
-habrían dicho, que era más amigo mío que de
-ellos; que yo tenía mucha <em>razón en mis razones</em>, que
-los hombres de experiencia lo habían conocido, que
-ninguno lo había conocido mejor que Mariano Rosas,<span class="pagenum"><a id="Page_184"></a>[Pg 184]</span>
-pero que había tenido que portarse así, porque si no,
-sus indios habrían dicho, que era más amigo mío que
-de ellos; que me fuera sin cuidado, que Mariano era
-mi amigo, que tenía confianza en mí, y que con él
-contara en todo tiempo para lo que gustara, que para
-qué nos habíamos hecho compadres entonces.</p>
-
-<p>Este lenguaje fué una revelación.</p>
-
-<p>Recién comencé á ver claro y explicarme la actitud
-indiferente, reconcentrada, ceñuda de mi compadre
-durante toda la junta. Á fuer de diplomático, que conoce
-perfectamente bien el terreno que pisa, había
-estado haciendo su papel.</p>
-
-<p>Más había sido el ruido que las nueces, según se ve.</p>
-
-<p>Faltaba averiguar si aquellos discípulos de Machiavello
-me habrían dejado sacrificar dado el caso que el
-<em>pueblo bárbaro</em>, exasperado por la razón de mis sinrazones,
-se me hubiera ido encima.</p>
-
-<p>Estaba impaciente de conversar con Mariano Rosas
-á ver si me hablaba con la misma franqueza de Baigorrita
-su aliado, á la vez que su rival en la justa pretensión
-de adquirir prestigios entre todas las indiadas.</p>
-
-<p>San Martín, completando el pensamiento de mi compadre,
-me dijo de su cuenta:</p>
-
-<p>&mdash;Así son los indios, señor; y como Baigorrita es
-cacique principal, tiene que tener mucho cuidado con
-Mariano; los indios son muy desconfiados y celosos;
-para andar bien con ellos, es preciso no aparecer amigos
-de los cristianos.</p>
-
-<p>Baigorrita le interrumpió y me hizo decir que ya
-era tarde, que quería ponerse en marcha.</p>
-
-<p>Mis tropillas acabaron de llegar; mandé mudar, la
-operación se hizo prontamente y un momento después
-abandonamos la raya.</p>
-
-<p>Ordené que mi séquito se fuera despacio por el cami<span class="pagenum"><a id="Page_185"></a>[Pg 185]</span>no
-de Leubucó, y con Camilo Arias y un asistente tomé
-para el Sud en compañía de mi compadre.</p>
-
-<p>Varios indios, entre ellos el de las muletas, le
-acompañaban. Me presentó á algunos que no me habían
-visitado en Quenque; tuve que sufrir sus saludos,
-apretones de manos, abrazos y pedidos, y en el sitio
-donde habíamos pasado la noche que precedió á la
-junta, nos dijimos ¡adiós!</p>
-
-<p>Conforme fué cordial la recepción de Baigorrita, así
-fué fría la despedida.</p>
-
-<p>Partimos al galope en opuestas direcciones.</p>
-
-<p>Silencioso, contemplando la verde sábana de aquellas
-soledades, dejaba que mi caballo se tendiera á sus anchas,
-cuando sentí un tropel á retaguardia. Sin sujetar
-di vuelta, vi un grupo de jinetes; entre ellos venía
-Baigorrita corriendo por alcanzarme.</p>
-
-<p>Hice alto, alguna novedad ocurría.</p>
-
-<p>Mi compadre llegó y San Martín me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Dice Baigorrita, que viene á darle el último abrazo
-y el último ¡adiós!</p>
-
-<p>Nos abrazamos, pues.</p>
-
-<p>El indio me estrechó con efusión, y al desapartarnos,
-tomándome vigorosamente la mano derecha y
-sacudiéndomela con fuerza, me dijo, con visible expresión
-de cariño: ¡adiós! ¡compadre! ¡amigo!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡compadre! ¡amigo!&mdash;le contesté, y volvimos
-á separarnos.</p>
-
-<p>Galopaba yo, apurando mi caballo por ver si alcanzaba
-mi gente antes de que se pusiera el sol, cuando un
-jinete me alcanzó.</p>
-
-<p>Era San Martín; lo mandaba Baigorrita á decirme
-otra vez adiós, me enviaba sus más fervientes votos de
-felicidad, me hacía presente que le había ofrecido otra
-visita, y para no desmentir en ningún momento que<span class="pagenum"><a id="Page_186"></a>[Pg 186]</span>
-era indio, me pedía que le mandara unas espuelas de
-plata.</p>
-
-<p>Contesté á todo como debía, despaché al mensajero
-y seguí por el camino que acababa de tomar.</p>
-
-<p>Á poco andar me incorporé á mi gente. Adelante de
-ella iban varios indios desparramados.</p>
-
-<p>Entre ellos reconocí á Mariano Rosas, le acompañaba
-á la par su hijo mayor.</p>
-
-<p>Sintió el tropel de mis caballos, miró atrás, y al ver
-que era yo, sujetó.</p>
-
-<p>&mdash;Buenas tardes, hermano&mdash;me dijo con marcada
-amabilidad.</p>
-
-<p>Jamás le había visto un aire tan amistoso.</p>
-
-<p>&mdash;Buenas tardes&mdash;le contesté con estudiosa sequedad.</p>
-
-<p>&mdash;Cómo le ha ido&mdash;prosiguió, diciéndole á su hijo:</p>
-
-<p>&mdash;Saca esas perdices para mi hermano.</p>
-
-<p>El hijo obedeció, y de unas alforjas sacó dos hermosas
-martinetas cocidas y una torta.</p>
-
-<p>Yo contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Me ha ido regular, hermano.</p>
-
-<p>Tomó las perdices y la torta y me las pasó, diciéndome:</p>
-
-<p>&mdash;Coma, hermano.</p>
-
-<p>Su cara tenía una expresión de malicia particular;
-parecía que el indio se reía interiormente.</p>
-
-<p>Tomé las perdices, le pasé una, y media torta á los
-frailes, y el resto lo partí con él.</p>
-
-<p>Íbamos al trote masticando sin hablar.</p>
-
-<p>&mdash;Galopemos&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;No, mis caballos están pesados, no tengo apuro en
-llegar; galope usted si tiene prisa&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le ha parecido la junta?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué me ha parecido?&mdash;repuse, fijando en él mis
-ojos, como diciéndole: Ya lo calculará usted.</p>
-
-<p>Me entendió y dijo:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_187"></a>[Pg 187]</span></p>
-
-<p>&mdash;Con estos indios se precisa mucha paciencia, es
-preciso conocerlos bien, son muy desconfiados, en
-cuanto ven que uno es amigo de los cristianos, ya piensan
-que los engañan. ¡Los han traicionado tantas veces!
-Ya ve cómo ha estado su compadre Baigorrita.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero de mí, qué podían temer?&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, de usted nada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Pero si yo hubiera aprobado todas sus razones,
-quién sabe qué hubieran dicho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si me hubiesen insultado, ó me hubieran querido
-matar?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cuándo!&mdash;fué toda su respuesta.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, se tendió al galope, añadiendo:</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, hermano, hasta luego, lo espero á comer.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, hermano, ahorita no más estoy en Leubucó,
-voy á descansar un rato en la Aguada&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>El sol se hundía del todo en la raya lejana: una
-ancha faja cárdena, resplandeciente, radiosa, teñía el
-horizonte y con su lumbre purpúrea, cambiante, hermosa,
-doraba las apiñadas nubes del Occidente, que,
-como encumbradas montañas movedizas coronadas de
-eternas nieves, se alzaban hasta el cielo á la manera
-de inmensas espirales y de informes figuras de inconmensurable
-grandor.</p>
-
-<p>El seco aquilón plegaba sus alas; las mansas y apacibles
-auras jugueteaban galanas, refrescando la frente
-del viajero; el pasto ondulaba como el irritado mar
-en sus profundidades insondables después de la tempestad;
-las silvestres flores se erguían sobre su flexible
-tallo, pintando los campos con colores vivaces; un
-perfume suavísimo, delicado, imperceptible como la
-confusa reminiscencia del primer ósculo de amor, vagaba
-envuelto entre las brisas embriagadoras.</p>
-
-<p>Los últimos rayos solares refractándose en la atmós<span class="pagenum"><a id="Page_188"></a>[Pg 188]</span>fera,
-envolvían la tierra con el poético manto crepuscular;
-la moribunda luz del día confundiéndose con
-las místicas sombras de la noche le abrían el paso á la
-celeste viajera.</p>
-
-<p>La luna brillaba ya entre tremulantes estrellas, como
-casta matrona de plateados cabellos entre púdicas
-doncellas de rubia faz, cuando llegábamos al borde de
-una lagunita, en cuyo espejo cristalino innumerables
-aves acuáticas piaban en coro.</p>
-
-<p>Hicimos alto, mandé mudar caballos, y sediento de
-reposo, me tendí sobre las blandas pajas, haciendo de
-mis brazos cruzados cómoda almohada.</p>
-
-<p>¡Qué dulce es la vida, lejos del ruido y de los artificios
-de la civilización!</p>
-
-<p>¡Ay! una hora de libertad por los campos es un placer
-salvaje que yo trocaría mañana mismo por un día
-entero de esta existencia vertiginosa.</p>
-
-<p>Mientras ensillaban pensé en los sucesos del día, y,
-francamente, los indios me trajeron á la memoria lo
-que pasa en los parlamentos de los cristianos.</p>
-
-<p>Mariano Rosas y Baigorrita, como dos jefes de partido,
-tenían el terreno preparado, la votación segura;
-pero uno y otro antes de imponer su voluntad habían
-lisonjeado las preocupaciones populares.</p>
-
-<p>¿No es esto lo que vemos todos los días?</p>
-
-<p>La paz y la guerra, ¿no se resuelve así?</p>
-
-<p>¿El pueblo no tolera todo, hasta que se juegue su destino,
-con tal que se le deje gritar un poco?</p>
-
-<p>¿No hacen presidentes, gobernadores, diputados en
-nombre de ciertas ideas, de ciertas tendencias, de
-ciertas aspiraciones, y las camarillas, no hacen después
-lo que quieren y las muchedumbres no callan?</p>
-
-<p>¿No pretende que lo gobierne la justicia y no lo gobierna
-eternamente esa inicua inmoralidad, que los
-políticos sin conciencia llaman la <em>razón de estado</em>?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_189"></a>[Pg 189]</span></p>
-
-<p>¿Pasa otra cosa en el mundo civilizado?</p>
-
-<p>Mariano Rosas, después de haber resuelto la paz,
-acusándome en público de las matanzas de López y
-de Rosas; Baigorrita dominado por la misma idea,
-silencioso, irresoluto en presencia de la multitud, ¿no
-hacían el mismo papel de Napoleón III proclamando:
-<em>el imperio es la paz</em>, al mismo tiempo que se armaba
-hasta los dientes?</p>
-
-<p>¿No mentían?</p>
-
-<p>¿No hacían lo mismo que los que en nombre de la
-Constitución y de las leyes, de la civilización y de la
-humanidad arman al pueblo contra el pueblo?</p>
-
-<p>¿No mentían?</p>
-
-<p>¿No hacían lo mismo que los que después de haber
-sostenido que el pueblo tiene el derecho de equivocarse
-se han rebelado contra él, porque tuvo la energía
-de inmolar uno de sus tiranos?</p>
-
-<p>¿No mentían?</p>
-
-<p>Mariano Rosas y Baigorrita, declarando en una junta,
-después de haber firmado el tratado de paz, que
-harían lo que la mayoría resolviese, ¿no imitaban á
-los que más de una vez han declarado en nuestros
-Congresos lo contrario de lo que habían convenido con
-el extranjero?</p>
-
-<p>¡Cuánto he aprendido en esta correría!</p>
-
-<p>Si me hubieran dicho que los indios me iban á enseñar
-á conocer la humanidad, una carcajada homérica
-habría sido mi contestación.</p>
-
-<p>Como Gulliver en su viaje á Liliput, yo he visto al
-mundo tal cual es en mi viaje á los Ranqueles.</p>
-
-<p>Somos unos pobres diablos.</p>
-
-<p>Los enanos nos dan la medida de los gigantes y los
-bárbaros la medida de la civilización.</p>
-
-<p>Resta saber si seríamos más felices poniendo en la<span class="pagenum"><a id="Page_190"></a>[Pg 190]</span>
-silla curul de nuestros magnates, pigmeos, y cambiando
-el coturno francés por la bota de potro.</p>
-
-<p>Los héroes prueban tan mal y la moda es tan tiránica
-en sus imposiciones, que vale la pena de meditar
-sobre las ventajas y las consecuencias de una revolución
-social.</p>
-
-<p>De todos modos, nuestros ídolos de ayer no resisten
-á la crítica; son como los ranqueles, capaces de engañar
-al más pintado.</p>
-
-<p>Por esos trigales de Dios iban mis reflexiones, en
-el instante en que Calixto Oyarzábal, acercándoseme,
-me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya está el caballo, señor.</p>
-
-<p>Me levanté: á caballo, grité y diciendo y haciendo
-monté y tomé al galope la gran rastrillada de Leubucó,
-entrando luego en el monte.</p>
-
-<p>El cielo se encapotaba; caíamos á un descampado
-pantanoso; unas lucecitas fugaces, macilentas, aparecían
-y desaparecían; creía llegar á ellas, y se alejaban
-de mí como rápidas mariposas. Eran las emanaciones
-de la tierra; cruzábamos un cementerio de indios y
-estábamos á las puertas de la toldería de Mariano
-Rosas.</p>
-
-<p>Llegamos.</p>
-
-<p>Me esperaban con la comida pronta y con música.
-Comí, soporté al negro del acordeón una vez más, y
-viendo que mi presunto compadre Mariano estaba muy
-bien templado, le pedí la libertad del Dr. Macías.</p>
-
-<p>Me contestó que sí.</p>
-
-<p>Veremos después lo que vale el sí de un indio.</p>
-
-<p>Me despedí, salí del toldo, me senté al lado del fogón
-de los asistentes, y aunque no tenía sueño, me quedé
-dormido.</p>
-
-<p>Unos ladridos de perro me despertaron.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_191"></a>[Pg 191]</span></p>
-
-<p>En el toldo de Mariano Rosas se oían gritos de
-mujer.</p>
-
-<p>Me acerqué ocultándome.</p>
-
-<p>El cacique había castigado á una de sus mujeres,
-quería castigar á otra y el hijo se oponía, amenazando
-al padre con un puñal si tocaba á la madre.</p>
-
-<p>Era una escena horrible y tocante á la vez.</p>
-
-<p>Habían bebido, el toldo era un caos, las mujeres y los
-perros se habían refugiado en un rincón, los indiecitos
-y las chinitas desnudas lloraban, y un fogón expirante
-era toda la luz.</p>
-
-<p>Mariano Rosas rugía de cólera.</p>
-
-<p>Pero retrocedía ante la actitud del hijo protector
-de la madre.</p>
-
-<p>Según se dijo al día siguiente, era muy capaz de haber
-muerto al padre, si no se hubiera contenido, para
-que se vea que, hasta entre los bárbaros, el ser querido
-que nos ha llevado en sus entrañas, que nos ha
-amamantado en su seno y nos ha mecido en su regazo
-es un objeto de culto sagrado.</p>
-
-<p>Me acosté con la intención y la esperanza de dormir.</p>
-
-<p>Pero estaba de Dios que en Leubucó las noches habían
-de ser toledanas para mí.</p>
-
-<p>Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón
-con negro y todo, presidida por los cuatro hijos
-de Mariano Rosas, <em>achumados</em> á cual más, me despertó.</p>
-
-<p>Fué en vano resistir.</p>
-
-<p>Hubo cohetes y aguardiente como para que los
-<em>yapaí</em> duraran un buen rato.</p>
-
-<p>Yo en lugar de beber, hacía el ademán y derramaba
-el nauseabundo líquido por donde caía.</p>
-
-<p>Al fin se <em>remató</em> la impertinente chusma y me escurrí,
-pasando el resto de la noche sin novedad.
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_192"></a>[Pg 192]<br /><a id="Page_193"></a>[Pg 193]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XIX</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>La paz estaba definitivamente hecha.&mdash;El Doctor Macías.&mdash;Gotas
-maravillosas.&mdash;Padre é hijo indios.&mdash;Lo pido á Macías.&mdash;Visita
-á Epumer.</p>
-</div>
-
-
-<p>Las paces estaban definitivamente hechas.</p>
-
-<p>El sufragio popular les había puesto su sello soberano
-en la junta.</p>
-
-<p>Las sospechas habían desaparecido.</p>
-
-<p>Yo era mirado ya como un indio.</p>
-
-<p>Numerosas visitas llegaban á saludarme.</p>
-
-<p>El viento de Leubucó me era favorable.</p>
-
-<p>Los intrigantes, corridos y avergonzados, solicitaban
-mi perdón con estudiadas sonrisas y amabilidades.</p>
-
-<p>Fingí que no me había apercibido de sus manejos;
-estaba en tierra diplomática, y reservé el castigo para
-la oportunidad debida.</p>
-
-<p>El Dr. Macías me preocupaba.</p>
-
-<p>Su espíritu abatido por las humillaciones y padecimientos
-que había sufrido durante dos años, nada esperaba
-de los hombres.</p>
-
-<p>Como el náufrago que después de haber luchado
-brazo á brazo con la muerte, viendo venir la onda irritada
-que va á tragarle y sumergirle en las frías y tenebrosas
-cavernas del océano, hace un esfuerzo supremo
-y coge una tabla de salvación, que otros le arreba<span class="pagenum"><a id="Page_194"></a>[Pg 194]</span>tan
-desesperados en el instante mismo en que la barca
-del arrojado pescador viene en su ayuda, así es la
-vida.</p>
-
-<p>Las penas secan los ojos, las ingratitudes hielan el
-corazón; los desengaños matan las últimas ilusiones;
-parecemos momias ambulantes, descendiendo marcialmente
-sin consuelo por los obscuros escalones de la
-eternidad, y sin embargo, algo nos estremece y nos conforta
-aún á la manera de un sacudimiento galvánico,
-inefable: es la esperanza en Dios.</p>
-
-<p>¡Ay de aquél que después de haber perdido la fe en
-todo, no conserva en su esqueleto un santuario siquiera
-para refugiar en él esa fe pura!</p>
-
-<p>Macías no creía que yo me atrevería á exigir su libertad;
-aunque no me lo decía, lo comprendía. Abatido
-por el infortunio, me confundía con los aduladores
-del cacique.</p>
-
-<p>Su actitud era digna; aprovechaba toda ocasión de
-manifestar que su existencia se hacía cada día más
-insoportable, pero no suplicaba.</p>
-
-<p>El desgraciado tenía impresas en su frente las huellas
-de un dolor punzante, reconcentrado; celaje de
-amargura; sus grandes ojos negros rasgados, vagaban
-inquietos, fijábanse á veces en tierra, y al recordar,
-sin duda, la dulce libertad perdida, brillaban cristalizados
-por comprimido lloro.</p>
-
-<p>Macías tiene cuarenta años; es hijo de una respetable
-familia de Buenos Aires y está enlazado á una joven
-de origen inglés.</p>
-
-<p>Su padre es un español conocido en este comercio.</p>
-
-<p>Imaginaos un árabe con gran nariz aguileña, de barba
-y cabello canos y tendréis su retrato.</p>
-
-<p>Sus primeros estudios los hizo en la escuela del señor
-don Juan A. de la Peña, donde yo le conocí.</p>
-
-<p>Después cursó las aulas universitarias, preparándose<span class="pagenum"><a id="Page_195"></a>[Pg 195]</span>
-para entrar en la escuela de Medicina, de la que salió
-doctor.</p>
-
-<p>Su vida ha tenido grandes alternativas; ha sido
-médico, leñatero en las islas del Paraná é industrial
-en el Chaco, entre cuyos indios pasó algunos años voluntariamente.
-Hay algo de poético, de novelesco y
-misterioso en esta existencia, mas yo no debo descorrer
-el velo sino hasta aquí.</p>
-
-<p>Por muchísimos años, Macías y yo nos perdimos de
-vista; desde la última vez que nos vimos en la escuela
-de primeras letras, no nos habíamos vuelto á
-encontrar hasta el día de mi arribo á Leubucó.</p>
-
-<p>Macías había tenido el desgraciado talento de ponerse
-mal en Tierra Adentro con casi todos los que habían
-podido ayudarle á pasar los menos malos ratos
-posibles.</p>
-
-<p>Tiene un carácter extraño, indómito y dócil, firme
-y versátil á la vez. Es capaz de acometer una empresa
-arriesgada y no tiene valor personal.</p>
-
-<p>Estas dos últimas fases de su carácter explican su
-presencia entre los indios, sin ser cautivo, y su falta de
-prestigio entre ellos.</p>
-
-<p>Macías estaba en el Río 4.º por el año 1867.</p>
-
-<p>El coronel Elía, jefe de la frontera de Córdoba, había
-iniciado una negociación de paz con los indios.</p>
-
-<p>Se ofreció y partió con las credenciales correspondientes.</p>
-
-<p>Pero sea que el coronel Elía no estaba autorizado
-para negociar un tratado de paz, sea lo que fuera,
-el hecho es que el plenipotenciario fué abandonado á
-sus propios recursos y á su suerte.</p>
-
-<p>Por falta de tacto ó por falta de suerte, fatalidad
-que suele obscurecer las dotes más relevantes del hombre,
-burlar sus planes y desvanecer sus ilusiones unas
-tras otras, lo mismo que los vendavales deshojan los<span class="pagenum"><a id="Page_196"></a>[Pg 196]</span>
-árboles más frondosos, Macías se convirtió de plenipotenciario
-en prisionero.</p>
-
-<p>Escribió y escribió; sus cartas no fueron contestadas.
-Hasta el soldado que en calidad de asistente le
-acompañaba, le abandonó.</p>
-
-<p>Sólo, sin sirviente ni medios de subsistencia, <em>maturrango</em>,
-¿de qué había de vivir, ni cómo había de escaparse?</p>
-
-<p>Tuvo que aceptar el pan de los indios y de los cristianos
-refugiados entre ellos por causas políticas.</p>
-
-<p>Por debilidad, por falsos cálculos, por conveniencia,
-qué sé yo por qué, se vinculó á los últimos y riñó con
-ellos después.</p>
-
-<p>No le quedaba más arbitrio que apelar á los indios:
-se hizo amigo de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Mejoró de condición, y de prisionero se elevó á la
-categoría de <em>secretario</em>.</p>
-
-<p>Las primeras notas que yo recibí en el Río 4.º de
-aquel cacique, eran escritas por mi antiguo condiscípulo.</p>
-
-<p>Á la distancia le juzgué mal.</p>
-
-<p>Corrían tantas historias sobre los motivos que lo
-llevaron á los indios, que era muy difícil substraerse
-á la influencia de las sospechas populares.</p>
-
-<p>¿Quién resiste á los juicios de los conocidos sobre
-los desconocidos?</p>
-
-<p>¿Cuál es la cabeza bastante fuerte para despreciarlos,
-para esperar?</p>
-
-<p>¿El criterio que tenemos de la generalidad de las
-personas es acaso el resultado de nuestra observación
-directa?</p>
-
-<p>¿No amamos, no aborrecemos, no simpatizamos, no
-<em>antipatizamos</em> por refracción?</p>
-
-<p>Una secretaría hace celosos en cualquier parte, lo<span class="pagenum"><a id="Page_197"></a>[Pg 197]</span>
-mismo en París que en Berlín, en Buenos Aires que en
-Leubucó.</p>
-
-<p>Macías despertó la emulación de los cristianos.</p>
-
-<p>Temieron su ascendiente.</p>
-
-<p>Comenzaron á intrigarle y lo consiguieron.</p>
-
-<p>Yo, desde el Río 4.º contribuí sin intención dañina
-á su caída.</p>
-
-<p>Le juzgaba mal, ya he dicho por qué, y le escribí á
-Mariano Rosas, que el secretario que tenía no era
-bueno, que sus notas decían todo lo contrario de los
-recados que me llevaban sus mensajeros.</p>
-
-<p>El hecho era cierto.</p>
-
-<p>Lo que faltaba averiguar era: si Macías ponía lo
-que le mandaba ó no; si las contradicciones entre lo
-que me escribían y me decían, no eran gramática parda,
-diplomacia ranquelina.</p>
-
-<p>El tiempo, iniciándome en las cosas de Leubucó, me
-aclaró el misterio de todo.</p>
-
-<p>Macías cumplía al pie de la letra las órdenes que recibía,
-sus notas le eran leídas á Mariano Rosas por
-otros cristianos antes de salir de la Cancillería de Tierra
-Adentro.</p>
-
-<p>Macías cayó, pues, de la gracia y del favor.</p>
-
-<p>Los que viéndole de secretario le consideraban, le
-abandonaron, y los que ni por eso le habían considerado,
-redoblaron sus hostilidades.</p>
-
-<p>Tuvo que pasar por todo linaje de humillaciones,
-quedando agregado como uno de tantos al toldo del
-cacique.</p>
-
-<p>Dormía donde le tomaba la noche; comía donde le
-daban la limosna de una <em>tumba</em> de carne; sus vestiduras
-eran pobrísimas.</p>
-
-<p>¡Desgraciado Macías!</p>
-
-<p>Cuando yo le vi, su traje consistía en una camisa
-sucia y rota, en unos calzoncillos de algodón ordina<span class="pagenum"><a id="Page_198"></a>[Pg 198]</span>rio
-y un chiripá de paño viejo colorado; un resto de
-sombrero cubría su frente y unas botas llenas de agujeros
-era todo su calzado. Sus pies estaban destrozados,
-sus manos encallecidas.</p>
-
-<p>En una bolsa de cuero de gato tenía todo su caudal,
-hilo, botones, piedritas, agujas, azúcar, hierbas medicinales,
-tabaco, hierba, papel, y envuelto en un trapito
-un relicario de oro de cuatro fases, con los retratos
-de sus padres y de sus dos hijos.</p>
-
-<p>¡Desgraciado Macías!</p>
-
-<p>¡Ah! imaginaos el efecto que me haría ver aquel
-hombre que había nacido bien, que había recibido educación,
-gozado de la vida y frecuentado la buena
-sociedad, reducido á aquella condición!</p>
-
-<p>¡Él mismo no lo comprendió!</p>
-
-<p>Me veía alegre, festivo, contento, fingiendo que todo
-cuanto me rodeaba me parecía óptimo, y me creía insensible
-al infortunio.</p>
-
-<p>Su corazón, atrofiado por el dolor, creía que el mío
-estaba seco.</p>
-
-<p>¡Desgraciado Macías!</p>
-
-<p>Los indios hablaban mal de él, le creían loco.</p>
-
-<p>Los cristianos lo mismo; contaban cosas horribles
-del pobre.</p>
-
-<p>Todos sus vicios se los atribuían á él.</p>
-
-<p>En tal situación escribió al Presidente de la República.</p>
-
-<p>No le contestaron.</p>
-
-<p>¿Cómo le habían de contestar?</p>
-
-<p>Sus cartas habían sido interceptadas y detenidas.</p>
-
-<p>Llamé al capitán Rivadavia y le mandé preguntar
-con él á Mariano Rosas si estaba visible.</p>
-
-<p>Me contestó que fuera cuando quisiese, que estaba
-por almorzar.</p>
-
-<p>Entré en su toldo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_199"></a>[Pg 199]</span></p>
-
-<p>Su cara revelaba la agitación de la noche; estaba
-más pálido que de costumbre.</p>
-
-<p>Al verme entrar me dijo, sin cambiar de postura
-(estaba sentado al lado del fogón):</p>
-
-<p>&mdash;Buenos días, hermano, dispense que no me pare,
-estoy medio enfermo.</p>
-
-<p>Me insinuó un asiento á su lado.</p>
-
-<p>Sentándome le contesté:</p>
-
-<p>&mdash;Esté cómodo, hermano, ¿cómo ha pasado la noche?</p>
-
-<p>&mdash;Mal&mdash;repuso, arrugando la frente como cuando
-un recuerdo mortificante nos asalta.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tiene?</p>
-
-<p>&mdash;Me duele la cabeza.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiere tomar un remedio muy bueno que yo
-traigo?</p>
-
-<p>&mdash;Lo tomaré si usted lo conoce.</p>
-
-<p>Salí y volví al punto con un frasquito de <em>gotas</em> maravillosas
-de la corona.</p>
-
-<p>Era todo mi botiquín.</p>
-
-<p>Abrí el frasquito, pedí un jarro de agua, lo derramé
-dejándole sólo dos dedos y eché en él sesenta gotas.</p>
-
-<p>Para que las bebiera sin aprensión, le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Vea&mdash;proseguí, y esto diciendo tomé un trago.</p>
-
-<p>&mdash;Si no tengo recelo, hermano&mdash;me contestó,&mdash;y tomándome
-el jarro bebió hasta la última gota que contenía.</p>
-
-<p>&mdash;Un poco amargo no más&mdash;dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;repuse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ha descansado bien?</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué diablo de indios, eh!</p>
-
-<p>&mdash;¡Hum! anduvo medio mal la cosa en la junta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh! no todos comprenden.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es cierto!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_200"></a>[Pg 200]</span></p>
-
-<p>&mdash;Y su amigo, el padre Burela ¿por qué no le
-ayudó?</p>
-
-<p>&mdash;No sé, estaba medio asustado, me parece.</p>
-
-<p>Se sonrió, como diciendo, «uno y medio», y acariciando
-á uno de sus hijos que se echó sobre sus rodillas,
-exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ese toro!</p>
-
-<p>Era el hijo que había defendido á la madre la noche
-antes.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene muy buena cara&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Pero no es bueno, ya me ha querido matar,&mdash;repuso,
-mirando al hijo con una mezcla de complacencia
-y admiración.</p>
-
-<p>El indiecito entendía lo que su padre hablaba; pero
-no le prestaba atención.</p>
-
-<p>Se desperezó, bostezó, se levantó, habló en la lengua
-y salió <em>quebrándose</em> como lo hacen sólo nuestros
-gauchos.</p>
-
-<p>Mariano le siguió con la vista hasta la puerta del
-toldo, y volvió á repetir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Toro, hermano!</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuántos años tiene?</p>
-
-<p>&mdash;Debe tener...&mdash;me hizo la seña de doce con las
-manos.</p>
-
-<p>&mdash;Es muy chico todavía.</p>
-
-<p>&mdash;Pero es gaucho ya.</p>
-
-<p>Trajeron el almuerzo; era lo de siempre: puchero con
-choclos y zapallo, carne asada, de vaca y de yegua.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, hermano&mdash;le dije,&mdash;yo pienso irme pronto
-para mandarle cuanto antes las raciones.</p>
-
-<p>&mdash;Cuando quiera, hermano&mdash;me contestó;&mdash;yo no
-tengo ya sino un poquito que conversar con usted.</p>
-
-<p>&mdash;Pienso irme dentro de dos días.</p>
-
-<p>&mdash;Hablaremos mañana entonces.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_201"></a>[Pg 201]</span></p>
-
-<p>Me lo voy á llevar á Macías.</p>
-
-<p>No me contestó; en su cara leí una negativa.</p>
-
-<p>&mdash;Á usted no le sirve de nada aquí.</p>
-
-<p>Siguió callado.</p>
-
-<p>&mdash;Es un pobre diablo&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Mire, hermano&mdash;me contestó; iba á proseguir;
-unas visitas nos interrumpieron.</p>
-
-<p>Saludaron y se sentaron.</p>
-
-<p>Yo seguí almorzando, acabé, me levanté y diciéndole
-á Mariano: luego conversaremos, salí del toldo
-bastante contrariado.</p>
-
-<p>En seguida me fuí á visitar al cacique Epumer.</p>
-
-<p>Mariano Rosas me prestó su caballo.</p>
-
-<p>En el toldo de Epumer me recibieron con toda galantería.</p>
-
-<p>En un rincón, acurrucado como un tullido, estaba el
-espía de Calfucurá, que tanta curiosidad me dió en
-Quenque.</p>
-
-<p>Me vió entrar como á un perro.</p>
-
-<p>¿Qué hacía allí?
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_202"></a>[Pg 202]<br /><a id="Page_203"></a>[Pg 203]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XX</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Fama de Epumer.&mdash;Me esperaban en su toldo.&mdash;Recepción.&mdash;Indias
-y cristianas.&mdash;Pasteles y carbonada entre los Indios.&mdash;Amabilidades.&mdash;Celo
-apostólico del Padre Marcos.&mdash;Puchero
-de yegua.&mdash;Insisto en sacar á Macías.&mdash;Negativas.&mdash;Un indio
-teólogo.&mdash;Un espectro vivo.</p>
-</div>
-
-
-<p>El toldo de Epumer distaba un cuarto de legua del
-de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>No hay indio más temido que Epumer; es valiente
-en la guerra, terrible en la paz cuando está <em>achumado</em>.</p>
-
-<p>El aguardiente lo pone demente.</p>
-
-<p>Sea adulación, sea verdad, todos dicen que no estando
-malo de la cabeza es muy bueno.</p>
-
-<p>No tiene más que una mujer, cosa rara entre los indios,
-y la quiere mucho.</p>
-
-<p>Vive bien y con lujo; todo el mundo llega á su casa
-y es bien recibido.</p>
-
-<p>Á mí me esperaban hacía rato.</p>
-
-<p>El toldo acababa de ser barrido y regado; todo estaba
-en orden.</p>
-
-<p>Epumer estaba sentado en un asiento alto, de cueros
-de carnero y mantas.</p>
-
-<p>Enfrente había otro más elevado, que era el destinado
-para mí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_204"></a>[Pg 204]</span></p>
-
-<p>Las chinas aguardaban de pie, con la comida pronta
-para servirla á la primera indicación.</p>
-
-<p>Las cautivas atizaban el fuego.</p>
-
-<p>Epumer se levantó, me estrechó la mano, me abrazó,
-me dijo que aquella era mi casa, me hizo sentar, y
-después que me senté se sentó él.</p>
-
-<p>Los demás circunstantes que eran todos <em>chusma</em>
-agregada al toldo, no se sentaron hasta que Epumer se
-lo insinuó.</p>
-
-<p>La conversación rodó sobre las costumbres de los indios,
-pidiéndome disculpas de no poder obsequiarme,
-en razón de su pobreza, como yo lo merecía.</p>
-
-<p>Un cristiano bien educado, modesto y obsequioso, no
-habría hecho mejor el agasajo.</p>
-
-<p>Epumer me presentó su mujer, que se llamaba Quintuiner,
-sus hijas, que eran dos, y hasta las cautivas,
-cuyo aire de contento y de salud llamó grandemente
-mi atención.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo les va, hijas?&mdash;les pregunté á éstas.</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien, señor&mdash;me contestaron.</p>
-
-<p>&mdash;¿No tienen ganas de salir?</p>
-
-<p>No contestaron y se ruborizaron.</p>
-
-<p>Epumer me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Si tienen hijos y no les falta hombre.</p>
-
-<p>Las cautivas añadieron:</p>
-
-<p>&mdash;Nos quieren mucho.</p>
-
-<p>&mdash;Me alegro&mdash;repuse.</p>
-
-<p>Una de ellas exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;Ojalá todas pudieran decir lo mismo, <em>güeselencia</em>.</p>
-
-<p>Era una cordobesa.</p>
-
-<p>Epumer les indicó á su mujer y á sus hijas que se
-sentaran, y mandó que sirvieran la comida.</p>
-
-<p>Obedecieron.</p>
-
-<p>Estaban vestidas con lo más nuevo y rico que tenían.</p>
-
-<p>El <em>pilquén</em> era de paño encarnado bastante fino; los<span class="pagenum"><a id="Page_205"></a>[Pg 205]</span>
-collares y cinturones, las pulseras de pies y manos, de
-cuentas, los grandes aros en forma triangular y el alfiler
-de pecho redondo, de plata maciza labrada.</p>
-
-<p>La manta era, contra la costumbre, de pañuelo escocés
-de lana.</p>
-
-<p>Se habían pintado los labios y las uñas de las manos
-con carmín, se habían puesto muchos lunarcitos negros
-en las mejillas y sombreado los párpados inferiores
-y las pestañas.</p>
-
-<p>Estaban muy bonitas.</p>
-
-<p>La mujer de Epumer, sobre todo, me recordaba cierta
-dama elegantísima de Buenos Aires, que no quiero
-nombrar.</p>
-
-<p>¡Pues no faltaría más; compararla á ella, tan simpática
-y prestigiosa por la gracia y la belleza, por su
-carácter dulce, su talle flexible como el mimbre, su voz
-de soprano, que tan bien interpreta los acentos delicados
-de Campanna, con una china!</p>
-
-<p>Trajeron la comida, platos de loza, cubiertos, vasos
-y mantel.</p>
-
-<p>Empezamos por pasteles á la criolla. Una cautiva
-los había hecho. Aunque acababa de almorzar con Mariano,
-comí dos. Luego trajeron carbonada con zapallo
-y choclos. Epumer me dijo: que me habían buscado el
-gusto, que le habían preguntado á mi asistente lo que
-me gustaba. No pude rehusar y comí un plato. Estaba
-inmejorable; la carne era gorda, la grasa finísima.</p>
-
-<p>En seguida vino el asado, de cordero y de vaca, después
-puchero. El pan, eran tortas al rescoldo. El postre
-fueron miel de avispa, queso y maíz frito pisado con
-algarroba.</p>
-
-<p>Con la carbonada quedé repleto como un lego; rehusé
-de lo demás. Fué en vano. Me instaron y me instaron.
-Tuve que comer de todo.</p>
-
-<p>¡Pobres gentes! Á cada rato me decían: si no está<span class="pagenum"><a id="Page_206"></a>[Pg 206]</span>
-bueno, dispense. Aquélla lo ha hecho&mdash;y señalaban á
-tal ó cual cautiva,&mdash;y ésta me miraba, como diciendo:
-Por usted nos hemos esmerado.</p>
-
-<p>¡Qué escena aquella! En medio del desierto, en la
-Pampa, entre los bárbaros, un remedo de civilización
-es cosa que hace una impresión indescriptible.</p>
-
-<p>El espía de Calfucurá, como un búho, observaba con
-inquieta mirada cuanto pasaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es ese?&mdash;le pregunté á Epumer.</p>
-
-<p>&mdash;No le conozco&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo sí.</p>
-
-<p>&mdash;Llegó hace un rato, tenía hambre y le hemos dado
-de comer.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no le conocen ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;¡No!</p>
-
-<p>&mdash;Es un pillo mentiroso.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y aquí, qué mal nos puede hacer un pobre!</p>
-
-<p>La contestación me avergonzó. El perro de Quenque
-estaba con el cuarterón. Me acordé de que aquel hombre
-tenía corazón, que era quizá más desgraciado que yo,
-y cambié de conversación.</p>
-
-<p>El espía me oyó hablar de él y no hizo más que lanzarme
-una mirada extraña y replegarse más y más sobre
-sí mismo.</p>
-
-<p>Saqué mi libro de memorias, les pregunté á Epumer
-y su familia qué querían que les mandara del Río 4.º
-y tomé nota de sus encargos.</p>
-
-<p>Bien poca cosa me pidieron; tela para pilquenes,
-hilo y agujas.</p>
-
-<p>Epumer me dijo que quería un chaleco de seda...</p>
-
-<p>&mdash;¿Colorado?&mdash;le interrumpí.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;me contestó;&mdash;negro.</p>
-
-<p>Me levanté, me despedí, me acompañaron, violando
-los usos de la tierra, hasta el palenque, monté á caballo
-y partí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_207"></a>[Pg 207]</span></p>
-
-<p>Á cierta distancia di la vuelta.</p>
-
-<p>Me seguían con la vista.</p>
-
-<p>Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo.</p>
-
-<p>Llegué al toldo de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Estaba sentado en la enramada, solo. Las visitas se
-habían retirado.</p>
-
-<p>Eché pie á tierra, até su caballo en el palenque, le
-di las gracias, pasando de largo, y me metí en mi
-rancho.</p>
-
-<p>Los franciscanos disfrutaban en santa paz las delicias
-de la siesta.</p>
-
-<p>El ruido que hice al entrar los despertó.</p>
-
-<p>Les conté mi visita al toldo de Epumer, discurrimos
-un rato sobre la franca y cordial hospitalidad que me
-había dispensado después de las escenas tumultuarias
-de los primeros días, y, por último, les comuniqué que
-había resuelto partir á los dos días.</p>
-
-<p>El padre Marcos me manifestó el deseo de quedarse,
-á ver si arreglaba lo concerniente á la fundación de la
-capilla de que hablaba el tratado de paz. No pareciéndome
-prudente su resolución, me opuse amistosamente
-á ella. Le hice algunas reflexiones con tal motivo, y el
-padre Moisés, deduciendo de ellas que mi negativa
-provenía de que no quería que su compañero se quedara
-solo, me observó que él le acompañaría, permaneciendo
-á su lado. Le tranquilicé viendo su generosa oferta;
-amplié las razones de mi negativa, y, finalmente, les
-dije que pensaran en hacer al día siguiente algunos
-bautismos.</p>
-
-<p>Al efecto le indiqué al padre Marcos fuera á hablar
-con Mariano Rosas, solicitando como cosa suya el permiso
-competente.</p>
-
-<p>Mandó ver con su asistente si estaba en disposición
-de recibirle y contestó que sí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_208"></a>[Pg 208]</span></p>
-
-<p>Salió el Padre y entró en el toldo del Cacique, que
-acababa de recibir visitas.</p>
-
-<p>Detrás de él me fuí yo.</p>
-
-<p>Mariano Rosas le había sentado á su lado; le había
-concedido el permiso solicitado y le había rogado le
-bautizara su hija mayor, de la que yo sería padrino.</p>
-
-<p>Trajeron de comer.</p>
-
-<p>Era un puchero de carne de yegua.</p>
-
-<p>&mdash;Padre&mdash;le dijo Mariano al buen franciscano,&mdash;para
-probarle que soy buen cristiano, y el gusto con
-que veo aquí unos hombres como ustedes, comamos en
-el mismo plato.</p>
-
-<p>Y esto diciendo puso entre él y el Padre uno que le
-daban en ese momento.</p>
-
-<p>&mdash;Con mucho gusto&mdash;le contestó aquél.</p>
-
-<p>Y sin más preámbulo, empuñó el tenedor y el cuchillo
-y sin repugnancia alguna, comenzó á engullir la
-carne de yegua, como si hubiera sido bocado de cardenal.</p>
-
-<p>Yo rehusé comer, explicando el por qué, no lo atribuyeran
-á desaire.</p>
-
-<p>En la tierra, la costumbre es comer al cabo del día
-tantas veces cuantas hay ocasión.</p>
-
-<p>Algunas de las visitas eran conocidos. Entablé conversación
-con ellos. El padre Marcos por su parte, le
-hizo á Mariano Rosas una larga explicación de lo que
-significaba el bautismo, quien varias veces contestó:
-Ya sé. Le exigió que á la hijita que iban á bautizar la
-educara como cristiana, lo que le fué prometido; dejó
-de comer puchero cuando el plato dijo no hay más, y
-en seguida se despidió y salió.</p>
-
-<p>Yo me quedé en mi puesto, busqué una postura cómoda,
-la hallé acostado, dejé que Mariano Rosas hablara
-con sus visitas y me dormí.</p>
-
-<p>Cuando me desperté, el toldo estaba solo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_209"></a>[Pg 209]</span></p>
-
-<p>Salí de él; Mariano había vuelto á la enramada, me
-senté á su lado y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, y, ¿me lo llevo ó no á Macías?</p>
-
-<p>&mdash;Entremos&mdash;me contestó, levantándose y dirigiéndose
-al toldo.</p>
-
-<p>Le seguí y entramos, cediéndome él el paso en la
-puerta.</p>
-
-<p>Nos sentamos.</p>
-
-<p>Tomó la palabra y habló así:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, el <em>dotor</em> es mejor que se quede.</p>
-
-<p>&mdash;Usted me lo había cedido ya&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Es cierto; pero es mejor que se quede.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el tratado de paz, hermano? ¿Usted olvida que
-Macías no es cautivo, que si me exige que lo saque, yo
-lo debo reclamar y que usted no me lo puede negar?</p>
-
-<p>&mdash;Yo no se lo niego, hermano, le digo que se lo daré
-después.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué dirán en el Río 4.º los cristianos lo que sepan
-que vuelvo sin Macías? Dirán que no me he atrevido
-á reclamarlo, se quejarán y con razón. Usted me
-compromete, hermano.</p>
-
-<p>Macías entró en ese momento, con el intento de cruzar
-por el toldo.</p>
-
-<p>Mariano Rosas le miró airado, y con voz irritada le
-dijo <em>textualmente</em>:</p>
-
-<p>&mdash;Donde conversa la gente no se entra. Salga.</p>
-
-<p>Macías retrocedió humillado, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;Creía...</p>
-
-<p>&mdash;¡Salga, dotor!&mdash;le repitió con énfasis, y el desdichado
-salió.</p>
-
-<p>Comprendí que alguien había influido en el ánimo
-del indio y me pareció de buena táctica no insistir
-mucho.</p>
-
-<p>Hice, empero, una insinuación final diciéndole con
-expresión:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_210"></a>[Pg 210]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y, hermano?</p>
-
-<p>Fijó sus ojos en los míos y me dijo <em>textualmente</em>:</p>
-
-<p>&mdash;¡Hermano, el corazón de ese hombre es mío!</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué misterio hay aquí?&mdash;dije para mis adentros,
-y como no le contestara y siguiera mirándole,
-añadió <em>textualmente</em>:</p>
-
-<p>&mdash;La conciencia de ese hombre es mía.</p>
-
-<p>Una mezcla de asombro y de temor por la vida de
-Macías me selló los labios.</p>
-
-<p>Se levantó el indio, tomó de sobre su cama el cajón
-del archivo, lo abrió, revolvió sus bolsitas, halló lo que
-quería, sacó de ella unos papeles y dándomelos, me
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Lea, hermano!</p>
-
-<p>Tomé los papeles, que eran manuscritos, abrí uno
-de ellos, reconocí la letra de Macías y leí.</p>
-
-<p>Era una larga carta dirigida al Presidente de la
-República.</p>
-
-<p>Macías le relataba cómo se hallaba entre los indios;
-pintaba con colores bastante animados su vida; daba
-una noticia de lo que eran los cristianos en Tierra
-Adentro; los comparaba con los indios, quedando
-aquéllos en peor punto de vista; y por último invocaba
-la protección del Gobierno para reivindicar su libertad
-perdida.</p>
-
-<p>La carta estaba mal redactada; Macías no escribe
-bien; pero tenía la elocuencia del dolor.</p>
-
-<p>Mientras yo leía, Mariano Rosas se limpiaba las
-uñas con el puñal.</p>
-
-<p>Acabé de leer la carta y le miré,&mdash;no me vió.</p>
-
-<p>Leí otro de los papeles, era otra carta, muy parecida
-á la anterior, dirigida al gobernador de Mendoza.</p>
-
-<p>Los otros papeles eran apuntes sin importancia,
-eran de un corazón lacerado por el infortunio.</p>
-
-<p>Terminada la lectura de todo el mamotreto, exclamé:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_211"></a>[Pg 211]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ya he concluido!</p>
-
-<p>&mdash;¿Y, ha visto?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le parece?</p>
-
-<p>&mdash;No hallo nada contra usted.</p>
-
-<p>&mdash;¿Nada?</p>
-
-<p>Y esto diciendo me miró, como preguntándome:
-¿me engaña usted?</p>
-
-<p>&mdash;¡Nada! ¡nada!&mdash;repetí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hermano!&mdash;me dijo con intención.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, hermano, le doy mi palabra.</p>
-
-<p>Y como no me contestara y no me quitara los ojos y
-le conociera que quería sondear mis pensamientos,
-agregué:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, si alguien le ha dicho que estas cartas
-hablan mal de usted, lo ha engañado.</p>
-
-<p>&mdash;Léamelas, hermano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiere más bien que venga el Padre y se las
-lea él?</p>
-
-<p>&mdash;No, léamelas usted, hermano.</p>
-
-<p>Se las leí; la lectura duraría un cuarto de hora.</p>
-
-<p>Mientras leía le miré varias veces; tenía los ojos
-clavados en el suelo y la frente plegada.</p>
-
-<p>Cuando acabé de leer, le dije:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué dice ahora?</p>
-
-<p>&mdash;Que ese hombre es un desagradecido. (Textual).</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué, hermano?</p>
-
-<p>&mdash;Porque habla mal de los cristianos que le han dado
-de comer. (Textual).</p>
-
-<p>Hice una composición de lugar con la rapidez del
-relámpago, y dije:</p>
-
-<p>&mdash;Tiene usted razón, hermano; que se quede entonces.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;me contestó,&mdash;dos años más.</p>
-
-<p>&mdash;El tiempo que usted quiera.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_212"></a>[Pg 212]</span></p>
-
-<p>Tomó los papeles, los puso en orden, los colocó en
-su bolsita, cerró el cajón y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Mañana bautizaremos á su ahijada.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien&mdash;le contesté, y salí, dándole las buenas
-tardes.</p>
-
-<p>Macías estaba á la puerta del rancho.</p>
-
-<p>Parecía un espectro.</p>
-
-<p>Nada había oído. Pero su corazón sabía lo que había
-pasado.</p>
-
-<p>El corazón de los que sufren suele ser profético;
-anticipándose al dolor, lo prolonga.</p>
-
-<p>Le miré sonriéndome por tranquilizarle, y exhalando
-un hondo suspiro, me dijo al pasar:</p>
-
-<p>&mdash;Ya sé que te ha ido mal.</p>
-
-<p>&mdash;Nunca es tarde, hombre, cuando la dicha es buena&mdash;le
-contesté.</p>
-
-<p>Meneó la cabeza como diciéndome: Me había engañado;
-y para acabar de tranquilizarle, agregué:</p>
-
-<p>&mdash;Todavía no le he hablado.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_213"></a>[Pg 213]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Intrigas contra Macías.&mdash;Envidia de los cristianos.&mdash;Preparativos
-para el bautismo.&mdash;Animación de Leubucó.&mdash;Aspavientos
-de las madres.&mdash;Sentimiento que las dominaba.&mdash;El mal de
-este mundo es materia de religión.&mdash;Mi ahijada, la hija de
-Mariano Rosas.&mdash;De gala, con botas de potro de cuero de
-gato, y vestido de brocado.&mdash;Invencible curiosidad.&mdash;No puedo
-explicar lo que sentí.&mdash;Una cristalización en el cerebro.&mdash;Regalos
-recíprocos.&mdash;Pobre humanidad.</p>
-</div>
-
-
-<p>Macías me inspiraba tanta lástima, que toda la noche
-soñé con él.</p>
-
-<p>Redimirlo del cautiverio, era para mí no sólo una
-obra de caridad, sino el cumplimiento de un deber.</p>
-
-<p>La paz estaba solemnemente hecha y Mariano Rosas
-obligado, por un tratado, á dejar en completa tranquilidad
-á todos los que, habiéndose refugiado en
-Tierra Adentro, quisieran volver á sus hogares.</p>
-
-<p>En cuanto amaneció llamé al capitán Rivadavia
-para tener una consulta con él.</p>
-
-<p>Era el único hombre que me inspiraba completa
-confianza. Había vivido más tiempo que yo entre los
-indios, haciéndome respetar de ellos y de los cristianos,
-que no es poco decir, y Mariano Rosas le tenía
-gran afición.</p>
-
-<p>Conocía las costumbres de los unos, las mañas de<span class="pagenum"><a id="Page_214"></a>[Pg 214]</span>
-los otros, todos los títeres, en fin, de aquel mundo,
-donde el estudio del corazón humano es tan difícil
-como en cualquier otra parte.</p>
-
-<p>Si él no salvaba mis dudas, ¡quién las había de
-salvar!</p>
-
-<p>Le referí todo lo que había sucedido, cambiamos
-nuestras ideas y resultó que Macías era víctima de una
-nueva intriga.</p>
-
-<p>Mariano Rosas les había, sin duda alguna, comunicado
-sus conferencias conmigo á sus confidentes y
-éstos le habían disuadido de su resolución de cedérmelo.</p>
-
-<p>Había en esto represalias por parte de los que se
-creían ofendidos con los informes consignados en la
-correspondencia interceptada, egoísmo ó envidia.</p>
-
-<p>Los cristianos refugiados entre los indios por causas
-políticas, fingían toda la mayor conformidad. Otra
-cosa tenían en el fondo de su alma. La salida de Macías
-á quien tanto habían mortificado y ultrajado, haciéndole
-pagar caro el pedazo de carne que le daban,
-los contrariaba.</p>
-
-<p>Él se iba y ellos se quedaban. Ellos, que gozaban
-del favor del cacique, no podían volver al seno de su
-familia, y Macías, el loco Macías, de quien tantas veces
-se habían mofado, de quien todavía delante de mí
-se reían, ¡estaba á punto de romper las cadenas de su
-cautividad!</p>
-
-<p>Ellos eran libres y se quedaban, Macías no lo era
-y se marchaba.</p>
-
-<p>En verdad, sólo nobles corazones podían regocijarse
-de que un desgraciado sacudiera el ominoso yugo.</p>
-
-<p>Los galeotes reciben con júbilo al nuevo condenado
-y maltratan en vísperas de su salida al que ha cumplido
-la terrible condena.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_215"></a>[Pg 215]</span></p>
-
-<p>Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán.
-Mal de muchos consuelo de ingratos, debiera decir.</p>
-
-<p>Era preciso aprovechar el día.</p>
-
-<p>Teníamos que bautizar una porción de criaturas,
-hijas de cristianos refugiados, de cautivas y de indios.</p>
-
-<p>Les recordé á los buenos franciscanos que no teníamos
-tiempo que perder; mandamos mensajeros en
-todas direcciones y se preparó el altar en el mismo
-rancho en que se había celebrado la misa el día antes.</p>
-
-<p>Poco á poco fueron llegando hombres y mujeres
-cristianos con sus hijos, indios é indias con los suyos.</p>
-
-<p>El toldo de Mariano Rosas era un jubileo.</p>
-
-<p>Reinaba verdadera animación; todo el mundo se
-había vestido de gala. Yo estaba encantado viendo
-aquellos infelices honrar instintivamente á Dios. Los
-frailes contentos como si se tratara de unos óleos regios.</p>
-
-<p>Cualquiera que hubiese llegado á aquellas comarcas
-ese día&mdash;sin estar en antecedentes,&mdash;se habría creído
-transportando á una tribu indígena convertida al cristianismo.</p>
-
-<p>Cuando todo estuvo pronto, se le mandó prevenir á
-Mariano Rosas, pidiéndole permiso para empezar, é
-invitándolo á presenciar la ceremonia.</p>
-
-<p>Contestó que podíamos dar comienzo cuando gustáramos
-y que no le era posible acompañarnos, porque
-en ese momento acababan de entrarle visitas.</p>
-
-<p>El rancho que hacía de capilla, era estrecho para
-contener la concurrencia. Con cada criatura venían los
-padres, sus parientes, sus amigos, los padrinos y madrinas.</p>
-
-<p>Los chiquillos estaban azorados. Todos ellos, lo mismo
-los grandes que los chicos, lloraban. El altar, los
-sacerdotes revestidos, las caras extrañas, el aire de so<span class="pagenum"><a id="Page_216"></a>[Pg 216]</span>lemnidad
-de los circunstantes, el empeño inusitado en
-que estuvieran con juicio ó callados, todo, todo les impresionaba.
-Las madres se volvían puros aspavientos.
-Ésta decía: ¡Jesús, qué criatura! Aquélla: ¡Ay! ¡qué
-chiquilla! La una: ¡Qué vergüenza! La otra: ¡Cállate,
-por Dios! Acariciaban, reprendían, amonestaban, amenazaban,
-recurrían, en fin, á todos los ardides maternales
-para imponer silencio.</p>
-
-<p>¡Imposible! El destemplado coro seguía.</p>
-
-<p>Yo observaba aquella escena <i lang="la" xml:lang="la">sui géneris</i>, y al través
-de la parodia veía la tendencia humana hacia las cosas
-graves y solemnes.</p>
-
-<p>Esas pobres mujeres, andrajosas las unas, bastante
-bien vestidas las otras, cristianas unas, chinas otras,
-hacían allí, al pie del improvisado altar lo mismo que
-habrían hecho bajo las naves monumentales de una catedral.</p>
-
-<p>¿Qué sentimiento las dominaba? cuando llorosas ó
-radiantes de júbilo exclamaban, como varias veces lo
-escuché, viéndolas abrazar con efusión el fruto de sus
-entrañas: ¡al fin vas á ser cristiana, hija mía, hijo
-mío!</p>
-
-<p>Sí, ¿qué sentimiento las dominaba?</p>
-
-<p>¡Ah! un sentimiento innato al corazón humano.</p>
-
-<p>Un sentimiento que Voltaire mismo ha explicado en
-una frase célebre:</p>
-
-<p>«<i lang="fr" xml:lang="fr">Si Dieu n'existait pas, il faudrait l'inventer</i>».</p>
-
-<p>Si Dios no existiese sería menester inventarlo.</p>
-
-<p>Aquellas gentes, alejadas de la civilización quién sabe
-desde cuándo, desgraciadas ó pervertidas, resignadas
-á su suerte ó desesperadas, ignorantes, vulgares;
-aquellas mujeres cristianas en el nombre, aquellas chinas,
-aquellos indios sosteniendo en sus brazos sus hijos
-con recogimiento y devoción, comprendían por un instinto
-especialmente humano, que entre este mundo y<span class="pagenum"><a id="Page_217"></a>[Pg 217]</span>
-el otro, entre esta vida y la otra, necesitamos un vínculo,
-y que ese vínculo es Dios, cualquiera que sea la
-forma en que le adoremos.</p>
-
-<p>El mal de este mundo no consiste en profesar una
-mala religión, sino en no profesar ninguna.</p>
-
-<p>¡Ah! y si la religión que se profesa es consoladora
-por su moral, si como una fuente inagotable de poesía,
-ella nos ofrece un refugio en las tribulaciones y una
-tabla de salvación en las últimas congojas de la vida,
-¡qué bien inmenso no es creer, adorar y confiar en
-Dios!</p>
-
-<p>Con razón aquellas gentes estaban de fiesta y consideraban
-dichosos á sus hijos de que recibieran el bautismo.</p>
-
-<p>Cualquiera ceremonia que hubiese sido como la consagración
-de un culto, habría sido lo mismo.</p>
-
-<p>Bautizar treinta ó más criaturas una después de otra,
-era obra de todo el día. El ritual permitía, lo que yo ignoraba,
-administrar el sacramento en masa.</p>
-
-<p>Respiré.</p>
-
-<p>Mi ahijada no comparecía.</p>
-
-<p>Mandé decir á mi compadre que la esperábamos, y
-un instante después la pusieron en mis brazos.</p>
-
-<p>Era una chiquilla como de ocho años, hija de cristiana,
-trigueñita, ñatita, de grandes y negros ojos, simpática,
-aunque un tanto huraña. Lloró como una Magdalena
-un largo rato, haciendo llorar á otras criaturas
-cuyas lágrimas se habían aplacado y obligándonos á
-diferir el momento de empezar.</p>
-
-<p>Calmóse por fin y la sagrada ceremonia empezó. Resonaban
-los latines y los <em>Padre Nuestros</em>; mi ahijada
-permanecía en mis brazos, ora inquieta, ora tranquila.
-Me miraba, huía de mis ojos, se sonreía, hacía fuerzas,
-cedía; á mí me dominaba sólo una idea.</p>
-
-<p>La chiquilla había sido vestida con su mejor ropa,<span class="pagenum"><a id="Page_218"></a>[Pg 218]</span>
-con la más lujosa; era un vestido de brocado encarnado
-bien cortado, con adornos de oro y encajes, que parecían
-bastante finos. Á falta de zapatos, le habían
-puesto unas botitas de potro, de cuero de gato. La civilización
-y la barbarie se estaban dando la mano.</p>
-
-<p>¿Qué vestido es ese? ¿de dónde venía? ¿quién lo había
-hecho? era todo mi pensamiento.</p>
-
-<p>Quería atender á lo que el sacerdote hacía y decía.
-¡En vano!</p>
-
-<p>El vestido y las botas me absorbían. Examinaba el
-primero con minucioso cuidado. Estaba perfectamente
-bien hecho y cortado.</p>
-
-<p>Las mangas eran á lo María Estuardo. Aquello no
-era obra de modista de Tierra Adentro. Tampoco podía
-ser regalo de cristianos, ni tomado en el saqueo de una
-tropa de carretas, estancia, diligencia ó villa fronteriza.
-Entre nosotros ninguna niña se viste así.</p>
-
-<p>Mi curiosidad era sólo comparable á la incongruencia
-del traje y de las botas de potro.</p>
-
-<p>Era una curiosidad rara.</p>
-
-<p>Á veces me venía como un rayo de luz y me decía:
-Ya caigo, ese vestido viene de tal parte. No, no podía
-ser eso, era una extravagancia.</p>
-
-<p>Cuando me tocaba contestar <em>amén</em>, otro tenía que
-hacerlo por mí. Distraído, no veía sino el vestido, no
-pensaba sino en el contraste que formaban con él las
-botas.</p>
-
-<p>Á mi lado estaba un cristiano, agregado al toldo de
-Mariano Rosas, cuya cara de forajido daba miedo.</p>
-
-<p>Era uno de esos tipos repelentes, cuya simple vista
-estremece. Jamás me había dirigido la palabra, ni yo
-se la había dirigido á él.</p>
-
-<p>La curiosidad pudo más que la repugnancia que me
-inspiraba y le pregunté con disimulo:</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde ha sacado mi compadre este vestido?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_219"></a>[Pg 219]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Oh!&mdash;me dijo, con voz bronca y tonada cordobesa&mdash;,
-ése es el vestido de la Virgen de la Villa de la
-Paz.</p>
-
-<p>&mdash;¿De la Virgen?&mdash;le pregunté, haciéndome la ilusión
-de que había oído mal, aunque el hombre pronunció
-la frase netamente.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pues&mdash;repuso;&mdash;cuando la invasión que hicimos
-lo trajimos y lo dimos al General.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, sostuvo á mi ahijada, que casi se
-me escapó de los brazos.</p>
-
-<p>Con unas pobres palabras humanas, yo no pude expresar
-el efecto extraño que hizo en mis nervios, la
-voz, el aire y la tonada de aquella revelación.</p>
-
-<p>No sentí lo que se siente en presencia de una profanación;
-no experimenté lo que se experimenta ante un
-sacrilegio; no me conmoví como cuando un sortilegio
-nos llena de estúpida superstición. Sentí y experimenté
-una impresión fenomenal, me conmoví de una manera
-diabólica, como en la infancia me imaginaba que
-se estremecía el diablo cuando le echaban agua bendita.</p>
-
-<p>Mi ahijada María, la hija de Mariano Rosas, está
-ligada á los recuerdos de mi vida, por una impresión
-tan singular, que su vestido y sus botas me hacen todavía
-el efecto de un <i lang="fr" xml:lang="fr">cauchemar</i>.</p>
-
-<p>Yo no puedo ya ver una Virgen sin que esos atavíos
-sarcásticos se presenten á mi imaginación. Tengo el
-retrato de mi ahijada como cristalizado en el cerebro, y
-el vozarrón del bandido que me sacó de dudas me zumba
-al oído todavía. Hay ecos inolvidables. Son como el
-rugido del mar cuando, silbando el viento, azota encrespado
-la pedregosa orilla. Se le oye una vez en la
-vida y no se le olvida jamás.</p>
-
-<p>Terminados los bautismos, el padre Marcos dirigió
-á las madres de los recién cristianizados un breve ser<span class="pagenum"><a id="Page_220"></a>[Pg 220]</span>món,
-exhortándolas á educar á sus hijos en la ley de
-Jesucristo, único modo de que ganaran el cielo después
-de la muerte.</p>
-
-<p>Todos quedaron muy alegres y contentos y me agradecieron
-el favor que acababan de merecer, debido
-á mí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¡si no fuera por usted, señor, qué habría sido
-de nosotras!&mdash;me dijeron varias mujeres.</p>
-
-<p>Yo fuí padrino de cuatro criaturas, inclusive la hija
-de Mariano Rosas. Poco tenía para obsequiar á mis
-ahijados y ahijadas. Pero como cuando hay deseo y buena
-voluntad nunca falta algo con qué manifestarlo,
-con todos ellos quedé bien.</p>
-
-<p>Deshicimos el altar, guardamos los ornamentos y en
-seguida nos fuimos al toldo de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Nos esperaba con el almuerzo pronto.</p>
-
-<p>Estaba plácido como nunca.</p>
-
-<p>&mdash;Ya somos compadres, hermano&mdash;me dijo:&mdash;ahora
-usted dirá cómo nos hemos de tratar.</p>
-
-<p>&mdash;Compadre&mdash;le contesté,&mdash;como antes, no más, de
-hermanos.</p>
-
-<p>&mdash;Es lo mismo, le doy las gracias&mdash;repuso,&mdash;y dirigiéndose
-á los frailes, añadió: ¿muchos cristianos ahora
-aquí, eh?</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad&mdash;le contestaron,&mdash;¡Dios los ayude á
-todos!</p>
-
-<p>Sirvieron el almuerzo, almorzamos y nos despedimos
-para retirarnos.</p>
-
-<p>Yo antes de salir le dije á mi compadre:</p>
-
-<p>&mdash;Esta tarde acabaremos de conversar.</p>
-
-<p>&mdash;Cuando guste&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Iba á salir del toldo; me llamó y sacándose el poncho
-pampa que tenía puesto, me dijo, dándomelo:</p>
-
-<p>&mdash;Tome, hermano, úselo en mi nombre, es hecho por
-mi mujer principal.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_221"></a>[Pg 221]</span></p>
-
-<p>Acepté el obsequio, que tenía una gran significación
-y se lo devolví, dándole yo mi poncho de goma.</p>
-
-<p>Al recibirlo, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han
-de matar, hermano, viéndole ese poncho.</p>
-
-<p>&mdash;Hermano&mdash;le contesté;&mdash;si algún día no hay paces
-y nos encontramos por ahí, lo he de sacar á usted por
-esa prenda.</p>
-
-<p>La gran significación que el poncho de Mariano Rosas
-tenía, no era que pudiera servirme de escudo en
-un peligro, sino que el poncho tejido por la mujer principal,
-es entre los indios un gaje de amor, es como el
-anillo nupcial entre los cristianos.</p>
-
-<p>Cuando salí del toldo y me vieron con el poncho del
-cacique, una expresión de sorpresa se pintó en todas las
-fisonomías.</p>
-
-<p>La gente de <em>palacio</em> se mostró más atenta y solícita
-que nunca.</p>
-
-<p>¡Pobre humanidad!
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_222"></a>[Pg 222]<br /><a id="Page_223"></a>[Pg 223]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Se acerca la hora de partida.&mdash;Desaliento de Macías.&mdash;El negro
-del acordeón y un envoltorio.&mdash;Era un queso.&mdash;Calixto Oyarzábal
-anuncia que hay baile.&mdash;Baile de los Indios y de las
-chinas.&mdash;En un detalle encuentro á los Indios menos civilizados
-que nosotros.</p>
-</div>
-
-<p>Macías veía llegar la hora de mi partida, y con
-suspiros y monosílabos me hacía comprender que iba
-perdiendo hasta la esperanza.</p>
-
-<p>Me senté en el fogón y él se puso á mi lado.</p>
-
-<p>Yo estaba de muy buen humor, quizá porque al día
-siguiente pensaba rumbear para la <em>querencia</em>. Somos
-así, versátiles aun en medio de la felicidad. Todo es
-poco, nada nos sacia. Y sólo tarde, muy tarde, comprendemos
-que en este mundo sublunar, los que lo han
-pasado mejor son los que contentos con el presente no
-se han apurado nunca por nadie ni por nada; los que
-estrechando el horizonte de sus miradas, limitando
-sus aspiraciones y sacudiendo la férula de las exigencias
-sociales, han <em>subjetivado</em> la vida hasta el extremo
-de identificarse con su frac.</p>
-
-<p>¡Ah! cuántos á quienes estériles combates consumieron;
-cuántos que despiertos ó dormidos tuvieron
-visiones de amor, de odio, de gloria, de orgullo, de ri<span class="pagenum"><a id="Page_224"></a>[Pg 224]</span>queza,
-de envidia, de miedo, olvidando que <em>velar es
-soñar de pie</em> y que <em>el sueño no es más que el noviciado
-de la muerte</em>, cuántos de ésos, decía, no habrían sido
-más dichosos si al fin de la jornada hubiesen podido
-exclamar:</p>
-
-<div class="poetry-container pw20">
-<div class="poetry">
-<p><span style="margin-left: 1em;">«Sois-moi fidèle ô pauvre habit que j'aime!</span><br />
-Ensemble nous devenons vieux.<br />
-Depuis dix ans je te brosse moi même.<br />
-Et Socrate n'eût pas fait mieux.<br />
-Quand le sort á ta mince étoffe<br />
-Livrerait de nouveaux combats,<br />
-Imite-moi résiste en philosophe.<br />
-Mon vieil ami, ne nous séparerons pas.»
-<a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3" class="fnanchor">[3]</a></p>
-</div>
-</div>
-
-
-<p>Yo reía, charlaba, jaraneaba con todos los que rodeaban
-el fogón, en el que un apetitoso asado se doraba
-al calor de abundante leña.</p>
-
-<p>El triste prisionero, taciturno, reconcentrado, sombrío
-como la imagen de la desesperación, me echaba
-de vez en cuando miradas furtivas.</p>
-
-<p>Quería decirme algo y no se atrevía; quería hacerme
-un reproche y no hallaba palabras adecuadas; sus
-pensamientos fluctuaban, como algas marinas entre
-opuestas corrientes; iba á hablar y callaba; sus ojos
-brillaban, sin rencor; pero sus labios comprimidos revelaban
-claramente que balbuceaba una ironía.</p>
-
-<p>&mdash;¿En qué piensas?&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;En que estás muy alegre&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;El que se aflige se muere&mdash;repuse.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! tú te vas, yo me quedo.</p>
-
-<p>&mdash;Ya te he dicho que nunca es tarde cuando la dicha
-es buena&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo ha de ser!&mdash;volvió á exclamar y levantándose
-de improviso se quiso marchar.</p>
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_225"></a>[Pg 225]</span></p>
-<p>En ese momento Calixto Oyarzábal, tomando el asador,
-poniéndolo horizontalmente y raspando el asado
-con un cuchillo para quitarle la ceniza, dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya está, mi Coronel.</p>
-
-<p>&mdash;¡Á comer, caballeros!&mdash;grité yo á mi vez, y dirigiéndome
-á Macías, le dije: Ven, hombre, come;
-sobra tiempo para ahorcarse de desesperación.</p>
-
-<p>Volvió sobre sus pasos, se sentó nuevamente á mi
-lado, sacó su cuchillo, y como el asado incitaba, siguiendo
-los usos campestres de la tierra, cortó una tira.</p>
-
-<p>Una olla de puchero hervía, rebosando de choclos
-y zapallo angola.</p>
-
-<p>Acabamos con el asado y en un santiamén con ella.</p>
-
-<p>Íbamos á tomar el mate de café, no teniendo postre,
-cuando el negro del acordeón se presentó, trayendo
-una cosa en la mano envuelta en un trapo.</p>
-
-<p>&mdash;¡El acordeón!&mdash;dije, para mis adentros, me espeluzné
-y con aire y voz imperativa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Fuera de aquí, negro!&mdash;le grité, antes que desplegara
-los labios.</p>
-
-<p>&mdash;Mi amo&mdash;contestó sonriéndose,&mdash;si vengo solo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y eso?&mdash;le pregunté, señalándole la cosa que traía
-envuelta.</p>
-
-<p>&mdash;Esto&mdash;repuso, mostrando dos filas de hermosos
-dientes, tan blancos y tan iguales que me dieron envidia,&mdash;esto,
-¡es un queso!</p>
-
-<p>&mdash;¡Un queso!</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mi amo, y se lo manda el General á su <em>mercé</em>
-para que lo coma en nombre de su ahijada, la niña
-María.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, desenvolvió el queso y lo puso en
-mis manos.</p>
-
-<p>&mdash;Dile á mi hermano que le doy las gracias&mdash;le dije,
-y haciéndole una indicación con la mano, agregué:&mdash;¡Vete!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_226"></a>[Pg 226]</span></p>
-
-<p>Obedeció, y así que estuvo á cierta distancia, me
-preguntó con malicia:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiere su <em>mercé</em> que vuelva con el instrumento?</p>
-
-<p>Le contesté con un caracú que estaba á mano, en
-medio de una explosión de risa de los circunstantes.</p>
-
-<p>&mdash;Y está de baile&mdash;dijo Calixto.</p>
-
-<p>&mdash;¿De baile?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mi Coronel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y dónde hay baile?</p>
-
-<p>&mdash;Allí en un toldo&mdash;dijo señalándolo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues probemos el queso, tomemos el café y vamos
-á ver el fandango aunque haya acordeón y negro.</p>
-
-<p>Despachamos todo, mandé á Calixto á averiguar á
-qué hora era el baile y volvió diciendo que ya iba á
-empezar.</p>
-
-<p>Dejamos el fogón y nos fuimos á ver la fiesta.</p>
-
-<p>Era lo único que me faltaba.</p>
-
-<p>Mi reloj marcaba las cuatro, las cuatro de la tarde,
-bien entendido.</p>
-
-<p>Los indios, más razonables que nosotros, duermen
-de noche y se divierten de día.</p>
-
-<p>Esta costumbre tiene una ventaja sobre la usanza
-de la civilización; no hay que pensar en luminarias
-de ningún género, ni en velas, ni en kerosene, ni en
-gas.</p>
-
-<p>El baile era de varones y al aire libre.</p>
-
-<p>En aquellas tierras las mujeres no tienen sino dos
-destinos: trabajar y procrear.</p>
-
-<p>No me atrevo á decir, si á este respecto los indios
-andan más acertados que nosotros.</p>
-
-<p>Pero considerando los infinitos desaguisados que
-acontecen y presenciamos de enero á enero con motivo
-de la mezcolanza de sexos; las mujeres que abandonan
-sus maridos, los maridos que olvidan sus mujeres,
-las reyertas por celos, los pleitos por alimentos,<span class="pagenum"><a id="Page_227"></a>[Pg 227]</span>
-los divorcios, los raptos voluntarios de inocentes doncellas,
-hechos desconocidos en Tierra Adentro, considerando
-todo esto, decía, lo cierto es que nuestra civilización
-es un asunto muy serio.</p>
-
-<p>¡Con razón se predica tanto contra el baile!</p>
-
-<p>Yo comprendo la indispensable necesidad que un
-hombre de estado tiene de saber bailar. Porque, como
-decía Molière por boca de uno de sus personajes,
-cuando se dice que un ministro ha dado un mal paso,
-es porque no ha aprendido la danza, con lo cual el
-maestro de este arte le probaba al del florete la superioridad
-del baile sobre la esgrima.</p>
-
-<p>Pero no comprendo la necesidad de que un médico
-ó un abogado bailen.</p>
-
-<p>Por supuesto, que los indios, comprendiendo que
-bailar es un ejercicio, que á la vez que obra sobre el
-sistema nervioso de una manera fruitiva, conviene á
-la higiene del cuerpo, porque despierta el apetito y
-contribuye al desarrollo de la musculatura, les permiten
-á sus mujeres bailar solas de vez en cuando,
-reservándose ellos la parte que más adelante se verá.</p>
-
-<p>El salón de baile, ó mejor dicho, la arena, tendría
-unas cuarenta varas de circuito.</p>
-
-<p>Imagínate la era de trillar las mieses, rodeada de
-palos, á modo de corral; ponle con el pensamiento,
-Santiago amigo, un mogote de tierra en el centro como
-de dos varas de diámetro y una de alto y tendrás
-una idea de lo que he intentado describir.</p>
-
-<p>Los concurrentes estaban colocados alrededor del
-círculo del lado de afuera.</p>
-
-<p>Aquí viene bien hacer notar que los indios en materia
-de coreografía son menos egoístas que nosotros.</p>
-
-<p>Ellos bailan para divertir á sus amigos; nosotros
-por divertirnos nosotros mismos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_228"></a>[Pg 228]</span></p>
-
-<p>Para divertirnos viendo bailar, tenemos que gastar
-nuestro dinero.</p>
-
-<p>Es otro inconveniente de la civilización.</p>
-
-<p>La música instrumental consistía en unas especies
-de tamboriles; eran de madera y cuero de carnero y
-los tocaban con los dedos ó con baquetas.</p>
-
-<p>El baile empezó con una especie de llamada militar
-redoblada.</p>
-
-<p>Oyéronse unos gritos agudos, descompasados y cinco
-indios en hilera se presentaron haciendo piruetas
-<em>acancanadas</em>.</p>
-
-<p>Venían todos tapados con mantas.</p>
-
-<p>Entraron en la arena, dieron unas cuantas vueltas
-al son de la música, alrededor del mogote de tierra,
-como pisando sobre huevos, de repente arrojaron las
-mantas y se descubrieron.</p>
-
-<p>Se habían arrollado los calzoncillos hasta los muslos,
-la camisa se la habían quitado; se habían pintado
-de colorado las piernas, los brazos, el pecho, la cara;
-en la cabeza llevaban plumas de avestruz en forma
-de plumero, en el pescuezo collares que hacían
-ruido y las mechas les caían sobre la frente.</p>
-
-<p>Las mantas las arrojaron sin hacer alto, sacudieron
-la cabeza, como dándose á conocer, y empezó una
-serie de figuras, sin perder los bailarines el orden de
-hilera.</p>
-
-<p>Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando
-la cabeza á derecha é izquierda, de arriba abajo,
-para atrás, para adelante, se ponían unos á otros
-las manos en los hombros, excepto el que hacía cabeza,
-que batía los brazos; se soltaban, se volvían á unir
-formando una cadena, se atropellaban, quedando pegados
-como una rosca; se dislocaban, pataleaban, sudaban
-á mares, hedían á potro, hacían mil muecas,
-se besaban, se mordían, se tiraban manotones obsce<span class="pagenum"><a id="Page_229"></a>[Pg 229]</span>nos,
-se hacían colita; en fin, parecían cinco sátiros
-beodos, ostentando cínicos la resistencia del cuerpo y
-la lubricidad de sus pasiones.</p>
-
-<p>El aire de las evoluciones determinaba el compás
-del tamborileo, que de cuando en cuando era acompañado
-de una especie de canto ora triste, ora grave,
-ora burlesco, según lo que la infernal cuadrilla parodiaba.</p>
-
-<p>Quince fueron los que bailaron, en tres tandas;
-la concurrencia guardó el mayor orden; no aplaudía,
-pero se comía con los ojos á los bailarines.</p>
-
-<p>Aquello era un verdadero <em>alcázar lírico</em> en plena
-Pampa.</p>
-
-<p>Sin mujeres, sin <i lang="fr" xml:lang="fr">garçons</i>, sin mesas de mármol, sin
-limonada gaseosa y otras hierbas.</p>
-
-<p>Le hallé la ventaja de la entrada gratis.</p>
-
-<p>Cerca de dos horas duró la farsa; se ponía el sol
-cuando yo volvía á mi fogón, harto de gestos, alaridos
-y tamboriles.</p>
-
-<p>Mi buena estrella quiso que el negro del acordeón
-no formara parte de la orquesta.</p>
-
-<p>Se hizo de noche, y como estuviese fresco, me guarecí
-tras de mi rancho, dándole la espalda al viento.</p>
-
-<p>En el acto brilló el fogón.</p>
-
-<p>Á la luz de su lumbre me contaron cómo bailan las
-chinas.</p>
-
-<p>En un local como el que ya describí, pintadas y
-ataviadas, entran quince ó veinte; se toman las manos,
-hacen una rueda, y comienzan á dar vueltas alrededor
-del mogote, ni más ni menos que si jugaran
-á la <em>ronga</em>, <em>catonga</em>.</p>
-
-<p>Los concurrentes entran en el recinto del baile, y
-al pasar las chinas por delante de ellos les hacen una
-porción de iniquidades, hasta que no pudiéndolas soportar
-deshacen la rueda y se escapan por donde pueden.</p>
-
-<p>Francamente, en este detalle encuentro á los indios
-menos civilizados que nosotros, aunque hay ejemplos
-en las crónicas policiales de caballeros que durmieron
-bajo las llaves de la alcaldía por tener las manos demasiado
-largas en los atrios de las iglesias.</p>
-
-<p>El efecto de esos abusos y licencias de los indios con
-las chinas cuando bailan, hace que ellas se abstengan
-de la inofensiva diversión, lo que prueba que en
-todas partes la mujer es igual.</p>
-
-<p>Perdona todo, menos que la maltraten.</p>
-
-<p>Yo les hallo muchísima razón, aunque declaro que
-ellas, sin maltratarnos, abusando de sus ventajas,
-suelen <em>tratarnos mal</em>.</p>
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_230"></a>[Pg 230]</span></p>
-</div>
-
-<div class="footnotes">
-
-<p class="p4 big2 center">NOTAS:</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_3" href="#FNanchor_3" class="label">[3]</a> Béranger, <cite>Mont habit</cite>.</p></div></div>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_231"></a>[Pg 231]</span></p>
-<h2 class="nobreak" >XXIII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Solo en el fogón.&mdash;¿Qué habría pensado yo si hubiera tenido menos
-de treinta años?&mdash;Con las mujeres es mejor no estar uno
-solo.&mdash;El crimen es hijo de las tinieblas.&mdash;El silencio es un
-síntoma alarmante en la mujer.&mdash;Visitas inesperadas.&mdash;Yo no
-sueño sino disparates.&mdash;Los filósofos antiguos han escrito
-muchas necedades.</p>
-</div>
-
-
-<p>Me había quedado solo en el fogón, viendo arder las
-brasas.</p>
-
-<p>Brillaban carbonizadas, y cuando más bellas estaban,
-el viento las redujo á cenizas, lo mismo que los
-desengaños desvanecen nuestras más gratas ilusiones.</p>
-
-<p>Mis pensamientos flotaban entre dos mundos.</p>
-
-<p>Ya eran prácticos, ya quiméricos, ora me parecían
-de fácil realización, ora imposible de realizar; me sentía
-grande y fuerte; pequeño y débil; dormitaba y me
-despertaba; quería salir de allí y no salía.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué?</p>
-
-<p>Porque el hombre no es dueño de sí mismo, sino
-cuando tiene ideas fijas ó determinadas.</p>
-
-<p>Una voz dulce me sacó de aquella indecisión, murmurando
-á mi oído:</p>
-
-<p>&mdash;Buenas noches. Di vuelta y al pálido resplandor
-de las últimas brasas que se apagaban, reconocí á una
-mujer.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_232"></a>[Pg 232]</span></p>
-
-<p>Era mi comadre Carmen.</p>
-
-<p>&mdash;¿Comadre, usted por aquí y á esta hora?&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Compadre, he sabido que se va mañana&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>La hice que se sentara.</p>
-
-<p>Su rostro tenía una expresión tierna; su seno palpitaba
-con violencia, agitando levemente los pliegues
-de su camisa, más ajustada al cuello que de costumbre,
-y su mirada traicionaba una inquietud mal disimulada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted tiene algo, comadre?&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;No, compadre&mdash;me contestó,&mdash;clavando la vista en
-el moribundo fogón y comprimiendo un suspiro.</p>
-
-<p>Si yo no me hubiese hallado en ese período de la vida
-en que el poeta exclamaba:</p>
-
-<div class="poetry-container pw20">
-<div class="poetry">
-<p>«My days are in the yellow leaf;<br />
-The flowers and fruits of love are gone.»</p>
-</div>
-</div>
-
-
-<p>¡Quién sabe qué hubiera pensado!</p>
-
-<p>El viento había calmado, el cielo estaba cubierto de
-nubes, las estrellas brillaban tímidamente, como luces
-lejanas al través de opacas cortinas, el fogón eran
-tibias cenizas, mi visita y yo nos veíamos como dos
-sombras envueltas en sutil crespón.</p>
-
-<p>El silencio de la noche, interrumpido apenas por la
-respiración acompasada de los que dormían cerca de
-allí; la soledad poética del lugar; los pensamientos,
-que como visiones de una edad más bella, cruzaron como
-ráfagas de fuego por mi imaginación, le dieron momentáneamente
-al cuadro un tinte novelesco.</p>
-
-<p>Desperté á Calixto, se levantó, le ordené que avivara
-el fuego y cebara mate.</p>
-
-<p>Removió las cenizas, descubrió algunas brasas, so<span class="pagenum"><a id="Page_233"></a>[Pg 233]</span>pló
-haciendo con las manos una especie de fuelle y un
-momento después el fogón flameaba.</p>
-
-<p>Durante un rato, mi comadre y yo permanecimos
-mudos, oyendo hervir el agua y crujir la leña.</p>
-
-<p>El fuego ejerce una influencia magnética, irresistible
-sobre los sentidos, y he observado que al calor de
-las llamas resplandecientes el corazón se dilata, que
-las ideas germinan placenteras y el alma se eleva hacia
-la cumbre de lo grande y de lo bello, en alas de ráfagas
-generosas y sublimes.</p>
-
-<p>Por eso el crimen es hijo de las tinieblas y se ceba
-en la obscuridad.</p>
-
-<p>Calixto me pasó un mate; lo tomé, y dándoselo á mi
-comadre, la dije:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué se ha quedado tan callada?</p>
-
-<p>Suspiró por toda contestación.</p>
-
-<p>Está visto que las mujeres son iguales en todas las
-constelaciones, lo mismo en las montañas, donde las
-nieves reinan eternamente, que entre las selvas románticas
-donde el tímido <em>urutau</em> entona tristes endechas;
-lo mismo á orillas del majestuoso Río de la Plata, que
-en las dilatadas llanuras de la Pampa Argentina.</p>
-
-<p>Suspirar, creen que es hablar.</p>
-
-<p>Confieso que es un lenguaje demasiado místico para
-un ser tan prosaico como yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero qué tiene, comadre?&mdash;le volví á preguntar.</p>
-
-<p>&mdash;Compadre&mdash;me contestó,&mdash;estoy triste porque
-se va.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué, le gustaría á usted que no me dejaran
-volver?</p>
-
-<p>&mdash;No quiero decir eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Quiero decir que siento no poder acompañarlo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué no se viene á pasear al Río 4.º conmigo?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_234"></a>[Pg 234]</span></p>
-
-<p>&mdash;Porque no puedo.</p>
-
-<p>&mdash;¿No es usted libre?</p>
-
-<p>&mdash;¡Libre!</p>
-
-<p>&mdash;Libre, sí, ¿no es usted viuda?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! compadre&mdash;exclamó con amargura,&mdash;usted
-no sabe cómo es mi vida; usted no conoce esta tierra.</p>
-
-<p>Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando
-si alguien había escuchado su indiscreta confesión.</p>
-
-<p>Su voz tenía algo de significativo y de misterioso.</p>
-
-<p>Me parecía que quería decirme algo más y que estaba
-temerosa de que algún espía nocturno la oyera.</p>
-
-<p>Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábamos
-solos y me senté más cerca de ella, diciéndole:</p>
-
-<p>&mdash;No hay nadie.</p>
-
-<p>&mdash;Compadre&mdash;me dijo;&mdash;no se vaya sin pasar por mi
-toldo que queda en Carrilobo, cerca del de Villarreal,
-allí lo espero; estará mi hermana, es mujer de confianza
-y lo quiere, tengo algo que decirle, que le interesa
-mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar,
-por eso he venido, nadie me ha visto todavía...</p>
-
-<p>En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como
-voces de indios <em>achumados</em>.</p>
-
-<p>Se levantó de golpe y diciéndome:&mdash;No quiero que
-me vean aquí,&mdash;se deslizó por entre las sombras de la
-noche.</p>
-
-<p>La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió
-en la obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de
-inquietud, de una inquietud inexplicable, oyendo al
-mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el vocerío
-de la chusma ebria.</p>
-
-<p>La luz de mi fogón los atrajo.</p>
-
-<p>Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo.</p>
-
-<p>Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino,
-donde habían estado de <em>mamaran</em>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_235"></a>[Pg 235]</span></p>
-
-<p>Traía en la mano una limeta de bebida y venía bastante
-<em>caldeado</em>. Sin apearse, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Yapaí, hermano!</p>
-
-<p>&mdash;Yapaí, hermano&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Bebimos alternativamente, y tras del primer yapaí,
-vinieron otros y otros.</p>
-
-<p>Afortunadamente, el aguardiente estaba muy aguado
-y no traía cuerno, ni vaso, lo que me permitía mojar
-sólo los labios, pues teníamos que tomar con la botella.</p>
-
-<p>Viendo que se ponían muy fastidiosos, que me amenazaban
-con un largo <em>solo</em>, le dije á Calixto:</p>
-
-<p>&mdash;Ché, mira que hace frío, alcánzame el poncho.</p>
-
-<p>No tenía más que el que esa mañana me había regalado
-Mariano Rosas; quise ver qué impresión hacía
-verme con él.</p>
-
-<p>Me trajo Calixto el poncho y me lo puse.</p>
-
-<p>Como lo había calculado, surtió un efecto completo
-mi ardid.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ese coronel Mansilla toro!&mdash;exclamaron algunos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ese coronel Mansilla gaucho!&mdash;otros.</p>
-
-<p>Muchos me dieron la mano y otros me abrazaron y
-hasta me besaron con sus bocas hediondas.</p>
-
-<p>Epumer me dijo repetidas veces:</p>
-
-<p>&mdash;¡Mansilla <em>peñi</em>! (hermano).</p>
-
-<p>En esos coloquios estábamos cuando un ruido semejante
-al de un organito descompuesto se oyó, junto con
-unas coplas, dedicadas á mí.</p>
-
-<p>Me dieron escalofríos, experimentando frío y calor
-á la vez y una destemplanza nerviosa como la que produce
-el roce de una lima en los dientes.</p>
-
-<p>¿De dónde salía aquel maldito negro con su execrable
-acordeón, pues él en cuerpo y alma era el de la
-música?</p>
-
-<p>¡Á qué averiguarlo!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_236"></a>[Pg 236]</span></p>
-
-<p>No pude resistir, y explotando la respetabilidad de
-que me revestía el poncho de mi <em>compadre</em> y <em>hermano</em>,
-le dije á Epumer y á su séquito:</p>
-
-<p>&mdash;Caballeros, buenas noches, es tarde, estoy cansado
-y mañana me voy; tengo ganas de dormir.</p>
-
-<p>Y los dejé y me metí en mi rancho, y le mandé á
-Calixto que cerrara bien la puerta, atando con <em>guascas</em>
-el cuero que la cubría.</p>
-
-<p>Las visitas me saludaron con varias exclamaciones,
-como ¡adiós, <em>peñi</em>! ¡adiós, amigo! ¡adiós, toro! gritaron
-un rato, apagaron el fogón saltando por encima
-con los caballos, alborotando los perros, hicieron un
-gran barullo, y cuando se cansaron se fueron.</p>
-
-<p>Arrullado por su infernal gangolina me dormí.</p>
-
-<p>Toda la noche tuve los sueños más estrafalarios. Así
-como casi todos los sentimientos de nuestra alma proceden
-de las sensaciones de la <em>bestia</em>, así también casi
-todas las visiones del espíritu dormido vienen de lo
-que hemos visto ó contemplado despiertos, con los ojos
-del cuerpo ó con los de la imaginación.</p>
-
-<p>Yo soy como los patanes.</p>
-
-<p>Nunca tengo presentimientos en sueños.</p>
-
-<p>Yo no he de ver nunca, como Píndaro, que las abejas
-depositan su miel en mis labios;</p>
-
-<p>Ni como Hesiodo, nueve mujeres hechiceras, que
-fueron las musas que lo inspiraron;</p>
-
-<p>Ni como Escipión, Numancia destruida, ó Cartago
-derribada;</p>
-
-<p>Ni como Alejandro delante de Tiro, que Hércules me
-presenta la mano desde lo alto de las murallas.</p>
-
-<p>Para que yo viese, á la verdad, en sueños, sería menester
-que fuese más sobrio y virtuoso, ó es falso lo
-que dice Sócrates, que un cuerpo saciado de placer ó
-repleto de alimentos y de vino, le hace experimentar
-al alma sueños extravagantes; de donde se deduce que<span class="pagenum"><a id="Page_237"></a>[Pg 237]</span>
-los emperadores, los reyes, los presidentes, los ministros
-y los diputados, todos, todos aquéllos, en fin, que
-deben saber lo que hacen, y que á más de esto deben
-procurar leer en lo futuro, <em>desde que gobernar es prever</em>,
-deben ser gente muy parca en el comer y muy moderada
-en el beber, amén de otras cosas indispensables
-para que la digestión se haga regularmente.</p>
-
-<p>Yo no puedo tener sueños sino como los que tuve la
-última noche que pasé en Leubucó.</p>
-
-<p>Ó he de ver disparates, que no se han de cumplir, ó
-he de ver disparatadas las cosas que se cumplieron.</p>
-
-<p>Ó he de soñar que me han proclamado emperador
-de los Ranqueles, que <i lang="la" xml:lang="la">Lucius Victorius, Imperator</i>, ha
-hecho coronar emperatriz á la china Carmen; ó he de
-soñar que el baile de los indios está en moda en Buenos
-Aires y que el botín con taco á lo Luis XV ha sido
-reemplazado por la botita de potro de cuero de gato.</p>
-
-<p>Por el estilo fueron mis sueños.</p>
-
-<p>Y diga después Platón que el espíritu divino nos revela
-en sueños el porvenir; y diga después Estrabón,
-que los sueños nos dan á conocer la verdad, porque,
-durante la noche, el entendimiento es más activo,
-más puro, más claro que durante el día.</p>
-
-<p>Los tales antiguos eran unos utopistas de marca mayor.</p>
-
-<p>Los respeto sólo porque ya son viejos y murieron.
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_238"></a>[Pg 238]<br /><a id="Page_239"></a>[Pg 239]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXIV</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>La loca de Séneca.&mdash;El sueño Cesáreo se me había convertido en
-substancia.&mdash;Salida inesperada de Mariano Rosas.&mdash;Un bárbaro
-pretende que un hombre civilizado sea su instrumento.&mdash;Confianza
-en Dios.&mdash;El hijo del Comandante Araya.&mdash;Dios es
-grande.&mdash;Una seña misteriosa.</p>
-</div>
-
-<p>Me desperté con la cabeza hecha un horno; había
-soñado tanto que mis ideas eran un embolismo.</p>
-
-<p>De pronto no pude darme cuenta de lo sucedido durante
-la noche.</p>
-
-<p>Confundía los hechos reales con las visiones; me
-parecía que había soñado con mi comadre Carmen,
-con Epumer y el negro del acordeón, y que lo que había
-visto en sueños era verdad.</p>
-
-<p>Amanecía; la luz del crepúsculo entraba en el rancho
-por sus innumerables agujeros y lo iluminaba
-con fantásticos resplandores.</p>
-
-<p>La cama era tan dura que estaba entumecido; me
-movía con dificultad.</p>
-
-<p>Las impresiones del sueño persistían; no dormía
-y veía lo mismo que había visto dormido.</p>
-
-<p>Durante un largo rato estuve como la loca de Séneca,
-era ciega y no lo sabía; pedía que la hicieran<span class="pagenum"><a id="Page_240"></a>[Pg 240]</span>
-cambiar de casa porque en la que habitaba no se veía
-nada.</p>
-
-<p>Yo estaba despierto y no lo sabía.</p>
-
-<p>¡Caramba! ¡cómo cuesta cuando se ha soñado un
-imperio convencerse al despertar que no es uno emperador!</p>
-
-<p>De tal modo se me había convertido en substancia
-el sueño del poder, que á no ser los ladridos de unos
-perros, que despertaron á mis oficiales, creo que me levanto
-arrastrando el poncho de Mariano Rosas á guisa
-de imperial manto de armiños.</p>
-
-<p>Unos «Buenos días, mi Coronel», de mi ayudante
-Rodríguez, me despejaron los sentidos del todo.</p>
-
-<p>Abrí los ojos, que apretaba nerviosamente.</p>
-
-<p>Era de día, la claridad del rancho completa.</p>
-
-<p>La visión del imperio ranquelino desapareció de mi
-retina. Pero como una sombra chinesca que se desvanece,
-todavía cruzó por mi imaginación.</p>
-
-<p>Me pareció que había dormido un año. Yo no sé
-por qué pintan el tiempo con alas. Yo lo pintaría con
-pies de plomo. Será que las cosas que más deseo, son
-siempre las que más tardan en suceder.</p>
-
-<p>Verdad es que las que más me gustan me parece que
-pasan con demasiada velocidad.</p>
-
-<p>Llamé un asistente, vino, abrió la puerta, me levanté,
-me vestí y salí del rancho.</p>
-
-<p>Decididamente me iba ese mismo día y no era emperador.
-Lo uno me consoló de lo otro. Francamente,
-el imperio ranquelino era más hermoso visto en sueños
-que despierto.</p>
-
-<p>Me trajeron el parte de que en las tropillas no había
-novedad y le hice prevenir á Camilo Arias que las
-tuviera prontas para cuando cayera el sol.</p>
-
-<p>En seguida le hice preguntar á Mariano Rosas con<span class="pagenum"><a id="Page_241"></a>[Pg 241]</span>
-el capitán Rivadavia si estaba en disposición de que
-acabáramos de conversar.</p>
-
-<p>Me contestó que sí.</p>
-
-<p>Entré en su toldo; se acababa de bañar, tomaba mate
-y una china le desenredaba los cabellos.</p>
-
-<p>&mdash;Hermano&mdash;me dijo al entrar, sin moverse,&mdash;siéntese
-y dispense.</p>
-
-<p>&mdash;No hay de qué&mdash;repuse, sentándome.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo ha pasado la noche?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y siempre se va hoy?</p>
-
-<p>&mdash;Si usted no dispone otra cosa.</p>
-
-<p>&mdash;Usted es libre, hermano.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno; quiero que me diga, ¿qué se le ofrece?</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, deseo que no me apure por los cautivos
-que debo entregar.</p>
-
-<p>&mdash;Entréguemelos según pueda.</p>
-
-<p>&mdash;Ya faltan pocos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo pocos?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pues.</p>
-
-<p>&mdash;No lo entiendo.</p>
-
-<p>Me hizo una relación de los cautivos que en diversas
-épocas había remitido al Río 4.º, y concluyó diciéndome:
-que agregando á esa cuenta ocho, se completaba
-el número.</p>
-
-<p>Era una salida inesperada.</p>
-
-<p>¿Qué tenía que hacer el nuevo tratado de paz con los
-cautivos anteriores?</p>
-
-<p>¿La idea era de él ó se la habían sugerido?</p>
-
-<p>Quise explorar el campo, fué en vano; circunspecto
-y reservado no soltaba prendas.</p>
-
-<p>Resolví hablarle categóricamente, porque el incidente
-era de tal naturaleza que <em>las paces</em> podían frustrarse,
-y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, usted está equivocado; los cautivos que<span class="pagenum"><a id="Page_242"></a>[Pg 242]</span>
-ha dado antes no tiene nada que ver con los que me
-debe dar á mí; lea bien el Tratado y verá.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ya sé; pero yo lo decía porque usted pudiera
-ser que lo pudiese arreglar.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo quiere que lo arregle?</p>
-
-<p>&mdash;Diciéndole al que los gobierna que se han recibido
-los que yo digo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo le voy á decir eso?</p>
-
-<p>&mdash;Yo le doy los nombres de los viejos.</p>
-
-<p>&mdash;No puedo hacer eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces qué?...</p>
-
-<p>&mdash;Haremos lo que usted dice.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Y para mis adentros dije: Era lo único que me faltaba,
-que este bárbaro me hiciera instrumento suyo.</p>
-
-<p>No me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y, no tiene otra cosa que decirme?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pero lo dejaremos para más tarde&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tendremos tiempo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, hemos de tener.</p>
-
-<p>Me quedé callado á mi vez.</p>
-
-<p>En los tres fogones del toldo cocinaban.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos á almorzar&mdash;me dijo, y pidió en su lengua
-que nos sirvieran.</p>
-
-<p>No le contesté.</p>
-
-<p>Trajeron platos y cubiertos y pusieron una olla de
-puchero de vaca entre él y yo.</p>
-
-<p>Me sirvió un platazo. Comí y callé.</p>
-
-<p>Hacía largo rato que comíamos sin mirarnos ni hablarnos,
-cuando se presentó un indio, que le habló
-en araucano con suma vivacidad, y á quien le contestó
-de igual manera.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_243"></a>[Pg 243]</span></p>
-
-<p>Nada entendí; sólo percibí varias veces las palabras:
-indio Blanco.</p>
-
-<p>Me dió curiosidad.</p>
-
-<p>Pero me dominé; nada pregunté.</p>
-
-<p>El indio se fué.</p>
-
-<p>Continuamos en silencio.</p>
-
-<p>&mdash;Es el indio Blanco&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué hay?&mdash;repuse.</p>
-
-<p>&mdash;Anda hablando de usted: dice que le va á salir
-á la cruzada.</p>
-
-<p>¿Si será una composición de lugar para asustarme
-y hacerme suspender el viaje? reflexioné, preguntándole.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué piensa hacerme?</p>
-
-<p>&mdash;Matarlo&mdash;me contestó sonriéndose.</p>
-
-<p>&mdash;¡Matarme, eh!</p>
-
-<p>&mdash;Así dice él.</p>
-
-<p>&mdash;Pues dígale que nos veremos las caras.</p>
-
-<p>&mdash;Le he mandado decir que se deje de andar <em>valaqueando</em>;
-que si no le gustan las paces, por qué se ha
-vuelto de Chile; que ya le hice prevenir el otro día
-que anduviera derecho.</p>
-
-<p>Y como me dijera todo esto con aire de verdad, pintándose
-en su fisonomía cierta prevención contra el
-indio Blanco, le dije en tono amistoso:</p>
-
-<p>&mdash;Gracias, hermano.</p>
-
-<p>Seguimos callados.</p>
-
-<p>No me miraba, tenía la vista fija en un zoquete de
-carne que pelaba con los dedos; me pareció que quería
-que yo hablara, que le pidiera algo, y resolví no hacerlo.</p>
-
-<p>Volvió el que había ido con el mensaje para el indio
-Blanco, habló unas pocas palabras y se marchó.</p>
-
-<p>&mdash;Dice el indio Blanco que se va para el Toay&mdash;me
-dijo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_244"></a>[Pg 244]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Para el Toay?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, y dice que va á buscar ovejas á la provincia
-de Buenos Aires, porque están á muy buen precio en
-Chile.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pícaro!&mdash;exclamé.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es muy pícaro!&mdash;exclamó él.</p>
-
-<p>Seguimos callados.</p>
-
-<p>Al rato me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué hora es la marcha?</p>
-
-<p>&mdash;Á las cuatro&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Seguimos callados.</p>
-
-<p>Por fin me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y dígame, hermano, usted qué me encarga?</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le encargo?</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí!</p>
-
-<p>&mdash;Que se acuerde en todo tiempo de su compadre.</p>
-
-<p>Y esto diciendo me levanté y salí del toldo.</p>
-
-<p>Ordené que todo el mundo se aprestara á marchar,
-y me fuí á decirles adiós á algunos conocidos que moraban
-en los toldos vecinos.</p>
-
-<p>Á la hora estuve de vuelta; mi gente estaba pronta,
-no faltaba sino que arrimaran las tropillas y ensillar.</p>
-
-<p>Hacía un día hermosísimo; íbamos á tener una tarde
-deliciosa.</p>
-
-<p>Muchos se preparaban para acompañarme.</p>
-
-<p>El desgraciado Macías veía los preparativos recostado
-en un horcón de mi rancho y su tétrica fisonomía
-revelaba el sufrimiento de la desesperación.</p>
-
-<p>Me acerqué á él y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ten confianza en Dios!</p>
-
-<p>&mdash;¡En Dios!&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ¡en Dios!&mdash;le repetí, lanzándole una mirada
-en la que debió leer el pensamiento:&mdash;El que desespera
-en Dios no merece la libertad,&mdash;y entré en el
-rancho de Ayala.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_245"></a>[Pg 245]</span></p>
-
-<p>Me había ofrecido entregarme un niño cautivo que
-tenía. Era un hijo del comandante Araya, vecino de
-la Cruz Alta. El pobrecito lo sabía, veía que yo me
-marchaba por momentos, que nada le decía de prepararse,
-y sentado en el fogón de mis soldados lloraba
-desconsolado. Partía el corazón verle.</p>
-
-<p>Ayala me dijo, que no tenía inconveniente en cumplirme
-su promesa; pero que tenía que avisárselo á
-Mariano Rosas.</p>
-
-<p>&mdash;Y qué, ¿no está prevenido desde el otro día?&mdash;le
-pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí está.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Puede haber cambiado de opinión.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, vaya, pues; háblele para que se apronte
-el niño.</p>
-
-<p>Salió, y volvió diciéndome que era necesario pagar
-en prendas de plata doscientos pesos bolivianos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué prendas han de ser?&mdash;le pregunté á Ayala.</p>
-
-<p>&mdash;Estribos&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Mandé en el acto al capitán Rivadavia que se los
-comprara á uno de los pulperos que había llevado el
-padre Burela, ofreciéndole en pago una letra sobre
-Mendoza.</p>
-
-<p>Mientras tanto el pobre cautivo se aprestaba para
-la marcha con infantil alegría.</p>
-
-<p>Volvió el capitán Rivadavia con los estribos, se los
-di á Ayala y éste fué á llevárselos á Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Volvió cabizbajo.</p>
-
-<p>¡Qué mundo aquél! ¡El cacique había vuelto á cambiar
-de parecer! Ya no quería sólo estribos; quería
-cien pesos en prendas y cien en plata.</p>
-
-<p>Se buscaron los cien pesos y se hallaron.</p>
-
-<p>Le entregué todo á Ayala, se lo llevó á Mariano Rosas;
-al punto estuvo de regreso, contestándome todo<span class="pagenum"><a id="Page_246"></a>[Pg 246]</span>
-cortado que el <em>General</em> había mudado una vez más de
-parecer.</p>
-
-<p>Me dió un acceso de cólera; vociferé cuanto se me
-vino á la boca, apostrofando á Mariano é insultándolo,
-hasta que cediendo á los ruegos de Ayala, que
-parecía muy contrariado, me calmé un poco.</p>
-
-<p>Para hacerme callar del todo, me dijo en voz baja:</p>
-
-<p>&mdash;No me comprometa, mire que estamos rodeados
-de espías.</p>
-
-<p>Y esto diciendo me señaló unos indios rotosos y mugrientos
-en quienes nadie reparaba, que estaban por
-allí acurrucados y echados de barriga en el suelo, como
-animales.</p>
-
-<p>Con el alma dolorida é irritado de mi impotencia,
-entré en mi rancho, llamé al hijito de Araya, y con
-paternal estudio le preparé á recibir el terrible desengaño.</p>
-
-<p>¡Qué contento estaba!</p>
-
-<p>¡Qué mustio y lloroso quedó!</p>
-
-<p>¡Qué fugaces son las horas de la felicidad!</p>
-
-<p>Le abracé, le acaricié, le rogué por sus padres que
-tuviera valor; le ofrecí rescatarlo pronto, ofrecimiento
-que cumplí, y hasta que no le vi resignado á su
-suerte, no me separé de él.</p>
-
-<p>Al salir de mi rancho, Macías me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te parece?</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios es grande!&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Suspiró, y exclamó como dudando de la omnipotencia
-divina: ¡Dios!...</p>
-
-<p>Yo me dirigí al toldo de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>La hora de partir se acercaba.</p>
-
-<p>Camilo Arias me hizo una seña misteriosa.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_247"></a>[Pg 247]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXV</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Astucia y resolución de Camilo Arias.&mdash;Última tentativa para
-sacar á Macías.&mdash;Un indio entre dos cristianos.&mdash;<i lang="la" xml:lang="la">Confitemini
-Domino.</i>&mdash;Frialdad de la salida.&mdash;La palabra amigo en Leubucó
-y en otras partes.&mdash;El camino de Carrilobo.&mdash;<i lang="en" xml:lang="en">Horrible,
-most horrible!</i>&mdash;Todavía el negro del acordeón.&mdash;Felicidad pasajera
-de Macías.</p>
-</div>
-
-
-<p>Ya he dicho que Camilo Arias conocía la lengua de
-los indios y que éstos lo ignoraban. Algo había oído,
-cuando espiaba la ocasión de hacerme una seña. Mis
-órdenes no habían variado; conmigo no tenía que hablar
-sino en casos urgentes y graves.</p>
-
-<p>¿Qué habrá? me dije, al entrar en el toldo de Mariano
-Rosas; me detuve, y diciéndole á éste: Ahora
-vuelvo, haciendo como que buscaba en mis bolsillos un
-objeto extraviado, di media vuelta, salí y me dirigí á
-mi rancho.</p>
-
-<p>El astuto vigilante Camilo agachó la cabeza, fijó la
-vista en tierra, caminó distraído y sin rumbo, al parecer,
-y por medio de una maniobra casual para quien
-no hubiera estado en autos, al mismo tiempo que yo
-entraba en mi rancho, él se recostaba en sus pajizas paredes
-y por uno de sus resquicios me decía:</p>
-
-<p>&mdash;Hay novedad, señor.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_248"></a>[Pg 248]</span></p>
-
-<p>&mdash;Entra&mdash;le contesté,&mdash;llamando á varios oficiales
-y asistentes para que no se notara su entrada.</p>
-
-<p>Entraron unos y otros, les di ciertas órdenes, se retiraron
-y así que estuvimos solos con Camilo, le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?</p>
-
-<p>&mdash;Acabo de oirles, en el corral, una conversación á
-unos indios&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué decían?</p>
-
-<p>&mdash;Que nos iban á salir á la cruzada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por dónde?</p>
-
-<p>&mdash;Por los montes de la Jarilla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué más decían?</p>
-
-<p>&mdash;Que á mí me tenían mucha gana; que yo he muerto
-muchos indios; que á un capitanejo le he dado un
-sablazo en la cara, que todavía tiene la cicatriz, que á
-otro lo hice prisionero y se lo llevaron á Córdoba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Nada más decían?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor; decían más; que usted me ha traído á
-mí para burlarse de ellos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y saben que me voy hoy?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor, y que va á dormir en el toldo de Ramón.</p>
-
-<p>Me decía esto, cuando una voz que yo no podía oir
-sin experimentar una conmoción nerviosa, dijo desde
-la puerta del rancho sin asomarse:</p>
-
-<p>&mdash;Con el permiso de su mercé.</p>
-
-<p>No necesitaba dar vuelta y mirar, para ver quién
-era. No sonaba el acordeón; pero él estaba ahí, con
-sus notas paradas.</p>
-
-<p>Sin darme tiempo para contestarle y entrando, añadió:</p>
-
-<p>&mdash;Dice el General que por qué no va.</p>
-
-<p>&mdash;Dile que ya voy&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Salió el negro, le pregunté á Camilo que si los indios
-ésos que habían estado hablando estaban ahí, me<span class="pagenum"><a id="Page_249"></a>[Pg 249]</span>
-contestó que sí; le despedí y pasé al toldo de Mariano
-Rosas.</p>
-
-<p>Lo que los indios decían de Camilo era cierto.</p>
-
-<p>Varias veces, siendo soldado raso, midió sus armas
-con los indios, mató algunos, hirió á un capitanejo muy
-mentado y á otro lo tomó prisionero.</p>
-
-<p>Yo estuve por no llevarle conmigo.</p>
-
-<p>Pero tenía tanta confianza en él, me era tan útil
-en el campo, por su instinto admirable, que prescindí
-de los antecedentes referidos y lo agregué á mi comitiva.</p>
-
-<p>Por supuesto que para acabar de probar el temple
-de su alma, antes de darle la orden de aprontarse para
-marchar le pregunté si no tenía recelo de ir conmigo
-á los indios, á lo cual me contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Señor, donde usted vaya voy yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si los indios te conocen?&mdash;le observé.</p>
-
-<p>&mdash;Señor&mdash;repuso,&mdash;yo no les he peleado á traición.</p>
-
-<p>Entré en el toldo de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Estaba con visitas.</p>
-
-<p>Todos eran indios conocidos, excepto uno en cuya
-cara se veía una herida longitudinal que si hubiera sido
-más oblicua, lo deja sin narices.</p>
-
-<p>Mariano Rosas me recibió con más afabilidad que
-nunca, y después de preguntarme si ya estaba pronto,
-me dijo, señalando al indio de la herida:</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo conoce, hermano?</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;Ese sablazo se lo ha dado Camilo Arias&mdash;agregó.</p>
-
-<p>&mdash;Eso tiene andar en guerra&mdash;repuse.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad, hermano&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Oyendo una contestación tan razonable, le referí lo
-que acababa de decirme Camilo Arias.</p>
-
-<p>No me contestó.</p>
-
-<p>Habló con las visitas, levantando mucho la voz; las<span class="pagenum"><a id="Page_250"></a>[Pg 250]</span>
-despidió con un ademán, y no bien habían salido del
-toldo, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;No tenga cuidado, hermano, nadie lo ha de incomodar
-en su viaje, ahora estamos de paces.</p>
-
-<p>&mdash;Así lo espero.</p>
-
-<p>Y sin darle tiempo á hablar, agregué:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, mis caballos están prontos. Deseo me
-diga qué se le ofrece.</p>
-
-<p>Me hizo una porción de preguntas relativas al Tratado,
-me anunció en prenda de amistad, una invasión
-de Calfucurá á la frontera Norte de Buenos Aires por
-la Mula Colorada, me hizo varios encargos, y terminó
-pidiéndome, que las partidas corredoras de campo de
-mi frontera no avanzaran tanto al Sur, como tenían
-costumbre de hacerlo; fundándose en que eso alarmaba
-mucho á los indios; porque los que salían á <em>boleadas</em>,
-cruzaban siempre sus rastros y venían llenos de temores.</p>
-
-<p>Satisfice sus preguntas sobre el Tratado, le ofrecí
-llenar sus encargos, le prometí que las partidas corredoras
-de campo harían el servicio de otro modo, y me
-quedé estudiosamente distraído con la mirada fija en
-el suelo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se va contento, hermano?</p>
-
-<p>En lugar de contestarle, miré como diciéndole: ¿y
-me lo pregunta usted?</p>
-
-<p>&mdash;Yo he hecho todo cuanto he podido por servirle y
-porque lo pasara bien&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Así será; pero yo le he pedido una cosa y me la
-ha negado&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué cosa, hermano?</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué se lo he de decir?</p>
-
-<p>&mdash;Dígamelo, hermano.</p>
-
-<p>&mdash;Me voy sin Macías, y usted sabe que es un compromiso
-para mí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_251"></a>[Pg 251]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Macías! ¡Macías! ¿Y para qué quiere ese <em>dotor</em>,
-hermano?&mdash;exclamó.</p>
-
-<p>&mdash;Ya se lo he dicho á usted; Macías no es un cautivo.
-Usted está obligado por el Tratado á dejarlo en libertad,
-él quiere irse y usted no lo deja salir.</p>
-
-<p>Se quedó pensativo...</p>
-
-<p>Yo le observaba de reojo.</p>
-
-<p>Llamó...</p>
-
-<p>Vino un indio.</p>
-
-<p>&mdash;Ayala&mdash;le dijo,&mdash;y el indio salió.</p>
-
-<p>Permanecimos en silencio.</p>
-
-<p>Vino Ayala.</p>
-
-<p>Mariano Rosas le habló así. Repito sus palabras casi
-textualmente:</p>
-
-<p>&mdash;Coronel, mi hermano quiere sacarlo al <em>dotor</em>, yo
-pensaba dejarlo dos años más para que pagase lo que
-ha hecho contra ustedes, que son hombres buenos y
-fieles.</p>
-
-<p>Ayala no contestó, sus ojos se encontraron con los
-míos.</p>
-
-<p>&mdash;Coronel&mdash;le dije,&mdash;Macías es un pobre hombre,
-¿qué ganan ustedes con que esté aquí? Sean ustedes
-generosos; si él no ha correspondido como debía á la
-hospitalidad que le han dispensado, perdónenlo, tengan
-ustedes presente que no es un cautivo, que el Tratado
-le obliga á mi hermano á dejarlo en libertad y
-que reteniéndolo me comprometen á mí, le comprometen
-á él y comprometen la paz que tanto nos ha costado
-arreglar.</p>
-
-<p>Ayala no contestó, se encogió de hombros.</p>
-
-<p>Mariano Rosas le miró con aire consultivo y le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Resuelva, Coronel.</p>
-
-<p>No le di lugar á que contestase y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Amigo, piense usted que ese hombre no está aquí
-por su gusto, y que si ustedes se oponen á que salga,<span class="pagenum"><a id="Page_252"></a>[Pg 252]</span>
-quedará justificado cuanto ha escrito en las cartas
-que mi hermano me ha hecho leer.</p>
-
-<p>Ayala lo miró á Mariano Rosas como diciéndole:
-Resuelva usted.</p>
-
-<p>Viendo que vacilaba en contestar, me levanté, y estirándole
-la mano, le dije:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, ya me voy.</p>
-
-<p>&mdash;Aguárdese un momento&mdash;me contestó,&mdash;y dirigiéndose
-á Ayala, le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué hacemos?</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡adiós! hermano, ya me voy, volví á decirle.</p>
-
-<p>&mdash;Que se lo lleve&mdash;contestó Ayala.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, hermano&mdash;dijo Mariano Rosas,&mdash;y se puso
-de pie, me estrechó la mano y me abrazó reiterando sus
-seguridades de amistad.</p>
-
-<p>Salí del toldo.</p>
-
-<p>Mi gente estaba pronta, Macías perplejo, fluctuando
-entre la esperanza y la desesperación.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ensillen!&mdash;grité.</p>
-
-<p>&mdash;Y...&mdash;me preguntó Macías,&mdash;brillando sus ojos
-con esa expresión lánguida que destellan, cuando el
-convencimiento le dice al prisionero: ¡Todo es en vano!&mdash;y
-el instinto de la libertad: ¡Todavía puede ser,
-valor!</p>
-
-<p>Me acordé del salmo de Fray Luis de León <cite>Confitemini
-Domino</cite>, y le contesté:</p>
-
-<div class="poetry-container pw20">
-<div class="poetry">
-<p>«Cantemos juntamente,<br />
-cuán bueno es Dios con todos, cuán clemente.<br />
-Canten los libertados,<br />
-los que libró el Señor del poderío<br />
-del áspero enemigo...»</p>
-</div>
-</div>
-
-<p>&mdash;¿De veras?&mdash;me preguntó enternecido.</p>
-
-<p>&mdash;De veras&mdash;le contesté, y diciéndole en voz baja,
-<span class="pagenum"><a id="Page_253"></a>[Pg 253]</span>
-&mdash;disimula tu alegría, le grité á Camilo Arias: ¡un
-caballo para el Dr. Macías!</p>
-
-<p>Entré al rancho de Ayala, me despedí de Hilarión
-Nicolai y de algunas infelices cautivas, y un momento
-después estaba á caballo.</p>
-
-<p>Los que me habían ofrecido acompañarme, viendo
-que Mariano Rosas no se movía, se quedaron con los
-caballos de la rienda, ni siquiera se atrevieron á disculparse.</p>
-
-<p>La entrada había sido festejada con cohetes, descargas
-de fusilería, cornetas y vítores; la salida era
-el reverso de la medalla: me echaban, por decirlo así,
-con cajas destempladas.</p>
-
-<p>Sólo un hombre me dijo adiós, con cariño, sin ocultarse
-de nadie, ni recelo: Camargo.</p>
-
-<p>Aquel bandido tenía el corazón grande.</p>
-
-<p>El cacique se mostraba indiferente; los amigos habían
-desaparecido.</p>
-
-<p>En Leubucó, lo mismo que en otras partes, la palabra
-amigo ya se sabe lo que significa.</p>
-
-<p>Amigo, le decimos á un postillón, te doy un escudo
-si me haces llegar en una hora á Versalles, dice el conde
-de Segur, hablando de la amistad. Amigo, le decía
-un transeúnte á un pillo, iréis al cuerpo de guardia
-si hacéis ruido. Amigo, le dice un juez al malvado,
-saldréis en libertad si no hay pruebas contra vos; si
-las hay, os ahorcarán.</p>
-
-<p>Con razón dicen los árabes, que para hacer de un
-hombre un amigo, se necesita comer junto con él una
-fanega de sal.</p>
-
-<p>Mariano Rosas estaba en su enramada, mirándome
-con indiferencia, recostado en un horcón.</p>
-
-<p>Me acerqué á él, y dándole la mano, le dije por última
-vez:&mdash;¡Adiós, hermano!</p>
-
-<p>Me puse en marcha. El camino por donde había<span class="pagenum"><a id="Page_254"></a>[Pg 254]</span>
-caído á Leubucó venía del Norte. Para pasar por las
-tolderías de Carrilobo y visitar á Ramón, tenía que
-tomar otro rumbo. Mariano Rosas no me ofreció baqueano.
-Partí, pues, solo, confiado en el olfato de
-perro perdiguero de Camilo Arias. Sólo me acompañaba
-el capitán Rivadavia, que regresaría de la Verde,
-para permanecer en Tierra Adentro hasta que llegasen
-las primeras raciones estipuladas en el tratado
-de paz.</p>
-
-<p>¿Qué había determinado la mudanza de Mariano
-Rosas después de tantas protestas de amistad? Lo
-ignoro aún.</p>
-
-<p>Galopábamos por un campo arenoso, yo iba adelante,
-Camilo Arias á mi lado, mi gente desparramada.</p>
-
-<p>Era la tarde, el sol declinaba, en lontananza divisábamos
-un monte, cruzábamos una sucesión de médanos,
-tendía de vez en cuando la vista atrás, Leubucó
-se alejaba poco á poco, me parecía un sueño.</p>
-
-<p>Llegamos á una aguadita, donde Camargo tenía su
-<em>puesto</em>. Hallé allí un compadre, el indio Manuel López,
-educado en Córdoba, que sabe leer y escribir.
-Eché pie á tierra para esperar que llegara toda mi
-gente y marchar unidos; íbamos á entrar en el monte
-y la noche se acercaba.</p>
-
-<p>Sucesivamente se me incorporaron los que se habían
-quedado atrás. Viendo que faltaba Macías, pregunté
-por él. Ahí viene, me contestaron. Efectivamente,
-á poca distancia se veía el polvo de un jinete.
-Llegó éste. Yo conversaba con Manuel López mirando
-en otra dirección. Al sentir sujetar un caballo, di
-vuelta, y creyendo ver á Macías, vi...... ¡horrible
-visión! <i lang="en" xml:lang="en">horrible, most horrible!</i> al negro del acordeón.
-Quiso hacer sonar su abominable instrumento,
-se lo impedí.</p>
-
-<p>¿Qué venía á hacer?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_255"></a>[Pg 255]</span></p>
-
-<p>Después lo sabremos.</p>
-
-<p>Esperé á Macías un rato.</p>
-
-<p>No apareció.</p>
-
-<p>&mdash;Lo han de haber hecho quedar&mdash;me dijo el capitán
-Rivadavia;&mdash;yo por eso le dije, cuando usted se
-puso en marcha, viéndolo que perdía el tiempo en despedidas:
-Siga, amigo, con el Coronel.</p>
-
-<p>Estábamos en un bajo hondo; mandé dos hombres
-al galope á ver si divisaban algunos polvos.</p>
-
-<p>Partieron, y cuando ya iba á obscurecer, volvieron
-diciéndome que nada se veía.</p>
-
-<p>No era posible esperar más.</p>
-
-<p>Hice algunas prevenciones sobre el orden de la marcha
-por el monte, porque la noche estaría muy obscura,
-y partimos.</p>
-
-<p>¡Qué poco había durado la felicidad de Macías!
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_256"></a>[Pg 256]<br /><a id="Page_257"></a>[Pg 257]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXVI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Á orillas de un monte.&mdash;Un barómetro humano.&mdash;En marcha con
-antorchas.&mdash;Ecos extraños.&mdash;Conjeturas.&mdash;Un chañar convertido
-en lámpara.&mdash;Aparición de Macías.&mdash;Inspiración del gaucho.&mdash;Alrededores
-del toldo de Villarreal.&mdash;Una cena.&mdash;Cumplo
-mi palabra.</p>
-</div>
-
-
-<p>Al llegar á la orilla del monte, la obscuridad de
-la noche era completa.</p>
-
-<p>No nos veíamos á corta distancia.</p>
-
-<p>Seguíamos un camino enmarañado, cuyos surcos
-profundos y tortuosos comenzaban á abrirse como un
-gran abanico desplegado.</p>
-
-<p>Hicimos alto; reconocimos la senda que debíamos
-tomar y combinamos un plan de señales para el caso
-de que alguien se extraviara en la espesura.</p>
-
-<p>Era lo más factible.</p>
-
-<p>Soplaba un viento fresco de <em>abajo</em>, grupos inmensos
-de pardas nubes recorrían rápidamente el espacio,
-flotando como fantasmas informes por el piélago incoloro
-del vacío; los relámpagos brillaban como saetas
-de fuego, lanzadas del cielo á la tierra; el trueno
-rugía imponente y sus sordas detonaciones, haciendo
-temblar al suelo, llegaron hasta nosotros como el estampido
-de lejanas descargas de cañón.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_258"></a>[Pg 258]</span></p>
-
-<p>La tempestad era inminente.</p>
-
-<p>Ya caían algunas gotas de agua; el viento silbaba,
-giraba, calmaba, volvía á soplar y remolineaba, azotando
-con ímpetu fragoroso el bosque umbrío.</p>
-
-<p>Las tropillas se movían circularmente, de un lado
-á otro y el metálico cencerro mezclaba sus vibraciones
-con las armonías del viento.</p>
-
-<p>Yo vacilaba entre seguir la marcha ó acampar.</p>
-
-<p>Llamé á Camilo Arias y le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te parece, lloverá?</p>
-
-<p>Miró el cielo, siguió el curso de las nubes, le tomó
-el olor al viento, y me contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Si calma el viento, lloverá; si no, no.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces, seguiremos?</p>
-
-<p>&mdash;Me parece mejor; en el monte sufrirán menos
-los animales, porque si llueve caerá piedra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y no se perderán algunos caballos?</p>
-
-<p>&mdash;No se han de mover, los tendremos á ronda cerrada
-en alguna abra.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y has tomado la senda?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás cierto?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo no!</p>
-
-<p>&mdash;¿No te parece prudente que llevemos luces de señal?</p>
-
-<p>&mdash;Sería bueno, señor.</p>
-
-<p>&mdash;Bien, pues; que hagan pronto unos manojos de
-paja y sebo.</p>
-
-<p>Se retiró, volvió un momento después y me avisó
-que todo estaba pronto.</p>
-
-<p>Nuestros paisanos hacen algunas cosas con una rapidez
-admirable.</p>
-
-<p>Las señales consistían en antorchas de pasto seco,
-atadas en la punta de unos palos largos.</p>
-
-<p>&mdash;¡En marcha!&mdash;grité,&mdash;y cuidado con apartarse de<span class="pagenum"><a id="Page_259"></a>[Pg 259]</span>
-la senda; marchen en hilera; si alguno se separa y se
-extravía, dé dos silbidos, se le contestará con palmadas;
-¡sigan la luz!</p>
-
-<p>Y esto diciendo me puse detrás de Camilo, que hacía
-de faro ambulante.</p>
-
-<p>Desfilábamos; el huracán bramaba, tronchando los
-árboles, las baterías eléctricas fulminaban la negra
-esfera con rápidas intermitencias, el rayo serpenteaba
-horizontalmente, de arriba abajo, en líneas rectas
-y oblicuas, descubriendo entre sombras y luz algunas
-remotas estrellas; el bronco trueno, en incesante
-repercusión, conmovía la masa aérea impalpable y
-el alma de los nocturnos caminantes se replegaba sobrecogida
-sobre sí misma como cuando signos materiales
-visibles le auguran un peligro cercano.</p>
-
-<p>Oyóse un eco semejante al que saldría de las entrañas
-de la tierra si los que descansan en eternal reposo
-exhalaran gemidos desgarradores de profunda desesperación.</p>
-
-<p>Se repitió varias veces.</p>
-
-<p>Unas veces parecía venir de atrás, otras de delante,
-ya de la izquierda, ya de la derecha.</p>
-
-<p>El camino daba interminables vueltas, buscando el
-terreno menos gualdaloso y evitando los lugares más
-tupidos.</p>
-
-<p>&mdash;Es una voz de hombre&mdash;me dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se habrá perdido alguien?</p>
-
-<p>&mdash;Silbaría, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y entonces? ¿Será algún indio?</p>
-
-<p>&mdash;Puede ser que se haya encontrado con algún tigre.
-¡Les tienen tanto miedo!</p>
-
-<p>El viento iba amainando; gruesas gotas de agua
-caían ya.</p>
-
-<p>&mdash;Va á llover, señor&mdash;me dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;Hagamos alto aquí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_260"></a>[Pg 260]</span></p>
-
-<p>Estábamos en un pequeño descampado.</p>
-
-<p>Cesó el viento del todo, chocáronse dos nubes que seguían
-opuestas direcciones y simultáneamente se desplomó
-la lluvia, apagando las antorchas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pronto! ¡pronto! que maneen las madrinas; todo
-el mundo de fonda&mdash;grité.</p>
-
-<p>El agua caía á torrentes, nos veíamos unos á otros
-al fulgor de los relámpagos, las tropillas estaban quietas,
-no faltaba nadie.</p>
-
-<p>El eco misterioso se oía de vez en cuando, ora se
-acercaba, ora se alejaba.</p>
-
-<p>Al fin pudieron percibirlo todos.</p>
-
-<p>&mdash;No es voz de indio&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué es?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>Su oído era como su vista, jamás le engañaba. No
-me contestó, permaneció atento. Resonó el eco, ahogándolo
-un trueno.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;No es voz de indio&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>No se oía nada.</p>
-
-<p>En medio de la luz del rayo, del trueno bramador y
-del ruido monótono del agua, estábamos envueltos en
-un profundo silencio.</p>
-
-<p>Volvióse á oir el eco.</p>
-
-<p>&mdash;Gritan&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué cosa?</p>
-
-<p>&mdash;Gritan no más, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero qué gritan?</p>
-
-<p>&mdash;Gritan ¡eeeeeh!</p>
-
-<p>&mdash;¿Será alguno que va arreando animales?</p>
-
-<p>&mdash;No me parece, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Escucha! ¡escucha!</p>
-
-<p>El agua disminuía y el viento soplaba con fuerza de
-nuevo. El cielo se despejaba, las nubes se rarificaban,
-el rayo y el trueno se alejaban, refrescaba, y un aire<span class="pagenum"><a id="Page_261"></a>[Pg 261]</span>
-más puro y balsámico, dilatando los pulmones, anunciaba
-la bonanza.</p>
-
-<p>Cesó la lluvia, se serenó el cielo, brillaron las estrellas,
-la luna asomó su rostro bello y el eco del que gritaba
-se oyó perceptiblemente.</p>
-
-<p>&mdash;Es un cristiano&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;Contéstenle.</p>
-
-<p>&mdash;¡Aaaaah!&mdash;hicieron varios á un tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;Yo...&mdash;pareció oirse otra vez.</p>
-
-<p>No había duda, era un cristiano extraviado en el
-bosque, quién sabe desde cuándo, que oía el cencerro de
-las madrinas y desesperado pedía ayuda.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es?&mdash;gritaron unos.</p>
-
-<p>&mdash;Por acá, otros.</p>
-
-<p>Y en eso estábamos, sin poder percibir más que el
-eco de las últimas sílabas de lo que nos contestaban.</p>
-
-<p>&mdash;Ha de ser algún cautivo que se ha escapado, y
-como oye cencerro, calcula que somos nosotros&mdash;dijo el
-capitán Rivadavia.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad que ellos no usan cencerro, le contesté,
-pareciéndome justísima su conjetura.</p>
-
-<p>Los gritos misteriosos no resonaban ya.</p>
-
-<p>Mandé silbar; lo hicieron varios á una.</p>
-
-<p>No contestaron.</p>
-
-<p>Estábamos con el oído atento, cuando los resplandores
-de una llamarada brillaron de improviso, iluminando
-el cuadro que formábamos alrededor de un espinillo
-formidable y coposo.</p>
-
-<p>El ingenioso Camilo, á fuerza de sebo y de paja, de
-soplar y soplar, había conseguido hacer fuego en la
-horquilla que formaba la extremidad del tronco de un
-carcomido chañar, medio carbonizado.</p>
-
-<p>La luz debía verse de bastante lejos á pesar de los
-árboles.</p>
-
-<p>Varios á un tiempo gritaron:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_262"></a>[Pg 262]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Aaaaah!</p>
-
-<p>Una voz contestó algo que no se pudo comprender
-bien. Continuamos telegrafiando de esa manera; el improvisado
-fanal ardía y los ecos de mi gente se perdían
-por la selva.</p>
-
-<p>De repente se oyó una voz que á varios nos pareció
-conocida.</p>
-
-<p>&mdash;Es el doctor Macías&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>Efectivamente era su voz, ú otra tan parecida á la
-suya, que se confundían.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pronto! ¡pronto! salgan unos cuantos y hagan
-señas, ordené, previniendo no perdieran de vista el
-fuego.</p>
-
-<p>La voz seguía oyéndose.</p>
-
-<p>&mdash;Es el doctor, señor, volvió á afirmar Camilo, añadiendo:
-y viene con el caballo muy pesado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y en qué le conoces, hombre?</p>
-
-<p>&mdash;Si se oyen ya hasta los rebencazos que le da; oiga,
-señor, oiga.</p>
-
-<p>Mi oído no era de tísico como el suyo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Macías! ¡Macías!&mdash;grité.</p>
-
-<p>&mdash;¡Lucio! ¡Lucio!&mdash;me contestaron.</p>
-
-<p>Era él.</p>
-
-<p>&mdash;¡Por acá! ¡por acá!&mdash;gritaban los hombres que
-acababa de destacar.</p>
-
-<p>Macías se presentó, como nosotros, hecho una sopa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué es esto?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Me quedé atrás por despedirme de algunos conocidos;
-cuando salí de Leubucó, ustedes iban como á
-una legua, se divisaba muy bien el polvo, y no quise
-apurar mi caballo; subía yo al último médano, y ustedes
-llegaban á la orilla del monte; calculé mal el
-tiempo, obscureció y me perdí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de qué conocidos tenías que despedirte?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_263"></a>[Pg 263]</span></p>
-
-<p>&mdash;De algunos indios que más de una vez me dieron
-de comer.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de Mariano Rosas también te despediste?</p>
-
-<p>&mdash;Por supuesto, no me ha tratado tan mal.</p>
-
-<p>El esclavo no conoce su condición, sino cuando respira
-la atmósfera de la libertad, pensé y me dispuse á
-seguir la marcha.</p>
-
-<p>En Carrilobo me esperaban con una cena en el toldo
-de Villarreal.</p>
-
-<p>&mdash;Señor&mdash;me dijo Camilo,&mdash;el caballo del doctor está
-<em>pesadón</em>.</p>
-
-<p>&mdash;Que lo muden.</p>
-
-<p>Un instante después caminábamos.</p>
-
-<p>Salimos del bosque y entramos en un campo quebrado
-y pastoso. Las martinetas se alzaban á cada paso
-espantando los caballos con el zumbido de su vuelo inopinado
-y rápido.</p>
-
-<p>El cielo estaba limpio y sereno, la luna y las estrellas
-brillaban como luces de diamantes; de la borrasca
-no quedaban más indicios que unos nubarrones lejanos.</p>
-
-<p>Lo mismo que luciérnagas en negra noche se divisaron
-unos fuegos.</p>
-
-<p>Á esa hora y en desierto, era sumamente extraño.</p>
-
-<p>El gaucho argentino tiene la inspiración de todos
-los fenómenos del campo.</p>
-
-<p>De noche y de día es su talento.</p>
-
-<p>&mdash;Esos fuegos han de ser en un toldo; los vemos por
-la puerta ó por alguna rotura de las paredes&mdash;dijo
-Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y en qué lo conoces?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;En que la llama no se mueve porque no tiene
-viento.</p>
-
-<p>Así conversábamos cuando nuestros caballos se detuvieron
-de improviso.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_264"></a>[Pg 264]</span></p>
-
-<p>Habíamos llegado al borde de una zanja.</p>
-
-<p>Observamos atentamente el terreno, teníamos al
-frente un gran sembrado de maíz.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí es el toldo de Villarreal&mdash;dijo el capitán Rivadavia.</p>
-
-<p>&mdash;Se oyen ladridos de perros&mdash;dijeron otros.</p>
-
-<p>Costeamos la zanja en la dirección que indicó el capitán
-Rivadavia y dimos con otro sembrado de zapallos
-y sandías; nos costó hallar la rastrillada que conducía
-al toldo; pero guiados por los ladridos de los perros
-y por los fuegos, saliendo de un sembrado y entrando
-en otro, la hallamos al fin.</p>
-
-<p>Llegamos al toldo.</p>
-
-<p>Villarreal, su mujer y su hermana nos esperaban.</p>
-
-<p>Eran las diez y media.</p>
-
-<p>Nos recibieron con el mayor cariño.</p>
-
-<p>Yo no quería detenerme por lo avanzado de la hora.</p>
-
-<p>Me instaron mucho y tuve que ceder.</p>
-
-<p>Entramos en el toldo, que era grande y cómodo, de
-techo y paredes pintarrajeadas.</p>
-
-<p>Ardían en él tres grandes fogones.</p>
-
-<p>&mdash;Señor&mdash;me dijo la mujer de Villarreal,&mdash;lo hemos
-esperado hasta hace un momento con unos corderos
-asados, pero viendo que era tan tarde y que no llegaba,
-creíamos que ya no sería hasta mañana y acaban
-de comérselos los muchachos, que <em>ahora se están divirtiendo</em>;
-no han quedado más que los fiambres y la mazamorra,
-¡siéntense! ¡siéntense! estén ustedes como en
-su casa.</p>
-
-<p>Nos sentamos alrededor de uno de los fogones, y
-mientras nos secábamos y comíamos, mandé mudar caballos.</p>
-
-<p>Yo no tenía hambre, en cambio Lemlenyi, Rodríguez,
-Rivadavia, Ozarowski y los franciscanos parecían
-animados de un entusiasmo gastronómico.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_265"></a>[Pg 265]</span></p>
-
-<p>Trajeron unas cuantas gallinas cocidas y una hermosa
-olla de mazamorra muy bien preparada, tortas
-hechas al rescoldo y zapallo asado.</p>
-
-<p>En un extremo del toldo se oía el ruido de la chusma
-ebria; casi todos los nichos estaban vacíos; en el
-que estaba detrás de mí dormía una vieja.</p>
-
-<p>Tenía la cabeza apoyada en un brazo arrugado y flaco
-como el de un esqueleto y descubría un seno cartilaginoso
-que daba asco.</p>
-
-<p>La cena empezó.</p>
-
-<p>La mujer de Villarreal, viendo que yo no comía, me
-hizo una seña, se levantó y salió.</p>
-
-<p>Salí tras de ella, y una vez afuera me dijo, con aire
-confidencial y brillándole los ojos como sólo le brillan
-á las mujeres cuando un pensamiento picaresco cruza
-por su imaginación.</p>
-
-<p>&mdash;Carmen lo espera.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y dónde está mi comadre?</p>
-
-<p>&mdash;Allí.</p>
-
-<p>Me indicaba un toldo vecino.</p>
-
-<p>Llamé á un soldado para que me acompañara; lo
-confieso, tenía miedo de los perros; y mientras mis
-compañeros llenaban el precioso hueco del estómago fuí
-á hacer la visita prometida.</p>
-
-<p>El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque
-ellas suelen ser tan pérfidas y tan malas; las cosas
-han de tener algún fin.
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_266"></a>[Pg 266]<br /><a id="Page_267"></a>[Pg 267]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXVII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Con quién vivía mi comadre Carmen.&mdash;Una despedida igual á
-todas.&mdash;Yo habría hecho igual á todas las mujeres.&mdash;Grupo
-asqueroso.&mdash;¡Adiós!&mdash;Una faja pampa.&mdash;Arrepentimiento.&mdash;Trepando
-un médano.&mdash;Desparramo.&mdash;Perdidos.&mdash;El Brasil
-puede alguna vez salvar á los Argentinos.&mdash;Llegamos al toldo
-de Ramón.</p>
-</div>
-
-<p>Mi comadre Carmen vivía con su madre, su hija y
-un individuo viejo, entre gallinas y perros.</p>
-
-<p>Me esperaba, los demás dormían.</p>
-
-<p>Conversamos de lo que nos interesaba y á la media
-hora nos separamos para siempre, quizá.</p>
-
-<p>Yo había cumplido mi promesa de visitarla antes
-de salir de Tierra Adentro, ella la suya, comunicándome
-ciertas intrigas contra mí, que por una casualidad
-había descubierto.</p>
-
-<p>Nuestra despedida fué como todas las despedidas,
-triste.</p>
-
-<p>Me dirigí al toldo de Villarreal, pensando en lo
-que es la mujer.</p>
-
-<p>Me acordaba de lo que me habían hecho gozar y exclamaba
-interiormente: son adorables.</p>
-
-<p>Me acordaba de lo que me habían hecho sufrir y
-exclamaba: son infames.</p>
-
-<p>Estudiándolas y analizándolas, las hallaba física<span class="pagenum"><a id="Page_268"></a>[Pg 268]</span>mente
-perfectas; espiritualmente me parecían monstruosas.</p>
-
-<p>¡Qué cabellos, qué ojos, qué boca, qué tez, qué gentileza
-tienen algunas!</p>
-
-<p>Son hermosas como Niobe, dignas del amor de un
-dios olímpico.</p>
-
-<p>Cualquier mortal daría cien vidas por ellas si cien
-vidas tuviera.</p>
-
-<p>Y muriendo, todavía encontraría dulce la muerte
-después de tan supremo bien.</p>
-
-<p>¡Pero qué corazón tienen!</p>
-
-<p>Son inconmovibles como las rocas, frías como el
-hielo, volubles como el viento, olvidadizas como la
-mentira.</p>
-
-<p>¡Qué feas, qué desairadas son otras!</p>
-
-<p>Nadie repara en ellas.</p>
-
-<p>Pero acercaos á su lado, oídlas, tratadlas.</p>
-
-<p>¡Qué alma tienen!</p>
-
-<p>Son buenas como la caridad, dulces como los querubines,
-puras como las auras del Elíseo.</p>
-
-<p>Se puede vivir al lado de ellas y amar la vida.</p>
-
-<p>¡Ah! ellas nos hacen comprender que hay una belleza
-cuyos encantos el tiempo no destruye, la belleza
-moral.</p>
-
-<p>¿Por qué han de ser tan lindas y tan malas: por qué
-tanta donosura, al lado de tanta perfidia á veces?</p>
-
-<p>¿Por qué esos rostros angélicos y esos corazones satánicos?</p>
-
-<p>¿Por qué han de ser tan repelentes y tan buenas;
-por qué tanta seducción oculta, al lado de tanta exterioridad
-desagradable?</p>
-
-<p>¿Por qué esas caras defectuosas y esos corazones
-que son un dechado?</p>
-
-<p>¿Por qué ha hecho Dios cosas tan contradictorias,
-como una mujer adorable y mala?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_269"></a>[Pg 269]</span></p>
-
-<p>Si su poder es tan grande, ¿por qué lo que más
-amamos ha de ser, como esas flores venenosas de ricos
-matices, susceptibles de fascinarnos con su mirada y
-de intoxicarnos con su aliento maldito?</p>
-
-<p>¡Qué! ¿no bastaba que hubiera hombres malos?</p>
-
-<p>¿Para completar el infierno de este mundo, había
-acaso necesidad de que las mujeres fueran demonios?</p>
-
-<p>Yo habría hecho iguales á todas las mujeres.</p>
-
-<p>¿Las rosas no exhalan todas el mismo suavísimo
-perfume?</p>
-
-<p>Las cosas bellas, deberían serlo en todo y por todo.</p>
-
-<p>Soliloqueando así iba yo, cuando un murmullo humano,
-parecido á un gruñido de perros, llamó mi atención.</p>
-
-<p>Me detuve, estaba á dos pasos del toldo de Villarreal;
-puse el oído, oí hablar confusamente en araucano;
-miré en esa dirección y vi el espectáculo más
-repugnante.</p>
-
-<p>Un candil de grasa de potro, hecho en un hoyo,
-ardía en el suelo; un tufo rojizo era toda la luz que
-despedía.</p>
-
-<p>Bajo la enramada del toldo, la chusma viciosa y
-corrompida saboreaba, con irritante desenfreno, los
-restos aguardentosos de una saturnal que había empezado
-al amanecer.</p>
-
-<p>Hombres y mujeres, jóvenes y viejas, todos estaban
-mezclados y revueltos unos con otros; desgreñados
-los cerdudos cabellos, rotas las sucias camisas,
-sueltos los grasientos pilquenes; medio vestidos los
-unos, desnudos los otros; sin pudor las hembras, sin
-vergüenza los machos; echando blanca babaza éstos,
-vomitando aquéllas; sucias y pintadas las caras,
-chispeantes de lubricidad los ojos de los que aun no
-habían perdido el conocimiento, lánguida la mirada<span class="pagenum"><a id="Page_270"></a>[Pg 270]</span>
-de los que el mareo iba postrando ya; hediendo, gruñendo,
-vociferando, maldiciendo, riendo, llorando,
-acostados unos sobre otros, despachurrados, encogidos,
-estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos.</p>
-
-<p>Sentí humillación y horror, viendo á la humanidad
-en aquel estado y entré en el toldo.</p>
-
-<p>Mi gente estaba pronta.</p>
-
-<p>Sólo Villarreal, su mujer y su cuñada, no estaban
-ebrios.</p>
-
-<p>Me esperaban con agua caliente y todo preparado
-para cebarme un mate de café.</p>
-
-<p>Tuve, pues, que sentarme un rato.</p>
-
-<p>No siéndole posible acompañarme á Villarreal hasta
-el toldo de Ramón ni darme quien lo hiciera, porque
-toda su chusma estaba <em>achumada</em>, lo que hacía que él
-no pudiese dejar sola su familia, llamé á Camilo Arias,
-y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara
-del camino.</p>
-
-<p>Villarreal, como indio ladino, dió todas las señas
-del campo que debíamos cruzar; advirtió las rastrilladas
-que debían dejarse á la derecha ó á la izquierda,
-los bañados guadalosos que debían excusarse; los
-médanos que debían rodearse, los que debían cruzarse
-trepando por ellos; los toldos y los sembrados que
-quedaban cerca de la morada del Cacique.</p>
-
-<p>Una vez enterado Camilo de todo, me despedí de
-Villarreal y su familia.</p>
-
-<p>Nos abrazaron á todos con cariño, rogando á Dios
-en lengua castellana, que tuviéramos feliz viaje, y
-nos acompañaron hasta el palenque, pidiéndonos, como
-lo hubieran hecho las gentes mejor criadas, mil
-disculpas por la pobrísima hospitalidad que nos habían
-dispensado.</p>
-
-<p>Como la noche estaba tan hermosa, y no teníamos<span class="pagenum"><a id="Page_271"></a>[Pg 271]</span>
-ningún monte que atravesar, mandé echar las tropillas
-por delante para que los animales montados marcharan
-más ganosos.</p>
-
-<p>Le previne á Camilo que cada diez minutos hiciera
-alto para que no nos fuéramos á extraviar, por no oir
-los cencerros, ¡en marcha! grité y partieron todos.</p>
-
-<p>Yo me detuve un instante á encender un cigarro.</p>
-
-<p>Encendiéndolo estaba, cuando una sombra se acercó
-á mi lado.</p>
-
-<p>Reconocí una mujer.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí vengo á traerle esto&mdash;me dijo, poniendo en
-mis manos un pequeño envoltorio de papel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué es eso?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Es un recuerdo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Un recuerdo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, una faja pampa, bordada por mí.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias, ¿por qué se ha incomodado?</p>
-
-<p>Dió un suspiro y con acento conmovido y tono de
-reproche amable, exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Incomodado!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!&mdash;le dije, recogiendo mi caballo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!&mdash;me contestó tristemente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡adiós!&mdash;dijeron Villarreal y su mujer.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡adiós!&mdash;repuse yo, y partí al galope,
-murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;Saben querer desinteresadamente y olvidar también.</p>
-
-<p>No son ni ángeles, ni demonios.</p>
-
-<p>Pero participan de las dos naturalezas á la vez.
-Cuando son buenas, no hay nada comparable á ellas;
-cuando son malas, son execrables.</p>
-
-<p>Y, con todos sus defectos, sus contradicciones y
-sus veleidades, la existencia sin ellas sería como una
-peregrinación nocturna por una tierra de hielo y bajo
-un cielo sin luz.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_272"></a>[Pg 272]</span></p>
-
-<p>Sí, todos exclaman tarde ó temprano, después de
-tantos arranques frenéticos:</p>
-
-<div class="poetry-container pw20">
-<div class="poetry">
-<p>Yes! my adored, yet most unkind!<br />
-Though thou wilt never love again,<br />
-To me 'tis doubly sweet to find<br />
-Remembrance of that love remain.</p>
-
-<p class="p1">Yes! 'tis a glorious thought to me<br />
-Nor longer shall my soul repine,<br />
-Whate'er thou art or e'er shall be,<br />
-That thou hast been dearly, solely, mine.
-<a id="FNanchor_4" href="#Footnote_4" class="fnanchor">[4]</a></p>
-</div>
-</div>
-
-<p>El cencerro de las tropillas me servía de guía; mi
-caballo iba brioso lo que oía y rumbeaba al fin para
-la querencia.</p>
-
-<p>Llegué al pie de un médano bastante elevado y me
-encontré con Camilo Arias que me esperaba.</p>
-
-<p>Oyendo el cencerro y no viendo las tropillas, se me
-ocurrió que alguna novedad había.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, señor&mdash;me contestó,&mdash;por precaución lo he
-esperado aquí; vamos á cruzar este médano, tiene
-muchas caídas y es muy fácil perderse.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bueno, adelante! ¡vamos! es mucho más de media
-noche; no perdamos tiempo, le dije.</p>
-
-<p>Trepó al médano y le seguí. Los caballos hacían
-esfuerzos supremos para repecharlo, se enterraban
-hasta los ijares en la blanda y deleznable arena;
-pero subían poco á poco. Llegamos al borde de la
-cresta, y cuando yo creía tramontar el obstáculo, me</p>
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_273"></a>[Pg 273]</span></p>
-<p>hallé con una hondonada profunda, de cuyo fondo
-manaba puro y cristalino un espejo de agua. Las tropillas
-bebían reflejándose en él y la luna, desde un
-cielo limpio y azul, iluminaba el agreste y poético paisaje.</p>
-
-<p>Seguimos andando, subimos y bajamos.</p>
-
-<p>De repente, á pesar de las precauciones tomadas,
-Camilo Arias me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Señor, estamos perdidos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Alto! ¡alto!&mdash;grité, y contestándole á Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;Busca la senda, pues.</p>
-
-<p>Echamos pie á tierra y esperamos.</p>
-
-<p>Un momento después volvió el ecuestre piloto diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Por allí va.</p>
-
-<p>Marchamos.</p>
-
-<p>La noche se iba toldando; parecía querer llover al
-entrarse la luna.</p>
-
-<p>Caímos á un bañado salitroso, y siendo tantos los
-rastros que lo cruzaban y los arbustos espinosos de
-que estaba cubierto, las tropillas se desparramaron.</p>
-
-<p>Era una confusión, de todos lados sonaban cencerros
-y se oían los silbidos de los tropilleros <em>repuntando</em> los
-caballos menos amadrinados.</p>
-
-<p>Nosotros mismos tuvimos que diseminarnos; las sendas
-eran muy tortuosas y los caballos no se seguían.</p>
-
-<p>El salitral blanqueaba como la mansa superficie de
-un lago helado; crujía estrepitosamente bajo los cascos
-de los cien caballos que lo cruzaban, hundiéndose
-aquí en el guadal, empinándose allí en las carquejas
-que tanto abundan en las pampas, espantándose de
-repente de los fuegos fatuos que como una fosforescencia
-errante corrían acá y allá.</p>
-
-<p>La noche se encapotaba; la luna declinaba con sombría
-majestad por entre anchas fajas jaspeadas y las<span class="pagenum"><a id="Page_274"></a>[Pg 274]</span>
-estrellas apenas alumbraban, al través del velo acuoso
-que cubría los cielos.</p>
-
-<p>Crucé el bañado.</p>
-
-<p>Camilo Arias no se había separado de mí.</p>
-
-<p>Algunos habían pasado ya y esperaban en la orilla;
-otros estaban acabando de pasar.</p>
-
-<p>Con las tropillas sucedía lo mismo, no estaban reunidas
-aún.</p>
-
-<p>Esperé un rato, y mientras tanto se buscó en vano
-el camino.</p>
-
-<p>Viendo que no lo hallaban y que el capitán Rivadavia
-y otros no parecían, mandé quemar el campo; no
-se pudo por la humedad y falta de sebo; se dieron voces,
-nadie contestó; silbamos, silencio profundo.</p>
-
-<p>Destaqué tres descubridores; á las cansadas volvieron
-dos, sin haber visto ni oído nada.</p>
-
-<p>Faltaba el otro, y contestó de ahí cerca; hacía un
-rato que giraba perdido á nuestro alrededor.</p>
-
-<p>La lluvia amenazaba volver á desplomarse por momentos.</p>
-
-<p>Marchemos al rumbo&mdash;le dije á Camilo,&mdash;hasta que
-lleguemos á un campo más alto que éste; los demás
-jinetes y caballos los hallaremos de día.</p>
-
-<p>Marchamos.</p>
-
-<p>Y marchando íbamos cuando ladraron perros.</p>
-
-<p>&mdash;Allí hay un toldo&mdash;dijo Camilo.</p>
-
-<p>Miré en la dirección que me indicaba, no vi sino tinieblas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues hagamos alto aquí y que vayan á averiguar
-dónde queda el de Ramón&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>Despachó una pareja de jinetes.</p>
-
-<p>Volvieron diciendo que íbamos mal; que el camino
-quedaba á la izquierda, es decir, al Poniente, y que el
-toldo de Ramón estaba muy cerca, que en cuanto cruzáramos
-una cañada lo veríamos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_275"></a>[Pg 275]</span></p>
-
-<p>Cambiamos de rumbo y seguimos la marcha en la
-dirección indicada, y á poco andar, caímos á un campo
-bajo, húmedo y guadaloso.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí debe ser la cañada&mdash;dijo Camilo,&mdash;ya debemos
-estar cerca.</p>
-
-<p>Entre los extraviados iba un perro mío llamado
-<em>Brasil</em>, que después de haber hecho la campaña del
-Paraguay en el Batallón 12 de línea, me acompañaba
-valientemente en aquella excursión.</p>
-
-<p>Brasil era un sabueso criollo inteligentísimo, mezcla
-de galgo y de podenco de presa, fuerte, guapo, ligero,
-listo, gran cazador de peludos y mulitas, de gamos y
-avestruces, y enemigo declarado de los zorros, únicos
-con quienes no siempre salía bien.</p>
-
-<p>Todos lo querían; le acariciaban y le cuidaban.</p>
-
-<p>Los soldados conocían sus ladridos lo mismo que
-mi voz.</p>
-
-<p>Cruzábamos la cañada cuando se oyeron unos ecos
-perrunos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ése es Brasil!&mdash;dijeron varios á la vez.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí ha de estar el capitán Rivadavia&mdash;dijo Camilo
-Arias.</p>
-
-<p>Con efecto, guiados por los ladridos de Brasil, no
-tardamos en reunirnos á él.</p>
-
-<p>Faltaban, sin embargo, algunos.</p>
-
-<p>El capitán Rivadavia, con los que le seguían, después
-de haber buscado inútilmente su incorporación
-á mí, resolvió esperar allí y hacía un buen rato que
-me esperaba.</p>
-
-<p>Seguimos la marcha, y al entrar en unos <em>vizcacherales</em>,
-Camilo Arias me observó que debíamos estar muy
-cerca de algún toldo.</p>
-
-<p>Las vizcachas auguran siempre una población cercana.</p>
-
-<p>Corriéndolas Brasil, husmeó un rastro de jinetes y
-caballos.</p>
-
-<p>&mdash;Por allí debe de ir Rufino Pereyra,&mdash;que era uno
-de mis asistentes de confianza que faltaba,&mdash;con su
-tropilla&mdash;dijo Camilo al oirlo.</p>
-
-<p>Un momento después oyéronse con más fuerza los
-ladridos de Brasil y de otros de su jaez.</p>
-
-<p>Á no dudarlo, íbamos á llegar al toldo de Ramón ó
-á otro.</p>
-
-<p>Seguimos la dirección de los ladridos, y al llegar
-á un gran corral, apareció Rufino Pereyra con su
-tropilla.</p>
-
-<p>La madrina había perdido el cencerro en el <em>carquejal</em>
-del bañado salitroso.</p>
-
-<p>Estábamos en donde queríamos.</p>
-
-<p>Me aproximé al toldo.</p>
-
-<p>Salió un indio&mdash;me dijo que Ramón había estado
-en pie, con toda la familia, esperándome, hasta media
-noche con la cena pronta; que no se levantaba porque
-estaba medio indispuesto, que me apeara, que aquella
-era mi casa, que me acomodase como gustara.</p>
-
-<p>Eché, pues, pie á tierra, me instalé en el espacioso
-salón, donde Ramón tenía la <em>fragua de su platería</em>,
-se acomodaron los caballos, se recogieron de la huerta
-zapallos y choclos en abundancia, se hizo fuego; cenamos
-y nos acostamos á dormir alegres y contentos,
-como si hubiéramos llegado al palacio de un príncipe
-y estuviéramos haciendo noche en él.</p>
-
-<p>¡Cuán cierto es que el arte de la felicidad consiste
-en saber conformar los deseos á los medios y en desear
-solamente los placeres posibles!</p>
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_276"></a>[Pg 276]</span></p>
-</div>
-
-
-<div class="footnotes">
-<p class="p4 big2 center">NOTAS:</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_4" href="#FNanchor_4" class="label">[4]</a> Sí, amiga adorada aunque inconstante, en vano no me amarás
-ya: es para mí un consuelo saber que el recuerdo de nuestro
-amor no se borrará de tu corazón.
-</p>
-<p>
-Sí, será para mí un triunfo, y ahogaré las penas de mi alma pensando
-que, seas lo que seas, te vuelvas lo que te vuelvas, <em>tú has
-sido mía y sólo mía</em>.</p></div></div>
-
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_277"></a>[Pg 277]</span></p>
-<h2 class="nobreak" >XXVIII</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>El sueño no tiene amo.&mdash;El toldo de Ramón nada deja que desear.&mdash;Una
-fragua primitiva.&mdash;Diálogo entre la civilización y
-la barbarie.&mdash;Tengo que humillarme.&mdash;Se presenta Ramón.&mdash;Doña
-Fermina Zárate.&mdash;Una lección de filosofía práctica.&mdash;Petrona
-Jofré y los cordones de Nuestro Padre San Francisco.&mdash;Veinte
-yeguas, sesenta pesos, un poncho y cinco chiripáes
-por una mujer.&mdash;Rasgo generoso de Crisóstomo.&mdash;El hombre
-ni es un ángel ni una bestia.</p>
-</div>
-
-<p>Un proverbio negro dice: el sueño no tiene amo.</p>
-
-<p>Todos dormimos perfectamente bien.</p>
-
-<p>El cansancio nos hizo hallar deliciosa la morada del
-cacique Ramón.</p>
-
-<p>Cuando yo me desperté eran las ocho de la mañana;
-mis compañeros roncaban aún con una expansión pulmonar
-envidiable.</p>
-
-<p>Llamé un asistente, pedí mate y me quedé un rato
-más en cama gozando del placer de no hacer nada,
-placer tan combatido y censurado cuanto generalmente
-codiciado.</p>
-
-<p>Según un amigo, pensador no vulgar y egregio poeta,
-no hacer nada es descansar. Así él sostiene que el
-día es hecho para eso y la noche para dormir.</p>
-
-<p>¡Lástima que un mortal de gustos tan patriarcales,
-que sería dichoso con muy poca cosa, se vea condena<span class="pagenum"><a id="Page_278"></a>[Pg 278]</span>do
-como tanto hijo de vecino, á la dura ley del trabajo,
-cuando innumerables prójimos desperdician lo superfluo
-y aun lo necesario!</p>
-
-<p>¡Qué hacer! el mundo está organizado así y el Eclesiastés,
-que sabe más que mi amigo y yo juntos, dice:</p>
-
-<p>«El insensato tiene los brazos cruzados y se consume
-<em>diciendo</em>:</p>
-
-<p>«Lleno el hueco de una mano, con reposo, vale más
-que las dos llenas con trabajo y mortificación de espíritu.»</p>
-
-<p>Con la luz del día examiné el lecho en que había
-dormido tan cómodamente, como en elástica cama á la
-<em>Balzac</em> provista de sus correspondientes accesorios, almohadones
-de finísimas plumas y sedosos cobertores.
-Eran unos cueros de potro mal estaqueados y unas pieles
-de carnero, la cabecera un mortero cubierto con mis
-cojinillos.</p>
-
-<p>En seguida tendí la vista á mi alrededor.</p>
-
-<p>En Tierra Adentro yo no había pernoctado bajo techumbre
-mejor.</p>
-
-<p>El toldo del cacique Ramón superaba á todos los demás.</p>
-
-<p>Mi alojamiento era un galpón de madera y paja, de
-doce varas de largo por cuatro de ancho y tres de alto.</p>
-
-<p>Estaba perfectamente aseado.</p>
-
-<p>En un costado, se veía la fragua y al lado una mesa
-de madera tosca y un yunque de hierro.</p>
-
-<p>Ya he dicho que Ramón es platero y que este arte
-es común entre los indios.</p>
-
-<p>Ellos trabajan espuelas, estribos, cabezadas, pretales,
-aros, pulseras, prendedores y otros adornos femeninos
-y masculinos, como sortijas y yesqueros.</p>
-
-<p>Funden la plata, la purifican en el crisol, la ligan,
-la baten á martillo, dándole la forma que quieren y la
-cincelan.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_279"></a>[Pg 279]</span></p>
-
-<p>En la <em>chafalonía</em>, prefieren el gusto chileno; porque
-con Chile tienen comercio y es de allí de donde llevan
-toda clase de prendas, que cambalachean por ganado
-vacuno, lanar y caballar.</p>
-
-<p>La fragua consistía en un paralelepípedo de adobe
-crudo.</p>
-
-<p>Tenía dos fuelles y se conocía que el día anterior habían
-trabajado; las cenizas estaban tibias aún.</p>
-
-<p>En un saco de cuero había carbón de leña y sobre la
-mesa se veían varios instrumentos cortantes, martillos
-y limas rotas.</p>
-
-<p>Los fuelles llamaron sobremanera mi atención por
-su extraña estructura.</p>
-
-<p>Antes de examinar su construcción entablé un diálogo
-conmigo mismo.</p>
-
-<p>&mdash;Á ver, me dije, representante orgulloso de la civilización
-y del progreso moderno en la pampa, ¿cómo
-harías tú un fuelle?</p>
-
-<p>&mdash;¿Un fuelle?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, un fuelle, ¿no se llama así por la Academia
-española «un instrumento para recoger viento y volverlo
-á dar», aunque habría sido más comprensible y
-digno de ella decir: un instrumento construido según
-ciertos principios de física, para recoger aire por medio
-de una válvula, y volverle á despedir con más ó
-menos violencia, á voluntad del que lo maneje, por un
-cañón colocado á su extremo?</p>
-
-<p>&mdash;Entiendo, entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;Y bien, si entiendes, dime, ¿cómo lo harías?</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo lo haría?</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí, hombre, por Dios! parece que te hubiera puesto
-un problema insoluble.</p>
-
-<p>&mdash;No digo eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Es que...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_280"></a>[Pg 280]</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! es que eres un pobre diablo, un fatuo del siglo
-<small>XIX</small>, un erudito á la violeta, un insensato que no
-quieres confesar tu falta de ingenio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo?...</p>
-
-<p>&mdash;Sí, tú, has entrado en el miserable toldo de un indio
-á quien un millón de veces has calificado de bárbaro,
-cuyo exterminio has preconizado en todos los tonos,
-en nombre de tu decantada y clemente civilización,
-te ves derrotado y no quieres confesar tu ignorancia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Mi ignorancia?</p>
-
-<p>&mdash;Tu ignorancia, sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres acaso que me humille?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, humíllate y aprende una vez más que el mundo
-no se estudia en los libros.</p>
-
-<p>Incliné la frente, me acerqué á la fragua, cogí el
-manubrio de ambos fuelles, los que estaban colocados
-en la misma línea horizontal, tiré, aflojé y se levantó
-una nube de ceniza.</p>
-
-<p>Eran feos; pero surtían el efecto necesario, despidiendo
-una corriente de aire bastante fuerte para inflamar
-el carbón encendido.</p>
-
-<p>Todo era obra del mismo Ramón; invento exclusivo
-suyo.</p>
-
-<p>Con una panza seca de vaca y sobada había hecho
-una manga de una vara de largo y un pie de diámetro;
-con <em>tientos</em> la había plegado, formándole tres grandes
-buches con comunicación; en un extremo había colocado
-la mitad del cañón de una carabina y en el otro un
-tarugo de palo labrado con el cuchillo; el cañón estaba
-embutido en la fragua y sujeto con ataduras á un
-piquete. Naturalmente, tirando y apretando aquel aparato
-hasta aplastar los buches, el aire entraba y salía
-produciendo el mismo efecto que cualquier otro fuelle.</p>
-
-<p>Pensaba el tiempo que habría empleado yo con to<span class="pagenum"><a id="Page_281"></a>[Pg 281]</span>dos
-los recursos de la civilización, si por necesidad ó
-afición á las artes liberales me hubiese propuesto hacer
-un fuelle; se me ocurría que quizás habría tenido
-que darme por derrotado, cuando un cautivo, blanco
-y rubio, de doce á catorce años, entró en el galpón y
-después de saludarme con el mayor respeto tratándome
-de <em>usía</em>, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Dice el cacique Ramón que si se le puede ver ya;
-que cómo ha pasado la noche.</p>
-
-<p>Le contesté que estaba á su disposición, que podía
-verme en el acto, si quería, y que había dormido muy
-bien.</p>
-
-<p>Salió el cautivo, y un momento después se presentó
-Ramón, vestido como un paisano prolijo, aseado que
-daba gusto verle; sus manos acostumbradas al trabajo,
-parecían las de un caballero, tenía las uñas irreprochablemente
-limpias, ni cortas ni largas y redondeadas
-con igualdad.</p>
-
-<p>No estuvo ceremonioso.</p>
-
-<p>Al contrario, me trató como á un antiguo conocido,
-me repitió que aquella era mi casa, que dispusiera de
-él, me anunció que ya me iban á traer el almuerzo, que
-más tarde me presentaría á su familia y me dejó solo.</p>
-
-<p>En seguida volvió, se sentó y trajeron el almuerzo.</p>
-
-<p>Era lo consabido, puchero con zapallo, choclos, asado,
-etc.</p>
-
-<p>Todo estaba hecho con el mayor esmero; hacía mucho
-tiempo que yo no veía un caldo más rico.</p>
-
-<p>Durante el almuerzo hablamos de agricultura y de
-ganadería.</p>
-
-<p>El indio era entendido en todo.</p>
-
-<p>Sus corrales eran grandes y bien hechos, sus sementeras
-vastas, sus ganados mansos como ninguno.</p>
-
-<p>Es fama que Ramón ama mucho á los cristianos; lo
-cierto es que en su tribu es donde hay más.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_282"></a>[Pg 282]</span></p>
-
-<p>Una de sus mujeres, en la que tiene tres hijos, es
-nada menos que doña Fermina Zárate, de la Villa de
-la Carlota.</p>
-
-<p>La cautivaron siendo joven, tendría veinte años;
-ahora ya es vieja.</p>
-
-<p>¡Allí estaba la pobre!</p>
-
-<p>Delante de ella, Ramón me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;La señora es muy buena, me ha acompañado muchos
-años, yo le estoy muy agradecido, por eso le he dicho
-ya que puede salir cuando quiera volverse á su tierra,
-donde está su familia.</p>
-
-<p>Doña Fermina le miró con una expresión indefinible,
-con una mezcla de cariño y de horror, de un modo
-que sólo una mujer observadora y penetrante habría
-podido comprender, y contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Señor, Ramón es un buen hombre. ¡Ojalá todos
-fueran como él! Menos sufrirían las cautivas. Yo, ¡para
-qué me he de quejar! Dios sabrá lo que ha hecho.</p>
-
-<p>Y esto diciendo se echó á llorar, sin recatarse.</p>
-
-<p>Ramón dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Es muy buena la señora,&mdash;se levantó, salió, y me
-dejó solo con ella.</p>
-
-<p>Doña Fermina Zárate no tiene nada de notable en
-su fisonomía; es un tipo de mujer como hay muchas,
-aunque su frente y sus ojos revelan cierta conformidad
-paciente con los decretos providenciales.</p>
-
-<p>Está menos vieja de lo que ella se cree.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué no se viene usted conmigo señora?&mdash;le
-dije.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! señor&mdash;me contestó con amargura&mdash;¿y qué
-voy á hacer yo entre los cristianos?</p>
-
-<p>&mdash;Para reunirse á su familia. Yo la conozco, está
-en la Carlota, todos se acuerdan de usted con gran cariño
-y la lloran mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y mis hijos, señor?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_283"></a>[Pg 283]</span></p>
-
-<p>&mdash;Sus hijos...</p>
-
-<p>&mdash;Ramón me deja salir á mí; porque realmente no
-es mal hombre, á mí al menos me ha tratado bien, después
-que fuí madre. Pero mis hijos, mis hijos no quiere
-que los lleve.</p>
-
-<p>No me resolví á decirle: Déjelos usted, son el fruto
-de la violencia.</p>
-
-<p>¡Eran sus hijos!</p>
-
-<p>Ella prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Además, señor, ¿qué vida sería la mía entre los
-cristianos después de tantos años que falto de mi pueblo?
-Yo era joven y buena moza cuando me cautivaron.
-Y ahora ya ve, estoy vieja. Parezco cristiana,
-porque Ramón me permite vestirme como ellas, pero
-vivo como india; francamente; me parece que soy más
-india que cristiana, aunque creo en Dios, como que todos
-los días le encomiendo mis hijos y mi familia.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á pesar de estar usted cautiva cree en Dios?</p>
-
-<p>&mdash;¿Y él qué culpa tiene de que me agarraran los indios?
-la culpa la tendrán los cristianos que no saben
-cuidar sus mujeres ni sus hijos.</p>
-
-<p>No contesté; tan alta filosofía en boca de aquella
-mujer, la concubina jubilada de aquel bárbaro, me
-humilló más que el soliloquio á propósito del fuelle.</p>
-
-<p>Una mujer joven y hermosa, demacrada, sucia y andrajosa
-se presentó diciendo con tonada cordobesa:</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted será, mi señor, el coronel Mansilla?</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy, hija, ¿qué quiere usted?</p>
-
-<p>&mdash;Vengo á pedirle que me haga el favor de hacer que
-los padrecitos me den á besar el cordón de Nuestro Padre
-San Francisco.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues no! con mucho gusto, y esto diciendo llamé
-á los santos varones.</p>
-
-<p>Vinieron.</p>
-
-<p>Al verlos entrar, la desdichada Petrona Jofré se<span class="pagenum"><a id="Page_284"></a>[Pg 284]</span>
-postró de hinojos ante ellos y con efusión ferviente
-tomó los cordones del padre Marcos, después los del
-padre Moisés y los besó repetidas veces.</p>
-
-<p>Los buenos franciscanos, viéndola tan angustiosa,
-la exhortaron, la acariciaron paternalmente y consiguieron
-tranquilizarla, aunque no del todo.</p>
-
-<p>Sollozaba como una criatura.</p>
-
-<p>Partía el corazón verla y oirla.</p>
-
-<p>Calmóse poco á poco y nos relató la breve y tocante
-historia de sus dolores.</p>
-
-<p>Doña Fermina confirmaba todas sus referencias.</p>
-
-<p>La vida de aquella desdichada de la Cañada Honda,
-mujer de Cruz Bustos, era una verdadera <i lang="la" xml:lang="la">viacrucis</i>.</p>
-
-<p>La tenía un indio malísimo llamado Carrapí.</p>
-
-<p>Estaba frenéticamente enamorado de ella, y ella resistía
-con heroísmo á su lujuria.</p>
-
-<p>De ahí su martirio.</p>
-
-<p>&mdash;Primero me he de dejar matar, ó lo he de matar
-yo, que hacer lo que el indio quiere, decía con expresión
-enérgica y salvaje.</p>
-
-<p>Doña Fermina meneaba la cabeza y exclamaba:</p>
-
-<p>&mdash;¡Vea qué vida, señor!</p>
-
-<p>Yo estaba desesperado.</p>
-
-<p>¿Qué otro efecto puede producir la simpatía impotente?</p>
-
-<p>Nada podía hacer por aquella desdichada, nada tenía
-que darle.</p>
-
-<p>No me quedaba sino lo puesto.</p>
-
-<p>Ni pañuelo de manos llevaba ya.</p>
-
-<p>Doña Fermina me contó que Carrapí no quería venderla
-para que la sacaran, y que un cristiano, por caridad,
-la andaba por comprar.</p>
-
-<p>El indio pedía por ella veinte yeguas, sesenta pesos
-bolivianos, un poncho de paño y cinco chiripáes colorados.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_285"></a>[Pg 285]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién es ese cristiano?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Crisóstomo&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Crisóstomo?...</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor, Crisóstomo.</p>
-
-<p>Crisóstomo era el hombre aquél que en Calcumuleu
-hubo de pasar á caballo por entre los franciscanos:
-que tanto me exasperó, que me dió de comer después
-y me relató su interesante historia.</p>
-
-<p>Está visto: los malvados también tienen corazón.</p>
-
-<p>Bien dice Pascal:</p>
-
-<p>El hombre no es un ángel ni una bestia.</p>
-
-<p>Es un ser indefinible, hace el mal por placer y goza
-con el bien.</p>
-
-<p>En medio de todo es consolador.
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_286"></a>[Pg 286]<br /><a id="Page_287"></a>[Pg 287]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXIX</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>La familia del cacique Ramón.&mdash;Spañol.&mdash;Una invasión.&mdash;Despacho
-al capitán Rivadavia.&mdash;Cuestión de amor propio.&mdash;Buen
-sentido de un indio.&mdash;En Carrilobo soplaba mejor viento que
-en Leubucó.&mdash;Suenan los cencerros.&mdash;Atíncar (véase bórax).&mdash;El
-hombre civilizado nunca acaba de aprender.&mdash;Me despido.&mdash;Cómo
-doman los bárbaros.&mdash;¡Últimos hurrahs!</p>
-</div>
-
-<p>Me invitaron á pasar al toldo de Ramón.</p>
-
-<p>Dejé á doña Fermina Zárate y á Petrona Jofré con
-los franciscanos y entré en él.</p>
-
-<p>La familia del cacique constaba de cinco concubinas,
-de distintas edades, una cristiana y cuatro indias;
-de siete hijos varones y de tres hijas mujeres,
-dos de ellas púberes ya.</p>
-
-<p>Éstas últimas, y la concubina que hacía cabeza, se
-habían vestido de gala para recibirme.</p>
-
-<p>No hay indio ranquel más rico que Ramón, como
-que es estanciero, labrador y platero.</p>
-
-<p>Su familia gasta lujo.</p>
-
-<p>Ostentaban hermosos prendedores de pecho, zarcillos,
-pulseras y collares, todo de plata maciza y pura,
-hecho á martillo y cincelado por Ramón; mantas, fajas
-y pilquenes de ricos tejidos pampas.</p>
-
-<p>Las dos hijas mayores se llamaban, Comeñé, la primera,
-que quiere decir <em>ojos lindos</em>, de <em>come</em>, lindo, y<span class="pagenum"><a id="Page_288"></a>[Pg 288]</span>
-de <em>ñé</em>, ojos; Pichicaiun la segunda, que quiere decir
-<em>boca chica</em>, de <em>pichicai</em>, chico, y de <em>un</em> boca.</p>
-
-<p>Se habían pintado con carmín los labios, las mejillas
-y las uñas de las manos; se habían sombreado los
-párpados y puesto muchos lunarcitos negros.</p>
-
-<p>Tanto Pichicaiun, como Comeñé, tenían nombres
-muy apropiados; la una se distinguía por una boca
-pequeñita lindísima; la otra por unos grandes ojos
-negros llenos de fuego. Ambas estaban en la plenitud
-del desarrollo físico, y en cualquier parte un hombre
-de buen gusto las hubiera mirado largo rato con placer.</p>
-
-<p>Me recibieron con graciosa timidez.</p>
-
-<p>Me senté, Ramón se puso á mi lado, su mujer principal
-y sus hijas enfrente.</p>
-
-<p>Las dos chinitas sabían que eran bonitas; coqueteaban
-como lo hubieran hecho dos cristianas.</p>
-
-<p>Ramón es muy conversador, no me dejaban conversar
-con él; el lenguaraz trabucaba sus razones y las mías.</p>
-
-<p>¡Qué maldita condición tienen nuestras caras compañeras!</p>
-
-<p>Con su permiso diré, que son como los gatos: antes
-de matar la presa juegan con ella.</p>
-
-<p>&mdash;¡Spañol! ¡Spañol!&mdash;gritó Ramón.&mdash;El cautivo
-blanco y rubio se presentó. Recibió órdenes, se marchó
-y volvió trayendo cubiertos y platos.</p>
-
-<p>Sirvieron la comida.</p>
-
-<p>Yo acababa de almorzar. Pero no podía rehusar el
-convite que se me hacía. Me habría desacreditado.</p>
-
-<p>Comí, pues.</p>
-
-<p>El cautivo no le quitaba los ojos á Ramón; éste lo
-manejaba con la vista.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te llamas?&mdash;le pregunté, creyendo que las
-palabras ¡Spañol! ¡Spañol! tenían una significación
-araucana.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_289"></a>[Pg 289]</span></p>
-
-<p>&mdash;Spañol&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Spañol?&mdash;repetí yo, mirando á Mora y á Ramón
-alternativamente.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor, Spañol&mdash;me dijo Mora,&mdash;así les llaman
-á algunos cautivos.</p>
-
-<p>&mdash;Spañol&mdash;afirmó Ramón, que había entendido mi
-pregunta.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero qué nombre tenías en tu tierra?&mdash;le pregunté
-al cautivo.</p>
-
-<p>&mdash;No sé, se me ha olvidado; era muy chico cuando
-me trajeron&mdash;repuso.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde eres?</p>
-
-<p>&mdash;No sé.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo no has de saber! ¿Te han prohibido que
-digas tu verdadero nombre y el lugar en donde te cautivaron?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor.</p>
-
-<p>&mdash;Si no ha de saber nada, señor&mdash;dijo Mora,&mdash;por eso
-le llaman Spañol, hasta que sea más grande y le den
-nombre de indio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ésa es la costumbre?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;Pregúntele á Ramón ¿qué quiere decir Spañol?</p>
-
-<p>Ramón contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Spañol, quiere decir, de otra tierra.</p>
-
-<p>En esto estábamos, cuando el capitán Rivadavia se
-me presentó, y hablándome al oído, me dijo:</p>
-
-<p>Que Crisóstomo acababa de llegar de Leubucó y que
-á su salida se decía allí que había habido invasión
-por San Luis.</p>
-
-<p>Le pedí permiso á Ramón para retirarme, comunicándole
-la ocurrencia; me retiré, y un momento después
-el capitán Rivadavia se separaba de mí con una
-carta bastante fuerte para Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Le exigía en ella el castigo de los invasores apoyán<span class="pagenum"><a id="Page_290"></a>[Pg 290]</span>dome
-en el Tratado de paz y le decía que en la Verde
-esperaba su contestación; que á la tarde estaría allí.</p>
-
-<p>Ramón vino á hablar conmigo y me manifestó su
-disgusto por el hecho; me dijo que había de ser Wenchenao,
-calificándolo de <em>gaucho ladrón</em> y me preguntó
-que á qué hora pensaba ponerme en marcha.</p>
-
-<p>Le dije que en cuanto medio quisiera ladear el sol,
-estilo gauchesco, que vale tanto como después de las
-doce.</p>
-
-<p>Me hizo presente que entonces había tiempo de carnear
-una res gorda y unas ovejas para que llevara
-carne fresca.</p>
-
-<p>Le expresé que no se incomodara, y me hizo entender
-que no era incomodidad sino deber y que extrañaba
-mucho que Mariano Rosas me hubiera dejado salir
-de Leubucó sin darme carne.</p>
-
-<p>En efecto, de allí habíamos salido con una mano
-atrás y otra adelante, resueltos á comernos las mulas.</p>
-
-<p>Yo había hecho el firme propósito de no pedir qué comer
-á nadie.</p>
-
-<p>Era una cuestión de orgullo bien entendida en una
-tierra donde los alimentos no se compran; donde el
-que tiene necesidad <em>pide con vuelta</em>.</p>
-
-<p>Trajeron una vaca gorda y dos ovejas, mandé á mi
-gente á carnearlas y entramos con Ramón á la platería.</p>
-
-<p>El indio me habló así:</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy amigo de los cristianos, porque me gusta el
-trabajo; yo deseo vivir en paz, porque tengo qué perder;
-yo quiero saber si esta paz durará y si me podré
-ir con mi indiada al Cuero, que es mejor campo que
-éste.</p>
-
-<p>Le contesté:</p>
-
-<p>Que me alegraba mucho de oirlo discurrir así; que
-eso probaba que era un hombre de juicio.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_291"></a>[Pg 291]</span></p>
-
-<p>Añadió:</p>
-
-<p>&mdash;Yo conozco la razón; ¿usted cree que no me gustaría
-á mí vivir como Coliqueo?<a id="FNanchor_5" href="#Footnote_5" class="fnanchor">[5]</a> ¡Pero cuándo van
-los otros!</p>
-
-<p>¡Están muy asustadizos! Es preciso que pase mucho
-tiempo para que le tomen gusto á la paz.</p>
-
-<p>Yo repuse:</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces usted cree que es mejor vivir juntos y
-no desparramados?</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo creo&mdash;me contestó,&mdash;viviendo así tan lejos
-unos de otros, todos son perjuicios, no hay comercio.</p>
-
-<p>Llegaron algunas visitas. Tuve que recibirlas. Entre
-ellas venía el padre de Ramón, un indio valetudinario
-y setentón. Me contó su vida, sus servicios, me
-ponderó sus méritos con un cinismo comparable solamente
-al de un hombre civilizado; me dijo que había
-abdicado en su hijo el gobierno de la tribu, porque
-Ramón era como él, me hizo mil ofertas, mil protestas
-de amistad y por último me pidió un chaquetón de paño
-forrado en bayeta.</p>
-
-<p>Me avisaron que la carneada estaba hecha; mandé
-arrimar las tropillas y le previne á Ramón que ya
-pensaba marcharme, á lo cual contestó que yo era dueño
-de mi voluntad; que cómo había de ser, si no podía
-hacerle una visita más larga y que iba á tener el gusto
-de acompañarme con algunos amigos hasta por ahí.</p>
-
-<p>Le di las gracias por su fineza, le manifesté que para
-qué quería incomodarse, que no hiciera ceremonia, y
-me respondió que no había incomodidad en cumplir con
-un deber, que quizá no nos volveríamos á ver.</p>
-
-<p>Yo no tenía qué replicar.</p>
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_292"></a>[Pg 292]</span></p>
-<p>Pensé un momento para mis adentros, que en Carrilobo
-soplaba un viento mucho mejor que en Leubucó,
-como que Ramón no tenía á su lado cristianos que
-le adularan; que era el indio más radical en sus costumbres;
-el que me había recibido más á la usanza
-ranquelina, era el que se manifestaba á mi regreso más
-caballero y cumplido; y acabé por hacerme esta pregunta:
-¿El contacto de la civilización será corruptor
-de la buena fe primitiva?</p>
-
-<p>Sentí el cencerro de las tropillas que llegaban, mandé
-ensillar y le dije á Ramón:</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, amigo, ¿qué tiene que encargarme?</p>
-
-<p>&mdash;Necesito algunas cosas para la platería&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Yo se las mandaré, y esto diciendo saqué mi libro
-de memorias para apuntar en él los encargos&mdash;añadiendo,&mdash;qué
-son:</p>
-
-<p>&mdash;Un yunque.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Un martillo.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Unas tenazas.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Un torno.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Una lima fina.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Un alicate.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Un crisol.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Un bruñidor.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Piedra lápiz.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_293"></a>[Pg 293]</span></p>
-
-<p>&mdash;Atíncar.</p>
-
-<p>Ramón había ido enumerando las palabras anteriores,
-sin necesidad de lenguaraz, pronunciándolas correctamente.</p>
-
-<p>Al oirle decir atíncar, le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿Atíncar?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, atíncar&mdash;repuso.</p>
-
-<p>&mdash;Dígame el nombre en lengua de cristiano.</p>
-
-<p>&mdash;Así es, atíncar.</p>
-
-<p>Iba á decirle: ése será el nombre en araucano; pero
-me acordé de las lecciones que acababa de recibir, de
-mi humillación en presencia del fuelle, de mi humillación
-ante doña Fermina, discurriendo como un filósofo
-consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté:</p>
-
-<p>&mdash;¿Está usted cierto?</p>
-
-<p>&mdash;Cierto, atíncar es, así le llaman los chilenos; y
-esto diciendo se levantó, se acercó á la fragua, metió
-la mano en un saquito de cuero que estaba colgado al
-lado de la horqueta de una tijera del techo, y desenvolviéndolo
-y pasándomelo, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Esto es atíncar.</p>
-
-<p>Era una substancia blanquecina, amarga, como la
-sal.</p>
-
-<p>Apunté <em>atíncar</em>, convencido que la palabra no era
-castellana.</p>
-
-<p>En cuanto llegué al Río 4.º, uno de mis primeros
-cuidados fué tomar el diccionario.</p>
-
-<p>La palabra <em>atíncar</em> trotaba por mi imaginación.</p>
-
-<p>Atíncar hallé en la página 82, masculino, véase:
-<em>bórax</em>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Alabado sea Dios!&mdash;exclamé.&mdash;Yo sabía lo que
-era bórax; sabía que era una sal que se encuentra en
-disolución en ciertos lagos; sabía que en metalurgia
-se la empleaba como fundente, como reactivo y como<span class="pagenum"><a id="Page_294"></a>[Pg 294]</span>
-soldadura. ¡Loado sea Dios!&mdash;volví á exclamar,&mdash;que
-así castiga sin palo ni piedra.</p>
-
-<p>Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto
-que leemos y estudiamos.</p>
-
-<p>¿Y para qué?</p>
-
-<p>Para despreciar á un pobre indio, llamándole bárbaro,
-salvaje; para pedir su exterminio, porque su
-sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles
-de asimilarse con nuestra civilización empírica,
-que se dice humanitaria, recta y justiciera, aunque
-hace morir á hierro al que á hierro mata, y se ensangrienta
-por cuestión de amor propio, de avaricia,
-de engrandecimiento, de orgullo, que para todo nos
-presenta en nombre del derecho el filo de una espada,
-en una palabra, que mantiene la pena del talión, porque
-si yo mato me matan; que en definitiva, lo que
-más respeta, es la fuerza, desde que cualquier Breno
-de las batallas ó del dinero es capaz de hacer inclinar
-de su lado la balanza de la justicia.</p>
-
-<p>¡Ah! mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio
-ése, que rechazamos y despreciamos, como si todos no
-derivásemos de un tronco común, como si la <em>planta
-hombre</em> no fuese única en su especie, el día menos pensado
-nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos
-en la ignorancia, de una vanidad descomunal,
-irritante, que ha penetrado en la obscuridad nebulosa
-de los cielos con el telescopio, que ha suprimido las
-distancias por medio de la electricidad y del vapor,
-que volará mañana, quizá, convenido; pero que no
-destruirá jamás, hasta <em>aniquilarla</em>, una simple partícula
-de la materia, ni le arrancará al hombre los secretos
-recónditos del corazón.</p>
-
-<p>Todo estaba pronto para la marcha.</p>
-
-<p>Me despedí de la familia de Ramón, cuyas hijas,
-apartándose de la costumbre de la tierra, nos abraza<span class="pagenum"><a id="Page_295"></a>[Pg 295]</span>ron
-y nos dieron la mano, regalándoles sortijas de plata
-á algunos de los que me acompañaban.</p>
-
-<p>En seguida marché, me acompañaban Ramón y
-cincuenta de los suyos al son de cornetas.</p>
-
-<p>Ramón montaba un caballo bayo domado por él.</p>
-
-<p>Parecía un animal vigoroso.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no soy haragán, amigo&mdash;me dijo.&mdash;Yo mismo
-domo mis caballos, me gusta más el modo de los indios
-que el de los cristianos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué, doman de otro modo ustedes?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo hacen?</p>
-
-<p>&mdash;Nosotros no maltratamos el animal; lo atamos á
-un palo; tratamos de que pierda el miedo; no le damos
-de comer si no deja que se le acerquen; lo palmeamos
-de á pie; lo ensillamos y no lo montamos, hasta
-que se acostumbra al recado, hasta que no siente ya
-cosquillas; después lo enfrenamos, por eso nuestros caballos
-son tan briosos y tan mansos.</p>
-
-<p>Los cristianos les enseñan más cosas, á trotar más
-lindo; nosotros los amansamos mejor.</p>
-
-<p>&mdash;Hasta en esto&mdash;dije para mis adentros,&mdash;los bárbaros
-pueden darles lecciones de humanidad á los que
-les desprecian.</p>
-
-<p>Ramón me había acompañado como una legua.</p>
-
-<p>&mdash;Hasta aquí no más&mdash;le dije, haciendo alto.</p>
-
-<p>&mdash;Como guste&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>Nos dimos la mano, nos abrazamos y nos separamos.</p>
-
-<p>Su comitiva me saludó con un ¡hurrah!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡adiós!&mdash;gritaron varios á una.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós! ¡adiós! ¡amigo!&mdash;gritaron otros.</p>
-
-<p>Y ellos partieron para el Sur, y nosotros para el
-Norte, envueltos en remolinos de arena que obscurecían
-el horizonte como negra cortina.</p>
-
-<p>Mi cálculo era llegar á la Verde al ponerse el sol.</p>
-
-<p>Llegué á un campo pastoso, hice alto un momento,
-la arena nos ahogaba.</p>
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_296"></a>[Pg 296]</span></p>
-</div>
-
-<div class="footnotes">
-<p class="p4 center big2">NOTAS:</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_5" href="#FNanchor_5" class="label">[5]</a> Coliqueo, indio amigo establecido en su tribu entre los departamentos
-de Junín y 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires.</p></div></div>
-
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_297"></a>[Pg 297]</span></p>
-<h2 class="nobreak" >XXX</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Á la vista de la Verde.&mdash;Murmuraciones.&mdash;Defecto de lectores y
-de caminantes.&mdash;Dos cuentos al caso.&mdash;Reglas para viajar en
-la Pampa.&mdash;La monotonía es capaz de hacer dormir al mejor
-amigo.&mdash;Dos polvos.&mdash;Suerte de Brasil.&mdash;Reproche de los franciscanos.&mdash;¿Tendrán
-alma los perros?&mdash;Un obstáculo.</p>
-</div>
-
-
-<p>Los médanos de la Verde estaban á la vista, y es
-probable que, en mi caso, otro viajero no se hubiera
-detenido. Pero la experiencia es madre de la ciencia,
-y yo me reía de algunos de mis oficiales que, viendo
-el objetivo tan cerca, murmuraban:&mdash;¿Por qué se parará
-aquí este hombre?</p>
-
-<p>Ellos no habían recorrido como yo cuatro partes
-del mundo, en buque de vela, en vapor, en ferrocarril,
-en carreta, á caballo, á pie, en coche, en palanquín,
-en elefante, en camello, en globo, en burro, en silla de
-manos, á lomo de mula y de hombre.</p>
-
-<p>Es defecto de lectores y de caminantes apurarse demasiado.</p>
-
-<p>Unos y otros debieran tener presente que la igualdad
-del movimiento produce en el espíritu el mismo efecto
-que hace en los oídos la igualdad de la entonación.</p>
-
-<p>Voltaire lo ha dicho:</p>
-
-<p>«<i lang="fr" xml:lang="fr">L'ennui naquit un jour de l'uniformité.</i>»</p>
-
-<p>Lo que nos sucede cuando oimos leer en alta voz<span class="pagenum"><a id="Page_298"></a>[Pg 298]</span>
-con excesiva rapidez olvidando la marcha más ó menos
-mesurada del autor, la fuerza, energía ó pasión
-del pensamiento, nos sucede también viajando en ferrocarril.</p>
-
-<p>La velocidad de la locomoción no hace efecto porque
-es continua.</p>
-
-<p>Siempre que oigo leer en alta voz muy aprisa, me
-acuerdo de un cuento, y cuando recorro á caballo las
-pampas argentinas me acuerdo de otro.</p>
-
-<p>En una comedia de Sedaine, no estoy cierto si en
-<cite>Rose et Colas</cite>, hay una escena muy larga entre dos aldeanos,
-y cuentan las crónicas que los actores á fin
-de terminar cuanto antes el ensayo, se apuraban demasiado,
-y que no por eso la escena parecía más
-corta.</p>
-
-<p>Consultando al autor á ver si se prestaba á hacer
-algunas supresiones, contestó:</p>
-
-<p>«Díganla más despacio y harán que parezca más
-corta.»</p>
-
-<p>Sedaine tuvo, á no dudarlo, presente el dicho de
-otro poeta francés como él:</p>
-
-<p>«Dans tout ce que tu <i lang="fr" xml:lang="fr">lis</i>, hâte-toi lentement.»</p>
-
-<p>Pues lo mismo sucede cuando se recorre un país á
-todo galope; todo parece lejos y nada se ve bien, se
-llega al término de la jornada abrumado de cansancio
-y sin haber disfrutado de los agradables espectáculos
-de la Naturaleza.</p>
-
-<p>Y eso es cuando se llega, que á veces se queda uno
-en el camino.</p>
-
-<p>Era tarde, poníase el sol, un viajero ecuestre galopaba
-á toda brida por los campos.</p>
-
-<p>Encontróse con un gaucho y le preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué hora llegaré á tal parte?</p>
-
-<p>&mdash;Si sigue al galope&mdash;le contestó,&mdash;llegará mañana;
-si marcha al trotecito llegará <em>lueguito</em> no más.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_299"></a>[Pg 299]</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuántas leguas hay?</p>
-
-<p>&mdash;Así como dos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo es eso; si está tan cerca, cómo he de
-tardar más andando más ligero?</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh!&mdash;contestó el paisano, echándole una mirada
-de compasión al caballo de su interlocutor;&mdash;es que
-si lo sigue apurando al <em>mancarrón</em>, <em>ahorita</em> no más se
-le va á aplastar.</p>
-
-<p>Lo cual, oido por el viajero, hizo que recogiendo la
-rienda se pusiera al trote.</p>
-
-<p>La aplicación de mis máximas, viajando en todas
-estaciones, de día y de noche, con buen y mal tiempo,
-por las vastas soledades del desierto, me ha dado
-siempre el mejor resultado.</p>
-
-<p>He llegado adonde me proponía el día anunciado
-de antemano, sin dejar caballos cansados en el camino
-y sin fatigar física ni moralmente á los que me acompañaban.</p>
-
-<p>Mi regla era inalterable.</p>
-
-<p>Partía al trote, galopaba un cuarto de hora, sujetaba,
-seguía al tranco cinco minutos, trotaba en seguida
-otros cinco, galopaba luego otro cuarto de hora,
-y por último hacía alto, echaba pie á tierra descansando
-cinco minutos y dejaba descansar los caballos
-prosiguiendo después la marcha con la misma inflexible
-regularidad, toda vez que el terreno lo permitía.</p>
-
-<p>Los maturrangos que me seguían se quejaban de
-que cambiara tanto el aire de la marcha y de las continuas
-paradas, primero, por falta de reflexión; segundo,
-porque á ellos una vez que el cuerpo se les calienta,
-lo que menos les incomoda es el galope. Pero
-los caballos, más jueces en la materia que los que los
-montan, estoy cierto que en su interior decían, cada<span class="pagenum"><a id="Page_300"></a>[Pg 300]</span>
-vez que oían la voz de alto y la orden de <em>saquen los
-frenos</em>: ¡bendito sea este Coronel!</p>
-
-<p>Lo repito, viajando sucede lo mismo que leyendo.</p>
-
-<p>Las lecturas más largas son ésas en las que no hay
-alteración ni en la cadencia ni en la dicción.</p>
-
-<p>El autor de la tragedia <em>Leonidas</em> había invitado varios
-de sus amigos para leerles una nueva composición.</p>
-
-<p>Nadie se hizo esperar.</p>
-
-<p>Á la hora convenida doce jueces selectos, entre los
-que había algunos académicos, se hallaban reunidos
-ocupando cómodos sillones, y enfrente de ellos, con una
-mesa por delante, el poeta.</p>
-
-<p>La lectura empezó leyendo el mismo autor, que poseía
-el arte de hacer magníficos versos; pero que no
-sabía leer.</p>
-
-<p>Leía con una voz sepulcral monótona é invariable.</p>
-
-<p>Durante la primera media hora la amistad soportó
-el suplicio, aplaudiendo los dos primeros actos.</p>
-
-<p>Terminaba el tercero, y como el autor no oyese la
-más leve muestra de aprobación, levantó la vista del
-manuscrito, y echando una mirada á su alrededor,
-encontró que el auditorio dormía profundamente.</p>
-
-<p>Comprendiendo lo que había pasado, apaga las luces,
-y en lugar de continuar leyendo, se pone á declamar
-á obscuras el resto de la tragedia que sabía de
-memoria.</p>
-
-<p>La lectura en alta voz y la declamación son dos artes
-diferentes.</p>
-
-<p>Todos se despiertan exclamando: ¡bravo! ¡bravo!</p>
-
-<p>El autor no se detiene, sus amigos creen que aquello
-es un sueño, que están ciegos, porque abren los
-ojos y nada ven, vuelven en sí después de un momento
-de espanto y la escena termina con esta enseñanza
-útil:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_301"></a>[Pg 301]</span></p>
-
-<p>La monotonía es capaz de hacer dormir á los mejores
-amigos.</p>
-
-<p>¿Mis oficiales no pensaban en nada de esto al censurar
-mi parada á la vista de los médanos de la Verde,
-como no pensaron en ocasiones anteriores qué habría
-sido de los pobres caballos y de nosotros mismos,
-si hubiéramos marchado en alas de la impaciencia
-siempre al galope?</p>
-
-<p>Habríamos tardado más en llegar á Leubucó, más
-en salir de allí, más en volver al punto de partida y
-el trayecto lo hubiéramos hecho entre el sueño y la
-fatiga.</p>
-
-<p>Que se acuerden de lo que les pasó, yendo de la
-Verde al fuerte «Sarmiento» y cuando en cumplimiento
-de mis órdenes tuvieron que hacer la marcha al
-trote, y nada más que al trote.</p>
-
-<p>Todos querían galopar ó <em>tranquear</em>.</p>
-
-<p>Los franciscanos clamaban al cielo.</p>
-
-<p>La consigna era al trote y al trote se marchaba y
-las distancias parecían más largas y las horas eternas
-y todos se dormían y se llevaban los árboles por
-delante é interiormente exclamaban: malhaya el Coronel.</p>
-
-<p>El Coronel tuvo, sin embargo, sus razones para dar
-esas órdenes, razones que no son del caso y que respondían
-á un sentimiento de prudencia previsora.</p>
-
-<p>La parada no se efectuó únicamente por alterar la
-monotonía de la marcha ó por hacer descansar los caballos.
-La diplomacia tuvo en ello gran parte.</p>
-
-<p>Yo tenía motivos para retardar mi arribo á la Verde,
-en donde no quería detenerme, sino encontrarme,
-en todo caso, con el capitán Rivadavia, ó con algún embajador
-de Mariano Rosas.</p>
-
-<p>Cuando después de haber medido las distancias con
-el compás de la imaginación, el reloj me dijo que era<span class="pagenum"><a id="Page_302"></a>[Pg 302]</span>
-hora de proseguir la marcha, mandé poner los frenos
-y cinchar.</p>
-
-<p>Al tiempo de movernos descubriéronse á retaguardia
-dos polvos siguiendo la misma dirección de la rastrillada,
-siendo más pequeño el que estaba más cerca de
-nosotros, que el que remolineaba más lejos.</p>
-
-<p>&mdash;Es uno que corre un avestruz&mdash;decían éstos;&mdash;es
-uno que corre una gama&mdash;decían aquéllos;&mdash;no es
-nada de eso&mdash;decía Camilo Arias:&mdash;es un indio que
-corre una cosa que no es animal del campo.</p>
-
-<p>Mis oficiales y yo observábamos, haciendo conjeturas,
-y hasta los franciscanos que se iban haciendo gauchos,
-metían su cuchara calculando qué serían los tales
-polvos.</p>
-
-<p>Ya estábamos á caballo.</p>
-
-<p>Yo vacilaba; quería seguir y salir de dudas.</p>
-
-<p>Camilo Arias, cuya mirada taladraba el espacio, por
-decirlo así, hasta tocar los objetos, dijo entonces con
-su aire de seguridad habitual:</p>
-
-<p>&mdash;Es un indio que corre un perro.</p>
-
-<p>&mdash;Ha de ser <em>Brasil</em> que se ha de haber escapado&mdash;exclamaron
-varios á una.</p>
-
-<p>Y los dos franciscanos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobrecito! ¡Cuánto me alegro!</p>
-
-<p>Y esto diciendo, me miraron como reprochándome
-una vez más lo que había hecho en Carrilobo.</p>
-
-<p>Mi pecado no era grande, empero.</p>
-
-<p>Estábamos conversando con Ramón en su toldo,
-cuando el valiente <em>Brasil</em>,&mdash;hablo del perro&mdash;vino
-mansamente á echarse á mi lado, mirándome como
-quien dice: ¿cuándo nos vamos de esta tierra? meneando
-al mismo tiempo la cola como un plumero, como
-cuando con una sonrisa afable ó con una palmada
-cariñosa queremos neutralizar el efecto de una frase
-picante.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_303"></a>[Pg 303]</span></p>
-
-<p>No sé si lo he dicho, que <em>Brasil</em>, á más de ser muy
-guapo, era un can gordo y macizo, de reluciente pelo
-color oro muy amarillo.</p>
-
-<p>Pero sí recuerdo haber dicho estando allá por las
-tierras de mi compadre Baigorrita, que los perros de
-los indios pasan verdaderamente una vida de perros.
-Siempre hambrientos, se les ven las costillas, tal es
-su flacura; parece que no tuvieran carne ni sangre;
-diríase al verlos, que son habitantes fósiles de las remotas
-épocas antediluvianas, en que sólo vivían disecados
-por una temperatura plutoniana los enroscados
-amonitas y los alados y cartilaginosos pterodáctilos
-de largo pescuezo y magna cabeza.</p>
-
-<p>Ramón enamoróse de la magnificencia de <em>Brasil</em>, cuya
-gordura contrastaba con la estiptiquez de sus perros,
-lo mismo que un prisionero paraguayo con un
-morrudo soldado riograndés.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué perro tan gordo, hermano&mdash;me dijo,&mdash;y qué
-lindo! y los míos ¡qué flacos!</p>
-
-<p>&mdash;No les dará de comer, hermano&mdash;le contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues no!</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué les da de comer?</p>
-
-<p>&mdash;Lo que sobra.</p>
-
-<p>Lo que sobra, dije yo para mis adentros. Y sabiendo
-que los indios se comen hasta la sangre humeante de
-la res, pensé: Yo no quisiera estar en el pellejo de estos
-perros, recordando que alguna vez había tenido
-envidia de ciertos perritos de larga lana y lúbricos
-ojos, que algunas damas de copete y otras que no lo
-son, adoran con locura, durmiendo hasta con ellos,
-tal es el progreso humanitario del siglo <small>XIX</small>, progreso
-que si sigue puede hacer que el año 2000 un perro
-se llame <em>Monsieur Bijou</em>, <em>Mister Pinch</em> ó el <em>señor don
-Barcino</em>.</p>
-
-<p>Y dirigiéndome á mi interlocutor, repuse:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_304"></a>[Pg 304]</span></p>
-
-<p>&mdash;Eso no basta.</p>
-
-<p>Ramón contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Es que son <em>maulas</em> estos míos. Usted podía regalarme
-el suyo para que encastara aquí.</p>
-
-<p>¿Qué le había de decir?</p>
-
-<p>&mdash;Está bueno, hermano&mdash;le contesté,&mdash;tómelo; pero
-hágalo atar ahora mismo, porque de lo contrario no
-ha de parar en el toldo, se ha de ir conmigo.</p>
-
-<p>Ramón llamó, y al punto se presentaron tres cautivos.</p>
-
-<p>Hablóles en su lengua; quisieron ponerle un dogal
-al cuello con un lazo que por allí estaba, mas fué en
-vano.</p>
-
-<p><em>Brasil</em> mostraba sus aguzados y blancos colmillos,
-gruñía, se encrespaba, encogiendo nerviosamente la
-cola y los tímidos cautivos no se atrevían á violentarlo.</p>
-
-<p>Me parecía que los desgraciados comprendían mejor
-que yo la libertad, y que no era por cobardía sino por
-un sentimiento de amor confuso y vago que respetaban
-al orgulloso mastín.</p>
-
-<p>Tuve yo mismo que ser el verdugo de mi fiel compañero.</p>
-
-<p><em>Brasil</em> me miró cuando me levanté á tomar el lazo,
-echóse patas arriba mostrándome el pecho como diciéndome:
-mátame si quieres.</p>
-
-<p>Al atarle la soga en el pescuezo me miré en la niña
-de sus ojos, que parecían cristalizados.</p>
-
-<p>Y me vi horrible, y á no ser la palabra empeñada,
-me habría creído infame.</p>
-
-<p><em>Brasil</em> se dejó atar humildemente á un palo.</p>
-
-<p>Intentó ladrar y le hice callar con una mirada severa
-y un ademán de silencio.</p>
-
-<p>Al abandonar el toldo de Ramón entré en él á despedirme
-de su familia.</p>
-
-<p>El movimiento que reinaba, dijo claramente al ins<span class="pagenum"><a id="Page_305"></a>[Pg 305]</span>tinto
-del animal que su libertad había concluido;
-viéndome salir sin él, prorrumpió en alaridos que desgarraban
-el corazón.</p>
-
-<p>¡Quién sabe cuánto tiempo ladró!</p>
-
-<p>Probablemente no se cansó de ladrar y Ramón, cansado
-de sus lamentaciones, le soltó viéndonos ya lejos.</p>
-
-<p><em>Brasil</em> se dijo probablemente también, viéndose
-suelto:</p>
-
-<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Ils vont, l'éspace est grand</i>, pero yo les alcanzaré, y
-se lanzó en pos de nosotros huyendo de aquella tierra
-donde los de su especie le habían hecho perder la buena
-opinión que tuviera de la humanidad.</p>
-
-<p>Los dos polvos avanzaban hacia nosotros con celeridad.</p>
-
-<p>Teníamos la vista clavada en ellos.</p>
-
-<p>De repente, la nube más cercana se condensó y Camilo
-Arias gritó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ahí lo bolean!</p>
-
-<p>Lo confieso, persuadido de que era <em>Brasil</em> que venía
-hacia nosotros, las palabras de Camilo me hicieron el
-mismo efecto que me habría hecho en un campo de
-batalla ver caer prisionero á un compañero de peligros
-y de glorias.</p>
-
-<p>Los buenos franciscanos estaban pálidos, mis oficiales
-y los soldados tristes.</p>
-
-<p>El mal no tenía remedio.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos&mdash;dije, y partí al galope.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué, lo dejamos?&mdash;exclamaron los franciscanos.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, vamos&mdash;contesté; y una idea fijó mi mente,
-mortificándome largo rato.</p>
-
-<p>¿Por qué, me preguntaba, pensando en la suerte de
-<em>Brasil</em>, no ha de tener alma como yo un ser sensible,
-que siente el hambre, la sed, el calor y el frío; en dos
-palabras: el dolor y el placer sensual como yo?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_306"></a>[Pg 306]</span></p>
-
-<p>Y pensando en esto procuraba explicarme la razón
-filosófica de por qué se dice:</p>
-
-<p>Ese hombre es muy perro, y nunca cuando un perro
-es bravo ó malo: Ese perro es muy hombre.</p>
-
-<p>¿No somos nosotros los opresores de todo cuanto
-respira, inclusive nuestra propia raza?</p>
-
-<p>¿La moral será algún día una ciencia exacta?</p>
-
-<p>¿Adónde iremos á parar si la anatomía comparada,
-la fisiología, la frenología, la biología, en fin, llegan
-á hacer progresos tan extraordinarios, como la física
-ó la química los hacen todos los días, tanto que ya no
-va habiendo en el mundo material nada recóndito para
-el hombre?</p>
-
-<p>¿Qué le falta descubrir?</p>
-
-<p>Por medio de la electricidad, de la óptica y del vapor
-ha penetrado ya en las entrañas de la tierra y en
-los abismos del mar hasta insondables profundidades;
-ha descubierto en los cielos remotos é invisibles luminares
-y su palabra recorre millares de leguas con mágica
-y pasmosa rapidez.</p>
-
-<p>Soñando en esas cosas iba distraído, cuando mi caballo
-se detuvo en presencia de un obstáculo, no sintiendo
-ni el rebenque ni la espuela.</p>
-
-<p>Estábamos al pie de los médanos de la Verde.</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_307"></a>[Pg 307]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >XXXI</h2>
-</div>
-
-<div class="blockquot">
-<p>Otra vez en la Verde.&mdash;Últimos ofrecimientos de Mariano Rosas.&mdash;Más
-ó menos todo el mundo es como Leubucó.&mdash;Augurios
-de la Naturaleza.&mdash;Presentimientos.&mdash;Resuelvo separarme de
-mis compañeros.&mdash;Impresiones.&mdash;¡Adiós!&mdash;Un fantasma.&mdash;Laguna
-del Bagual.&mdash;Encuentro nocturno.&mdash;Un cielo al revés.&mdash;<em>Agustinillo.</em>&mdash;Miseria
-del hombre.</p>
-</div>
-
-<p>El lector conoce ya la Verde, en cuya hoya profunda
-y circular mana fresca, abundante y límpida el agua
-dulce, y donde todos los que entran ó salen, por los caminos
-del Cuero y Bagual, se detienen para abrevar
-sus cabalgaduras y guarecerse durante algunas horas
-bajo el tupido ramaje de los algarrobos, ó de los chañares
-y espinillos, que hermosean el plano inclinado,
-que en abruptas caídas conduce hasta el borde de la
-laguna, cubierto de verdes juncos, de amarillentas
-espadañas y filosas totoras de semi-cilíndricas hojas,
-entre las cuales los sapos y las ranas celebran escondidos,
-en eterno y monótono coro, la paz inalterable de
-aquellas regiones solitarias y calladas...</p>
-
-<p>Allí hay sombra, fresca gramilla y perfumado trébol,
-durante las horas en que el sol vibra implacable
-sus rayos sobre la tierra; refugio durante las noches
-tempestuosas, en que las aguas se desploman á torren<span class="pagenum"><a id="Page_308"></a>[Pg 308]</span>tes
-del cielo, leña siempre para encender el alegre fogón.</p>
-
-<p>Yo coronaba con mi gente las crestas arenosas del
-médano, al mismo tiempo que en una dirección que
-formaba con la mía un ángulo recto, aparecía un pequeño
-grupo de jinetes viniendo de Leubucó.</p>
-
-<p>Debe ser, dije para mis adentros, la contestación
-del capitán Rivadavia, y picando mi caballo descendí
-rápidamente por la cuesta, recibiendo pocos instantes
-después una carta suya, pues, en efecto, los que venían
-eran mensajeros de aquel fiel y valiente servidor.</p>
-
-<p>Mariano Rosas había escuchado mi reclamo diplomático,
-y, á fuer de hombre versado en los negocios
-públicos, me ofrecía en cumplimiento del tratado de
-paz, perseguir, aprehender y castigar á los que, según
-mis noticias, habían andado <em>maloqueando</em> por San
-Luis, mientras yo tenía mis conferencias á campo raso
-con los notables de Baigorrita, de Mariano y de Ramón.</p>
-
-<p>Promesas no ayudan á pagar; pero sirven siempre
-para salir del paso, y los indios incansables cuando se
-trata de pedir, no se andan con escrúpulos cuando se
-trata de prometer.</p>
-
-<p>Más ó menos el mundo anda así en todas partes, y
-los individuos, lo mismo que las naciones, encuentran
-todos los días en el arsenal de las perfidias humanas,
-pretextos y razones para faltar á la fe pública empeñada;
-y las muchedumbres en uno y otro hemisferio,
-se dejan llevar constantemente de las narices por los
-ambiciosos que las engañan y alucinan para explotarlas
-y dominarlas.</p>
-
-<p>Ayer era Napoleón III erigido en campeón de las
-nacionalidades, triunfador en Magenta y Solferino,
-en nombre de la <em>Federación Italiana</em>; hoy es Bismarck
-en nombre del <em>Germanismo</em> al grito de la <em>galofobia</em>;<span class="pagenum"><a id="Page_309"></a>[Pg 309]</span>
-mañana será otro Pedro el Grande en nombre del
-<em>Panslavismo</em>, valiéndose de la turbulencia Moscovita,
-de la ignorancia de los siervos y del fanatismo religioso.</p>
-
-<p>En América hemos tenido á Rosas, á Monagas, á
-López.</p>
-
-<p>Todos ellos supieron encontrar la palabra misteriosa
-y magnética para fascinar al pueblo.</p>
-
-<p>La libertad y la fraternidad universal siguen mientras
-tanto siendo una bella utopía, una santa aspiración
-del alma, y de <em>hegemonía</em> en <em>hegemonía</em>, dominados
-hoy por los unos, mañana por los otros, el hombre
-individual y el hombre colectivo caminan por rumbos
-distintos quién sabe dónde...</p>
-
-<p>La perfección y la perfectibilidad parecen ser dos
-grandes quimeras.</p>
-
-<p>Rodamos á la desventura, y la mentira es la única
-verdad de que estamos en posesión.</p>
-
-<p>Parece que Dios hubiera querido ponerle una gran
-barrera á la conciencia humana, para detenerla siempre
-que se atreve á penetrar en los tenebrosos limbos
-del mundo moral.</p>
-
-<p>El sol se ponía majestuosamente, el horizonte estaba
-limpio y despejado; terso el cielo azul; sólo una
-que otra nube esmaltada con los colores del arco iris y
-suspendida á inmensas alturas, se descubría en la gigantesca
-bóveda; soplaba una brisa ricamente oxigenada,
-blanda y fresca; las espadañas se columpiaban
-graciosamente sobre su tallo flexible reflejándose en
-las claras aguas de la laguna, hasta humedecer en ellas
-sus albos penachos, como voluptuosas Náyades de bella
-y blanca faz que al borde de la fuente empaparan las
-puntas de sus sueltos cabellos, mirándose distraídas y
-enamoradas de sí mismas, en el espejo líquido y sereno.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_310"></a>[Pg 310]</span></p>
-
-<p>El cielo y la tierra con sus indicios seguros, auguraban
-una noche apacible y un día tan hermoso como el
-que acababa de transcurrir.</p>
-
-<p>Convenía, pues, aprovechar los pocos momentos de
-luz que quedaban.</p>
-
-<p>No sé qué vago y falso presentimiento oprimía angustiosamente
-mi pecho.</p>
-
-<p>¿Era que iba á separarme de mis compañeros, de
-los que en aquella extraña peregrinación habían compartido
-conmigo todas las privaciones, todas las fatigas,
-todos los azares de que nos vimos rodeados, y que
-unas veces dominé con la paciencia, otras con la audacia
-y el desprecio de la vida?</p>
-
-<p>¿Ó que habiendo pasado el peligro, la imaginación
-se abismaba en sí misma absorta en la contemplación
-de sus propios fantasmas?</p>
-
-<p>¿No os ha sucedido alguna vez después de uno de
-esos trances heroicos, en que se ve de cerca la muerte
-con ánimo sereno, sentir algo como un estremecimiento,
-y tener miedo de lo que ha pasado?</p>
-
-<p>¿No os ha sucedido alguna vez, luchar brazo á brazo
-con la muerte, vencer y experimentar en seguida, después
-que la crisis ha pasado completamente, un sacudimiento
-nervioso, que es como si un eco interior os
-dijese: Parece imposible?</p>
-
-<p>¿No habéis corrido alguna vez á salvar un objeto
-querido al borde del precipicio, salvarle instintivamente,
-y mirándole sano y salvo, algo como un desvanecimiento
-de cabeza no os ha hecho comprender que la
-existencia es un bien supremo, á pesar de las espinas
-que nos hincan y lastiman en las asperezas de la jornada?</p>
-
-<p>¿No habéis estado alguna vez horas enteras á la cabecera
-de un doliente amado, dominado por la idea de
-la vida, mecido por los halagos de la esperanza, y al
-<span class="pagenum"><a id="Page_311"></a>[Pg 311]</span>
-verle convaleciente, lívido el rostro, brillante la mirada,
-no os ha hecho el efecto del espectro de la muerte,
-y sólo entonces habéis comprendido el terrible arcano
-que se encierra entre el ser y el no ser?</p>
-
-<p>Entonces comprenderéis las impresiones de mi alma,
-tan distintas en aquel momento de lo que habían sido
-antes en ese mismo lugar, cuando resuelto á todos sin
-previo aviso y desarmado, me dirigí al corazón de las
-tolderías seguido de un puñado de hombres animosos.</p>
-
-<p>En el fondo del médano había ya como un crepúsculo,
-mientras que en sus crestas reverberaban todavía
-los últimos rayos solares.</p>
-
-<p>Bandadas interminables de aves acuáticas, que se
-retiraban á sus nidos lejanos, cruzaban por sobre nuestras
-cabezas, batiendo las alas con estrépito en sus evoluciones
-caprichosas, y nuestras cabalgaduras después
-de haberse refrescado, <em>chapaleaban</em> el agua de la orilla
-de la laguna, se revolcaban, mordían acá y allá las más
-incitantes matas de pasto y relinchaban mirando en
-dirección al Norte, con las orejas tiesas y fijas como la
-flecha de un cuadrante que marcara el punto de dirección,
-cuando llamando á los buenos franciscanos y á
-mis oficiales les comuniqué que había resuelto separarme
-de ellos.</p>
-
-<p>El sentimiento de la disciplina no mata los grandes
-afectos, es mentira; pero hace que el hombre, reprimiéndose,
-se acostumbre á disimular todas sus impresiones,
-hasta las más tiernas y honrosas.</p>
-
-<p>¡Cuántas veces á causa de eso no pasan por seres
-sin corazón los que se hallan sujetos á las terribles
-leyes de la obediencia pasiva, á esas leyes que en todas
-partes mantienen divorciado al soldado con el ciudadano,
-que contra el espíritu del siglo permanecen estacionarias,
-como monumentos inamovibles de esclavitud,
-sin que la marea generosa que agita al mundo civiliza<span class="pagenum"><a id="Page_312"></a>[Pg 312]</span>do
-desde la caída del imperio romano, las haya conmovido,
-y, que, por eso mismo, hacen al soldado tanto
-más grande, cuanto mayor es la servidumbre que le
-oprime!</p>
-
-<p>Al recibir aquéllos la orden de formar dos grupos,
-de los cuales el más numeroso seguiría por el camino
-conocido del Cuero, y el más pequeño, encabezado por
-mí, tomaría el desconocido de la laguna del Bagual,
-algo como un tinte de tristeza vagó por sus fisonomías.</p>
-
-<p>Nadie replicó, todos corrieron á disponer lo referente
-á la marcha nocturna. Pero yo comprendí que más de
-un corazón sentía vivamente separarse de mí, no sólo
-por esa simpatía secreta, que como vínculo une á los
-hombres, sea cual sea su posición respectiva, sino por
-ese amor á lo desconocido y esa inclinación genial al
-combate y á la lucha, propia de las criaturas varoniles,
-que hace apetecible la vida, cuando ella no se consume
-monótonamente en la molicie y los placeres.</p>
-
-<p>Cumplidas mis órdenes y escritas las instrucciones
-correspondientes en una hoja del libro de memorias del
-mayor Lemlenyi, se formaron los dos grupos determinados.</p>
-
-<p>Me despedí de éste, de los franciscanos, de Ozarowski,
-de todos en fin; repetí, como lo hubiera hecho un
-viejo regañón y fastidioso, varias veces la misma cosa,
-monté á caballo y eché á andar seguido de los cuatro
-compañeros que componían mi grupo.</p>
-
-<p>El de Lemlenyi me precedía.</p>
-
-<p>Los caballos que montábamos estaban frescos, de modo
-que trepamos sin dificultad á la cresta del médano,
-por la gran rastrillada del Norte.</p>
-
-<p>Una vez allí, volvimos á decirnos adiós.</p>
-
-<p>Lemlenyi y los suyos tomaron el ramal de la derecha,
-yo tomé el de la izquierda, que seguía el rumbo
-del Poniente, y gritando todavía una vez más:&mdash;¡cui<span class="pagenum"><a id="Page_313"></a>[Pg 313]</span>dado
-con galopar!&mdash;le hice comprender á mi caballo
-con una presión nerviosa de las piernas en los ijares,
-que debía tomar un aire de marcha más vivo.</p>
-
-<p>El entendido animal tomó el trote; mis dos tropillas
-pasaron adelante y el tan tan metálico del cencerro, vibrando
-sonoro en medio del profundo silencio de la
-pampa, animaba hasta los mismos jinetes haciéndonos
-el efecto de un precursor seguro.</p>
-
-<p>Relinchos fortísimos iban y venían de un grupo á
-otro, como si los animales se dijeran: ¿por qué nos
-han separado?</p>
-
-<p>Yo y los míos dimos vuelta varias veces, hasta que
-la distancia y las nubes de polvo hicieron invisibles á
-los que trotaban sin interrupción al Norte, á fin de
-poder hacer su primer parada en <em>Lonco-uaca</em>, aguada
-abundante y permanente, buena para apaciguar la
-sed del hombre y de los animales.</p>
-
-<p>Probablemente, ellos hicieron lo mismo que nosotros;
-varias veces mirarían atrás á ver si nos descubrían.</p>
-
-<p>¡Valientes compañeros! réstame aún decir antes de
-perderlos de vista del todo, que hicieron su travesía
-con felicidad, cumpliendo mis órdenes estrictamente,
-con bastante hambre y trotando consecutivamente dos
-días y dos noches, hasta llegar al fuerte «Sarmiento».</p>
-
-<p>Los franciscanos sacudidos por el trote casi se deshicieron;
-á pesar de su mansedumbre lo calificaban de
-infernal, repitiendo más de una vez durante el trayecto:
-¿por qué no galopamos un poquito?</p>
-
-<p>Mis oficiales contestaban: primero, porque la orden
-es que la marcha se haga al trote; segundo, porque si
-galopamos no llegaremos en dos días.</p>
-
-<p>El padre Marcos alegaba que su caballo era superior.</p>
-
-<p>Los oficiales le decían por hacerlo rabiar un poco&mdash;<span class="pagenum"><a id="Page_314"></a>[Pg 314]</span>cosa
-á la que creo no se opone la orden de Nuestro
-R. P. San Francisco,&mdash;también era superior el moro
-que maltrató usted la vez pasada.</p>
-
-<p>Aquella marcha ha dejado recuerdos imperecederos
-en la memoria de los que la hicieron; y no hay ninguno
-de ellos que no esté de acuerdo con la teoría que he
-desarrollado en mi carta anterior, á propósito de las
-hablillas que tuvieron lugar cuando hice alto á la vista
-de la Verde.</p>
-
-<p>Las sombras de la noche iban envolviendo poco á
-poco el espacio, los accidentes del terreno desaparecían
-entre las tinieblas, flotábamos en un piélago obscuro
-como el de la primera noche del Génesis&mdash;como
-dicen en la tierra,&mdash;estaba toldado, las estrellas no
-podían enviarnos su luz al través de los opacos nubarrones
-que á manera de inmensa sábana mortuoria, se
-habían extendido por el cielo.</p>
-
-<p>Hacía algunas horas que trotábamos y galopábamos.</p>
-
-<p>Un punto negro, más negro que la negra noche, aparecía
-á corta distancia, en las mismas dereceras de la
-rastrillada, alzándose como un fantasma colosal, y un
-ruido que no se oye sino en la pampa, á la orilla de
-las lagunas, cuando la creación duerme, íbase haciendo
-cada vez más perceptible.</p>
-
-<p>Era que íbamos á llegar á la laguna del Bagual.</p>
-
-<p>El fantasma ese era un médano cubierto de arbustos;
-el ruido peculiar, el cuchicheo nocturno de las aves,
-que murmuran sus inocentes amores, salvándose del
-inclemente rocío entre las pajas.</p>
-
-<p>La laguna del Bagual es por este camino un punto
-estratégico como lo es por el otro la Verde: se seca rara
-vez, siendo fácil hacer brotar el agua por medio de jagüeles,
-y no tiene nada de notable, presentando la for<span class="pagenum"><a id="Page_315"></a>[Pg 315]</span>ma
-común de los abrevaderos pampeanos,&mdash;la de una
-honda taza.</p>
-
-<p>Cuando el desertor ó el bandido, que se refugia entre
-los indios, sediento y cansado, zumbándole aún en los
-oídos el galopar de la partida que le persigue, llega á
-la laguna del Bagual, recién suspira con libertad, recién
-se apea, recién se tiende tranquilo á dormir el sueño
-inquieto del fugitivo.</p>
-
-<p>Saliendo de las tolderías, sucede lo contrario; allí
-se detiene el malón organizado, grande ó chico, el indio
-gaucho que solo ó acompañado, sale á <em>trabajar</em> de su
-cuenta y riesgo, el cautivo que huye con riesgo de la
-vida.</p>
-
-<p>Una vez en los médanos del Bagual, el que entra ya
-no mira para atrás, el que sale sólo mira adelante.</p>
-
-<p>El Bagual es un verdadero Rubicón, no tanto por la
-distancia que hay de allí á las tolderías, cuanto por
-su situación topográfica.</p>
-
-<p>Es que por el camino del Bagual, entrando ó saliendo,
-jamás se carece de agua, de esa agua que es el
-más formidable enemigo del caminante y de su valiente
-caballo, en el desierto de las pampas Argentinas.</p>
-
-<p>Al Sud, avanzando hacia las tolderías, Ranquilco y
-el Médano Colorado ofrecen seguras aguadas y pasto,
-quedando sobre el mismo camino.</p>
-
-<p>Era temprano aún, había galopado bien; y no teniendo
-por qué apurarme, seguí la marcha á ver si llegaba
-á <em>Agustinillo</em> antes de salir la luna.</p>
-
-<p>Galopábamos cruzando las sendas tortuosas de un
-monte espeso, cuando distinguimos cinco bultos á derecha
-é izquierda del camino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es eso?&mdash;le pregunté á Camilo.</p>
-
-<p>&mdash;Son caballos&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;Pues arreemos con ellos&mdash;agregué.</p>
-
-<p>Y esto diciendo formamos un ala y arrebatamos del<span class="pagenum"><a id="Page_316"></a>[Pg 316]</span>
-campo los cinco animales, incorporándolos á las tropillas.</p>
-
-<p>¿Á quién pertenecían?...</p>
-
-<p>Aquella noche comprendí la tendencia irresistible
-de nuestros gauchos á apropiarse lo que encuentran
-en su camino, murmurando interiormente el aforismo
-de Proudhon: «la propiedad es un robo».</p>
-
-<p>Mora dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Han de ser de los indios.</p>
-
-<p>Yo contesté:</p>
-
-<p>&mdash;El que roba á un ladrón tiene cien días de perdón.</p>
-
-<p>Contentos con el hallazgo nos reíamos á carcajadas,
-resonando nuestros ecos por la espesura...</p>
-
-<p>De repente oyéronse unos silbidos, que llamando mi
-atención, me hicieron recogerle las riendas al caballo
-y cambiar el aire de la marcha.</p>
-
-<p>Los silbidos seguían saliendo de diferentes direcciones.</p>
-
-<p>&mdash;Han de ser indios&mdash;me dijo Mora.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué indios?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Los de la <em>Jarilla</em>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué silban?</p>
-
-<p>&mdash;Nos han de haber sentido y no saben lo que es.</p>
-
-<p>Mora me inspiraba confianza, hice alto; pero temiendo
-una celada, me dispuse á la lucha, haciendo
-que mis cuatro compañeros echaran pie á tierra.</p>
-
-<p>Si son más que nosotros, me dije, pie á tierra somos
-más fuertes, y si no vienen con mala intención, se
-acercarán á reconocernos.</p>
-
-<p>Efectivamente, apenas nos desmontamos, aparecieron
-siete indios armados de lanzas.</p>
-
-<p>La luna asomaba en aquel mismo momento como un
-filete de plata luminoso, por entre un montón de nubes.</p>
-
-<p>&mdash;Háblales en la lengua&mdash;le dije á Mora.</p>
-
-<p>Mora obedeció dirigiéndoles algunas palabras.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_317"></a>[Pg 317]</span></p>
-
-<p>Los indios avanzaron cautelosamente soslayando los
-caballos.</p>
-
-<p>Camilo Arias con ese instinto admirable que tenía
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Están con miedo.</p>
-
-<p>&mdash;Háblales otra vez&mdash;le dije á Mora.</p>
-
-<p>Obedeció éste, habló nuevamente, y los indios se acercaron
-al tronco con las lanzas enristradas, haciendo alto
-á unos veinte metros.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con permiso de quién pasando?&mdash;dijeron.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con permiso de quién andando por acá?&mdash;les contesté.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ése quién siendo?&mdash;repusieron.</p>
-
-<p>&mdash;Coronel Mansilla, <em>peñi</em>&mdash;agregué.</p>
-
-<p>Y esto oyendo los indios recogieron sus lanzas y se
-acercaron á nosotros confiadamente.</p>
-
-<p>Nos saludamos, nos dimos las manos, conversamos
-un rato, les devolvimos los cinco caballos que les acabábamos
-de <em>robar</em>, pues eran de ellos, les dimos algunos
-tragos de anís, toda la hierba, azúcar y cigarros que
-pudimos; mi ayudante Demetrio Rodríguez les dió su
-poncho viendo que uno de ellos estaba casi desnudo y
-por último nos dijimos adiós, separándonos como los
-mejores amigos del mundo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué indios son éstos?&mdash;le pregunté á Mora.</p>
-
-<p>&mdash;Son indios de la Jarilla&mdash;me contestó.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ése que no hablaba, que estaba bien vestido y
-se tapaba la cara, quién sería?</p>
-
-<p>&mdash;Ése es Ancañao.</p>
-
-<p>Ancañao era un indio gaucho que estando yo en
-Buenos Aires, había hecho una correría muy atrevida
-por mi frontera, llegando hasta la laguna del Tala de
-los Puntanos, donde tomó é hirió malamente á un cabo
-del Regimiento 7.º de caballería, que llevaba comunicaciones
-para el Río 4.º.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_318"></a>[Pg 318]</span></p>
-
-<p>En esas pláticas íbamos, cuando la luna, rompiendo
-al fin los celajes que se oponían á que brillara con todo
-su esplendor, derramó su luz sobre la blanca sábana de
-un vasto salitral, de cuya superficie refulgente y plateada,
-se alzaron innumerables luces, como si la tierra
-estuviera sembrada de brillantes y zafiros.</p>
-
-<p>Era un espectáculo hermosísimo; la luna, las estrellas
-y hasta las mismas opacas nubes, se retrataban en
-aquel espejo inmóvil, haciendo el efecto de un cielo al
-revés.</p>
-
-<p>Las huellas de la última invasión que por allí había
-pasado, estaban aún impresas en el suelo cristalino.</p>
-
-<p>Hice alto un momento, probé la sal y era excelente.</p>
-
-<p>Los indios que viven más cerca de allí, la recogen en
-grandes cantidades y hacen uso de ella para cocinar,
-sin someterla á ninguna preparación previa.</p>
-
-<p>Seguimos la marcha; un rato después estábamos en
-Agustinillo, acampados al borde de una linda laguna
-y al abrigo de grandes chañares.</p>
-
-<p>Hice tender mi cama, porque hacía fresco, lo más
-cerca posible del fogón, y mientras preparaban un asado,
-estando mis miembros fatigados y hallándonos
-completamente fuera de peligro, traté de echar un
-sueño.</p>
-
-<p>¡Imposible dormir!</p>
-
-<p>Mi mente, predispuesta á la meditación, no se dejaba
-subyugar por la materia.</p>
-
-<p>Pensaba en las escenas extraordinarias que algunos
-días antes eran un ideal, gozaba en la contemplación
-de ellas, y me decía en ese lenguaje mudo y grave con
-que nos habla la voz del espíritu en sus horas de reconcentración:
-la miseria del hombre consiste en ver
-frustradas sus miras y en vivir de conjeturas; porque
-la realidad es el supremo bien y la belleza suprema.</p>
-
-<p>En efecto, entre el ideal soñado y el ideal realizado,<span class="pagenum"><a id="Page_319"></a>[Pg 319]</span>
-hay un mundo de goces, que sólo pueden apreciar como
-es debido, los que habiendo anhelado fuertemente, han
-conseguido después de grandes padecimientos y dolores
-lo que se proponían.</p>
-
-<p>¿La virtud y la felicidad son acaso otra cosa que la
-ciencia de lo real?</p>
-
-<p>Platón lo ha dicho hablando de lo <small>BELLO</small>:</p>
-
-<p>«El alma que no ha percibido nunca la verdad, no
-puede revestir la forma humana.»</p>
-
-<p>¡Pues, como el sabio, felicitémonos de que la verdad
-sea tan saludable, y de abrigar la esperanza de
-descubrir algún día la substancia <em>efectiva</em> de todo,
-para que todo no sea símbolo y sueño!
-</p>
-
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_320"></a>[Pg 320]<br /><a id="Page_321"></a>[Pg 321]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" >EPÍLOGO</h2>
-</div>
-
-<div class="block1">
-
-<p>«¿No nos ordenan la religión y la humanidad
-aliviar á los pacientes? ¿No son hermanos
-todos los hombres? ¿No deben compartirse
-los bienes y los males que deben á
-su autor común? ¿Es lícito mostrarse inexorable
-y sin piedad con alguno de sus
-semejantes?»</p>
-
-<p class="right" style="padding-right: 2em; ">C<small>OMTE.</small></p>
-
-
-
-<p class="p1">«El destino de la naturaleza organizada es
-la perfectibilidad y ¿quién puede asignarle
-límites? Al hombre le toca dominar el caos,
-desparramar en todas partes, durante la
-vida, las simientes de la ciencia y de la
-poesía, á fin de que los climas, los cereales,
-los animales y los <em>hombres</em> se suavicen, y
-para que los gérmenes del amor y del bien
-se multipliquen.»</p>
-
-<p class="right" style="padding-right: 2em; ">E<small>MERSON.</small></p>
-</div>
-
-
-<p>El sol no comenzaba aún á disipar el cristalino rocío
-que una noche serena había depositado sobre la agreste
-alfombra de la Pampa, y ya galopábamos aprovechando
-la fresca de una lindísima mañana de abril.</p>
-
-<p>Era necesario hacerlo así para no pasar otra noche
-en el camino.</p>
-
-<p>Yo no tenía que contemplar tanto las cabalgaduras,
-como los que habían seguido por el camino del Cuero.</p>
-
-<p>El itinerario del Bagual está sembrado de hermosas<span class="pagenum"><a id="Page_322"></a>[Pg 322]</span>
-lagunas de agua dulce y permanente; en sus bañados
-vastísimos hay siempre excelente pasto y en las
-profundas sinuosidades de un terreno quebrado y montuoso,
-sombra y leña.</p>
-
-<p>Dichas lagunas, saliendo de Agustinillo hasta llegar
-frente á la Villa de Mercedes, sobre el Río 5.º,
-son: Overamanca, el Chañar, Loncomatro, la Seña;
-aquí se abren dos caminos, uno para el 3 de Febrero y
-otro para las Totoritas, las Acollaradas, el Corralito,
-el Machomuerto, Santiago Pozo, la Hallada, el Tala,
-el Bajohondo, el Guanaco, Sallape, Pozo de los avestruces
-y Pozo escondido.</p>
-
-<p>Todas ellas presentan más ó menos la misma fisonomía.</p>
-
-<p>Aquellos campos desiertos, é inhabitados, tienen
-un porvenir grandioso, y con la solemne majestad de
-su silencio, piden brazos y trabajo.</p>
-
-<p>¿Cuándo brillará para ellos esa aurora color de rosa?</p>
-
-<p>¡Cuándo!...</p>
-
-<p>¡Ay! cuando los Ranqueles hayan sido exterminados
-ó reducidos, cristianizados y civilizados.</p>
-
-<p>¿Y cuántos son los Ranqueles, de cuya vida, usos y
-costumbres he procurado dar una ligera idea en el
-transcurso de las páginas antecedentes?</p>
-
-<p>De ocho á diez mil almas, inclusive unos seiscientos
-ú ochocientos cautivos cristianos de ambos sexos, niños,
-adultos, jóvenes y viejos.</p>
-
-<p>¿En qué me fundo para decirlo?</p>
-
-<p>En ciertas observaciones oculares, en datos que he
-recogido y en un cálculo estadístico muy sencillo.</p>
-
-<p>Las tres tribus de Mariano Rosas, de Baigorrita y
-de Ramón, que constituyen la gran familia ranquelina,
-cuentan los tres caciques principales susodichos,
-dos caciques menores, Epumer y Yanquetruz y sesenta
-capitanejos, cuyos nombres son:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_323"></a>[Pg 323]</span></p>
-
-<p>Caniupán, Melideo, Relmo, Manghin, Chuwailau,
-Caiunao, Ignal, Tripailao, Millalaf, Quintuano, Nillacaóe,
-Peñaloza, Ancañao, Millanao, Pancho, Carrinamón,
-Cristo, Naupai, Antengher, Nagüel, Lefín,
-Quentreú, Jacinto, Tuquinao, Tropa, Wachulco, Tapaio,
-Caiomuta, Quinchao, Epuequé, Yanque, Anteleu,
-Licán, Millaqueo, Painé, Mariqueo, Caiupán, José,
-Manqué, Manuel, Achauentrú, Güeral, Islaí, Mulatu,
-Lebín, Guiñal, Chañilao, Estanislao, Wiliner,
-Palfuleo, Cainecal, Coronel, Cuiqueo, Frangol, Yancaqueo,
-Yancaó, Gabriel, Buta y Paulo.</p>
-
-<p>Cada uno de estos capitanejos acaudilla diez, quince,
-veinte, veinticinco hasta treinta <em>indios de pelea</em>.</p>
-
-<p>Por indio de pelea se entiende, el varón sano y robusto,
-de dieciséis hasta cincuenta años.</p>
-
-<p>Tomando por término medio que cada caudillo, cacique,
-ó capitanejo pueda poner en armas veinte indios,
-resultarían <em>mil trescientos</em>.</p>
-
-<p>Efectivamente, esta cifra está en concordancia con
-lo que parece fuera de duda, á saber: que Mariano
-Rosas y Ramón tienen cerca de seiscientos indios de
-pelea y Baigorrita un poco más.</p>
-
-<p>Esas ocho ó diez mil almas ocupan una zona de tierra
-próximamente de dos mil leguas cuadradas, entre
-los 63º y 66º de latitud Sud; y los 35º y 37º de longitud
-Este, cuyos límites naturales pueden determinarse
-así:</p>
-
-<p>Al Norte, la laguna del Cuero; al Sud, la punta del
-Río Salado; al Oeste, este mismo río, y al Este, la
-Pampa.</p>
-
-<p>En ese vasto perímetro se hallan diseminados unos
-cuatrocientos ó seiscientos toldos.</p>
-
-<p>Cada toldo constituye una familia, que no baja nunca
-de diez personas, y no hay toldo en el que no se encuentre
-un cautivo ó cautiva grande ó chico.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_324"></a>[Pg 324]</span></p>
-
-<p>Según este dato resultaría una población de cuatro
-á seis mil almas.</p>
-
-<p>Pero nótese que el cálculo se basa en el mínimum
-de personas que forma la familia.</p>
-
-<p>De consiguiente, suponiéndose que el punto de partida
-de cuatrocientos ó seiscientos toldos fuese exagerado,
-siempre resultaría una población más ó menos
-de cuatro á seis mil almas, desde que la cifra de diez
-personas por familia, es reducida.</p>
-
-<p>Todos los toldos que yo he visto tenían de veinte
-personas arriba.</p>
-
-<p>Ahora, siendo un principio estadístico, que cada
-diez mil almas suministran sin esfuerzo, mil útiles
-para el servicio de las armas, resulta que la cifra de
-mil trescientos indios de pelea es una hipótesis racional
-para determinar la población de los Ranqueles.</p>
-
-<p>Sea de esto lo que fuere, la triste realidad es que
-los indios están ahí amenazando constantemente la
-propiedad, el hogar y la vida de los cristianos.</p>
-
-<p>¿Y qué han hecho éstos, qué han hecho los Gobiernos,
-qué ha hecho la civilización en bien de una raza
-desheredada, que roba, mata y destruye, forzada á
-ello por la dura ley de la necesidad?</p>
-
-<p>¿Qué ha hecho?...</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Oigamos discurrir á los bárbaros.</p>
-
-<p>Conversando un día con Mariano Rosas, yo hablé así:</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora lo
-que han podido, y harán en adelante cuanto puedan,
-por los indios.</p>
-
-<p>Su contestación fué con visible expresión de ironía.</p>
-
-<p>&mdash;Hermano, cuando los cristianos han podido nos
-han muerto; y si mañana pueden matarnos á todos,
-nos matarán. Nos han enseñado á usar ponchos finos,
-á tomar mate, á fumar, á comer azúcar, á beber vino,<span class="pagenum"><a id="Page_325"></a>[Pg 325]</span>
-á usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni á trabajar,
-ni nos han hecho conocer á su Dios. Y entonces,
-hermano, ¿qué servicios les debemos?</p>
-
-<p>Yo habría deseado que Sócrates hubiese estado dentro
-de mí en aquel momento á ver qué contestaba con
-toda su sabiduría.</p>
-
-<p>Por mi parte, hice acto de conciencia y callé...</p>
-
-<p>Hasta entonces había cumplido con mi deber, en mi
-humilde esfera, según lo entendía.</p>
-
-<p>Pero mi conducta personal ni podía ni debía ser
-un argumento contra las humillantes objeciones del
-bárbaro.</p>
-
-<p>No me cansaré de repetirlo.</p>
-
-<p>No hay peor mal que la civilización sin clemencia.</p>
-
-<p>Es el gran reproche que un historiador famoso le
-ha dirigido á su propio país, censurando su política
-en la India como conquistador...</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Los Ranqueles derivan de los Araucanos, con los
-que mantienen relaciones de parentesco y de amistad.</p>
-
-<p>Tienen la frente algo estrecha, los juanetes salientes,
-la nariz corta y achatada, la boca grande, los labios
-gruesos, los ojos sensiblemente deprimidos en el
-ángulo externo, los cabellos abundantes y cerdosos, la
-barba y el bigote ralos, los órganos del oído y de la
-vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza,
-á veces blancoamarillenta, la talla mediana, las
-espaldas anchas, los miembros fornidos.</p>
-
-<p>Pero estos caracteres físicos van desapareciendo á
-medida que se cruzan con nuestra raza, ganando en
-estatura, en elegancia de formas, en blancura y hasta
-en sagacidad y actividad.</p>
-
-<p>En una palabra, los Ranqueles son una raza sólida,
-sana, bien constituida, sin esa persistencia <em>semítica</em>
-que aleja á otras razas de toda tendencia á cruzarse<span class="pagenum"><a id="Page_326"></a>[Pg 326]</span>
-y mezclarse, como lo prueba su predilección por nuestras
-mujeres, en las que hallan más belleza que en las
-indias, observación que podría inducir á sostener, que
-el sentimiento estético es universal.</p>
-
-<p>Conversando con un indio, cambiamos estas palabras:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te gusta más, una china ó una cristiana?</p>
-
-<p>&mdash;Una cristiana, pues.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Ese cristiana, más blanco, más alto, más pelo
-fino, ese cristiana más lindo...</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>La conquista pacífica de los Ranqueles, cuya fisonomía
-física y moral conocemos ya, para absorberlos y
-refundirlos, por decirlo así, en el molde criollo, ¿sería
-un bien ó un mal?</p>
-
-<p>En el día parece ser un punto fuera de disputa,
-que la fusión de las razas mejora las condiciones de
-la humanidad.</p>
-
-<p>Cuando nuestros primeros padres los españoles llegaron
-á América, ¿qué mujeres traían?</p>
-
-<p>¿El Gobierno de la Metrópoli hizo con sus colonias
-lo que los Gobiernos de Francia é Inglaterra hicieron
-con las suyas?</p>
-
-<p>¿Mandó á ellas cargamento de prostitutas?</p>
-
-<p>¿No tuvieron los conquistadores que casarse con
-mujeres indígenas, entroncando recién entre sí, pasada
-la primera generación?</p>
-
-<p>Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos
-sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante
-de exterminio contra los bárbaros?</p>
-
-<p>Los hechos que se han observado sobre la constitución
-física y las facultades intelectuales y morales de
-ciertas razas, son demasiado aislados para sacar de ellos
-las consecuencias generales, cuando se trata de condenar
-poblaciones enteras á la <small>MUERTE</small> ó la <small>BARBARIE</small>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_327"></a>[Pg 327]</span></p>
-
-<p>¿Quién puede decir cuál es el punto donde se ha
-de detener una raza por efecto de su propia naturaleza?</p>
-
-<p>¿Cuál es el orden de verdades al alcance de ciertas
-razas, vedadas para otras?</p>
-
-<p>¿Cuál es la clase de operaciones practicables para
-los órganos de tal pueblo, que no conseguirá jamás
-practicar otro?</p>
-
-<p>¿Cuáles son las virtudes propias de tal ó cual organización?</p>
-
-<p>¿La frenología ha pronunciado acaso su última palabra?</p>
-
-<p>¿Entre las razas reputadas más perfectibles, no se
-hallan naciones tan bárbaras, tan esclavas y viciosas
-como en las demás?</p>
-
-<p>Nos horrorizamos de que entre los Ranqueles se vendan
-las mujeres, y de que nos traigan terribles malones
-para cautivar y apropiarse las nuestras.</p>
-
-<p>¿Y entre los hebreos, en tiempo de los Patriarcas, el
-esposo no le pagaba al padre el <em>mohar</em> o precio de la
-hija?</p>
-
-<p>¿Y entre los árabes la viuda no constituía parte de
-la herencia ó de los bienes que dejaba el difunto?</p>
-
-<p>¿Y en Roma, no existía el <em>coemptio</em>, es decir, la <em>compra</em>
-y el <i lang="la" xml:lang="la">usus</i>, ó sea la posesión de la mujer?</p>
-
-<p>¿Y en Germania, como lo muestra la ley Sajona, no
-existían el <i lang="la" xml:lang="la">mundium</i>, y costumbres análogas?</p>
-
-<p>¿Y los visigodos, no tenían las <em>arras</em>, especie de precio
-nupcial, que reemplazaba la compra pura y simple,
-recordando la vieja usanza?</p>
-
-<p>¿Y los francos, no pagaban el valor de las esposas
-á los padres que éstos dividían con aquéllas?</p>
-
-<p>Si hay algo imposible de determinar, es el grado de
-civilización á que llegará cada raza; y si hay alguna
-teoría calculada para justificar el despotismo, es la
-teoría de la fatalidad histórica.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_328"></a>[Pg 328]</span></p>
-
-<p>Las grandes calamidades que afligen á la humanidad,
-nacen de los odios de razas, de las preocupaciones
-inveteradas, de la falta de benevolencia y de amor.</p>
-
-<p>Por eso el medio más eficaz de extinguir la antipatía
-que suele observarse entre ciertas razas en los países
-donde los privilegios han creado dos clases sociales, una
-de opresores y otra de oprimidos, <small>ES LA JUSTICIA</small>.</p>
-
-<p>Pero esta palabra seguirá siendo un nombre vano,
-mientras al lado de la declaración de que todos los
-hombres son iguales, se produzca el hecho irritante de
-que los mismos servicios y las mismas virtudes no merecen
-las mismas recompensas, que los mismos vicios
-y los mismos delitos no son igualmente castigados.</p>
-
-<hr class="r5" />
-
-<p>Por más que galopé tuve que dormir otra noche en
-el camino.</p>
-
-<p>Al día siguiente temprano llegaba á orillas del
-Río 5.º.</p>
-
-<p>Había andado doscientas cincuenta leguas, había visto
-un mundo desconocido y había soñado...</p>
-
-<p>Las galas de abril embellecían el verde panorama
-de la Villa de Mercedes, donde los esbeltos álamos y
-los melancólicos sauces llorones crecen frondosos á millares.</p>
-
-<p>El día estaba en calma, mi alma alegre.</p>
-
-<p>Reímos sin inquietud cuando debiéramos estar taciturnos
-ó gemir.</p>
-
-<p>¡Somos unos insensatos!</p>
-
-<p>Y cuando tenemos un momento lúcido es para exclamar
-amargamente, ¡ay!...</p>
-
-<p>Yo amo sin embargo el dolor, y hasta el remordimiento,
-porque me devuelve la conciencia de mí mismo.</p>
-
-
-<p class="p2 center big1">FIN</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a id="Page_329"></a>[Pg 329]</span></p>
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Una excursión a los indios ranqueles
- Tomo 2, by Lucio Mansilla
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS ***
-
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-
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-
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-
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